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Entre tanto, la reunión convocada por el comandante de la división había seguido su curso, sin otra pausa que la observada para que los jefes de los tres batallones salieran a desplazar sus unidades a las posiciones iniciales convenidas. Transmitida la orden de atrincherarse en las nuevas posiciones, los comandantes regresaron al refugio.

El tema que se debatía en aquel instante era lo relativo al armamento y las municiones de guerra. Se hizo saber que el regimiento disponía de un único cañón de cuarenta y cinco milímetros, con sólo tres proyectiles útiles; una ametralladora sistema Maxim desprovista de cinta; dos morteros para los que no existían cargas; un par de fusiles por sección, pero sólo un número limitado de municiones para cada uno de ellos, y botellas de líquido inflamable con que dotar a uno de cada tres hombres.

—Está claro —dijo el general—. El armamento y las municiones son escasos. Hay que economizar proyectiles y aprovechar al máximo el factor sorpresa.

La puerta del refugio se abrió para dar paso a un soldado cuyo capote aparecía calado por la lluvia. Llevándose al gorro la mano, el soldado dijo con voz clara y audible:

—¿Da usted su permiso, camarada general, para que hable con el camarada comandante?

—Concedido —respondió el general.

El soldado se volvió hacia el coronel. Su capote despedía vapor.

—¿Da usted su permiso, camarada coronel?

—A ver, ¿qué llevas ahí? —indagó el coronel.

El soldado le entregó un pliego doblado a la manera de los partes oficiales y, tras solicitar permiso para ausentarse, se marchó. El coronel abrió el parte, lo leyó y se lo tendió al general.

Estaba redactado en los siguientes términos:

PARTE

que cursa al comandante del regimiento,

coronel Lapshin,

el alférez Bukáshev.

Por el presente pongo en su conocimiento que, interrogado por el que suscribe, alférez Bukáshev, el militar alemán que los exploradores Siril y Filiúkov hicieron prisionero manifestó apellidarse Miliaka, ser oficial de la Gestapo y haberse distinguido en sus servicios a dicha organización por su crueldad y dureza. El interrogado ha intervenido en la ejecución en masa de ciudadanos soviéticos, entre los que figuraban por igual comunistas y personas sin filiación política.

El prisionero ha declarado asimismo que las fuerzas del llamado Chonkin se encuentran en la isba más exterior de la aldea, propiedad, hasta el momento de la ocupación, de la encargada del correo, camarada Beliashova, donde cuenta con el apoyo de un destacamento de la Gestapo, cuyos miembros se hallan unidos por lazos muy sólidos. En las inmediaciones de la casa existe un pequeño campo de aterrizaje donde se encuentra un avión del que, al parecer, se sirven para mantener contactos regulares con el Ejército hitleriano.

El arriba citado Miliaka, que rehusó facilitar detalles más precisos, observó durante el interrogatorio una conducta provocativa y fanática. Invocó en repetidas ocasiones consignas y jaculatorias fascistas (en particular la de «Heil Hitler!») y tuvo palabras de manifiesta falta de respeto para el orden social y político de nuestro país. Muchos de sus improperios hacían referencia a la personalidad del camarada I.V. Stalin.

Alférez Bukáshev.

—Pues sí —dijo el general—, se trata de una información muy valiosa. Que se proponga al alférez Bukáshev para una mención. Y ordenen la modificación de las posiciones iniciales con arreglo a lo que sabemos ahora. Se evitarán dispersiones y se concentrarán las fuerzas para caer sobre Chonkin y sus efectivos.

El general empujó hacia sí el mapa, tachó los rectángulos que representaban el emplazamiento de los batallones y asignó a éstos nuevas posiciones. Luego hizo lo propio con las flechas, que eliminó para sustituirlas por otras. Éstas, en número de tres, apuntaban ahora a la isba de Niura Beliashova.