Notas

[1] Según explica Antonio de Bofarull, «el dialecto italiano o lengua especial en que está escrito el adagio es el mismo en que se hallan escritos, hasta siglos muy modernos, todos los documentos sicilianos que no están en latín, y en los que se ve marcada influencia catalana, sobre todo en el uso de ciertas letras para expresar inflexiones que expresa el italiano con signos diferentes, como, por ejemplo la voz layxa».

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[2] La esposa de Guillermo de Montpellier, madre de Doña María, se llamaba Eudoxia, y era hija del emperador de Constantinopla, Manuel Comneno, o sea del imperio romano de Oriente.

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[3] Pedro el Católico murió en la batalla de Muret, el 13 de septiembre de 1213, en la que los albigenses, al mando de Simón de Montfort, vencieron al rey de Aragón y al conde de Toulouse.

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[4] De nombre Yolanda. La madre de rey de Hungría Andrés se llamaba Yolanda de Courlenay. La boda con Jaime I se celebró en Barcelona el 8 de septiembre de 1235.

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[5] Esta hija de Jaime I se llamaba Isabel, y el 28 de mayo de 1262 casó en Clermont con Felipe el Atrevido, hijo de San Luis.

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[6] Para conocer el carácter de estos personajes creemos del mayor interés reproducir la nota (1, de la pág. 21) que sobre ellos dio Don Antonio de Bofarull en su versión de la Crónica catalana de Ramón Muntaner (Barcelona, Imprenta de Jaime Jesús, 1860):

«Cuando las primeras irrupciones africanas, quedó España despoblada en varios de los territorios que la componían, y sus moradores, fugitivos, se salvaron en las fragosidades de los montes, desde donde, si estaban contiguos a una nación vecina, como en el Pirineo, hacían continuas irrupciones, y si aislados, como en el Muradal, bajaban a asaltar por necesidad a amigos y enemigos, de manera que tales puntos vinieron a transformarse en presidios de infamia, en los que se acogían lo mismo cristianos que sarracenos, quienes, organizados en tribus, y dando a sus jefes nombre árabes, hacían correrías por su cuenta, sin prestar servicio conocido a ninguna de las nacionalidades españolas. La Corona de Aragón fue la que transformó ese pueblo errante y feroz, o más bien, la que, con su ejemplo, creó una institución militar nueva de grande utilidad para sus conquistas, pues siendo soldado el almogávar, conservaba al propio tiempo el carácter originario de su raza, así que, son estos y no los primitivos los verdaderamente celebrados por sus famosas hazañas. Dividiéronse, pues, en compañías, cuyos capitanes llevaban el nombre de al-mo-caten o almugaden, y teniendo otros jefes llamados dalil o adalid, los cuales eran guías o conocedores de caminos, con facultad de juzgar sobre lo que acontecía en las correrías o cabalgadas, de distribuir la presa, etc. El soldado, según Desclot, vestía solo una gonella o sayo, unas bragas de piel, y abarcas por calzado, salvando las piernas con antiparas, que también eran de piel, como el morral o zurrón que les cubría la espalda, para llevar la comida diaria, y la redecilla (acaso el rociolo de los godos) con que sujetaban su cabello, aun cuando diga Moncada que ésta era de hierro. Traían al cinto una correa, de la que colgaba una bolsa o esquero para proporcionarse lumbre, y pegada a la misma un cuchillo o daga. Su cabello flotaba libre como el de los antiguos bárbaros, pues no se lo cortaban nunca, como ni tampoco se afeitaban, y sus armas consistían en una azcona o lanza corta y arrojadiza, y en tres o cuatro dardos, que, como munición de repuesto, llevaban a la espalda. Su modo de iniciarse en las sorpresas, o más bien, su grito de guerra era el ¡despierta hierro! (desperta ferres!) y sacudiendo al mismo tiempo con su azcona o hierro contra las piedras, producían en todas direcciones innumerables chispas, cuya luz era de un efecto aterrador y formidable en los ánimos de los enemigos, sobre los cuales se arrojaban desde luego en torrente y con general gritería. Mghabbar, precedido del artículo al, significa en árabe polvoroso, y Muhavir es igual a Muhavar, que, en hebreo, equivale a socio, compañero o adjunto. Martínez Marina, en su Catálogo de voces arábigas, escribe almogávar y no almogávar, y en Cataluña, donde el nombre de Almogaver ha quedado como apellido en algunas familias, se pronuncia igualmente largo».

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[7] Seguramente Muntaner se refiere a la Crónica de Bernat Desclot, que puede que sea anterior a la suya.

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[8] Según la Historia de Languedoc (que cita Antonio de Bofarull), Jaime II de Mallorca, por medio de acto público celebrado el 18 de agosto de 1283, reconoció que la villa de Montpelier, el castillo de Lates y los demás castillos y lugares de su alrededor pertenecían al reino de Francia.

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[9] Es éste uno de los párrafos de más compleja traducción por nombrarse en él diversos juegos de caballería completamente desaparecidos. Bofarull elude algunas dificultades y se extiende en consideraciones arqueológicas, que no tienen lugar en una traducción vulgar como la que intentamos. Por ejemplo, basándose en Ducange, entiende que los «cavallers salvatges» eran una especie de condottieri o matones (hoy diríamos «guardaespaldas»), cuyas luchas a cuchilladas se toleraban en ciertos festejos; y basándose en la traducción al francés de Buchon, que recoge sólo las cuatro primeras letras (toro) de la palabra toronjas (naranjas), alude incluso a las corridas de todos. Todo ello excede a nuestro objetivo.

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[10] En las primeras ediciones impresas se aclara que se trata de los sarracenos del reino de Granada, que son los que con él estaban en guerra, y no los que quedaban en Valencia.

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[11] Sin poner en tela de juicio la realidad histórica de esta poética «última salida» del rey Don Jaime, cabe tomar en consideración que hacía aproximadamente doscientos años de la muerte de Don Rodrigo Díaz de Vivar cuando Muntaner escribía su Crónica y que su leyenda debía estar en plena vigencia.

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[12] No nos resistimos a señalar una peculiaridad de la lengua catalana, que, sin duda, refleja un permanente estado espiritual de los que la hablan. Pese a que siempre se hable del «seny» como expresión máxima de la característica catalana, ocurre que así como en castellano se centra en la mente toda decisión o fuerza de voluntad, en catalán, por lo menos lingüísticamente, radica en el corazón. Algunas veces hemos conservado en forma literal la frase de Muntaner; en otras nos ha parecido más correcto adoptar la forma corriente castellana: «se metre en cor» es en castellano «meterse en la cabeza»; «haver en cor» equivale a «tener en la mente», etc. Bofarull, que ya observó esta particularidad, la explica por la influencia aristotélica difundida por Abelardo en el siglo X desde París, en cuanto se refiere a la residencia del alma; lo que, por la proximidad de Francia y por la similitud con la lengua provenza), daría lugar a frases hechas del catalán, como: «saber de cor», «donar de cor», etc. No pretendemos sacar ninguna conclusión filosófica de lo dicho, sino que únicamente intentamos justificar determinadas expresiones que, tal vez por demasiado literales, pueden parecer inadecuadas.

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[13] Bofarull cita los textos de B. de Neoscastro y N. Specialis, que pueden ser considerados, más o menos, como cronistas oficiales:

«… Manu intrepitus pectus infra vestes et ubera tanget illi-cite, simulans quod eam preponderet ipsa pariere».

«… quídam plus aliis furore vitiosae excaecatus in unam ex mulleribus Mis temerarias manus injecit atque asserens eam pugionem viri sui sub vestibus abscondisse, temerarias manus Mam in útero titillavit».

Ante estos textos latinos (que nos abstenemos de traducir) no puede negarse que, pese la animosidad de Muntaner por el rey Carlos y sus gentes, su versión catalana fue más discreta.

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[14] Muntaner usa esta forma dialectal, cuya traducción es innecesaria.

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[15] ARTOS o ARTURO, rey legendario del País de Gales del siglo VI (aproximadamente), cuyas aventuras dieron nacimiento a las novelas de caballería del Ciclo de Arturo, llamadas también Ciclo bretón o Ciclo de la Tabla redonda.

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[16] La versión de la Crónica publicada por la Editorial Barcino con texto de E. B., revisada por el docto Miquel Coll i Alentorn, define el pitxol como «moneda divisionaria y de escaso valor». Bofarull sugiere su posible relación con el «picciolo», moneda que se usaba en Florencia, según el diccionario de Antonini.

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[17] Desde la boda de Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra, con Elionor de Aquitania (1154-1189) la corona inglesa ejercía su poder sobre gran parte de los dominios del rey de Francia. Desde entonces, y hasta mucho después de la fecha (1282) en que ocurrió este desafío, la costumbre y las leyes de caballería habían instituido al rey de Inglaterra como supremo juez de estas lides. Más ampliamente, y en posteriores fechas, puede seguirse este trámite en el libro de Martorell y Galba Tirant lo Blanc (V. Alianza Editorial El Libro de Bolsillo núms. 173-174. Traducción al castellano de J. F. Vidal Jové), así como en la propia vida del principal autor de la novela. En el momento del presente desafío era rey de Inglaterra Eduardo I, llamado el Justiniano británico.

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[18] El texto original dice estrático. La palabra siciliana es straticoto. Bofarull traduce estratego. En los documentos oficiales, después de los justiciariis, se nombra a los stratigoto, que eran los jefes militares.

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[19] Se trata del papa Martín IV (de 1281 a 1285), de nacionalidad francesa, elegido en Viterbo.

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[20] El legado del papa era el cardenal Jean Cholet, hijo del señor de Nointel en Beauvaisis. La «perdonanza» predicada fue tan eficaz que el pueblo fanático, para ganarla, entendía que, a falta de armas, bastaba con pronunciar las siguientes palabras:

«Je jette cette pierre contra Fierre d’Aragón, pour gagner l’indulgence».

Es interesante analizar todas las expresiones de Muntaner relativas a la posición moral creada entre su devoción a la casa de Aragón y su fidelidad a la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica. Sería peregrino querer encontrar en sus palabras algo más que una posible inquietud moral, precisamente por la puntualización que hace de los hechos. No obstante, si no en las palabras, sí en la acción, tuvo que elegir, y eligió Muntaner, la posición de los excomulgados.

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[21] Para mayor garantía de autenticidad, las escrituras se partían por la mitad, quedando divididas en dos partes las letras A.B.C. que se habían escrito en el centro. En las cartas de batalla a ultranza, era habitual servirse de este sistema de comprobación, que siguió usándose en épocas posteriores a la de la Crónica de Muntaner. Se encuentra en la carta de batalla que Kirieleisón de Muntalbá mandó a Tirante (capítulo 77, ob cit.) y en las propias cartas de desafío de Joanot Martorell a Joan de Montpalau, Jaume de Ripoll y Goncalbo d’Ixer.

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[22] Hay aquí una serie de términos marinos que merecen una aclaración. Las galeras de los provenzales están todas con «palomeres largues» y, en el momento de atacar el almirante Cornut, «lleva volta a les palomeres». La palabra ha desaparecido del vocabulario actual, pero puede suponerse derivada de «palma» (hilos de la hoja de la palma) o de «palomar» (hilo bramante más delgado que el corriente). Por otra parte, en el vocabulario marítimo actual, enjuncar significa «atar con juncos una vela», y en los Rudimentos de cultura marítima, de Arnáu Artigas, encontramos la siguiente explicación: «Antes, y aún hoy, en algunas pequeñas embarcaciones costeras, se ataban con juncos las velas, para que, al tirar, en el momento conveniente de dar la vela, rompiéndose las ligadas, se desplieguen al viento».

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[23] Hemos traducido aquí la palabra catalana «mena» simplemente por clase. La definición del Diccionario de la Lengua Catalana lo avala sin ninguna duda al definir esta palabra como: «Classe a que pertany una persona o cosa per la seva manera d’ésser en comparado amb les de naturalesa análoga». Hacemos esta observación, que entendemos necesaria, únicamente porque un exagerado prurito de erudición de Don Antonio de Bofarull le hizo traducir «mena» por «Mena» con mayúscula, como si se tratase de alguna ciudad o región, explicándolo con la nota que copiamos: «Ignoro qué puede ser vino de Mena, si no es equivocación esta palabra, pues no la he visto nombrada en ningún documento antiguo que hable de vinos, al paso que se encuentran mencionados muy comúnmente el vermell, tinto, y el grec o griego. Sin asegurarlo, me inclinaría a creer que con tal palabra se hubiese querido significar Mendris, pequeño país de Italia, sujeto a los cantones suizos, muy fértil en vinos».

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[24] Según la condición del vasallo, el homenaje se prestaba «demanos», juntando éstas, que el señor tomaba entre las suyas en señal de pertenencia, y «de boca», cuando se trataba de caballeros, que consistía en un ósculo que el vasallo daba a su señor.

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[25] De este palacio real sabemos que fue seguramente una reedificación que hiciera en 1044 Ramón Berenguer I el Vell sobre los restos del de los antiguos reyes godos. Jaime I lo amplió, ocupando todo el espacio de la actual Plaza del Rey. Más tarde, los reyes católicos lo cedieron a la Inquisición, motivo por el cual, con la animosidad del pueblo, se precipitó su destrucción. Quedan, de la época de Jaime I, la capilla real de Santa Águeda, la iglesia de Santa Clara y el Tinell, salón en el cual se celebraron las cortes de que nos habla Muntañer. (Datos recopilados por Antonio de Bofarull).

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[26] La palabra catalana que traducimos es bussons, que en la versión ya citada de la Ed. Barcino se da siempre como equivalente a ariet. Bofarull entiende que bussols puede proceder de bóssola, que en italiano antiguo equivale a caja.

Parece también confirmar esta versión el hecho de que en catalán moderno brújula se traduce por brúixola. No obstante, hemos preferido acep tar la autorizada opinión del ordenador de la edición de Ed. Barcino, revisada por el docto Miquel Coll i Alentorn, apoyándose en el argumento que nos ofrece el propio Bofarull al afirmar que la brújula (traducción que él da de bussons) no fue descubierta hasta el año 1302 por Flavio Giola de Amaífi.

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[27] La palabra del texto catalán es xapeu, del francés chapeau, que se ha convertido en el actual capell. Siguiendo a nuestro antecesor, hemos adoptado la palabra italiana capelo por creer que Don Felipe al burlarse de su hermano quiso comparar la coronación hecha por el Papa a la imposición de un capelo cardenalicio. La palabra sombrero sería completamente ajena al humorismo de monseñor Don Felipe.

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[28] Esta expresión, llaus o laus, aparece con cierta frecuencia, siempre que es oportuna una acción de gracias o la petición del auxilio divino. No parece que se trate de una simple invocación, como Laus Deo, por ejemplo, puesto que a veces se establece una especie de diálogo entre la marinería que entona el laus y el público que lo escucha, lo que sugiere mejor la idea de alguna forma de letanía. El Oficio divino, con su himnario, era muy popular y constituía lo que se llamaba el laus perennis, que, en las iglesias, las comunidades y aun en las casas particulares, se elevaban al Señor.

El himnario romano es obra de la Edad Media, y era de tónica popular, tanto en los textos como en su métrica rítmica, que los escritores renancentistas pretendieron olvidar, mereciendo la repulsa de los creyentes sencillos. El antiguo himnario, que publicó el P. Blume, S. J., comprendía treinta y cinco himnos, procedentes de cinco manuscritos de los siglos VIII y IX, que se conservan en la Biblioteca Vaticana. Con posterioridad al siglo XI, se popularizó en Europa el llamado Himnario irlandés, que el papa San Gregorio mandó a San Colomban. En la época de la Crónica era muy conocido el himno Gloria laus, original de Theodulfo, que, posiblemente, es el que Muntaner nos recuerda. Para mayores detalles sobre estos temas, véase la obra de Abbé R. Aigrain, Liturgia. Enciclopedie populaire des connaissances liturgiques. París, Bloud et Gay, 1930 (págs. 4, 422, 592, etc.).

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[29] Los manuscritos y las primeras impresiones ponen a veces simplemente obertes y otras obertes per popa. Bofarull, estimando que no existen actualmente esta clase de embarcaciones, no tradujo esta expresión, sino que la sustituyó por la explicación de su cometido: galeras de gran transporte. Desde la fecha de la traducción de Bofarull a nuestros días se ha hecho corriente la utilización, en la guerra, de grandes embarcaciones de desembarque en las que se abren grandes compuertas por la popa para descargar en las playas tanques, carros de asalto, etc.

Vemos que, otras veces, los marinos entonan la Salve Regina. Sobre ella podemos decir que parece ser que su inventor fue el obispo de Puy (1079-1098). En 1221, el B. Jourdain de Saxe, segundo maestro general de los Padres Predicadores, la popularizó. El papa Gregorio IX (1227-1241), por consejo de Raimundo de Peñafort, la hizo obligatoria en todas las iglesias de Roma a partir de 1239.

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[30] Esta expresión equivalía en Aragón a la de ¡Sometent!, acostumbrada en Cataluña como llamada a las armas.

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[31] Ya alguna otra vez hemos tropezado con la palabra terçol, que, en este caso, traducimos por sobresaliente (como hace Bofarull). Véase, por ejemplo, en el capítulo 83. El terçol era el remero de tercera fila que, en ocasiones, se utilizaba como ballestero. No era muy buena la opinión que de estos elementos tenía Muntaner, como veremos mucho más adelante en su famoso Sermó, que constituye el capítulo 272, en cuya ocasión lo hemos traducido como tercero.

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[32] Alforrar es verbo que no aparece en el actual Diccionario de la Real Academia, pero que usa Bofarull para traducir la expresión del texto catalán «alforrats a la genetia». En catalán, alforrar equivale a ahorrar, economizar, y esta idea se compagina con la explicación que da Bofarull de la expresión al decir que se trataba de caballería ligera.

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[33] El académico francés Francois Raynouard (1761-1836) publicó un poema provenzal de Jaufre y Brunisenda, dedicado a Pedro II de Aragón. Sin duda, es a este personaje al que se refiere Muntaner.

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[34] Charles Du Cange (1610-1688), en su Glossaire de la moyenne et de la basse latinité, explica en qué consistía el estandarte particular de la abadía de Saint Denis, llamado el Oriflama: Estandard d’un cendal fort espais, fendu par le milieu en forme d’un gonfanon, fort caduque, enveloppé autour d’un bastón couvert d’un cuivre doré, et un fer longuet, aigu au bout.

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[35] Copiamos literalmente las palabras que en su francés escribió Muntaner, sin duda para dar al diálogo mayores visos de autenticidad.

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[36] Moneda particular de la ciudad de Tours.

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[37] Sobre el acuerdo del rey de Mallorca en ceder su reino a su hermano para evitar el peligro de sus hijos, en poder del rey de Francia, la exposición que hace Muntaner no parece muy convincente. El rey Alfonso, dos meses después de la rendición de la ciudad, hubo de permanecer en Mallorca para lograr la sumisión de varias villas y castillos que se mantenían fieles a Jaime II de Mallorca. Para mayores detalles sobre este particular, véase el documentado libro de Ferrán Soldevila Vida de Pere el Gran i D’Alfons el Liberal, Editorial Aedos. Barcelona, 1963; págs. 317 y ss.

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[38] Existía un codicilo por el cual el rey Pedro se comprometía a restituir a la Iglesia el reino de Sicilia. Parece ser que ésta fue condición expresa para poder ser absuelto a la hora de su muerte, a la que cedió por la debilidad propia de un enfermo. Sus hijos y todos los consejeros, impulsados sobre todo por el rey Don Alfonso, decidieron mantener secreto este codicilo. Véase a este propósito el libro antes citado de Ferrán Soldevila, páginas 260 y 319.

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[39] La salida para Barcelona no fue tan rápida como deja entender la forma de redactar la noticia de Ramón Muntaner. Se ve claro que el cronista pretende ignorar la resistencia —poco eficaz, es cierto— que opusiera Jaime II de Mallorca a los propósitos de su hermano Pedro el Grande. (V. nuestra nota anterior 37).

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[40] Los hijos de Pedro el Grande, Alfonso y Jaime, mandaron construir el monumento funerario que se conserva en la iglesia del monasterio de Santes Creus al escultor Bartomeu, de la catedral de Tarragona, que fue el autor del proyecto, realizado por Guillermo de Orenga, escultor de Vilafranca, y por Andrés de Torra, pintor leridano. Cuando la revolución de 1835, pese al esfuerzo de los revoltosos sacrilegos, la urna que contenía, y contiene, el cuerpo del rey Pedro no pudo ser violada.

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[41] Ha de entenderse aquí por España únicamente los territorios que seguían ocupados por los moros. Cada uno de los reinos originados por la reconquista tomaban su nombre peculiar: León, Navarra, Castilla, etc., y España —como hemos señalado en nuestra nota de introducción— era un puro concepto geográfico, bajo cuya denominación se agrupaban los territorios ocupados por los árabes, y que fueron, sucesivamente, disminuyendo: Murcia, Almería, Granada, etc.

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[42] Tal vez, en un exceso de fidelidad por la casa de Aragón, o porque así fuese en realidad, Ramón Muntaner parece ignorar el ofrecimiento, por parte del rey Don Sancho de Castilla, al rey Don Alfonso de Aragón del reino de Murcia y de la mano de su hija Isabel. Al no ser aceptada por Don Alfonso esta proposición, Don Sancho se volvió hacia su aliado el rey de Francia y logró que el rey de Mallorca invadiera el Ampurdán.

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[43] Como veremos más adelante, la boda del rey de Aragón con la infanta Doña Leonor de Inglaterra no llegó a celebrarse por el fallecimiento de Don Alfonso. Es posible también que se re trasara debido a la corta edad de la desposada.

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[44] El manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid pone Sent Maxemí en lugar de senct Martí, como escribe el original adoptado por Bofarull. Hemos preferido esta última designación por avenirse más con las tradiciones provenzales.

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[45] El mar de la Tana es el mar de Azof, y Tana o la Tana es una ciudad comercial que está en sus orillas.

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[46] La realidad histórica está en contradicción con estas palabras de Muntaner, siempre obsesionado en ponderar la perfección de los miembros de la casa de Aragón, por la sentía verdadera idolatría. En un codicilo otorgado en 15 de las calendas de julio de 1291, ruega a su sucesor que proteja a la hija del ciudadano Bernardo de Caldés, llamada Dolça, y que haga educar honorablemente al hijo que nazca; «quod pregnatum ejusdem Dulcie quem de nobis suscepit facial nutriri honorifice et quod faciat bonum eidem prignatui».

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[47] Es curioso que Muntaner ignore aquí una de las bazas más importantes de este juego político: el matrimonio de Jaime II con la princesa Isabel, hija de Sancho IV y su esposa María de Molina. El matrimonio tuvo sólo carácter civil, pues el rey de Aragón no estaba en condiciones para obtener del papa la correspondiente dispensa. Además, la unión de Sancho IV y María de Molina tampoco contaba con la autorización papal. En Soria, la «esposa» (Isabel contaba sólo ocho años) fue entregada a Jaime II contra la garantía de diez castillos valencianos, que fueron puestos en manos de Sancho IV, y las fiestas de Calatayud han sido calificadas por los historiadores modernos como fruto de la «euforia nupcial» de Jaime II. El rey llama «reina» a la niña cuando habla de ella, que debía ser educada en la corte catalanoaragonesa, pero a la que sus padres dotaron de una servidumbre castellana (que dio lugar a numerosos roces y dificultades), presidida por Doña María Fernández, gran amiga de María de Molina, que le haría de madre hasta que se consumara el matrimonio.

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[48] Decidida ya la boda de Jaime II con Doña Blanca, hija del rey Carlos, parte integrante de la paz firmada, el rey de Aragón comunicó a Doña María de Molina la firme oposición del papa Bonifacio VIII a la boda del rey con su hija Doña Isabel, anulándose, por tanto, el matrimonio civil de Soria. El rey Jaime reclamaba los castillos dejados en garantía, todo lo cual ofendió a la corte de Castilla. La infanta Isabel permaneció en Aragón hasta el mes de febrero del año siguiente.

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[49] Estos hechos son demasiado trascendentales para que pudiesen ocurrir con la simplicidad ingenua como los expone Muntaner. A cambio de este abandono, Jaime II recibía Córcega y Cerdeña y Bonifacio VIII le había entregado ya 12.000 libras tornesas. La boda con Doña Blanca, que aportaba una dote de 100.000 marcos, estaba también condicionada a aquel abandono, y, especialmente, representaba la absolución, el levantamiento de la excomunión, que, sin duda, obsesionaba al rey y a su pueblo como habían obsesionado los últimos días y la trágica muerte de su padre Pedro el Grande.

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[50] Existen diferentes interpretaciones de este párrafo. Bofarull interpreta: «Con esto, quedó en Sicilia el duque Roberto, hijo mayor del rey Carlos, en la ciudad de Catania, que ser Virgili de Nápoles y dos caballeros de aquella ciudad, le habían entregado…». Los textos de los manuscritos y de las primeras impresiones son igualmente contradictorios.

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[51] El verdadero nombre era Blum, palabra que en alemán significa «flor».

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[52] Término griego equivalente al título de Don, o señor.

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[53] A este propósito, Don Antonio de Bofarull señala en una nota un documento del Archivo de la Corona de Aragón (Reg. 1895, fol. 29), por el cual un siglo más tarde Juan I concede a Gilaberto Rovira, oriundo de Tortosa, facultad para hacer un armamento de cincuenta hombres, con diez mujeres públicas, para su servicio.

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[54] El año 1954 tuve la suerte de poder visitar Istanbul. Un servicio público de pequeños barquitos que parten casi junto al Kopru Ataturk (Puente de Galata), cruzando dos veces el Cuerno de Oro del lado de Istanbul al lado de Pera y viceversa, haciendo paradas en Cibali (del lado de Istanbul), Ksimpaca (del lado de Pera), Haskey y Sutluca (igualmente en Pera), me llevaron hasta Eyub, extremo oriental de Istanbul, y, retrocediendo, me desembarcaron en Ayvansaray, término de mi viaje y lugar donde termina la fortificación de la ciudad. En el plano de la ciudad había leído el nombre de Blancherna en aquel extremo que sigue conservando el nombre de Constantinopla y con la indicación de que se trataba de un «Historical Monuments». Se trata de las ruinas de un edificio de cinco plantas. Lienzos de piedra, alternando con rojizos ladrillos, adornado de filigranas de corativas. A la derecha, cuatro grandes torres cilindricas; a la izquierda —seis tal vez—, torres cuadradas. La mejor conservada de las paredes tiene en lo alto siete ventanas; debajo, seis; más abajo, cuatro. Frente a ella, el gran cuadrilátero que fuera en un tiempo patio de armas. Me acompañó en mi excursión el maestro del pueblo: Fethi Artuk, quien me cuenta (y me regala fotografías, en las que aparecen sus alumnos vestidos con trajes turcos de época y clavando en lo alto de una de las torres de Las Blanquernas la bandera turca) que el año anterior (1953) se celebró el quinto centenario de la conquista del palacio imperial griego en 1453 por Fatih, el gran sultán.

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[55] Para conocer las incidencias diplomáticas y la historia política en general de estos acontecimientos, que en la Crónica de Muntaner aparecen sólo aludidos y, a veces, con una total ingenuidad, es indispensable la lectura de la obra de L. Nicolau d’Olwer L’expansió de Catalunya en la Mediterrania Oriental, Editorial Barcino. Barcelona, 1926.

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[56] Cuartera es palabra que no aparece en muchos diccionarios pero es de uso corriente en Castilla como medida de cereales. Equivale a la cuarta parte de una fanega.

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[57] Turcople: dícese de la persona nacida de padre turco y madre griega (Diccionario de la Real Academia).

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[58] Perpra: moneda bizantina, llamada también perperas o hyperperas. Eran de oro muy brillante y, según Ducange, citado por Bofarull, equivalía a la cuarta parte de un marco.

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[59] Esta proeza heroica tiene su antecedente histórico en lo que hiciera en el siglo IV (a. J.) Agatocles, rey de Siracusa, en su lucha contra los cartagineses. La historia se repite dos siglos más tarde con Hernán Cortés en Veracruz.

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[60] Nuestro texto dice claramente: «portam-nos-en ben deu milia carros»; el texto que traduce Bofarull dice: «e amenam-nos en be X carros». De todos modos no nos hemos permitido enmendar el texto, pues, en materia de números, el optimismo de Muntaner supera todas las fantasías (que siguen en el Tirant lo Blanch, por ejemplo), pues ya hemos visto que en la batalla ante rior murieron de los enemigos veintiséis mil hombres contra tres de los «nuestros»; y en ésta, contra diez mil hombres de a caballo y un «sens fi» de a pie, mueren treinta y ocho de los vengadores del cesar. Es lógico y razonable que Muntaner justifique esta desproporción por la intervención, casi directa, de san Pedro, san Pablo y san Jorge y del mismísimo «senyor Deus», todo lo cual no nos permite poner en duda sus estadísticas.

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[61] El traductor anónimo del Tirant en 1511, traduce la palabra catalana rampagolis por rampagones. (V. la nota 1 al capítulo 164, op. cit.)

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[62] Según lo pactado, por haber levantado el sitio en esta forma el rey de Castilla debía dar al de Aragón las fortalezas de Cuadros, Chanquin, Quesada y Balmar, y además cinco mil doblas de oro.

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[63] Una nota de la versión de la Colecció Popular Barcino explica la palabra xaló como una cierta clase de tela de Chalons. A mayor abundamiento, copiamos la nota de Bofarull a este respecto:

«No sé el equivalente moderno de la palabra xaló, y en falta de otro más propio he adoptado chalon, que el Diccionario de la Academia (ed. Madrid 1803) define Texido de lana, llamado así por haber venido de la ciudad de Chalon, en Francia, definición que considero más bien como una conjetura etimológica sin fundamen to al ver que los mismos franceses no admiten este origen, y que Ducange define la palabra de esta manera: “Chaluns: Panni catalaunenses, Statuta Ordinis S. Gilberti de Sempringham: Aut pan nos pictos, qui vocantur Chaluns”. De lo que deduzco, en resumen, que era ropa catalana, y que, por ser pintada, más que verdadero paño sería un tejido de bayeta».

Como pura curiosidad diremos que el actual Diccionario de la Academia (ed. Madrid 1956) no da la definición apuntada por Bofarull.

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[64] La explicación de estas palabras que dan la traducción de Bofarull y la versión de la edición Barcino son bastante contradictorías. Para el primero, las almaxías son unas cubiertas de cuero para el pie, sobre las cuales se mete el zapato.

Para la segunda son unas túnicas con mangas que los moros llevaban sobre la demás ropa. Aquilanes son una especie de chinelas que cubren el almaxin, o una toca para la cabeza que usan las mujeres sarracenas. Un mactan, para uno y otra, es un pedazo de tela (un «corte») suficiente para confeccionar un traje. Sudes (o jucies) son igualmente para ambos una suerte de almilla con mangas.

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[65] Este párrafo (y el último del capítulo anterior) aluden a la misa de purificación (llamada también de presentación), a que debían asistir las recién paridas para quedar purificadas. La ceremonia consistía en la presentación al oficiante del recién nacido, al que cubría el sacerdote con su manípulo, en tanto que la madre, de rodillas ante el altar, mantenía una vela encedida, que aparentaba llevar el propio niño. Este rito corresponde al de la purificación de la Virgen en el templo, que se celebra con la fiesta de la Candelaria. Ignoro si en la actualidad sigue vigente este rito, aunque lo he presenciado muchas veces en Cataluña. Por cierto que era característico que se celebrara a las once de la mañana, y se prendía en el pecho del infante un trocito de papel plegado que contenía las primeras palabras del Evangelio de San Juan, atado con una cintita roja. A este papelito se le llamaba un «breve» (un «breve»), que adquiría el valor de un extracto del Evangelio, y constituía una especie de confirmación, sin que tuviera la condición de sacramento. Era tan corriente la celebración de esta misa en estado todavía de convalencia de la recién parida, que dio lugar a la expresión tos de missa d’onze (tos de misa de once), que se reprochaba a los niños cuando se suponían que fingían un resfriado para quedarse en cama para no ir a la escuela.

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[66] Milá y Fontanals (Obras completas, vol. III, págs. 243 y siguientes. Barcelona, Librería de Alvaro Verdaguer, 1890) nos dice que se trata de una «composición en verso alejandrino monorrítmico, en lengua no catalana, sino provenzal más o menos alterada, y con título, y en cierta manera en forma de sermón, que el cronista remitió al infante Alfonso, hijo del rey Don Jaime de Aragón, que había de pasar a la conquista de Cerdeña». Hemos creído demasiado fácil limitarnos, en este caso, a la copia del original provenzal o de la traducción en prosa castellana de Don Antonio de Bofarull, y aun a riesgo cierto de excedernos de nuestras posibilidades, aprovechando en primer lugar las aclaraciones de Milá y Fontanals y el antedicho texto castellano, y sirviéndonos de las transcripciones al catalán de muchas palabras provenzales que se encuentran en la edición revisada por Miquel Coll i Alentorn, hemos intentado una traducción directa en dobles octasílabos, también monorrítmicos, que esperamos conserven la ingenuidad espontánea del viejo poeta Muntaner.

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[67] Explica Bofarull que este conde Ner es llamado por algunos hijo del conde Neri, que era el señor principal del común de Pisa y capitán general de sus mesnadas. Otros le llaman Manfredo, hijo de Guido. Uno y otro pertenecían a la familia de los condes de Donorático, cuyo nombre le dan a conocer otros escritores.

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[68] Espaldar es la parte de la coraza que protege y cubre las espaldas. Generalmente eran almohadillas, para mayor comodidad.

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[69] En nuestro manuscrito y en su transcripción (tantas veces detallada) esta palabra es pollins, y se define como el nombre dado a los descendientes de los matrimonios entre sardos y písanos. El texto de Bofarull dice pullís, y lo traduce por pulieses, palabra que hemos adoptado a falta de otra de mayor autoridad. Señalamos, no obstante, que su significado es muy distinto para este autor; pulieses eran los habitantes del barrio llamado La Pola, o los naturales de la Pulla, que habitaban en la ciudad, pudiendo ser que el nombre del barrio procediera del origen de sus habitantes.

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[70] En todos los textos aparece muy clara la palabra Busnaire, que ha sido interpretada como equivalente a Bonifacio o Asinara, y así parece confirmarlo el texto que sigue a continuación. No obstante, Bofarull, por entender que Bonifacio no estaba en la ruta de Pisa a Cáller, cree que se trata de un error, y supone que Busnaire debe leerse Bonaire.

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[71] Nuestro texto termina esta frase diciendo: son aquests, en cuyo caso faltarían los nombres, que se le habría olvidado poner a Don Ramón Muntaner. El texto utilizado por Bofarull termina el párrafo diciendo: son aquests los primers que hanc feu. Hemos adoptado esta versión, que traducimos en la misma forma.

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[72] La palabra borne, según la Real Academia Española, significa el extremo de la lanza de justar. De ahí que justar se llamara también bornar o bornear. En Cataluña existe en muchas ciudades (Barcelona y Manresa, por ejemplo) la calle del Born, que corresponde al lugar donde, antiguamente, se borneaba. Josep M. Espinas, en su libro Carrers de Barcelona (Barcelona, 1961), da interesantes detalles sobre la plaza del Born de Barcelona.

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[73] Se llamaban caballeros salvajes aquellos que se dedicaban a hacer exhibiciones de fuerza y agilidad por puro pasatiempo y diversión de los asistentes a las fiestas (véase la nota número 9).

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