—¿Ni siquiera vas a fingir que no lees mi correo? —preguntó Gavin.
La Blanca soltó una carcajada seca.
—¿Por qué insultar tu inteligencia?
—Se me ocurre media docena de razones, lo que significa que a ti se te podría ocurrir un centenar.
—Estás eludiendo la pregunta. ¿Tienes un hijo? —Pese a su infatigable obstinación por conocer la respuesta (y Gavin sabía que no le permitiría soslayar este tema, ni sutilmente ni de cualquier otra manera), no levantó la voz en ningún momento. La Blanca comprendía la gravedad de la situación mejor que nadie. Ni siquiera los Guardias Negros iban a escuchar esta conversación. Pero si ella había leído su correo sin sellar, cualquiera podría haberlo hecho.
—Que yo sepa, no es cierto. No entiendo cómo podría serlo.
—¿Porque has sido precavido o porque es literalmente imposible?
—No esperarás que responda a eso —dijo Gavin.
—Un Prisma se enfrenta a tentaciones considerables, me hago cargo, y te agradezco la templanza de la que has hecho gala a lo largo de los años… o la discreción, lo que haya sido. No he tenido que vérmelas con jóvenes trazadoras embarazadas ni con padres airados exigiendo que te obligara a desposar a sus hijas. Te doy las gracias por ello. A cambio, no he unido mi voz a la de tu padre para insistir en que te cases, aunque es algo que sin duda nos facilitaría la vida a ambos. Eres un tipo listo, Gavin. Lo suficiente, espero, como para saber que puedes pedirme una esclava de cámara nueva, o lo que necesites. Por lo demás, espero que seas… muy precavido.
Gavin carraspeó.
—Más que nadie.
—No fingiré ser capaz de seguir todas tus idas y venidas, pero hasta donde alcanzan mis conocimientos, no has vuelto a Tyrea desde que acabó la guerra.
—Dieciséis años —musitó Gavin. ¿Dieciséis años? ¿Realmente llevaba dieciséis años encerrado ahí abajo? ¿Qué haría la Blanca si se enterara de que mi hermano aún está vivo? ¿Confinado en un infierno especial bajo esta misma torre?
La anciana enarcó las cejas al reparar en su expresión preocupada.
—Ah. En tiempos de guerra, los hombres y las mujeres que creen que podrían morir en cualquier momento son capaces de hacer muchas cosas. Aquellos fueron tiempos salvajes para ti. De modo que tal vez esta revelación suponga un problema… particular.
El corazón de Gavin se detuvo en seco. Pese al millar de cosas que podrían haber ocurrido hacía dieciséis años, lo más importante ahora era que por las fechas en que debía de haberse engendrado ese niño, Gavin estaba prometido con Karris.
—Si tienes la absoluta certeza de que esto no es cierto —continuó la Blanca—, enviaré a alguien para que le arrebate la nota a Karris. Intentaba hacerte un favor. Ya sabes el genio que tiene. Supuse que sería mejor para ambos si se enteraba de esto mientras está fuera. Con la cabeza fría, me imagino que te perdonará. Pero si me juras que no es cierto, no hay ninguna necesidad de que se entere en absoluto, ¿no crees?
Por un momento, Gavin se preguntó cuáles eran las intenciones de la vieja bruja. La Blanca estaba siendo comprensiva, no cabía duda, pero también había orquestado esta situación para que se desarrollara delante de ella; y el único motivo que podía tener para hacer algo así era ser testigo de la reacción más sincera de Gavin. Se trataba de una maniobra tan bondadosa como cruel, un dechado de astucia, y de ninguna manera accidental. Gavin se recordó por enésima vez que no le convenía contrariar a Orea Pullawr.
—No guardo ningún recuerdo de esa mujer. Ninguno. Pero fue una época espantosa. No… no puedo jurarlo. —Sabía cómo interpretaría eso la Blanca. Pensaría que estaba reconociendo que había engañado a Karris durante su compromiso, pero también que creía que siempre había tomado las debidas precauciones. Los jóvenes cometen errores.
»Tengo que irme —dijo—. Llegaré al fondo de esto. Es problema mío.
—No. —Fue la áspera respuesta de la Blanca—. Ahora es problema de Karris. No voy a enviarte a Tyrea, Gavin. Eres el Prisma. Bastante me pesa tener que mandarte tras engendros de los colores…
—No me mandas. Ocurre tan solo que no me lo impides.
Ese había sido su primer y titánico choque de voluntades. Ella se negaba a permitir que un Prisma se pusiera en peligro, decía que era una locura. Gavin no había esgrimido ningún argumento, pero se negaba a consentir que lo retuvieran. Ella lo había confinado a sus aposentos. Él había hecho saltar las puertas por los aires.
Al final, la Blanca dio el brazo a torcer, y Gavin lo compensaba de otras maneras.
Transcurrido un momento, la anciana dijo con suma delicadeza, en voz muy baja:
—Después de todo este tiempo, Gavin, después de todos los engendros que has matado y de todas las vidas que has salvado, ¿es menos doloroso?
—Tengo entendido que circulan rumores de herejía —repuso con aspereza Gavin—. Alguien está predicando sobre los antiguos dioses de nuevo. Podría investigar.
—Ya no eres el prómaco, Gavin.
—Ni siquiera cincuenta de sus trazadores mal adiestrados podrían…
—Lo que eres es el mejor Prisma que hemos tenido en cincuenta, tal vez cien años. Y podrían tener cincuenta y un trazadores, o quinientos en su blasfema Cromería, así que no quiero ni oír hablar de ello. Karris investigará a esa mujer y a su hijo, a ver qué puede averiguar en el transcurso de sus pesquisas sobre ese tal «rey» Garadul. Puedes esperar su regreso dentro de dos meses. Y hablando de engendros de los colores, se ha visto uno azul, inusitadamente poderoso, en los alrededores del Bosque de Sangre, camino de Ru.
Un engendro de los colores dirigiéndose a las tierras más rojas del mundo. Curioso. Además, los azules solían guiarse por la lógica. No dejaba de ser una distracción, pero parecía interesante, y le impediría reunirse con Karris.
—En tal caso, con vuestro permiso, alteza —dijo, con el característico sarcasmo que siempre teñía sus modales. No aguardó la aprobación de la Blanca antes de amasar su magia y correr hacia el filo de la torre.
—¡Oh, no, no te atrevas!
Gavin se detuvo. Exhaló un suspiro.
—¿Qué?
—¡Gavin! —lo regañó la anciana—. No se te habrá olvidado que me prometiste dar clase hoy. Verte supone un honor inmenso para todos los alumnos. Esperan durante meses para algo así.
—¿Qué clase? —preguntó con suspicacia Gavin.
—Supervioletas. Solo son seis.
—¿No está en esa clase la muchacha que casi no puede cerrarse el corpiño? ¿Lana? ¿Ana? —Que las mujeres persiguieran a Gavin era una cosa, pero esa muchacha llevaba arrojándose a sus pies desde que tenía catorce años.
La Blanca adoptó una expresión compungida.
—Hemos hablado con ella unas cuantas veces.
—Mira —dijo Gavin—, la marea se retira, tengo que alcanzar a Karris. Daré esa clase la próxima vez que nos veamos. Sin excusas ni peleas.
—¿Tengo tu palabra?
—Tienes mi palabra.
La Blanca sonrió como una gata con la panza llena.
—Enseñar te gusta más de lo que estás dispuesto a reconocer, ¿verdad, Gavin?
—¡Bah! —exclamó el Prisma por toda respuesta—. ¡Adiós!
Antes de que la anciana pudiera decir nada más, Gavin reanudó la carrera en dirección al filo de la torre y saltó al vacío.