A Roberta Grossman, mi antigua socia, que hace dieciséis años me desafió a escribir esta novela. Trágicamente, murió antes de ver el libro terminado. Sin su inspiración jamás me habría planteado el reto de escribir La pianista de Varsovia.
A Steven Zacharius, mi hijo, y socio en los últimos doce años, que sigue construyendo el sueño editorial que puse en marcha.
A Judy Zacharius, mi intrépida hija, que está cumpliendo muchos de sus sueños. Un día quizá también escriba un libro. Espero leerlo.
A Cori Zacharius y Adam Zacharius, mis nietos; porque nunca vivan los horrores de este libro.
A Alice Zacharius, la persona más importante de mi vida. Sin su ayuda y su apoyo, nunca habría llegado tan lejos…