Al mediodía siguiente, Kip se había tragado ya por completo sus palabras acerca de la barca. Volaban sobre las olas a una velocidad de vértigo; Gavin había trazado un armazón cerrado mientras mascullaba algo acerca de las mujeres y sus ideas, de modo que ahora, a pesar del viento huracanado que los envolvía, podían hablar.
—Así que has usado el verde —dijo Gavin, como si para él fuera lo más normal del mundo estar inclinado hacia delante, con la piel roja en su totalidad, sujetos con correas los pies, engarfiados los dedos de las manos en torno a dos postes azules traslúcidos, arrojando grandes tapones de luxina roja al agua, sudando profusamente, con los músculos agarrotados—. Es un buen color. Todo el mundo necesita trazadores verdes.
—Creo que también puedo ver el calor. Y maese Danavis decía que soy un supercromado.
—¿Cómo?
—Maese Danavis era el tintorero de la ciudad. A veces le echaba una mano. Le costaba encontrar los rojos que le gustaban al marido de la alcaldesa.
—¿Corvan Danavis? ¿Corvan Danavis vivía en Rekton?
—S-sí.
—¿Delgado, de unos cuarenta años, bigote con cuentas ensartadas, pecoso, algo pelirrojo?
—No tenía bigote —respondió Kip—. Pero por lo demás, sí.
Gavin maldijo entre dientes.
—¿Conoces a nuestro tintorero? —preguntó con incredulidad Kip.
—Por así decirlo. Luchó contra mí en la guerra. Siento más curiosidad por tu habilidad para ver el calor. Dime cómo lo haces.
—Maese Danavis me enseñó a percibir lo que acecha en la periferia del campo visual. A veces, cuando lo hago, la gente brilla. Sobre todo la piel que está al descubierto, las axilas y… ya sabes.
—¿La entrepierna?
—Eso. —Kip carraspeó.
—Que me cieguen —dijo Gavin. Soltó una risita.
—¿Qué? ¿Qué significa eso?
—Lo averiguaremos más adelante.
—¿Más adelante? ¿Cuándo, dentro de uno o dos años? ¿Por qué me hablan todos los adultos como si fuera un estúpido?
—Tienes razón. A menos que seas un bicho realmente raro, lo más probable es que seas un bicromo discontiguo.
Kip parpadeó. ¿Un qué de qué?
—He dicho que no soy estúpido. Otra cosa es que sea un ignorante.
—Y me refería a más adelante, hoy mismo.
—Ah.
—Se dan dos casos especiales en el trazo… bueno, en realidad hay un montón de casos especiales. Condenado Orholam… nunca he intentado enseñar lo básico. ¿Alguna vez te has preguntado si eres la única persona real en el mundo, si todo y todos los demás solo existen en tu imaginación?
Kip se ruborizó. En su hogar, había llegado a intentar incluso dejar de imaginar a Ram, con la esperanza de que el muchacho desapareciera como por arte de magia.
—Supongo que sí.
—Pues bien, es uno de los primeros coqueteos con el egoísmo de una mente pueril. Con perdón.
—Perdonado. —Puesto que no tengo ni idea de qué acabas de decir.
—Se trata de una idea atractiva porque valida tu importancia, te permite hacer lo que te salga de las narices y no se puede refutar. Enseñar a trazar se topa con el mismo problema. Partiré de la base de que aceptas que las demás personas existen.
—Vale. No me gusta darme sermones a mí mismo —dijo Kip. Sonrió.
Gavin entornó los párpados en dirección al horizonte. Había improvisado dos lentes separadas por un brazo de distancia, montadas en el dosel de luxina, que le permitían escudriñar las aguas. Debía de haber visto algo, porque de improviso viró el deslizador a la izquierda… ¡a babor! Viró el deslizador a babor.
Cuando retomó el hilo de la conversación, parecía haberse perdido la pulla de Kip.
—En fin, ¿por dónde íbamos? Ah. Enseñar a trazar tiene el inconveniente de que el color existe, es algo ajeno a nosotros, pero solo lo conocemos gracias a nuestra experiencia con él. Nadie sabe por qué, pero algunas personas, los subcromados, son incapaces de distinguir el rojo del verde. Otros subcromados no pueden diferenciar entre el azul y el amarillo. Evidentemente, cuando informas a alguien de que no puede ver un color que no ha visto nunca, es posible que no te crea. Todos los que le aseguran que el rojo y el verde son colores distintos podrían haberse confabulado para gastarle una broma cruel. O deberá aceptar la existencia de algo que no verá jamás. Te ahorraré las implicaciones teológicas. En pocas palabras, si existen hombres con deficiencias cromáticas… casi siempre son hombres, dicho sea de paso… ¿por qué no habría de haber quienes sean excepcionalmente sensibles al color, supercromados? Y resulta que los hay. Pero se trata de mujeres, en su mayoría. De hecho, aproximadamente la mitad de las mujeres son capaces de percibir una gama de colores extraordinaria. En el caso de los varones, solo uno de cada diez mil puede presumir de lo mismo.
—Espera, entonces, ¿los hombres llevan siempre las de perder? ¿Ciegos a los colores en mayor proporción y realmente buenos en verlos con menos frecuencia? No es justo.
—Pero podemos levantar más peso.
—Ya —refunfuñó Kip—, y mear de pie, ¿no?
—Muy útil si se está rodeado de hiedra venenosa. Recuerdo una misión en la que me acompañó Karris… —Gavin soltó un silbido.
—No —dijo Kip, horrorizado.
—¿Crees que estaba enfadada conmigo cuando la viste en el río? De alguna manera, también aquella vez tuve yo la culpa. —Gavin esbozó una sonrisa traviesa—. En cualquier caso, volviendo al tema que nos ocupaba, la mayoría de nosotros podemos percibir la gama de colores normal. Hummm, menuda tautología.
—¿Qué?
—Quizá haya llevado la digresión demasiado lejos. Ver un color no equivale a ser capaz de trazarlo. Pero si no puedes ver un color, lo trazarás mal. Así que los hombres no son tan precisos trazando ciertos colores como las mujeres supercromadas, que son la mitad de ellas. La fuerza de voluntad puede subsanar muchos errores, pero lo ideal es reducirlos al mínimo. Esto es de vital importancia si te propones construir un edificio de luxina que no quieras que se desplome sobre tu cabeza.
—¿Se pueden construir edificios de luxina?
Gavin hizo oídos sordos a la pregunta de Kip.
—Los casos especiales a los que me refería al principio son el subrojo y el supervioleta. Si puedes ver el calor, Kip, es muy probable que también puedas trazarlo.
—¿Insinúas que puedo conjurar llamas así, como… ¡fuoosh!? —Kip barrió el aire con un ademán grandilocuente.
—Pero tienes que decir «¡fuoosh!» cuando lo intentes —se rio Gavin.
Kip volvió a sonrojarse, aunque el Prisma no pretendía zaherirlo con sus carcajadas. Se sentía tan solo ridículo, más que como un imbécil. El Prisma resultaba temible en ocasiones, igual que ocurría con maese Danavis, pero ninguno de los dos parecía mezquino. Ninguno de los dos parecía malo.
—Y eso sería muy extraño —continuó Gavin—, porque has trazado verde. —Por su expresión, parecía que estuviera esforzándose por dilucidar la forma más adecuada de explicar algo—. ¿Alguna vez has visto un arco iris?
—¿Un arco qué? —repuso Kip, con cara de cordero degollado.
—Era una pregunta retórica, listillo. El orden de los colores es supervioleta, azul, verde, amarillo, naranja, rojo y subrojo. Por lo general, los bicromos abarcan un arco más amplio. De modo que trazan supervioleta y azul, o azul y verde, o verde y amarillo. Los policromos, mucho más escasos, pueden trazar verde, amarillo y naranja. Los trazadores que trazan colores no contiguos son raros. Karris, por ejemplo. Puede trazar verde, pero no amarillo ni naranja; principalmente traza rojo y subrojo.
—De modo que es policroma.
—Casi. A Karris le cuesta trazar subrojo de forma sostenida… es lo que llaman cristales de fuego. Los cristales de fuego no duran mucho porque reaccionan al aire, pero… da igual. La cuestión es que le falta poco para ser policroma, y eso cuenta.
—Seguro que eso la hace feliz —dijo Kip.
—Mirándolo por el lado positivo, no le hubieran permitido ingresar en la Guardia Negra si fuera policroma… los policromos son demasiado valiosos… y la presión para que engendrara descendencia sería mayor. Fuera como fuese, se trata de un caso excepcional, lo que se denomina un bicromo discontiguo. Discontiguo porque los arcos no se tocan. Bicromo porque son dos. ¿Lo ves? Trazar se rige por la lógica. Menos cuando no lo hace. Por ejemplo: ver el subrojo equivale a ver el calor, de modo que ver el supervioleta debería equivaler a ver el frío, ¿correcto?
—Correcto.
—Pero no es así.
—Oh —dijo Kip—. Bueno, tiene sentido, supongo. —Solo que no lo tenía.
—Me dan ganas de alborotarte los cabellos —bromeó Gavin.
Kip soltó un gruñido por toda respuesta.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Hay un islote que utilizamos como depósito de munición. Lo une a la Cromería un túnel secreto, tanto que si le revelaras su existencia a alguien, la Cromería te perseguiría y te ejecutaría. —Lo dijo en tono jovial, pero a Kip no le cupo la menor duda de que hablaba en serio.
—¿Y por qué me lo cuentas? Se me podría escapar.
—Porque ya he compartido contigo un secreto que considero más importante… la existencia de esta embarcación. Solo que si se te escapa este secreto ante nuestros enemigos, es posible que la Cromería no haga nada. Sin embargo, si nos traicionaras intencionadamente, también podrías revelarles la existencia del túnel de evacuación. De modo que ahora, si me traicionas, estarás traicionando también a la Cromería al completo. Y te aseguro que te buscarán allí donde estés y te matarán sin contemplaciones.
Kip sintió un escalofrío. Gavin era afable y simpático. Kip estaba seguro de que le caía bien, pero en los círculos en los que se movía Gavin, podía caerte bien alguien y aun así tener que ejecutar a esa persona. La indiferencia con que Gavin se preparaba para la posible traición de Kip denotaba que ya le habían engañado antes, y que lo habían pillado desprevenido. Gavin no era de los que incurrían dos veces en esa clase de errores.
—Atracaré en el islote y te dejaré en un bote con rumbo a la isla principal. Enviaré un Guardia Negro a buscarte para que te conduzca ante el Trillador. Dentro de unos días me acompañarás a donde yo decida que debamos ir y empezaré a enseñarte a trazar.
Kip apenas si oyó la última parte, no obstante.
—¿El «Trillador»?