Capítulo XV

El día 12 zarpamos de Christmas Harbor, retrocediendo hacia el oeste y dejando a babor la isla Marión, perteneciente al archipiélago de Crozet. Pasamos luego cerca de la isla del Príncipe Eduardo, también a nuestra izquierda, y rumbeando algo más hacia el norte, en quince días llegamos a las islas de Tristán da Cunha, a los 37° 8' de latitud sur y 12° 8' de longitud oeste.

Este archipiélago, hoy en día tan conocido y formado por tres islas circulares, fue descubierto por los portugueses, visitado por los holandeses en 1643 y por los franceses en 1767. Las tres islas constituyen un triángulo y distan diez millas una de otra, con excelentes canales entre ellas. La tierra está muy elevada, sobre todo la de Tristán da Cunha propiamente dicha. Es la isla mayor del grupo, posee unas quince millas de circunferencia y es tan alta que con tiempo despejado se la ve a una distancia de ochenta o noventa millas. Una parte, hacia el norte, se alza a más de mil pies y perpendicularmente al mar. De allí una meseta se tiende casi hasta el centro de la isla, y sobre ella emerge un majestuoso cono semejante al de Tenerife. Su mitad inferior está vestida de grandes árboles, pero la superior es de roca desnuda, casi siempre oculta entre nubes y cubierta de nieve la mayor parte del año. No hay bajíos ni otros peligros alrededor de las islas, pues las costas son sumamente escarpadas y muy profundo el mar. Sobre el noroeste hay una bahía, con una playa de arena negra donde es fácil desembarcar con botes siempre que el viento sople del sur. Se obtiene allí abundante agua de excelente calidad; asimismo pueden pescarse con línea el bacalao y otros peces.

La isla que le sigue, la más occidental del grupo, se llama Inaccesible. Su exacta situación es: 37° 17' S, 12° 24' O. Tiene una circunferencia de siete u ocho millas y presenta por todas partes acantilados inabordables. Su plataforma es completamente llana, y toda la región es estéril; nada crece allí aparte de unos pocos arbustos achaparrados.

La isla Nightingale, la más pequeña y austral, se halla a 37° 26' de latitud sur y 12° 12' de longitud oeste. Más allá de la extremidad sur hay un alto arrecife formado por islotes rocosos; unos pocos más, de aspecto parecido, se avistan hacia el noroeste. El suelo es irregular y desierto y un profundo valle lo divide parcialmente.

En la temporada de caza las playas de estas islas abundan en leones y elefantes marinos, dos especies de focas, así como gran variedad de pájaros oceánicos. Las ballenas son también numerosas en sus proximidades. Debido a la facilidad con que estos animales sé dejaban cazar en otros tiempos, el archipiélago fue muy visitado desde su descubrimiento. Los holandeses y franceses lo frecuentaron pronto. En 1790, el capitán Patten, al mando del Industry, proveniente de Filadelfia, llegó a Tristán da Cunha, donde permaneció siete meses (de agosto de 1790 a abril de 1791) con el propósito de reunir pieles de foca. En ese plazo obtuvo no menos de 5600, y afirmó que no habría tenido dificultad en cargar de aceite un gran barco en tres semanas. No encontró cuadrúpedos en las islas, salvo unas pocas cabras monteses; pero ahora abundan toda clase de valiosos animales domésticos, que los navegantes posteriores fueron introduciendo en ellas.

Creo que, poco después de la visita del capitán Patten, el capitán Colquhoun, del bergantín norteamericano Betsey, hizo escala en la mayor de las islas a fin de aprovisionarse. Plantó en ella cebollas, patatas, berzas y muchos otros vegetales, todos los cuales abundan en la actualidad.

En 1811, cierto capitán Haywood, a bordo del Nereus, visitó Tristán da Cunha. Encontró allí a tres norteamericanos que vivían en la isla y se dedicaban a curtir pieles de foca y a almacenar aceite. Uno de ellos, llamado Jonathan Lambert, se decía soberano de aquella tierra. Había despejado y cultivado unos sesenta acres, ocupándose del cultivo de café y caña de azúcar, que le habían sido proporcionados por el ministro norteamericano en Río de Janeiro. Pero la colonia fue finalmente abandonada, y en 1817 el Gobierno inglés tomó posesión de las islas, enviando a tal efecto un destacamento desde el cabo de Buena Esperanza. No las retuvo mucho tiempo, sin embargo, pero cuando evacuó la región, renunciando a su dominio, dos o tres familias inglesas se instalaron allí con independencia del Gobierno. El 25 de marzo de 1824, el Berwick, al mando del capitán Jeffrey, que había zarpado de Londres con destino a la tierra de Van Diemen, llegó a las islas, encontrándose a un inglés llamado Glass, ex cabo de artillería, quien sostenía ser el gobernador supremo de las islas, y tenía bajo su mando a veintiún hombres y tres mujeres. Dicho personaje dio informes muy favorables sobre el clima y la productividad del suelo. La población se ocupaba principalmente de la caza de la foca y del acopio de aceite de elefante marino, traficando con el cabo de Buena Esperanza, pues Glass era dueño de una pequeña goleta.

Cuando llegamos nosotros, el gobernador residía aún en la isla, pero su pequeña comunidad se había multiplicado y había 56 personas en Tristán da Cunha, fuera de una pequeña colonia de siete almas en Nightingale Island. No tuvimos dificultades en procurarnos todas las vituallas que necesitábamos; ovejas, cerdos, novillos, conejos, aves, cabras, pescado de diversas clases y vegetales abundaban muchísimo. Como habíamos fondeado cerca de la isla principal, con un fondo de 18 brazas, pudimos embarcar todas las provisiones sin inconvenientes. El capitán Guy compró además a Glass 500 pieles de foca y algo de marfil. Nos quedamos una semana, durante la cual soplaron vientos del norte y del oeste, y el tiempo se mostró algo brumoso. El 5 de noviembre izamos velas y rumbeamos hacia el sur y el oeste, con intención de buscar un archipiélago denominado islas Auroras, sobre cuya existencia las opiniones estaban muy controvertidas.

Se afirma que dichas islas fueron descubiertas en 1762 por el comandante del Aurora. En 1790, el capitán Manuel de Oyarudo, al mando del Princess, perteneciente a la Real Compañía de las Filipinas, afirmó haber navegado entre ellas. En 1794, la corbeta española Atrevida trató de localizar exactamente el archipiélago, y en un documento publicado en 1809 por la Real Sociedad Hidrográfica de Madrid, la expedición fue mencionada en los siguientes términos:

La corbeta Atrevida, una vez en las inmediaciones de las islas, practicó, desde el 21 al 27 de febrero, todas las observaciones necesarias, midiendo con ayuda de cronómetros la diferencia de longitud entre dichas tierras y el puerto de Soledad, en Manila. Se trata de tres islas, situadas muy cerca una de otra sobre el mismo meridiano; la central es baja, pero las otras dos pueden ser avistadas a nueve millas de distancia.

Las observaciones Hechas por la Atrevida dieron los siguientes resultados sobre la posición de cada isla: La más septentrional se halla a 52° 37' 24" de latitud sur y 47° 43' 15" de longitud oeste; la central está a 53” 2' 40" S y 47“ 55' 15" O, y la más meridional, a 53° 15' 22" S y 47° 57' 15" O.

El 27 de enero de 1820, el capitán James Weddell, de la marina inglesa, zarpó de Staten Land, dispuesto a su vez a encontrar las islas Auroras. En su informe manifiesta que, a pesar de haberlas buscado prolijamente y navegando no solamente sobre los puntos indicados por el comandante de la Atrevida, sino en sus inmediaciones, no pudo descubrir la menor señal de tierra. Estas declaraciones antagónicas indujeron a otros marinos a buscar a su vez las islas; y por más extraño que parezca, mientras algunos recorrieron cada pulgada de la zona donde se suponía que estaban, sin encontrarlas, no pocos afirmaron positivamente haberlas visto, e incluso haber desembarcado en ellas. El capitán Guy estaba dispuesto a realizar todos los esfuerzos posibles para aclarar de una vez por todas un asunto tan curiosamente controvertido[4].

Continuamos rumbeando entre el sur y el oeste, con tiempo variable, hasta el 20 del mes, en que llegamos al debatido lugar, a 53° 15' de latitud sur y 47° 58' de longitud oeste, vale decir muy cerca del lugar señalado como situación de la más meridional de aquellas islas. Al no percibir la menor señal de tierra, seguimos hacia el oeste, por el paralelo 53 sur, hasta cruzar el meridiano 50 oeste. Pusimos luego proa al norte, hasta el paralelo 52 sur, virando al este y manteniéndonos en el paralelo mediante un doble cálculo de altitudes, por la mañana y por la tarde, a la vez que fijábamos las altitudes meridianas de los planetas y la luna. Habiendo llegado así por el este a la altura de la costa occidental de Georgia, nos mantuvimos en ese meridiano hasta alcanzar la latitud de la cual habíamos partido. Emprendimos entonces carreras diagonales a través de toda la extensión circunscrita, con un vigía constantemente apostado en el palo mayor, y continuamos estas cuidadosas exploraciones durante tres semanas, gozando continuamente de un magnífico tiempo despejado. Con esto quedamos plenamente convencidos de que, si en épocas anteriores había habido alguna isla en estas regiones, no quedaba el menor vestigio en la actualidad. A mi retorno a la patria pude averiguar que en 1822 hubo nuevas e igualmente minuciosas exploraciones a cargo del capitán Johnson (goleta norteamericana Hettry) y del capitán Morrell, en la goleta norteamericana Wasp; ninguna de ellas obtuvo mejores resultados.