141. El rey Pedro se propone apoderarse de Mallorca

Pasada la fiesta, el señor rey llamó al infante Don Alfonso y al almirante, y les dijo:

—Infante, nos queremos que al punto os preparéis para pasar a Mallorca con quinientos caballeros, y el almirante irá con vos. Sitiad la ciudad y el negocio se desarrollará de la siguiente manera: a los pocos días del sitio, la ciudad os será entregada y toda la isla, y con Ibiza ocurrirá otro tanto. En esto no tardéis y que se haga de inmediato.

El señor infante respondió:

—Señor, lo que dispongáis será hecho y ya me tenéis preparado. Ordenad vos quién queréis que vaya conmigo.

Mas el almirante, que era muy sabio caballero, dijo al señor rey:

—Señor, por favor, servios perdonarme por lo que os pienso pedir.

Dijo el señor rey:

—Almirante, pedid lo que queráis y decid lo que deseéis decir.

—Señor, entonces servios decirnos qué os mueve a que nosotros vayamos a Mallorca.

Dijo el señor rey al almirante:

—Bien decís, y me place que vos y el infante lo sepáis. La verdad es que estamos seguros, por cartas que tenemos de nuestros amigos que están en Venecia, Pisa y Génova, que el papa está maniobrando para que el rey de Francia tenga la isla de Mallorca de nuestro hermano, de grado o a la fuerza. Y la fuerza la tiene por los dos hijos suyos que tiene en París, que son sus dos hijos mayores, con lo que, si de grado no se la quiere entregar, le dirá que cortará la cabeza de sus hijos si no se la entrega y que, además, le quitará Montpellier, el Rosellón, Confleent y la Cerdaña, de modo que, en resumen, no creo que se atreva a decirle que no. Por esto es necesario que nos protejamos a nuestro hermano en esta ocasión y al propio tiempo a nos y a nuestra tierra, pues por Mallorca se podría perder toda Cataluña, si se unía con los Comunes, a los que causa gran envidia Mallorca, que muy a gusto intervendrían y, con dinero, ayudarían al papa y al rey de Francia. Claro que hemos informado de estas cosas a nuestro hermano el rey de Mallorca, y como también tiene noticia de algo parecido, ha mandado algunos prohombres a la ciudad que aparentaran verse forzados, pero que, incontinente, al cabo de unos días, rendirán la tierra al infante. De manera que vosotros lograréis rápidamente la ciudad, y el rey de Mallorca, nuestro hermano, estará fuera de peligro y nosotros quedaremos fuera de toda sospecha; que una vez estuviera en poder del rey de Francia y de los Comunes, nunca jamás el rey de Mallorca podría volver, y a él lo mismo le importa que nos la tengamos como él, pues cuando tengamos paz y él tenga sus hijos en su tierra, nos se la devolveremos[37].

El almirante dijo:

—Señor, habéis tomado una decisión muy sensata, tanto por lo que afecta a vos como a vuestro hermano. Y os diré que lo que a mí me daba miedo de esta guerra era que la isla de Mallorca estuviera contra nosotros.

—Entonces, almirante, pensad en iros con las galeras a Salou y disponed que los leños os lleven cuanto habréis menester. Y el infante, enseguida, que piense en salir para Tarragona y nos le mandaremos los ricoshombres y caballeros para que esté, con ellos, bien acompañado, y serán en número de quinientos. Y queremos que vaya con vos Don Conrado Lanza, que sabe bien hablar y es muy sabio, y a él le ordenaréis que entre en la ciudad y hable con los prohombres, y también a Don Alberto de Mediona, que es hombre que ha oído y visto mucho. Haréis de manera que ni una col sea tocada ni cortada, que nuestras gentes no toquen nada, pues es cosa convenida que, a los pocos días de estar allí, os será entregada la ciudad y luego toda la isla; pero es mejor que las cosas se hagan de manera que parezca que se ven forzados, a fin de que los franceses no puedan tener en mala sospecha contra nuestro hermano, el rey de Mallorca; pues su peligro nos es tan caro como lo es nuestra propia persona y el de sus hijos igual que si fuesen nuestros; por lo que él y yo necesitamos que nuestros asuntos sean llevados con mucho juicio, tal es la calidad de las personas con quienes tenemos que habérnoslas. Que Dios nos ayude con su gracia y Dios quisiera que ellos fuesen de tan buena fe con nuestro hermano el rey de Mallorca, como él les va y les irá. Nos complace que en él no encontramos más que verdad y lealtad total, pues del mismo padre y madre nacimos él y yo, que no parece que entre nosotros otra cosa deba existir, tanto entre amigos como entre enemigos, que por muchos que se tengan no debe echarse a perder nuestra confianza. De manera que id pensando en la buena hora de marcharos.

En el acto el almirante se despidió del señor rey y fuese a embarcar, cogiendo rumbo a Salou con todas sus galeras, e igualmente Don Ramón Marquet y Don Berenguer Maiol, que fueron también con sus galeras. Y el señor infante, al cabo de cuatro días, se despidió igualmente del señor rey su padre, que le dio las gracias y le bendijo y le dio su bendición, y fuese a Tarragona. El señor rey mandóle los caballeros y dos mil almogávares, y en buena hora se prepararon para embarcar en Salou. Y fue grande el poder que llevaron, con un total de sesenta galeras armadas y naves y leños y taridas y los quinientos caballeros y dos mil almogávares. Y esto se hizo así para que pareciera que a la fuerza conseguían la ciudad y la isla, pues si fueran con poca gente sería demasiado manifiesto que era por voluntad del señor rey de Mallorca que se había rendido, de lo que podría originarse gran peligro, como antes se ha dicho. Y ahora dejaré de hablaros del señor infante y del almirante, que se preparan para embarcar, y volveré a hablaros del señor rey de Aragón.

142. Carta al rey de Mallorca y propósito de venganza contra el rey Sancho de Castilla

Cuando el señor infante y el almirante hubieron dejado al señor rey de Aragón, el señor rey, de propia mano, escribió una carta al señor rey de Mallorca. Lo que le escribió, cada uno lo puede imaginar por las palabras que antes habéis oído. Cuando el señor rey de Mallorca hubo recibido las cartas del señor rey de Aragón, su hermano, mandó una barca armada a Mallorca con cartas, que escribió de su mano, y que mandó al noble Don Ponce Saguardia, que era su lugarteniente en Mallorca; y asimismo mandó otras en secreto a otros prohombres de Mallorca. Lo que les hizo saber no lo sé; pero cada uno de vosotros lo puede imaginar.

Cuando el señor rey de Aragón recibió la respuesta del señor rey de Mallorca, alegre y satisfecho salió de Barcelona para ir a Salou para ayudar a despachar al señor infante. Luego pensaba irse al reino de Valencia para sacar de Játiva a Don Alfonso y a Don Fernando, hijo del infante Don Fernando de Castilla, su sobrino, y hacer rey de Castilla a Don Alfonso, para que pudiera vengarse del rey Don Sancho de Castilla, que tanto le había faltado retrayéndose de todo lo que le había prometido. Y así quería vengarse de manera que sirviese como ejemplo para todo el mundo.

143. Enfermedad del rey Don Pedro

Al partir de Barcelona, como se había levantado muy de mañana, se resfrió, y con el resfriado vínole calentura de fiebre. Sufrió tanto por el camino que hubo de quedarse en Sant Climent aquel día. Mandaron mensajeros a Barcelona, donde se encontraba, al maestro Arnaldo de Vilanova y a otros médicos, y aquella misma noche fueron a verle a Sant Climent. El maestro Arnaldo y los otros médicos le hicieron hacer aguas, por la mañana, y las examinaron, y todos convinieron en que el trastorno era debido al frío y que no tenía nada. Aquel día cabalgó y vínose a Vilafranca del Penadés; y cuando la fiebre le hubo pasado, hizo que viniera su escribano, con el que despachaba sus secretos, y aquel día hizo bien y ordenadamente su testamento; al día siguiente lo repasó y también al día siguiente, y cuando lo hubo repasado todo y hecho a su entera voluntad, lo hizo publicar, recibiendo como testigos prelados y ricoshombres y caballeros y honrados ciudadanos y hombres de las villas. Cuando esto quedó hecho, se confesó muchas veces con obispos, y con el abad de Santes Creus, con predicadores y frailes menores y purificó bien su conciencia. Luego recibió al Salvador muy devotamente y con gran contrición y devoción y en presencia de todos cuantos en la cámara cupieron; y con llantos y lágrimas que le saltaban de los ojos lo recibió, y también lloraban todos cuantos allí estaban. Cuando esto hubo hecho, pidió y quiso que le dieran la extremaunción, y así se hizo; de modo que recibió todos los sacramentos de la santa Iglesia con gran devoción y contrición de sus pecados.

Cuando todo esto estuvo hecho, el mal a cada hora empeoraba, de modo que la noticia corrió por toda la tierra, y especialmente llegó al señor infante Don Alfonso, que ya había embarcado, y recibió el consejo de que allí fuera. Pero cuando estuvo con él, el señor rey le vio y le dijo:

—Infante, ¿quién os dio el consejo de que vinierais? ¿Sois médico que podáis ayudarme en esta enfermedad? Bien sabéis que no lo sois, de manera que no nos hacéis falta. Igualmente si nuestro señor verdadero Dios ha dispuesto que pasemos de esta vida a la otra en este momento, tampoco aquí hacéis falta, que nos hemos hecho ya, y publicado, nuestro testamento. Por lo que pensad en marcharos y embarcar en buena hora, que vuestro viaje es muy conveniente, delante de Dios y delante de nuestro reino y de nuestro hermano el rey de Mallorca; y la tardanza podría redundar en grave daño.

Después de esto, el señor infante, llorando, besóle los pies y las manos. Y el señor rey le abrazó y le besó en la boca, y le dio su bendición y le santiguó más de veinte veces. Y, enseguida, se puso en camino y fue a embarcar en Salou, con la gracia de Dios.

144. La expedición a Mallorca

En cuanto el señor infante hubo embarcado, el mejor viento púsose a soplar de tierra, y todos se hicieron a la vela. En pocos días estuvieron en la isla de Mallorca y pasaron a tierra por la Porrassa, y allí desembarcaron los caballos. El señor infante, con toda la caballería y la almogavería, fuéronse a atendar a las Torres Llevaneres; y el almirante fue allí con todas las galeras. Cuando todo el mundo estuvo en tierra, el señor infante hizo pregonar que ningún hombre, bajo pena de la vida, cortase ni hiciera ningún daño en la huerta ni en las viñas ni a ninguna otra cosa. Cuando esto estuvo hecho, a los pocos días entraron en parlamento unos con otros, de modo que Don Conrado Lanza, por el señor infante, entró muchas veces en la ciudad para hablar con el lugarteniente y con los otros prohombres, y a veces iba de la ciudad al señor infante y luego volvía a la ciudad.

Ahora les dejaré estar que sigan con sus parlamentos y volveré a hablar del señor rey de Aragón.

145. Las disposiciones testamentarias

Cuando el señor infante se hubo separado del señor rey, al día siguiente el señor rey quiso que el testamento se publicase de nuevo en presencia del arzobispo de Tarragona, que allí estaba junto con ocho obispos, todos naturales de la tierra del señor rey, y abades y priores y hombres eclesiásticos, y ricoshombres, caballeros, ciudadanos y hombres de las villas. Y cuando todos estuvieron reunidos delante del señor rey, el testamento fue leído en voz alta para que todo el mundo lo oyera Y dejó por albaceas al arzobispo y obispos, al abad de Santes Creus y a los ricoshombres —todos buenos y sabios, discretos y buenos cristianos—, que, según su entender, restituyeran todos sus tuertos. Y dispuso que su cuerpo fuese enterrado en el monasterio de Santes Creus, que es un muy honorable monasterio de monjes blancos, que está a seis leguas de dicho lugar de Vilafranca. Y dejó heredero universal al señor infante Don Alfonso del reino de Aragón y de Valencia y de Cataluña, y dejóle todos los derechos que a la corona de Aragón y al condado de Barcelona y al reino de Valencia pertenecían en todas las cuatro partes del mundo. Por otra parte, dejó a dicho señor infante Don Alfonso el cuidado de mi señora la reina su madre, para que fuese durante toda la vida señora y reina, y que nunca se separara de su voluntad, y que la amase y honrase así como correspondía a la mejor señora y a la más santa madre que en el mundo fuese. Por otra parte, le dejó al infante Don Pedro, que era su hermano menor, a quien debía dar consejo y ayuda según correspondía a un hijo de rey. Y dejóle a su hermana Doña Violante, con la obligación de darle un rey por marido, que fuese de alta alcurnia. Por otra parte, dejó el reino de Sicilia, con todos los derechos que le correspondían en las cuatro partes del mundo, al señor infante Don Jaime, que venía después del infante Don Alfonso. Y dejó vinculado que si el señor infante Don Alfonso moría sin hijos de legítimo connubio, que pasase el reino de Aragón y Cataluña y el reino de Valencia al señor infante Don Jaime, tal cual lo dejaba al señor infante Don Alfonso; y si por acaso el señor infante Don Jaime moría antes que el señor infante Don Alfonso, que el reino de Sicilia pasara al señor infante Don Federico, que dejaba en poder del señor infante Don Jaime, y que le diese aquella vida que correspondía a un hijo de rey. Asimismo dejaba a mi señora la reina por reina y que durante toda su vida fuese dueña y señora y reina, y que la amase y honrase tal cual lo había mandado al señor infante Don Alfonso. Y asimismo que a la infanta mi señora Violante, su hermana, estuviese obligado a darle rey por marido, que fuese de alta alcurnia. Además, en el testamento, había muchas otras cosas, que no hace falta que yo refiera pues no atañen a mi materia.

Cuando el testamento fue leído y publicado, el señor rey pidió a todos que, como leales vasallos, le dijeran si les parecía bien. Y cada uno se lo alabó, pues con verdad había sido hecho muy sabia y maduramente, con gran deliberación, como a él correspondía, puesto que era el más sabio señor del mundo y el más avisado en todos los negocios. Y cuando esto estuvo hecho, el señor rey estuvo más tranquilo y todo el mundo se figuró que había mejorado.

Al día siguiente el mal empeoró y era la víspera del bienaventurado monseñor San Martín, y todo aquel día y aquella noche sufrió una gran angustia; y al día siguiente, bendito día del bendito monseñor San Martín, caballero de Dios muy generoso y digno, nuestro señor Dios quiso llamar a su reino a este señor rey Don Pedro de Aragón, el mejor caballero del mundo y el más sabio, y el más generoso de todas las gentes, y a quien Dios había concedido más honor que a ninguno que naciera rey, hasta el punto de que reunió más gracias en su persona que ningún hombre nacido, después de Jesucristo. Debe saberse, además, que dejó cuatro hijos, los más sabios y mejores en armas y en todos los hechos que en el mundo haya, y los más corteses y mejor educados; y dejó dos hijas, una que ya era reina de Portugal, y otra, doncella; además, durante su vida tomó venganza de todos aquellos que le habían hecho algún tuerto, tanto a él como a sus hijos, y fue soberano de todos sus enemigos, y mantuvo la santa fe católica ensalzada y multiplicada y muertos y vencidos a muchos malvados sarracenos. ¿Qué os diría? Que no encontraréis en ninguna leyenda que Dios haya concedido tantas gracias y mercedes a ningún rey. Y como sus hijos estaban en edad de reinar, la casa de Aragón no tuvo que esperar ni un día para llevar a ejecución lo que él había empezado, de modo que Dios, viendo que ya no hacía falta, puesto que tan buenos hijos tenía, quísolo aquel bendito día acompañar con el barón San Martín. Cuando la muerte se acercó, el señor rey comprendió que su fin estaba próximo y se despidió de todos y les recomendó a mi señora la reina y a sus hijos, y luego les santiguó y les bendijo.

146. Muerte del rey

Cuando esto estuvo hecho, se hizo dar una cruz que tenía delante y recibióla en sus manos llorando, con gran devoción, y dijo muchas oraciones. Cuando lo hubo hecho, levantó los ojos al cielo y se santiguó tres veces, después abrazó la cruz y cruzó los brazos sobre ellas, diciendo:

—Padre Señor verdadero Dios Jesuscristo, en vuestras manos encomiendo mi espíritu. Plázcaos por la santa pasión que sufristeis por nosotros pecadores recibir mi alma en el paraíso, con el bienaventurado monseñor San Martín, de quien hoy todos los cristianos celebran la fiesta junto con los otros santos benditos.

Cuando hubo dicho esto, levantó los ojos al cielo, y el alma partió de su cuerpo dulcemente, como si fuese un niño inocente; y fuese con los ángeles al paraíso. ¡Dios, en su bondad y misericordia, quiera que así sea! Y por esto todos debemos ser del parecer que él está con el bienaventurado San Martín y con los otros santos en el paraíso, que ningún cristiano ha tenido tan hermoso fin como él tuvo en el año de mil doscientos ochenta y cinco.

Cuando el señor rey hubo dejado esta vida, fueron de ver los duelos, llantos, gritos, como jamás fueron vistos y oídos. Mientras unos lloraban, los albaceas que allí se encontraban ya habían hecho armar una galera en Barcelona, al ver que el rey estaba muy mal, y en cuanto hubo fallecido, eligieron un caballero sabio y bueno y diéronle dos copias auténticas del testamento de dicho señor rey, y mandáronle que fuese a embarcar enseguida a Barcelona en la galera que encontraría dispuesta y que fuese camino de Mallorca, y que allí donde encontrara al señor rey de Aragón Don Alfonso allí fuese; y cuando estaría allí donde él estuviese, que ningún hombre descendiese a tierra sino él únicamente y que no dejasen entrar a nadie en la galera; y que cuando estaría allí hablase tan sólo con el señor rey y con el almirante y les explicara la muerte del señor rey y le diese una de las copias del testamento; y que luego, cuando esto hubiese hecho, embarcara y se fuera a Sicilia; y cuando estaría en Sicilia dijera a mi señora la reina y al señor rey Don Jaime, rey de Sicilia, y al señor infante Don Federico la muerte del señor rey, y diese al señor rey de Sicilia la copia del testamento. Y el caballero dijo que dispuesto estaba para hacer lo que se le mandaba; y fuese a Barcelona y encontró la galera dispuesta y embarcóse; y enseguida batieron remos y fuese.

Ahora dejaré de hablar de la galera y volveré a hablar del señor rey de Aragón.

Como ya os he dicho, grande fue el duelo que se hizo por toda la tierra; los mensajeros fueron por todas partes, y al día siguiente hubo más de veinte mil personas de Barcelona, y de Tarragona más de cinco mil, y del campo del Penadés; de modo que se reunió tanta gente que no pudieron caber en Vilafranca ni a dos leguas alrededor. Al día siguiente, en gran procesión, llevaron el cuerpo al monasterio de Santes Creus; y allí celebróse un oficio muy solemne (puesto que él estaba absuelto porque había jurado sumisión a la santa Iglesia), y hubo además sermón y toda aquella solemnidad que correspondía hacer a tal señor; y vierais cómo desde que pasó de esta vida hasta que fue enterrado más de diez mil hachones ardieron. Y cuando el señor rey fue enterrado, cada uno se volvió a sus tierras y por todas partes encontraban grandes llantos y grandes lamentos.

¡Que Dios, por su misericordia, tenga su alma, amén! Que muerto ha aquel que, de haber vivido diez años más, hubiese sido en este mundo otro Alejandro.

Y ahora dejaré de hablaros de él y volveré a hablar del mensajero que se va a Mallorca y a Sicilia.

147. El infante Don Alfonso, rey de Aragón, y el infante Don Jaime, rey de Sicilia

Después que la galera hubo partido, a los pocos días estuvo en Mallorca, donde encontró al rey Don Alfonso en las Torres Llevaneres, e hizo todo cuanto le habían mandado los albaceas del señor rey, para lo cual salió a tierra con los mejores ropajes que tenía, e hizo bien, pues, como dice el adagio: «Manda a un sabio, y no le digas lo que tiene que hacer», pues todo caballero, ciudad o villa, cuando envía mensajes debe encomendarlos a los más sabios que pueda, pues buen mensajero honra a su señor, por lo general, y lleva a buen fin el objeto del mensaje. Y, en cuanto hubo hablado con el señor rey y con el almirante, embarcó de nuevo y tomó rumbo a Sicilia, donde encontró a mi señora la reina y al señor rey Don Jaime, rey de Sicilia, y al infante Don Federico en Mesina, y dióles la noticia y todo cuanto le había sido mandado. Y, cuando la muerte fue publicada y el testamento fue leído en Mesina, hubieseis visto los llantos y lamentos por todo Sicilia y por todo Calabria, que pasaron ocho días que nadie hizo nada[38].

148. Coronación del rey Jaime de Sicilia

Transcurrido el duelo, Don Jaime mandó por toda Sicilia y Calabria órdenes para que todo el mundo estuviera, en fecha determinada, en Palermo, para asistir a la fiesta de su coronación como rey de Sicilia y de todo el reino. Cuando las cartas se hubieron cursado, el señor rey y mi señora la reina y el infante Don Federico fueron a Palermo, y cuando allí estuvieron, la fiesta fue muy grande, y el día convenido que el rey había señalado, con gran alegría y gran regocijo, con la gracia de Dios, el señor rey Don Jaime ciñó la corona del reino de Sicilia y de todo el reino en tan buena hora y con la gracia de Dios, que jamás hubo rey que fuese más agraciado ni más afortunado para sus gentes, y lo es todavía y lo será para muchos años si Dios quiere, pues desde su coronación, si la gente de Sicilia sembrasen piedras cosecharían el más hermoso trigo y la más hermosa cebada. En realidad, en Sicilia y Calabria había veinte casas de ricoshombres suyos, que cada uno tenía mayor rango del que un rey tendría y todos eran ricos y hacendados y su corte era rica y abundante en tesoros y toda clase de bienes. Por todo lo cual puede ser llamado el bienaventurado y santo rey Don Jaime.

Cuando la fiesta hubo pasado, el señor rey se volvió a Mesina, y seguidamente mandó armar veinte galeras y nombró capitán de las mismas a un caballero que quería mucho y que tenía por nombre Don Bernardo de Sarria, que en realidad podríamos decir que eran dos hermanos, uno que se llamaba Don Bernardo de Sarria y el otro Don Vidal de Sarria, de cada uno de los cuales (como os dije antes a propósito de Don Guillermo de Galcerán), con sus proezas, caballerías y hechos de armas, se podría hacer un libro mejor que pueda ser el Llibre de Jaufré, y especialmente de dicho Don Bernardo, que ha sido y sigue siendo el más valiente caballero que haya habido en España, y tuvo el señor que bien le correspondía, o sea este rey Don Jaime de Sicilia, que, con el tiempo, le hizo noble y le dio estandarte y todo cuanto corresponde a la nobleza, como más adelante oiréis cuando llegue su tiempo y lugar.

149. Expedición al golfo de Nápoles

Cuando las veinte galeras estuvieron armadas y se hubo nombrado capitán a dicho Don Bernardo de Sarriá, le mandó que se dispusiera a embarcar y pusiera vela a Nápoles y que se informara de lo que allí se tramaba y que luego doblase hacia Iscle y batiese la costa hasta la desembocadura de Roma; y que al volver pasara por Calabria, pues quería hacer saber a los enemigos del rey de Aragón que no estaba muerto, sino que si antes tenían que luchar con un rey, de ahora en adelante tendrían que luchar con dos, que eran un mismo cuerpo y una misma voluntad. Cuando hubo dicho esto, Don Bernardo de Sarria se despidió de él y de mi señora la reina y del infante Don Federico, y embarcóse en buena hora y con la ayuda de Dios. Y batió toda la Calabria y se fue hasta el cabo de la Pel.lunuda, y del cabo de la Pel.lunuda se hizo a la mar y siguió por la costa de Amalia. Aquella costa estaba poblada por la peor gente y por los peores corsarios que en el mundo haya, especialmente en un lugar que se llama Passeta, y de pronto pensó que si corría la costa de Amalia prestaría tres buenos servicios al señor rey de Sicilia y a sus gentes: uno, que vengaría los daños que habían causado en las guerras pasadas; otro, que una vez destruidos no podrían seguir haciendo daño; otro, que sería el mejor hecho de armas que desde hacía mucho tiempo se hubiese realizado por aquella parte. Y tal como se lo propuso lo cumplió, pues antes de que amaneciera tomó tierra y desembarcó a toda su gente, cerca de la ciudad de San Andrés de Amalia, y recorrió toda la montaña y quemó y saqueó Menor y Mayor y Passeta y todo cuanto había en la montaña; y así estuvo cuatro días con el estandarte en alto, quemándolo y saqueándolo todo. Sorprendió a los de Passeta en la cama y todos fueron descuartizados y quemóles las galeras y leños que tenían en tierra, arrastrados hasta la villa, y no dejó ni una ni aquí ni en ningún lugar de la costa. Y cuando todo lo hubo quemado y saqueado, embarcó y se fue a Sorrento, e hizo lo mismo; y luego lo mismo hubiera hecho en Castellamar si no fuera por la mucha caballería que había venido de Nápoles. ¿Qué os diré? Que entró en el puerto de Nápoles y sacó las naves y leños del puerto y los quemó, y luego fuese a Iscle, donde estuvo tres días, y luego batió la costa hasta la embocadura de Roma y cogió naves y leños y galeras, que mandó a Sicilia.

El papa, que supo la gran alarma que había cundido por toda la costa, que incluso en la misma embocadura de Roma se había apoderado de cuatro leños, preguntó qué era aquel escándalo, y le dijeron:

—Padre santo, se trata de un caballero de Sicilia, a quien llaman Don Bernardo de Sarria, que ha venido con veinte galeras de Sicilia y ha quemado y saqueado toda la costa de Amalia y el puerto de Nápoles y toda la costa ha batido y, de aquí, de la boca de Roma, ha sacado tres galeras, leños y barcas, que no hay nada que se le ponga por delante.

Dijo el papa:

—¡Ay, Dios! Y esto ¿qué es? ¿Con qué diablos tiene que batallar quien batalla con la casa de Aragón? Todos los caballeros de Cataluña son diablos encarnados que nada se les puede poner por delante ni por tierra ni por mar. Quisiera Dios que estuviesen reconciliados con la Iglesia, que ésta es gente con la que conquistaríamos el mundo y echaríamos abajo a todos los infieles. Por ello ruego a Dios que pronto se haga la paz entre la santa Iglesia y ellos, y Dios perdone al papa Martín, que los privó de la gracia de la santa Iglesia; pero si nos podemos, pronto, si Dios quiere, les reconciliaremos, que son gente muy valiente y de gran bondad. Hace pocos días que han perdido a su señor, que era el mejor caballero del mundo, y creo que tales serán sus hijos, a juzgar por cómo empiezan.

150. Conquista de Calabria

Cuando Don Bernardo de Sarria hubo hecho todo esto, con pingües ganancias, volvióse a Sicilia, donde encontró al señor rey, que se mostró muy satisfecho de cuanto él había hecho, e igualmente lo estuvieron todos los sicilianos por el mucho daño que los amalfitanos les causaban todos los días.

En cuanto estuvieron con las galeras en Mesina, el señor rey pasó a Calabria con mucha gente, y fue visitando todas sus tierras, y tanto como avanzaba cabalgando por la tierra que todavía no era suya, tanta se le iba rindiendo, de manera que es cosa segura que, si en aquella ocasión estuviera el almirante con su armada, seguro que llegara hasta la ciudad de Nápoles. ¿Qué más puedo deciros?

Limpiamente obtuvo toda la Calabria, aparte del castillo de Estil, como antes os he dicho, y Tarento y todo el Principado y el cabo de las Leuques y Otrento (que es arzobispado y buena ciudad) y de la parte de acá del Principado entró hasta a cerca de treinta millas de la ciudad de Salerno. De este modo el señor rey, cuando hubo conquistado todo lo que su ánimo le pedía, siguió divirtiéndose y cazando por Calabria, pues era la provincia del mundo más agraciada por sus condiciones de sanidad, y tenía las mejores aguas y las mejores frutas del mundo. Había en Calabria muy honrados ricoshombres y caballeros que la habían poblado procedentes de Cataluña y Aragón, y del propio país, de manera que el señor rey iba de convite en convite y de fiesta en fiesta. Y mientras el señor rey se iba así divirtiendo, Don Bernardo de Sarria se vino con las galeras a Mesina y las desarmó y vio que era mucho lo que había ganado en esta salida.

Ahora dejaré de hablaros del rey de Sicilia y volveré a hablaros del rey Don Alfonso de Aragón.

151. Rendición de Mallorca

Cuando el señor rey Don Alfonso hubo recibido el mensaje de la muerte del rey Don Pedro su padre, dio tal prisa a sus asuntos que dos días después se rendía la ciudad de Mallorca y el noble Don Ponce Saguardia metíase en el Temple. Luego, a los dos días de haberse rendido la ciudad, publicóse la muerte del señor rey Don Pedro y se leyó el testamento, y hubieseis visto los llantos, duelos y alaridos mayores del mundo. ¿Para qué daros mayores detalles? El luto duró más de ocho días, que no hubo nadie que hiciera nada en la ciudad. Y cuando el duelo fue pasado, el noble Don Ponce Saguardia rindióse al señor rey, y éste le hizo trasladar, sano y salvo, con toda su compañía y con todos aquellos que con él se quisieron marchar, a Coblliure, y de Coblliure se fueron a Perpiñán, donde el señor rey de Mallorca les recibió muy bien, pues él le había servido siempre muy bien y era de los mejores caballeros del mundo. Cuando el rey Don Alfonso hubo mandado a Don Ponce Saguardia, dejó como procurador de la ciudad y de la isla a Don Alberto de Mediona, y dejóle buena compañía, y luego se despidió de la ciudad y de todos aquellos prohombres de afuera que a la ciudad habían venido, y fuese y se dirigió a Ibiza.

Hay que decir que mientras mantenía el sitio de la ciudad de Mallorca había mandado emisarios a Ibiza para que conocieran su decisión de que a él se rindieran; y los prohombres de Ibiza le prometieron que lo que hiciera la ciudad de Mallorca harían ellos. Por lo que, cuando fue a la ciudad de Ibiza, los prohombres le recibieron con mucho honor enseguida, y entró en el castillo, y allí estuvo dos días y dejó allí a un caballero muy bueno y muy sabio, cuyo nombre era Lloret, como castellano. Y después se despidió y fuese a Barcelona[39], donde se le hicieron grandes fiestas. Y desde Barcelona llamó por todos sus reinos a todos los ricoshombres y caballeros y ciudades y villas, para que, en un día convenido, estuviesen en Zaragoza.

152. Incursiones de Roger de Lauria

Cuando el señor rey hubo mandado las cartas por todas partes a fin de que el día que les indicaba estuviesen en Zaragoza, donde quería dar una fiesta y tomar la corona, el almirante se le acercó, y le dijo:

—Señor: vos habéis indicado que dentro de cincuenta días todo el mundo esté en Zaragoza para vuestra fiesta de coronación; a mi me dolería mucho que la compañía de las galeras estuviera por ahí vagabundeando. Por esto, con la gracia de Dios y vuestra, yo partiré e iré saqueando la costa de aquí hasta Marsella, y lo haré de manera que, con la ayuda de Dios, pueda estar de regreso a tiempo para asistir en Zaragoza a vuestra coronación.

Dijo el rey:

—Bien decís, almirante.

De modo que el almirante se despidió del señor rey y embarcó él con todas sus galeras y puso rumbo al cabo de Leucata.

Cuando estuvo en aguas del cabo de Leucata, fuese hasta la playa de Serinyá, y allí, a la hora del alba, pasó y puso su gente en tierra, y él salió con un centenar de hombres a caballo, y en el mismo día estuvieron en Serinyá y lo saquearon por completo. La alarma cundió por toda la región, y llegó hasta la ciudad de Besers, que está a unas dos millas de distancia. La hueste de Besers salió y vinieron a Serinyá, y, con las de otros lugares que se mezclaron, serían unas treinta mil personas. El almirante dijo a sus gentes:

—Barones, hoy es el día en el que para siempre la casa de Aragón ganará honra y prez en toda esta región. Daos cuenta que esta gente que viene es gente muerta que nunca ha visto a un hombre enfurecido; de modo que ataquemos de lleno contra ellos, que veréis que sólo alcanzaréis sus espaldas; y que la cabalgada sea real y que todo cuanto uno gane sea para él; pero bajo pena de traición mando que no haya saqueo de caballo ni de cosa alguna, una vez haya terminado la batalla.

Y todos estuvieron de acuerdo.

Mientras, la hueste se les acercó, que no se figuraban que les hiciera falta otra cosa que ir atando los prisioneros, y cuando estuvo cerca y pudieron entrar en juego los dardos y las ballestas hacer buena puntería, sonaron las trompas y las nácaras, y el almirante, con sus hombres a caballo, arremetió contra los caballos contrarios, que serían unos trescientos, entre franceses y hombres del país. Los almogávares, que serían unos dos mil, mandaron sus flechas, que no se perdió ni una que no causara un muerto o un herido de muerte; y los ballesteros dispararon todos a la vez. Fue tal el tumulto que promovieron al empezar el almirante y su compañía gritando «¡Aragón! ¡Aragón!», que de una vez los enemigos se dieron la vuelta y tanto los de a caballo como los de a pie como el propio almirante y todo el resto de la compañía cayeron a la vez sobre ellos. ¿Qué os diré? Que la corrida duró hasta media legua más allá de Besers, y más hubiera durado dentro de la ciudad si no fuera que se hacía de noche y el almirante quería embarcar en las galeras mientras fuese todavía de día, pues la playa es de las peores que pueda haber desde levante hasta poniente. De modo que fue agrupando a la gente y les hizo volver, y una vez hubieron vuelto levantaron el campo, y no hace falta preguntar por las grandes ganancias que obtuvieron. Cuando llegó la noche, ya estaban en la playa, frente a las galeras, y quemaron y saquearon todo Serinyá, exceptuando la iglesia, que es muy bonita, de Nuestra Señora Santa María de Serinyá.

Los de Besers y otros lugares se reunieron en Besers y perdieron tanta gente que veían claramente que si al día siguiente volvía el almirante no podrían defender la ciudad a menos que contasen con gente extraña. Por esto, aquella noche, hicieron cundir la alarma por toda la región para que viniesen a defender la ciudad de Besers, pues habían perdido la mayor parte de su gente. Y podían decirlo en verdad, pues de cada diez no hubo dos que volviesen y habían muerto todos, mientras que el almirante, al reconocer a su compañía, encontró que sólo había perdido siete hombres de a pie. Por la mañana había venido tanta gente a Besers que era sorprendente; pero el almirante no se preocupó de ello, y a la medianoche mandó que su gente embarcara y fuese al grao de Agda, y en cuanto amaneció puso la gente en tierra, y por el canal de Viats subieron las galeras ligeras y los leños armados; y las otras galeras se fueron a la ciudad de Agda y la tomaron y la saquearon por completo. Pero no permitió que ninguna mujer ni niño muriese, sino únicamente los hombres de por encima de los quince años y de menos de sesenta, que murieron todos y los otros se salvaron. Y lo saqueó y quemó todo, a excepción del obispado, pues jamás consintió que se causara daños ni por valor de un botón a la Iglesia, ni que mujer alguna fuese deshonrada ni desnudada ni tocada su persona, de lo que Dios le reconoció el mérito y le concedió victorias y le concedió que tuviera un buen fin.

Los demás de su compañía se fueron a Viats, unos por tierra y otros por mar, y otros remontando el canal, e igualmente lo saquearon todo y se apoderaron de cuanto había y muchos de los leños y barcas que había en el canal. Y cundió igualmente la alarma por aquella región, y los de Sant Tiberi, de Lupiá y de Gijá bajaron al mar, pero cuando estuvieron cerca de Agda tuvieron noticia de lo que les había ocurrido a los de Besers, y en cuanto lo oyeron, pensaron en darse la vuelta, pero no se apresuraron lo bastante para evitar que los hombres de a caballo del almirante y los almogávares alcanzaran y alancearan a más de cuatro mil. Y luego volvieron a Agda, incendiando y saqueando toda la comarca. Cuando hubieron hecho todo esto, el almirante mandó embarcar a su gente y se fue hacia Aigüesmortes. En su puerto encontraron naves, leños y galeras, y cuanto encontraron fue mandado a Barcelona, y luego se fue al cabo de Espigueta, y estando por aquellas aguas pasó más allá de aquella punta, con lo cual creyeron todos los del país que ya se había vuelto a Sicilia; pero por la noche, con ayuda del viento, se metió mar adentro, sin que los de tierra pudiesen verlo; y al día siguiente, al impulso favorable, puso rumbo al cabo de Leucata, y tomó tierra por la noche, y encontró entre leños y barcas cargadas más de veinte de buena presa y se apoderó de todos y los mandó a Barcelona. Al alba del día entró por el grao de Narbona y encontró leños y galeras, y todo lo arrastró por el mar. ¿Qué os diré? No tiene fin lo que llegó a ganar, tanto él como los que con él iban, y mucho más hubiesen hecho si no fuera por la prisa que tenía en volver a Cataluña para llegar a tiempo a la coronación del rey de Aragón. De modo que salió del grao de Narbona con cuantas naves había tomado y puso rumbo a Barcelona.

Y así vamos a dejar estar al almirante y volveremos a hablar del señor rey de Aragón.

153. Funerales en Santes Creus

Cuando el almirante se hubo despedido del señor rey en Barcelona, el señor rey salió de la ciudad, y el primer viaje que hizo fue a Santes Creus. Allí mandó venir al arzobispo de Tarragona y a todos los obispos del reino y a todos los demás prelados, de modo que se reunieron más de trescientos báculos y, en cuanto a las órdenes, diez frailes de cada casa de todas las que había en sus reinos. Y aquí celebró su duelo con todas sus gentes, e hizo cantar misas y en una gran procesión hizo absolver la tumba del buen rey Don Pedro, su padre, y eso todos los días, durante diez días.

Celebrado lo antedicho, en honra del alma del buen rey su padre, concedió muchos donativos y muchas gracias al monasterio, para que para siempre todos los días se cantasen y siguen cantándose, por el alma del buen rey su padre, cincuenta misas; hecho lo cual se despidió de todos y fuese a Lérida, donde se le hizo una gran fiesta. Entró luego en Aragón y vino a Zaragoza, donde se le dio una gran fiesta, como jamás se diera por sus gentes a su señor, y cuando el señor rey estuvo en Zaragoza, todo el mundo pensó en ir a Zaragoza[40].

Y he de dejar de hablar del señor rey y ocuparme de nuevo del almirante.

154. Coronación de Alfonso II

Una vez salido del grao de Narbona con todos los bajeles de los que se había apoderado, fuese a Barcelona, donde se le hizo una gran fiesta y donde permaneció ocho días. Luego fuese con la armada a Tortosa, y cuando estuvo en la ciudad de Tortosa y las galeras estuvieron allí, dejó como jefe principal a su sobrino Don Juan de Lauria, que era caballero muy bueno y experto, que en aquellos tiempos no se podía suponer que un caballero de su juventud fuese tan sabio y, sin duda, el mejor en armas en buena parte del mundo. Mandóle que, con las galeras, pusiera rumbo a España[41] para atacar a los moros si no estaban en paz con el señor rey y que procurara ganancia a la gente de las galeras para que no se enojasen; que él iría luego de la coronación del señor rey.

155. Sigue la coronación y ataques a Berbería

De modo que Don Juan de Lauria, con la armada, hizo rumbo a Valencia y el almirante fuese a Zaragoza con gran caballería y con muchos hombres notables de mar que llevó consigo, y el rey le recibió con rostro afable y le hizo mucho honor y se mostró gozoso de cuanto había hecho. El almirante enseguida mandó montar un tablado muy alto, puesto que, después del rey Don Pedro y del señor rey de Mallorca, era él el caballero más diestro para tirar que se conociera en España, al igual que su cuñado Don Berenguer de Entenza. Yo vi tirar a cada uno de ellos, pero lo cierto es que el señor rey Don Pedro y el señor rey de Mallorca se llevaron La palma de cuantos vi tirar. Y siempre, cada uno de ellos tiraba tres palos y una naranja, y el último palo era tan gordo como el palo de una azagaya, y siempre los dos primeros sobrepasaban el tablado, por alto que fuese, y el último daba en el blanco. Después se puso y ordenó tabla redonda, y sus hombres de mar mandaron hacer dos leños armados de los planos, de los que van por el río, y hubieseis visto batalla de naranjas, que habían hecho venir del reino de Valencia más de cincuenta cargas. De manera que podéis estar seguros que el almirante ennobleció aquella fiesta tanto como le fue posible. ¿Qué podría deciros? Que la fiesta fue muy grande y que el señor rey Don Alfonso ciñó la corona con gran alegría y satisfacción. La fiesta, en Zaragoza, duró más de quince días, durante los cuales no hubo nadie que se ocupara de otra cosa que de cantar y alegrarse y hacer juegos y divertirse.

Cuando la fiesta hubo pasado, el almirante se despidió del señor rey, y fuese a Valencia, y fue reconociendo sus castillos y villas y lugares, muchos de los cuales eran buenos e importantes. Luego mandó un leño armando a Don Juan de Lauria, diciéndole que pensara en regresar; y el leño armado lo encontró en Berbería, donde había hecho una incursión entre Túnez y Argel, por donde se había internado, haciendo prisioneros a más de trescientos sarracenos y mató a muchos y quemó pueblos, y tomó leños y taridas a los sarracenos. De modo que cuando recibió el mensaje de su tío se vino, y a los pocos días estuvo en Valencia; y cuando hubo llegado a Valencia el almirante le acogió alegre y satisfecho y mandóle que hiciera preparar las galeras, que se quería ir a Sicilia; y tal como lo ordenó fue hecho. Cuando el almirante hubo terminado de hacer cuanto quería en Valencia, embarcó, con la ayuda de Dios, y cogió la ruta de Berbería, para que, costeando, pudiese apoderarse de todo cuanto encontrara que perteneciera a sarracenos.

Y ahora dejaré estar al almirante, que se va a Berbería, y volveré a hablar del señor rey de Aragón.

156. Propósito de venganza de Alfonso de Aragón contra Sancho de Castilla

Una vez terminada la fiesta, el almirante se despidió del señor rey, y éste le entregó cartas para que las llevase a mi señora la reina, su madre, en Sicilia, y al señor rey Don Jaime de Sicilia y al señor infante Don Federico, hermanos suyos, e hizo venir al infante Don Pedro, su hermano, y a todo su consejo, y le dijo:

—Hermano: Nuestro padre el rey Don Pedro salió de Barcelona con el ánimo y el propósito de que si Dios le permitía llegar sano y salvo a Valencia, tenía el propósito de sacar de Játiva a los hijos del infante Don Fernando de Castilla y quería hacer rey de Castilla a Don Alfonso, el mayor, para vengarse de su sobrino el rey Sancho de Castilla, que tan gran falta le había hecho, pues en la mayor necesidad en que estaba no le cumplió nada de lo que le tenía prometido. Puesto que Dios no ha querido que él durante su vida se pudiese vengar, nosotros debemos vengarle, pues debemos tomar lo hecho como si fuésemos la misma persona que nuestro padre. Por lo que, de inmediato, quiero que vayan dos caballeros al rey Don Sancho de Castilla y le desafíen de nuestra parte por la razón antes dicha. Entre tanto, vos, infante, preparaos con quinientos caballeros de Cataluña y otros tantos de Aragón, y con doscientos hombres a caballo armados a la jineta, del reino de Valencia, en forma que, cuando hayan vuelto los mensajeros de Castilla, estéis preparado para entrar en Castilla; y quemaréis y saquearéis todos los lugares que no se os quieran rendir en nombre de Don Alfonso, hijo del infante Don Fernando; y os llevaréis veinte mil hombres de a pie que sean buenos almogávares. Cuando esto esté hecho, nos iremos al reino de Valencia y sacaremos aquellos infantes de Játiva y reuniremos nuestras huestes, y con ellas juntas entraremos en Castilla, y haremos tanto que no cejaremos hasta que ellos sean reyes de Castilla, con la ayuda de Nuestro Señor Dios Jesucristo, que ayudará a lo que es de derecho.

Cuando el señor rey hubo hablado, levantóse el infante Don Pedro, y dijo:

—Señor, bien he comprendido lo que habéis dicho; por lo que agradezco a Dios, que os ha dado tal ánimo y voluntad, que las venganzas que el señor rey nuestro padre guardaba en su corazón vos penséis llevarlas a cabo; y con ello demostráis el gran valor y la gran bondad que hay en vos. Por lo que yo, señor hermano, me ofrezco para hacer y decir, en este negocio y en todos los demás, lo que vos me mandéis hacer según vuestro querer, que en nada ni en ninguna ocasión encontraréis que os falte. De modo que id vos pensando en los demás asuntos que tengáis que ordenar, y mandad los desafíos, que yo me procuraré los ricoshombres y caballeros de Cataluña y de Aragón y del reino de Valencia, y entraré en Castilla con la compañía que vos, señor, ordenéis y más todavía. Y estad seguro que yo entraré con tal coraje y tal voluntad y con tales gentes que, si supiera que el rey Don Sancho viene contra nos, con quince mil hombres a caballo, nos encontrará dispuestos para la batalla.

Después de esto el señor rey Don Alfonso cogió la mano del señor infante Don Pedro, que estaba sentado a su lado, e inclinándose un poco fue a besarle, y le dijo:

—Infante, tal respuesta esperábamos de vos y tal era la confianza que en vos teníamos.

157. La opinión del consejo

Cuando el rey hubo dicho esto, levantáronse los del consejo, y el que primero se levantó dijo:

—Señor: alabado sea nuestro Señor verdadero Dios, que tantas gracias ha concedido a vuestros reinos, y que así los provee Dios de buenos señores, valientes y arrojados, y les concede todo bien, en forma que cada día vamos de bien a mejor, por lo que todos debemos sentirnos alegres y satisfechos. Verdad es que ésta es la primera empresa que acometéis después de vuestra coronación; y es la más alta empresa que nunca señor acometiera por cuatro razones: la primera, que vos emprendéis guerra con uno de los más poderosos señores del mundo, y el que os está más cerca como vecino; la segunda, que vos estáis ya en guerra y tenéis querella con la Iglesia romana, y con la casa de Francia, y con el poder del rey Carlos, con lo que se puede decir que con todo el mundo; la tercera, que haceos cuenta que cuando el rey de Granada os vea en tan grandes aprietos, podéis creer que romperá las treguas que tenía con el señor rey vuestro padre, y que igualmente todas las comunidades del mundo, puesto que la Iglesia está contra vos, os serán contrarias. De modo, señor, que daos cuenta que tenéis la guerra de todo el mundo sobre vuestras espaldas. Pero, puesto que os lo habéis metido en vuestro ánimo y en todo mantenéis la verdad y la rectitud, tened en cuenta que Dios, que es todo verdad y rectitud, estará con vos, y tal como sacó de todo a vuestro padre con gran honor, así, si Dios quiere, os sacará a vos y a nosotros todos. Y os digo en mi nombre y en el de todos mis amigos que me ofrezco mientras vida tuviere y que en nada he de faltaros con cuanto tengo, antes, señor, os pido que me señaléis el lugar más difícil que sepáis y que me aceptéis para ayudaros con cuanto yo y mis amigos tengamos, y todavía que toméis a mis hijos y a mis hijas y los entreguéis en prenda donde sea conveniente y como os plazca.

Cuando este ricohombre hubo hablado, se levantó otro y dijo algo en el mismo sentido. ¿Qué os diré? De uno en uno se levantaron todos, y cada uno se ofreció sobradamente, como lo había hecho el primero. Después de lo cual, el señor rey dioles muchas gracias, diciéndoles muy buenas palabras.

En seguida eligieron dos caballeros, uno catalán y otro aragonés, y con ellos mandó a Castilla el desafío; y enseguida el señor infante reunió quinientos caballeros que se inscribieron para seguirle.

Y no os digo quinientos, que si hubiese querido dos mil igualmente los lograra, pues no hacía falta que requiriese a ninguno, sino que todos venían a ofrecérsele y a rogarle que les aceptara para ir con él; pero él sólo quería tantos como el señor rey le había ordenado. Cuando esto estuvo hecho, fuese a Cataluña, e igualmente todos los ricoshombres y caballeros de Cataluña vinieron a ofrecérsele, de modo que en pocos días hubo completado los otros quinientos caballeros y muchos servidores de mesnada. Del reino de Valencia no tengo que deciros que iban donde él estaba, como si se tratara de ganar indulgencias, para ofrecérsele; y así logró toda la compañía que había menester, y en poco tiempo todos estuvieron mejor arreglados, como nunca lo fuera compañía alguna que siguiera a su señor. Y a todos les fijó la fecha exacta en que debían reunirse en Calatayud de Aragón.

Y ahora dejaré de hablar del señor infante y volveré a hablar del señor rey Don Alfonso.

158. Coronación en Valencia, proyectos contra Castilla y amenaza francesa contra el Ampurdán

Cuando el señor rey lo tuvo todo ordenado respecto a la entrada del señor infante Don Pedro y hubo mandado sus mensajeros al rey de Castilla para desafiarle, se vino él al reino de Valencia, y cuando entró en la ciudad se le hizo una gran fiesta, y el día prefijado vinieron todos los barones del reino, y los caballeros y los hombres de las ciudades; y cuando estuvieron todos reunidos, prelados y otras muchas gentes, con gran solemnidad recibió la corona del reino de Valencia. Y cuando transcurrió la fiesta, él se fue a Játiva y sacó de su castillo a Don Alfonso y a Don Fernando, hijos del infante Don Fernando de Castilla, e hizo preparar a muchas gentes de a caballo para que él pudiese entrar por un lado en Castilla con el infante Don Alfonso, y por otro lado entrara el infante Don Pedro.

Estando en estos preparativos, quiso Dios que el infante Don Pedro se pusiera muy gravemente enfermo; y llegó al señor rey un correo expreso en el que los ricoshombres y caballeros que estaban ya en Calatayud le preguntaban qué quería que hiciesen. Al saber esto, el señor rey se disgustó mucho, y pensó que lo mejor era que él en persona se fuese a Calatayud, y que se llevase allí al infante Don Alfonso y a Don Fernando, y que desde allí hicieran una entrada todos juntos. De manera que les mandó decir que esperasen, e inmediatamente se fue a Calatayud con toda aquella gente que él mandó que le siguiese, y a los pocos días estaba ya allí con mucha gente, y encontró que el señor infante todavía no se había restablecido, sino que, por el contrario, se había agravado.

Entonces trató de realizar la entrada enseguida, y eran unos dos mil caballeros armados y unos quinientos hombres a caballo alforrados, y más de cien mil hombres de a pie. Ordenó que mandase la vanguardia Don Alfonso de Castilla, y que el estandarte fuese delante; y esto lo hizo porque todos los barones de Castilla y las ciudades y las villas habían jurado por el infante Don Fernando, su padre, después de la muerte de Don Alfonso, rey de Castilla, y por esto el rey Felipe dio a su hermana, mi señora Doña Blanca, como esposa al infante Don Fernando, que de otro modo no se la hubiese dado, si supiera que los hijos que nacieran no serían reyes de Castilla.

De este modo, ordenadamente, entraron en Castilla ocho jornadas adentro, y fueron directamente allí donde supieron que se encontraba el rey Don Sancho, su tío. No cabe duda que el rey Don Sancho también se había preparado, pues allí estaba con doce mil caballos armados, y todo el mundo en gentes de a pie. Cuando el señor rey de Aragón supo que aquél estaba con tanta caballería y que sólo una legua separaba una hueste de otra, mandóle un mensaje diciéndole que él estaba allí para vengar la felonía que él había hecho al buen rey su padre, y para hacer rey a su sobrino Don Alfonso, que era quien debía serlo, por lo cual, si era como corresponde ser a un hijo de rey, que pensara en salir a batallar con él.

Cuando el rey Don Sancho oyó esto se sintió muy dolido, pero pensó que todo esto que le mandaba decir el señor rey de Aragón era verdad y que ningún hombre querría entrar en el campo de batalla para mantener un tuerto. Por esto dijo a los mensajeros que se volviesen, que él no quería meterse en campo contra él y su sobrino, sino que antes los defendería contra todos los hombres. Por esto el señor rey de Aragón le esperó en aquel lugar cuatro días, que no quiso marcharse antes de saber que el rey Don Sancho se había marchado; y él se apoderó de villas y lugares, y quemó y saqueó aquellos lugares que no querían obedecer a Don Alfonso de Castilla, y luego volvióse; pero hubo un lugar importante, llamado Seron, que está cerca de Soria, y otros muchos lugares que se le rindieron, y él inmediatamente les hacía jurar por rey de Castilla a Don Alfonso; y de este modo dejó a Don Alfonso en aquel lugar que se había rendido, y le dejó más de un millar de hombres a caballo y muchos de a pie, que eran almogávares, y hombres de armas, y dejóles todo cuanto habían menester, y ordenó además que todas las fronteras de Aragón le prestasen ayuda si la necesitaba. Y seguramente que en aquella ocasión él habría quitado toda la tierra al rey Don Sancho, si no fuera que le llegó un mensaje del Ampurdán, del conde de Ampurias y del vizconde de Rocaberti, comunicándole que muchas gentes del Languedoc se preparaban, de parte del rey de Francia, para entrar en el Ampurdán, y en el que le pedían por favor que fuese a ayudarles. De manera que, por esto, el señor rey tuvo que salir de Castilla, y dejó a dicho Don Alfonso de Castilla y Don Fernando en los lugares de Castilla que se le habían rendido, y a los que ya había ordenado y reforzado como habéis entendido.

¿Qué os diré? Que el señor rey de Aragón, desde que salió de Calatayud, estuvo más de tres meses cumplidos en Castilla, de modo que pensad qué rey hay en el mundo que, por su bondad, haya hecho tanto por otro como él hizo por estos dos infantes[42]. Cuando llegó a Calatayud encontró al infante Don Pedro que había mejorado, y llevóselo a Cataluña, y le dio en su tierra el mismo poder que él tenía, ya que le quería más que nada que en el mundo hubiere; y bien hacía en amarle, pues era muy sabio y bueno en todo cuanto hacía.

Ahora dejaré de hablaros del señor rey y del señor infante Don Pedro, que están en Cataluña, y volveré a hablaros del almirante.

159. Incursiones del almirante en Berbería, las islas griegas y el reino de Nápoles

La verdad es que, cuando los franceses fueron desbaratados y hubieron salido de Cataluña, el señor rey Don Pedro marchó a Barcelona y dio al almirante y a los suyos la isla de Gerba, y además le dio castillos y buenos y honrados lugares del reino de Valencia. De este modo el almirante se fue alegre y satisfecho por muchos motivos, y no podía existir hombre alguno que estuviera más alegre que él si no ocurriera la muerte del señor rey Don Pedro, que mucho le dolió. Y como ya habéis oído, cuando se hubo despedido del señor rey Don Alfonso después que fue coronado en Zaragoza, se vino a Valencia para visitar sus lugares, y luego se embarcó y se fue a la Berbería. Así que, mientras se dirigía a la Berbería, asoló puestos y se apoderó de naves y leños, y cuanto tomaba lo mandaba a Valencia, a su administrador. Así fue costeando toda la Berbería hasta que llegó a Gerba, y en Gerba arregló la isla y la ordenó. Y corrió todo el Ris, que está en tierra firme, y se sometieron a él, y le pagaban lo mismo que le pagaban los de Gerba, siendo sus sometidos como los de la isla de Gerba. Cuando esto estuvo hecho y hubo bien refrescado a su gente, siguió la ruta de Tolometa, costeando, y fue tierra adentro, apoderándose de barcas y haciendo muchos esclavos y esclavas, y apoderándose de naves y leños cargados de especiería que venían de Alejandría a Trípoli, y todo cuanto tomaba, una vez hubo pasado más allá de Túnez, lo mandaba a Mesina.

¿Qué os diré? Vino a la ciudad de Tolometa y saqueó toda la ciudad, excepto el castillo, que es fuerte y bien amurallado y estaba defendido por los judíos; en aquel combate, un día y otro día tenía preparadas las escalas para combatir y trepar, y los de dentro le propusieron un pacto y le dieron una gran suma de oro y plata, tanto que comprendió que le valía mucho más que quemarlo y saquearlo, pues si una vez lo quemaba ya nunca más lo habitaría nadie, y ahora echaba cuenta de que cada año les cobraría el tributo.

Cuando esto estuvo terminado, partió de Tolometa camino de Creta, y tomó tierra en Candía, donde refrescó. Luego siguió batiendo la Romanía y saqueó muchos lugares, y pasó luego a la boca de Cetril y tomó tierra en el puerto de las Guatlles, y se vino después a Coron, y los venecianos le procuraron revituallamiento en Coron y en Moton, viniéndose seguidamente a la playa de Matagrifó, y aquí desembarcó. Las gentes del país, tanto de a caballo como de a pie, salieron en gran número y presentaron batalla. Él hizo salir sus caballos de las galeras, que eran en total ciento cincuenta, y se armó y preparóse en orden de batalla. Dios quiso dar la victoria al almirante, de manera que los franceses y los hombres del país murieron todos o fueron hechos prisioneros, de suerte que la Morea, desde aquella fecha en adelante, quedó muy despoblada de gente buena.

Cuando hubo hecho esto, vínose a la ciudad de Clarenza, y rescató a la gente y obtuvo todo un mundo en tesoros. Partió después de aquí y fue a combatir la ciudad de Patrás, y luego devastó la Cefalonia y el Ducado, y toda la isla de Corfú, que ya en otra ocasión había saqueado.

Seguidamente cogió la ruta de Pulla y tomó tierra en Brindisi.

En Brindisi estuvo a punto de ser engañado, pues un día antes de que él llegara había entrado gran número de caballería francesa, de la que era capitán el Estendard, y que había para guardar Brindisi y su comarca, a causa de Don Berenguer de Entenza, que tenía Otrento y hacía correrías por aquella región. De modo que cuando salió a tierra con toda la gente, la caballería salió fuera, hasta Santa María del Casal, de Brindisi, y el almirante, que vio toda la caballería, que eran por lo menos setecientos hombres a caballo, franceses, se creyó burlado. Encomendóse a Dios, no obstante, e hizo replegar a su gente, y atacó tan esforzadamente que les obligó a retroceder hacia la ciudad, de manera que les persiguió hasta el puente de Brindisi. Aquí hubieseis visto hacer hechos de caballería de un lado y del otro, y los almogávares, que vieron este revoltijo y que los franceses aguantaban de firme, rompieron las lanzas y se metieron entre ellos y empezaron a destripar caballos y a matar caballeros. ¿Qué os diré? Tomárosles el puente, y hubiesen seguido entrando en aquella mezcla si no fuera que mataron el caballo del almirante. Cuando se levantó el almirante, allí hubieseis visto golpes de dardos y de lanzas de los catalanes y de los franceses y golpear de bordones. ¿Qué os diré? A despecho suyo levantaron al almirante, y uno de sus caballeros puso pie a tierra y le cedió el caballo. Cuando el almirante hubo cabalgado de nuevo, entonces vierais el esfuerzo: tomáronles el puente, y hubiesen entrado con ellos si no fuera que les cerraron las puertas.

De modo que el almirante volvióse alegre y satisfecho a las galeras y levantaron el campo.

Encontraron que en un momento habían matado más de cuatrocientos caballeros y tanta gente de a pie que no podía contarse; y todo el mundo ganó sobradamente. Seguro que a los que quedaron, el rey Carlos hubo de mandarles refresco, pues de ellos ya no tenía por qué preocuparse Don Berenguer de Entenza ni los que con él estaban en la ciudad de Otrento.

Cuando esto estuvo hecho, el almirante marchó a la ciudad de Otrento, donde se le dio una gran fiesta, y allí resfrescó a su gente y pagó por cuatro meses a todos los caballeros y peones que estaban con Don Berenguer de Entenza, de parte del señor rey de Sicilia. Luego, partiendo de Otrento, vínose a la ciudad de Tarento, y asimismo les pagó; y luego a Cotró y a las Castelles, y a Giraix y a la Amandolea, y a Pie de Dátil, y al castillo de Santa Ágata y a Reggio. Después entráronse a Mesina, donde estaba el señor rey Don Jaime de Sicilia, y mi señora la reina su madre, y el infante Don Federico; y no me preguntéis si se le hizo fiesta, porque ninguna semejante se le hizo nunca en ningún lugar. Y mi señora la reina tuvo gran placer en verle y le acogió y honró mucho más que solía, y sobre todo Doña Bella, su madre, que tuvo gran alegría y gran satisfacción; y asimismo el señor rey de Sicilia, que le dispensó grandes honores y le dio castillos y lugares, y le dio tal poder que el almirante hacía y deshacía por mar y por tierra todo cuanto quería, puesto que el señor rey de Sicilia estaba muy satisfecho teniéndole en su compañía.

Y ahora dejaré de hablar de él y del rey de Sicilia y volveré a hablar del señor rey de Aragón.

160. Nuevos intentos de ataque de los franceses

Cuando el señor rey de Aragón, estando en Barcelona, supo que grandes fuerzas de caballería del Languedoc se preparaban para entrar por el Rosellón y el Ampurdán, hizo llamar a las huestes de Cataluña y dioles paga de cuatro meses, ordenando que en fecha fija todo el mundo estuviera en Peralada, y todos los ricoshombres, caballeros, ciudadanos y hombres de las villas allí comparecieron, muy bien arreados, el día fijado. El señor rey, antes de salir de Barcelona, mandó al infante Don Pedro de Aragón como gobernador y principal, con el fin de que si alguien pretendía entrar en Aragón por Navarra, él les combatiera. Hecho esto, vínose a Peralada con todas las huestes y penetró en el Rosellón, y cuando estuvo en el Veló supo que no había entrado gente extranjera, y por las quebraduras de la montaña fuese a Coblliure, y desde Coblliure volvióse al Ampurdán. De modo que os diré que no es que los del Languedoc no tuviesen el propósito de entrar en Cataluña, pero cuando supieron que el señor rey estaba en el Rosellón, se volvió cada cual a su casa.