Ruzena también advirtió la presencia de Jakub y le reconoció. Sentía su mirada fija en ella y eso la ponía nerviosa. Le pareció que se hallaba rodeada por dos hombres que estaban unidos en secreto, rodeada por dos miradas que le apuntaban como los cañones de dos armas.
Klima repetía sus argumentos y ella no sabía qué contestar. Por eso prefirió convencerse rápidamente de que, cuando se trata de un niño que va a venir, la razón no tiene nada que hacer y los únicos que tienen derecho a hablar son los sentimientos. Apartó en silencio la cara del alcance de las dos miradas y se puso a contemplar el paisaje desde la ventana. Gracias a cierto grado de concentración, crecía en ella mientras tanto el sentimiento herido de una amante y una madre incomprendidas, y tomaba cuerpo como una masa que fermenta. Pero como no sabía expresarlo con palabras, lo dejaba salir por los ojos, fijos constantemente en el mismo punto del parque de enfrente.
Sólo que precisamente en aquel sitio al que miraba como atontada, vio de pronto una figura conocida y se asustó. En ese momento, ya no oía nada de lo que le contaba Klima. Era ya la tercera mirada que le apuntaba como el cañón de un arma, pero ésa era la más peligrosa. Porque Ruzena, desde el comienzo (es decir desde hace unas semanas), no estaba del todo segura de quién era el causante de su futura maternidad. Y parecía bastante más probable que fuese aquél que ahora la espiaba, escondido a medias tras un árbol del parque. Eso fue al principio, porque luego se fue inclinando cada vez más hacia la idea de que el trompetista era quien la había dejado embarazada, hasta que al final decidió que había sido él, con total seguridad. Entendámoslo bien: no pretendía mentir para adjudicarle el embarazo. En su decisión no eligió la mentira, sino la verdad. Decidió que así había sido de verdad.
Además, la maternidad es algo tan sagrado que le parecía imposible que su causante hubiese sido alguien a quien casi despreciaba. No había sido una conclusión lógica, sino una especie de iluminación suprarracional lo que la había convencido de que sólo había podido quedarse embarazada de alguien que le gustaba, que le interesaba y a quien veía con admiración. Pero cuando después oyó en el auricular del teléfono que aquel a quien había designado padre de su hijo estaba atónito, asustado y se negaba a asumir su misión de padre, todo quedó decidido, porque a partir de ese momento ya no sólo estaba segura de tener razón, sino también preparada a luchar por defenderla.
Klima calló y le acarició la cara a Ruzena. Ella interrumpió sus reflexiones y vio la sonrisa de él. Le decía que deberían ir otra vez a dar un paseo en coche por las afueras de la ciudad, porque aquella mesa los separaba como una pared helada.
Ruzena se asustó. Frantisek seguía detrás del árbol y miraba hacia la ventana del bar. ¿Y si se les vuelve a echar encima al salir? ¿Y si vuelve a hacer una escena como el martes?
—Cóbreme dos coñacs —le estaba diciendo Klima al camarero.
Ruzena sacó del bolso un tubo de cristal.
El trompetista le dio al camarero un billete y rechazó generosamente el cambio.
Ruzena abrió el tubo, dejó caer ana tableta en la mano y se la tragó con rapidez.
Cerró el tubo y el trompetista se volvió nuevamente hacia ella y la miró a la cara. Acercó sus manos a las de ella, así que Ruzena dejó el tubo y aceptó el contacto de sus dedos.
—Ven, vamos —dijo Klima y ella se levantó.
Vio la mirada de Jakub, fija y desabrida, y apartó rápidamente los ojos.
Cuando salieron a la calle, miró con angustia hacia el parque, pero Frantisek ya no estaba allí.