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Liv ensayó una reverencia, alegrándose de tener una excusa para interrumpir el contacto visual con el Prisma. Cuando enderezó la espalda, Gavin Guile la observaba con expresión crítica. Evidentemente, sus sospechas demostraban ser ciertas: pocas mujeres respondían a su llamada vestidas con ropa de faena y sin maquillaje.

—Hacía mucho que no veía una reverencia tyreana como Orholam manda —dijo el Prisma.

Cuando tus ejércitos se marcharon, quedaban pocas mujeres para hacer reverencias.

—¿En qué puedo serviros, noble señor de la lux Prisma? —preguntó Liv.

—Lord Prisma es suficiente —dijo Gavin.

—Gracias, lord Prisma.

Saltaba a la vista que estaba sopesándola, pensando. Pero ¿pensando en qué? Si algo había conseguido esa desgraciada de Aglaia Crassos era que Liv pensara en el Prisma como en Gavin Guile, un hombre, y además apuesto. Sus ojos eran, literalmente, la cosa más fascinante del mundo.

Magíster, Liv. Tutor. Lord. Señor de la lux. Noble. General. Con el doble de años que tú. Demasiado mayor para ti. No un hombre musculoso de anchas espaldas, tan solo otro magíster. Ojalá ardas en el infierno, Aglaia Crassos.

—¿Has decidido quién quieres que sea tu magíster de amarillo?

¡Gracias!

¿Lo ves?, soy una discípula. Nuestra relación es puramente académica. En comparación con él, soy una niña. Irremediablemente joven e ignorante. Liv frunció los labios.

—Con franqueza, me gustaría estudiar con el ama Tawenza Ojos Dorados. —No podía creerse que lo hubiera dicho en voz alta. Esa mujer solo aceptaba tres pupilos al año, y ya los tenía. Los tres mejores estudiantes de amarillo de toda la Cromería.

Gavin se rio.

—¿Ese basilisco malhumorado? Atrevida elección. Es la mejor, y probablemente no te odie tanto como creerás que lo hace durante el primer año. Te pediría que le dieras recuerdos de mi parte cuando le asigne una cuarta estudiante, pero sin duda la pagará contigo. Dalo por hecho. ¿Qué te parecen tus aposentos?

Liv no respondió de inmediato. Era una pregunta bastante personal. No, tan solo está preocupado… no, preocupado no, quiere comprobar que se hayan cumplido sus instrucciones. Los generales hacen cosas por el estilo.

—Son mejores de lo que jamás soñé que tendría, lord Prisma. ¿Y la ropa? Antes tenía tres vestidos. Ahora poseo más de cincuenta y el peor de ellos es mejor que mi antiguo vestido de los domingos. —Espera, tal vez la ropa no sea el tema de conversación más apropiado.

—Y sin embargo has decidido venir así —dijo Gavin, reparando en su atuendo. Ups. Su voz no denotaba desaprobación. Si acaso, destilaba una sombra de buen humor. Pero su semblante no dejaba entrever si se sentía irritado. Liv debería haber escuchado a esa esclava, Marissia. Arreglarse un poco no habría sido el fin del mundo. Gavin miró detrás de ella, y Liv lo imitó, pero la habitación estaba desierta salvo por ellos dos, y en las paredes no había ningún elemento decorativo fuera de lo común, tan solo el cristal de pruebas habitual.

—Me pedisteis que acudiera cuando me viniese bien. —No pudo impedir sonar como si estuviera a la defensiva—. Pensé que no os gustaría que os hiciera esperar. —Eso estaba mejor. Con decisión, Liv.

—Creo que lo harás perfectamente.

—¿Lord Prisma?

—Eres perfecta porque te niegas a dejarte impresionar, Aliviana. Eso me gusta. Es…

—¡Yo no diría exactamente que no estoy impresionada!

Gavin esbozó una sonrisa.

—De lo contrario no me interrumpirías.

Dándole la razón, de paso.

Liv decidió mantener la boca cerrada. Puede que desmarcarse de todas las demás mujeres que acudían allí, y fracasaban en sus intentos por seducir a Gavin, no hubiera sido el mejor de los planes.

—Cada vez que llamo a mi presencia a una mujer de entre treinta y sesenta años de edad, se presenta vestida como una cortesana ruthgari, o bien ansiosa por complacerme o bien completamente aterrada. Como si me dedicara a regentar un burdel.

Ay, que Orholam me lleve, ¿y si he hecho precisamente aquello que podría volverme más atractiva a sus ojos?

—Sois Gavin Guile —dijo Liv, como si eso lo explicara todo. Y así era. Cazar al Prisma no solo cambiaría totalmente la vida de una mujer, sino también la de su familia. A mejor, de inmediato y durante generaciones. Añádanse los adjetivos apolíneo y viril al término «Prisma», que ya de por sí significaba poderoso, respetado y rico, y a Liv no le costaría imaginarse que las faldas se acortaran y los escotes cayeran. Era un milagro que las mujeres no acudieran a verlo desnudas. ¿Qué se pondría Ana si recibiese una invitación del Prisma?

Por otra parte, mejor no pensar en ello.

—Sí, lo soy —dijo Gavin, sonriendo como si de una broma privada se tratara—. Y necesito que me ayudes, Aliviana.

Liv tragó saliva con dificultad. Lo cierto era que podía pedirle lo que quisiera, y ella jamás podría negarse.

—Liv, por favor.

—De acuerdo. —Gavin carraspeó. ¿Por qué carraspeaba? ¿Se sentía violento? ¿Le incomoda empezar una aventura con una muchacha a la que dobla en edad?

Gavin volvió a mirar por encima del hombro de Liv.

—Hace unos años… es como si hiciera una eternidad… El caso es que tengo un… sobrino. Su madre era tyreana. Quiero que seas su profesora. Quizá se sienta más cómodo bajo la tutela de alguien de su tierra. Sé que los tyreanos no lo tenéis fácil aquí. ¿Qué dices?

Liv se quedó farfullando, asombrada. ¿Un «sobrino»? ¿Su profesora? ¡Kip! ¡Por supuesto! ¡Por Orholam, se había equivocado por completo! ¡Idiota! El Prisma no había pensado ni remotamente…

—B-bueno, por supuesto, lord Prisma. ¿Hay… por qué…? —Pero ¿qué estaba diciendo? Ya había sido bastante impertinente. Formular la pregunta equivocada acerca del bastardo de un hombre era la manera más segura de echarlo todo a perder—. ¿Cuál es el color de… él? —Solo en el último momento se acordó de decir «él» en vez de «Kip». Se suponía que no debía ni sospechar siquiera que Kip era el hijo bastardo del Prisma.

Sería una espía espantosa.

—El verde. Posiblemente el azul. Se está celebrando su iniciación en estos momentos.

—¿Ahora? —preguntó Liv. Las ceremonias de iniciación del presente curso habían tenido lugar hacía mucho. Liv no había oído nunca que se aceptaran candidatos en ninguna otra época del año—. ¿Cuándo llegó vuestro… cuánto hace que está aquí?

—Llegó ayer.

—¡¿Y ya le están iniciando?! —Pobre Kip.

Gavin volvió a echar un vistazo detrás de ella. Esta vez, Liv sabía qué estaba mirando. Por toda la torre, por motivos que Liv nunca había alcanzado a comprender, había cristales corrientes incrustados en las paredes. A lo largo de todo el año se limitaban a emitir destellos en su sitio, refractando la luz de su entorno, pero durante las iniciaciones al comienzo de cada curso, su brillo se intensificaba. A medida que los aspirantes se sometían al Trillador, se producía invariablemente una oleada de un color tras otro conforme se sucedían las pruebas. Los colores eran los mismos que veía el aspirante. En cuanto trazaban, el cristal adoptaba un tono brillante del color trazado. Para Liv había sido supervioleta, primero, y después un amarillo más débil.

Desde la llegada de Liv, el Prisma había estado controlando los progresos de su hijo bastardo.

Ahora que lo pensaba, si la prueba había empezado ya cuando Gavin miró por primera vez a espaldas de Liv, lo cierto era que estaba durando mucho. Generalmente no llegaba al minuto.

Ambos se giraron para contemplar el cristal.

—¿Qué dijo el examinador cuando te bajaron al Trillador? —preguntó Gavin.

—Dijo algo acerca de que la única rebelde buena era la rebelde muerta, y que aún poseía la sangre de mi padre —respondió Liv. Se trataba, como siempre, de asustar al aspirante. El miedo dilataba las pupilas y hacía que el aspirante trazara al máximo de sus posibilidades. También ayudaba a que incluso el más arrogante señorito o damisela comenzara sus estudios con una pizca de humildad.

—¿Y a vos? —preguntó Liv. Ninguno de los dos apartó la mirada del cristal.

—Algo sobre mi hermano —dijo Gavin—. Resultó ser más cierto de lo que creían.

—Lo siento —dijo Liv. No sabía si estaba disculpándose por haber preguntado, por el examinador, o por la pesadilla hecha realidad que había tenido que padecer Gavin al verse obligado a matar a su hermano.

—Nunca me ha gustado esa parte, asustarles. La cámara es bastante aterradora por sí sola, al igual que la posibilidad de fracasar. Es innecesario que hagan creer a los aspirantes que sus vidas corren verdadero peligro. Eso rompe a las personas. Rompe a los niños.

Liv nunca lo había visto de esa manera. El Trillador era el Trillador. Todo el mundo pasaba por él. Se trataba de un elemento indisoluble del trazo, de la Cromería. Cuando menos, todos los trazadores tenían el Trillador en común.

—Todas las muchachas nobles sabían lo que iba a pasar —dijo Liv—. Al contrario que las demás. Sabían que la prueba en sí no les haría daño, así que esas breves palabras al margen de la prueba eran lo único que las asustaba. Porque incluso si no hubieran estado sobre aviso, escuchar a un examinador perteneciente a la familia de tu enemigo asegurar que los accidentes ocurren es aterrador.

—No se me había ocurrido —dijo Gavin—. Todos mis amigos eran nobles. Creía que todo el mundo sabe lo que le espera.

Por supuesto que sí. La Cromería está diseñada para favorecer a los de tu clase, y eso solo es una muestra más.

Gavin carraspeó.

—Liv, mi hijo podría ser especial, realmente dotado. Lo descubriremos enseguida, pero no me sorprendería que fuese un policromo. Es tyreano, su madre ha muerto hace poco, va a enfrentarse a falsos amigos y enemigos injustos por el simple hecho de ser mi hijo; no encajará en ninguna parte y sin embargo, al mismo tiempo, la gente no lo perderá de vista en ningún momento. Si encima resulta ser realmente poderoso… podría convertirse en un monstruo. No sería el primer miembro de mi familia que no sabe controlar un poder inmenso. El don no está exento de impurezas, ¿sabes?

—¿Qué queréis que haga? —preguntó Liv. ¿Realmente iba a dar clases al hijo del Prisma? Hijo bastardo, pero aun así. Sintió como si le hubieran quitado un peso enorme de encima. El Prisma solo era el Prisma (bueno, si es que se podía ser «solo» el hombre más poderoso del mundo), pero también era un noble al que debía prestar sus servicios. Servicios normales. Algo que tampoco era tan terrible, habida cuenta de cuán completamente le había cambiado la vida.

—Quizá sea un monocromo. Es lo más probable. Me estoy adelantando a los acontecimientos —dijo Gavin.

—Pero ¿si no lo es? —Tienes que confiarme tus expectativas, de lo contrario fracasaré… y te enfadarás conmigo. Típico de los nobles. A Liv le agradó saberse capaz de sentirse irritada. Empezaba a librarse de la desorientación que la atenazaba.

—Finge que es normal. En todos los sentidos. Sé que lo averiguaría enseguida por sus propios medios si nos quedáramos, pero pretendo sacarlo de aquí lo antes posible. Hasta entonces, concédele algo de normalidad. Si te saca de tus casillas, grítale. Castígale los nudillos con una vara si se porta mal, ¿entendido? Pero si domina alguna tarea complicada, haz como si fuera algo bueno pero no extraordinario. Quiero que sepa que las personas que importan realmente no van a dejarse impresionar por quién es su padre o cuánto puede trazar.

—¿Y quiénes son esas personas? —preguntó con sarcasmo Liv. No pretendía decirlo en voz alta, pero Gavin estaba siendo ridículamente poco realista. Por supuesto que importaba quién era y cuánto podía trazar. Quizá cuando uno nacía en la cima de la montaña podía fingir que esta no existía, pero quienes la escalaban y quienes nacían al pie y jamás podrían llegar a lo más alto opinaban de otra manera.

—Orholam y yo —contestó Gavin, haciendo oídos sordos a su tono—. Si somos los únicos cuya aprobación le importa, tendrá una oportunidad.

Liv no sabía si era lo más arrogante o lo más profundo que había oído en su vida. Tal vez ambas cosas. Como poco, le recordaba quién y qué era Gavin. Por el entrecejo fruncido de Orholam, había reprendido veladamente al Prisma, el hombre más próximo del mundo al mismísimo Orholam. Y gracias a Orholam que Liv había rechazado la oferta de aquella arpía. Aunque le costase caro. ¿Espiar al Prisma? Era prácticamente un sacrilegio. Por graves que fuesen la estupidez, la torpeza y la horripilante sombra de encaprichamiento de Liv, ¿cuánto peor no sería añadir además la traición a la mezcla? Tragó saliva con dificultad.

—Lo siento, lord Prisma, he sido…

Gavin levantó una mano y se incorporó de repente.

Liv miró el cristal de soslayo, pero no vio nada. El cristal no había cambiado. Volvió a mirar al Prisma a tiempo de ver que este palidecía… antes de que sus facciones se iluminaran como si el sol acabara de salir de detrás de los más negros nubarrones.

Una sucesión de colores relampagueó en su piel, y alargó una mano hacia el cristal. Un tubo de luxina, crepitante y reluciente, salió disparado de su mano y se adhirió al cristal de la pared opuesta como una iridiscente tela de araña en llamas. El hombre continuó bombeando cada vez más cantidad, penetrando a gran profundidad en el cristal.

De pronto, tan abruptamente como había empezado, Gavin se detuvo. Un momento después, el cristal emitió un resplandor verde como el jade, y a continuación un azul menos intenso.

Gavin exhaló un suspiro de alivio.

—¿Qué ha sido eso? —quiso saber Liv.

—¡Un secreto! —ladró Gavin. Hizo un gesto y Liv sintió una ráfaga de aire helado y oyó cómo las ventanas encajaban pesadamente en sus ranuras.

»Ven aquí —ordenó el Prisma. Todos los colores del arco iris y más aún inundaban su cuerpo. Una cuerda de luxina verde se enroscó alrededor de la cadena de azul combinado con amarillo que tenía en la mano—. ¡Date prisa, chiquilla! Tengo que ser el primero en llegar para contenerlo, y te necesitará.

Desconcertada, Liv se acercó corriendo al Prisma. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando.

—Súbete a mi espalda —dijo.

—¿Qué?

—¡A mi espalda, rápido! Agárrate bien.

Liv se encaramó a su espalda de un salto. Su cuerpo emitía un calor antinatural a causa de los subrojos que contenía junto con todos los demás colores. ¿Qué estaba haciendo? Miró de nuevo la cadena que tenía en la mano. A continuación, el Prisma se giró y encaró el vacío que se abría tras la ventana. Liv soltó un gritito y se aferró a él como si le fuera la vida en ello.

—¡Nno ddan uegghte!

—¿Cómo? —preguntó Liv, aflojando la presa alrededor de su cuello.

—No tan fuerte —refunfuñó el Prisma.

Mientras Liv se disculpaba, unas bandas de luxina envolvieron su cuerpo, sosteniéndola con fuerza contra él. Gavin corrió hacia la ventana y saltó.

La vista de Liv, al principio, abarcaba únicamente el sedal de luxina que se desenrollaba de la mano de Gavin como la seda de una araña, igualando a la perfección la velocidad de su caída. Comprendió que no tenía ni idea de cuánto tendrían que descender exactamente para llegar al nivel de la Cámara del Trillador, ni cómo sabría Gavin cuándo parar. Ya puestos, ¿cómo pretendía regresar al interior de la torre? ¿Esperaba que alguien se hubiera dejado abierta una ventana?

¡Ay, Orholam misericordioso!

Llevaban cayendo una eternidad. Los ojos de Liv la desobedecieron y saltaron de la luxina sobre su cabeza al suelo a sus pies, que volaba a su encuentro a una velocidad cegadora.

Se aplastó contra la espalda de Gavin cuando este solidificó la cuerda. La presión amenazaba con barrerla lejos de él y arrojarla al patio. Se balancearon hacia atrás, y Liv vio cómo la mezcla de cuerda y cadena se extendía hasta la lejana cumbre de la Torre del Prisma, que se cernía sobre ellos cada vez más grande conforme oscilaban de regreso a su escarpada superficie inmaculada.

Tres tirones bruscos los empujaron hacia atrás, pero ni por asomo con la fuerza necesaria para frenarlos. Liv atisbó brevemente tres misiles que surgían de la mano izquierda extendida de Gavin hacia la torre frente a ellos.

No vio qué hicieron los misiles, porque fuera cual fuese su intención, con Gavin disparándolos con la zurda mientras sostenía la cuerda con la diestra, absorbió la fuerza del retroceso con el brazo izquierdo. De modo que en cuanto los misiles se alejaron de su mano, Gavin y Liv empezaron a dar vueltas sin control en sentido contrario al de las agujas del reloj.

Alrededor de Liv explotaron el cristal y la piedra en todas direcciones. Estaba deslizándose por un suelo, resbalando veloz y recta como una flecha por una fracción de segundo, separada abruptamente del Prisma. De improviso, algo sujetó el dobladillo de su falda. La inercia y la fricción con el suelo se la levantaron con fuerza, y entonces fue su piel lo que chirrió contra la piedra desnuda. Cayó de costado y rodó varias veces. Cuando se detuvo contra una pared, lo único que pensó fue que no podía creerse que aún estuviera con vida.

Había media docena de trazadores en el pasillo inesperadamente azotado por las corrientes de aire, mirándolos con incredulidad. El Prisma se había levantado ya y estaba impartiendo órdenes.

¿Por qué noto frío en el trasero? Liv siguió las miradas de los trazadores y bajó la vista. Tenía la falda recogida alrededor de la cintura a causa del resbalón, exponiéndola al mundo. Con un gritito, se bajó la falda de golpe y se puso en pie de un salto.

—Tú, busca al señor de la lux Negro. Dile que quiero que reparen esto. Hoy mismo. Vete ya. Tú, apunta los nombres de todos los presentes en este pasillo y en la cámara de exámenes —estaba diciendo el Prisma. Liv, al ver que Gavin acaparaba la atención de todos, sacudió las caderas. No se había dado cuenta antes de levantarse de un salto, pero tenía las nalgas heladas porque su ropa interior también se había subido más de la cuenta. Le tiraban de la sisa con saña. Se contorsionó en un intento por devolver la prenda a su sitio sin tener que introducir una mano bajo la falda—. Aliviana, ¿qué haces? —preguntó el Prisma.

Liv se quedó inmóvil, petrificada.

—Da igual, quédate aquí. Te llamaré enseguida. —Gavin abrió la puerta de la cámara de los exámenes y entró sin más dilación. Todos los trazadores del pasillo, incluido uno de los jóvenes magísteres mejor parecido de toda la Cromería, Payam Navid, se giraron para mirar a Liv, preguntándose visiblemente por qué era tan importante… y aniquilando sus esperanzas de recomponer su ropa interior por ahora. Sin tener la menor idea de qué la esperaba ni qué le tenía deparado el Prisma, dirigió una sonrisita nerviosa al joven magíster.