281. La situación entre Sicilia y Nápoles

Es el caso que el señor rey de Sicilia tenía en Calabria la ciudad de Reggio y el castillo de Santa Ágata, y el castillo de Calana y el castillo de la Mota, y la Gatuna y otros lugares.

En las paces que el señor rey de Aragón trató e hizo entre el señor rey de Sicilia y el rey Roberto, fue ordenado que respecto a aquella ciudad y demás lugares se cumpliera lo que el rey de Aragón dispusiera, de modo que dichos castillos y la ciudad de Reggio quedaron en manos del señor rey de Aragón, quien mandó caballeros suyos, que los rigieron en su nombre. Al cabo de poco tiempo dictó sentencia y dispuso que la ciudad de Reggio y los castillos y lugares que el señor rey de Sicilia tenía en Calabria fuesen entregados al santo padre, quien los tendría en secuestro en forma tal que si alguna vez el rey Roberto se alzaba contra el rey de Sicilia él estuviese obligado a devolver aquellos castillos y ciudades al señor rey de Sicilia, para que pudiera apoyarse en ellos. Y se hicieron, además, otros convenios, que a mí no me hace falta relatar.

En cuanto esto estuvo hecho, no pasó mucho tiempo desde que el padre santo tenía los castillos, que, de buena fe y como buen señor, el padre santo pensó sin creer que esto pudiera causar daño a ninguna de las partes, mandó entregar la ciudad de Reggio y los demás lugares al rey Roberto.

Cuando el rey Roberto logró dichos lugares, se sintió muy satisfecho, y el señor rey de Sicilia, cuando lo supo, quedó muy disgustado, pero tuvo que sufrirlo mayormente porque estaban en paz entre ellos.

282. Nueva guerra de Sicilia

En esta paz se mantuvieron, desde que el rey Roberto tuvo en su poder los lugares indicados, durante más de diez años, pero como el diablo sólo piensa en hacer mal, surgió la guerra entre estos dos señores.

¿De quién fue la culpa? No me corresponde culpar a ninguno, pues de tales señores sólo se debe hablar diciendo de ellos todo el bien que uno sepa, de modo que yo no quiero decir, ni digo, cuál de los dos obró mal. Lo cierto es que volvió la guerra, y que las galeras del rey Roberto rompieron las almadrabas de Sicilia y apresaron barcas y leños con mercancías que pertenecían a Sicilia; y luego los de Sicilia hicieron lo mismo con los del rey Roberto. El señor rey de Sicilia mandó a Calabria a Don Blasco de Alagó y a Don Bernardo Senesterra y otros ricoshombres y caballeros, que corrieron mucho por Calabria, tomaron a la fuerza Terranova y la saquearon, y otros lugares, y después se volvieron a Sicilia alegres y satisfechos y con grandes ganancias.

Cuando esto estuvo hecho, el rey Roberto hizo grandes preparativos para pasar a Sicilia; y el rey de Sicilia, cuando lo supo, preparóse para defenderse y fortificó bien las ciudades de Mesina, Palermo y Trápani, y todos los demás lugares de la costa. Igualmente ordenó que todos cuantos vivían en los caseríos tierra adentro se refugiaran en las ciudades y en los castillos, que eran fuertes y estaban bien guardados, de modo que dejó toda la isla bien preparada para defenderse.

Ordenó el señor rey que toda la caballería, compuesta de catalanes, aragoneses y sicilianos, no se separase de los ricoshombres y caballeros expertos, e igualmente ordenó a otros que no se separasen del señor infante Don Pedro, su hijo, y que cada uno de ellos estuviese dispuesto para acudir y ayudar donde fuese necesario. También ordenó a Don Simón de Vallgornera, caballero de Peralada que le ha servido durante largo tiempo, que con cien hombres a de caballo, catalanes y aragoneses, y doscientos almogávares fuese recorriendo toda la isla, y que acudiese a cualquier lugar donde aparecieran las fuerzas del rey Roberto.

Cuando todo esto estuvo ordenado, al cabo de poco tiempo el rey Roberto mandó a su hijo el duque, con su poder, como jefe y mayor de Sicilia, y tomaron tierra delante de la ciudad de Palermo, en el Puente del Almirante, y vinieron con ciento veinticinco galeras armadas y seis grandes naves, y muchas taridas, y muchos leños y barcas. En poco tiempo hubo allí tres mil caballeros armados y un sinfín de gente de a pie.

A los cuatro días de estar allí destruyéndolo todo se acercaron a la ciudad; y esto ocurrió en el mes de junio del año mil trescientos veinticinco. Dentro estaban el conde de Claramunt y Don Blasco de Alagó y otros ricoshombres y caballeros, y Don Simón de Vallgornera, que en cuanto vio que la flota tomaba tierra en Palermo se guarneció dentro con los cien hombres de a caballo y los doscientos almogávares que iban con él. Y si alguna vez habéis visto una ciudad bien ordenada para defenderse, así fue Palermo, pues los del interior ordenaron que no apareciera hombre alguno en las murallas cuando aquéllos levantarían las escalas y grúas y demás artefactos que habían preparado para combatir, sino que cuando las escalas estarían izadas y los demás artefactos y los hombres encima, a la vez tocasen las trompetas y nácaras por los muros y todo el mundo, con cantos y ballestas de torno y de palanca, y con pez y alquitrán derretido, de tal forma que al cuarto día de haber tomado tierra y con fuego, arremetieran contra ellos. Así se cumplió; se acercaron a la muralla y levantaron sus escalas y artefactos, y cuando los hombres estuvieron en lo alto, tal como antes habéis oído que se había ordenado, los de la ciudad se echaron a correr sobre ellos de tal manera que aquel día murió el almirante de veinticinco galeras armadas que había de la ciudad de Génova, y murieron con él más de mil genoveses, e igualmente de otras gentes murieron más de dos mil personas, que fue tal la lección que recibieron que se han de acordar para siempre.

Tras esta mala jornada, estuvieron tres días sin acercarse a la ciudad, y al cuarto día vinieron, preparados para dar la batalla; pero si el primer día tuvieron una mala jornada, peor fue ésta, en la que igualmente perdieron mucha gente.

Cuando el duque vio que no podía hacer nada en Palermo, partióse disgustado y fuese por mar y por tierra a Marsara. Pero antes de que él llegase, micer Simón de Vallgornera ya había entrado con su compañía, e inmediatamente salió a torneo. ¿Qué os diré? Que igualmente intentaron combatir Marsara, e igualmente recibieron mucho daño. Quitáronse de allí y se fueron a Matzara; pero igualmente, antes de su llegada, ya estaba allí micer Simón de Vallgornera, y recibieron igualmente mucho daño. Después, partiendo de Matzara, fueron a Xaca, y del mismo modo micer Simón y su compañía ya habían entrado antes de que llegaran, y del mismo modo recibieron gran daño. ¿Qué os diré? Partiendo de Xaca, se fueron a Calatabellota y a la Crestina, y luego a Gergent, y luego a la Licata, y a Naro, y a Terranova, y al Carsellat, y a Xicle, y a Módica, y a Siracusa, y a Not, y a Barsi, y a la Feria, y a Palasol, y a la Baixona y a Avola, y a Agosta, a Lenti, a Catania. Y en cada uno de estos lugares llegó antes micer Simón de Vallgornera con su compañía, que causaba grandes pérdidas a la hueste ayudando a la defensa de los lugares, pues andaba tan cerca de las tropas que ningún hombres podía separarse de ellas para ir por hierba o por otras cosas sin que fuera muerto o hecho prisionero. De manera que tuvo que abandonar Catania e irse a embarcar en su flota en tierras de Máscara; y partiendo de allí, tomó tierra en Cobogrós, que está cerca de Mesina, a unas quince millas; y de allí fuese a un monasterio que se llama Rocamodore, a una legua de Mesina. Aquí estuvo algunos días antes de acercarse a la ciudad de Mesina, y reconoció la compañía, y encontró que en hechos de armas o a causa de enfermedades había perdido la mitad de su gente. Supo igualmente que el señor rey de Sicilia, su tío, estaba en la llanura de Millás preparándose para venir a combatirle, y pensó que el señor rey vendría con gente fresca y sana para echársele encima, y que todos eran de un mismo ánimo y de una sola voluntad, y él en cambio contaba sólo con gente muy cansada que había sufrido muchos tropiezos y que pertenecían a distintas naciones y países, y por tanto, de diferentes voluntades, por lo que la batalla no le resultaba conveniente. De manera que decidió embarcar y pasar a Calabria y a la ciudad de Reggio, donde llegó muy disgustado. Y tenía razón de estarlo, pues en toda Sicilia no había podido tomar ni un castillo, ni un caserío, ni una villa, y pensó en el gran daño que había recibido.

Con esto, señores que este libro escucháis, pensad en el gran tesoro y las gentes que en este pasaje se consumió, y qué fruto proporcionó a los cristianos. Por lo que, si a Dios pluguiera, mejor habría sido que se gastara por sus regidores en honor de la santa fe católica contra Granada, que no allí donde se ha gastado y consumido. Y podéis creer que el mismo fin tendrán los que de ahora en adelante vayan con el ánimo de quitarle la isla al señor rey de Sicilia y a los suyos, que reconocen a la santa romana Iglesia lo que le debe ser reconocido.

Ahora dejaré de hablar de estos asuntos de Sicilia y volveré a hablar del gran engaño y la gran maldad con que se portan las ciudades. Ya antes os conté parte de ello; pero si poner quisiera por escrito sus maldades, no le alcanzaría para escribirlas todo cuanto papel se hace en la villa de Játiva. Pero aun cuando las maldades de las comunas son manifiestas en todo el mundo, sí que quiero contaros ahora lo que los genoveses han hecho al rey de Sicilia, e igualmente la maldad que han hecho al rey de Aragón, y lo mismo digo de la maldad de la ciudad de Pisa. Por esto ha de ser de gran sabiduría para todos los reyes del mundo guardarse y no fiar en nada de cuanto digan los hombres de las comunas, pues si lo hacen, siempre resultarán engañados.

283. Actitud de los genoveses en las guerras de Sicilia y Cerdeña

La verdad es que el señor rey de Sicilia, como corresponde a quien pertenece totalmente a la parte gibelina, ha ayudado a la casa Doria y de Spíndola, y a las otras grandes casas que salieron de Genova y se fueron a Saonana, y esto en moneda y en caballería, y en galeras, y en víveres. De modo que Dios y él les han sostenido en la ciudad de Saona contra la parte güelfa que había quedado en la ciudad de Genova; de modo que es cosa cierta que Dios y la ayuda del señor rey de Sicilia les han mantenido.

Cuando el duque, hijo del rey Roberto, pasó a Sicilia, los antedichos de Saona prometieron ayuda de galeras a dicho señor rey de Sicilia, y dicho señor rey contaba mucho con ello; pero si recordara bien cuántas veces le habían faltado al señor rey Don Jaime, su hermano, mientras fue rey de Sicilia, y cuántas le han hecho a él, no tendría ninguna esperanza en ellos. Pero con los señores ocurre esto: que cuando Dios les concede la gracia de vivir largo tiempo, cambian a menudo sus consejeros, o por muerte o por otras causas, y los consejeros jóvenes representan un gran peligro para todo señor, pues aunque sean más sabios que los que ya pasaron eran, no pueden conocer los asuntos tan bien como los que son viejos, que han visto y oído los hechos, los cuales, con la mitad de ciencia, pueden dar mejor consejo siendo viejos que no puedan darlo los jóvenes en los casos de guerra, porque muchos más hechos han visto y oído los viejos que los jóvenes, y por ello, por las cosas ya pasadas, se puede proveer las cosas presentes y las que todavía han de ocurrir. Por ello os juro que si el buen conde Don Guillermo Galcerán viviera, y Don Blasco de Alagón, y Don Hugo de Ampurias, conde de Esquilatx, y otros catalanes y aragoneses que ya pasaron, y aun si micer Mateo de Térmens, y micer Veixiguerre de Apolois y otros estuviesen vivos, el señor rey de Sicilia no hubiese perdido tanto socorriendo a los genoveses como ha perdido, pues le hubiesen recordado los tiempos pasados. Y tal como ahora se ha visto engañado, lo será muchas veces y siempre él, y todos los reyes que fiaran en las comunas. Y por esto será bueno que os recuerde ahora lo que hicieron los genoveses en ocasión del pasaje del duque a Sicilia a dicho señor rey de Sicilia.

La verdad es que el señor rey de Sicilia mandó a Saona pidiendo socorro de galeras, y mandó dinero; y ellos prometiéronle que le ayudarían con veinticinco galeras, y él estuvo en la confianza de que así sería. Pero dichos genoveses se portaron en tal forma que pasó todo el verano, y el duque ya estaba fuera de Sicilia y había pasado de Mesina a Calabria, como antes habéis oído; y cuando supieron que el duque ya estaba fuera de Sicilia y había pasado a Calabria, entonces ellos salieron de Saona y vinieron a Trápani, que está lejos de doscientas millas de allí donde el duque se encontraba. Y ya podéis comprender en qué forma querían ellos combatirle y encontrarle, y cuál fue la ayuda que el señor rey de Sicilia obtuvo de los genoveses, y cómo le sirvieron bien con el dinero que les había mandado para armar.

No bastó con este escarnio y esta falta, pues todavía pensaron en la forma como podrían prestar un mal servicio al señor rey de Sicilia con las mismas veinticinco galeras que debían ser para servirle. Se concertaron con la ciudad de Pisa que, con veintidós galeras que habían sacado de Saona, pudiesen venir contra el señor rey de Aragón. Y el común de Pisa les daba mil florines de oro al mes para que junto con la armada de Pisa vinieran a traer víveres y socorros al castillo de Cáller; y todavía ordenaron en sus convenios que Don Gaspar Doria fuese almirante de Pisa, puesto que era almirante de aquellas galeras de Saona; y además, que cuatrocientos hombres de las casas genovesas viniesen con las veintidós galeras y fuesen todos establecidos en Cerdeña. Y en estos términos se establecieron los convenios entre ellos y la ciudad de Pisa. Ved qué servicio prestaron al señor rey de Sicilia, cuando contra el señor rey de Aragón, que es su hermano mayor, hicieron pactos con los písanos.

Tales hechos, tan descomunales ante Dios y el mundo, no parece que puedan dar buenos frutos; antes nuestro señor verdadero Dios, que es la verdad y la justicia, juzga a cada uno según la intención que lleva. Y la casa de Aragón y sus descendientes siempre han ido, van e irán con la pura verdad y buena fe, y por esto Dios les ensalza y les engrandece y les hace victoriosos en todas las empresas, y a aquellos que van con falsedades y malas artes les confunde y abate.

Ahora quiero contaros el final de esta desleal compañía que se hizo entre el común de Pisa y los genoveses que están en Saona, y en qué vino parar, y la justicia con que nuestro señor verdadero Dios obró sobre ellos, como lo hará siempre contra todos aquellos que proceden con maldad y falsía.

284. Acción de dos galeras pisanas

La verdad es que el convenio que se estableció entre ellos se realizó a la manera del que establecieron el ratón y la rana, que sólo buscaban la manera de engañar el uno al otro, como podréis ver en la fábula de Esopo, y por esto como los dos iban con mala intención, llegó el milano, los cogió y se los comió, como ocurrió con los que hicieron este convenio, cada uno de ellos con engaño y falsedad y con la intención de engañar al otro; y el poder de la casa de Aragón, que es el águila, se los puso al través y les ha devorado y destruido, como ocurrirá siempre, si Dios quiere.

Debéis saber que cuando la armada estuvo dispuesta en Pisa para ir en socorro del castillo de Cáller, se juntaron veintitrés galeras con genoveses y cinco con pisanos, seis bajeles, seis saetías y una nave y muchas barcas con písanos, de manera que cuando salieron de Pisa debían ser unas sesenta velas.

Cuando el noble Don Francisco Carrós, almirante del señor rey de Aragón, supo que esta escuadra se le venía encima para socorrer el castillo de Cáller, que dicho almirante tenía sitiado, pensó que de ningún modo podía permitir que entraran aquellos auxilios de víveres y de gentes, y ordenó el asunto como correspondía a quien era uno de los mejores caballeros y de los más expertos de este mundo, y por las cosas pasadas se guió, previendo las del porvenir, como vais a ver.

Es cierto que cuando ocurrió esto no habían pasado dos meses que dos galeras ligeras de Pisa vinieron de noche a la palizada de Cáller y, sin que el almirante Carrós se diera cuenta, entraron dentro de la palizada, y se trataba de galeras ligeras a remos, y traían víveres, que metieron en dicho castillo de Cáller. Cuando dicho almirante vio por la mañana dichas galeras dentro de la palizada fue muy disgustado; pero con la ayuda de Dios y a su gran juicio, todo tornó para bien, con gran provecho y alegría. En seguida asedió dichas dos galeras dentro de la palizada para que no pudiesen salir sin pasar por sus manos; y las tuvo de tal modo sitiadas hasta que las chusmas de las dos galeras se hubieron comido todos cuantos víveres llevaban. Y cuando vio que estaban en esta situación, una noche, por mar y por tierra, les atacó por la espalda, y sorprendióles de tal manera que las dichas dos galeras, con la chusma y todo cuanto llevaban, fueron de este modo servidas a los catalanes, que los despedazaron a todos, y sólo quedaron con vida treinta que se habían escondido, y cuando se hizo de día y les hallaron vivos no les mataron, pues no es digno de hombres bien nacidos que se les mate cuando ya son prisioneros; pero en seguida les mandaron hacer sus grilletes de hierro y les pusieron a trabajar en la obra del muro y el vallado que el almirante hacía levantar en el puesto llamado Bonaire, que pronto se convirtió en uno de los más hermosos lugares que jamás se construyeron con diez veces más de tiempo. Quiero que sepáis que en aquellos tiempos ocurría que había más de seis mil hombres de armas útiles, todos catalanes, con sus esposas, y no hacía más de dos años que lo había empezado a edificar, cuando estaba sitiando el castillo de Cáller y el señor infante Don Alfonso tenía sitiado Viladesgleies, por lo que ya pueden comprender los písanos que con sólo el castillo de Bonaire siempre tendrán sitiado el castillo de Cáller. Y para que comprendáis hasta qué punto el puesto de Bonaire es importante para el comercio, quiero que sepáis que cuando el almirante supo que la armada había salido de Pisa y que había más de sesenta velas, como ya habéis oído, reconoció las fuerzas que tenía en el puesto de Bonaire, y comprobó que contaba con catorce naves grandes, de las cuales doce estaban armadas con catalanes, y una pertenecía al rey de Francia, que había venido de Chipre, y otra de genoveses y güelfos de la ciudad de Genova que el almirante había apresado. Por otra parte contaba con treinta y seis leños de una cubierta, de mercaderes catalanes; y además el almirante tenía veintidós galeras, entre galeras y bajeles, y ocho entre leños y cópanos que había mandado construir para ir por el estanque. El almirante hizo disponer en línea todas las naves delante de la palizada de Cáller, recordando lo que habían hecho aquellas dos galeras, y de este modo evitó que alguien pudiese penetrar en la palizada.

Ahora dejaré de hablaros del puesto de Bonaire y del almirante y volveré a hablar de los genoveses y los písanos.

285. Derrota de písanos y genoveses

Cuando la armada hubo salido de Pisa, en las bocas de Busnaire[70] perdieron una galera, que fue a dar en la costa, de cuya galera escaparon vivos unos ochenta hombres; y cuando el juez de Arborea lo supo, mandó la compañía allí donde la galera se había roto e hicieron prisioneros a los ochenta hombres, que con una cuerda al cuello mandó a Bonaire al almirante, que enseguida les puso buenos grilletas y les puso a trabajar en el muro y el vallado de Bonaire. Igualmente, entonces, otra galera genovesa de Saona que venía de la parte de Flandres con temporal, fue arrastrada a la isla de San Pedro, y rompió, se, y escaparon ciento cincuenta personas; y el almirante que lo supo en Bonaire, mandó a por ellos y los apresó todos, e hizo con estos ciento cincuenta hombres los mismo que había hecho con los anteriores.

¿Qué os diré? Que el día de Navidad del año mil trescientos veinticinco, las veintidós galeras de los genoveses y las cinco de písanos, y seis entre leños y saetías, vinieron ante Cáller, aparte de la otra nave que habían dejado en Bonifacio, intentando desesperadamente entrar en la palizada de Cáller para poder pasar los víveres que traían; pero el almirante había ordenado en tal forma la entrada que ninguno podía pasar sin que estuviera a su alcance. Aquel día de Navidad estuvieron ante la escalada de las naves y de los otros leños y bajeles de los catalanes disparando sin cesar, y el día de San Esteban intentaron combatir por uno de los extremos, cobrando gran daño y sin poder lograr nada. Al día siguiente, que era el día de San Juan, lo intentaron por el otro extremo, sin poder conseguir nada tampoco y recibiendo igualmente mucho daño; y el día de los Inocentes se fueron a Caboterra y se abastecieron de agua, y volvieron para combatir por uno de los extremos de las naves. Todos estos intentos los hacían ellos con diez galeras ligeras, pensando que el almirante saldría de la fila con sus galeras, pensando que cuando estaría fuera caería sobre aquellas diez galeras (que le temían poco porque creían que siempre podrían huir a remo), y que entre tanto las otras galeras, batiendo remos, entrarían con los víveres en la palizada, procurando llevar los víveres a Cáller Pero el almirante conocía todo lo que ellos intentaban hacer y por esto no quería abandonar el acecho. De manera que el día de Navidad, que fue miércoles, y el jueves, y el viernes, y el sábado estuvieron con estas maniobras, y el domingo el almirante mandó que la gente comiera por la mañana, y ordenó que cuantos estaban en las galeras se armasen, con excepción de los dieciocho bajeles, e hizo pregonar que, si se combatía, la batalla fuese real, y que todo cuanto se ganara fuese de aquel que lo hubiese ganado, a excepción de los presos y las galeras, que serían para el señor rey, pues de todas, si él veía que el lance se presentaba bien, les llevaría a la batalla. De manera que así se preparó el combate.

Cuando esto estuvo hecho y ordenado y los genoveses les vieron ponerse en orden de batalla, colocaron primero siete galeras, cinco de genoveses y dos de písanos, amarradas entre sí las siete unidades, con Don Gaspar Doria, que era su almirante, al frente de ellas; y todas las demás les seguían por la popa. Las siete galeras se acercaron tanto a las galeras del almirante Carrós con las proas por delante que se pusieron a tiro de dardo. Cuando el almirante vio que dichas siete galeras estaban tan cerca, pasando la orden de mano en mano, mandó a sus galeras que, sin hacer ruido y a escondidas, soltase cada cual la gúmena en el mar, pues si levaban anclas aquéllos pronto se irían, y con mayor rapidez podrían hacerlo ellos con veinte remos que no las del almirante con ciento cincuenta. De este modo, secretamente, soltaron la gúmena al mar, con tal sigilo que ni los genoveses ni los písanos se dieron cuenta; y en seguida bogaron, y antes de que se pudiesen dar la vuelta aquellas siete galeras, el almirante estuvo tras ellas, y obró en forma que mataron a más de mil cien personas, pues todos cuantos estaban sobre cubierta murieron, y se escondieron en los fondos más de cuatrocientos genoveses y más de doscientos písanos, de manera que, en un momento, el almirante se apoderó de dichas siete galeras, con toda la gente muerta o prisionera.

Las otras galeras de los genoveses y de los písanos diéronles la vuelta a las proas, que tenían junto a las siete galeras, y pensaron escapar. Don Gaspar Doria, que se portó como valiente que era en la batalla, pensó zafarse en una barquichuela que llevaba en popa, y subió a una galera que estaba a su popa y que pertenecía a uno de sus hermanos. Cuando dichas siete galeras fueron apresadas, el almirante fue tras las otras, pero fue como si nada, pues nunca las pudo alcanzar; de modo que volvióse alegre y satisfecho con los suyos. Y todos ganaron tanto que se hicieron ricos, y a ningún hombre quitó nada de lo que habían ganado.

Los genoveses, cuando estuvieron lejos, mandaron una galera con un mensaje para el almirante, y le rogaron que sus mensajeros pudiesen ver a los prisioneros para saber cuáles eran los que habían muerto y cuáles los que habían escapado. El almirante lo permitió, y vieron que habían escapado con vida cuatrocientos trece genoveses y doscientos písanos que se metieron en los fondos, como antes os he dicho. Cuando hubieron establecido las listas, quisieron dar como rescate al almirante por los genoveses prisioneros todos cuantos víveres y armas y otras cosas llevaban en las galeras que habían huido, y el almirante les dijo que no les daría ni el más insignificante de todos, sino que los conservaba para hacer el vallado y la muralla de Bonaire, y tuvieron que marcharse con mucha pena.

Y a veis qué fruto sacaron por las maldades que cometieron, del armamento que habían hecho y de la falsa unión que habían concertado con los písanos, pues mientras los unos procuraban engañar a los otros, se puso de por medio el almirante del señor rey de Aragón y los desunió y devoró a todos.

286. Nuevos intentos

Cuatro días después de esto, cuando las galeras de los genoveses y de los písanos se volvían con gran pesadumbre, encontraron una nave de catalanes, que era del noble Don Ramón de Peralta, con sesenta caballeros que el señor rey de Aragón mandaba a Cerdeña, y a otra nave, que era también del mismo Don Ramón de Peralta, con cuarenta y ocho caballeros, que estaba por delante a unas diez millas. Fue por casualidad que vieron aquella nave en la que estaba el noble Don Ramón de Peralta, y le dieron dieciséis asaltos, sin que le pudieran hacer nada, sino que, por el contrario, perdieron más de trescientos genoveses que les mataron y muchos heridos. De este modo se separaron dolidos de la nave, de la que si oyen hablar todavía se sienten disgustados.

Todos podéis considerar cómo todo esto fue obra de Dios, pues el almirante Carrós en todas estas luchas no perdió más de tres hombres, y Don Ramón de Peralta no perdió en su nave más que un caballero extranjero. Por lo que cada uno debe esforzarse en proceder con lealtad, pues quien obra con lealtad tiene a Dios de su lado, y quien con deslealtad procede Dios le confunde y le lleva a su propia destrucción. Y todos los días se puede ver, pues bien visible es el milagro de todos los días de que Dios toma venganza, como podéis verlo ahora claramente en el hecho de los písanos. Pues el señor infante Don Alfonso hizo la paz con ellos en la forma que habéis visto antes, y en ninguna forma el señor infante Don Alfonso ni los suyos les faltaron en nada de lo que les habían prometido; y con tal ánimo hizo la paz con ellos y se fue de Cerdeña y se volvió a Cataluña, pensando que desde entonces estaría en paz con los písanos y no tendría necesidad de permanecer allí. Y los písanos malvados toda la paz que hicieron fue con gran malicia, para que el señor infante se volviera a Cataluña, y después, cuando estuviera fuera, podrían en poco tiempo acabar con los catalanes que habían quedado.

Que esto es verdad, pronto empezaron a demostrarlo, pues enseguida metieron muchos víveres en el castillo de Cáller e hicieron grandes obras, fortaleciendo los muros y otras defensas, e hicieron venir muchos hombres a sueldo de a acaballo y de a pie, estableciendo muy bien el castillo de Cáller; y cuando esto estuvo hecho pensaron en romper todos los convenios que habían hecho con el señor infante, y todas las paces. ¿Qué podría contaros? Que no podían encontrar a un catalán aislado que no lo degollasen, de modo que en poco tiempo, antes de que los catalanes se organizasen, habían muerto o echado en un pozo más de setenta, que fueron encontrados cuando los catalanes se dieron cuenta. Asimismo pensaron en armar barcas, y con ellas, si una barca salía del castillo de Bonaire, iban tras ellas y las tomaban y las echaban a pique. De modo que ya podéis ver si hay que confiar en ellos, que ninguna fe ni verdad se encuentra jamás en ellos, por lo que nuestro señor y verdadero Dios los va destruyendo, por culpa de sus malas acciones. De manera que ellos mismos han cortado las varas con que han de ser apaleados y han puesto la guerra en su contra, pues ya veis cómo les ha ido hasta ahora, y ya veréis cómo les seguirá yendo.

Después de combatir a aquel ricohombre Don Ramón de Peralta, fuéronse dolidos y dicho ricohombre, alegre y satisfecho tomó tierra con sus dos naves en el castillo de Bonaire y puso la caballería en tierra y la infantería que llevaba; y fueron muy bien recibidos por el almirante y por todos los de Bonaire y les dieron una gran fiesta. A los pocos días, el almirante y dicho noble Don Ramón de Peralta se pusieron de acuerdo en que, la caballería por tierra y la infantería con la armada por mar y con los hombres de mar, fuesen a dar el asalto a Estampaix que forma parte de la villa de Cáller que, de por sí, está bien amurallada y guarnecida, pues todos los pulieses 69 están allí instalados con sus mujeres y niños pues, en el castillo de Cáller sólo quedaron los hombres a sueldo.

287. Toma y destrucción de Estampaix

Tal como lo habían ordenado, así lo hicieron pues, al alba, ya estaban todos alrededor de los muros y se atacaron a ellos sin tomar en cuenta el peligro que podían correr; de modo que los hombres de mar fueron hacia la Llápola y la batalla fue muy dura pues los de adentro se defendieron muy vigorosamente, y estaban muy bien preparados pues nada les faltaba para la defensa. ¿Para qué entreteneros con más detalles? Por fuerza de armas los hombres de mar asaltaron el muro y decidieron entrar. Cuando los de Estampaix vieron que iban a ser asaltados por aquel lado vinieron todos a aquel lado, y los hombres de a caballo se acercaron también al muro y trataron de asaltarlo. ¿Qué os diré? Las banderas del noble Carros y del noble Don Ramón de Peralta, decidieron entrar en Estampaix y entonces la batalla se hizo más cruel y feroz. Pero los de Estampaix con gran parte de los del castillo que habían acudido, hicieron un gran esfuerzo por la pena que sentían por sus mujeres y sus hijos que veían morir y pusieron mayor esfuerzo; pero nuestro señor y verdadero Dios que les quiso castigar por sus maldades, permitió que la victoria cayese sobre ellos de modo que ni uno conservó la vida y lo mismo ocurrió con sus mujeres y sus hijos y también murieron su capitán y el castellano del castillo y gran parte de sus soldados. En aquel momento estuvieron los catalanes a punto de entrar en el castillo, pero los que estaban dentro y vieron la mortandad de los suyos y la gran destrucción, decidieron cerrar las puertas y tapiarlas a cal y canto. Cuando los catalanes hubieron matado a toda la gente pensaron en dedicarse al saqueo de cuanto había en la villa, y era infinito el número de cosas que había, de modo que ganaron tanto, que los que allí se encontraban, fueron para siempre ricos.

Después de hacer esto, al día siguiente volvieron todos y destruyeron todos los muros y las casas y lo arrasaron todo. Y dichos nobles decidieron que la piedra y la madera se la llevara cada uno a voluntad y que lo llevasen a Bonaire; y todo el mundo se dedicó a acarrear, quien con barcas quien con carros, y se lo llevaron a Bonaire y edificaron con ello buenos albergues. Ordenaron que la iglesia de los frailes menores, que era muy rica, la deshicieran y que en honor de mi señor san Francisco la trasladaran a Bonaire y que fuese el convento de los frailes; y que de ahora en adelante no hubiese más frailes que catalanes y que constituyeran una provincia por ellos mismos y que igualmente fuesen catalanes los de todas las órdenes que hubiera en Cerdeña y en Córcega.

Así, señores, los que oís este libro, elevad vuestros ánimos hacia el poder de Dios, pues ya veis claramente qué venganza ha hecho nuestro señor y verdadero Dios, en un año con estas malvadas gentes que con falsía y maldad volvieron a la guerra contra el señor rey de Aragón, que benignamente y por compasión había hecho las paces con ellos; y todavía como ha traído su venganza sobre este lugar de Estampaix que estaba poblado de la más malvada gente del mundo y de la más pecadora, pues no hay pecado que el corazón del hombre pueda imaginar que no se cometiera, hasta el punto que su hedor subió hasta el mismo Dios.

Y si me preguntáis:

—Muntaner, ¿qué pecados son estos que tanto se cometieron?, yo os podría decir que allí estaban el orgullo y la soberbia, y el pecado de la lujuria en todas formas, de tal manera, que por esto Dios quiso destruirla como hizo con Sodoma y Gomorra que con fuego quiso destruir y abrasar. Por otra parte, la mesa de la usura todo el mundo la tenía dispuesta, y el pecado de la gula más que en ningún otro lugar del mundo. Además, desde aquel lugar se abastecía a toda la Berbería de hierro y acero, de toda clase de maderos y de víveres, con lo que redundaba gran daño para toda la cristiandad. Por otra parte todo corsario o ladrón era bienvenido, hubiese hecho daño a quien quiera que fuese. De toda tablajería de juego era centro aquel lugar, y tanta maldad se cometía que nadie podría dar abasto a escribirla. Por lo que ya veis nuestro señor verdadero Dios (que ¡bendito sea!) qué venganza tomó en pocas horas. Por lo que ya veis que está loco el que no tiene miedo ni temor de Dios; que nuestro señor y verdadero Dios tiene mucha paciencia; pero que también es necesario que la justicia divina obre sobre los malvados porque de lo contrario los buenos no podrían subsistir en este mundo.

De aquí en adelante dejaré de hablaros del castillo de Cáller que está sitiado, y de aquellos que hay dentro, que están emparedados; y he de dejar de hablaros de Estampaix que está todo quemado y devastado por los suelos; y volveré a hablaros del señor rey de Aragón y del señor infante Don Alfonso y del señor rey de Mallorca.

288. Regencia del infante Don Felipe y desposorios del señor rey Don Jaime III de Mallorca

Como antes os he dicho, la verdad es, que cuando el señor rey Don Sancho de Mallorca pasó a mejor vida, el señor infante Don Jaime, hijo del señor infante Don Fernando, sobrino suyo, fue puesto en el solio real y, desde aquel momento en adelante, fue llamado, es y será, rey de Mallorca.

Con tal motivo, dispusieron los ricoshombres, caballeros, prelados y hombres de las ciudades y villas, que a dicho señor rey Don Jaime de Mallorca, le fuese dado como tutor, el muy santo y devoto Don Felipe de Mallorca, tío suyo; y así se cumplió.

En cuanto monseñor Don Felipe fue tutor, trató y llevó a buen término, que dicho rey de Mallorca, su sobrino, tuviese por esposa la hija del señor infante Don Alfonso, hijo mayor del muy alto señor de Aragón, consiguiendo que dicho matrimonio se hiciera con dispensa del santo padre apostólico. Este matrimonio se llevó a cabo con la mayor concordia y gran confirmación de amor y parentesco entre las casas de Aragón y de Mallorca, de lo cual, todos sus súbditos, tuvieron y tienen y tendrán siempre, gran gozo y satisfacción y el mayor provecho. Que Dios, en su gracia, les conceda vida y salud (pues cuando el señor rey de Mallorca confirmó este matrimonio no tenía más de once años y la señora infanta, que tiene por nombre el de Constanza, no tenía más de cinco, poco más o menos) de manera que el matrimonio pueda cumplirse y tengan hijos e hijos que sean agradables a Dios y aumenten su honra y sean en provecho de sus pueblos. Este matrimonio fue firmado por cada una de las partes en el año de la encarnación de nuestro señor Dios Jesucristo, mil trescientos veinticinco.

Ahora os dejaré de hablar del señor rey de Mallorca y de monseñor Don Felipe, que rige la tierra por dicho señor rey su sobrino y volveré a hablar del señor rey de Aragón y del señor infante Don Alfonso.

289. Nueva paz con los písanos

La verdad es que cuando el señor rey de Aragón y dicho señor infante Don Alfonso vieron que los pisanos, malvada e inicuamente, buscaban por todas partes socorros para poder levantar el sitio del castillo de Cáller trataron de hacer construir galeras y taridas y ordenaron que todos los días se mandasen caballeros y peones a Cerdeña. Además, el señor rey de Mallorca, en cuanto fue firmado el antedicho matrimonio, hizo armar seis galeras en Mallorca y dos naves que, con mucho socorro y muchas gentes, mandó al citado castillo de Bonaire en ayuda de dicho señor rey de Aragón.

También fueron muchas naves y leños de Cataluña y todos iban llenos de buena gente de armas; de modo que en pocos días dicho señor rey y dicho señor infante habían mandado tanta caballería y tanta gente y tantas galeras, que los de dentro del castillo de Cáller se tuvieron por muertos, y mandaron decir al común de Pisa que les socorrieran, pues, si no lo hacían, no podían seguir aguantando.

Los písanos, conociendo el gran poder que el señor rey de Aragón había mandado, dieron su asunto por perdido, y decidieron que dicho castillo de Cáller de ahora en adelante no podían socorrerlo, antes preferían que el señor rey de Aragón les dejase vivir en paz en su ciudad de Pisa.

Y así, con plenos poderes, mandaron mensajeros al señor rey de Aragón, que vinieron a Barcelona donde encontraron a dicho señor rey y muy humildemente suplicaron al señor rey y a dicho señor infante que les plugiera perdonar lo que habían hecho contra ellos y que le rendirían el castillo de Cáller y todo cuanto tenían en la isla de Cerdeña.

Dicho señor rey y dicho señor infante, movidos a compasión, ya que siempre ellos y sus sucesores han estado y están llenos de caridad y misericordia, perdonáronlos y firmaron las paces con ellas, en forma tal que de inmediato les rindiesen separadamente el castillo de Cáller y todo cuanto tenían en Cerdeña. Y el señor rey les concedió la gracia de que pudiesen comerciar por toda la Cerdeña y por todas sus tierras libremente y seguros, pagando para ello los peajes y las lezdas y los derechos que por el señor rey están ordenados y se ordenaran. Y además, que pudieran nombrar cónsules y establecer lonjas en las ciudades del señor rey, así como los catalanes los tienen y tendrán en la ciudad de Pisa.

Así firmada dicha paz, los písanos, con gran alegría, al haber encontrado gracia con el señor rey y el señor infante, fuéronse para rendir el castillo de Cáller al señor rey, y en su nombre a los caballeros que el señor rey designó; y además, para rendir todos los demás lugares que tuviesen en Cerdeña.

290. Cáller en poder de los catalanes

Por todo lo dicho podéis comprender en qué forma los písanos se vieron destruidos, pues si no hubiesen roto la primera paz que firmaron con el señor rey, todavía podrían tener el castillo de Cáller y los demás lugares. Pero ellos, como antes os he dicho, cortaron por sí mismos las varas con que tenían que ser apaleados. Y podéis estar convencidos que, quien rompe la paz, rompe con los mandamientos de nuestro señor Dios Jesucristo, que nos dejó la paz y la paz quería. Cuide, pues, cada uno que prometa firmeza de paz, mantener lo que ha prometido y jurado pues nada debe tocar en contra y, si lo hace, tendrá a Dios en contra en todo cuanto emprenda.

¿Qué os diré? Que los mensajeros de Pisa y el noble Don Berenguer Carrós, hijo del almirante, y otros caballeros que el señor rey había designado, fueron al castillo de Cáller y mandaron mensaje al juez de Arborea que era procurador general de Cerdeña por el señor rey de Aragón. Y en cuanto él vino al castillo de Bonaire, llegó también Don Felipe de Boil, que era capitán de la guerra por dicho señor rey, y micer Boixadors que hacía las veces de almirante. Los mensajeros de Pisa hablaron con los del castillo de Cáller y el lunes a los nueve días de junio de mil trescientos veintiséis, ellos rindieron el citado castillo de Cáller a dicho señor rey de Aragón, y por él a dicho juez de Arborea y a dicho noble Don Berenguer Carrós, y a los otros que en dicho castillo de Cáller entraron con más de cuatrocientos caballos armados y más de doce mil sirvientes, todos catalanes.

Y entraron por la puerta de San Pancracio, y los písanos salieron por la puerta del Mar y embarcaron en cuatro taridas y una nave que dichos oficiales les habían aparejado y que les llevó a Pisa.

Cuando los citados oficiales y dicho noble Don Berenguer Carrós y la compañía de dicho señor rey entraron en Cáller, levantaron en la torre de San Pancracio un gran estandarte real y después en cada una de las torres otro estandarte y muchos pendones reales más pequeños. Y, por la gracia de Dios, cuando dichas banderas y pendones se alzaron en dichas torres, no hacía nada de viento, y en cuanto fueron izados, se levantó un viento de garbino, el más bonito del mundo, que desplegó todas las banderas y los pendones, y fue la vista más hermosa que pueda ofrecerse a los que quieren bien a la casa de Aragón; y para los demás, motivo de rabia y dolor. Y se entonó el laus, y había tanta gente catalana dentro y fuera, y mucha gente sarda y los de Bonaire que respondían al laus conjuntamente, que parecía que el cielo se hundiera en la tierra. De ese modo, dichos oficiales del dicho señor rey y dicho noble Don Berenguer Carrós, establecieron debidamente dicho castillo con muy buena gente de palabra, es decir, de paraje y de a pie, en forma que, de ahora en adelante, será Dios bien servido y todo el mundo encontrará allí la verdad y la justicia en forma que la casa de Aragón y toda Cataluña recibirá de ello honor y gloria.

De aquí en adelante, con la ayuda de Dios los catalanes pueden considerar que son los dueños del mar, con una sola condición no obstante: que reconozcan, tanto el señor rey como los señores infantes sus hijos, y todos sus subditos, que esto lo tienen por la gracia de Dios; y que no se enorgullezcan ni se figuren que les ha recaído este honor y muchos otros que Dios les ha hecho y les hará, por su valentía ni por su poder, sino tan solamente por el poder y la gracia de Dios, que es quien lo ha hecho. Y si así lo sienten en su corazón, dichos señores y sus sometidos, estad seguros que de bien a mejor marcharán todos sus negocios, pues no hay nada en el mundo como el poder de Dios. ¡Que él sea bendito y su bendita madre, mi señora santa María, que esta gracia les han otorgado!

Y mientras se hacía esta gran fiesta en Cáller y en Bonaire por los catalanes, los písanos, dolidos y entristecidos, embarcáronse y fuéronse a Pisa en cuanto hubieron rendido dicho castillo de Cáller y los demás lugares que tenían en Cerdeña. Y que Dios nos dé mayor gozo que el que tuvieron en Pisa cuando vieron entrar a su gente; pero confortáronse porque habían encontrado la paz con el señor rey de Aragón, pues todos se daban por muertos si no la hubiesen conseguido de dicho señor rey de Aragón. Y de ahora en adelante es de esperar que serán prudentes ellos, y otras personas y comunas, y con dicho señor rey de Aragón no querrán estar en guerra. Con tal motivo recobró Pisa todos los prisioneros que estaban presos en Bonaire, y los genoveses de Saona igualmente.

Y ya podéis ver aquellos convenios que los písanos y los de Saona habían hecho, en qué vinieron a parar, por sus pecados y por su comportamiento. Y el mismo trato pueden esperar de Dios aquellos que no vayan con la verdad y la justicia; que así como Dios les ha confundido y abatido por sus malos pactos, así nuestro señor y verdadero Dios, por la lealtad y justicia que ha encontrado en la casa de Aragón, le ha hecho, le hace y le hará todas las gracias que le está otorgando.

Y entre otras gracias que Dios ha hecho a dicho señor rey Don Jaime de Aragón, le hizo la gracia de que tuvo de mi señora la reina Blanca, hija que fue del rey Carlos, tal como antes os he dicho, que fue muy buena y santa señora, cinco hijos y cinco hijas, los cuales todos y todas vio acomodados y establecidos en su vida. Y he de deciros de qué manera.

El primer hijo, que llevó el nombre de Jaime, fue procurador general de todos los reinos por el señor rey su padre; y en tanto administró esta procuración mantuvo firmemente la justicia tanto para el grande como para el pequeño. Y a poco de mantener esta señoría, renunció a ella y a todos los reinos y a todo el mundo, y para honra de nuestro señor verdadero Dios tomó el hábito de la orden de caballería de Montesa, y vive y vivirá, si Dios quiere, mientras tenga vida, al servicio de Dios en la dicha orden. Por lo que de aquí en adelante no hará falta hablar más de él, puesto que él abandonó la señoría que podía poseer en este mundo para poseer el reino de Dios, y que Dios, por su merced, le conceda esta gracia.

Después, el otro hijo tiene por nombre el de señor infante Don Alfonso, el cual es aquel del que antes os he hablado y que, después que dicho señor infante Don Jaime hubo renunciado a la herencia de su padre, tuvo el título de primogénito, y fue jurado después del señor rey su padre, por señor y rey de todos los reinos de dicho señor rey su padre. Y tuvo y poseyó pronto la señoría por dicho señor rey Don Jaime, su padre, de toda la tierra; e hizo la conquista de Cerdeña, como antes habéis oído, y ha mantenido, mantiene y mantendrá en todos los tiempos el camino de la verdad y la justicia, así como corresponde a quien es el más gracioso y el mejor señor y el mejor caballero en su persona que nunca hubiera en el reino de Aragón, a pesar de que muy buenos los ha habido, pero así es esta bendita casa: que por la gracia de Dios siempre se va de lo bueno a lo mejor, y así será de ahora en adelante, si Dios quiere.

291. Más sobre los hijos de Jaime II

Este señor infante Don Alfonso tuvo por esposa una de las más gentiles mujeres de España que no fuera hija de rey, y la más rica, eso es, a saber: la hija del muy noble Don Gaubaldo de Entenza; y con ella tuvo el condado de Urgel y toda la baronía de Antilló y toda la baronía de su padre, y cada una de estas baronías era algo importante. Y así fue bien casado con mujer muy noble y muy rica, y fue de las mujeres más inteligentes del mundo, pues de su saber se podría escribir un gran libro; y fue muy buena cristiana, que hizo mucho bien en su vida, en honor a Dios. Y de ella tuvo dicho señor infante, que sobrevivió a ella, dos hijos muy graciosos, los cuales se llaman, el uno, infante Don Pedro, el mayor, y el menor, infante Don Jaime. Y tuvo una hija, que es reina de Mallorca, que cuando tenía la edad de seis años la dieron por esposa al señor rey de Mallorca Don Jaime, hijo del que fue el infante Don Fernando de Mallorca. Todo esto vio cumplido este señor durante su vida, pero después plugo a Dios que dicha señora infanta, esposa de dicho señor infante Don Alfonso, pasase a mejor vida en la ciudad de Zaragoza, el último martes de octubre del año mil trescientos veintisiete, y fue enterrada al día siguiente de la fiesta de los bienaventurados apóstoles san Simón y san Judas, en la iglesia de los frailes menores de Zaragoza. Dios en su gracia acoja su alma, como es de esperar de mujer tan santa y graciosa, pues fue viaticada y recibió la extremaunción, y muchas veces confesada, como correspondía a quien era tan buena católica y grata a Dios y al mundo. Por esto la quiso Dios niña y joven en su reino y en dicha ciudad de Zaragoza hubo por su muerte gran llanto y duelo. Y así terminó sus días al servicio de Dios, como a él le plugo ordenar.

Otro hijo de dicho señor rey Don Jaime de Aragón tuvo por nombre el infante Don Juan, arzobispo de Toledo, el cual es uno de los mejores cristianos del mundo, hasta el punto que, en vida, obra Dios en él maravillas; y se comprende que las haga, pues es uno de los más gratos prelados del mundo, tanto en el predicar como en otras ciencias y en todas las demás buenas gracias que todo señor bueno y honesto debe tener y que Dios, por su bondad, se las mantenga.

El cuarto hijo tiene de nombre infante Don Pedro, el cual es muy agraciado y sabio señor, y el más sutil señor que en el mundo haya, aun siendo tan joven, y lleno de toda bondad y sabiduría. El señor rey su padre le ha heredado y le ha hecho tanto, que lo ha nombrado conde de Ribagorza, y conde de Ampurias, que cada uno de estos condados son muy nobles y buenos, y aún tiene que heredar en el reino de Valencia un muy noble castillo y lugar; de modo que puede decirse que está bien heredado como tal hijo de rey, aunque rey no sea.

El quinto hijo de dicho señor rey Don Jaime tiene por nombre Don Ramón Berenguer, el cual, al igual que sus hermanos, es muy sabio y gracioso que no encontraríamos en el mundo hombre de su edad más cumplido de todas las bondades. Y el señor rey su padre le ha heredado y le ha hecho conde de Prades y señor de la baronía del noble Don Guillermo de Entenza y cuenta todavía con un buen lugar en el reino de Murcia, y asimismo puede decirse que ha sido heredado muy honrada y noblemente y que puede llevar aquel género de vida que corresponde a un hijo de rey.

De este modo dicho señor rey vio en vida, heredados a sus hijos. Y a sus hijas las heredó así: a la mayor la dio al señor infante Don Pedro, que fue hijo del rey Don Sancho de Castilla; la otra hija siguiente la dio al noble Don Juan, hijo del infante Don Manuel de Castilla; la otra hija diola al duque de Ostelric, que es uno de los mayores barones de Alemania; la cuarta entró en la orden de la Sixena, que es la más honorable de damas que hay en España y de dicha orden la infanta es priora como le corresponde por ser señora muy santa y devota; la quinta la ha dado por esposa al hijo del príncipe de Tarento.

292. Muerte de Jaime II

De este modo vio el señor rey Don Jaime durante su vida a todos sus hijos buenos, hermosos y sabios delante de Dios y del mundo, y bien establecidos, gozando de la paz y el amor de todos los cristianos del mundo. Y cuando así hubo visto que Dios le había hecho esta gracia, contrajo una enfermedad que le dio gran preocupación y sufrimiento y, como era un santo señor, bueno y agraciado e impregnado por la santa fe católica, confesó y comulgó muchas veces, y recibió la extremaunción y todos los sacramentos de la santa Iglesia. Y cuando todos los hubo recibido, con sano juicio y buena memoria, cruzó sus manos, abrazó la santa cruz y puso su espíritu en manos de nuestro señor verdadero Dios, Jesucristo. En lunes, a los dos días de noviembre del año mil trescientos veintisiete, a la hora en que se encienden las luces, nuestro señor, verdadero Dios, y su bendita madre mi señora santa María, con toda la corte celestial, recibieron su alma y la colocaron entre los fieles, en la gloria. Y así, dicho señor rey Don Jaime de Aragón dejó esta vida en la ciudad de Barcelona, el día antedicho. Y dejó su cuerpo al monasterio de Santes Creus, donde yace el cuerpo del bendito señor rey Don Pedro, su padre; y su cuerpo fue llevado con gran solemnidad, y con grandes llantos y gemidos y con gran dolor de todos sus súbditos, a dicho monasterio; y allí fue enterrado, y también sus hijos y parte de sus hijas, y los prelados y los ricoshombres y gran parte de los mejores de sus reinos.

Dios, por su merced, lo tenga en sus guardia y bajo su patrocinio quedan sus hijos y todos sus pueblos, que él ya se encuentra en buen lugar, pues claro se ve que tuvo un buen principio, buen medio y mejor fin; y por su fe y recta verdad que mantuvo, he aquí la gracia que Dios le ha otorgado. Ya que todo el mundo debe esforzarse en obrar bien, puesto que Dios le ve.

De modo que es necesario que de ahora en adelante el señor rey Don Alfonso, rey de Aragón y de Valencia y de Cerdeña y conde de Barcelona y de Urgel hijo suyo, se esfuerce en hacer el bien, puesto que tuvo tan buen espejo con dicho señor rey, su padre; y así será, si Dios quiere; que tal como procede, haga de padre y gobernador de sus hermanos y de sus hermanas, y que recuerde que hijos de reyes y de reina no los hay en el mundo que hayan nacido de mejor padre ni de mejor madre y que todos han salido de un mismo vientre. Y asimismo que en su ánimo esté sostener al señor rey Federico, su tío, y a sus hijos, que son primos hermanos suyos por ambas partes y que su insignia real que rige en Sicilia no llegue jamás a desaparecer por ningún motivo; que mientras quiera Dios, aquella casa se mantendrá firme y segura para mayor honra de Dios y suya y de todo su linaje, y con gran provecho de todos sus súbditos.

Y puede contar con que él es rey de Aragón y de Valencia, y de Cerdeña y de Córcega, y de Mallorca y de Sicilia; pues si quiere, el reino de Mallorca estará bajo su mandato, puesto que forma parte del reino de Aragón, y lo mismo digo del reino de Sicilia. Y, mientras a él le plazca que aquellos reinos tengan como cosa propia al señor rey de Mallorca y al señor rey de Sicilia, tengan todos un mismo querer y un igual valimiento, como debe ser, y seguirán siendo soberanos de todos los reyes del mundo y de todos los príncipes, tanto cristianos como sarracenos, y de todas las comunas; y si, por el contrario, cosa que Dios no quiera, hubiese división entre ellos, estén seguros que con la ayuda de uno se destruiría el otro. Por lo que es necesario que el señor rey de Aragón Don Alfonso, esto le llegue al fondo de su corazón: que toda firmeza y unidad está en Dios y en él, que es la cabeza y el mayor de todos; y quiera que se grave en su corazón el proverbio que en catalán reza: «No todos los que te sonríen son amigos». Y así, las casas de Mallorca y de Sicilia, que llevan la misma insignia y que con ella han de vivir y morir, rija y mantenga contra todos los hombres del mundo. Y que no dejen entrar gente mala en su corazón; y que recuerde el ejemplo de la mata de junco que ellos harán bien en no olvidar. Dios, por su merced, le dé ánimo y firmeza, y que se los dé a todos para el cumplimiento de su gracia. Amén.

Y si alguien me pregunta:

—Muntaner: ¿Cuál es el ejemplo de la mata de junco?

Y o le contestaré que la mata de junco tiene tanta fuerza que si atáis toda la mata con una cuerda bien fuerte, y la queréis arrancar toda de una vez, os digo que diez hombres, por mucho que tiren, no la arrancarán, aunque muchos más les ayudasen; y si quitáis la cuerda, de junco en junco, la arrancará toda un zagal de ocho años y no quedará ni un junco. Y lo mismo ocurriría con estos tres reyes, que si entre ellos había alguna división o discordia, cosa que Dios no quiera, daos cuenta que tienen unos vecinos que pensarían en destruirles, el uno contra el otro. Por lo que es necesario que se guarden de este paso; que mientras los tres tengan una misma voluntad, no teman ningún otro poder de este mundo, antes al contrario, como ya os he dicho, serán siempre soberanos de sus enemigos.

293. Primeros actos del rey Don Alfonso

Ahora volveré a hablaros de dicho señor rey Don Alfonso, por la gracia de Dios rey de Aragón, de Valencia, de Cerdeña y de Córcega, conde de Barcelona, que después que el rey su padre fue enterrado y le fue rendida toda la solemnidad que le correspondía, dicho señor rey Don Alfonso, con todos sus hermanos y con todos los prelados y ricoshombres, y caballeros, y ciudadanos se fue a la villa de Montblanc, y en aquel lugar celebró consejo para decidir a qué parte iría, si a Aragón o a Valencia, o si se volvería a Barcelona, pues él quería pagar la deuda que tenía con cada una de estas provincias, tal como lo hicieran sus antecesores. Y allí fue finalmente decidido que para recibir el homenaje de los prelados, y de los ricoshombres, y de los caballeros, y de los ciudadanos y hombres de villas, y de todos los suyos que a sus órdenes estaban en Cataluña, fuese a Barcelona y que allí celebrase parlamento y acuerdos con todos los catalanes.

Así, pues, marchó el señor rey en buena hora a Barcelona con todos los prelados, y ricoshombres, y caballeros, y ciudadanos y hombres de villas; y advirtió a aquellos que no estaban, pero que le prestaban vasallaje para que estuviesen en Barcelona; y entretanto fue visitando muchos lugares, de modo que la fiesta de Navidad la pasó en Barcelona, cuya festividad se celebró con poco solaz y alegría por la reciente muerte del señor rey, su padre. Pasada la fiesta, el señor rey, cumplida y graciosamente, hizo todo cuanto debía hacer en Barcelona, y juró los usajes y libertades y franquicias ante todos los caballeros; y ellos le juraron por señor como era debido por ser heredero del muy alto señor rey su padre, a quien dé Dios su santa gloria.

294. Preparativos para la coronación

Una vez hecho esto, el señor rey pensó que, al igual que los santos apóstoles y discípulos de nuestro señor verdadero Dios Jesucristo, estaban desconsolados y tristes por la pasión de nuestro señor Dios Jesucristo, igualmente sus súbditos sentían una gran tristeza por la muerte del señor rey, su padre; y que así como Jesucristo, el día de Pascua, con su resurrección, les alegró y consoló, así el primer día de la Pascua siguiente, que fue el domingo tres de abril, a primeros del año mil trescientos veintiocho, él alegrase y consolase a sus hermanos y a todos sus súbditos. Y ordenó que el antedicho día de Pascua los ricoshombres, y prelados, y caballeros y los ciudadanos y hombres de villas estuviesen en la ciudad de Zaragoza, y que aquel día bendito él se haría caballero y tomaría la bendita y venturosa corona con la mayor solemnidad y fiesta como nunca lo hubiese hecho ningún rey en España en tiempo alguno ni en ninguna otra provincia de las que yo pudiese tener conocimiento. Y a tal efecto mandó hacer cartas, que mandó por todos sus reinos, para los prelados, ricoshombres y caballeros y hombres de villas.

295. Personajes que asistieron a la coronación

Hecho esto, partió de Barcelona y fuese a la ciudad de Lérida, visitando gran parte de los lugares que había por aquel lado. Y todo el mundo pensó en prepararse para ir a la bendita fiesta de su coronación. Y no diré que se preparasen tan sólo los barones de su tierra, sino que también vinieron de Cerdeña el hijo del juez de Arborea y el arzobispo de Arborea y dos sobrinos del indicado juez de Arborea; y junto con ellos vinieron, con tres galeras armadas, el honorable Boixadors, almirante de dicho señor rey y gobernador de Cerdeña, y muchos otros hombres honrados. Y, además, llegaron mensajeros con grandes regalos y joyas del rey de Tírensé, y asimismo mensajeros con grandes regalos y joyas del rey de Granada. Y vino gente muy honorable de Castilla y muchos más hubiesen venido si no fuera por la guerra que había entre el rey de Castilla y el noble Don Juan Manuel, hijo del infante Don Manuel. Y vinieron, todavía, muy honrados hombres de Navarra, y de Gascuña, y de Provenza y de muchas otras partes; de manera que fue muy grande la congregación de gente en Zaragoza el día de dicha fiesta de Pascual, que, en total, se calculaba que había más de treinta mil jinetes.

El señor rey estuvo en Zaragoza por la semana de Ramos. Y luego vinieron el señor arzobispo de Toledo, su hermano. Después vino el señor infante Don Pedro, su hermano, conde de Ribagorza y de Ampurias, con más de ochocientos hombres de a caballo; y el señor infante Don Ramón Berenguer, igualmente hermano suyo, conde de Prades, con más de quinientos hombres de a caballo. Después vino el noble Don Jaime de Xérica, con más de quinientos hombres de a caballo, y su hermano, el noble Don Pedro de Xérica, con sus doscientos hombre de a caballo. Luego, el noble Don Ramón Folc, vizconde de Cardona, igualmente con mucha caballería. Después vino el noble Don Arnaldo Roger, conde de Pallars, con gran acompañamiento de a caballo y de a pie. Y después el noble Don Lope de Luna, con gran caballería. Y después el noble Don Dalmacio, vizconde de Castellnou, igualmente con mucho acompañamiento de caballos y otra gente importante. Después, el noble Don Not de Moncada, con gran acompañamiento de buenos caballeros. Y después, el noble Don Guillermo de Anglesola, con lucido séquito. Después vinieron el noble Don Berenguer de Anglesola, y el noble Don Ramón de Cardona, y el noble Don Guillermo de Cervelló, y el noble Don Eiximen Cornell, y el noble Don Pedro Cornell, y Don Ramón Cornell, y el noble Don Pedro de Luna, y el noble Don Juan Eiximenis de Urrea, y el noble Don Felipe de Castro, y el noble Don Amorós de Ribelles, y el noble Don Guillermo de Erill, y el noble vizconde de Vilamur, y el noble Don Poncio de Caramany, y el noble Don Gelaberto de Cruïlles, y el noble Don Alfonso Ferrándiz de Hijar, y el noble Don Pedro Ferrándiz de Hijar, y el noble Don Bertrán de Castellet, y el noble Don Pedro de Almenara, y el noble Don Gombaldo de Trameset, y el noble Don Artalillo de Foces, y el noble Don Eixemen Peris de Árenos, y el noble Don Sandorta de Árenos, y el noble Don Ferrer de Abella. Igualmente el noble Don Jofre, vizconde de Rocaberti, y el noble Don Bernardo de Cabrera, vizconde de Montsoriu; y vinieron muy bien ataviados con buena caballería y buena gente, pero les llegó mensaje de que la condesa de Ampurias, tía de dicho noble Don Bernardo de Cabrera, había muerto, y tuvieron que regresar, pero quedaron muchos de su séquito. Asimismo vino el noble Don Pedro de Aragall, y muchos otros nobles de Aragón, y de Cataluña, y del reino de Valencia y de Murcia y de las otras provincias, cada uno con mucha caballería, que sería largo de nombrar y escribir.

Acudieron también, con gran caballería, el maestre de la orden de Calatrava, y el maestre de la orden de Montesa, y el comendador de Montalbán, y el noble fray Sancho de Aragón, castellano de Amposta, de la orden de caballería del Hospital de San Juan. Y allí estuvo, igualmente, el antedicho arzobispo de Toledo, y el señor arzobispo de Zaragoza, y el arzobispo de Arborea, ya indicado, y el señor obispo de Valencia, y el señor obispo de Lérida, y el señor obispo de Huesca, y el señor arzobispo de Tarragona, y muchos otros obispos, y abades y priores.

Estuvimos igualmente nosotros seis, representantes de la ciudad de Valencia, que fuimos con gran acompañamiento, pues todos los días dábamos avena a cincuenta y dos caballerías nuestras propias, y éramos más de ciento quince personas. Y llevamos trompadores, y tabalero, y añafíl y dulzaina, a los cuales vestimos todos con sus insignias, con los pendones reales y todos con buenas cabalgaduras. Cada uno de nosotros seis traíamos a nuestros hijos y a nuestros sobrinos con armas de torneo. Y mantuvimos casa abierta desde el día en que salimos de Valencia hasta que volvimos, y todo el mundo que quería comer con nosotros podía hacerlo, y regalamos vestiduras de tela de oro y otras a cada uno de los juglares. Y llevamos ciento cincuenta hachas de Valencia, cada una de doce libras; y las hicimos todas verdes, con el escudo real.

Del mismo modo hubo seis prohombres por la ciudad de Barcelona, muy bien arreados y muy bien ordenados y con muchos hachones. Y también hubo cuatro por la ciudad de Tortosa; y luego, igualmente, de las otras ciudades y villas honradas, y de todas las provincias de dicho señor rey, que cada una de ellas se esforzó para que viniesen muy honorablemente. ¿Qué os diré? Nunca en España hubo tan gran fiesta en ningún lugar, de gente tan escogida, como lo fue ésta.

296. Nobles que intervinieron y otros detalles de las fiestas

Puesto que hemos nombrado, en parte, los prelados y ricoshombres y demás hombres de pro que se congregaron con motivo de estas fiestas, es de razón que os nombremos los nobles a los que dicho señor rey hizo caballeros nuevos en aquel bendito día, y los nobles que dicho señor infante Don Pedro hizo igualmente caballeros, y dicho señor infante Don Ramón Berenguer otro tanto, y el noble Don Ramón Folc. Cada uno de estos nobles hicieron muchos caballeros nuevos, como más adelante veréis que fue ordenado.

Primeramente, dicho señor rey hizo caballero aquel día al noble Don Jaime de Xérica, y dicho noble hizo veinte. Después dicho señor rey hizo caballero al noble hijo del juez de Arborea. Y quedó ordenado que, en su día, o sea, cuando dicho juez esté en Cerdeña, que haga veinte caballeros nuevos, diez catalanes y diez aragoneses, a los cuales debe heredar en Cerdeña, ya que no los puede hacer en esta corte, puesto que no hay tiempo para prepararles, pero, lo mismo tiene, pues, cuando los haya recibido en su casa, los debe hacer caballeros y heredarlos en Cerdeña.

Después, dicho señor rey, hizo caballero al noble Don Ramón Folc, vizconde de Cardona, y dicho noble hizo tres nobles caballeros, eso es, a saber: el noble Don Ramón de Cardona, su hermano, y el noble Don Amorós de Ribelles, y el noble Don Pedro de Aragall: y cada uno de estos nobles hicieron diez caballeros. Después dicho señor rey, al noble Don Lope de Luna; y dicho noble hizo, de inmediato, quince. Luego dicho señor rey hizo caballero al noble Don Arnaldo Roger, conde de Pallars; y él enseguida hizo veinte. Después dicho señor rey hizo caballero al noble Don Alfonso Ferrandiz, señor de Hijar; y dicho noble hizo enseguida quince. Y después dicho señor rey hizo caballero al noble Don Guillermo de Anglesola; y dicho noble hizo enseguida diez. Luego dicho señor rey hizo caballero al noble Don Juan Eixemenis de Urrea; y dicho noble hizo en el acto diez caballeros. Después dicho señor rey hizo caballero al noble Don Berenguer de Anglesola; y dicho noble hizo seguidamente diez caballeros. Y después dicho señor rey hizo caballero al noble Don Guillermo de Cervelló; y dicho noble hizo enseguida diez caballeros. Y después dicho señor rey hizo caballero al noble Don Otón de Montcada; y dicho noble hizo de inmediato doce caballeros.

Cuando dicho señor rey hubo hecho a estos ricoshombres caballeros, el señor infante Don Pedro hizo caballero al noble Don Dalmacio, vizconde de Castellnou, y dicho vizconde hizo diez caballeros. Después dicho señor infante Don Pedro hizo caballero al noble Don Guillermo de Erill; y dicho noble hizo enseguida diez caballeros. Después dicho señor infante Don Pedro hizo caballero al noble vizconde de Villamur; y dicho vizconde seguidamente hizo diez caballeros. Y despues dicho señor infante Don Pedro hizo caballero al noble Don Gelaberto de Cruïlles, y dicho noble hizo en el acto seis caballeros.

Cuando dicho señor infante Don Pedro hubo hecho esto, dicho señor infante Don Ramón Berenguer hizo caballeros nuevos a tres ricoshombres; y cada uno de ellos hizo, el uno diez y el otro ocho caballeros. Y los ricoshombres a quienes dicho señor infante Don Ramón Berenguer hizo caballeros son los primeros que hizo[71].

¿Qué podría deciros? Después que estos ricoshombres hubieron hecho estos nuevos caballeros, muchos otros ricoshombres de Cataluña y de Aragón hicieron muchos caballeros, y puedo deciros que yo conté doscientos cincuenta y seis caballeros nuevos, aparte de los nobles. Y es seguro que había muchos más, pero no era posible contarlos, por la mucha prisa que llevaban.

Todos estos caballeros iban vestidos con tejidos de oro y diferentes plumas, que luego regalaron a los juglares y se vistieron otros trajes de grana, y todos llevaban mantos con diversas plumas o pieles de armiño y eran también color grana sus cotas, gonelas y gramalias. Y de los frenos y sillas no hay por qué hablar, pues nunca en corte alguna se han visto tan hermosos arneses, ni ver se pueden.

Y fueron ordenados del siguiente modo: cada caballero, al salir de la iglesia, cabalgaba con sus nuevos caballeros, y así fueron hasta la Aljafería, que es palacio del señor rey, ningún hombre cabalgaba con ellos, sólo el ricohombre que se ponía al frente de los caballeros nuevos, cada uno cabalgando en su buen caballo (que quien gustaba de ver caballos bonitos allí podía verlos), y los hijos de los caballeros iban delante, a caballo, llevándoles las espadas, cada uno la de su señor o su hermano o de su pariente que acababa de ser hecho nuevo caballero; detrás venían los otros hijos de caballeros que les llevaban sus armas a caballo. De modo que ningún otro se atrevía ir a caballo con ellos sino que iba cada uno con sus trompas y atabales y flautas y zambombas y otros muchos instrumentos, que os digo, de verdad, que había más de trescientos pares de trompas. Y, entre juglares y caballeros salvajes había más de doscientos, y armaban tal alboroto que parecía que se hundieran el cielo y la tierra.

Por este orden, y con gran alegría, fueron todos desde la iglesia de San Salvador de Zaragoza hasta la Aljafería. A todas horas había más de trescientos bornadores[72] y más de un centenar de caballeros e hijos de caballeros y de hombres de la ciudad que lanzaban a tablado; y, por otro lado, estaban más de cien hombres de a caballo del reino de Valencia y de Murcia que jugaban a la jineta.

En otro lugar había, cerca de la Aljafería, un campo tapiado, donde se podía ver matar toros, trayendo cada parroquia el suyo adornado con las divisas reales; y lo traían con trompas y gran alegría y con ellos iban sus monteros, que tenían que matarlos. Y hubierais visto por las calles danzas de mujeres y doncellas, y llenas de gente de calidad.

¿Qué os diré? La alegría era tan grande que no daba uno abasto a mirar de aquí para allá; y todo estaba bien organizado, de manera que los unos no entorpecieran a los otros, y las fiestas duraron desde la víspera de Pascua hasta el miércoles después de Pascua, haciendo el mejor tiempo del mundo, y con la mejor paz que nunca existiera entre las gentes, que no se puede decir que nadie oyera ni una mala palabra cruzada entre unos y otros ni de superiores a sus inferiores, desde el día en que llegamos a Zaragoza hasta el día en que nos fuimos; sino que estuvimos siempre con la mayor concordia y con concordia y amor nos fuimos. Y los prohombres de Zaragoza lo ordenaron todo de tal forma que todos tuvimos buenas posadas.

Todo el mundo comió con el señor rey la víspera de Pascua, y el día, y el lunes y después, y tanto como apeteciera comer, pues mientras duró la corte no se cerraron las puertas. Además, el señor infante Don Pedro y el señor infante Don Ramón Berenguer, una vez transcurridos estos tres días, hizo, cada uno, un gran convite un día; y convidó el martes dicho señor infante Don Pedro a dicho señor rey y a todos los ricoshombres y prelados, y a caballeros y a ciudadanos; y además a todos cuantos comer quisieran. Y el miércoles siguiente, el señor arzobispo de Toledo hizo otro tanto en la orden de los frailes menores, que es donde él se hospedaba. Y el jueves hizo lo mismo el señor infante Don Ramón Berenguer.

¿Qué os diré? Que en esta forma, con gran alegría, siguió la corte en todos los aspectos, hasta el jueves por la noche, siempre con tiempo bueno y claro. El viernes, por la mañana, llegó, con la gracia de Dios, una lluvia buena, que alcanzó todo Aragón y Cataluña y el reino de Valencia y el de Murcia, y duró hasta todo el día del domingo. De modo que toda la tierra, que tenía gran necesidad de ella, la recibió, por la gracia de Dios, como había recibido a su buen señor con entera paz de la que disfrutaba dicho señor rey aquel día junto con toda la gente de este mundo (cosa que no se puede decir de ningún rey que en el mundo haya), y además con la mayor alegría y paz de todas sus gentes y, además, con sus tierras bien abastecidas con el don de la lluvia. Así plazca a nuestro señor verdadero Dios, que le dé larga vida y salud, y lo conserve a sus subditos como el más generoso señor y el más sabio y el mejor caballero que en el mundo haya, y el más católico entre los mejores cristianos del mundo.

Y como veis, aquí estuvieron sus dos benditos hijos, eso es, a saber: el infante Don Pedro, que es el primogénito y que es ya jurado rey de Aragón después de él, y el menor, el infante Don Jaime, que es conde de Urgel. Y cada uno de estos dos benditos infantes, hijos suyos, ciñeron las espadas a gran parte de los ricoshombres que se hicieron caballeros y les hicieron muchos donativos y les concedieron muchas gracias. De manera que la corte, en todos los aspectos, se vio bendecida por Dios y por mi señora santa María, y por todos sus benditos santos y santas.

297. La coronación

Ahora, puesto que os he hablado de cómo se reunió la corte con la gracia de Dios, quiero deciros en qué forma dicho señor rey tomó caballería por sí mismo y recibió la bendita corona, cómo fue a velar en la iglesia de San Salvador, de Zaragoza, y en qué forma se celebró la bendita solemnidad en la que él recibió la bendita caballería por sí mismo y la bendita corona, y en qué forma salió de la iglesia y de qué manera fue hasta su palacio de la Aljafería. Y quiero que cada uno de vosotros sepa que de la iglesia de San Salvador, que es la seo de Zaragoza, hasta la Alfajeria hay más de dos millas largas. Y os lo quiero contar para que todos los que lean este libro sepan cómo se hace el rey a sí mismo caballero, y de qué manera se coloca él mismo la corona, y con qué solemnidad de bendiciones y de misas y de otras buenas oraciones, y en qué forma fue llevado del diestro hasta que llegó a su palacio, porque estas cosas son buenas de saber para cualquier persona, sea cual sea su condición.

La verdad es que dicho señor rey mandó decir a todo el mundo el viernes por la noche que el sábado por la mañana, la víspera de Pascua, cuando hubiese recibido el aleluya, cada uno dejase el luto que todavía llevaba por la muerte del señor rey su padre, y que todo el mundo se recortase las barbas, y empezara cada uno a hacer fiesta?, e invitó a todos en general, como antes os he dicho, durante tres días.

De modo que el sábado por la mañana, cuando se hubo cantado el aleluya y tocaron las campanas, todo el mundo estuvo dispuesto tal como dicho señor rey había mandado para comenzar la bendita fiesta. Nosotros, que estámos con los demás por la ciudad de Valencia, con nuestros bornadores delante, y con nuestras trompetas y atabales, y dulzainas, y tambor y otros instrumentos, los seis ordenados de dos en dos, muy ricamente vestidos y arreados, cabalgando en nuestros caballos, y los escuderos otro tanto, salimos de la posada, que estaba dentro de la ciudad, cerca de dicha iglesia de San Salvador, y así empezamos nuestra fiesta, y fuimos por el centro de la ciudad hasta la Alfajería.

Y cuando nosotros empezamos, todo el mundo empezó, de modo que, de pronto, hubieseis oído el mayor alboroto de trompas del mundo, y de todos los demás instrumentos. Cabalgando de este modo celebramos nuestras fiesta hasta la hora de comer, y cuando hubimos comido en la Alfajería, con la misma solemnidad volvimos a nuestras posadas; y cuando hubieron tocado a vísperas, todo el mundo ordenó que se encendieran los hachones, cada uno en su puesto, tal y como se había ordenado; y de la Alfajería hasta San Salvador no hubieseis podido adivinar dónde había más hachones. Y los hachones no se movían del lugar que las había sido designado, ya que en las paredes estaba escrito quiénes debían ocupar aquel sitio. Y de este modo, todos estábamos ordenadamente.

Cuando llegó la hora de la oración, el señor rey salió de la Alfajería para ir a San Salvador, bajo el orden que ahora oiréis. Delante de todo iban, a caballo, todos los hijos de caballeros, que llevaban las espadas de los caballeros nuevos. Después que hubieron pasado las espadas, vinieron las espadas de los nobles que debían ser hechos nuevos caballeros. Y después vino la espada del señor rey, que llevaba el noble Don Ramón Cornell. Después de la espada del señor rey seguían dos carretas que llevaban dos cirios, cada uno de los cuales pesaba más de diez quintales de cera, e iban encendidos, aun cuando poco falta hacían, pues las demás luminarias eran tantas que se podía ver como si estuviésemos en pleno día. Tras los dos cirios venía dicho señor rey, cabalgando en su caballo; y la espada que llevaban delante de él, como ya os he dicho, era la más rica y mejor guarnecida que jamás llevara rey o emperador. Después de dicho señor rey venía un noble que llevaba sus armas, y dos otros nobles, cada uno de los cuales iba al lado de las armas, de modo que las armas iban con aquel que las llevaba en medio de dos nobles. Del mismo modo iba el noble Don Ramón Cornell, que llevaba la espada en medio de dos nobles.

Después de las armas del señor seguían todos los nobles a quienes el señor rey debía hacer nuevos caballeros, de dos en dos. Y después de los nobles que el señor rey debía hacer nuevos caballeros venían los nobles que el señor infante Don Pedro debía hacer nuevos caballeros; y después aquellos que el señor infante Don Ramón Berenguer debía hacer; y después aquellos que el noble Ramón Folc debía hacer. Y tras estos ricoshombres venían los otros que debían ser nuevos caballeros, todos ordenados de dos en dos. Después de ellos, cuando todos hubieron pasado, vinieron del mismo modo todas las armas, ordenadas de dos en dos; y todas las armas de los hombres nobles; y las espadas, que eran llevadas por caballeros; y las de los otros caballeros las llevaban los hijos de los caballeros. Así, todo por este orden, cabalgando en sus caballos, vestidos con ricas gualdrapas de oro y con muy hermosos arneses, como ya os he dicho antes, iban todos, de dos en dos, detrás de dicho señor rey, sin que ningún otro hombre se atreviese a cabalgar, dejando aparte al señor infante Don Pedro y al señor infante Don Ramón Berenguer, que iban cuidando de todo para que nadie se apartase del orden establecido.

Así, por la gracia de Dios y con gran estrépito de trompas y atabales, y con dulzainas y zambombas y otros instrumentos y de caballeros salvajes[73], que gritaban todos: «¡Aragón! ¡Aragón!», y los nombres de las casas a que pertenecían, llegaron a dicha iglesia de San Salvador, y ya era más de media noche, antes el señor rey no pudo llegar con su comitiva dentro de la iglesia.

Allí velaron todos juntos, diciendo oraciones unos y otros, alegrándose y entonando himnos a nuestro señor verdadero Dios Jesucristo; y así pasaron toda aquella bendita noche, y oyeron los maitines muy devotamente, en los que estuvieron presentes todos los arzobispos, obispos, abades y priores, que con gran devoción dijeron todas las horas.

Cuando fue día claro, el señor arzobispo de Zaragoza revistióse para decir misa. Y el señor rey, con su propia mano, en buena hora, puso sobre el altar mayor la corona y la espada; y se vistió una camisa como si fuese a decir misa; y luego sobre la camisa se vistió la dalmática real más rica que jamás vistiera rey o emperador. Y a cada cosa que se vestía, dicho arzobispo le decía su oración, la que estaba en las canónicas, y que está ordenada y se debe decir; después púsose la estola por el cuello y por las espaldas, así como se hace el día en que se la ponen; y era una estola tan rica y con tantas piedras preciosas que sería cosa muy difícil decir lo que valía. Y después, el manípulo, igualmente muy rico y de gran nobleza.

Cuando todo esto estuvo hecho, el antedicho arzobispo Zaragoza dijo la misa con gran solemnidad. Y cuando la misa hubo empezado y rezada la epístola, hízose calzar la espuela derecha por su hermano, dicho señor infante Don Pedro, y la espuela izquierda por el otro hermano, Don Ramón Berenguer; y cuando esto estuvo hecho, dicho señor rey acercóse al altar y tomó la espada, y junto con la espada se postró en oración delante del altar, y dicho señor arzobispo le rezó encima unas muy buenas oraciones. Terminadas éstas, habiendo hecho su oración el señor rey, besó el crucero de su espada y ciñósela por sí mismo, y después, cuando ya la llevaba al cinto, sacó la espada de su vaina y la blandió por tres veces. La primera vez que la blandió desafió a todos los enemigos de la santa fe católica; la segunda vez que la blandió juró mantener a los huérfanos, niños y mujeres viudas; y la tercera vez que la blandió prometió que mantendría la justicia durante toda su vida, tanto para el menor como para el mayor, e igual para los extranjeros que para sus subditos. Y cuando hubo hecho esto, volvió la espada a su vaina. Y cuando se cantó el Evangelio, él se ofreció a sí mismo y la espada a Dios, que siempre lo tendrá bajo su guardia y le dará la victoria sobre sus enemigos. Entonces dicho señor arzobispo le ungió con crisma las espaldas y el brazo derecho, y así siguió oyendo la misa. Cuando la misa estuvo dicha, dicho señor rey se desciñó por sí mismo la espada y la volvió a colocar sobre el altar, junto a la corona.

Después de esta misa que había dicho el arzobispo de Zaragoza, revistióse el señor infante Don Juan, arzobispo de Toledo, hermano de dicho señor rey. Y cuando estuvo revestido y empezado la misa, dicho señor rey, por sí mismo, cogió la corona del altar y se la puso en la cabeza; y cuando ya la tenía puesta en la cabeza, el señor arzobispo de Toledo, y el señor infante Don Pedro, y el señor infante Don Ramón Berenguer se la arreglaron.

Y cuando dicho señor rey se puso la corona en la cabeza, dichos señores arzobispos, y obispos, y abades, y priores, y dicho señor infante Don Pedro con ellos, el alta voz cantando, gritaron Te Deum laudamus; y mientras rezaban este cántico, dicho señor rey tomó el cetro de oro con la mano derecha y la espada con la izquierda, y luego cogió el pomo de oro con la mano derecha, y a cada cosa que recibía, el señor arzobispo de Toledo decía una gran oración. Y cuando todo esto estuvo hecho y cantado el Evangelio, el señor rey, otra vez, con gran reverencia, se ofreció a sí mismo y a su bendita corona a Dios, y se arrodilló ante el altar muy humildemente. Y dicho señor arzobispo terminó de decir la misa.

Cuando la misa fue dicha y dicho señor rey hubo cabal cumplimiento de la gracia de Dios y de su caballería y de la santa y real señoría, y fue ungido y consagrado por rey y por señor de los reinos de Aragón, de Valencia, de Cerdeña y de Córcega, y conde de Barcelona, fue a sentarse delante del altar de San Salvador, en el solio real, y puso el cetro y el pomo en el altar de San Salvador, e hizo venir a cada uno de los nobles que ya antes os he nombrado, y les hizo a todos caballeros, así, por orden, como antes habéis visto. A medida que cada uno era hecho caballero, íbase con el ricohombre a la capilla que tenía asignada, y allí hacía sus nuevos caballeros.

Y el señor infante Don Pedro hizo otro tanto: fuese a la capilla que tenía asignada e hizo a los dichos cuatro ricos hombres nuevos caballeros; y el señor infante Don Ramón Berenguer, otro tanto; y el noble Don Ramón Folc, asimismo. Y aquellos ricoshombres a los que ellos hacían caballeros, igualmente iba cada uno a la capilla que tenía asignada y hacían los caballeros que debían hacer Y en cuanto cada ricohombre había hecho los caballeros, íbase con ellos a la Aljafería, tal como antes os he dicho.

Cuando todo hubo terminado, el señor rey tomó el pomo en la mano derecha y el cetro en la mano izquierda; y así, con la corona en la cabeza y el pomo y el cetro en las manos, salió fuera de la iglesia y montó encima de su caballo. Y delante llevábanle la espada, y detrás las armas, y así, ordenadamente, como habéis oído que lo hicieron por la noche, al ir a la iglesia.

Si queréis saber cómo era la corona, puedo deciros que la corona era de oro, llena de piedras preciosas, tales como rubíes y balajes, y zafiros, y turquesas, y perlas tan gordas como un huevo de palomo, y llevaba por delante un hermoso carbúnculo. Y la corona tenía de alto muy bien un palmo de cana de Montpellier, y tenía dieciséis florones; de manera que todo el mundo la estimaba, mercaderes y lapidarios, que bien valdría cincuenta mil libras de reales de Valencia. El cetro era de oro, y tenía más de tres palmos de largo, y al extremo del cetro había el rubí más bello que jamás se viera, y tan gordo como un huevo de gallina. El pomo era de oro, y tenía encima una flor de oro con piedras preciosas, y sobre la flor una cruz muy rica adornada con bellas piedras preciosas.

El caballo era el mejor arreado que jamás se viera De esta forma montó a caballo, vestido con su dalmática, con la estola y el manípulo, y con dicha corona en la cabeza, y el pomo en la mano derecha, y el cetro en la mano izquierda. En la brida del freno del caballo había dos riendas: unas riendas eran propiamente las del freno y estaban sujetas al cuello del caballo; y de la del lado derecho le llevaba del diestro el señor infante Don Pedro, y de la del lado izquierdo el señor infante Don Ramón Berenguer, y muchos nobles de Cataluña y de Aragón; el otro par de riendas era de seda blanca y tenía unos cincuenta palmos largo, y cada una de ellas era empuñada por ricoshombres y caballeros y ciudadanos de a pie.

Después de dichos señores infantes y de los nobles que le llevaban del diestro, a pie, como antes os he dicho, le llevábamos del diestro nosotros, los seis de Valencia que representábamos a la ciudad, y otros seis de la ciudad de Barcelona, y otros seis de la ciudad de Zaragoza, y cuatro había de Tortosa. De modo que todas las riendas estaban servidas por los que le llevaban del diestro a pie; y ningún otro hombre cabalgaba cerca, salvo aquel que le llevaba la espada delante de todos los que le llevaban del diestro; y tras él, aquel que llevaba las armas; y cada uno de ellos iba acompañado de dos nobles, como ya habéis visto antes. Tras las armas de dicho señor rey venían los ricoshombres de a caballo, a quienes el señor rey había hecho nuevos caballeros, muy gentilmente ataviados.

Así, alegremente, mostrando su real majestad, ungido y consagrado y bendecido por Dios y por todos, en medio del gran gozo y alegría que cundía por todas partes, como ya habéis oído, se volvió el señor rey a la Aljafería, y seguro que ya había pasado la hora de nona cuando él llegó. Y así, con su caballo al diestro, entró en dicho palacio, y allí fue con la corona en su cabeza, y con el pomo en la mano derecha y el cetro en la mano izquierda, y de esta manera subió a su cámara.

Al cabo de un gran rato salió de la cámara, y vino con la otra corona más pequeña en la cabeza, puesto que la mayor pesaba demasiado; pero no era tan pequeña que no tuviera medio palmo de altura, y era tan hermosa y rica que todo el mundo la valoraba en más de veinticinco mil libras. Y quiero que sepáis que cuando el señor rey estuvo sobre su caballo al salir de San Salvador, se preciaba cuanto llevaba encima, y lo que el caballo llevaba, en más de ciento cincuenta mil libras reales de Valencia. Y tal como ya os he dicho, con la corona más pequeña puesta vino el señor rey, con el pomo y el cetro, y se sentó a la mesa para comer.

Al lado derecho de la mesa se le había preparado un sitial de oro, sobre el cual dejó el pomo, y al lado izquierdo otro sitial de oro, en el que dejó el cetro, de pie. Y sentóse en su mesa, que medía dieciocho palmos de larga; algo separado, al lado derecho, su hermano el señor infante Don Juan, arzobispo de Toledo; y al otro lado, algo separados de él, el arzobispo de Zaragoza y el arzobispo de Arborea. El otra mesa se sentaron los obispos, y en otra los abades y priores. Después, y por el otro lado, al lado derecho, sentábanse todos los ricoshombres que aquel día habían hecho nuevos caballeros, y luego sentábanse todos los caballeros nuevos hechos aquel día. El señor rey estaba sentado más alto, de manera que todo el mundo le veía. A continuación fuimos colocados nosotros, los ciudadanos, que estábamos juntos y muy bien ordenados, pues a cada uno se le asignó el puesto que le correspondía. A todos les distribuyeron servidores nobles y caballeros e hijos de caballeros que atendían a cada uno de acuerdo con la solemnidad y el rango que le pertenecía, y todos fueron muy honradamente servidos y tratados, cosa que fue gran maravilla, pues había tanta gente que el escribirlo requeriría un gran esfuerzo.

Puesto que ya os he hablado, en general, de la forma en que todos fueron servidos, voy a deciros ahora, especialmente, en qué forma fue servido el señor rey. Cierto es que el señor infante Don Pedro quiso, aquel bendito día de Pascua, ser el mayordomo, y ordenó la cosa de acuerdo con lo que habéis oído. El en persona, y el señor infante Don Ramón Berenguer, dieron aguamanos a dicho señor rey, y fue dispuesto que dicho señor infante Don Ramón Berenguer cuidase de la copa del señor rey, y había además doce nobles que, junto con él, servían la mesa de dicho señor rey. El señor infante Don Pedro, con dos nobles, cogidos de la mano, y él en medio, vino el primero, cantando una danza nueva que él había compuesto, y todos los que traían los manjares le respondían. Cuando el señor rey estuvo en la mesa, él tomó la sopa y la sirvió en la credencia, y luego la colocó delante del señor rey, y más tarde hizo lo mismo con el trinchante. Y cuando se le hubo servido la primera vianda a dicho señor rey y hubo terminado la danza, se despojó de las vestiduras que llevaba, que consistían en un manto y la cota, con franjas de armiño y tejido de oro, y muchas perlas, y las dio a un juglar, y en seguida le fueron preparadas y se puso otras vestiduras. El mismo orden siguió con todas las demás viandas que se sirvieron en la comida, pues a cada manjar que traía recitaba una nueva danza que él había compuesto, y fue regalando los vestidos, muy ricos y honrados, a cada nuevo plato, y sirviéronse más de diez viandas. Cada vez, cuando él servía cada vianda al señor rey, después de prepararla en la credencia, los nobles y los caballeros y los demás servidores ponían los platos en las otras mesas, con tal abundancia que no había nada que enmendar.

298. Recital del infante Don Pedro

Cuando el señor rey y todos los demás hubieron comido, se montó en el palacio real un solio muy rico y honorable para el señor rey, y él y los arzobispos se sentaron en aquel solio como lo habían hecho en la mesa. Y el señor rey, con la corona en la cabeza, tal como había estado sentado en la mesa, y con el pomo en la mano derecha y el cetro en la izquierda, levantóse de la mesa y fue sentarse en dicho solio de su palacio, y a sus pies y a su alrededor se sentaron los nobles, los caballeros y nosotros los ciudadanos. Cuando estuvimos todos sentados, el juglar Remasset cantó en alta voz delante del señor rey un serventesio nuevo que dicho señor infante Don Pedro había hecho en honor de dicho señor rey.

El tema del serventesio era éste: que dicho señor infante le decía en él lo que significaba la corona, y el pomo, y el cetro, y por su significado, lo que el señor rey debía hacer. Para que lo conozcáis quiero decíroslo en resumen; pero si queréis saberlo más claro, recurrid al mismo serventesio, que allí lo encontraréis más claro.

El significado de la corona es éste: que la corona, que es completamente redonda, y como la redondez no tiene principio ni fin, representa a nuestro señor verdadero Dios, que no tiene principio ni tendrá fin. Por esto, porque representa a Dios, se la han puesto en la cabeza, y no en el centro del cuerpo ni en los pies, sino en la cabeza, que es donde está el entendimiento; y por esto debe conservar memoria constante de Dios todopoderoso, para que guíe su corazón y pueda obtener la del reino celestial, que es eterno.

El cetro significa la justicia, que debe mantener por encima de todo, y así, tal cual el cetro es largo, debe ser larga y extensa. El cetro pega y castiga; así la justicia castiga a los malhechores que se atreven a obrar mal y mejora a los buenos en su condición.

El pomo significa que, tal como lo tiene en la mano, debe tener los reinos en su mano y poder, y puesto que Dios se los ha encomendado, que los defienda y los rija y gobierne con verdad, justicia y misericordia, y no consienta que nadie, por sí o por otro, les haga ningún daño. Bien entendió el señor rey el serventesio y la sentencia que encerraba, y si Dios quiere, él lo pondrá en obra en forma tal que Dios y el mundo han de quedar satisfechos, y que Dios le conceda esta gracia.

Después, cuando dicho Remasset hubo recitado este serventesio, Comí dijo una canción nueva que había hecho dicho señor infante Don Pedro, y que como Comí canta mejor que hombre alguno en Cataluña, a él se la dio para que la cantara.

Cuando la hubo cantado se calló, y levantóse el juglar Novellet y recitó setecientos versos rimados que dicho señor infante había hecho nuevos. Y la canción y los versos se refieren al régimen que el señor rey debe establecer, a la ordenación de la corte y de todos sus actos oficiales, y de todos sus cargos, tanto en la corte misma como en todas las demás provincias. Y todo esto lo comprendió dicho señor rey, como corresponde al señor que es más sabio que ningún otro señor que en el mundo haya. Pero esto, si Dios quiere, lo pondrá en obra.

Cuando todo esto estuvo dicho y cantado, ya era de noche, de modo que el señor rey, con la corona en la cabeza, el pomo en la mano derecha y el cetro en la mano izquierda, subió a su cámara para descansar, que bien lo necesitaba. Y todos nos fuimos a nuestras posadas, y toda la ciudad andaba en regocijos, como ya os he dicho. Y de ahora en adelante bien puede decirse que jamás hubo corte tan regia ni tan generosa, ni tan alegre ni con tan gran solemnidad celebrada. Nuestro señor verdadero Dios le permita reinar muchos años para su servicio y en provecho de su alma y beneficio y exaltación de sus reinos y de toda la cristiandad. Amén.

Ahora podéis comprender hasta qué punto dicho señor rey quiso parecerse a nuestro señor verdadero Dios, Jesucristo, que a la Virgen mi señora Santa María y a sus benditos apóstoles y evangelistas y a los demás discípulos suyos consoló en aquella bendita fiesta de Pascua por la Resurrección, que antes estábamos todos tristes y desconsolados por su Pasión. Y del mismo modo los súbditos del señor rey de Aragón estaban todos tristes por la muerte del buen rey su padre, y él, en ese bendito día de Pascua, les alegró y consoló en tal forma que, si Dios quiere, todos viviremos alegres y satisfechos mientras estemos en este mundo. Así lo permita Dios. Amén. Amén.

Finito libro. Sit laus, gloria Christo

Quien este libro ha escrito, bendito sea de Dios y de su santa madre, mi señora Santa María, y de todos sus benditos santos y santas, a cuya guardia se encomienda; y en su bendita compañía esté ahora y en todos los tiempos. Amén. Amén.