Prólogo

1975

En el crepúsculo, el bosquecillo de cipreses de la frontera libanesa parece un pequeño ejército listo para atacar; y no es una comparación descabellada, ya que el kibbutz contiguo a mi diminuta granja ha sufrido bombardeos con cierta regularidad. En caso de invasión, no sería fácil distinguirme de los kibbutzim, aunque yo, a diferencia de ellos, carezca de armas para defenderme.

Ya ha pasado más de un año desde las primeras bombas. Los ataques pueden ser semanales, o repetirse tres o cuatro veces por semana (es la manera que tienen de matar el tiempo las tropas árabes), pero la mayoría de los días me siento segura. La arboleda que separa la tierra fértil de mi finca de los eriales marrones del lado libanés es un asilo, mi refugio contra tanto horror.

Es una noche tranquila, pero estoy como borracha. Mañana recibiré la visita de un antiguo amor. La perspectiva es tan emocionante, y al mismo tiempo tan aterradora, que no consigo estarme quieta. Me paseo delante de la casa mirando los árboles verdes, aspirando la fragancia del aire, oyendo el canto de los pájaros y recordando la piel y el sabor de ese hombre, aunque lleve casi treinta años sin probar ni lo uno ni lo otro.

No puedo esperar. El mero hecho de pensar en él, aunque no esté conmigo, hace que mi cuerpo reviva. Es tan intensa la memoria de los sentidos, que me obliga a respirar hondo para calmar mi corazón. Sólo entonces, más serena, puedo entrar en casa y coger la carta que anuncia su llegada.

Querida Mia:

La semana pasada te vi en un noticiario de la Pathé sobre las tensiones fronterizas. Aparecías trabajando en el campo (¿eres granjera?), y estabas tan guapa como siempre, de una belleza arrasadora. Me di cuenta enseguida de que tenía que verte. Comprendí cuánto te echo de menos, y algunas gestiones detectivescas me permitieron encontrar tu dirección.

No me lo puedes impedir. Cuando recibas esta carta estaré volando hacia Israel, de camino a tu casa, donde llegaré el 27. De hecho no tienes mi dirección. Ya no vivo en el mismo sitio que la última vez que nos vimos en América.

¿Cómo será el reencuentro? Puedes echarme a patadas, o quedarte muda. También puedes recibirme con un abrazo, y dejar que nos pongamos al día sobre todos estos años de separación. Lo más importante, en cualquier caso, es que podremos recordar.

Tu Vinnie.

Recordarle. ¡Cómo no! Lo malo es que acordándome de él me acuerdo de todo lo demás, y eso me asusta y me da pánico. Su carta ha arrancado la costra de un tirón, y ahora estoy aquí, sangrando por los dos.

Si hago el esfuerzo de acordarme de todo antes de que llegue, quizá su visita sea un consuelo y pueda empezar a amar de nuevo.

O quizá no.