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No soy lo bastante importante para esto, pensó Liv mientras lord Omnícromo regresaba a lo alto del cerro donde ella estaba maniatada. Desde su posición elevada, vio a una figura familiar que aceptaba un gran corcel rojo de manos de un mozo de cuadra y montaba. Kip. Si se giraba, tendría que verla.

Por un momento, Liv no estuvo segura de querer que la viera. No le cabía la menor duda sobre lo que haría a continuación. Cargaría colina arriba a galope tendido, y al diablo con la inferioridad numérica. Ese era Kip. Así había sido siempre. Quizá no el más listo, pero sí ferozmente leal.

Liv agachó la cabeza. Aquí solo había muerte para Kip. Como temía, el muchacho se giró durante un segundo mientras se sentaba tambaleándose en lo alto del enorme caballo. Después hincó los talones y a punto estuvo de caerse de la silla cuando el animal se lanzó a la carrera.

El espectáculo dibujó una sonrisa en los labios de Liv, pero la amenazadora figura de lord Omnícromo se la borró hasta no dejar ni rastro. Mientras se acercaba, Liv comprendió que en realidad no era tan alto como parecía de lejos. El manto blanco y la capa del mismo color que se descolgaba de los grandes cuernos azules que se elevaban sobre sus hombros le hacían parecer más grande que una persona normal, pero ni siquiera era tan alto como Gavin Guile. Sin embargo, resplandecía. Era como si por sus venas circulara luxina amarilla en vez de sangre. Sus cabellos se habían esculpido en una diadema de espinas de luxina amarilla, deslumbrante, como si el mismísimo sol lo coronara. Debajo de ella, sus ojos eran un incesante tumulto multicolor. Y estaba observándola con detenimiento.

No soy lo bastante importante para esto, pensó de nuevo. Le palpitaba la mejilla, por la que aún manaba la sangre. La explosión del vagón de pólvora la había dejado sin conocimiento, y la metralla le había provocado una docena de cortes. No sabía cómo la habían encontrado entre tantos cadáveres. No sabía para qué la querían.

—¿Cómo has llegado aquí, Aliviana Danavis?

—Caminando, principalmente —dijo. Danavis, así que era eso. Sabía que su padre comandaba el ejército rival. Y ella había sido tan estúpida de ponerse en sus manos. Bien hecho, Liv.

Los esbirros de lord Omnícromo los rodeaban: trazadores de todos los colores con el halo roto, soldados, mensajeros, y unos cuantos oficiales de alta graduación del campamento del rey Garadul que parecían decididamente nerviosos en presencia de tantos trazadores, por no hablar de lord Omnícromo. Este empuñó un mosquete de aspecto extraño, tan alto como él. Lo levantó, encajó una pierna en una ranura del cañón, lo afianzó delante de él y apunto ladera abajo, hacia el combate.

—En el centro exacto de esa puerta verde —dijo.

—¿La tercera casa a la izquierda? —preguntó un oteador.

Liv no sabía gran cosa sobre mosquetes, pero estaba segura de que no se podía disparar con tanta precisión a trescientos pasos. Que alguien disparara en tu dirección nunca era agradable, pero una vez superada la barrera de los cien pasos, era más cuestión de suerte que de puntería. Sin embargo, lord Omnícromo respiró hondo, apuntó el cañón entre la bruma y disparó.

El mosquete rugió.

—Tres manos más arriba, una a la izquierda —dijo el oteador.

Lord Omnícromo cedió el mosquete a un ayudante de campo, que empezó a recargarlo. Se giró hacia Liv.

—Quiero que te unas a mí, Liv. Te vi anoche, escuchando. Entendiste mi mensaje. Lo sé.

Por Orholam, a Liv le había parecido que lord Omnícromo miraba en su dirección, pero pensó que se trataba de imaginaciones suyas. Miles de almas habían asistido al discurso. Además, ¿cómo la había reconocido?

—Quieres a tu padre, ¿verdad, Liv?

—Más que a nada en el mundo —dijo. ¿Cómo sabía su nombre, por no hablar de su diminutivo?

—¿Y cuántos años tiene?

—Unos cuarenta.

—De modo que es viejo. Para tratarse de un trazador. Si no fuera trazador, podría vivir otros cuarenta años. Pero como trazador leal a la Cromería, ya es un perro viejo, ¿verdad? La mayoría no llega a cumplir los cuarenta. Tu padre debe de ser muy disciplinado, muy fuerte.

—Más de lo que te imaginas. —Liv sintió una oleada de emoción. ¿Quién era este malnacido para hablar así de su padre? No consentiría que nadie lo criticara. Era un gran hombre. Aunque hubiera cometido algunos errores.

El ayudante de campo devolvió el largo mosquete a lord Omnícromo. Este lo levantó, estabilizó su considerable peso contra su pierna y dijo:

—Trazador azul, justo a la derecha de la garita.

Liv observó, horrorizada, mientras lord Omnícromo esperaba. El trazador azul estaba agachado detrás de una almena, desde donde se asomaba para derramar muerte líquida sobre los hombres de abajo antes de volver a esconderse. Asomó la cabeza. Lord Omnícromo dijo:

—Al corazón. —El mosquete rugió.

Con un estallido de sangre y luz, el trazador se perdió de vista.

—Hombre, a vuestra izquierda —dijo el ayudante—. Una mano a la izquierda y tres pulgares hacia arriba.

Lord Omnícromo devolvió el mosquete al hombre y le dio educadamente las gracias.

—Cuando llegue el momento, ¿se lo dirás? —preguntó a Liv.

—¿Decírselo? ¿Lo de mi padre? —Liv titubeó—. Haré lo que tenga que hacer.

—Lo que tengas que hacer. Es curioso cómo lo reducen a eso, ¿verdad? ¿Y si no consiguieras regresar a tiempo a la Cromería? ¿Matarías a tu padre con tus propias manos? ¿Y si te pidiera que no lo hicieras? ¿Y si te lo implorara?

—Mi padre no es tan cobarde.

—Estás evitando la pregunta. —Los ojos de lord Omnícromo se habían convertido en dos remolinos anaranjados. A Liv no le caían demasiado bien los naranjas. Siempre la ponían nerviosa. Cuando el silencio se prolongó, lord Omnícromo dijo—: Te comprendo mejor de lo que crees. Cuando fundé mi propia Cromería, yo también los seguí ciegamente al principio. A pesar de lo que soy. Una de mis alumnas rompió el halo y la asesiné con mis propias manos. No fue la primera en morir por culpa de la ignorancia de los trazadores, ni será la última, pero fue el principio del fin. Cuando la maté, supe que había obrado mal. No podía quitarme esa idea de la cabeza.

—Los trazadores enloquecen. Como tú. Se vuelven contra sus amigos. Matan a los que aman.

—Ah, sin la menor duda. A veces. Algunas personas no pueden soportar el poder. Algunos hombres parecen decentes hasta que les das una esclava, y pronto se transforman en tiranos que golpean y violan a la esclava a su cargo. El poder es una prueba, Liv. Todo el poder es una prueba. Nosotros no lo llamamos romper el halo, sino romper el cascarón. Nunca se sabe qué clase de ave va a salir de él. Algunos nacen deformes y deben ser sacrificados. Es una tragedia, pero no un asesinato. ¿Crees que tu padre resistiría un poco más de poder? ¿El gran Corvan Danavis? ¿Un trazador de inmenso talento que, a pesar de los pesares, ha tenido la disciplina necesaria para llegar a los cuarenta?

—No es tan sencillo —dijo Liv.

—¿Y si lo fuera? ¿Y si la Cromería hubiera perpetuado esta monstruosidad porque así es como se mantienen en el poder? Amedrentando a las satrapías, asegurando que solo ellos pueden adiestrar a los trazadores que nacen en su seno… por un precio, siempre por un precio… y solo ellos pueden contener a los trazadores que enloquecen, los cuales son todos. Así se aseguran de ser siempre útiles, siempre igual de poderosos, y al repartir trazadores entre las satrapías, se convierten en el eje de todo. Dime, Liv, cuando juzgas a la Cromería por los resultados, ¿qué ves? ¿Un centro de amor, paz y luz, como cabría esperar de la ciudad santa de Orholam?

—No —reconoció Liv. Ni siquiera sabía por qué estaba defendiéndola, salvo por cabezonería. La Cromería representaba todo cuanto odiaba y pervertía todo cuanto tocaba. Ella inclusive. Tenía deudas allí, y no era tan ilusa como para no darse cuenta de que haber seguido a Kip hasta Tyrea en realidad había sido un intento por escapar de Aglaia Crassos y de Ruthgar.

—La verdad es, Liv, que sabes que tengo razón. Sencillamente te asusta admitir que has estado en el bando equivocado. Lo comprendo. Todos lo comprendemos. Entre los hombres y las mujeres que nos combaten hay muchas buenas personas, pero se equivocan, las han engañado. Es doloroso reconocer una mentira, pero vivirla lo es más aún. Fíjate en lo que estoy haciendo. Estoy liberando una ciudad que nos pertenece por derecho propio. Garriston ha pasado de mano en mano como una ramera, para que todas las naciones se aprovechen de ella por turnos. No es justo. Tiene que terminar, y puesto que nadie más piensa hacerlo, lo haremos nosotros. ¿Acaso esta tierra no se merece la libertad? ¿Deberían pagar estas personas porque dos hermanos… forasteros los dos, insensibles al sufrimiento de estas gentes… decidieron pelear aquí? ¿Hasta cuándo deberían seguir pagando?

—No deberían pagar en absoluto —dijo Liv.

—Porque no es justo.

Recogió el largo mosquete de manos del ayudante de campo.

—Trazador rojo, en lo alto de la garita. A la cabeza.

Liv aguzó la vista. Con tanto humo y estallidos de magia, costaba ver con claridad la batalla enfrente de la Puerta de la Madre. Pero sí vio que la caballería del rey Garadul llegaba a la puerta, cargando los mosquetes y disparando contra los hombres de las almenas, aunque parecía que estuvieran esperando algo, frustrados porque no hubiera ocurrido todavía. El mosquete de lord Omnícromo rugió, y un instante después se produjo un pequeño destello en lo alto de la torre de la puerta. Liv se alegró de no haberlo visto todo.

—Justo en el blanco, lord Omnícromo —anunció el ayudante de campo—. ¡Un tiro excelente!

—¡Largo! Dejadnos a solas. —La cima de la colina se despejó rápidamente, salvo por el ayudante del mosquete, a quien lord Omnícromo indicó por señas que se quedara antes de girarse hacia Liv. Con gesto adusto, declaró—: No me gusta matar trazadores. Lo detesto. Pero estoy haciendo lo que debe hacerse. Quiero que te unas a mí, Aliviana.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? Soy una simple bicroma, sin influencia ni apenas poder.

Lord Omnícromo se rio por lo bajo.

—¿Estás preparada para escuchar la respuesta a esa pregunta? ¿Quieres jugar a ser una mujer adulta, Aliviana? ¿Quieres la verdad sin ambages? Porque es la única que conozco desde hace dieciséis años.

—Estoy preparada.

—Te quiero porque eres una trazadora y todos los trazadores son preciados para mí. Y porque eres tyreana. Este país necesitará que alguien lo tranquilice cuando venzamos, y yo no soy tyreano. Y porque eres la hija de Corvan Danavis.

—¡Lo sabía! —escupió Liv.

—¡Escucha, cabeza de chorlito! Escucha o demostrarás ser indigna del papel que pensaba asignarte.

Eso le cerró la boca.

—Como hija de Corvan, espero que seas al menos la mitad de inteligente que él. En tal caso, serás una aliada formidable. Necesito líderes brillantes. Pero no voy a engañarte. Espero que tu simpatía por nuestro bando libere a tu padre de las garras de la Cromería. Sospecho que si sirve al Prisma es únicamente porque te mantenían prisionera. Si eso es cierto, Corvan podría aliarse con nosotros, y contar con un general de su talla a nuestro lado evitaría que la guerra se prolongara más de lo necesario. Ese es el respeto que infunde tu padre. Muchos ni siquiera pisarán el campo de batalla para enfrentarse a él. Durante la Guerra de los Prismas, sus adversarios empleaban catalejos para ver qué general estaba dirigiendo la batalla. Si era tu padre, se retiraban para pelear otro día. Así de bueno es tu padre, y pecaría de estúpido si lo ignorara cuando podría luchar para mí. Si crees que te estoy manipulando, tienes razón. Te utilizaré. Eres importante. La Cromería te utilizará también. Ya lo ha hecho. Madura y acéptalo. Soy franco al respecto, eso es todo. Y mi franqueza te permite elegir. Es más de lo que te ofrecerán ellos. —Unas vetas rojas y anaranjadas, como llamas, danzaban en sus ojos.

Tenía razón. Era verdad. Y si eso era cierto, ¿qué impedía que lo fuera también todo lo demás?

—El rey Garadul masacró a toda mi ciudad.

—Sí. Incluso se llevó a algunos de mis trazadores y los obligó a ayudarle.

Liv esperaba que lo negara, que intentara justificarlo.

—¿Y aun así esperas que sirva a sus órdenes?

Lord Omnícromo bajó la voz.

—Ningún rey vive eternamente. Y menos los imprudentes.

Una poderosa explosión sacudió la muralla a la izquierda de la garita de la puerta. La conmoción derribó a varios de los que combatían en el suelo, y a no pocos de los ocupantes de las almenas, pero conforme el humo se despejaba gradualmente Liv tuvo la impresión de que la carga debía de haberse plantado al otro lado del muro. La devastación que podía apreciarse allí era mucho mayor, algunas hileras de casas sencillamente se habían evaporado. La caballería prorrumpió en vítores, sin embargo, cuando el aire se despejó y dejó al descubierto un boquete practicado en la misma muralla.

—¿Lo ves?, los habitantes de Garriston colaboran con nosotros. Quieren que los liberemos.

Pero Liv solo lo escuchó a medias. Había visto algo entre las nieblas del campo de batalla, algo que le arrebató el aliento. Kip. Y no solo Kip. Kip y Karris, juntos, cabalgando hacia la refriega. Por un momento, Liv no entendió nada. ¿Kip y Karris se habían cambiado de bando? ¿Luchaban para liberar Garriston? Reparó entonces en la dirección de su trayectoria. Galopaban en línea recta hacia el rey Garadul.

El rey Garadul, a quien Kip odiaba por haber arrasado su ciudad y asesinado a su madre.

Y los perseguían media docena de Hombres Espejo a caballo.

—¿Cuánto valgo para ti? —preguntó Liv.

—Ya te lo he dicho.

—Entonces soy tuya, con una condición.

Las espirales rojizas desaparecieron de los ojos de lord Omnícromo, remplazadas por el naranja y el azul.

—Salva a mis amigos. A él y a ella. Los que corren delante de esos Hombres Espejo. —Señaló con el dedo.

Lord Omnícromo llamó bruscamente a su ayudante de campo con un ademán y el hombre se apresuró a acudir con el largo mosquete.

—Me pides que mate a varios aliados para conseguir uno solo —dijo lord Omnícromo—. Negocias como…

—Como una mujer adulta —lo interrumpió Liv.

—Y formidable, por cierto. Pero comprar lealtades no va conmigo. Haré lo que pueda por salvar a tus amigos. Considéralo un regalo, sea cual sea tu decisión. —Estabilizó el mosquete y disparó. Uno de los Hombres Espejo que cabalgaba hacia Karris murió envuelto en un estallido de luz y sangre. Lord Omnícromo devolvió el mosquete a su ayudante para que lo recargara.

»De modo que puedes eliminar eso de tus cálculos, Liv, pero ahora dime, ¿a quién vas a servir? ¿A mí o a la Cromería?

Lealtad para uno. Y para uno solo.

La solución perfecta no existía. Como tampoco existía la persona perfecta. Intentar hacer lo correcto había llevado a Liv a espiar a su principal benefactor. La Cromería corrompía incluso el amor que podían sentir dos personas. Todas las personas que conocía aseguraban que lord Omnícromo era un monstruo, pero todas las personas que conocía habían sido corrompidas por la Cromería. De modo que puede que lord Omnícromo no fuera perfecto. Gavin tampoco lo era. Los únicos inocentes en todo este asunto eran los habitantes de Tyrea. Merecían ser libres. Si Liv debía combatir, no sería del lado de sus opresores. ¿Lealtad para uno? ¿Los Danavis debían elegir a quién querían servir? Que así sea.

Liv respiró hondo y ensayó una solemne reverencia tyreana completa.

—Lord Omnícromo —dijo, con voz firme, sosteniéndole la mirada—, me tenéis a vuestra disposición. ¿En qué puedo serviros?