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Un espectador curioso habría podido contemplar al poco tiempo la siguiente escena: provista de una larga cuerda y de la saca de lona impermeabilizada que le servía para el transporte del correo, Niura salió de su isba y, tras rodearla por detrás, alcanzó el lugar del camino que ocupaban los hombres, tendidos en el suelo. Luego hizo a Chonkin una señal con la mano.

—¡Eh, vosotros! —voceó Chonkin desde su reducto—. Ahora, cuando Niurka se acerque, entregadle los revólveres. Y al que se resista lo dejo en el sitio. ¿Entendido?

Nadie le dio respuesta. Avezada en cuestiones de procedimiento, Niura se acercó en primer lugar al teniente.

—¡Aléjate o te pego un tiro, perra! —masculló el teniente sin levantar la cabeza.

Niura se detuvo.

—¡Vania! —gritó.

—¿Qué ocurre?

—¿Oyes lo que dice éste?

—Hazte a un lado.

Chonkin apuntó con el cañón al teniente y guiñó el ojo izquierdo.

—¡Eh, no dispares! Ha sido en broma. Ahí va la pistola.

Y bien alta, para que Chonkin la viera, lanzó por encima de sí el arma, que fue a caer en el suelo mojado, a los pies de Niura. Tras limpiarla de barro, la echó en la cartera.

—Y tú, compadre, ¿a qué esperas? —Siguiendo su ronda, Niurka interpeló a Svintsov, que permanecía tendido en igual actitud que si pretendiera abarcar en un abrazo el mismo planeta.

—Yo no espero, corazón —respondió con un quejido Svintsov—. El revólver está ahí.

El arma, un nagán, se encontraba, en efecto, en el suelo, a corta distancia de su dueño, en el lugar en que el terreno formaba una pequeña elevación. Niura la arrojó igualmente al interior de la cartera.

—¡Huy! —profirió Svintsov un gemido—. ¡Huy, no puedo!

—¿Es que estás herido? —preguntó Niura, alarmada.

—Sí, primor. Necesito una venda. Me voy a desangrar. ¡Y con tres hijos pequeños! ¿A quién se los encomiendo?

—En seguida veremos de qué se trata; ten un poco de paciencia —aconsejó Niura sin dejar de afanarse.

Que Svintsov era una bestia saltaba a la vista. Pero hasta por una bestia es movido a compasión un ser humano normal, si ve que sufre.

El resto de la operación salió a pedir de boca. Inspirados por el buen ejemplo de sus superiores, los demás miembros de la advenediza patrulla entregaron en completa sumisión sus armas, y ni siquiera hicieron el menor signo de resistencia cuando Niura los amarró entre sí con la soga, cómo lo hacen los alpinistas antes de acometer una escalada dificultosa.