35

—Así —dijo Puño de Hierro— es como deberías conocer la Cromería. Con la marea alta y al amanecer. —Había llegado antes de que saliera el sol, despertando a Kip con la desconcertante sensación de no saber si era de día o de noche. Solo lentamente había sido capaz Kip de orientarse mientras el comandante lo empujaba por las calles, menos pobladas, coronando por fin la colina—. Lo llaman la Azucena de Cristal —dijo Puño de Hierro—. Un nombre bastante más suave del que se merece, pero el acero no es transparente, ¿verdad?

Al coronar la colina, a primera vista, la Cromería efectivamente se parecía un poco a una flor. Seis torres en un hexágono rodeaban una torre central. Puesto que el Pequeño Jaspe se alzaba en altitud de sur a norte, las torres más alejadas de Kip se elevaban más, aunque todas tenían la misma altura desde la base a la cúspide. Y cada torre era completamente transparente en su cara sur. Completaba la extraña imagen floral un puente, si se podía llamar así.

El puente que cruzaba el océano entre el Gran Jaspe y el Pequeño Jaspe era verde, como el tallo de una flor, dirigiéndose directamente a las torres llameantes y las murallas bulbosas que en realidad se descolgaban en vertical. Pero no solo el puente era verde, sino que no se sostenía sobre la nada. Yacía en la superficie del agua. Tampoco flotaba, porque no se movía con las olas, y el mar era encrespado a un lado y mucho más plácido al otro.

—¿Por qué verde? —preguntó Kip, mientras intentaba poner en marcha su cerebro—. ¿El verde no era flexible?

—Es azul reforzado con amarillo. Solo parece verde —dijo Puño de Hierro, reanudando su paseo hacia el puente. Kip apretó el paso para mantener el ritmo con dificultad, boquiabierto, evaporado todo su cansancio.

—¿Amarillo? —preguntó Kip—. ¿Cómo funciona eso? El Pr… esto, mi tío no me ha contado nada del amarillo.

Puño de Hierro escudriñó a Kip, pesada como una maza su mirada. No respondió, ni siquiera cuando Kip cerró la boca y caminó en silencio a su lado, mirando expectante al gigante pero sin molestarlo.

Por fin, Puño de Hierro observó a Kip de reojo.

—¿Tengo cara de magíster?

—Solo supuse que como luchador no vales gran cosa sin tus gafas azules —dijo Kip. ¡Calla, cretino! No—. Así que haríamos bien en darte otra utilidad.

La cabeza del comandante de la Guardia Negra restalló hacia Kip. Kip tragó saliva con dificultad. Te mereces que te aplaste el cráneo, Kip. Lo estás pidiendo a gritos.

Una sonrisita renuente se extendió lentamente por las facciones del comandante. Soltó una carcajada.

—Cuando Orholam reparte los cerebros, los primeros tienen que ponerse al final de la cola para el sentido común, ¿eh?

—¿Qué? —preguntó Kip—. Oh.

Aguardó pacientemente, esperando que su chiste le granjeara alguna respuesta sobre la luxina amarilla, pero Puño de Hierro lo ignoró. La perversa sonrisita de su rostro indicaba a Kip que sabía que este aguardaba una respuesta y solo estaba mordiéndose la lengua porque no quería empezar otra conversación. Pero Puño de Hierro no iba a proporcionarle el placer de obtener una respuesta. Fuerza fofa se topa con masa inamovible.

En cuestión de minutos, no obstante, habían llegado al Tallo de Azucena (o mejor dicho, a su interior), y Kip olvidó lo que fuera que había preguntado. El puente estaba completamente cerrado, aunque con una luxina azul tan fina que era casi tan incolora como el cristal. Pero bajo sus pies, el puente refulgía. Kip miró a Puño de Hierro.

—Da igual lo a menudo que me mires, sigo sin ser un magíster —dijo el gigante.

—¿Y un guía?

—Tampoco.

—¿Un anfitrión cortés?

—Uh-uh.

¿Un cretino? La boca de Kip realmente se abrió para decirlo cuando notó de nuevo cuán densamente musculosos eran los brazos de Puño de Hierro. Cerró la boca abierta y frunció el ceño.

—¿Ibas a decir algo? —preguntó Puño de Hierro.

—Tu nombre —dijo Kip—. ¿Es común entre los parianos?

—¿Puño de Hierro? Que yo sepa, soy el único.

—No es eso lo que… —Ah, estaba bromeando.

Puño de Hierro sonrió.

—¿Te refieres a adoptar un nombre descriptivo? Muy común. Algunos usan nuestra antigua lengua, pero la gente de la costa… mi gente… usa palabras comprensibles para los forasteros. Pero los ilytianos lo hacen también. En menos grado, la Cromería entera lo hace. Gavin Guile casi nunca es llamado emperador Guile o Prisma Guile. Es sencillamente el Prisma. Orea Pullawr es solamente la Blanca. Mucha gente cree que los nombres sin significado son los verdaderos enigmas.

—Nombres sin significado. ¿Quieres decir como Kip?

Puño de Hierro enarcó una ceja. Encogió los hombros.

Muchas gracias.

El gentío que se dirigía a pasar el día al Pequeño Jaspe ni siquiera parecía reparar en el milagro bajo sus pies. El puente medía unos veinte pasos de ancho y trescientos de largo de una orilla a otra. La superficie estaba ligeramente texturada, pero eso apenas si interfería con su transparencia, aparte de algo de polvo. Kip podía ver el agua justo bajo sus pies, ni a un pie de distancia, abombándose con cada ola y combándose entre ellas. Estaba en el lado del puente con la mar embravecida, además; aparentemente aquí el tráfico viajaba por la derecha, al contrario que en casa, por lo que las olas chocaban con la luxina justo al lado de Kip. Tras haber sido arrastrado y vapuleado por esas mismas olas, estaba algo más que nervioso. Nadie más parecía darle la menor importancia.

Entonces, aproximadamente cuando Kip y Puño de Hierro llegaban al centro del puente, Kip vio una ola monstruosa que se acercaba. Justo a la altura del puente, cavidad chocó con cavidad, pico chocó con pico, y la ola se cernió gigantesca; su altura era fácilmente el doble que el puente. Kip se preparó y respiró hondo.

No se dio cuenta de que había cerrado los ojos con fuerza hasta que oyó las risitas contenidas de Puño de Hierro. Los abrió cuando el último rastro de agua se deslizaba por el interior del tubo, inofensivo. El puente no había gruñido, no había temblado, ni siquiera había reaccionado ante la violencia de la ola que acababa de pasarle por encima.

Unos pocos viandantes sonrieron con picardía. Al parecer esta era la clase de chiste que nunca perdía la gracia.

—¿Es por esto que…? —tartamudeó Kip mientras se acordaba de usar el término apropiado—. ¿Es por esto que mi tío quería que entrara por aquí?

—Parte de la razón, estoy seguro. Cada vez que tenemos que bregar con un rey recalcitrante, o sátrapa, o reina, o satrapesa, o lord pirata, nos aseguramos de que crucen con la marea alta. Es un bonito recordatorio de con quién están tratando.

¿«Bonito» recordatorio?

La siguiente ola también arrolló el puente, y pronto incluso las concavidades entre las olas eran más altas que el fondo del puente. Para cuando Kip y Puño de Hierro salieron de él, estaba medio sumergido en el mar. Increíble. Kip no se había criado en el mar, pero incluso él sabía que era inusual que la marea subiera tan duro y alto y rápido. Hizo que se preguntara si no habría magia de por medio. Y en todo momento, el puente ni siquiera se estremeció. Menudo recordatorio.

El puente se curvó hacia arriba antes de depositarlos en la orilla, por supuesto, pero cuando lo hizo Kip por fin pudo empezar a prestar atención a la Cromería.

Las dos primeras torres, a la derecha y la izquierda conforme uno salía al Pequeño Jaspe, estaban más juntas que las dos torres del fondo, bien para ayudar a fortalecer el muro junto a la inmensa puerta donde era más probable que fuera atacada o…

Oh. Es todo por la luz.

En cuando Kip comprendió eso, todo lo demás tuvo sentido. La Cromería entera estaba diseñada para maximizar la exposición a la luz del sol. Construir en pendiente significaba que podía llegar más sol a los niveles inferiores de las torres septentrionales y el patio. Levantar las dos primeras torres del hexágono más juntas significaba que no proyectaban sombra sobre las torres del fondo. Las murallas «de cristal» y los laterales septentrionales de cada una de las torres posibilitaban que todas las habitaciones con vistas al norte recibieran tanta luz solar como necesitasen, mientras que las habitaciones del sur tenían paredes opacas más propicias para la intimidad y el confort. Kip se imaginó que quienes tuvieran un miedo paralizador a las alturas lo pasarían mal en algunas de las habitaciones de la Cromería; minimizando su planta, y añadiendo a la forma de azucena llameante, todas las torres excepto la central se inclinaban hacia fuera. Tampoco era ninguna casualidad; pese a la inclinación, todas las plantas eran horizontales. Quizá fuera que la Cromería necesitaba más espacio del que había disponible en la isla, así que la única forma de obtener más espacio era hacer que las torres se extendieran más allá de la isla. Quizá fuera sencillamente porque podían.

Bien por apoyo o por conveniencia, había un entramado de pasarelas traslúcidas entre cada torre y sus vecinas. Rodeando la torre central, medio camino hacia arriba, una pasarela clara conectaba con la torre en dos puntos y radiaba a cada una de las otras torres a su vez. Kip podía ver que esas pasarelas cerradas estaban repletas de personas caminando entre las torres. Sin duda era mucho más rápido, si tenías negocios en lo alto de cada torre, ser capaz de viajar directamente en vez de caminar todas las escaleras abajo, cruzar el patio central y volver a subir todo el camino. Pero el efecto visual seguía estando presente. El aire alrededor de la torre central, como el estilo de una flor, se mantenía despejado y prominente.

—Cada color tiene su propia torre —dijo Puño de Hierro.

—Pensaba que no eras un guía —dijo Kip antes de poder evitarlo. Parpadeó. Si no sintiera tanta aversión por el dolor, se mordería físicamente la lengua para darse un recordatorio a sí mismo.

Puño de Hierro se limitó a quedarse mirándolo.

—Lo siento —dijo con voz chillona Kip. Carraspeó y dijo, con voz más profunda—: Quiero decir, lo siento.

Puño de Hierro seguía mirándolo, inexpresivo.

—Déjame adivinar —dijo Kip, retorciéndose, deseoso de desviar la intensa mirada de Puño de Hierro. Apuntó con un dedo a la izquierda de la puerta a la que se dirigían y trazó un círculo en el aire, en el sentido del desplazamiento del sol por el firmamento—. Subrojo, rojo, naranja, amarillo, verde y azul. —La azul era la última, justo a la derecha de la puerta.

—Tienes dotes de deducción —reconoció a regañadientes Puño de Hierro.

—Entonces ¿por qué se agachan los supervioletas encima de la valla? —preguntó Kip.

—¿Cómo dices? —El timbre de Puño de Hierro se elevó una octava.

—Ya sabes —dijo Kip. ¿Qué?

Puño de Hierro enarcó la ceja derecha.

—Como si se dispusieran a recibir una azotaina.

—Esa expresión no significa lo que tú crees —repuso Puño de Hierro.

Kip abrió la boca para preguntar qué era lo significaba entonces, pero saltaba a la vista que el comandante no pensaba decirle nada.

—Nunca hay supervioletas suficientes para llenar una torre entera, y los supervioletas trazan mejor desde las alturas. Las propiedades de la luz se adecuan mejor a su estilo, sin olvidar que la mayor parte de sus cometidos vienen dictados directamente por la Blanca. Por eso ocupan la Torre del Prisma, cerca de la cúspide.

Se acercaron a las grandes puertas rodeados de cientos de personas que acudían a sus puestos de trabajo o venían a hacer negocios. Las puertas estaban recubiertas de oro batido, pero estaban abiertas, de modo que Kip solo pudo atisbar la escena y las figuras labradas en ellas. Las murallas, no obstante, eran un prodigio por derecho propio. Resultaba evidente que su componente principal era la luxina azul, si bien no había un tono dominante, y al parecer debía mezclarse con luxina amarilla. ¿A fin de volverla más resistente? Esa debía de ser la explicación, puesto que todo el puente estaba construido con esa combinación. Pero todas las caras del hexágono eran distintas. Había vetas azules, amarillas y verdes por doquier, aun sin tener en cuenta las torres. Mientras que la cara septentrional de cada una de las torres era lo más transparente posible para maximizar la exposición al sol, las demás estaban diseñadas de modo que incluso un profano en la materia podría reconocer a quién pertenecía cada edificio. A juzgar por las apariencias, el afán de alardear también representaba un papel importante.

Todas las superficies de la torre azul estaban talladas como las de un zafiro gigantesco, por lo que la torre entera emitía destellos desde un millar de facetas sin importar desde qué ángulo la observara uno. La torre subroja, sobre su base de azul, amarillo y verde entrelazados, parecía que estuviera ardiendo. Las ilusorias lenguas de fuego recorrían la luxina en vertical durante diez o veinte pies, y las chispas y las llamaradas en ocasiones alcanzaban alturas aún mayores. El resto de la torre daba la impresión de ondular como el aire alrededor de una hoguera.

Kip tropezó al entrar en el patio central. Bajó la mirada a sus pies. Unos surcos recorrían el suelo en un amplio arco que conectaba ambas hojas. Pero las puertas que Kip acababa de cruzar no eran correderas, sino que se abatían sobre sus goznes como cualquier otra. Desconcertado, interrogó con la mirada a Puño de Hierro, que dijo:

—Una flor de cristal.

—¿Eh?

—¿Qué hacen las flores?

—¿Oler bien?

—Eh…

Puño de Hierro parecía estar disfrutando con su confusión.

—Con respecto al sol.

—¿Se abren?

—¿Y cómo funcionaría eso con un conjunto de edificios?

Tras devanarse los sesos durante unos instantes, Kip se dio por vencido.

—De ninguna manera —dijo Puño de Hierro.

—Oh. Entonces…

—Prueba otra vez.

—¿Es que nunca respondes directamente a ninguna pregunta?

—Solo ante mis superiores. —Lo cual, comprendió Kip, era una respuesta directa. Arrugó la nariz, demasiado intimidado por Puño de Hierro como para señalarlo, pero la sonrisa que aleteaba en las comisuras de los labios del gigante le indicó que este ya se había percatado—. Las flores siguen al sol desde la mañana a la noche —concluyó Puño de Hierro, tal vez a modo de disculpa.

Kip volvió a contemplar los surcos mientras Puño de Hierro y él se dirigían al edificio central. La carretera se ensanchaba antes de llegar a la puerta; tanto que la mayor parte de ella sencillamente colindaba con el muro formando una amplia medialuna.

—¿Insinúas que el edificio entero se mueve? —Kip comprendió que era la única explicación posible. Si la cara septentrional de todos los edificios era transparente, solo podrían aprovechar el sol al máximo a mediodía, pero si el conjunto al completo giraba, obtendrían toda la luz posible desde el amanecer al anochecer. Aun así… ¿todo? ¡Imposible!

—Ya hemos llegado —anunció Puño de Hierro.

Kip volvió a mirar al frente cuando se detuvieron ante un enorme portal plateado, tan desprovisto de adornos como excesivo era todo lo demás.

Había dos guardias a ambos lados de la puerta, vestidos con sendas armaduras de espejo completas. Cada uno de ellos llevaba una espada y sostenía un mosquete de mecha casi tan alto como él.

—Comandante Puño de Hierro —saludaron al unísono.

—Por fin. —Puño de Hierro empujó a Kip al interior del edificio—. Estás a punto de conocer al Trillador.