51

—Se acerca el solsticio de verano —dijo la Blanca—. El Día del Sol.

Gavin se encontraba frente a ella en la azotea de la Cromería. Estaban esperando juntos a que saliera el sol. La llegada del solsticio de verano, por lo que a Gavin respectaba, siempre estaba a la vuelta de la esquina.

—He empezado los preparativos para la Liberación. ¿Crees que tu padre comulgará este año?

—Ni este año —resopló Gavin—, ni nunca. —Se masajeó las sienes. No había pegado ojo.

—No es natural —musitó la Blanca—. ¿Sabes?, antes me maravillaba su capacidad de autocontrol. Vivir encerrado en esa habitación espantosa, esforzándose por mantener la mente lúcida y las pesadillas a raya.

—Las pesadillas tienen que mantenerlo a raya a él.

—Vivo en la penumbra, Gavin —continuó la Blanca, ajena a la interrupción—. Eso es lo que se siente al vivir sin trazar. Pero ¿vivir en la oscuridad absoluta? ¿No equivale eso a rechazar al mismísimo Orholam? «Aman las tinieblas, pues sus acciones son siniestras, y les avergüenza la luz».

—Prefiero dejar que sea mi padre quien se ocupe de su alma. ¿No es cierto que debamos honrar a nuestros progenitores rindiendo obediencia a la autoridad que les confiere el Padre de Todas las Cosas?

—No eres un simple hijo, Gavin. Eres el Prisma. Deberías honrar a Orholam ejerciendo la autoridad que te ha conferido, no solo el poder.

—Tal vez haya llegado el momento de tu Liberación —repuso con acritud Gavin. Estas conversaciones se repetían al menos una vez al año. Estaba harto de ellas. La Blanca se interesaba por su padre, su padre sugería que la Blanca diera el primer paso. Cada uno de ellos le presionaba para que él presionara al otro.

La Blanca extendió las manos con las palmas vueltas hacia arriba.

—Si vos lo ordenáis, mi Prisma, me uniré a la Liberación. Encantada.

Sus palabras le dejaron helado. Hablaba en serio.

—También sé obedecer —añadió la Blanca—. Quizá te sorprenda, Gavin, pero me tocó en suerte convertirme en la Blanca antes de saber siquiera lo que significaba ser un trazador, y menos un Color, y menos aún la Blanca. Aunque es posible que esa lección no se pueda enseñar, tan solo aprender.

—¿De qué estás hablando?

—¿Sabéis por qué nos cuesta tanto tener fe, mi señor Prisma? —La Blanca sonrió. A veces, a pesar de sus años, parecía una niña traviesa.

—¿Porque sabemos que Orholam duerme cien años por cada día que pasa despierto? —Gavin estaba cansado, y no solo a causa del insomnio.

La Blanca se negó a picar el anzuelo.

—Porque nos conocemos a nosotros mismos. Porque los demás nos obedecen como si fuéramos dioses, pero nosotros sabemos que no lo somos. Vemos la fragilidad de nuestro poder, y eso nos permite ver la fragilidad de los demás eslabones de la cadena. ¿Y si el Espectro de repente se negara a acatar mis órdenes? No cuesta tanto imaginarlo si se consideran la ambición y la sed de poder necesarias para convertirse en Color. ¿Y si un general se negara de repente a acatar las órdenes de su sátrapa? ¿Y si un hijo se negara de repente a acatar las órdenes de su padre? ¿Y si ese primer eslabón en la Gran Cadena de la existencia, Orholam mismo, estuviera tan vacío como todos los demás antes que él? Vemos la debilidad de cada eslabón y pensamos que la Gran Cadena también es frágil. Seguro que se rompería de un momento a otro si no hiciéramos cuanto estuviera en nuestro poder para preservar su integridad.

Gavin tragó saliva contra su voluntad. En realidad nunca había universalizado esa idea como estaba haciendo ahora la Blanca, pero siempre había pensado que su vida era exactamente así. Sus subterfugios, su autoridad, su hermano prisionero, sus relaciones afectivas. Nada más que una cadena de papel mojado que se combaba por su propio peso. Una cadena a la que a diario se añadían nuevos lastres.

—Esto es lo que he aprendido —dijo la anciana—. Orholam no me necesita. Sí, puedo realizar obras en su nombre, obras que le complacen, y si cometo un error, los demás pagarán las consecuencias. Verás, mi trabajo es importante, pero en última instancia debe prevalecer la voluntad de Orholam. Por eso creo que aún tengo trabajo que hacer. Dondequiera que miro, solo veo asuntos inacabados. Pero si me ordenas que me libere este solsticio de verano, lo haré de buen grado, no porque tenga fe en ti, Gavin… aunque así es, más de lo que te imaginas… sino porque tengo fe en Orholam.

Gavin la miró como si fuera una visitante de la luna.

—Eso es muy… metafísico. ¿Podemos hablar ya de la Liberación?

La Blanca soltó una carcajada.

—Permite que te diga una cosa, Gavin. Lo recuerdas todo. Sé que es así. Ahora piensas que estoy loca, pero recordarás esta conversación, y algún día demostrará ser importante. Me conformo con eso.

Una chiflada o una santa; por otra parte, Gavin no creía que hubiese ninguna diferencia.

—Me voy a Garriston —dijo.

La anciana recogió las manos en el regazo y giró el rostro hacia el resplandor del sol naciente.

—Deja que me explique —se apresuró a añadir Gavin. Así lo hizo, desentendiéndose de la belleza del amanecer. Diez minutos después, ya casi había terminado cuando la Blanca levantó un dedo. La anciana contuvo el aliento y suspiró mientras el sol coronaba el horizonte.

—¿Alguna vez has intentado ver el destello verde?

—Alguna vez, sí. —Gavin conocía a personas que juraban haberlo visto, aunque nadie sabía explicar qué era ni por qué ocurría, y conocía a otras que aseguraban que se trataba de una leyenda.

—Me lo imagino como si Orholam nos guiñara un ojo —dijo la Blanca.

¿Es que esta mujer solo sabe hablar de Orholam? A lo mejor empieza a chochear.

—¿Tú lo has visto?

—En dos ocasiones. La primera vez fue… ¿hace cincuenta y nueve años ya? No, sesenta. La noche que conocí a Ulbear. —Gavin hubo de hacer memoria para entender a quién se refería. Ah, Ulbear Rathcore, el marido de la Blanca, bastante célebre en su día. Fallecido hacía ya veinte años—. Estaba en una fiesta, bastante molesta con el joven borracho que me había escoltado hasta allí, el cual de ninguna manera iba a acompañarme de regreso a casa. Salí a la calle en busca de un poco de aire. Estaba contemplando la puesta de sol, vi el destello verde y me emocioné tanto que di un salto. Con tan mala suerte que le rompí la nariz con el dorso de la mano al tipo espigado que se inclinaba sobre mí en ese momento para recoger la copa de vino que había dejado en el balcón.

—¿Conociste a Ulbear Rathcore rompiéndole la nariz?

—A la mujer con la que estaba disfrutando de la velada tampoco le hizo mucha gracia. Era preciosa, elegante y mil veces más bonita que yo, pero de alguna manera no podía competir con mi torpe persona. Aunque me cuesta imaginar que hubiera sido feliz de haberse desposado con Ulbear, tu abuela tardó dos años en perdonarme.

—¿Mi abuela?

—Si no hubiera visto el destello verde en aquel preciso momento, tu abuela se habría casado con Ulbear, y tú no estarías aquí ahora, Gavin. —La Blanca se rio—. ¿Lo ves?, dejando parlotear a las viejas se descubren las cosas más insospechadas.

Gavin se había quedado sin habla.

—Puedes ir a Garriston si quieres, Gavin, por supuesto, pero nadie más puede practicar la Liberación, y no se puede celebrar en otra ocasión. De modo que solo tengo una opción: Enviaré a todos los que van a ser liberados a Garriston. Daré la orden de que nuestros barcos más veloces los intercepten para que puedan llegar a tiempo.

—Estamos hablando de una guerra.

—¿Y qué?

—¿Cómo que «y qué»? —le espetó Gavin—. No andaré sobrado de tiempo para celebrar fiestas, organizar espectáculos de fuegos artificiales y pronunciar discursos.

—La lista que he elaborado se compone de momento de unos ciento cincuenta trazadores. El grupo no es demasiado numeroso este año. Una buena proporción de ellos sin duda no llegarán al año que viene. ¿Quieres otros ochenta o noventa engendros de los colores?

—Por supuesto que no.

—Las fiestas están muy bien, Gavin, pero te entiendo. Esta es la antítesis de tu propósito principal. —La Blanca había deducido que Gavin había jurado erradicar a los engendros azules por Sevastian. Como hacía con toda la información que caía en sus manos, la utilizaba para manipularlo—. Aunque tú no creas que el Prisma es un regalo de Orholam para la humanidad, ellos sí. Los minutos que cada trazador pasa contigo durante la Liberación constituyen el momento más sagrado de sus vidas. Arrebátaselo si quieres, pero será la mayor crueldad que hayas cometido en tu vida. Por lo que a mí respecta, te puedo perdonar muchas cosas, pero eso no te lo perdonaría jamás.

Duras palabras.

—Y ahora, explícame cómo dejaste a Karris en Tyrea, mataste a un giist y regresaste con un hijo, todo en cuestión de unos pocos días. El viaje de por sí debería haberte llevado dos semanas.

Vaya, eso había sido rápido. Gavin sabía que la Blanca descubriría la existencia de la trainera y el cóndor en cuanto se los enseñara a Karris, pero no había podido reprimirse. En ocasiones pecaba de impulsivo. De modo que le habló de la trainera y el cóndor. Los ojos de la anciana se iluminaron.

—Eso sería algo digno de verse, Gavin. ¡Volar! ¡Y a esa velocidad! Me imagino que querrás regresar a Garriston del mismo modo.

—Sí, y Kip me acompañará.

La Blanca volvió a sorprenderle y no protestó.

—Bien —dijo—. Te vendrá bien descubrir lo que es el amor paternal.

Porque es algo que mi padre no me enseñó nunca, tan cierto como que la noche es oscura. Con irritación, Gavin comprendió entonces a qué se refería realmente. Pero no tenía sentido volver a discutir por culpa de su padre. En vez de eso, preguntó:

—¿Cuándo fue la segunda vez?

—¿La segunda vez?

—La segunda vez que viste el destello verde. La segunda vez que Orholam te guiñó el ojo. —Gavin se esforzó por no imprimir la menor nota de sarcasmo a sus palabras. Estuvo a punto de conseguirlo.

La Blanca sonrió.

—Espero con ganas el día en que os cuente esa historia, mi señor Prisma, pero no será hoy. —Su sonrisa se evaporó—. A tu regreso, tendremos que hablar de la prueba de Kip.

—Te fijaste en los cristales de las paredes. Pensé que lo había detenido a tiempo.

—¿Vieja? Sí. ¿Senil? Todavía no.

—¿Quieres oírme admitirlo? Kip estuvo a punto de romper la prueba —dijo Gavin—. Igual que Dazen.

—O peor aún —repuso la Blanca—. Estuvo a punto de superarla.