39

El azul de la celda intentaba insinuarse en su cerebro, volverlo lógico y desapasionado. Allí no cabían ni el odio, ni la envidia, ni la furia. El difunto farfullaba apoyado en su pared.

Dazen se levantó y se acercó a él. El difunto residía en una sección particularmente brillante de la pared de luxina azul. Se trataba, por supuesto, del gemelo de Dazen.

—Ha llegado la hora —dijo el difunto—. Tienes que matarte.

Al difunto le gustaba soltar ascuas ardiendo en el regazo de Dazen y ver qué hacía con ellas. Las vértebras de Dazen crujieron cuando giró el cuello a derecha e izquierda. Las vértebras del difunto crujieron cuando giró el cuello a izquierda y derecha.

—¿A qué te refieres? —preguntó Dazen.

—Te falta voluntad para hacer lo que debes. A menos que seas más fuerte que Dazen, no…

—¡Yo soy Dazen ahora! —lo interrumpió Dazen.

El hombre de la pared esbozó una sonrisita indulgente.

—No, todavía no. Sigues siendo yo. Sigues siendo Gavin Guile, el hermano perdedor. Dazen te arrebató la vida, pero tú no le has arrebatado la suya. Aún no. No estás preparado. Habla conmigo de nuevo en uno o dos años.

—¡Estás muerto! —exclamó Dazen—. Tú eres el muerto, no yo. ¡Soy Dazen!

Pero su reflejo no dijo nada.

Su hijo estaba ahí fuera. Su hijo, no el del auténtico Dazen. El auténtico Dazen estaba robándole a su hijo. Del mismo modo que le había robado toda su vida.

Gavin había decidido hacía tiempo que si Dazen iba a arrebatarle la vida, él se la arrebataría a Dazen a su vez. Su hermano pequeño siempre había sido el más listo de los dos, por lo que la única forma de escapar sería convertirse en Dazen, ser más listo que su hermano, excavar un túnel por debajo de la trampa más profunda del auténtico Dazen y volverla en su contra. Hasta la fecha, no había dado ningún resultado.

—No ha dado ningún resultado porque no estás dispuesto a arriesgarlo todo para ganar. En eso consistía la genialidad de Dazen —dijo el difunto—. ¿Recuerdas la última vez que os peleasteis?

—¿Cuando me encerró y me robó la vida?

—No, la última vez que os peleasteis a puñetazos.

Gavin nunca podría olvidarlo. Era el mayor de los dos hermanos. Tenía que ganar. Ni siquiera recordaba cuál era el motivo de la disputa. Eso carecía de importancia. Probablemente había empezado él. Dazen llevaba algún tiempo pasándose de listo, negándole a Gavin el respeto que se merecía. De modo que Gavin le pegó un puñetazo en el hombro y le llamó algo feo.

Aunque Gavin era mayor, Dazen había crecido hasta igualar su tamaño, o superarlo incluso. Por lo general, Dazen encajaba los insultos protestando y maldiciendo. Ese día no. Dazen le había agredido, y de repente Gavin sucumbió al temor que ya llevaba algún tiempo insinuándose en su interior. ¿Qué ocurriría si perdía?

Estaban forcejeando, intentando tirarse al suelo mutuamente, aporreando los brazos, el estómago y los hombros del otro. La mayoría de los golpes eran bloqueados, pero incluso aquellos que traspasaban la defensa del rival eran más vergonzantes que dolorosos. Las riñas entre hermanos tenían sus reglas. No se intentaba romper ningún hueso, no se pegaba en la cara. Era un ejercicio de sumisión, dominancia y castigo.

Pero si Dazen ganaba una pelea, las cosas jamás volverían a ser iguales entre ambos. Eso no podía ocurrir. Presa del miedo y la desesperación, Gavin golpeó a Dazen en el rostro.

El puñetazo dejó a Dazen tambaleándose sobre los talones, pero más a causa de la sorpresa que de la fuerza del golpe. Dazen solía mantener la cabeza fría, pero en cuanto Gavin vio su cara, supo que había cometido un error. Un error espantoso. El dolor carecía de importancia, al igual que la dominancia. Al menos para Dazen. Se había vuelto absolutamente loco. Ni siquiera tenía que trazar rojo para perder la calma. Y vaya si la perdió.

Dazen embistió a Gavin como un toro y lo levantó por los aires. Gavin intentó soltarse, desembarazarse, zafarse. Pero Dazen no buscaba afianzar su posición; pretendía derribar a Gavin. Se cayeron. Gavin aterrizó encima de Dazen y logró conectar un rodillazo directo.

No surtió efecto. Fue como si Dazen ni siquiera lo sintiese. Se limitó a encajar el golpe y tiró de Gavin con la fuerza de la caída. De pronto, el hermano pequeño estaba encima. Dazen agarró la garganta de Gavin con ambas manos y apretó.

El pánico de Gavin se mitigó. Los dos habían aprendido a luchar. Golpeó a Dazen en el mentón. Nada. Dazen lo encajó. Dazen desvió el siguiente puñetazo con un codo. Continuó apretando.

El pánico regresó, multiplicado. ¡Dazen iba a matarlo! Gavin descargó un puñetazo tras otro, pero Dazen se limitó a encajar el castigo.

Adelante, hazme daño si quieres, pero yo voy a matarte.

El mundo empezaba a oscurecerse cuando Dazen liberó a Gavin de improviso. Se levantó trastabillando mientras Gavin volvía a la vida entre toses. Para cuando Gavin se hubo puesto de pie, su hermano pequeño ya se había ido.

Después de aquello, no habían vuelto a llegar a las manos. Fue suficiente. Sabían, sin necesidad de decir nada, que si alguna vez volvían a pelearse, probablemente moriría alguien.

Y así habría sido si yo hubiera vencido en la Roca Hendida.

Pero Dazen le había permitido vivir. Fue igual que aquel momento, cuando tenía la garganta de Gavin en sus manos. Podría haberme aplastado. Podría haberme asesinado, pero en vez de eso prefirió dejarme con vida. Porque era débil.

—Si Dazen es débil —dijo el difunto—, ¿en qué te convierte eso a ti? Te derrotó. —Soltó una carcajada.

—No volverá a ocurrir. He tardado mucho tiempo, pero por fin lo he entendido. Mi hermano me ha enseñado una lección: ganar a cualquier precio. Si estás dispuesto a renunciar a todo, no deberás renunciar a nada. —Eso era. Así de simple. Ahora, ahora sí, Gavin estaba listo para convertirse en Dazen. Imitaría la fortaleza de Dazen y prescindiría de sus debilidades.

Extendió una mano para tocar su reflejo.

—Ahora has muerto de verdad —dijo.

Sus intentos por trazar subrojo habían fracasado hasta ahora porque no lograba reunir el calor necesario. Lo único que generaba calor aquí abajo era su cuerpo, y había estado a punto de matarse la última vez al extraer demasiado. Se había vuelto loco, y aun así no había sido suficiente. No estaba dispuesto a arriesgarlo todo. No estaba dispuesto a morir, si era preciso. Ahora sí lo estaba.

—Gracias, hermano. Gracias, hijo —dijo en voz alta. Trazó una hoja de luxina azul. Debía concentrarse al máximo para imprimirle un filo, pero a lo largo de varios días se afeitó los largos cabellos con ayuda del difunto. Cogía un puñado, separaba los mechones en finos montones, y ataba los extremos para que no se dispersaran. Cuando hubo reunido una cantidad considerable, tras impregnar la improvisada madeja de tanto aceite corporal como pudo reunir, empezó a tejer. Esto era lo primero que debía hacer. Después no estaría en condiciones.

Por una vez, el azul le sirvió de ayuda. Su antiguo yo (cuando era libre, cuando era Gavin) jamás podría haberlo conseguido. Pasar los cabellos por encima, por debajo, por encima, por debajo, equivocarse, empezar desde el principio, sufrir un estremecimiento y dejar caer el producto sin terminar, intentar atraparlo y perder una semana de trabajo en un segundo cuando sus dedos tiraron de las hebras y estas se soltaron… todo ello hubiera bastado para enloquecer a cualquiera. Pero el azul se recreaba en los detalles, en la colocación de cada cabello individual en el lugar exacto.

Dazen ni siquiera se dio cuenta al principio, pero un día comprendió que había recuperado algo que creía perdido hacía mucho. La esperanza. Saldría de aquí. Ahora estaba seguro de ello. Solo era cuestión de tiempo. La venganza estaba cerca y, cuanto más se postergara, más dulce sería. Dazen exhaló un suspiro, satisfecho, y reanudó su labor.