Nadie puede echarle en cara a Ruzena que no esté de buen humor. Pero ¿por qué le irritó tanto que Olga no quisiera que la filmasen? ¿Por qué se identificó tanto con la masa de mujeres gordas que recibieron la llegada de los hombres con chillidos de alegría?
¿Y qué motivo tenían aquellas mujeres gordas para chillar con tanta alegría? ¿No sería porque quisieran jactarse de su belleza ante los jóvenes y seducirlos?
Ni mucho menos. Su evidente desvergüenza procedía precisamente de que eran conscientes de no disponer de ninguna belleza seductora. Estaban llenas de disgusto hacia la femineidad joven y deseaban exponer sus cuerpos sexualmente inutilizables como una calumnia a la desnudez femenina. Querían torpedear vengativamente, con la repulsión de sus cuerpos, la gloria de la belleza femenina, porque sabían que los cuerpos bellos y los feos son, a fin de cuentas, iguales y que el feo ensombrece al bello, susurrándole al hombre al oído: Mira, ¡ésta es la verdadera realidad de ese cuerpo que te encanta! Mira esta enorme teta desinflada, ¡es lo mismo que aquel pecho que adoras con tanta ingenuidad!
La alegre desvergüenza de las gordas en la piscina era una danza necrófila alrededor de la fugacidad de la juventud y era aún más alegre porque en la piscina estaba presente, como víctima, una muchacha joven. Cuando Olga se envolvió en la sábana, vieron en ello un sabotaje a su maligna ceremonia y se enfadaron.
Pero Ruzena no era, ciertamente, ni gorda ni vieja. ¡Era incluso más guapa que Olga! ¿Por qué no se había solidarizado con ella?
Si hubiera estado decidida a abortar y creyese que la esperaba el amor de Klima, lo habría sentido todo de otro modo. El amor del hombre separa a la mujer de la masa y Ruzena hubiera sentido encantada su irrepetible individualidad. Hubiera visto en las mujeres gordas a sus enemigas y en Olga a su hermana. Se hubiera puesto de su parte como la belleza se pone de parte de la belleza, la felicidad de parte de la felicidad, el amor de parte de otro amor.
Pero la noche anterior Ruzena había dormido muy mal y había decidido que no podía creer en el amor de Klima, de modo que todo lo que la separaba de la masa resultaba ser un engaño. Lo único que tenía era aquel germen que brotaba en su vientre, defendido por la sociedad y la tradición. Lo único que tenía era lo gloriosamente genérico del destino de la mujer, que le prometía luchar por ella.
Y aquellas mujeres de la piscina, aquello era la verdadera femineidad en su sentido genérico: una femineidad de eterna procreación, de lactancia, de marchitamiento, una femineidad que se ríe de ese instante huidizo en el que la mujer cree que es amada y siente que es una personalidad irrepetible.
Entre una mujer que cree que es irreemplazable y unas mujeres que se han vestido con el sudario del papel genérico de la mujer, no hay reconciliación. Tras una noche llena de reflexión (¡pobre trompetista!), Ruzena se puso de parte de las segundas.