¿Cuánto de lo que ella sabía podría contarle a Dag? Nora reflexionaba sobre esto en el autobús. Se encontraba totalmente aturdida. Tenía necesidad de pensar. Eran tantas cosas. Primero necesitaba meditar sobre todo lo ocurrido. Pero Dag estaría en casa, con su curiosidad.
Le explicaría una parte, pero no todo. Todavía no. Lo de la abuela, por ejemplo. Habría que hablar con ella primero, antes de decir nada. Era tan raro. Quería guardar el secreto lo más posible.
Ante todo quería estar a solas con Cecilia, la muñeca. Se acordaba mucho de ella. Ahora sabía que existían lazos de parentesco entre ellas. Pero también existían otros lazos más importantes. Ésa era la razón por la que Hedvig quería que fuera ella precisamente la que recibiera la muñeca. Comenzaba a comprender el sentido de todo. Ellas —Hedvig y Cecilia— querían de ella algo que no se podía decir directamente. Era ella misma la que tenía que encontrarlo. Y llegar a descubrirlo.
Bueno, ¿qué le diría a Dag?
Pero el problema se resolvió por sí solo. Dag no estaba en casa. Aquello la asombró muchísimo. ¡Él sabía perfectamente que ella debía ir a ver a Hulda! Estaba segurísima de que la esperaría. Pero no fue así. Se había ido. Qué raro. No era propio de él.
¿Es que no estaba ya interesado? No era por su culpa si estaba un poco desilusionado.
Esperó y esperó. No podía pensar en otra cosa. Pero Dag no llegó hasta que Nora estuvo acostada y con la lámpara ya apagada. Oyó sus pasos por delante de la puerta. Seguramente estuvo allí para saber si estaba levantada. Ella podía haber encendido la luz y levantarse, pero lo dejó. Si no estaba interesado…
A la mañana siguiente, cuando Nora entró en la cocina, él había desaparecido ya. Tenía mucha prisa, dijo Karin. Se había tomado rápidamente su taza de té y marchado enseguida.
Después no se le vio en todo el día, ni siquiera a la hora de cenar. Es cierto que los fines de semana cada miembro de la familia hacía lo que quería. Les gustaba tener sensación de libertad.
Pero en cualquier caso, ¿por qué se portaba Dag así?
¿Era para hacerle ver que quería cumplir su promesa de no mostrar curiosidad?
Entonces había ido demasiado lejos. No, no era lo que ella había querido decir. Lo que había querido decir es que no quería dar a conocer los secretos de otros. Los de Cecilia, por ejemplo. Pero naturalmente había otras cosas de qué hablar.
¡Estúpido Dag!
¿Se había ofendido a pesar de todo porque ella quería solucionar sus cosas por sí misma? No; lo hubiera sabido. Dag decía las cosas claras.
Esa manera de proceder no era, en verdad, propia de él.
Anders y Karin no sabían nada. Cuando Dag no volvió para cenar, ella les preguntó, naturalmente, dónde estaba; pero no hicieron otra cosa que encogerse de hombros. ¿Estaría en la escuela de ballet? Parecían totalmente indiferentes. Nadie sabía nada. Tal vez… Tal vez no… ¡Y ella que estaba tan pletórica de acontecimientos que contar! Pero, como de costumbre, no tenía nadie con quien hablar.
Al día siguiente, lo mismo. Cuando regresó de la escuela, Dag continuaba brillando por su ausencia. Y tampoco iba a venir a cenar. Anders dijo que había telefoneado para decirlo.
—Bueno, ¿pero qué hace entonces? ¿Por dónde anda?
No podía dejar de mostrarse impaciente. Anders no hacía más que reír. Sencillamente, Dag no había querido decir dónde estaba. Había dicho que volvería más tarde, pero no podía precisar cuándo. Él era ya mayor y no tenía que dar cuenta de los pasos que daba.
Nora no dijo nada, pero lo encontraba muy extraño. Hasta las personas mayores acostumbran a decir dónde se hallan. Sin que ello parezca extraordinario. Y si tienen que faltar dos días seguidos a la cena, es lo mínimo que se puede pedir.
—Tiene que ser ese baile —dijo Karin—. La fecha de la representación se aproxima, y él tiene un papel.
Dag no quería nunca hablar de lo que estaba haciendo, pues de todo se hacía una montaña, decía él.
Era posible que fuera como decía Karin. Era posible también que él se ocupase ahora con mayor interés de otra cosa, para no caer en la tentación de mezclarse en sus asuntos. Eso sí, era propio de él, si se pensaba más despacio.
La consecuencia de las ausencias de Dag fue que Nora tenía que sacar a Ludde casi todas las noches. En realidad, a ella no le importaba; pero sentía cierta responsabilidad puesto que ahora no se podía confiar en Ludde. Tal y como estaba la situación, podía escaparse en el momento menos pensado. Así que era preferible ser dos a la hora de sacarlo. Y Anders y Karin nunca tenían tiempo.
Lena se ofrecía a sacarlo de vez en cuando, pero no podía hacerlo continuamente. Pasearlo era fácil, pero no cada vez que Ludde buscaba un árbol.
Finalmente ocurrió lo que era de esperar. Un buen día Ludde desapareció, sin más ni más. Iba también Lena. Habían estado paseando y después se habían parado a charlar un momento delante de la puerta de Nora.
Ludde se había portado muy bien durante todo el tiempo y había jugado con su correa. Nadie podía pensar que proyectaba algo. Las engañó.
Era Lena la que lo llevaba. Cuando la chica ya se iba, y precisamente en el justo momento en que le pasaba la correa a Nora, el perro dio un fuerte tirón y se soltó. Seguidamente salió corriendo. No había manera de alcanzarlo, estaba ya muy lejos cuando se dieron cuenta de lo que había sucedido.
Lena quería coger inmediatamente las bicicletas y tratar de alcanzarlo. Estaba muy disgustada y creía que la culpa había sido suya. Pero Nora la tranquilizó.
No era, desgraciadamente, la primera vez que Ludde se comportaba de tal manera. Era inútil tratar de buscarlo. Estaba acostumbrado a escaparse y sabía esconderse. Pero pronto estaría de vuelta, no tendrían por qué inquietarse. No había nada más que esperar a que se dignase aparecer de nuevo.
Lena se fue a su casa y Nora telefoneó a la policía.
Pero esta vez Ludde no regresó tan pronto.
Estuvo fuera tres noches. Hasta la propia Karin, que generalmente tomaba sus escapadas con tranquilidad, empezaba a impacientarse. Anders lo tomó muy a pecho, como siempre. En cuanto a Dag, Nora no sabía cómo había reaccionado. En los cortos momentos en que él y Nora se encontraron, la muchacha trató de evitarlo. La situación entre ambos había llegado a ser tan extraña que ella misma no la comprendía.
En todo caso, Ludde no aparecía. Nora empezaba a inquietarse verdaderamente y temía que esta vez le hubiera ocurrido algo grave.
Ocurrió la cuarta noche después de la desaparición. Nora, un poco resfriada, estaba sentada en la cocina hojeando indolente una revista mientras vigilaba el horno. Karin había metido allí dos panes, que Nora debía vigilar, mientras Karin estaba en el baño.
Anders miraba la televisión, y Dag, naturalmente, no estaba en casa.
Había estado lloviendo todo el día, una lluvia gris y persistente. Había anochecido, pero la lluvia continuaba. Era más bien una lluvia otoñal que una lluvia de primavera. Nora se sentía triste.
Le había prometido a Hulda volver allí lo antes posible, pero no podría hacerlo mientras estuviese resfriada. No podía presentarse allí y contagiar a todas las ancianas de la residencia.
Por esta razón quedó todo aplazado. Tampoco pudo ir a ver a su abuela como había pensado. No había razón para ir allí antes de que Hulda le hubiese dado todos los detalles. Podían salir muchas cosas sobre las que habría que preguntar a la abuela.
Y después, ¡ese tonto de Dag que nunca estaba en casa! No, Nora no tenía motivos para estar alegre.
De pronto llamaron a la puerta de la cocina. Al principio una llamada corta y vacilante. Inmediatamente después una más larga y decidida.
¿Quién podía ser a esas horas? Eran aproximadamente las nueve y media de la noche.
Nora fue y abrió.
La luz de la escalera se había estropeado, de modo que el vestíbulo estaba completamente a oscuras. Y aquella parte de la cocina también. Nerviosa, intentó darle al interruptor de la luz, pero no lo consiguió. De pronto sintió algo húmedo y blando que rozaba sus piernas. Se estremeció y estuvo a punto de gritar. En el mismo momento encontró el interruptor. Encendió.
Allí estaba Ludde. Chorreando agua. Meneaba la cola y llevaba la lengua fuera. Nora se puso tan contenta que se arrodilló y lo abrazó.
Entonces oyó pasos que se alejaban corriendo.
Seguramente alguien había traído a Ludde y ahora se marchaba corriendo por la escalera.
—¡Oiga!
Nora corrió hasta la puerta y le llamó. Oyó los pasos que avanzaban de prisa, pero no veía a nadie en la oscuridad.
—¡Oiga! ¿Quién es usted?
Ahora los pasos se detuvieron un momento. Una voz gritó:
—Sólo quería dejar a Hero.
¿Hero? Naturalmente, ¡Ludde llevaba todavía el viejo collar!
Era una joven la que había hablado. Empezó a correr de nuevo.
¿Por qué no quería darse a conocer? Nora la llamó de nuevo.
—Muy amable. Gracias. ¡Espere un momento!
Pero la joven continuó. El portal se cerró tras ella. Nora corrió hacia la ventana de la escalera para ver quién podía ser, pero no vio a nadie. Había desaparecido. Se había marchado bordeando la pared. ¿Por qué no quería ser vista?
Había algo en aquella voz sonora. ¿Qué era?
Lo principal era que Ludde había vuelto a casa otra vez.
Pero ¿dónde había estado?
Seguramente en el mismo sitio que cuando se escapó la primera vez. En algún lugar de los alrededores de aquella misteriosa casa blanca que estaba rodeada de negros pinos. Allí donde Dag había encontrado sus huellas en el macizo del jardín.
Pero aquella casa y aquel jardín parecían totalmente abandonados. ¿Qué tenía Ludde que hacer allí?
¿Tal vez la joven vivía en los alrededores?
La policía le había dicho a Dag que era una joven la que había llevado a Ludde a comisaría.
¿Era la misma?
¿Por qué no había ido ella a la policía esta vez, sino directamente a casa? Y después no quiso darse a conocer.
Era bastante extraño.
Le hubiera gustado explicarle todo a Dag. Pero estaba claro que ya no se podía seguir contando con él. Muy triste.
Cuando los panes estuvieron listos, Nora se fue a su cuarto.
Poco después oyó que Dag llamaba.
¿Debería ir hacia él? ¿O era mejor esperar a que él viniese y llamara a la puerta, que ella había cerrado? Pero le oía hablar y reír allá afuera. Estaba con Anders. ¡Cuánto tenían que hablar!
No, ella no quería ir allí, quería esperar.
Pero Dag no venía. Continuó sentado ante la televisión con Anders hasta que terminó el programa. Era un programa musical.
Cuando la emisión terminó, continuaron hablando un rato. Dag parecía extraordinariamente animado. Después debió de irse a su cuarto. En el piso todo estaba silencioso. Ni siquiera se había acercado para ver si había luz en su habitación.
No pensaba en absoluto en ella.
Hacía mucho tiempo que no se sentía tan abandonada.