La Blanca iba a matarlo.
Y Gavin se lo merecía. La presencia del sátrapa Garadul en persona lo cambiaba todo. Si estos hubieran sido meramente soldados del sátrapa Garadul, como Gavin y Karris esperaban, Gavin podría haber matado a los hombres y emprendido la huida. El sátrapa Garadul se pondría furioso y perseguiría a los trazadores responsables, pero no habría tenido la menor idea de a quién perseguía. La explicación podría haber sido tan sencilla como que había un trazador poderoso viviendo en… ¿cómo se llamaba esta insignificante ciudad? Rekton, eso era. Ah, qué ironía.
Ya era demasiado tarde para sacar los anteojos que Gavin guardaba en un bolsillo para casos así. Con las gafas puestas, con lo que había hecho, sería un misterioso policromo cualquiera. Sin ellas, solo podía ser el Prisma.
De modo que ahora el Prisma en persona había actuado en contra de los intereses del sátrapa Garadul, y ese era un hecho incontrovertible. Rask Garadul lo conocía.
—¿Gavin? —preguntó de nuevo el sátrapa Garadul. Había algo extraño en su tono, una intensidad soterrada, tal vez una trampa. Llevaba puesta una cota de malla con segmentos de placas imbricados. Segmentos pequeños que no requerían articulaciones móviles. Su región era pobre.
Había cambiado su sello. Antes era el de su familia, la luna y dos estrellas sobre un sable de combate, personalizado en su caso con un zorro en actitud amenazadora. Ahora, tanto el zorro como el fondo negro habían desaparecido. El nuevo emblema del monarca mostraba una cadena blanca, rota, sobre fondo negro. Gavin supo de inmediato que el símbolo era importante. Rask no se había limitado a repudiar su nombre y a su padre, al que siempre había despreciado por débil. Esto era nuevo. ¿Habría sucumbido al influjo de la herejía de los antiguos dioses sobre los que Gavin había oído rumores? ¿Qué se proponía? ¿Por qué le preguntaba su nombre cuando sabía perfectamente que era él? ¿Estaría dándole a Gavin la oportunidad de mentir, de decir que no era el Prisma?
Y si Gavin mentía, ¿qué haría Rask Garadul? Matarlo y explicar después en la Cromería que había sido un error; que, sin la menor intención por su parte, había eliminado a un agresor que había negado ser Gavin Guile. Si Rask creía que iba a acabar con Gavin con un puñado de trazadores y otro de Hombres Espejo, se equivocaba, pero ¿qué otra cosa podía ser? Quizá el sátrapa Garadul estuviera tan sorprendido de ver a Gavin como este de verlo a él y no supiera qué hacer a continuación.
Si Gavin mentía y Rask atacaba, Gavin no tendría más remedio que matarlo. Si mataba a Rask, tendría que matar también a todos sus hombres. ¿Y cómo interpretarían eso las satrapías? No dejaban de llegar más hombres por el sendero detrás del sátrapa. Gavin no podía eliminarlos a todos. Daba igual lo poderoso que fuera, si cien hombres se desbandaban en todas direcciones, alguno conseguiría escapar. Se correría la voz de que el Prisma en persona había venido a Tyrea y había asesinado al sátrapa sin que mediara provocación.
Poco importaba que el sátrapa Garadul estuviera masacrando a todos los habitantes de la ciudad. Era suya; podía hacer con ella lo que se le antojara. Antaño, un Prisma podría haber destruido o matado a uno de sus sátrapas a voluntad, pero esos días eran ya muy lejanos. Tal vez cuando las Siete Satrapías eran satrapías de verdad. Ya no. Su poder era ceremonial, solamente religioso. Se suponía que el Prisma no debía interferir en los asuntos internos de una región, y Gavin había hecho algo más que interferir. Si mataba a alguien más y regresaba volando a la Cromería para llegar a casa a los pocos días de haberse marchado, la Cromería podría negar plausiblemente que fuese responsable de nada. La distancia era demasiado grande como para que la hubiese cubierto en tan poco tiempo.
Mataría a un hombre que nunca le había gustado, no se metería en problemas, y los únicos que pagarían por ello serían un puñado de soldados en la más recóndita de las Siete Satrapías. Bueno, el muchacho tendría que morir también. De lo contrario podría chantajear a Gavin. ¿Y qué pensaría Karris? En fin, ¿qué más daba lo que pensara? Para él era ya un imposible. Pasara lo que pasase, sabía que hoy perdería lo poco que aún tuviera en común con ella.
El hombre que había sido una vez no habría titubeado.
¿Qué harías tú, hermano?
Había pasado tanto tiempo que Gavin ya no estaba seguro de la respuesta.
—Soy el ilustrísimo Prisma Gavin Guile —dijo Gavin con una leve reverencia mientras, con una mano a la espalda, intentaba indicar a Karris que se alejara.
—Vaya, ilustrísimo Prisma —repuso con voz profunda el sátrapa Garadul—, ¿es así como la Cromería declara la guerra?
—Qué extraño que la guerra acuda tan pronto a vuestros pensamientos, sátrapa.
—¿Extraño? No, lo extraño es que me llames sátrapa. Expulsaste al legítimo sátrapa, mi padre, de Garriston, usurpaste esa ciudad, nuestra capital y único puerto, y has denegado el acceso de las gentes de Tyrea a la Cromería. Tyrea no es ninguna satrapía, no ha vuelto a serlo desde tu guerra, Prisma. Soy el rey Rask Garadul de Tyrea. Has asesinado a mi guardia personal. ¿Y te parece extraño que pensemos en la guerra? —Rask levantó la voz—. ¿Piensas tal vez que los tyreanos se crían para ser sacrificados por los esbirros de la Cromería?
El murmullo que corearon los Hombres Espejo le indicó a Gavin que este tipo de discursos no constituía ninguna novedad.
—Pero dudo que la Cromería enviara al mismísimo Prisma para matar a un puñado de mis hombres —fingió pensar en voz alta Rask, aunque Gavin no tuvo tiempo de apostillar nada—. No. El Prisma solo acudiría aquí si esperara conseguir algo más importante. Algo que garantizase el continuado control de la Cromería sobre las Siete Satrapías. Dime, ilustrísimo Prisma, ¿estás aquí para asesinarme?
Uno no emplea un león para acabar con una rata.
Por suerte para él, Gavin no lo dijo en voz alta.
Se oyó un tintineo de armaduras y el golpeteo de los cascos de los caballos cuando los Hombres Espejo y los trazadores cerraron filas en torno a Rask Garadul. Gavin no los vio; estaba mirando ladera abajo. Había evitado girar la cabeza hasta ahora a fin de no llamar la atención sobre Karris. A estas alturas ya debía de haber decidido si pensaba quedarse o no.
Ya casi se había perdido de vista por completo, navegando el rápido caudal del río a bordo de una pequeña batea. Si Gavin conocía a Karris, sin embargo, esta se detendría e intentaría ver qué le ocurría. Después de todo, era una Guardia Negra, y aunque su principal responsabilidad era siempre para con la Blanca, la protección del Prisma quedaba en inmediato segundo lugar. Gavin se preguntó si se habría marchado porque confiaba en él, porque creía que era capaz de defenderse solo, o porque tenía su propia misión que cumplir y no podía permitir que nada interfiriera con ella.
El joven rechoncho, en cambio, estaba ahora casi justo detrás de Gavin. Después de que este lo salvara una vez de los Hombres Espejo, debía de pensar que tendría más oportunidades de sobrevivir si no se separaba de él.
—Me malinterpretáis, rey Garadul. —Gavin se giró de nuevo, entregado a su papel, respetando el título elegido por Rask—. Vi cómo estos hombres exterminaban a los inocentes ciudadanos de vuestra satrapía. Intervine para salvar a vuestros súbditos. Pensaba que os estaba haciendo un favor.
—¿Asesinando a unos soldados vestidos con mi uniforme?
—Renegados, sin duda. Bandidos. ¿Qué clase de demente reduciría a cenizas su propia ciudad?
Varios Hombres Espejo agacharon o torcieron la cabeza y lanzaron miradas furtivas al rey Garadul. Era evidente que no todos habían accedido de buen grado a exterminar a sus compatriotas. El monarca se ruborizó.
—Soy el rey —declaró—. No toleraré que nadie cuestione mis decisiones. Y menos la Cromería. Tyrea es una nación soberana. Nuestros conflictos internos no son de vuestra incumbencia. —Los soldados recuperaron su anterior hieratismo.
—Desde luego que no. Es solo que me… extrañó encontrarme con que el rey estaba quemando una de sus ciudades. Asesinando niños. Estoy seguro de que podéis haceros cargo de mi perplejidad. Os pido perdón por este malentendido. La Cromería está al servicio de las Siete Satrapías. Inclusive Tyrea.
Era la actuación más lograda que podía esperarse de Gavin, dadas las circunstancias. Si hubieran estado delante de cincuenta nobles versados en relaciones internacionales y respetuosos con la diplomacia, podría haber sido suficiente. Rask Garadul exigiría una reparación de índole monetaria, reconociendo así que se había tratado de un error involuntario y comprensible, defendiendo su derecho a la indignación, y Gavin saldría implícitamente airoso. Limpio y elegante.
Pero Rask Garadul era joven y nuevo en el trono. No estaba delante de ningún grupo de nobles, sino de sus hombres. Se daba cuenta de que estaba perdiendo, pero con los cadáveres ensangrentados apilados a su alrededor y sus soldados observándolo de reojo, no creía que pudiera permitirse el lujo de salir derrotado.
—No me digas que has recorrido varios cientos de leguas tan solo para patrullar nuestro reino en busca de bandidos. Y sin anunciar tu visita, además. Cualquiera pensaría que has entrado en nuestro territorio a escondidas, al amparo de la oscuridad, como un espía cualquiera.
Ah, tampoco era estúpido. Si tu camino conduce a la derrota, elige otro, y rápido. De reojo, Gavin miró de nuevo al muchacho para ver cómo estaba. No demasiado bien. Se diría que estaba temblando, aterrado. Solo tenía ojos para Rask Garadul. ¿O sería la rabia lo que lo estremecía?
—¿Un espía? —repuso con jovialidad Gavin—. Qué aburrido. No, no, no. Hay personas que se encargan de esas labores. Uno no lo hace en persona. Hace tiempo suficiente que sois rey como para saberlo, sin duda.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el rey Garadul. Una vez más, tremendamente grosero si hubieran estado en la corte de cualquiera de las capitales de las Siete Satrapías. Gavin miró de soslayo al muchacho, y supo que estaba perdido. Podría marcharse; después de todo, era el Prisma, y ni siquiera matar a treinta de los Hombres Espejo de Garadul bastaría para justificar ni su encarcelamiento ni su ejecución. Y menos en unas circunstancias tan cuestionables. Rask no se arriesgaría a que las satrapías se uniesen en contra de Tyrea. Matar a un sátrapa sería una ofensa indignante; matar al Prisma, imperdonable. Pero Rask sentía que estaba perdiendo, y se proponía que Gavin pagara por ello. Le haría tanto daño como fuera capaz.
Gavin quedaría en libertad; el muchacho perdería la vida.
—Vi humo —dijo Gavin—. Uno de mis cometidos al servicio de las Siete Satrapías es encargarme de los engendros de los colores. Vine a ayudar.
—¿Qué haces en nuestro reino?
—No sabía que hubierais cerrado las fronteras. Lo cierto es que ni siquiera sabía de la existencia de este nuevo «reino». —Era evidente que toda pretensión de estar manteniendo una educada conversación entre vecinos razonables y desinteresados, pretensión que era el pilar del arte de la diplomacia, había volado en pedazos, de modo que a fin de desviar la atención, Gavin se propuso pisotear sin miramientos los añicos—. ¿Acaso ocultáis algo, rey Garadul?
—Eres de Rekton, ¿no es así, chico? —preguntó el rey Garadul. No pensaba jugar según las reglas de Gavin—. ¿Cómo te llamas? ¿Quién es tu padre?
—Me llamo Kip. No tengo padre. Como la mayoría. No desde la guerra. —Sus palabras traspasaron las entrañas de Gavin como un flechazo. Se había permitido olvidarlo. La Guerra del Falso Prisma había arrasado docenas de pequeñas ciudades como esta. Todos los hombres, desde los muchachos aún sin sombra de bigote hasta los ancianos que empleaban sus lanzas a modo de cayados, habían sido obligados a enrolarse en uno u otro bando. Y Dazen y él los habían enfrentado a algunos de los trazadores más poderosos del mundo. Como troncos en el aserradero.
—¿Qué hay de tu madre, entonces? —insistió el rey Garadul, irritado.
—Se llamaba Lina. Ayudaba en un par de posadas.
A Gavin se le paró el corazón. Lina, la chiflada que le había enviado aquella nota, había muerto. ¿Se suponía que este muchacho, este chiquillo atemorizado, era su hijo? El único superviviente de una ciudad reducida a cenizas, y la única persona capaz de complicarle la existencia a Gavin. Si este creyera en Orholam, pensaría que el dios intentaba gastarle una broma cruel.
—Lina, sí, creo que así se llamaba esa ramera —dijo el rey Garadul—. ¿Dónde está?
—¡Mi madre no era ninguna ramera! ¡Y la mataste tú! ¡Asesino! —El muchacho parecía estar al borde del llanto, aunque Gavin no sabía si de rabia o de dolor.
—¿Muerta? Me robó una cosa. Llévanos a tu casa, y como no la encontremos, trabajarás para mí hasta que la hayas pagado.
Rask Garadul no iba a permitir que el muchacho saldara la deuda de su madre haciendo recados. A Gavin no le cabía la menor duda de que Rask estaba mintiendo acerca de todo ese asunto. Era una simple excusa para llevarse al muchacho; quien, si Rask era rey, era uno de sus súbditos. Lo más probable era que Rask lo matara delante de Gavin, tan solo para salvar el orgullo. El muchacho no significaba nada. Podría haber sido un perro o una manta con adornos, por lo que a Rask respectaba. Se había convertido en una moneda de cambio. Una parte de Gavin se sentía repugnada, mientras que otra disfrutaba con la ironía.
Conque poniéndome entre la espada y la pared, ¿eh? ¿Crees que no puedo salir de esta? Juguemos.
—El muchacho viene conmigo —dijo Gavin.
Rask Garadul esbozó una sonrisa desagradable. Una mella le separaba los incisivos. Parecía un bulldog enseñando los dientes más que una persona sonriendo.
—¿Vas a arriesgar la vida por este ladrón? Entréganoslo, Prisma.
—¿O qué? —preguntó Gavin en un alarde de cortesía, con franca curiosidad, como si realmente le importara. Las amenazas tendían a marchitarse cuando uno las exponía a la luz, desnudas.
—O mis hombres dirán que se produjo un terrible malentendido. No sabíamos que el Prisma estaba aquí. Si hubiera anunciado su visita. Si no hubiera sido víctima de una confusión y atacado a mis soldados. Nos limitamos a defendernos. Solo después de su lamentable muerte nos dimos cuenta de nuestro error.
Los labios de Gavin dibujaron una mueca. Se tapó la boca con un puño para disimular su sonrisa.
—No, Rask. Hay una razón por la que no viajo con Guardias Negros: no los necesito. Eras un simple mocoso cuando estalló la Guerra del Falso Prisma, de modo que es posible que no recuerdes de qué soy capaz, pero seguro que algunos de tus hombres sí. Son esos que parecen tan nerviosos. Si tus hombres atacan, te mataré. La Blanca se enfadará conmigo durante uno o dos meses. Será un escándalo diplomático, sin duda, ¿pero realmente crees que a alguien le importa lo que le ocurra al rey de Tyrea? «Rey», no sátrapa, y por tanto rebelde. Lo único que nos exigirán será la garantía de que a ellos no vaya a ocurrirles lo mismo. Haremos promesas, formularemos disculpas y subvencionaremos los estudios de todos los jóvenes de Tyrea durante unos cuantos años, y se acabó. Te garantizo que tu sucesor será menos beligerante.
Rask hizo ademán de querer decir algo, pero Gavin no estaba dispuesto a permitírselo.
—Supongamos por un momento que, por casualidad, llegaras a matarme sin morir a tu vez. Sé lo que haces aquí: saquear una ciudad para crear un ejército. Fundar tu propia Cromería. La cuestión es: ¿crees que estás listo, ahora mismo, para ir a la guerra? Porque si regreso ahora, armado únicamente con palabras, es posible que el Espectro no me crea. Pero si me matas, ese será el testimonio más elocuente que nadie podría formular. ¿Y crees realmente que tu versión de lo ocurrido es la única que circulará por ahí? Eres un monarca muy joven, ¿verdad? Y hete aquí, hablando de espías hace tan solo unos instantes.
El silencio se extendió entre ellos como unas manos heladas. Por lo que a duelos de retórica se refería, Gavin había ganado con más contundencia que nunca.
—El muchacho es súbdito mío y un ladrón. Se queda. —El cuerpo entero de Garadul temblaba de furia. No estaba poniendo a prueba el farol de Gavin. Se negaba a perder, eso era todo.
Pero Gavin no estaba tirándose ningún farol. En nueve de cada diez casos, supongo que podría matar hasta al último de estos soldados y trazadores, en función del talento de estos últimos. Y seguro que lograría escapar sin nada más que las cejas chamuscadas. Proteger al muchacho durante semejante batalla era harina de otro costal. ¿Qué era preferible, castigar al culpable o que sobreviviera el inocente?
Y no todas las Siete Satrapías estarían tan predispuestas a perdonar como él sugería.
—No es ningún ladrón —dijo, intentando desviar la conversación de la bifurcación del «yo gano, tú pierdes»—. No posee nada más que la ropa que lleva puesta. Hiciera lo que hiciese su madre, él no tiene nada que ver con ello.
—Nada más fácil de comprobar, ¿no es así? —repuso Rask—. Registradlo.
A juzgar por su expresión, parecía que Kip sí que era un ladrón. Increíble. ¿Dónde escondía lo que fuese que había robado? ¿Entre las lorzas?
—¡No! ¡Es lo último que me dio! —Gavin reconoció de inmediato la ferocidad que impregnaba la voz del muchacho, antes incluso de que los iris de Kip se inundaran de jade. El chiquillo se disponía a atacar al rey Garadul, a sus Hombres Espejo y a sus trazadores. Muy valiente, pero aún más estúpido.
Los trazadores del rey Garadul también se habían dado cuenta.
Gavin levantó la mano izquierda en un arco fugaz para formar un muro de luxina roja, verde, amarilla y azul entrelazada entre Kip y los hombres del rey Garadul. Con la mano derecha trazó una cachiporra azul y golpeó a Kip en la nuca. El muchacho se desplomó. Únicamente Karris, pensó Gavin, podría haber sido más rápida.
Una bola de fuego de luxina roja de uno de los trazadores de Garadul se estrelló contra la pared y siseó al hundirse en el escudo de Gavin, apagada al instante.
Todos los demás estaban petrificados. Gavin soltó el escudo. Unos cuantos Hombres Espejo contemplaban de nuevo los cadáveres de sus camaradas, pensando tal vez que sus muertes no se debían a ningún golpe de suerte. Solo Rask Garadul parecía impertérrito. Desmontó, se acercó al muchacho inconsciente y lo cacheó sin miramientos.
Rask Garadul sacó un fino estuche de palisandro que estaba encajado en el cinturón de Kip. Lo abrió una rendija, dirigió una sonrisita de satisfacción a Gavin y se guardó la caja en el cinto. Regresó junto a su caballo y volvió a montar.
—Un ladrón y asesino en potencia. Gracias por la ayuda prestada para frustrar el atentado, noble Prisma. —El rey Garadul apuntó a Kip con el dedo y dijo a sus hombres—: Creo que ese árbol será capaz de soportar el peso. ¿Te quedarás para asistir a la ejecución, Gavin?
De modo que es así como acaba. Este es el precio de mis pecados.
—No se ha producido ningún atentado contra vuestra vida, rey Garadul. Ambos lo sabemos. El muchacho ni siquiera ha llegado a trazar. Me he limitado a disciplinarlo como alumno de la Cromería por considerar el trazo sin permiso. Tenéis la caja y ya habéis ejecutado a la supuesta ladrona, su madre. Un castigo riguroso, sin duda, pero esta es vuestra satrapía… vuestro «reino», quiero decir. Es evidente que él no sabía nada, tan solo que su madre le había hecho un regalo. Cualquier autoridad que tengáis sobre él palidece en comparación con la mía.
—Es mi súbdito, y por consiguiente me pertenece y puedo hacer con él lo que me plazca.
A Gavin solo le quedaba una carta.
—Antes me preguntasteis por qué había venido a esta letrina maloliente que llamáis reino —dijo—. Kip es el motivo. Mi autoridad sobre él es mayor que la vuestra. Es mi bastardo.
Los ojos de Rask Garadul se tornaron inexpresivos, y Gavin supo que había ganado. Nadie proclamaría públicamente semejante deshonra si no fuera verdad. Los mismos ojos le dijeron también, antes incluso de que el hombre abriera la boca, que tendría que matar a Rask Garadul. Pero no hoy.
—Tu tiempo se ha agotado —declaró Rask Garadul—. El tuyo y el de la Cromería. Estás acabado. La luz no puede ser encadenada. Escucha con atención, Prisma: Recuperaremos lo que nos habéis robado. Los horrores de vuestro reinado tocan a su fin. Y cuando todo termine, yo estaré allí para verlo. Lo juro.