El tipo era un embustero. Kip no sabía exactamente qué era mentira y qué era verdad, pero lord Omnícromo era la mano derecha del rey Garadul. Habían arrasado su aldea. Sin motivo. Si el asesinato no significaba nada para ellos, ¿qué significaría una mentira?
Sin embargo, sus palabras contenían un ápice de veracidad, como ocurre con las mejores mentiras. El Pacto significaba realmente eso. No era de extrañar que lo mencionaran siempre a hurtadillas, en voz baja. Envejecías, rompías el halo, te convertías en un perro rabioso. Tenían que sacrificarte. Kip recordaba cuando un mapache mordió al perro de Corvan y este empezó a echar espuma por la boca. Corvan, la alcaldesa y unos cuantos hombres más cargaron sus mosquetes y salieron en su busca. Corvan le voló la cabeza personalmente. Después ocultó el rostro y todo el mundo fingió no ver sus lágrimas. No hacía ni un año que aún mencionaba a su perro, pero cuando lo hacía nunca hablaba de su locura, de cómo había tenido que matarlo. Esto era lo mismo. Nadie hablaba de la Liberación porque nadie quería deshonrar a los difuntos. «Kip era un tipo excelente, hasta que perdió la cabeza y empezó a matar a sus amigos. Hasta que tuvimos que abatirlo».
Vale, era una verdad desagradable. Pero eso no la convertía en una mentira. Antes bien, probablemente contribuía a dotarla de veracidad.
Pero en esa muchedumbre no había nadie dispuesto a aceptarlo. Querían culpar a alguien de la muerte de sus progenitores. No querían ser los siguientes en morir. Podían envolverlo en monsergas litúrgicas cuanto les diera la gana, pero Kip había visto lo que había detrás del telón. Estos seres eran asesinos. Gavin era un buen hombre. Un gran hombre, un gigante rodeado de enanos. Tenía que hacer cosas desagradables, ¿y qué? Los grandes hombres debían tomar decisiones difíciles para que los demás pudieran sobrevivir. Hacía cumplir el Pacto, ¿y qué? Todo el mundo juraba cumplirlo. Todo el mundo entendía el juramento. No existía ningún misterio, ni trampa ni cartón. Hacían un Pacto, y no tenían nada en contra de él hasta que les tocaba pagar el precio.
Estos seres eran unos cobardes, perjuros, escoria.
Tengo que largarme de aquí.
Se giró y vio a la última persona con la que esperaba encontrarse.
—Los relojes de agua ilytianos aseguran que esta es la noche más corta del año —dijo Felia Guile desde el umbral—. Pero para ti siempre ha sido la más larga.
Gavin la miró, macilento.
—No te esperaba hasta el amanecer.
Felia sonrió.
—El orden se ha alterado ligeramente. Bas el Simple entró antes de lo que debía. Alguien ha decidido dejarlo para más tarde. —Encogió los hombros.
¿Dejarlo para más tarde? De modo que lo sabían. Todo se está haciendo pedazos.
Quizá fuera mejor así. Si mato a mi madre ahora, no tendrá que ver cómo se desmorona todo.
—Hijo —dijo Felia—. Dazen. —El nombre sonó casi como un suspiro, una liberación de presión contenida. La verdad, expresada en voz alta tras años de mentiras.
—Madre. —Era agradable verla feliz, pero espantoso verla allí—. No puedo… Ni siquiera te he llevado a dar un paseo por los aires, como te prometí.
—¿Realmente puedes volar?
Gavin asintió, con un nudo en la garganta.
—Mi hijo puede volar. —Una sonrisa iluminó el rostro de Felia—. Dazen, me siento tan orgullosa de ti.
Gavin intentó decir algo, sin éxito.
Felia adoptó una expresión compasiva.
—Te ayudaré —dijo. Se arrodilló ante la barandilla, adoptando un aire más formal. Tratándose de su madre, a Gavin no debería extrañarle—. Lord Prisma, he pecado. ¿Escucharéis mi confesión?
Gavin pestañeó para contener las lágrimas, se dominó.
—Con mucho gusto… hija.
La actitud de humilde piedad de Felia ayudaba a Gavin a representar su papel. Él no era su hijo, no allí y ahora. Era su padre espiritual, un puente a Orholam en el día más sagrado de su vida.
—Lord Prisma, me casé con quien no debía y he vivido atemorizada. Me he dejado controlar por el miedo a que mi marido me repudiara, y guardé silencio cuando tendría que haber hablado. Permití que mis hijos se enemistaran y uno de ellos está muerto por ese motivo. Su padre no lo previó porque era un necio, pero yo lo sabía.
—Madre —la interrumpió Gavin.
—Hija —lo corrigió con firmeza Felia.
Gavin hizo una pausa. Claudicó.
—Hija, continúa.
—He pronunciado palabras crueles. He mentido en mil ocasiones. No me he preocupado por el bienestar de mis esclavos… —Habló durante cinco minutos, sin omitir nada, franca y tajante, sucinta en sus declaraciones no por ella, sino por Gavin, que debía confesar a muchos más esa noche. Era surrealista.
En los últimos dieciséis años, Gavin había escuchado declaraciones impactantes y contemplado el reverso oscuro de personas que gozaban de una reputación intachable, pero oír a su madre reconocer que había golpeado a una esclava inocente, enfurecida, minutos después de encontrar a Andross en la cama con otra mujer, era desgarrador. Desconcertante. Escuchar la confesión de su madre era como verla desnuda.
—Y he matado, tres veces. Por mi hijo. Ya he perdido dos; no podía tolerar la idea de perder también al último —dijo. A Gavin le costaba creer lo que estaba escuchando—. Por orden mía, un Guardia Negro de quien sospechaba fue reasignado a un puesto peligroso durante la Rebelión de los Acantilados Rojos, donde sabía que moriría. Una vez envié piratas tras el barco en que Dervani Malargos regresaba a su hogar tras llevar años perdido en las espesuras de Tyrea. Aseguraba haber estado más cerca que nadie de la conflagración de la Roca Hendida y haber visto cosas que nadie más conocía. Intenté sobornarlo, pero se escapó. En otra ocasión, contraté los servicios de un asesino durante las Conspiraciones de la Espina, utilizando una batalla ajena para encubrir la muerte de alguien que se disponía a chantajear a mi hijo.
Gavin no tenía palabras. Durante el primer año de su mascarada había matado a tres personas para proteger su identidad y exiliado a una docena. Dos más al séptimo año. No asesinaba a nadie a sangre fría desde… hasta Bas. Sabía que su madre había velado por él, pero siempre había pensado que lo hacía transmitiéndole la información que llegaba a sus oídos. Su madre siempre había sido ferozmente protectora, pero jamás se había imaginado hasta dónde sería capaz de llegar. Hasta dónde la obligaría él a llegar en su empeño por suplantar a Gavin.
Orholam bendito, ojalá creyera en ti para que pudieras perdonarme por lo que he hecho.
—En cada ocasión —concluyó Felia—, me dije que estaba sirviendo a Orholam y a las Siete Satrapías, no solo a mi familia. Pero nunca he tenido la conciencia tranquila.
Consternado, Gavin entonó las fórmulas tradicionales, concediéndole su perdón.
Felia se puso de pie y lo miró intensamente.
—Y ahora, hijo, hay unas cuantas cosas que deberías saber antes de que suelte mi carga. —Continuó sin esperar a que respondiera, lo cual fue una suerte porque Gavin no se creía capaz de ello—. No eres el hijo malvado, Dazen. Eras errático, pero nunca malintencionado. Eres un verdadero Prisma…
—¿Errático? ¡Asesiné a los Roble Blanco! Me…
—¿Estás seguro? —lo interrumpió bruscamente Felia. A continuación, más sosegada—: Llevo dieciséis años viendo cómo te consume ese veneno. Y siempre te has negado a hablar. Dime cómo ocurrió. —Su madre compartía el temperamento de los Guile, ya que no su sangre. Sacar este tema había sido su objetivo desde el principio.
—No puedo.
—Si no puedes contármelo a mí, ¿entonces a quién? Si no ahora, ¿cuándo? Dazen, soy tu madre. Deja que te haga este regalo.
Era como si su lengua se hubiera convertido en un pedazo de plomo, pero las imágenes acudieron ante sus ojos en un instante. Los rostros amenazadores de los hermanos Roble Blanco, la oleada de pavor que lo paralizaba. Gavin se humedeció los labios, pero no consiguió expulsar las palabras de su boca. Le sobrevino el odio una vez más, la furia ante lo injusto del enfrentamiento. Siete contra uno. Las mentiras.
—Mi relación con Gavin ya había empezado a estropearse. El azul y el verde despertaron pronto para mí, pero sospechaba que podría conseguir más aún. Así se lo dije. ¿Sabes?, nos habíamos distanciado desde que anunció su elección como Prisma, y el asesinato de Sevastian no contribuyó a mejorar las cosas. Supongo que pensaba que contarle que mis aptitudes estaban expandiéndose serviría para recuperar su confianza. Como si pudiéramos volver a ser amigos. Pero no le hizo ninguna gracia. Ni pizca. —De la nada, un torrente de lágrimas afluyó a los ojos de Gavin. Extrañaba tanto a su hermano que le desgarraba el alma—. Ahora comprendo lo amenazador que debía de ser para alguien tan joven perder lo único que le hacía especial. Entonces no me di cuenta. Un día después de que le contara que era un policromo oí que apremiaba a padre para que lo prometiera con Karris. No me esperaba una traición tan miserable. El amor de Karris era lo único que me hacía especial. Hubo de transcurrir algún tiempo antes de que viera la simetría que entrañaba todo aquello.
»Fuera como fuese, creía que Karris me quería tanto como yo a ella. Cuando padre anunció su compromiso con Gavin decidimos huir juntos. Debió de contárselo a alguien. Tal vez fuera un accidente. Tal vez Gavin le pareciera mejor partido. Karris y yo debíamos reunirnos frente a la mansión de su familia a medianoche. No apareció. Su doncella me dijo que estaba dentro. Era una trampa, por supuesto. Los hermanos Roble Blanco sabían que había estado tonteando con Karris y querían darme una lección. Me acusaron de haberlos deshonrado, de haber convertido a Karris en una ramera.
Lo apresaron en cuanto puso un pie en la casa. Los siete hermanos. Le arrancaron la capa, las gafas y la espada. Aún recordaba el enorme patio cerrado, los criados asomados a puertas y ventanas. Una hoguera impresionante ardía en medio; había luz en abundancia, pero no para un bicromo de verde y azul despojado de sus lentes.
—Empezaron a golpearme. Habían estado bebiendo. Varios de ellos estaban trazando rojo. Se les fue de las manos. Creía… aún lo creo… que iban a matarme. Conseguí zafarme una vez, pero la puerta con la que me tropecé estaba cerrada con cadenas.
—¿Ellos pusieron las cadenas a las puertas? —preguntó Felia Guile. La historia contaba que Dazen era el responsable de aquello. Que lo había hecho empujado por la crueldad. El padre de Karris conocía la verdad, pero no había hecho nada por desmentir los rumores.
—No querían que saliera, ni que los soldados del exterior se entrometieran antes de que ellos hubiesen terminado. —Gavin guardó silencio. Miró de soslayo a su madre. El rostro de Felia era todo ternura. Gavin apartó la mirada.
»Aquella noche dividí la luz por primera vez en mi vida. La sensación era… asombrosa. Pensaba que podría ser un policromo del supervioleta al amarillo, pero aquella noche utilicé el rojo. En abundancia. Quizá no estaba preparado para resistir los efectos que surte el rojo en uno cuando está furioso. —Recordaba la sorpresa que se reflejó en sus facciones cuando empezó a trazar. Sabían que era verde y azul. Sabían que lo que estaba haciendo era imposible. Cada generación producía un solo Prisma. Imágenes de bolas de fuego proyectadas desde sus manos ensangrentadas, del cráneo de Kolos Roble Blanco humeando mientras él aún seguía en pie, de los guardias de la familia masacrados por docenas, descuartizados, la sangre que lo bañaba todo—. Maté a los hermanos y a todos los guardias de los Roble Blanco. Las llamas se extendían por todas partes. La puerta principal se desplomó mientras la cruzaba. Los gritos resonaban en mis oídos.
Una vez en la calle, tambaleándose, sintiéndose vacío y entumecido, intentó encontrar un caballo.
—Había una doncella en la puerta de servicio. La mujer que me había conducido a la emboscada. Asomaba a los barrotes, me imploró que la abriera. Era la misma puerta que me había impedido escapar antes. El candado de las cadenas estaba en la parte de dentro, pero ella no tenía la llave. Le dije que podía arder en el infierno y me fui. No me di cuenta… ni siquiera se me pasó por la cabeza que todas las demás puertas también podrían estar aseguradas con cadenas. Solo quería marcharme de allí. Supongo que nadie encontró las llaves a tiempo. En un arrebato de crueldad caprichosa, condené a morir a cien inocentes. —Como si la muerte de los culpables fuera preferible a la vida de aquellos.
Curiosamente, podía llorar por el distanciamiento con su hermano, pero no le quedaba nada dentro para aquellas víctimas inocentes. Esclavos y criados que no estaban vinculados a los Roble Blanco por voluntad propia. Niños. Era demasiado monstruoso.
Y la mayoría de los hombres que se unieron a Dazen en la guerra más tarde ni siquiera le habían preguntado por lo ocurrido aquella noche. No les importaba combatir por alguien al que creían culpable de haber incendiado una mansión entera repleta de gente… porque eso significaba que era indestructible. Cómo los despreciaba.
Su madre acudió a su lado y lo abrazó. Ahora, en silencio, Gavin lloró. Quizá por aquellos muertos. Quizá egoístamente, porque iba a perderla.
—Dazen, no me corresponde a mí absolverte por lo que sucedió aquella noche, ni por lo que ocurra durante esta guerra en la que aún estás embarcado. Pero te perdono en la medida de mis posibilidades. No eres ningún monstruo. Eres un auténtico Prisma, y te quiero. —Estaba temblando, tenía las mejillas surcadas de lágrimas, pero resplandecía. Besó a Gavin en los labios, algo que no había vuelto a hacer desde que él era un muchacho—. Me siento orgullosa de ti, Dazen. De ser tu madre —dijo—. Sevastian también estaría orgulloso.
Gavin la abrazó con fuerza, llorando. No existía la absolución para él. Sevastian estaba muerto, y su otro hermano se pudría en el infierno que Gavin había creado a su medida. Felia jamás le hubiera perdonado algo así. Pero Gavin lloró, y su madre continuó abrazándolo, consolándolo como si volviera a ser un niño pequeño.
Al cabo, demasiado pronto, lo apartó de sí.
—Ha llegado el momento —dijo. Respiró hondo—. ¿Es… es aceptable que trace una última vez? Han pasado muchos años.
—Por supuesto —dijo Gavin, intentando recuperar la compostura. Señaló el panel naranja que había en la pared.
Felia absorbió la luxina. Se estremeció. Suspiró.
—Es lo que se siente al estar vivo, ¿verdad? —Se arrodilló grácilmente—. Recuerda mis palabras —dijo.
—Siempre —le prometió Gavin. Ni siquiera él creía en sus palabras.
—No te preocupes. Creerás algún día.
Gavin parpadeó varias veces seguidas.
Felia Guile soltó una risita.
—No todos tus talentos los has heredado de tu padre, ¿sabes?
—Nunca lo había dudado.
Felia apartó el cabello de sus hombros para despejar el acceso a su corazón. Apoyó una mano en su muslo, lo miró. Dejó escapar la luxina.
—Estoy preparada.
—Te quiero —dijo Gavin. Aspiró profundamente—. Felia Guile, has dado lo mejor de ti. Tu servicio no caerá en el olvido, pero a partir de ahora tus errores serán eliminados, olvidados, borrados. Te concedo la absolución. Te concedo la libertad. Bien hecho, mi sierva leal.
Le apuñaló el corazón. Después se abrazó a ella, arrodillado a su lado, besando su rostro mientras moría. Tardó unos minutos interminables en reunir la entereza necesaria para levantarse y llamar a los Guardias Negros.
Cuando abrieron la puerta, Gavin vio que había cien trazadores en el pasillo, esperándolo. Ninguno de ellos sonreía. El gigantesco Usef Tep, el Oso Púrpura, dio un paso al frente.
—No queríamos molestaros mientras estabais con vuestra madre, señor, pero tenemos que hablar.
Señor. Ni lord Prisma, ni Gavin.
Así comienza el final.