25

—Tienes que tomar unas cuantas decisiones, Kip —dijo Gavin.

Que él supiera, Kip apenas si llevaba consciente unos segundos; minutos contados, a lo sumo. Aún era de noche, las estrellas destellaban glaciales sobre su cabeza; a pesar de haber caído muy cerca del fuego, había querido la suerte que este no le quemara la ropa. La asfixiante máscara de luxina roja se había esfumado, aunque su piel conservaba una fina capa de áspero polvillo arenoso.

—¡Te mataré! —dijo Kip. No podía confiar en nadie. Todos eran unos embusteros. Todo el mundo se preocupaba tan solo de sí mismo. Como de costumbre, el miedo que crecía en su interior avivaba su ira, feroz, abrasadora e incontrolable. Se sentó y traspasó al Prisma con la mirada. El hombre lo observó fríamente, sin dar muestras de arrepentimiento, meramente curioso por ver qué hacía Kip a continuación, haciendo oídos sordos a sus palabras. Kip se preguntó si podría utilizar el fuego para conjurar unas gigantescas lanzas verdes con las que empalarlo.

Muy listo, Kip. En medio de solo Orholam sabe dónde, ¿estarías dispuesto a matar a tu guía? ¿Por qué? ¿Por no tolerar tus chiquilladas?

No te lo tomes como una traición, Kip, sino como una lección. Kip se estremeció. Realmente había pensado que Gavin se disponía a asesinarlo. Y esa era la cuestión. No había dejado a Gavin otra elección más que demostrarle que no podía ser manipulado, no por un crío. No solo era mayor que Kip, también era más inteligente, estaba más curtido y tenía más experiencia que él, y exigía respeto.

Lo cual era… justo.

Pero eso no impidió que Kip sufriera un estremecimiento. Siquiera por unos segundos, había llegado a creer que se moría, y no había podido hacer nada al respecto. Pero esta era la única persona que podía enseñarle cómo no volver a sentirse impotente. Este era el hombre que podía enseñarle cómo vengar a su madre y a Rekton. ¿Y Kip pensaba quedarse sentado con la boca cerrada, enfurruñado?

Con toda la dignidad que fue capaz de reunir, Kip volvió a sentarse en el tronco. Le temblaban las piernas, pero consiguió acomodarse sin ponerse aún más en evidencia.

—Lo siento —murmuró, rehuyendo la mirada del Prisma. Carraspeó para aclararse la voz—. ¿Qué decisiones?

Notó que Gavin se sorprendía un poco, complacido al ver que Kip renunciaba a seguir luchando, pero el hombre lo dejó correr.

—Eres mi hijo natural, Kip. Eso conlleva algunas consecuencias. Para ti. —Kip observaba con atención el rostro de Gavin. Pronunció las palabras «mi hijo natural» sin torcer el gesto, sin entornar siquiera los párpados. Kip se preguntó si habría practicado para poder decirlo con tanta indiferencia. Había visto una muestra de lo que proclamar su paternidad le había costado a Gavin, y aun así el hombre lo reconocía sin tan siquiera arrugar la nariz ante la ignominiosa existencia de Kip. Debía de estar representando un papel (¿a quién le gustaría descubrir que había engendrado un bastardo?), pero si así era, lo representaba por el bien del muchacho.

Gavin era mejor persona de lo que Kip jamás hubiera creído posible.

—Que te conozcan como mi hijo ilegítimo tendrá su precio —prosiguió Gavin—. Aunque no te hayas criado entre algodones, quienes detestan a los privilegiados te detestarán también a ti. No has recibido ninguna educación especial, pero quienes sí la han recibido te despreciarán si demuestras saber menos que ellos. Si te reconozco, atraerás todo tipo de amistades indeseadas. Los que me envidian y me odian rara vez se atreven a meterse conmigo, Kip, soy demasiado poderoso, demasiado peligroso. Pero se meterán contigo. No es justo, pero así son las cosas. Te someterán a un escrutinio incesante, y tanto tus logros como tus fracasos tendrán repercusiones inimaginables en estos momentos. Mi padre podría decidir no reconocerte. Otros intentarán demostrar que eres un impostor. Otros intentarán utilizarte en mi contra. Y aun otros buscarán tu amistad con la esperanza de que eso les ayude a ganarse mi favor. Las falsas amistades son un veneno contra el que me gustaría protegerte.

Ya es demasiado tarde para eso. Kip pensó en Ram. Ram, que siempre estaba al mando, al que siempre le gustaba restregarle su inferioridad en las narices a Kip, alegando que era una broma inocente. Ram, del que Isa se había enamorado. Ram, muerto, tendido de bruces con una flecha en la espalda.

—¿Y cuáles son mis opciones? —preguntó Kip—. Soy lo que soy.

Gavin se acarició el puente de la nariz.

—Podrías hacerte pasar por un estudiante más, por ahora. Más adelante, a tu elección, te reconoceré públicamente. Así dispondrás de tiempo para aclimatarte a tu nuevo entorno, para saber quiénes son tus verdaderos amigos.

—¿Engañándoles?

—A veces es preciso mentir a nuestros amigos —le espetó Gavin. Hizo una pausa—. Mira, solo quería darte la opción…

—No, perdona. No… no estoy enfadado contigo. Mi madre… ¿Recuerdas cómo era? Quiero decir, antes de que yo naciera.

Gavin movió los labios. Se los humedeció con la lengua. Sacudió la cabeza.

—No me acuerdo de ella, Kip. En absoluto.

De modo que no había sido lo que se dice un flechazo. El vacío de Kip se intensificó. No tenía familia.

—Eres el Prisma. Supongo que muchas mujeres querrán estar contigo.

—Estábamos en guerra, Kip. Cuando uno espera morir en el momento menos pensado, lo último que se le pasa por la cabeza es el efecto que podrían tener sus actos sobre los demás dentro de diez años. Cuando has visto cómo caen los amigos a tu alrededor, hacer el amor consigue que te sientas vivo. El vino y el licor fluían en abundancia, y no había nadie capaz de frenar a un joven impulsivo que tenía la mala suerte de ser el Prisma. Pero eso no es excusa. Lo siento, Kip. Lamento que mi desconsideración te haya provocado tanto sufrimiento.

De modo que mi madre pasó una noche contigo, y depositó todas sus esperanzas en esa circunstancia. Seguro que había conspirado y se había abierto paso a codazos entre una docena de mujeres más que dispuestas a compartir la cama del Prisma, a Kip no le cabía la menor duda. ¿Y por eso había dejado que sus años se tiñeran de amargura?

Con el corazón en un puño, Kip se rio sin la menor sombra de humor. Con todas las veces que había soñado con quién podría ser su padre, jamás se había atrevido a imaginar que pudiera tratarse del mismísimo Prisma. Pero en sus sueños, era una emergencia lo que había reclamado a su padre. Los había abandonado porque no le quedaba más remedio. Sin embargo, los amaba a su madre y a él. Los extrañaba. Quería regresar, y lo haría algún día. Gavin era un buen hombre, pero no sentía nada por Lina. Ni por Kip. Estaba dispuesto a cuidar de él porque era respetuoso con el deber. Era un hombre decente. Pero no le profesaba ningún cariño. No le ofrecía ninguna familia. Kip estaba solo, aislado tras una reja entre cuyos barrotes atisbaba todo cuanto jamás podría ser suyo.

Era como recibir un regalo extraordinariamente exótico cuando lo único que anhelabas era algo de lo más común. Aun así, ¿cómo podía ser tan ingrato? ¿Se lamentaba? ¿Se compadecía… porque su padre era el Prisma?

—Lo siento —dijo Kip. Fijó la mirada en sus uñas, estropeadas a causa de la luxina—. No es justo. Mi madre tenía… problemas. Supongo que quería tenderte una encerrona presentándose conmigo. —Kip no era capaz de mirar a Gavin a los ojos. Lo abrumaba la vergüenza. ¿Cómo pudiste ser tan estúpida, madre? ¿Tan mezquina?—. No te mereces esto. Me salvaste la vida, y he sido… un ingrato. —Parpadeó, pero no consiguió detener por completo las lágrimas—. Puedes abandonarme en cualquier sitio… bueno, menos en una isla desierta, a ser posible.

Gavin sonrió brevemente antes de ponerse serio de nuevo.

—Kip, tu madre y yo hicimos lo que hicimos. Te agradezco que intentes protegerme de las consecuencias de mis actos, pero no supones ninguna carga para mí. Que hable la gente. Me trae sin cuidado. ¿Entendido? —Exhaló un suspiro—. Además, el único daño que me preocupaba ya está hecho.

Kip tardó un segundo en comprenderlo. ¿Que el daño ya estaba hecho? Nadie sabía siquiera de su existencia.

Excepto Karris. A eso se refería Gavin. Kip había provocado una ruptura con la única persona en el mundo que le importaba a Gavin. Lo que pretendía tranquilizar la conciencia de Kip lo golpeó en su punto más débil. Su madre le había hecho sentir culpable por el mero hecho de existir durante más tiempo del que podía recordar. Había arruinado su vida al nacer. Había arruinado su vida con sus exigencias. Había conseguido que la gente la mirara por encima del hombro. La había apartado de todas las cosas que podría haber hecho. Intentó bloquear las palabras que resonaban dentro de su cabeza. No lo decía en serio. Quería a Kip, aunque nunca lo expresara con palabras. No sabía cuánto daño le hacía.

Pero Gavin era un buen hombre. No se merecía esto.

—Kip. ¡Kip! —Gavin esperó hasta que Kip levantó la cabeza—. No te abandonaré.

Visiones de un armario cerrado con llave, gritando, desgañitándose, sin obtener ninguna respuesta.

—¿Hay algo de comer? —preguntó Kip, pestañeando—. Me siento como si llevara una semana sin probar bocado. —Se palpó el pecho. Podía sentir cómo sobresalían las costillas.

Gavin sacó una ristra de salchichas de su petate, cortó una (¿solo una?) y se la lanzó a Kip.

—Mañana empezarás en la Cromería.

—¿Oomowwow? —repuso Kip, con la boca llena.

—Voy a compartir un secreto contigo —dijo Gavin—. Puedo viajar más deprisa de lo que nadie sospecha.

—¿Puedes desaparecer y materializarte en otro lugar? ¡Lo sabía!

—Hum, no. Pero puedo hacer que una barca vaya realmente deprisa.

—Oh, eso es… asombroso. Una barca.

Gavin parecía desconcertado.

—La cuestión es que no quiero que nadie sepa lo rápido que soy. Se avecina una guerra, y si quiero sacarla a la luz, tendré que hacerlo por sorpresa. ¿Entendido?

—Desde luego —respondió Kip.

—Entonces necesito que me digas qué quieres. Me encargaré de unos cuantos asuntos durante tu iniciación.

—¿Mi iniciación?

—Unas pruebas sin importancia que determinarán el resto de tu vida. Llegas tarde, no obstante, los demás alumnos ya han empezado, así que tendremos que prescindir de ceremonias. Después de la iniciación podrás quedarte y recibir tu formación.

A Kip se le formó un nudo en la garganta. ¿Abandonado en una isla desierta, sin conocer a nadie y sin apenas tiempo para prepararse para una prueba que habría de determinar el resto de su vida? Por otro lado, la Cromería era donde aprendería la magia que necesitaba para matar al rey Garadul.

—¿Cuál es la otra opción?

—Acompañarme.

Era la luz al final de un túnel. El corazón de Kip dio un vuelco en su pecho.

—¿Y qué vas a hacer?

—Lo que mejor se me da, Kip. —Gavin fijó la mirada en el firmamento; sus iris eran espirales arco iris. Esbozó una sonrisa que no se reflejó en sus ojos. Cuando habló, su voz era tan fría y distante como la luna—. La guerra.

Kip tragó saliva con dificultad. A veces, al observar a Gavin, tenía la impresión de estar mirando entre los árboles, atisbando fragmentos de un gigante que cruzaba el bosque con grandes zancadas, arrollándolo todo a su paso.

Los ojos de Gavin se posaron en Kip una vez más. Sus facciones se suavizaron.

—Lo que básicamente consiste en organizar tediosas reuniones para convencer a unos cobardes de que se gasten el dinero en algo más que fiestas y trapos bonitos. —Sonrió de oreja a oreja—. Me temo que es posible que ya me hayas visto realizar más magia que la mayoría de mis soldados en toda su vida. —Se le empañó la mirada—. Bueno, eso no es del todo cierto. Pareces desconcertado.

—No tiene mucho que ver con lo que acabas de decir, pero… —Kip dejó la frase en el aire. Ahora que la pregunta ya casi había escapado de sus labios, se le antojaba tremendamente ofensiva—. ¿A qué te dedicas?

—¿Como Prisma?

—Sí. Hum, señor. Quiero decir, sé que eres el emperador, pero no parece…

—¿Que nadie me haga caso? —Gavin se rio—. A mí también me da esa impresión. La verdad sin tapujos es que los Prismas vienen y van. Generalmente cada siete años. Los Prismas adolecen de los mismos defectos que el común de los mortales, y los grandes cambios de poder cada septenio pueden tener efectos devastadores. Si un Prisma lo arregla de tal modo que los miembros de su familia gobiernen todas las satrapías, y el siguiente Prisma intenta hacer lo mismo, la sangre puede llegar al río muy pronto. Los Colores, en cambio, los siete miembros del Espectro, a menudo ostentan sus cargos durante décadas. Y por regla general son muy inteligentes, así que los Prismas han pasado a delegar sus tareas cada vez más con el paso del tiempo, entregándose a labores religiosas para ocupar su tiempo. El Espectro y los sátrapas gobiernan juntos. Cada satrapía posee un Color del Espectro, y cada Color supuestamente obedece las órdenes de su sátrapa. En la práctica, los Colores a menudo se convierten en cosátrapas extraoficiales. Las maniobras entre el Color y el sátrapa, y entre todos los Colores y la Blanca contra el Prisma, contribuyen a mantener el orden. Todas las satrapías pueden hacer lo que les plazca en su casa, siempre y cuando no haga enfadar a otra satrapía y mantenga el tráfico comercial activo, por lo que todo el mundo procura que los demás no se desmanden. En realidad no es tan simple, claro está, pero basta para hacerse una idea.

Parecía suficientemente complicado.

—¿Pero durante la guerra…?

—Fui designado prómaco. Mi autoridad era absoluta en tiempo de guerra. La posibilidad de que el prómaco decida que la «guerra» dure eternamente es algo que pone nerviosos a todos.

—Pero ¿abdicaste? —Kip se dio cuenta de que era una pregunta absurda.

Gavin, sin embargo, esbozó una sonrisa.

—Y para pasmo de todos, aún no me han asesinado. La Guardia Negra no protege solo a los Prismas, Kip. También protege al mundo de nosotros.

Por Orholam. El mundo de Gavin sonaba más peligroso que el que Kip acababa de dejar atrás.

—Entonces, ¿me enseñarás a trazar? —preguntó. Era todo cuanto se podía pedir. Aprendería lo que necesitaba aprender y no estaría solo en ninguna isla desconocida. Además, ¿quién más indicado para enseñar a trazar que el mismísimo Prisma?

—Por supuesto. Pero antes tenemos que ocuparnos de un par de asuntos.

Kip dirigió una mirada cargada de anhelo a la ristra de salchichas que Gavin sostenía aún en la mano.

—Espero que comer bien sea uno de ellos.