TENGO CINCUENTA AÑOS y África se ha muerto. He terminado de leer su carta y su diario ahora, hace un momento. He abierto la ventana de mi habitación del hotel Palace y me he asomado a mirar el edificio de las Cortes y, a mi derecha, allá encima de la colina que corona al museo del Prado, la iglesia de los Jerónimos. Allí iba ella a rezar misas y rosarios, a confesarse de nimiedades.
¿Cuál es mi esperanza de vida? ¡Qué sarcasmo, esperanza! ¿Treinta años? ¿Veinte? ¿Todo ese tiempo esperando a que me deje de latir el corazón?