Kip siguió a Liv Danavis por un estrecho pasillo que desembocaba en un elevador. Todavía le daba vueltas la cabeza, aunque el tumulto de emociones que lo sacudía no parecía completamente interior, como si de alguna manera algo estuviera imponiéndole un cargamento de sensaciones añadidas. Era muy extraño. Quizá se debiera sencillamente al hecho de volver a ver a Liv. Sabía que estaba en la Cromería y había esperado encontrarse con ella desde que supo que este era su destino, pero tenerla delante era distinto.
Maese Danavis había compartido con él muchas de las cartas de Liv, por lo que en cierto modo no parecía que hubieran pasado dos años completos, pero entonces ella tenía quince años, y Kip trece. Al parecer, había crecido en ese tiempo, porque al fin era más alto que ella. Claro que también era tres veces más ancho. Liv estaba más guapa que nunca, de eso no cabía la menor duda.
La muchacha no dijo nada mientras lo conducía por el pasillo hasta el elevador. Kip agradeció el silencio. Estaba seguro de que le faltarían las palabras. Al verla, lo embargó una extraña mezcla de alegría y serenidad. Recordó cuando Liv contaba catorce años y se extendió por la ciudad el rumor de que iba a prometerse con Ged, el hijo de la alcaldesa. Poco después se había ido a la Cromería. Kip se había sentido aliviado. Le parecía demasiado buena para la modesta Rekton. A pesar de que estaba seguro de que Liv no había vuelto a pensar en él en todo este tiempo, la extrañaba. Era como el sol atisbado entre las nubes, y a él le gustaba girar el rostro hacia ella, solazarse con su presencia, aunque jamás se atreviera a albergar más esperanzas. Cuando maese Danavis le confió que Liv estaba pasándolo mal a causa de una de las chicas de la Cromería, Kip hubo de refrenarse para no partir de inmediato y ajusticiar a la culpable.
Ver cómo su cabello ondulado susurraba y saltaba alrededor de sus hombros mientras le mostraba el camino era como recibir los primeros rayos de sol después de un largo invierno. Kip no necesitaba palabras. En cuanto abriera la bocaza, seguro que lo echaba todo a perder. Se conformaba con verla caminar, subiéndose con torpeza los pantalones mientras ella encabezaba la comitiva con decisión, sintiéndose como en casa, confiada, dueña de su entorno.
—Creo que me he perdido —dijo Liv. Miró a un lado y a otro; los pasillos parecían exactamente iguales. Se mordió el labio.
Con la mirada presa de aquellos labios carnosos, ligeramente humedecidos, Kip tragó saliva con dificultad.
—¿Kip? No, déjalo, cómo ibas a conocer tú el camino.
Reanudó la marcha, y Kip la siguió. En el tiempo transcurrido desde su partida, Liv se había convertido en una mujer. Era tan esbelta como él obeso. Sus inmensos ojos castaños, tan rutilantes; su piel, tersa e inmaculada, mientras que Kip había sido maldecido con un cuello salpicado de espinillas y un mentón en el que la barba apenas si comenzaba a insinuarse. Gracias a Orholam, por lo menos tenía el pecho más grande que él.
Kip no se atrevía a mirar en esa dirección más que a hurtadillas, del mismo modo que se esforzaba por no fijarse demasiado en su figura mientras la seguía. La falda de Liv oscilaba adelante y atrás de forma sumamente placentera con cada paso que daba, revelando unas pantorrillas delicadas y bien torneadas. Pero aparte de uno o dos vistazos, quizá tres… Kip volvió a mirar de reojo. ¡Ah! Cuatro. Aparte de eso, no la miraba como haría si se tratara de otra mujer hermosa. No le parecía respetuoso.
Ups, cinco.
Liv se detuvo cuando llegaron al elevador.
—Acabo de caer en la cuenta —dijo, riéndose de sí misma— de que no tengo ni idea de adónde se supone que debo llevarte. Hum… te propongo una cosa. Puedes quedarte en mi habitación hasta que lo averigüe. Si el Trillador te ha dejado tan molido como me dejó a mí, probablemente estarás deseando meterte en la cama, ¿verdad?
Kip no entendía cómo era posible que no se hubiera percatado hasta ahora, pero sí que estaba cansado. Se sentía como si alguien hubiera cogido la tinaja donde guardaba todas sus energías y la hubiese volcado hasta no dejar ni gota. Asintió con la cabeza.
—¿No tienes ganas de cháchara? —preguntó Liv, dedicándole una sonrisita. Era la clase de sonrisa que se dispensaba a los niños pequeños que se habían saltado la hora de la siesta y debían esforzarse para aguantar despiertos si no querían quedarse sin postre. Pero Kip ni siquiera logró conjurar la pasión necesaria para desesperar ante aquella muestra de condescendencia.
Me trata como si fuera un gatito. Una cosita desvalida. Aj.
Liv colocó los contrapesos en el elevador, se detuvo un momento (debió de sorprenderse ante la cantidad requerida para compensar la presencia de Kip) y añadió unos cuantos más. En cuestión de momentos volaban torre arriba, cruzándose con otros alumnos que viajaban en ambas direcciones. Se detuvieron y salieron a un amplio vestíbulo que comunicaba con uno de los túneles transparentes que conectaban la torre central con las demás.
Kip miró a Liv y enarcó las cejas.
—Mis aposentos están en la torre amarilla. El amarillo ocupa el centro del espectro, por lo que los bicromos y los policromos incluyen amarillo más a menudo que otros colores, así que la torre amarilla sirve de alojamiento a la mayoría de los bicromos. En la Torre del Prisma no hay sitio para todos. ¿Te dan miedo las alturas?
—Normalmente, no —fue la titubeante respuesta.
—¡Anda, si puedes hablar!
—También puedo caerme —murmuró Kip.
—No te pasará nada, te lo aseguro. —Liv entró en el túnel. Medía cuatro pasos de diámetro y estaba recubierto de una capa de luxina azul tan fina que parecía casi invisible. El suelo de la pasarela era de luxina azul más gruesa, reforzada con delgados barrotes amarillos. Daba la impresión de ser imposiblemente frágil. Tal y como Kip había visto desde muy, muy abajo, la pasarela comunicaba con la Torre del Prisma en tan solo dos puntos: en la cara oriental y aquí, al oeste. Tras recorrer en línea recta alrededor de la mitad de la distancia hasta la torre verde, la cual quedaba justo al oeste de la Torre del Prisma, esta pasarela se cruzaba con otra más grande, circular, hecha de luxina casi transparente. De ese círculo irradiaban las pasarelas que comunicaban con cada una de las seis torres.
Liv condujo a Kip a una de esas intersecciones, el punto más alejado de cualquier soporte. Dio un salto.
—¿Lo ves?, es completamente seguro. —Se rio—. Prueba tú ahora.
—No sé —dijo Kip. Si alguna vez conseguía sobreponerse al miedo, estaba seguro de que disfrutaría de una vista magnífica. Por otra parte, era difícil admirar unas meras torres mágicas cuando tenía a Liv allí mismo—. Está bien —claudicó con un hilo de voz. No quería herir los sentimientos de la muchacha.
Claro que, como esa pasarela tan enclenque se parta, sus sentimientos terminarán, más que heridos, despanzurrados.
Para demostrar que también él tenía sentido del humor, Kip dio un saltito, aterrizó de puntillas con tanta suavidad como le fue posible y absorbió toda la fuerza del impacto con las rodillas.
—Venga, hombre —dijo Liv.
Kip suspiró y saltó tan alto que temió golpearse la cabeza con el dosel. Al aterrizar, oyó un crujido estrepitoso.
Extendió las manos a los lados en busca de algún sitio al que agarrarse, con el corazón en un puño. Se disponía a abalanzarse sobre la barandilla cuando reparó en la cara de Liv.
La muchacha se tapó la boca con una mano para disimular la sonrisa.
—No sabes cuánto lo siento —dijo—. No debería haberlo hecho. Es una especie de tradición, gastar esta broma a los nuevos alumnos, y el Prisma me pidió que te proporcionara la experiencia completa.
Kip le miró las manos. Parecía que sus dedos rodearan algo invisible. Afinó la vista, y efectivamente, allí estaba la barra de luxina supervioleta, partida por la mitad.
Soltó una risita. Consiguió que sonara tan solo ligeramente forzada.
—Pásame la tradicional fregona, ¿quieres? Me parece que acabo de dejar un tradicional charco.
Liv se rio.
—Gracias por tomártelo tan bien. Por si te sirve de algo, yo estuve a punto de desmayarme cuando el magíster nos lo hizo a toda la clase. Venga, ya falta poco.
Recorrieron juntos la pasarela circular y se desviaron hacia la torre amarilla. Puesto que esta había quedado al fondo cuando Kip entró en el patio central, no había podido verla bien. Ahora se extendía tanto a sus pies como sobre su cabeza.
—Creo que no me cabe más en los ojos —musitó.
—¿Cómo dices?
—Hoy he visto demasiados prodigios. O bien esto no es tan impresionante, o he perdido la facultad de asombrarme, porque no me parece nada más que una simple torre amarilla. Ni llamas, ni joyas, ni formas retorcidas. —La torre era luminosa, pero por lo demás parecía estar compuesta de cristal amarillo esmerilado, traslúcido pero no transparente. Quizá el hecho de que el sol estuviera poniéndose detrás de ella impidiera apreciar la torre en toda su magnitud.
Liv esbozó una sonrisa. Kip no entendía cómo había podido olvidarse de esos hoyuelos.
—Lo prodigioso de la amarilla es que se compone por entero de luxina.
—Y las demás no —musitó Kip, sin entenderlo. Parpadeó—. Quiero decir, ¿no están hechas todas de sus respectivas luxinas?
—No, no, no. Las demás tienen fachadas mágicas que cubren materiales de construcción tradicionales. La amarilla está hecha por completo de luxina amarilla.
Tras su, reconozcámoslo, breve período de formación al lado del Prisma, Kip pensaba que el amarillo se empleaba como lanolina mágica o algo por el estilo: reforzaba los otros tipos de luxina, pero por lo demás volvía a degradarse en luz con facilidad.
—Ah, creía que la luxina amarilla sería una elección poco afortunada como material de construcción, por eso de que es tan inestable. —Kip empezaba a recordar por qué había mantenido la boca cerrada hasta ahora. Cuanto más hablaba con Liv, más natural le parecía hablar de su hogar. Y más antinatural no hacerlo. En cuanto tocaran ese tema, tendría que informar a Liv de que su padre había muerto, y la placentera sensación de estar en su compañía saltaría por los aires. Esa joven radiante y risueña de encantadores hoyuelos se transformaría en una huérfana desconsolada.
—Lo es —dijo Liv—. Por eso resulta tan asombroso. —Tiró de él hacia la entrada de la torre. De pronto, Kip no estaba seguro de querer abandonar la solidez de los radios azules y amarillos.
Claro, hace un momento me preocupaba entrar en los túneles, y ahora no quiero salir de ellos.
—La luxina amarilla es la menos estable, por lo general. Regresa a su estado luminoso al menor movimiento, como agua que se evaporara en un abrir y cerrar de ojos. Por eso se llama agua brillante. Pero ¿te acuerdas del arpista que tocó en Rekton hace unos años, el que paraba entre canción y canción para volver a afinar su instrumento?
Kip asintió con la cabeza.
—No parecía que sirviera de mucho. —Terreno peligroso, hablar de su hogar, pero si conseguía mantener la conversación hasta caer rendido de agotamiento, tal vez pudiera aplazar un día más el tener que darle la noticia.
—El caso —dijo Liv— es que sabía cuándo el arpa estaba desafinada siquiera una fracción. Nadie más podía darse cuenta. Hay personas que pueden hacer lo mismo con la luz. A fin de crear luxina del color que sea, hay que pulsar la nota adecuada dentro del color o la luxina no se formará. Si te acercas al tono adecuado tan solo aproximadamente, la luxina tendrá muchas más probabilidades de fracasar. Se pueden disimular algunos errores con fuerza de voluntad, pero solo alguien realmente especial es capaz de lograr que funcione así de bien.
—¿Esto tiene algo que ver con los supercromados? —preguntó Kip. Por fin empezaban a encajar algunas piezas.
—Sí. —Sus palabras parecían haber sorprendido a Liv—. No pensarás quedarte ahí plantado toda la noche, ¿verdad?
—Oh. —Kip la siguió al interior de la torre.
—Los supercromados pueden ver gradaciones de color más sutiles que la mayoría.
—¿Tú lo eres?
—Mmm-hummm. Aproximadamente la mitad de las mujeres lo somos.
—Pero no tantos hombres.
—En toda la Cromería solo hay diez supercromados varones.
Ah, por eso el ama Varidos le había llamado bicho raro.
—No parece muy justo —dijo Kip.
—¿Qué tendrá que ver la justicia? Tus ojos azules te permiten trazar más que yo. No se trata de si es justo o deja de serlo.
Kip frunció el ceño.
—Entonces, ¿hay que ser supercromado para crear luxina amarilla duradera?
—¿En pocas palabras? Sí. En la práctica, incluso en la supercromancia existen grados. ¿Cuántas tarjetas ordenaste durante el examen? ¿Cien? Ahora imagínate que hubiera mil, y que las gradaciones de color fueran mucho más sutiles. Para crear un amarillo sólido tendrías que superar esa prueba… y disponer del control necesario para trazar luxina amarilla en ese espectro tan limitado. El resultado, sin embargo, es la luxina más resistente de todas.
—¿Tú puedes hacerlo?
—No.
—Ah… era una pregunta indiscreta, ¿verdad? —Kip adoptó una expresión compungida.
—Soy la última persona que te reñiría por no respetar el código de etiqueta de la torre.
—Lo que significa que sí.
—Sí —respondió Liv, con una sonrisa. Pero ¿por qué tenían que ser tan bonitos esos hoyuelos?—. Todavía me cuesta creer que seas el… sobrino del Prisma, Kip.
—No eres la única. —De modo que Gavin tenía razón. Todos hacían una pausa antes de pronunciar la palabra «sobrino». Pensaba que sería mejor que escuchar constantemente que era un bastardo. Pero no.
Montaron en otro elevador y empezaron a descender. Al parecer, existía un código de preferencia que dictaba qué aposentos correspondían a quién. Cuando llegaron al cuarto de Liv, Kip se llevó una verdadera sorpresa. No solo era espacioso, sino que contenía múltiples estancias… y tenía vistas a la puesta de sol. Más de un trazador mataría por una habitación así.
—Me he mudado hace poco —explicó Liv, como pidiendo disculpas—. Soy bicroma. Por los pelos. Seguro que estás molido. Puedes dormir en mi cama.
Kip la miró, boquiabierto, convencido de que no quería decir lo que él pensaba que estaba diciendo, intentando que su expresión no revelara sus pensamientos.
—Yo dormiré en la sala contigua, bobo. Estas alfombras nuevas son tan mullidas que puedo dormir en ellas como una pariana.
Kip tragó saliva.
—No, no pensaba que quisieras… es decir, solo… esto, estaba pensando que no debería aceptar tu cama. Debería dormir yo ahí al lado.
—Eres mi invitado, y tienes que estar rendido. Insisto.
—No… eh… no quiero mancharte la cama. Estoy empapado de sudor, y de mugre. Por la prueba. —Kip echó un vistazo a la cama. Era preciosa. La habitación entera era preciosa. Por lo menos habían estado tratándola bien.
—Todo el mundo termina igual después del Trillador. Te traeré una palangana y podrás pasarte una esponja antes de perder el conocimiento, pero de veras, insisto.
Liv se perdió de vista en la sala adyacente. Kip sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Hasta ahora no había dicho nada acerca de su padre, pero la pregunta flotaba entre ambos, prácticamente palpable. Liv regresó armada con agua humeante, una esponja y una gruesa toalla. Dejó todas las cosas encima de la mesa y se sentó en una silla, de espaldas a Kip.
—No te importa si me quedo aquí y charlamos mientras te aseas, ¿verdad? Te juro que no me daré la vuelta.
—Ah. —Pues claro que le importaba. Se giraría cuando él estuviera medio desnudo y saldría de la habitación dando alaridos, por el amor de Orholam. Una cosa era que alguien supiera que eras rollizo, y otra muy distinta dejar que te viera las lorzas. Por otra parte, era su invitado y no le había impuesto ninguna exigencia. Estaba siendo grosero.
—Bueno, Kip… ¿cómo está mi padre? No has dicho nada de casa.
Durante largo rato, Kip fue incapaz de abrir la boca. Empieza a hablar, Kip. Cuando empieces, podrás contárselo todo.
—Estás suspirando —dijo Liv—. ¿Ha pasado algo?
—¿Recuerdas que el sátrapa envía mensajeros a Rekton todos los años, reclutando para la leva?
—¿Sí? —La voz de Liv sonó más preocupada que interrogante.
—Puedes girarte, no estoy desnudo.
La muchacha se dio la vuelta.
—Cuando el hijo del sátrapa Garadul, Rask, asumió el mando, se declaró rey. Envió otro mensajero. Puesto que la ciudad lo mandó de regreso con las manos vacías, decidió darnos una lección. —Kip exhaló un hondo suspiro—. Los mataron a todos, Liv. Soy el único que logró huir con vida.
—¿Y mi padre? ¿Qué fue de mi padre?
—Intentaba rescatar a la gente. Pero Liv, rodearon la ciudad por completo. No escapó nadie.
—Tú sí. —No creía sus palabras, Kip podía verlo en su rostro.
—Tuve suerte.
—Mi padre es uno de los trazadores con más talento de su generación. No me digas que tú conseguiste escapar y él no.
—Trajeron trazadores y Hombres Espejo, Liv. Vi cómo masacraban a la familia Delclara. A todos. La ciudad entera era pasto de las llamas. Vi morir a Ram, Isa y Sanson. Vi morir a mi madre.
—La drogadicta de tu madre me importa un bledo. ¡Estoy hablando de mi padre! No me digas que está muerto. No es cierto, maldita sea. ¡No es cierto!
Liv salió de la habitación como un torbellino y cerró la puerta de golpe a su espalda.
Kip se quedó mirando fijamente la puerta, con los hombros hundidos y los ojos anegados de unas lágrimas que ni siquiera alcanzaba a entender.
Bueno, al final tampoco había sido para tanto.