Capítulo XXIII

Durante los seis o siete días que siguieron permanecimos en nuestro escondrijo de la colina, saliendo una que otra vez con las mayores precauciones, a fin de aprovisionamos de agua y de avellanas. Habíamos construido una especie de cobertizo en la plataforma, instalando en él un lecho de hojas secas, así como tres grandes piedras planas que nos servían de hogar y de mesa. Encendíamos fuego sin dificultad frotando dos pedazos de madera seca, una dura y otra blanda. El pájaro que capturamos tan oportunamente resultó un excelente alimento, aunque de carne bastante dura. No era un ave oceánica, sino una especie de alcaraván de plumaje negro y grisáceo y alas muy pequeñas en proporción a su volumen. Más tarde vimos a tres de la misma especie en las vecindades de la hondonada que, al parecer, andaban en busca del que habíamos matado; pero, como nunca se posaron cerca, no tuvimos oportunidad de apresarlos.

Mientras duró la carne del pájaro nuestra situación no fue penosa, pero una vez que la hubimos terminado se hizo absolutamente necesario reaprovisionarnos. Las avellanas no bastaban para satisfacer el hambre, pues nos producían grandes cólicos, y si comíamos demasiado, fuertes dolores de cabeza. Habíamos observado varias enormes tortugas cerca de la playa, al este de la colina, y notamos que sería muy fácil capturarlas siempre que pudiéramos llegar hasta ellas sin ser descubiertos por los nativos. Decidimos, pues, intentar el descenso.

Empezamos por ir hasta la ladera del sur, que parecía ofrecer menos dificultades; pero apenas habíamos adelantado unas 100 yardas cuando nuestra marcha —como lo habíamos previsto por algunas señales en la cumbre— se vio detenida a causa de un ramal de la garganta en la cual habían perecido nuestros compañeros. Costeamos el borde de la misma durante un cuarto de milla, hasta vernos nuevamente detenidos por un precipicio de enorme profundidad. Como no podíamos seguir avanzando por el borde del abismo, nos vimos precisados a desandar camino por la hondonada principal.

Avanzamos entonces hacia el este, pero los resultados fueron exactamente los mismos. Después de una hora de bajar con grandes dificultades, y a riesgo de quebrarnos el cuello, descubrimos que habíamos llegado al fondo de un enorme pozo de granito negro con el suelo cubierto de fino polvo, y cuya única salida la constituía precisamente el áspero sendero por el cual acabábamos de bajar. Luego de desandarlo trabajosamente, probamos el borde meridional de la colina. Aquí tuvimos que proceder con las máximas precauciones, ya que el menor descuido podía exponemos a las miradas de los salvajes del poblado. Nos arrastramos, pues, sobre rodillas y manos, teniendo en ocasiones que tendernos completamente en tierra y reptar poco a poco entre los arbustos. Habíamos avanzado escaso trecho en esta forma cuando llegamos al borde de un abismo muchísimo más profundo que todos los anteriores y que daba directamente a la garganta principal. Nuestros temores quedaron así confirmados; nos hallábamos completamente aislados del mundo de abajo. Agotados por nuestros esfuerzos, nos arrastramos penosamente hasta la plataforma, y allí, arrojándonos en la cama de hojas secas, dormimos largas horas con un sueño profundo y reparador.

Durante varios días nos ocupamos de explorar cada porción de la cumbre de la colina, a fin de asegurarnos de los recursos que contenía. Descubrimos que no podía proporcionarnos alimento, con excepción de las dañinas avellanas y una especie de codearía, que sólo crecía en una superficie de unas cuatro pérticas cuadradas y que no tardaría en agotarse. Si recuerdo bien, hacia el 15 de febrero ya no nos quedaba ni una hoja y las avellanas empezaban a escasear; nuestra situación, pues, era de lo más lamentable[8]. En 16 volvimos a recorrer las paredes de nuestra prisión con la esperanza de descubrir alguna vía de escape, pero sin ningún resultado. Bajamos, incluso, al abismo donde habíamos quedado sepultados con la débil esperanza de descubrir, a lo largo de su pasaje, alguna comunicación con la cañada principal. También allí sufrimos una decepción, pero encontramos un mosquete que subimos con nosotros.

El 17 nos pusimos en marcha con intención de explorar más detalladamente el abismo de granito negro al cual habíamos bajado durante nuestra primera exploración. Recordamos que sólo habíamos avanzado un trecho en una de las fisuras laterales de dicho abismo y estábamos ansiosos por explorarla, aunque no teníamos esperanzas de descubrir ninguna abertura.

Al igual que la primera vez, no fue demasiado difícil llegar al fondo del abismo, y, como estábamos mucho más tranquilos, pudimos explorarlo con mayor atención. Era, por cierto, uno de los lugares más raros que pueda imaginarse y mucho nos costó convencernos de que realmente fuese obra de la naturaleza. Desde su extremo este al oeste, el precipicio tenía unas quinientas yardas de longitud, contando todas sus sinuosidades; en línea recta supongo que no alcanzaba a más de cuarenta o cincuenta yardas, aunque carecía de medios para calcular exactamente las distancias. Al empezar el descenso al abismo —digamos a unos cien pies por debajo de la cumbre de la colina— los lados eran muy diferentes entre sí y no daban la impresión de haber estado jamás juntos; una de las superficies era de esteatita y la otra de marga, graneada con alguna materia metálica. A esta altura, la separación entre los dos acantilados alcanzaba a unos sesenta pies, pero su formación era sumamente irregular. Al continuar el descenso, empero, esta separación disminuía rápidamente y los dos lados empezaban a correr paralelamente, aunque durante un trecho continuaban siendo disímiles en cuanto a material y a superficie: A cincuenta pies del fondo se iniciaba una regularidad perfecta. Los lados eran completamente uniformes en sustancia, color y dirección lateral; los constituía un granito tan negro como brillante, y la distancia entre ambas paredes era exactamente de veinte yardas en cualquier punto.

El trazado de este precipicio podrá comprenderse mejor mediante el diseño que aparece a continuación; lo dibujé allí mismo, pues afortunadamente guardaba conmigo una libreta de bolsillo y un lápiz que conservé cuidadosamente a lo largo de toda una serie de posteriores aventuras, y a la cual debo la fijación de muchísimos temas que, en otra forma, se hubieran borrado de mi memoria.

Fig. 1

Esta figura (fig. 1) da el trazado general del precipicio, sin las cavidades menores laterales, de las cuales había varias, cada una con su correspondiente protuberancia en el lado opuesto. El fondo del abismo estaba cubierto por tres o cuatro pulgadas de un polvo casi impalpable, bajo el cual vimos que continuaba el granito negro. A la derecha, en la extremidad inferior, se advertirá la presencia de una pequeña abertura; se trataba de la grieta a que me referí antes y cuya exploración constituía el motivo de nuestro segundo descenso. Penetramos decididamente en ella, cortando cantidad de zarzas que nos estorbaban y desmontando un gran amontonamiento de agudos pedernales que tenían la forma de puntas de flechas. Al advertir que algo de luz penetraba desde el fondo, nuestras fuerzas redoblaron. Nos abrimos finalmente camino hasta unos treinta pies de profundidad, descubriendo entonces que la abertura formaba una arcada baja y regular cuyo piso estaba tapizado por el mismo polvo impalpable del precipicio principal. Un raudal de luz cayó entonces sobre nosotros, y al sobrepasar un codo de poca longitud nos hallamos en otra enorme cavidad similar en todos sus aspectos a la que acabábamos de dejar atrás, salvo que su forma era longitudinal. He aquí el trazado general (fig. 2).

Fig. 2

La longitud total de este abismo, comenzando por la abertura a y prosiguiendo por el codo b hasta la extremidad d, era de quinientas cincuenta yardas. En c descubrimos una pequeña abertura, semejante a la que nos había servido para entrar viniendo desde el abismo principal, e igualmente bloqueada por zarzas y cantidad de pedernales blancos parecidos a puntas de flechas. Nos abrimos paso, descubriendo que el pasaje tenía unos cuarenta pies de largo y que desembocaba en un tercer abismo exactamente igual al primero, salvo su forma longitudinal, que se muestra en la figura 3.

El largo del tercer abismo resultó ser de trescientas veinte yardas. En el punto a había una grieta de unos seis pies de ancho, que se extendía unos quince pies dentro de la roca, terminando en una superficie de marga; no había allí ninguna comunicación con otro abismo, como habíamos esperado.

Fig. 3 y Fig. 5

Nos disponíamos a abandonar esta fisura, por la cual penetraba muy poca luz, cuando Peters me llamó la atención sobre una serie de extrañas muescas en la superficie de la marga que cerraba aquel cul-de-sac. Sin acudir demasiado a los poderes de la imaginación, podría haberse pensado que las muescas del lado izquierdo, o sea, el más septentrional, representaban de manera muy tosca a una figura humana de pie y con los brazos extendidos. El resto de las marcas tenían igualmente cierto parecido con signos alfabéticos, y Peters se mostró dispuesto a aceptar tan absurda hipótesis. Terminé por convencerlo de su error mostrándole el suelo, de donde recogimos, mezclados con el polvo varias grandes esquirlas de marga que habían sido evidentemente desprendidas por alguna conmoción de la pared donde se hallaban las muescas, y que correspondían exactamente a aquéllas, lo cual probaba que los signos eran obra de la naturaleza. La fig. 4 proporciona un esquema muy aproximado del conjunto:

Fig. 4

Después de convencernos de que aquellas singulares cavernas no nos proporcionarían ningún medio para escapar de nuestra prisión, regresamos desalentados y afligidos a la cumbre de la colina. Nada digno de mención sucedió en las veinticuatro horas siguientes, como no sea que al examinar el suelo de la parte oriental del tercero de los abismos, encontramos dos agujeros triangulares de enorme profundidad, cuyas paredes eran igualmente de granito negro. No creímos que valiera la pena intentar el descenso, pues tenían toda la apariencia de pozos naturales, sin salida alguna. Medían unas veinte yardas de circunferencia, y tanto su forma como su posición con respecto al tercero de los abismos, aparecen señaladas en la figura 5.