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Klima iba con Ruzena por una carretera que atravesaba el bosque y comprobaba que el paseo en aquel coche lujoso no funcionaba esta vez, ni mucho menos, a su favor. Ruzena no dejaba que la sacase de su terca inaccesibilidad, de modo que el trompetista permaneció en silencio durante mucho tiempo. Cuando el silencio se hizo ya demasiado pesado, dijo:

—¿Vendrás al concierto?

—No sé —respondió.

—Tienes que venir —dijo y la actuación de la noche se convirtió en pretexto para una conversación que los alejó por un momento de aquella disputa.

Klima trató de hacer alguna broma sobre el médico que tocaba la batería y mientras tanto tomó la decisión de posponer el combate final con Ruzena para la noche.

—Me gustaría que me esperases después del concierto —dijo—. Como la última vez que toqué aquí…

Al terminar de pronunciar estas últimas palabras se dio cuenta de su significado. Como la última vez significaba que después del concierto harían el amor. Dios mío, ¿cómo no había contado para nada con esa posibilidad?

Es curioso, pero hasta entonces no se le había pasado por la cabeza que pudiera acostarse con ella. Su embarazo la había desplazado silenciosa e inadvertidamente hacia la esfera extrasexual de la angustia. Había decidido, en efecto, que tenía que ser tierno con ella, que debía besarla y acariciarla, y así lo hacía con toda dedicación, pero como simple ademán, como un signo vacío, sin que el cuerpo pusiera en ello interés alguno.

Ahora que lo pensaba, llegaba a la conclusión de que la falta de interés por el cuerpo de Ruzena había sido el mayor error que había cometido en estos días. Sí, ahora lo tenía completamente claro (y se enfadaba con los amigos que le habían aconsejado por no habérselo advertido): ¡es imprescindible que se acueste con ella! Aquel repentino alejamiento con el que la chica se recubría y que él no era capaz de traspasar era producto de que sus cuerpos permanecían alejados. Al rechazar al hijo, a la flor de sus entrañas, rechazaba de un modo insultante su cuerpo grávido. Por eso debería manifestar un interés tanto mayor por su cuerpo no grávido. Debía enfrentar a su cuerpo no preñado contra su cuerpo preñado y encontrar en él a su aliado.

Al tomar conciencia de todo aquello, sintió en su interior una nueva esperanza. Cogió a Ruzena del hombro y se inclinó hacia ella:

—Me destroza el corazón que discutamos los dos. ¿Sabes una cosa? Ya se resolverá todo de alguna manera. Lo principal es que estemos juntos. No dejaremos que nadie nos prive de esta noche y será una noche tan hermosa como la otra vez.

Cogía el volante con una mano, con la otra se abrazaba a su hombro y de pronto le pareció que en algún lugar lejano en sus profundidades se despertaba el deseo de ver su piel desnuda, y eso le llenó de alegría, porque aquel deseo era capaz de brindarle el único idioma común en el que podían entenderse.

—¿Y dónde nos veremos? —le preguntó ella. Klima se dio cuenta de que todo el balneario sabría con quién se había marchado después del concierto. Pero no había escapatoria:

—En cuanto termine, ven a buscarme detrás del escenario.