¡Ésa era, por lo tanto, la explicación de la actitud de Dag!
Había encontrado a una chica. Lena llamó y se lo contó. Ella los había visto juntos, y Dag parecía muy enamorado.
El cerebro de Nora se había paralizado. Quedó muda en el teléfono. Hubiera creído cualquier cosa, pero no precisamente aquello.
—Pero ¿Dag no te ha dicho nada?
Lena estaba asombrada, estaba segura de que Nora ya lo sabía; sólo quería decirle que los había visto juntos.
—¿Por qué no te ha dicho nada? ¡Tú lo deberías haber sabido antes que nadie! —decía.
Nora puso fin a la conversación tan pronto como pudo. Le hubiera gustado mucho saber cómo era la chica, pero renunciaron tanto Lena como ella. Le producía extrañeza. En todo caso, no era nadie de su escuela, por lo que le dijo Lena.
Nora sentía como si le hubiesen dado una bofetada. ¡Era una traición verdaderamente! Estaba herida en el alma. Dag no tenía la menor confianza en ella. ¿Se merecía aquello?
Había sabido siempre que tarde o temprano llegaría el momento de perder a Dag. Y después sólo sería cuestión de tiempo antes de que perdiera también a Anders y Karin.
La chica de Dag vendría ahora a ocupar el puesto de Nora. Estaba claro que todos la querrían. A ella la habían elegido. Su propio hijo además. Nora era sólo alguien que les había caído encima, de la que no se podían deshacer fácilmente, por mucho que lo quisieran, y que era digna de lástima, puesto que era huérfana de padres.
Sí, cuanto más pensaba en ello tanto más horrible lo encontraba. Todo su mundo estaba próximo a derrumbarse. Tenía que ver claramente la realidad. No esconder la cabeza debajo de la almohada. Precisamente lo que ella había esperado y temido, había ocurrido ahora.
No podía imaginarse cómo iba a ocurrir; pero que tenía que estar relacionado con Dag, lo sabía. Por eso había tenido siempre tanto miedo a perderlo, pues sabía que alguna vez ocurriría así; pero tenía la esperanza de que tardaría, hasta que fuera un poco mayor y pudiera arreglárselas por sí misma.
Lo peor de todo era que nadie había dicho nada. Anders y Karin lo sabían seguramente ya. Pero, sumamente considerados, no habían sacado a relucir nunca nada. Nunca la despedirían. No, ella no debía tener miedo por eso. Podía quedarse con ellos, pero ya no seguiría ocupando un sitio en su corazón. Aquel sitio lo iba a ocupar la chica de Dag. A ella la querrían aunque siguieran ocupándose de Nora, muy conscientes de su deber, y jamás darían a entender la idea de que más bien molestaba.
Al contrario.
Harían como si todo fuera lo mismo.
Precisamente como ahora. No habían dicho nada, a pesar de que estaba segura de que ellos lo sabían. Aquel exceso de consideración era desagradable. La trataban igual que siempre. La acogían como siempre; debían de creer que no sabía cómo estaban las cosas. Y ella misma no se atrevía a demostrar nada, puesto que ellos no lo habían hecho.
Iba a resultar un círculo vicioso del que nadie podría evadirse.
No. Las cosas no podían continuar así. Tenía que salir de allí. Tenía que marcharse. Escapar lo antes posible.
Y si por lo menos no estuviese tan cansada… Ante todo, quería dormir; no podía más. También estaba resfriada.
Por lo menos, tenía que ponerse bien antes de marcharse.
Durante el tiempo que tardara en curarse reflexionaría y haría planes para el futuro.
No se llevaría nada consigo. Sólo lo que llevaba encima. Empaquetaría lo absolutamente necesario. Se llevaría también a Cecilia. Cecilia, la muñeca, era sólo suya, y sobre ella nadie tenía derecho alguno.
¿Adónde ir? ¿Tal vez a casa de los abuelos?
Pero si la hubieran querido, se hubieran hecho cargo de ella inmediatamente. Es verdad que el abuelo estaba en América cuando mamá y papá fallecieron. Y la abuela no hacía más que llorar y no era capaz de nada. Así se lo habían contado. Pero el abuelo regresó de América. ¿Por qué no la quisieron entonces?
Ellos, que habían perdido a su hija. Y Nora, que había perdido a sus padres. Tenían algo en común y deberían comprenderse mutuamente.
En realidad no habían hablado nunca. La abuela había preferido abrazarla y bromear, pero no hablar seriamente. ¿Y el abuelo? ¿Por qué estaba siempre en segunda fila? Tenía verdadero afecto por Nora, ella lo sabía. A pesar de que no lo demostraba tanto como la abuela.
No, ella no podía ir allí ahora. Además, ¿qué iba a decir? ¿Qué Dag salía con una chica, y que por ello no podía permanecer en casa de Anders y Karin? Aquello no era serio.
Estaba tan fatigada que no podía pensar seriamente en nada. Tenía escalofríos y el resfriado no se le iba. Si por lo menos pudiera dormir cien años…
Se metió en la cama con Cecilia y cavilaba, tratando de dormir, inquietamente.
Un par de veces vino Dag y llamó a la puerta, pero no le dejó entrar; pretextó que estaba resfriada y no se encontraba bien.
Así era en verdad; se encontraba peor. Ahora tenía fiebre y tosía, con lo que no podía ir al colegio. Tenía que quedarse en cama, era muy agradable y no quería otra cosa.
No necesitaba levantarse para las comidas. Karin se las llevaba. Cada vez temía que Karin le enviara a Dag, pero no había peligro. Casi nunca estaba en casa.
Por el contrario, Anders venía de vez en cuando. Parecía muy serio y la miraba interrogante. En una ocasión se detuvo y le tocó la frente.
—Tienes mal aspecto. ¿Cómo estás de verdad?
Anders se mostró muy amable. Era terrible pensar que seguramente era sólo por cumplir un deber. Se atragantó y tuvo que meterse debajo de la manta para que él no viese que se le saltaban las lágrimas. Ahora lloriqueaba por cualquier cosa. ¡Si por lo menos se marchara!
Pero Anders seguía allí y acariciaba torpemente la colcha de la cama, allí donde suponía que estaba la cabeza de Nora.
—Querida Nora… Es una lástima que no quieras hablar con nosotros.
Parecía de verdad. ¿Por qué no se atrevía a creerlo así? Le hubiera gustado tanto… Pero ahora se trataba de permanecer fuerte. Y no hacer el ridículo.
Él se quedó allí un rato, esperando, y después se marchó. Y ella pudo dar rienda suelta a su llanto.
Tan pronto como se pusiera buena se desharían de ella para siempre. Y podrían ahorrarse las contemplaciones.
Pero Nora se puso buena antes de lo que creía. No necesitó más que una noche. Karin tenía en casa una excelente medicina contra la tos. Al despertarse una mañana se encontró con que ya estaba casi bien.
En realidad había ido todo demasiado deprisa. Hubiera necesitado por lo menos algunos días más para ir preparando su marcha. Decidió callar que estaba mejor.
Se sentía como una impostora, pero hizo su papel de maravilla. Con aire compungido, pero decidido, declaró entre toses que iba a tratar de ir al colegio.
Ocurrió lo que esperaba. Karin la obligó a quedarse en casa. No se podía jugar con aquellas infecciones invernales. Tan pronto como una infección ataca la garganta, hay que tener mucho cuidado. Tenía que prometer no levantarse. Así lo prometió.
Por la tarde llegó Karin de improviso con una bolsa de caramelos.
—De parte de Dag —dijo—. Te desea que mejores pronto. No quería molestarte, pero deseaba que le dijeras cuándo podía venir y charlar un poco.
El corazón de Nora dio un brinco de alegría. Pero se dominó. No había que aceptar las cosas por adelantado. Aquello no tenía por qué significar algo especial. Una pequeña amabilidad para quedar bien.
—Salúdalo de mi parte y dale las gracias.
Karin hizo un gesto afirmativo y se sentó en el borde de la cama de Nora. Parecía preocupada.
—Me pregunto de qué quiere ahora hablar contigo.
Había entrado a toda prisa en la Biblioteca y había dejado la bolsa de caramelos con el encargo de que se la llevara a Nora. No iba a volver a casa hasta bastante tarde.
—Me parece que desde hace algún tiempo se ha portado de una manera extraña.
Karin meneó la cabeza, preocupada, y miró a Nora.
—Hay una chica por medio, como tú sabes muy bien.
Nora no contestó, su corazón palpitaba.
—Pero ¿qué te ha dicho en realidad? ¿O tal vez no quieres hablar de ello?
—No, no ha dicho nada.
—¿Pero te ha hablado por lo menos de que había encontrado a una chica?
—No.
—¿Es posible? Yo creía que sólo nos lo ocultaba a Anders y a mí.
Nora se incorporó en la cama. ¿Era posible? ¿Tampoco había dicho Dag una palabra a Anders y a Karin?
No. Karin lo había oído en la Biblioteca. Uno de los bibliotecarios los había visto juntos.
—Pero ¿cómo sabías tú eso?
—Por Lena, que también los ha visto.
—¿Puedes comprender por qué hace eso? Encuentro que no he sido tan mala madre para que no pudiera hablar conmigo. ¿O es que soy así?
Parecía preocupada, miró a Nora y trataba de sonreír. Pero la sonrisa le temblaba. Nora, impulsiva, le tendió la mano. Karin la tomó y la acarició. Estaba triste y agitada. Y lo demostraba.
En realidad no era tan extraño que Dag se hubiera entusiasmado con una chica. ¿Pero por qué tenía necesidad de mentir en casa? Y hacerles creer que estaba bailando…
Nora, muy seria, miró a Karin.
—Pero ¿verdaderamente ha mentido? No lo creería yo.
Karin reflexionó. No, tal vez no, directamente. La mayoría de las veces habían sido ellos los que creían que se trataba de las clases de ballet. Él no había dicho nada.
—Seguramente ha sido así. Ha dicho a menudo que no quería decir dónde había estado. Eso no es mentir.
—Tienes razón —Karin le dirigió a Nora una mirada agradecida. Después, sonrió. Había que aceptar la situación—. Es de esperar que la chica que nos traiga no sea demasiado difícil.
No parecía feliz a pesar de la risa.
Nora le lanzó una mirada severa. No compartió su risa.
—Dag no querría nunca estar con alguien que tuviese un carácter imposible.
Karin volvió a mirarla. No, no haría eso, afirmó. Pero ¡le era tan fácil entregarse a sueños y fantasías! Y no tenía experiencia alguna con las chicas. ¡Le podrían engañar!
Nora meneaba la cabeza con insistencia. No, Dag no. No había peligro. Aunque él no tuviera mucha experiencia, sí tenía…, buscaba la palabra exacta.
—Conocimiento de las personas. Es bastante buen conocedor del género humano.
—¿Lo crees? —dijo Karin con alegría—. Es interesante lo que dices. Yo también lo creo así, posee cierta intuición psicológica. Por eso estoy tan extrañada ahora…
—Pero tú no has visto a la joven. No la conoces.
—No, no, no era eso lo que quería decir. Pero no es muy lógico que Dag no nos hubiera dicho una palabra a nosotros. Dejar que nos enteráramos por terceras personas. Tiene que comprender que nos extraña. Eso perjudica también a la muchacha. Nos podemos imaginar que es culpa de ella, cuando se calla de tal manera.
Karin la miró interrogante. ¿No le parecía a ella lo mismo? Naturalmente que estaba mal.
—Tú que conoces a Dag mucho mejor que yo…
—¿Yo? —dijo Nora, extrañada—. Que yo conozco a Dag mejor…
Karin le dio un rápido beso en la mejilla.
—¿Te extraña? Creo de verdad que sí. Era precisamente por eso por lo que quería hablarte. Pensaba que tal vez tú comprendieses todo esto mejor que yo. ¿Por qué es tan misterioso?
Karin parecía un poco desconcertada. Mantuvo la mano de Nora y la apretó con fuerza. Ambas se miraron a los ojos. Y Nora sintió cómo las cosas se aclaraban para ella.
Sí, la actitud de Dag parecía extraña, también lo creía ella. Igualmente, le había producido tristeza y se sentía decepcionada.
Karin afirmó. Sí, precisamente, «decepción» era la palabra adecuada.
—Decepcionada y dejada de lado.
Pero podía haber muchos motivos para querer guardar ciertas cosas para uno mismo. Nora no lo había comprendido antes. Algo como tener necesidad de crearse una opinión propia antes de hacerla participe a los otros, y escuchar sus ideas, y sus pareceres. Que podrían confundir sus conceptos.
Dag hubiera podido explicárselo a ellos, pero tan lejos no pensaba ir.
Karin suspiró. Pero fue un suspiro de alivio. Su preocupación había desaparecido y sonrió.
—Vosotros dos os lleváis muy bien, tú y Dag. Y no te puedes imaginar lo mucho que me alegro. Él te hubiera defendido de la misma manera.
Nora estaba asombrada.
¿Había ella defendido a Dag? No había pensado en ello. Pero lo había hecho. Y lo sentía así. Otra cosa hubiera sido impensable.
Ahora comprendía cómo estaban las cosas. Ella, que había estado tan desesperada por causa suya. Ya no lo estaba. Ahora pensaba y sentía de otra manera.
Karin se levantó. Se irguió y se sintió aliviada.
—Cómo me ha gustado hablar contigo, Nora. Estaba bastante triste. Pero tiene que haber sido como tú dices. Dag quiere crearse una idea propia. Y hace bien. Ahora lo comprendo. Me es difícil, en todo caso, callarme mi parecer.
Se echó a reír y sus ojos toparon con la bolsa de caramelos.
—¿Me invitas?
Nora abrió la bolsa y miró su contenido. Dag había comprado sus caramelos preferidos.
—Bueno. Coge algunos —le alargó sonriente la bolsa a Karin.
Aquel día por la noche se levantó repentinamente de la cama. Ya estaba completamente bien. Ya no aguantaba estar en cama más tiempo y seguir holgazaneando. Cogió la aspiradora del armario de la limpieza y limpió todo el piso. Karin llevaba varios días quejándose de lo sucio que estaba todo. Se sorprendería cuando volviese a casa de su trabajo en la Biblioteca. Iba a dar gusto contemplar su alegría y su sorpresa.