—Ah. —Gavin carraspeó.
El muchacho se agitó y se sentó de golpe. Puede que escuchar «quiero matarte» no fuese la mejor manera de despertarse después de que hubieran arrasado tu ciudad. Gavin enarcó una ceja en dirección a Karris. ¿Es imprescindible que hagas esto ahora?
La mujer resopló y se giró mientras el muchacho gemía y se frotaba la cabeza. Miró a Karris, pero esta se mantuvo de espaldas a él. Se atareó desmontando el arco y guardándolo en su funda. El muchacho volvió los ojos azul marino hacia Gavin. Interesante, con su piel broncínea y sus rizos apretados. Los ojos azules eran de ese color porque eran los más profundos, y por tanto los más sensibles y receptivos a la luz. Distaba de ser el único criterio, pero las personas con los ojos azules gozaban de una representación desproporcionada entre los trazadores más poderosos. A mayor cantidad de luz que emplear, más energía que consumir.
En estos momentos, esos ojos tan profundos estaban entrecerrados a causa del dolor. El coscorrón de Gavin, al parecer, había dejado al muchacho con una bonita jaqueca.
—Me salvaste —dijo Kip.
Gavin asintió en silencio.
—¿Quién eres? —preguntó el muchacho.
Directo al grano, ¿eh? Karris se dio la vuelta para ver cómo se las apañaba Gavin. Cruzó los brazos.
Gavin dejó de remar.
—Esta es la noble Karris Roble Blanco, quien, pese a las cómicas combinaciones que yuxtaponen a veces su nombre, el color de su piel y su título, es miembro de la Guardia Negra. —La expresión enfurecida de Karris no se alteró en absoluto. Al parecer, los viejos chistes seguían sin tener gracia—. Y yo… —Había presentado a Karris primero a fin de concederse un momento para pensar. No había funcionado. Cinco años y otros tantos propósitos por delante, Gavin. Esta podría ser tu última oportunidad.
El muchacho estaba inconsciente cuando Gavin anunció su paternidad. No sabía nada. No necesitaba saberlo. Sería mejor que no lo supiera, por varios motivos. Pero mejor aún sería que no se enterara por boca de Karris, en un ataque de rabia. Este muchacho no era su hijo, pero sin la guerra que habían librado Gavin y Dazen (la Guerra de los Prismas o la Guerra del Falso Prisma, según el bando en el que hubiera combatido uno), ninguno de los niños de Rekton y un centenar de otras poblaciones carecería ahora de padre. Gavin fantaseó de nuevo por un momento acerca de contarle a Karris todo cuanto desconocía, y que decidiera la suerte. Pero aunque Karris no se creería una verdad a medias, tampoco podría soportarla toda.
Al menos esta mentira le daría un padre a un huérfano. Le devolvería algo a un muchacho que lo había perdido todo. A Gavin no debería importarle, pero así era.
—Soy el Prisma Gavin Guile. Soy… eres mi hijo natural.
El muchacho lo miró como si no entendiera lo que Gavin acababa de decir.
—Estupendo —dijo Karris—. ¿Por qué no se lo sueltas todo de golpe? ¿Por qué no piensas un poco, Gavin? Te juro que eres más impulsivo de lo que nunca fue Dazen.
—¿Impulsivo?, le dijo la sartén al cazo. —Gavin decidió hacer oídos sordos a las palabras de Karris y se limitó a observar al muchacho. Acababa de reconocer que la había engañado hacía años, que después había mentido al respecto, y que luego, hacía tan solo una hora, había vuelto a mentir. Karris exhibía una rabia glacial que no iba con ella. La furia abrasadora era más de su estilo.
El muchacho la observó de reojo, desconcertado por su enfado, y desvió la mirada. Aún tenía los párpados entornados, aunque Gavin no sabía hasta qué punto se debía al dolor de cabeza provocado por el golpe en la nuca, al mareo provocado por el trazo o a la confusión provocada por el brusco giro de los acontecimientos.
—¿Que eres qué? —preguntó Kip.
—Eres mi hijo natural. —Por el motivo que fuese, le costaba demasiado decir «soy tu padre».
—¿Y apareces ahora? —Una mezcla de incredulidad y desesperación se cinceló en las facciones del muchacho—. ¿Por qué no llegaste ayer? ¡Podrías haber salvado a todo el mundo!
—Desconocía tu existencia hasta esta misma mañana. Y acudimos tan pronto como nos fue humanamente posible. —Antes, incluso—. Si tu ciudad no hubiera estado ardiendo, ni siquiera nos habríamos detenido.
—¿No sabías que existía? ¿Cómo es posible? —preguntó Kip, quejumbroso.
—¡Basta ya! —rugió Gavin—. ¡Ya estoy aquí! Te he salvado la vida, tal vez a costa de una guerra que producirá diez mil huérfanos más. ¿Qué más quieres?
Kip se encogió y se hizo un ovillo.
—Increíble. Serás alcornoque —dijo Karris—. Te dan un hijo y lo primero que haces es gritarle. Eres un verdadero valiente, Gavin Guile.
Era todo tan desproporcionado que Gavin apretó los puños con fuerza, desbordado por la justicia, la injusticia y la locura de esta vida que había elegido.
—¿Quieres darme lecciones sobre el valor? ¿Tú, la mujer que huyó de una noble casa para convertirse en una Guardia Negra? Intentar matarse volcándose en el trabajo o abusando de la magia no es valor, Karris, sino cobardía. ¿Qué esperas de mí? ¿Quieres que traiga de vuelta a tus difuntos hermanos?
Karris le pegó una bofetada.
—No —dijo—. No vuelvas a…
—¿Hablar de tus hermanos? Eran unas víboras. Todo el mundo suspiró aliviado cuando Dazen los mató. Lo mejor que hizo nunca fue matarlos, y lo mejor que hicieron ellos fue morir.
Los ojos de Karris se inundaron de rojo, y la luxina se extendió por toda su piel en un instante. Gavin sintió una punzada de temor, aunque no por sí mismo. Podía soportar todo lo que le echara. Pero cada vez que alguien trazaba en grandes cantidades, aceleraba el momento de su propia muerte. Y concedían más control sobre ellos a su color. Cuando conoció a Karris, sus ojos verdes como el jade solo contenían unos diminutos destellos de rubí. Ahora, incluso en reposo, cuando no estaba trazando, esas estrellas rojas dominaban el verde.
Pero Karris no atacó.
—Aprendo despacio —dijo—, pero por fin lo he entendido. Es la última vez que me traicionas, Gavin. —Fue como si escupiera su nombre—. Me…
—¡Maldita cabezota! Te quiero, Karris. Siempre te he querido.
Fue como si el viento escapara de sus velas durante unos pocos latidos. La luxina roja se retiró de las puntas de sus dedos. Pero luego, cuando Gavin comenzaba a alimentar alguna esperanza, Karris dijo:
—¿Cómo te atreves? Eres increíble… eres… eres… Gavin Guile, lo único que he obtenido de ti es muerte y tristeza. ¡Hemos terminado! —Agarró su petate y saltó por la borda.
Gavin estaba tan asombrado que no acertó a decir nada. Vio a Karris alcanzar la orilla a nado y salir del agua con el petate. Podía viajar a Garriston sin él, por supuesto, y aún llegaría antes de lo que esperaba su contacto. Los bandidos seguían constituyendo un problema, desde luego, y cualquier viajera solitaria sería una víctima tentadora.
Si los bandidos se confiaban por ese motivo, tendrían suerte de salir con vida del encuentro. Pero todo el mundo debía dormir alguna vez. Karris estaba siendo impulsiva, pero nada de lo que pudiera decir Gavin cambiaría las cosas. No hasta dentro de mucho. Por eso la Blanca había intentado organizarlo para que él no estuviera presente cuando ella averiguara lo de su bastardo. Podría ir detrás de ella, pero no serviría de nada. Con su temperamento, solo conseguiría empeorar la situación.
Cinco propósitos, y ni siquiera he escupido toda la verdad.
Kip estaba ovillado en un rincón, intentando pasar inadvertido. Levantó la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de Gavin por un momento.
—¿Qué estás mirando? —le espetó Gavin.