2

Fue una conversación horrible. En cuanto oyó la voz de ella por el teléfono, se asustó.

Siempre le habían dado miedo las mujeres, aunque ninguna le creyese cuando lo decía y lo considerasen sólo una broma, producto de su coquetería.

—¿Cómo te va? —preguntó él.

—No muy bien —respondió.

—¿Por qué?

—Necesito hablar contigo —dijo ella en tono patético.

Aquél era precisamente el tono patético que él esperaba desde hacía años con horror.

—Sí —dijo con voz angustiada.

Ella repitió:

—Necesito hablar contigo. Es importante.

—¿Qué ha pasado?

—Soy una persona distinta a la que tú conociste.

Era incapaz de hablar. Tardó un rato en repetir:

—¿Por qué?

—Hace ya seis semanas que no me viene.

Haciendo un esfuerzo dijo:

—Es posible que no sea nada. A veces ocurre y no significa nada.

—No, esta vez se trata de eso.

—Es imposible. Es sencillamente imposible. Al menos no puede ser por mi culpa.

Ella se ofendió:

—Pero ¿por quién me tomas?

Tenía miedo de ofenderla porque ella le daba miedo:

—No, no he querido ofenderte, por qué iba yo a querer ofenderte, lo único que digo es que no ha podido ser conmigo, no tienes nada que temer, es simplemente imposible, fisiológicamente imposible.

—Si es así, no te enfades —dijo muy ofendida—. Perdona que te haya molestado.

—No, no, no —temía que le colgase—. ¡Has hecho bien en llamar! Estoy encantado de poder ayudarte. Por supuesto que todo se puede resolver.

—¿Qué quieres decir con eso de resolver?

No supo qué decir. No se atrevía a llamar a las cosas por su nombre:

—Pues… resolver.

—No cuentes con eso que estás pensando. De eso ni hablar. Eso no lo haría ni aunque tuviese que destrozar mi vida.

El terror le volvió a helar la sangre pero, esta vez, atacó tímidamente:

—Entonces, ¿para qué me llamas si no quieres hablar conmigo de eso? ¿Quieres que te aconseje o ya lo tienes todo decidido?

—Quiero que me aconsejes.

—Iré a verte.

—¿Cuándo?

—Ya te avisaré.

—Bueno.

—Entonces hasta pronto.

—Hasta pronto.

Colgó el teléfono y regresó a la sala donde estaba su orquesta.

—Señores, se acabó el ensayo —dijo—. Hoy ya no puedo más.