Cuando dicho señor rey Don Jaime hubo estado por largo tiempo permaneciendo en sus tierras, igual que el infante Don Pedro y el infante Don Jaime, llegaron mensajes para el señor rey de Aragón diciendo que el Santo Padre celebraría Concilio General en Lleó del Roine, y que rogaba y requería a todos los reyes de la cristiandad que fuesen ellos o sus procuradores: por lo que el señor rey se preparó para ir.
En esto, mientras se preparaba para ir lo más honorablemente posible, llegaron mensajeros del señor rey Don Alfonso de Castilla, su yerno, que también quería ir a dicho Concilio y quería pasar por sus tierras con la reina y con gran parte de sus infantes, y quería pasar especialmente por dos motivos: el primero, que él y la reina y sus hijos tenían muchos deseos de verle a él y a los infantes; el segundo, porque él iba a dicho Concilio por tan graves negocios que sobre ellos quería tener su consejo, como de un padre, y del señor infante Don Pedro y del señor infante Don Jaime, como de hermanos. Y dicho señor rey y dichos señores infantes tuvieron gran satisfacción de esto, y enseguida, con los mensajeros del rey de Castilla, mandaron otros de gran estima, y mandáronle decir que estaban muy satisfechos de su venida y que pensara en aceptar para su servicio toda su tierra como si fuera propia y que por aquellos mensajeros les hiciera saber por qué parte querría entrar en sus tierras y el día en que vendría.
Volviéronse los mensajeros no sin que antes el señor rey y los señores infantes hicieran muy honorables donativos a los mensajeros que habían traído aquella noticia, de modo que se fueron muy alegres y satisfechos a Castilla junto con los mensajeros que el rey de Aragón y los señores infantes les mandaban. Y así dichos mensajeros fueron recibidos por el rey de Castilla y por la reina y por el infante Don Fernando y por el infante Don Sancho y por todos los demás, y más todavía cuando oyeron su mensaje y escucharon los elogios que sus mensajeros les hacían. Igualmente a dichos mensajeros dieron ellos muchos ricos dones y mandaron dar gracias al señor rey de Aragón y a los infantes por sus ofrecimientos; y les mandaron decir que querían entrar por el reino de Valencia y les dijeron el tiempo en que lo efectuarían.
Dicho señor rey Don Jaime de Aragón y los infantes tuvieron gran satisfacción y pensaron ordenar por allí donde empezarían a entrar en su tierra hasta Montpellier, los víveres y todo cuanto habrían de menester. De tal manera dispusieron las cosas que nunca ningún señor fue tan abastecido con toda su compañía como aquél lo fuera. Y desde el día en que hubiese entrado en su tierra hasta que llegase a Montpellier no tendría que gastar el rey de Castilla nada de lo suyo, ni nadie que con él estuviese. Y así se cumplió tan abundantemente como antes habéis oído que se hiciera la primera vez, cuando estuvo en el reino de Valencia: de modo que el rey de Castilla y aquellos que con él estaban, y la reina y los infantes, se maravillaron de que pudiera abastecérseles de tal modo y que la tierra de Cataluña pudiese soportarlo, pues ellos no podían imaginarse de ningún modo que la tierra del señor rey de Aragón fuese tan fértil ni de tanta abundancia como habéis de ver más adelante.
Ahora dejaré este tema, que bien sabré volver a él, y os hablaré del señor rey de Aragón.
Cuando el señor rey Don Jaime de Aragón y los infantes hubieron ordenado todas estas cosas, discurrió aquél la manera como más dignamente podría ir al Concilio, sobre todo cuando le mandaron decir los cardenales y otros que eran del consejo del papa que, en parte, aquel concilio se había ordenado por el santo padre, por el gran deseo que tenía de ver al señor rey Don Jaime de Aragón y por la satisfacción de verle con sus dos reyes por yernos, como eran el rey de Francia y el rey de Castilla, y sus dos hijas reinas y sus nietos y nietas, pues el papa quería deleitarse viendo aquella obra que Dios había hecho con el nacimiento de dicho señor rey Don Jaime de Aragón y quería ver la buena intención que allí le conduciría; y al mismo tiempo, como le tenía por el más sabio señor del mundo y el mejor en armas, quería su consejo para que ordenase el ataque de toda la cristiandad sobre los infieles.
Cuando quedó ordenada su ida, pensó en salir al encuentro, él y los señores infantes, del rey de Castilla, y viniéronse al reino de Valencia, y quisieron conocer cómo se habían dispuesto los aprovisionamientos; y así todo les fue mostrado y todo fue bien ordenado y cumplido, que no hubo necesidad de mejorar cosa alguna. Y entonces dicho señor rey y los señores infantes se acercaron al lugar por donde el rey de Castilla tenía que entrar.
Y cuando el rey de Castilla y sus infantes supieron que dicho señor rey y los infantes estaban preparados para recibirles con grandes honores, se apresuraron a venir y vinieron. Y cuando estuvieron a las puertas de la tierra del señor rey de Aragón, dicho señor rey y los infantes estaban allí y les recibieron con gran alegría y con grandes fiestas, procesiones y juegos que, en cada lugar, les daban las gentes del señor rey de Aragón.
Y una vez hubieron entrado en la tierra de dicho señor rey de Aragón, tardaron once días en llegar a la ciudad de Valencia, y cuando estuvieron en la ciudad, nadie sería capaz de describir los juegos, los regocijos, tablas redondas, entoldados, justas de rallón por caballeros salvajes[9], barones andantes con armas, torneos, galeras y leños armados que los hombres de mar montaban sobre carretas y desfilaban por la Rambla, y batallas de naranjas y empavesados; que tantos fueron los juegos por los que habían de cruzar cuando fueron a la iglesia de San Vicente, donde descendieron para hacer reverencia cuando entraron, que fue noche oscura, antes de que llegara al real donde el rey mandó que se hospedaran el rey y la reina de Castilla. Y los infantes se aposentaron en honorables posadas. ¿Qué os diré? Quince días completos duró la fiesta en Valencia, en la que no hubo menestral ni nadie que no participara y todos los días renovaban los juegos y las danzas, y los convites y las raciones que dicho señor rey de Aragón hacía distribuir entre la gente del rey de Castilla sería maravilla de oír.
¿Qué os diré? Si quisiera contároslo todo, sería algo que alargaría la materia y retardaría mi propósito. Os diré, finalmente, que partieron de Valencia y fueron todos a Nuestra Señora Santa María del Puig de Valencia y de Santa María del Puig a Murviedro, y de Murviedro a Burriana y de Burriana a Castellón y de Castellón a Cabanes y de Cabanes a Les Coves, y de Les Coves a Sant Mateu y de Sant Mateu a Ulldecona y de Ulldecona a la ciudad de Tortosa, donde se detuvieron seis días; y luego, de Tortosa al collado de Balaguer, y pasaron por Sant Jordi, que, por entonces, todavía no estaba poblada la fuente del Paralló; y del collado de Balaguer a Cambrils, y de Cambrils a la ciudad de Tarragona, donde sería inacabable decir los honores que se les hicieron; que el arzobispo de Tarragona, con nueve obispos de su provincia, que son todos de la señoría del rey de Aragón, y con muchos abades y priores y con gran cantidad de religiosos y de clérigos en procesión hecha, les recibieron cantando y alabando a Dios. Ocho días estuvieron en la ciudad de Tarragona; después de Tarragona fuéronse al Arbós y luego a Vilafranca del Penedés, que es una noble y hermosa villa, donde se les hizo tanto agasajo como en la ciudad. Y estuvieron en Vilafranca tres días; de Vilafranca fueron a Sant Climent; de Sant Climent a Barcelona y de Barcelona no me hace falta escribir, pues ya podéis pensar cómo fueron recibidos, cosa que sería muy larga de contar; pero como Barcelona es la ciudad más noble y la mejor que el señor rey de Aragón tenga, así superó la fiesta y los juegos a los de todas las demás ciudades.
Aquí se detuvieron diez días, y después de Barcelona fueron a Granollers, y de Granollers a Hostalric, y de Hostalric a la ciudad de Gerona. De si aquí les fue dada una fiesta no me hace falta hablar, pues únicamente lo que hicieron los ciudadanos, sin contar a los caballeros, que son muchos en aquella comarca, fue tanto que a todo el mundo hubo de maravillar; y aquí permanecieron cuatro días. Después, saliendo de Gerona, fueron a albergarse a Básquera y a Pontons; y luego el rey y la reina juntos vinieron a albergarse a Peralada, y esto lo sé yo porque era mozo, y dicho señor rey de Castilla y la reina se acostaron aquella noche en una habitación de la casa de mi padre, la misma que ya os he contado antes dicho señor rey Don Jaime de Aragón había ocupado. Por cierto que precisamente porque aquella noche el rey de Castilla y la reina estuvieran juntos, se abrió un pórtico en el albergue de Don Bernat Rossinyol, para que el rey pudiese pasar a la habitación de la reina. Y esto por haberlo visto y no por haberlo oído puedo deciros que es cierto. En Peralada estuvieron dos días, porque Don Dalmáu de Rocaberti, señor de Peralada, había rogado al señor rey de Aragón que permitiera que un día les pudiese convidar en Peralada, y el señor rey, a su ruego y porque le quería mucho, le dijo que permitiría que por un día él atendiese sus necesidades en Peralada, y que al día siguiente, como gracia especial, también se lo otorgaba. Por todo lo cual Don Dalmáu le dio muchas gracias, y debía hacerlo, pues esto fue un gusto que antes no quiso otorgar a ningún prelado ni ricohombre de Cataluña, fuera de él, por cuyo motivo Don Dalmáu se lo agradeció mucho.
Después que hubieron estado dos días en Peralada con gran satisfacción y alegría, fuéronse a La Junquera; de La Junquera al Való; del Való al Masdéu, que es un lugar muy bonito que pertenecía al Temple; del Masdéu entraron en Perpiñán. Y no me preguntéis la fiesta que allí se hizo, que duró ocho días.
Pasaron luego a Salses; de Salses a Vilafranca; de Vilafranca a Narbona, donde Don Eimeric de Narbona les dio mucho agasajo y honor, ya que él y el señor infante Don Jaime de Aragón tenían por esposas a dos hermanas, hijas del conde de Foix. Y de Narbona, donde estuvieron dos días, fueron a Besers, y de Besers a Sant Tiberi, y de Sant Tiberi a Lopiá, y de Lopiá a Montpellier; pero el agasajo y los juegos que hicieron en Montpellier excedieron a todas las demás fiestas. Y aquí estuvieron quince días, y desde aquí transmitieron sus mensajes al papa; y aquí recibieron su respuesta. Y cuando hubieron recibido su respuesta y hubieron decidido el camino para entrar por las tierras del rey de Francia, partieron de Montpellier.
De ahora en adelante no pertenece a la materia de este libro que yo deba hablar de ellos, pues ya basta con que hable de la materia sobre la cual se hace este libro; esto es, a saber: del honor y de la gloria que Dios ha hecho y hace a la casa de Aragón. Y por esto, porque yo entiendo que ésta ha sido materia que redunda en gran honor de la casa de Aragón y de sus gentes, os he hecho mención de ella.
Y no penséis que fuese poco lo que costó al señor rey de Aragón y a sus hijos este hecho, antes os prometo que subió a tanto, que toda Castilla no lo hubiese podido pagar en cuatro años. Porque vosotros que leeréis este libro no sabéis cuál es la potencia del señor rey de Aragón, y pensad cuál sería, que mucho fuera que el rey de Francia pudiese igualarla; y aun cuando le bastara su tesoro, no le bastaría el ánimo para emprenderlo y le tendrían por loco.
Pero el señor rey Don Jaime de Aragón estuvo por este hecho cada vez más contento, pues consideraba que era como si lo que gastaba redundase en don y servicio del papa y otras gentes, y como Dios ayuda siempre al que tiene buen ánimo, por esto le da lo bastante y le honra en todos los actos de su vida.
Y ahora dejemos que se vaya el rey de Castilla, que se ha ido al concilio, y hablemos del señor rey de Aragón.
Transcurridos quince días de la salida del rey de Castilla de Montpellier, el rey de Aragón salió para el concilio. Su entrada en la ciudad de Lleó del Roine fue algo notable, pues no hubo conde, rey ni barón, ni cardenales, arzobispos, obispos, abades o priores que no le saliesen al paso para recibirle. Y el rey de Castilla y sus hijos salieron un día antes que todos los demás.
Cuando estuvo delante del papa, el papa salió fuera de la cámara, y al entrar en ella, le besó en la boca por tres veces y le dijo:
—Hijo y confaloniero y defensor de la santa Iglesia Romana, ¡seáis bien venido!
Y el rey quiso besarle la mano, y no lo permitió. Y en seguida le convidó a él y a sus gentes para el día siguiente, cosa que no había hecho con ningún rey de los que habían venido. De modo que dicho señor rey recibió mayor honra y más dones y gracias en aquel concilio del santo padre y de los reyes que estaban que ningún otro rey que en dicho concilio se encontrara.
De modo que dicho concilio comenzó cuando dicho señor rey de Aragón hubo llegado. Pero de todo lo que en él se trató y se hizo no quiero hablar, pues no pertenece a la materia de este libro, aparte de que dicho señor rey consiguió y logró se dispusiera cuanto pidió su boca, de tal manera que alegre y satisfecho quedó y se volvió a su tierra con gran contento y agrado.
En cuanto al rey de Castilla, puedo deciros que había ido porque deseaba ser emperador de España, de lo que nada pudo obtener, y se tuvo que volver a sus reinos. Y cuando volvió a Castilla, igualmente el señor rey de Aragón cuidó de su refacción mientras estuvo por sus tierras, y mucho mejor y con mayor abundancia que lo hiciera a la ida. Pero no volvió por aquellos lugares por donde había entrado, sino que se fue por Lérida y por Aragón, de modo que sería muy largo de escribir los honores que se le hicieron. Y de este modo volvió a Castilla con la reina y sus infantes, y allí tuvieron gran satisfacción y gozo sus sometidos, cuando lo tuvieron de nuevo entre ellos.
De ahora en adelante dejaré de hablaros del rey de Castilla, que está en su tierra con la reina y sus infantes, y volveré al señor rey Don Jaime de Aragón.
Cuando el señor rey Don Jaime de Aragón hubo acompañado a dicho señor rey de Castilla hasta que estuvo fuera de su reino, y cuando dicho señor rey de Castilla y la reina y sus infantes hubieron dado las gracias a dicho señor rey Don Jaime de Aragón, y él les hubo dado su bendición como padre que era, se fue a visitar todos sus reinos y sus tierras a guisa de despedida, porque quería dedicar el resto de su vida a honrar a Dios y a exaltar la santa fe católica, tal como lo había hecho en los tiempos de su juventud, y con el mejor ánimo se dirigió al reino de Valencia, para lanzarse sobre el rey de Granada y echarlo fuera de aquella tierra, en forma tal que el nombre de Dios y de Nuestra Señora Santa María fuese glorificado y bendecido.
Y cuando hubo visitado todas sus tierras y hubo visto y comprobado la buena administración que sus hijos habían mantenido y mantenían, estuvo muy alegre y satisfecho y alabó y bendijo a Dios, que tan buenos hijos le había dado. Y reunió sus cortes de Aragón en Zaragoza, y allí se reunieron barones, mesnaderos, prelados, caballeros, ciudadanos y hombres del pueblo. Y cuando toda la corte estuvo reunida él les sermoneó y les dijo muy buenas palabras y razonamientos y mandó que jurasen al señor infante Don Pedro como rey de Aragón y como señor, y a la señora reina Constanza, su esposa (de la que ya os he hablado), por reina. Y así tal cual lo mandó lo juraron todos con gran alegría y con gran satisfacción. Y de si en dicha corte hubo contento y fiestas, no os lo he de decir, que cada uno de vosotros ya lo puede imaginar.
Y cuando dicho señor rey Don Pedro fue jurado, y mi señora la reina, se vinieron todos a Valencia, e igual mente aquí el señor rey convocó las cortes, que se reunieron y juraron que fuese rey de Valencia, y lo mismo la reina. Luego fuéronse a Barcelona, e igualmente reunió el señor rey cortes en Barcelona, e hizo jurar al señor rey Don Pedro como conde de Barcelona y señor de toda Cataluña, y asimismo a la reina como condesa.
Hecho todo esto, heredó e hizo rey de Mallorca, de Menorca y de Ibiza al señor infante Don Jaime, hijo suyo, y conde de Rossellón, de Conflent y de Cerdaña y señor de Montpellier, y a la señora Esclaramunda, su esposa, asimismo como reina y por condesa de dichos lugares y señora de Montpellier.
Y cuando todo esto se hubo cumplido, con la gracia de Dios, volvióse él a Valencia, con el propósito que antes os he contado, pues quería emplear el resto de su vida en acrecentar y multiplicar la santa fe católica y humillar y aplastar la fe de Mahumet.
En cuanto estuvo en la ciudad de Valencia, se dedicaba a sus entretenimientos y diversiones, iba de caza y practicaba otros deportes, y mientras iba cazando visitaba todos los castillos y villas del reino. Y cuando estuvo en Játiva, fue la voluntad de Dios que le acometiera una enfermedad de fiebre. Y estuvo muy enfermo, que no podía levantarse, y todos los médicos tenían muy mala impresión, especialmente porque ya había cumplido los ochenta años, y ya es sabido que cuando una persona es vieja no puede tener la recuperación que tiene un joven; pero, no obstante, en todo momento continuó siendo hombre de sano juicio y de muy buena memoria.
Y estando como estaba enfermo, los sarracenos del reino lo supieron, y como estaban en guerra con él[10], entraron más de mil hombres a caballo y gran multitud de a pie y penetraron hasta Alcoy.
En aquella acometida se encontraron con Don García Ortiz, que era el lugar teniente del procurador de dicho reino, y combatieron con él y con la buena compañía que dicho García Ortiz llevaba, que era de hasta doscientos hombres a caballo y quinientos peones. Quiso Dios que en aquel encuentro muriese dicho García Ortiz y gran número de sus compañeros. De modo que, estando el señor rey Don Jaime en la cama, llegó a saberlo y gritó:
—Traedme pronto mi caballo, y aparejad mis armas, que quiero ir contra los traidores sarracenos, que se figuran que ya estoy muerto. ¡Que no lo crean, que antes he de destruirles a todos!
Y la voluntad le impulsaba tanto contra ellos, que, en su desvarío, quiso levantarse del lecho, pero no pudo.
Entonces levantó las manos hacia Dios y dijo:
—¡Ah, Señor! ¿Por qué os complacéis en que yo, en este momento, me encuentre sin fuerzas? De prisa, puesto que no puedo levantarme, que salga pronto mi estandarte y haced que me lleven en andas hasta que estemos junto a ellos, que estoy seguro que cuando yo esté ante esos villanos y ellos vean las andas donde yo yazga, de inmediato han de darse por vencidos, y así los cobraremos todos, muertos o presos[11].
Y tal como él lo mandó se hizo; pero antes de que él estuviese junto a ellos, el señor rey Don Pedro, su hijo, se adelantó y arremetió contra ellos. La batalla fue muy dura y cruel, y no es de extrañar, pues por cada cristiano que había, había cuatro sarracenos. Pero dicho señor rey Don Pedro cabalgó tan firmemente entre ellos que los puso en derrota; pero perdió dos caballos, y por dos veces tuvieron que descabalgar caballeros suyos para cederle sus caballos, y él montaba en ellos y ellos permanecían a pie. De modo que los sarracenos, aquel día, fueron todos muertos o prisioneros. Y mientras los cristianos levantaban el campo, el estandarte del señor rey Don Jaime apareció en las andas en que lo traían.
Y el señor rey Don Pedro, su hijo, se mostró muy satisfecho de aquello; pero tuvo miedo de que el señor rey, su padre, no sufriera algún daño al realizar su afán. Y cabalgó y vino hacia él, y se apeó e hizo poner las andasen el suelo y detuvo el estandarte, y besóle los pies y las manos, y llorando dijo a su padre:
—¡Ah, padre y señor! ¿Qué es esto que habéis hecho? ¿Cómo no pensasteis que yo ocuparía vuestro lugar y que vos no haríais falta?
—Hijo, no me digas esto —dijo él—. Pero ¿qué ha sido de los malvados sarracenos?
—Padre y señor, Dios y vuestra bondad y firme sombra y ventura los ha vencido, y todos son muertos y prisioneros.
—Hijo, ¿es cierto lo que me decís?
—Sí, padre y señor.
Entonces él levantó las manos hacia el cielo y dio las gracias al Señor Dios verdadero, y besando tres veces a su hijo en la boca, le dio su bendición muchas veces.
Y cuando dicho señor rey Don Jaime hubo visto esto y dadas muchas gracias a Nuestro Señor, volvióse a Játiva, y el rey Don Pedro, su hijo, se fue con él. Y cuando estuvieron en Játiva, por un lado estaban muy satisfechos por la victoria que Dios les había dado, pero por otro estaban descontentos al ver al señor rey Don Jaime tan desvalido.
Pero fue acordado por el señor rey Don Pedro, su hijo, y por los barones y prelados, caballeros, ciudadanos y prohombres de la villa de Játiva que, aprovechando la reanimación y alegría que el señor rey Don Jaime sentía por la batalla que el señor rey Don Pedro, su hijo, había ganado, le llevasen a la ciudad de Valencia. Y así fue acordado y así se cumplió.
Cuando estuvo en la ciudad de Valencia, toda la ciudad salió a recibirle, y lo llevaron al Real, y allí confesó muchas veces y comulgó, y luego le dieron la extremaunción, y tomó muy devotamente todos los sacramentos de la santa Iglesia delante de todos. Y cuando lo hubo hecho, sintió en su interior la gran alegría de ver el buen fin que Dios le había otorgado, e hizo llamar a los reyes sus hijos y a sus nietos, y a todos dio su bendición y les adoctrinó y encomendó con su buen juicio y su buena memoria, encomendándolo todo a Dios, y encomendándose a sí mismo, con las manos cruzadas puestas sobre el pecho, dijo la oración que Nuestro Señor verdadero Dios Jesucristo dijo en la cruz. Y cuando terminó de decirla, el alma partió de su cuerpo y se fue al Paraíso a los seis días de la salida de julio del año mil doscientos setenta y seis, con gran sosiego.
Y legó que su cuerpo fuese llevado a la Orden de Poblet, que es de monjes blancos y se halla en el centro de Cataluña.
Los duelos y los llantos y los lamentos y gritos empezaron por toda la ciudad, que no quedó ricohombre, mesnadero ni caballero, mujeres y doncellas, que todos iban tras el estandarte y de su escudo, y diez caballos a los que habían cortado la cola. Y así iban todos llorando y lamentándose, y este luto duró en la ciudad tres días.
Y luego, cuantos eran honorables acompañaron el cuerpo, y en cada castillo, villa o lugar donde llegaban, así como antes solían recibirle con grandes bailes y grandes alegrías, ahora le recibían con grandes llantos y gritos y exclamaciones. De manera que, con tanto dolor como oís, el cuerpo fue llevado a la Orden de Poblet.
Cuando estuvo allí, ya habían llegado arzobispos, obispos y abades, priores y abadesas, religiosos, condes, barones, mesnaderos, caballeros, ciudadanos, hombres de las villas y hombres de toda condición venidos de todas sus tierras, de modo que, a seis leguas de distancia, por las villas y los lugares no podían caber. Y allí fueron los reyes sus hijos, y las reinas y los nietos y las nietas que nacido habían. ¿Qué os diré? Tanta era la acumulación de la gente que había una infinidad, de modo que resultó que jamás se había encontrado tanta gente reunida para sepultar a ningún señor.
Y aquí, estando todos juntos, con grandes procesiones y con muchas oraciones y grandes llantos y lamentos y gritos, él fue enterrado. ¡Dios en su misericordia haya su alma! Y así yo creo que él está entre los santos en el Paraíso, amén. Y esto es lo que cada uno debe creer.
Y bien podemos decir, en conclusión, de este señor: que en buena hora nació, bien perseveró y su fin fue el mejor. Y me complace lo que los habitantes de Mallorca ordenaron: que todos los años, el día de San Silvestre y de Santa Coloma, en que fue tomada Mallorca por dicho señor rey, se haga una procesión general por la ciudad con el estandarte de dicho señor rey. En aquel día rezan todos por su alma, y todas las misas que se cantan en aquel día en la ciudad y en toda la isla se cantan por el alma de dicho señor rey y para que Dios salve y guarde a sus descendientes y les dé victoria y honor sobre todos sus enemigos.
Por esto suplicaría a mi señor el rey de Aragón que por gracia y merced suya ordenara, con los prohombres de la ciudad de Valencia, que el día de San Miguel todos los años se hiciera procesión general en Valencia para el alma de dicho señor rey y para que Dios acrezca y mejore en todo tiempo a sus descendientes y les dé victoria y honor sobre todos sus enemigos, y esto porque la ciudad fue tomada la víspera de San Miguel por dicho señor rey Don Jaime; y que todos los presbíteros de la ciudad de Valencia, y religiosos, cantasen misas aquel día por el alma de dicho señor rey y por la razón antedicha. Y todavía, que ordenasen dicho señor rey y dichos prohombres de la ciudad que al día siguiente se hiciera limosna general, y esto para siempre. Y así cada uno procurará obrar bien y se esforzará lo mejor que pueda, y de este modo serán gratos a Dios y honrados en este mundo. Con mayor motivo cuanto, en Valencia, no se hace limosna ninguna, y en todas las otras ciudades del mundo se hace, y Dios acrecienta sus bienes y los multiplica.
Y de ahora en adelante dejaré de hablar de dicho señor rey Don Jaime y hablaré de dicho señor rey Don Pedro de Aragón y de Valencia y conde de Barcelona, hijo mayor suyo, y de los otros descendientes de él, y de cada uno en su lugar y en su tiempo.
Cuando dicho señor rey Don Jaime hubo pasado a mejor vida, dicho señor infante Don Pedro, hijo suyo, y dicho señor infante Don Jaime, igualmente hijo suyo, se coronó cada uno rey; eso es, a saber: que el infante Don Pedro fue a Zaragoza y allí reunió las cortes, y pusiéronle la corona del reino de Aragón con gran solemnidad y con gran alegría y grandes fiestas. Y si quisiera contar los dones y gracias que le otorgaron, largo sería de contar.
Y cuando la coronación estuvo hecha en Aragón, vínose a la ciudad de Valencia, y asimismo fueron muy grandes las cortes que se celebraron, y vinieron gentes de Castilla y de todas partes, que recibieron de él grandes dones y grandes gracias, y fue recibido y coronado rey del reino de Valencia.
Fuese después a la ciudad de Barcelona, donde asimismo celebró grandes cortes y donde estuvo mucha gente. Y recibió con gran gloria y gran alegría la guirnalda con que fue coronado conde de Barcelona y señor de toda Cataluña.
Nadie se figure que Cataluña es una pequeña provincia, antes quiero que sepa todo el mundo que en Cataluña hay, en general, un pueblo más rico que ningún otro pueblo que yo sepa haya en ninguna otra provincia, aun cuando la mayor parte de gentes del mundo se figuran que son pobres.
Es verdad que en Cataluña no existen aquellas riquezas en moneda que ciertos hombres señalados tienen en otras tierras, pero la comunidad de pueblo es el más bien regido del mundo y viven mejor y más acomodadamente en sus casas con sus esposas y sus hijos que ningún otro pueblo que en el mundo exista.
Por otra parte, os diré una cosa de la que os maravillaréis, pero si bien lo buscáis, así lo encontraréis: que de ningún lenguaje hay tantas gentes que lo hable como de catalanes, pues si queréis buscar castellanos ya veréis que la verdadera Castilla es poca y poco extensa y hay muchas provincias que cada una habla su lenguaje, que son tan diferentes como los catalanes de los aragoneses. Y aun cuando catalanes y aragoneses pertenezcan a un mismo señor, la lengua no es una, sino muy distinta. Y lo mismo encontraréis en Francia y en Inglaterra y en Alemania y por toda Italia y por toda Romanía: que los griegos que son del emperador de Constantinopla son igualmente muchas provincias, así como la de Morea y del reino del Arta, y de la Blaquia, y del reino de Salónica, y del reino de Macedonia, y del reino de Anatolia, y de otras muchas provincias, en las cuales hay tanta separación en los lenguajes como entre los catalanes y aragoneses. Y lo mismo ocurre en las otras provincias del mundo; y así se dice que no hay ningún tártaro que haga nada con sus manos, sino que guerrean constantemente y van con sus mujeres y sus hijos por el mundo guerreando constantemente; y se dice que los tártaros son mucha gente y no lo son, sino que parecen ser muchos porque someten muchas otras naciones del mundo. Y así podéis pensar que, si los catalanes hiciéramos lo mismo, seríamos muchos más que ellos, y os diré que seríamos el doble.
Y aquí os llevo dichas cosas de los catalanes, que son la verdadera verdad y serán muchos los que se maravillarán y lo tendrán por fábula, pero pueden decir lo que quieran que así es la verdad.
Después que el rey Don Pedro hubo recibido las coronas y que, por la gracia de Dios, fue coronado, fue visitando sus tierras.
Con seguridad de él puede decirse que nunca hubo señor que con tan pocas muertes como él dio por justicia fuese tan temido y respetado por sus gentes. De tal manera mantuvo la paz en sus reinos que, con el saco de los florines y de las doblas, podían ir los mercaderes y cualquier otro hombre, por toda la tierra, a salvo y seguros.
Igualmente el señor infante Don Jaime fue a Mallorca, y coronóse rey de Mallorca con gran alegría y gran fiesta, que celebraron sus gentes. Y luego vino al Rosellón y Perpinyá, y tomó la guirnalda de tres condados, eso es, a saber: de Rosellón, de Cerdaña y de Conflent. Y entonces celebró cortes generales, en las que estuvieron gran número de barones de Cataluña y de Aragón y de Gascuña y del Languedoc. En aquella corte se dieron muy ricos dones. Y luego fuese a Montpellier, y asimismo tomó y entró en posesión de la señoría de Montpellier y de la baronía.
Y cuando todo esto quedó hecho, cada uno de ellos reinó en su reino con gran energía y lealtad y con gran rectitud, a gusto de Dios y de sus pueblos y con verdadera justicia.
Ahora volveré a hablar del señor rey Don Pedro.
El señor rey Don Pedro siguió visitando sus reinos y todas sus tierras. Ocurrió que fue a Barcelona y pensó que era necesario que cobrase el tributo de la casa de Túnez y que, puesto que había muerto Mostansar (que fue el mejor sarraceno del mundo después de Miramamolín de Marruecos, y después de Saladino, soldán de Babilonia), no procedía que, sin más ni más, dejase de cobrar dicho tributo. Y llamó a consejo gran número de sus consejeros y particularmente al noble Don Conrado Lanza, y delante de todos ellos le dijo:
—Don Conrado, ya sabéis cómo el otro año fuisteis vos a pedir el tributo de Túnez, después de la muerte de Mostansar, que era un gran amigo de nuestro padre; y sabéis que no nos han remitido nuestro tributo, sino que mejor parece que nos lo retengan como indebido. Por esto es menester que nosotros hagamos que les duela y les demostremos nuestro poder; por ello nos hemos propuesto deponer ese rey que hay ahora y que pongamos a Mirabussac, su hermano, como rey y señor… Y haremos que se cumpla lo que es de justicia, y siempre dará mucha honra a la casa de Aragón que se pueda decir que nosotros hemos puesto al rey de Tunis, y por eso es menester que así se haga.
—Señor —dijo Don Conrado—, decid entonces por qué habéis tomado tal decisión y por qué queréis que se cumpla, a fin de que todos conozcan cumplidamente los motivos. Y cuando lo hayáis dicho, cada uno habremos de deciros lo que juzguemos mejor para vuestra honra.
Y el señor rey Don Pedro dijo:
—Decís bien. Quiero que sepáis que Mostansar, como os he dicho antes, fue un gran amigo de nuestro padre y le remitía todos los años su tributo y muchas joyas. Ahora es verdad que él ha muerto y no ha quedado ningún hijo, sino que han quedado sus dos hermanos: uno, que es el mayor y se llama Mirabussac, y el menor, Miraboaps. Dicho Mirabussac, el mayor, había sido mandado, con grandes huestes de cristianos y sarracenos, hacia Levante para lograr que pechasen aquellas tierras, y en Túnez había quedado Miraboaps. Cuando Mostansar murió, después de haber legado el reino a Mirabussac, Boaps, que estaba en Túnez, sin esperar a su hermano, se levantó como rey de Túnez de manera falsa y malvada. Y cuando Mirabussac supo la muerte de su hermano el rey, fuese hacia Túnez; pero cuando Boaps supo que venía su hermano, mandó decirle que si apreciaba su vida que no se acercase, pues debía saber que, si lo hacía, le cortaría la cabeza. De modo que Mirabussac volvióse a Capis, y allí estuvo y está todavía sin saber qué hacer. De modo que obraremos de acuerdo a lo que es de derecho y que se cumpla la voluntad de Mostansar. Para ello armaremos diez galeras, y queremos que vos, Don Conrado, seáis su capitán y mayor. Iréis directamente a Capis y entregaréis vuestras cartas a Mirabussac, y a Ben Margan, y a Benacia, y a Don Barquet, que son estos tres los principales barones que se encuentran en Frequia y que tienen el mayor poder, y son hombres que están obligados a nosotros por sí mismos y por sus padres, a quien nuestro señor padre el rey hizo que Mostansar, rey de Túnez, que ha muerto, les hiciera grandes donativos, por lo que ellos harán cuanto nosotros les mandemos, y vos se lo diréis de nuestra parte. Y dispondréis con ellos que con todo su poder vayan por tierra con Mirabussac delante de Túnez y vos iréis primero con las galeras a dicho puerto de Túnez y destrozaréis dicho puerto y os apoderaréis de todas las naves y leños que allí estén, tanto de cristianos como de sarracenos, y asimismo tomaréis cuantas vinieran. De este modo privaréis de víveres a la ciudad, de modo que ningún repuesto puedan tener por mar. Al mismo tiempo, secretamente, llevaréis cartas, que mandaréis a la mayor parte de los Moats. Y cuando los de la ciudad vean la gran carestía que sufrirán de víveres, se rebelarán contra Boaps, y especialmente les mandaréis decir que jamás las diez galeras nuestras y más partirán de dicho puerto mientras no hayan recibido por rey y por señor a Mirabussac, que debe ser su rey y señor. Y así como lo he dispuesto se cumplirá con la voluntad de Dios.
Después de lo dicho, Don Conrado Lanza y los demás del consejo dijeron que estaba muy bien dicho y dispuesto y que alababan al señor rey por decidir que así se hiciera.
De inmediato dicho señor rey Don Pedro hizo armar en Barcelona cinco galeras y otras cinco en la ciudad de Valencia. Y puede decirse que fueron tan bien armadas que podían dar buena cuenta de otras veinte galeras de cualquier otro país. Cuando dichas galeras estuvieron armadas, dicho Don Conrado se quiso embarcar, y fue a despedirse del rey, que se encontraba en la ciudad de Lérida. Y dicho señor rey le entregó las cartas que debía llevar y ordenó los capítulos de todo cuanto debía hacer.
Entre otras cosas que había en los capítulos, estaban éstas: que en cuanto se hubiese entrevistado con Mirabussac, y con Ben Margan, y con Benacia, y con Don Barquet, y con los Moats, que estaban en Capis, y hubiese dispuesto su entrada en Túnez, hiciera jurar a dicho Mirabussac y confirmar por los otros con juramento y homenaje por el que prometieran que en cuanto como sería rey de Túnez le pagaría todo el tributo que durante aquel tiempo se le debiera; y que de ahora en adelante y para siempre la casa de Túnez estaba obligada a entregar el tributo a quienquiera que fuese el rey de Aragón y conde de Barcelona; y que esto lo firmasen los Moats todos. Por otra parte, que siempre el alcaide mayor que hubiese en Túnez para los cristianos fuese ricohombre o caballero natural de dicho señor rey de Aragón y el que dicho rey de Aragón dispusiera, y que lo podría destituir o cambiar en cualquier momento, según su voluntad. Y que en cualquier sitio donde guerreasen con el rey o por sí mismos debían llevar el estandarte con el escudo del señor rey de Aragón y que todos debían respetar aquel estandarte igual que el del rey de Túnez. Y todavía, que el recaudador de la gabela del vino, que es cargo importante, fuese catalán y que el señor rey de Aragón pudiese nombrarlo, por cuanto la mitad de los derechos de dicha gabela debía y debe ser del señor rey de Aragón. Y que, por otra parte, el señor rey de Aragón debería nombrar un cónsul, en poder del cual se establecería la jurisdicción de todos los mercaderes catalanes, patronos de las naves y marineros que viniesen a Túnez y en todo el reino, y que asimismo tuviese otro en Bugía.
Todas estas cosas y muchas otras franquicias que todas están en escrituras prometió y otorgó entonces dicho Mirabussac a dicho señor rey de Aragón y a sus gentes. Y así lo confirmó y firmó cuando hubo entrado en Túnez como rey y señor.
Y de este modo, dicho Conrado, con las cartas y capítulos, dejó al rey y fue a embarcarse en Valencia con las cinco galeras, y marchó luego a Barcelona, donde encontró las otras cinco galeras.
Y así embarcóse, con la gracia de Dios, en aquella hora y en aquel lugar, y cumplió todo aquello que dicho señor rey Don Pedro le había mandado, y todavía hizo más. ¿Qué más os diré? Que él puso a dicho Mirabussac como rey y señor de Túnez, de aquel modo y forma que el señor rey Don Pedro había dictado. E hizo mucho más, pues con él entró en Túnez llevando el estandarte del señor rey, y no quiso entrarlo por el portal, sino que lo puso encima de la torre del portal. Y luego, cuando hubo hecho esto, confirmó todos los capítulos tal como más arriba se ha dicho, y con todos los tributos enteros y con muchas joyas, muy ricas y preciadas, aparte del tributo, que el rey de Túnez mandaba al señor rey de Aragón, se marchó batiendo por toda la Berbería hasta Ceuta, cogiendo muchas naves y leños y taridas a los sarracenos; de modo que jamás hubo hombre que pudiese cumplir mejor su cometido.
Y con aquellas ganancias se volvió a Cataluña y encontró al señor rey en la ciudad de Valencia, donde dicho señor rey le recibió con buena cara y buena voluntad. Y del haber que traía y de las joyas, el señor le dio una buena parte a él y a todos los que estuvieron en las galeras y, con lo que habían ganado en el viaje y con esto que les dio el señor rey se hicieron ricos o bien acomodados.
Y así veis qué buen comienzo quiso dar Nuestro Señor al señor rey después que fue coronado.
Ahora dejaré de hablar de él, que ya sabré volver a hacerlo cuando sea tiempo y lugar, y hablaré del emperador Federico y de sus hijos, pues así conviene a nuestra materia.
Verdad es que el emperador Federico fue, por su sangre, el hombre más sabio del mundo y el mejor de todos. Fue elevado a emperador de Alemania con el acuerdo y beneplácito del santo padre apostólico, y fue elegido donde elegírsele debía y por aquellos a quienes correspondía elegirle, y luego confirmado en Milán y en Roma por el padre santo apostólico y por todos aquellos a quienes correspondía que lo confirmaran. Y entró plena y legítimamente en posesión de todo cuanto pertenecía al imperio.
Sin embargo, como Dios no quiere que hombre alguno tenga plena satisfacción ni placer cumplido, por obra del diablo surgió la discordia entre él y el papa. De qué parte surgió el entuerto no me pertenece a mí decirlo, por lo que no os he de decir nada. Pero el trastorno y la guerra crecieron y se multiplicaron entre la santa Iglesia y el emperador, y eso duró mucho tiempo.
Mucho más adelante se hicieron las paces entre la santa Iglesia y él, con el convenio de que él pasara a Ultramar para conquistar la Tierra Santa y que sería el jefe mayor de todos los cristianos que allí estaban o que allí irían, quedando así todo el imperio bajo su poderío y mandato.
Concluida esta paz, el emperador pasó a Ultramar con gran poderío y obró con acierto, ganando muchas ciudades y lugares que quitó a los sarracenos. Después de mucho tiempo que estaba allí tuvo que volverse hacia acá; por culpa de quién ni por qué razón no seré yo quien lo diga, y ya la podéis buscar. Pero en cuanto estuvo de vuelta de aquellos mares, volvió la guerra entre él y la santa Iglesia, es decir, con los que regían la santa Iglesia. Y asimismo os digo que tampoco sabréis la culpa de esta guerra por mí, pues como no vino por causa mía no es el caso de que sea yo quien deba hablar. ¿Qué os diré? Que la guerra duró tanto como él vivió.
Y cuando murió dejó tres hijos, los más inteligentes y mejores que fuesen nacidos de señor alguno, aparte del señor rey Don Jaime de Aragón, del que antes os he hablado. De los tres hijos, a Conradino le hizo heredero de lo que tenía de su patrimonio en Alemania; al otro le hizo rey y heredero de Sicilia y del Principado, y de Tierra de Labor, y de Calabria, y de Pulla y de los Abruzos (tal como os he contado antes), que llevaba por nombre el rey Manfredo, y el otro fue rey de Cerdeña y Córcega, y tenía por nombre Eus.
Y así cada uno de estos tres señores tuvieron sus tierras con gran lealtad y rectitud, pero los clérigos trataron de desposeerlos de todo cuanto tenían, valiéndose de la sentencia que el padre santo había dado contra su padre el emperador. E instaron a cuantos reyes de cristianos había en el mundo a que se apresuraran a la conquista; y no encontraron a ninguno que quisiera emprenderla, y particularmente ocurrió así con el santo rey Luis de Francia, que en aquellos tiempos tenía convenios y mantenía gran amistad con el emperador Federico, y lo mismo ocurría con el rey Don Eduardo de Inglaterra, y asimismo con el rey de Castilla, y asimismo con el rey Don Pedro de Aragón, que tenía a la hija de dicho rey Manfredo por esposa. Y por ello pasaron mucho tiempo en estos tratos, pues no encontraban quien quisiera tomarlo.
La verdad es que por aquella ocasión el rey Luis de Francia tenía un hermano, cuyo nombre era Carlos, que era conde de Anjou; y los dos hermanos tenían por esposas a dos hermanas, que eran hijas del conde de Provenza, que era primo hermano del rey Don Pedro de Aragón, padre del buen rey Don Jaime. Y en vida de dicho conde de Provenza, el rey Luis de Francia tomó a su hija mayor por esposa. Y cuando el conde de Provenza hubo muerto, quedó la otra hija, y el rey de Francia trató que la hubiere el conde de Anjou, su hermano, por esposa, con todo el condado de Provenza; y así fue conde de Anjou y conde de Provenza.
Cuando se hubo celebrado este matrimonio, la reina de Francia tuvo grandes deseos de ver a la condesa su hermana, y la condesa asimismo tuvo grandes deseos de ver a la reina. Así que, finalmente, la reina mandó rogar al conde y a la condesa que cuando el conde viniese a Francia, al condado de Anjou, que trajera a la condesa para que pudiera verla. Y el conde y la condesa se lo otorgaron.
Y no transcurrió mucho tiempo que el conde llevó la condesa a París, donde estaban el rey y la reina. Y el rey y la reina, para su satisfacción, hicieron celebrar grandes cortes e hicieron venir condes y barones con sus respectivas esposas. Y cuando la corte estuvo llena de condes y de barones, de condesas y de baronesas, el sitial se hizo solamente para ella, y a sus pies se puso el asiento para la condesa su hermana y para las demás condesas, de lo cual la condesa de Provenza se sintió tan dolida de que su hermana la reina no la sentara más cerca que por poco rompe a llorar. Y en cuanto hubo estado en esta situación un momento, dijo que le dolía el corazón y que quería irse a la posada, de modo que ni la reina ni nadie la pudo detener. El conde, que supo que la condesa se había ido sin esperar la comida, se sintió muy disgustado, porque la quería más que ningún señor ni hombre alguno pueda amar a su esposa. Fuese hacia ella, y la encontró llorando en su lecho. Y él, inflamado de indignación, porque pensó que alguno o alguna pudiese haberle dicho alguna cosa que la disgustara, la besó y la dijo:
—Amiga, decidme qué es lo que tenéis, que si ninguna persona os ha dicho algo que os desagrade, estad segura de que inmediatamente he de vengaros, sea quien sea.
Y la condesa, que sabía que él la amaba más que nada en el mundo, díjole:
—Señor, puesto que me lo pedís, he de decíroslo, pues yo para vos nada puedo mantener en secreto. ¿Qué mujer hay en el mundo tan dolida como yo, que hoy he recibido el mayor deshonor que nunca haya sufrido una gentil mujer en ningún tiempo? Vos sabéis y estáis seguro de que vos sois hermano, de padre y de madre, del rey de Francia, y asimismo yo soy hermana, de padre y de madre, de la reina, y hoy, que toda la corte estaba llena, la reina se sentó en su sitial, y yo, con las otras condesas, me senté a sus pies, de lo que me siento muy dolida y por deshonrada; de manera que, incontinenti, os ruego que mañana nos volvamos a nuestra tierra, que por nada del mundo quiero permanecer aquí.
A esto le respondió el conde:
—¡Ah, condesa! No toméis esto a mal, que ésta es la costumbre, que con la reina no puede ni debe sentarse ninguna mujer que no sea reina. De modo que para consolaros, os juro por el sacramento de la santa Iglesia y por el buen amor que os tengo que si yo estoy vivo antes de que pase un año vos llevaréis corona en la cabeza y seréis reina y podréis sentaros en el sitial de la reina vuestra hermana. Y de esto os hago juramento y os beso en la boca.
Con esto la condesa quedó conformada, pero sin que el dolor se le quitara de las entrañas, y al cabo de cuatro días precipitó las cosas y se despidió del rey y de la reina y se volvió a Provenza con el conde, con lo cual quedaron muy descontentos el rey y la reina, puesto que tan pronto se iban.
En cuanto el conde hubo vuelto a Provenza con la condesa, hizo armar cinco galeras y fuese a Roma a ver al papa. Y cuando estuvo en Roma, el papa y los cardenales maravilláronse de que hubiese venido de aquel modo, pues nada habían sabido, y, no obstante, le recibieron con mucho honor y le dieron una gran fiesta. Al día siguiente mandó decir al papa que reuniera su colegio, que quería explicarles el motivo de su venida. Y el papa así lo hizo.
Y cuando el papa y los cardenales estuvieron reunidos, mandaron decirle que viniera; y él compareció, y cuando estuvo entre ellos, todos se levantaron y le hicieron un puesto bueno y distinguido, como correspondía a un hijo de rey como él era. Y cuando todos estuvieron sentados, inició así su razonamiento:
—Padre santo, he oído que habéis instado a todos los reyes e hijos de reyes de la cristiandad a que emprendieran la conquista del rey Manfredo, y todos os han dicho que no. Yo, en honor vuestro y de la santa romana Iglesia y de la santa fe católica, emprendo dicha conquista en la forma que vos prefiráis concederla a los reyes: por esto he venido sin pedir consejo a mi hermano el rey de Francia ni a ningún otro, y ningún hombre sabe que haya venido. De modo que yo, con tal de que sea abastecido por el tesoro de la Iglesia, estoy dispuesto a emprender y ordenar de inmediato dicha conquista, ya que de otro modo, padre santo, si no me abastecéis de moneda, de nada serviría mi poder, pues mi riqueza no es tanta que a esto pudiese subvenir, y mayormente que, como vos sabéis, el rey Manfredo es uno de los grandes señores del mundo y que más honorablemente vive y dispone de muy buena caballería, por lo que será necesario que empecemos empleando grandes fuerzas.
El papa, entonces, fue a besarle en la boca y le dijo:
—¡Hijo de la santa Iglesia, sé bienvenido! Yo, en nombre de Dios y por el poder que de Dios me ha sido dado, por San Pedro y San Pablo, te doy muchas gracias por el ofrecimiento que me has hecho, y yo, en cambio, te pongo la corona del reino de Sicilia y de todo cuanto posee el rey Manfredo y te hago rey y señor hasta tres generaciones y prometo abastecerte de tanta moneda como necesites del tesoro de San Pedro hasta que hayas llevado a cabo dicha conquista.
Y así le fue otorgado aquel día, que fue día maldito para los cristianos, que, por aquella señalada donación, se perdió toda la tierra de Ultramar y todo el reino de Anatolia, que los turcos quitaron al emperador de Constantinopla, y se ocasionó, se ocasiona y se ocasionará gran mortandad de cristianos, por lo que puede decirse que aquel día fue día de llanto y dolor.
Así que salió el conde del consistorio con la corona en la cabeza y otra corona que llevaba en la mano, que el papa le dio para que se la pusiera a la condesa cuando estuviese en Marsella y la coronara reina. Y le cedió un cardenal, que fue legado del papa, para que de parte del papa, y junto con el rey Carlos, se la pusiera en la cabeza y la coronase reina de Sicilia. Y así se cumplió.
Cuando todo esto estuvo hecho, se despidió del papa, y el papa publicó esta donación y esta coronación y entregó un gran tesoro al rey Carlos y ordenó al cardenal que no se apartara de él. Y el rey Carlos volvióse a Marsella, donde encontró a la condesa, que tuvo una gran alegría y gran satisfacción, sobre todo cuando fue coronada reina.
Realizado todo esto, el rey Carlos y la reina su esposa entraron en Francia y vinieron a París, y las reinas se sentaron juntas en un mismo sitial, de lo que cada una se sintió muy satisfecha. Pero si ellas estuvieron muy complacidas, el rey de Francia tuvo gran disgusto por lo que el rey Carlos había hecho; de modo que si pudiera deshacerlo lo haría con mucho gusto; pero no tanto como para faltarle a su hermano, sino que le prestó socorro y ayuda cuanto pudo. Asimismo le prestaron ayuda todos los barones de Francia, ya sea en dinero o en personas, de tal modo que él se preparó con gran poder y vino contra el rey Manfredo y entró en su tierra.
Cuando el rey Manfredo supo que el rey Carlos se le venía encima, siendo como era aquel señor valiente entre los reyes que en el mundo hubiere, preparóse y fue con todas sus fuerzas a la entrada de su reino, y cada uno de ellos llegó a la batalla muy valerosamente. Seguramente el rey Manfredo hubiese ganado la batalla si no fuera que el conde de Quesarte y el conde de la Serra y otros de sus barones, que debían atacar la vanguardia, se pasaron al rey Carlos y se volvieron contra su señor el rey Manfredo, de lo cual las gentes del rey Manfredo fueron muy descorazonados. No obstante, el rey Manfredo no perdió en nada el buen tino, sino que atacó valientemente allí donde vio el estandarte del rey Carlos; y la batalla en aquel lugar donde se encontraban los dos reyes fue muy cruel y furiosa, y duró desde la mañana hasta la noche. Y quiso Nuestro Señor que el rey Manfredo muriese en ella, y cuando llegó la noche su gente vio que no encontraban al rey Manfredo, y así, derrotados, se marchó cada uno huyendo hacia sus territorios.
De este modo el rey Carlos alcanzó el reino, y en cuanto a esto, no quiero decir cómo y de qué manera, pues no pertenece a la materia de la cual he de hablar, y por esto os digo solamente que él fue señor de Sicilia y de toda la tierra después de esta batalla. Y esto ocurrió el año 1266, el día 27 de febrero.
No tardó mucho tiempo en llegar de Alemania el rey Conradino con mucha gente contra el rey Carlos para vengar al rey Manfredo y al rey Eus, que habían muerto en la batalla. Llegado el día, luchóse contra el rey Carlos, y quiso Dios que la derrota fuese para el rey Conradino y sus gentes. Y el rey Carlos fue el vencedor y levantó el campo y cogió vivo al rey Conradino y, por mal que esté hecho, cortóle la cabeza en Napóles, cosa que todos los príncipes del mundo y las demás gentes mucho le reprocharon; pero así se hizo.
De este modo el rey Carlos no tuvo enemigo en su tierra ni hubo hombre alguno que se dispusiera a preparar ninguna venganza, hasta que el rey Don Pedro de Aragón, para honrar a su mujer y a sus hijos, se hizo el ánimo de vengar aquellas muertes.
Y de esto dejaré ahora de hablar, bien que ya volveré a hacerlo en su tiempo y lugar, y volveré a hablar del señor rey Don Pedro de Aragón.
Dicho señor rey Don Pedro fue arreglando sus reinos y tuvo gran satisfacción de que el noble Don Conrado Lanza hubiese cumplido como él le mandó y hubiese puesto rey en Túnez, tal como habéis oído. Y luego arregló todos sus arsenales, tanto de Valencia como de Tortosa y de Barcelona, para que las galeras estuviesen a cubierto, e hizo arsenales en todos los lugares donde le parecía que tenía que tener galeras.
Y bueno sería que el señor rey de Aragón pusiera su empeño en esto que yo le diré: que ordenase cuatro arsenales para sus marinas, que fuesen las atarazanas conocidas; dos de uso ordinario y otras dos para casos de necesidad. Las dos de necesidad estarían una en Barcelona y la otra en Valencia, porque son las dos ciudades en las que hay mayor fuerza de hombres de mar que en ninguna ciudad haya. Las otras dos, en buen orden, que estuvieran una en Tortosa, que es ciudad noble y buena, que está en la frontera de Cataluña y Aragón; y podrían armarse veinticinco galeras que, en cuanto estuvieran fuera del río, nadie se daría cuenta. E igualmente en Cullera, donde acudirían todos aquellos del reino de Murcia y de Aragón y de Castilla en gran número, sin que nadie lo supiera, y que, armadas y aparejadas, podrían de este modo entrar en el mar. Que, de verdad, no sé de ningún príncipe ni rey que pudiera tener dos tan hermosos arsenales ni tan secretos como serían el de Tortosa y el de Cullera.
Por lo cual, señor rey de Aragón, preguntad a vuestros hombres de mar qué les parece esto que yo digo, que estoy seguro que aquellos que de ello tendrán noticia os han de decir que así es de verdad. Al arsenal de Tortosa irán siempre de Cataluña y de Aragón y al arsenal de Cullera todos aquellos del reino de Valencia y de Murcia y de las fronteras y de los lugares que tenéis hacia Castilla. Y en cada una de estas ciudades, con cinco mil libras haréis un hermoso arsenal, y en cada uno de estos arsenales podréis tener veinticinco galeras, y luego, en Barcelona, otras veinticinco, y en el arsenal de Valencia otras veinticinco; y así podréis tener cien galeras aparejadas, cuando os convenga, contra vuestros enemigos. Además, las veinticinco de Tortosa y las otras veinticinco de Cullera las podréis armar en forma que los enemigos que podáis tener no sepan nada, con tal de que estén fuera de los ríos.
Por lo que, señor, haced lo que haría un buen administrador, que en vuestra tierra hay ricohombre o caballero que con poca riqueza hace más que otro con mucha. Y esto ¿por qué ocurre? Por el buen cuidado y buena administración que tiene. Por lo que, señor rey de Aragón, atended a tener mucho cuidado y buena administración, y así podréis realizar todos los proyectos que acudan a vuestra mente, puesto que os acordáis de Dios y de su poder y, con la ayuda del vuestro, podréis realizar lo que sea de vuestra voluntad.
En cuanto al arsenal de la ciudad de Barcelona y aquel de Valencia…, si en orden los ponéis, pensad que, con la ayuda de Dios, someteréis a cristianos y a sarracenos que contra vuestra real señoría y contra los vuestros quieran luchar; y si lo hacen, de inmediato les podréis castigar, que vuestro poder es mucho mayor de lo que las otras regiones del mundo se figuran, y podéis verlo por las conquistas que por el señor rey vuestro padre se hicieron sin la ayuda de dineros y de cruzada, que la Iglesia no quiso darle. Que más de veinte mil misas se cantan hoy, en este día, y todos los días, en cuanto el santo rey Don Jaime conquistó sin ayuda ni cruzada, que no tuvo de la Iglesia, puesto que el reino de Mallorca, y el reino de Valencia, y el reino de Murcia conquistó sin cruzada ni ayuda de la Iglesia. Gracias a lo cual la Iglesia recibe hoy tanto que mucho sería decir que de otros cinco reinos no recibe tanto en diezmos y primicias como obtiene de estos tres reinos. Por lo que la santa Iglesia de Roma y aquellos que la rigen deberían pensar en el acrecentamiento que han alcanzado gracias a la casa de Aragón, y que lo reconocieran cerca de sus descendientes. Pero esto es lo que consuela: que si el padre santo y los cardenales no lo reconocen, el Rey de reyes, Nuestro Señor Dios verdadero, lo recuerda y les ayuda en todas sus necesidades y les hace progresar de lo bueno a lo mejor, y así lo hará, si Dios quiere, en lo porvenir.
Cuando el señor rey Don Pedro tuvo noticia de las batallas y las victorias que obtuvo el rey Carlos en la conquista que hizo, estuvo muy disgustado por el amor que sentía por mi señora la reina, su esposa, y por sus hijos, a los que amaba mucho. Por lo que sintió en su corazón que jamás estaría alegre mientras no hubiese tomado venganza. De modo que ordenó en su corazón[12] lo que todo sabio señor debe ordenar en los grandes hechos que emprende: pensar en su comienzo, en su continuación y en su final. De otro modo hombre alguno puede alcanzar nada si no piensa en estas tres cosas. En cuanto a la primera, os diré que era en la que con mayor urgencia debía pensar: que antes de que nada empezara, debía saber quién le debía ayudar y de quién debía guardarse. La otra, que tuviera dinero bastante que le alcanzara. La tercera, que realizara sus actos tan en secreto que nadie tuviese la menor sospecha de lo que llevaba en su mente, sino él únicamente, puesto que pensaba que su propósito era tal que ningún hombre le permitiría que lo intentara, puesto que ningún hombre debería metérselo en la cabeza.
Y por esto, a fin de que nadie se lo transformara, no quiso descubrirlo a nadie, pues cada uno puede pensar quién sería el que consentiría al rey Don Pedro que comenzase una guerra contra la Iglesia, que cuenta con el poder de todos los cristianos, y luego contra la casa de Francia, que es la más antigua casa de reyes que exista en la cristiandad; y con cada una de estas dos cosas se le había metido en el corazón comenzar la guerra. Y si a alguno se lo preguntara, no habría nadie en el mundo que se lo alabara. Pero él, confiando en Dios y en la rectitud del derecho que quería mantener, pensó que con su mente y buen criterio, con la ayuda de Dios, trataría de llevar a cabo la venganza que pudiese tomar por el padre y los tíos de mi señora la reina, su esposa, y del abuelo y tíos abuelos de sus hijos. Cada uno puede pensar con cuánta pena vivía mi señora la reina, su esposa, cuando supo que su padre y sus tíos habían muerto.
Y es que el señor rey Don Pedro amaba más a mi señora la reina que a nadie en el mundo, por lo que todo el mundo puede comprender cuánto sufría cuando estaba con ella, y cada uno puede repetir lo que decía Muntanyagol: «Muy cerca tiene la guerra, si está dentro de su casa; y más cerca todavía si la tiene en su almohada».
Por esto el señor rey compartía sus sentimientos y un lamento de su esposa le partía el corazón, de modo que, pensándolo todo, decidió que lo mejor era que tomase venganza, y aun una vez tomada esta decisión, entendió que no debía descubrírsela a nadie, y por esto puso mayor atención en las tres cosas que antes os he dicho; o sea, a saber: que nadie pudiese venir contra su reino; la otra, la moneda con que podía contar; y la otra, que no hubiese hombre alguno que supiera lo que intentaba hacer.
Y en lo primero que pensó fue en la casa de Francia. Es verdad que mientras era infante y vivía su padre había ido un invierno a Francia para ver al rey de Francia y a la reina, su hermana, a la que mucho amaba. Y pensó que igualmente si iba en invierno nada perdería de su tiempo ni haría falta en la frontera de los sarracenos, puesto que los sarracenos en invierno no pueden guerrear, a causa de que van muy mal equipados y mal vestidos y le temen más al frío que nadie en el mundo. Y por esto entró en Francia.
Y cuando ya estuvo en Francia, le recibieron con gran honor y tuvieron gran satisfacción y alegría el rey de Francia y la reina. Allí estuvo un par de meses, con grandes diversiones; y allí torneaba y lanceaba a caballo e iba con armas con los caballeros e hijos de los caballeros que habían ido con él y con muchos barones y condes de Francia, que lo probaban para complacerle y honrarle.
¿Qué os diré? Tanto afecto nació entre dicho señor rey Don Pedro y el rey de Francia que de una misma hostia consagrada comulgaban los dos, y se rendían homenaje y se juraban que jamás uno iría contra otro por ninguna persona del mundo, sino que se ayudarían y marcharían juntos contra todos. El afecto fue tan cordial entre los dos como puede serlo entre dos hermanos, de suerte que el rey de Francia, y yo lo vi por mí mismo, cuando cabalgaba, llevaba en sus sillas y en sus cuarteles el escudo del rey de Aragón, por el afecto que le tenía, y en otro cuartel su escudo de las flores, y lo mismo hacía el señor rey de Aragón.
Luego dicho señor rey de Aragón volvióse muy complacido del rey de Francia y de la reina, su hermana.
Y esto os lo he contado como un avance, porque luego convendrá que hablemos de esta unión, cuando habrá lugar, según nuestro propósito.
Ahora dejaré de hablar de esta cuestión y volveré a los negocios que ocupaban al señor rey Don Pedro. Recordando el convenio y la firmeza de los acuerdos entre él y el rey de Francia, creía que la casa de Francia era algo con lo que podía contar seguro y que ningún daño tenía que temer de aquella parte para nada suyo gracias a aquella firmeza y juramento, y especialmente por el gran afecto que había entre ellos, y además porque había ya hijos, que eran mayores, y eran sus sobrinos. Y como veis, se tuvo por seguro de la casa de Francia. Mientras él se hacía a esta idea, el señor rey de Mallorca se entrevistó con el señor rey su hermano y se dolió de muchos entuertos y otras novedades que el rey de Francia le hacía en Montpellier y en la baronía, de modo que sobre tales entuertos e injurias remitieron conjuntamente sus mensajes a Francia para su rey.
Y el rey de Francia, como quien tiene grandes deseos de ver al rey de Aragón, mandóle decir que él iría a Tolosa y que ellos se preparasen, que allí se verían; pero que si ellos querían que viniese a Perpiñán o a Barcelona, vendría, para hacerles honor. Y los dos hermanos reyes quedaron muy satisfechos de este mensaje y mandáronle decir que les placía que la entrevista se tuviese en Tolosa, y cada uno se preparó para ir a esta entrevista.
El rey Carlos, que supo que se iba a celebrar esta entrevista, mandó a su hijo, que era entonces príncipe de Tarento y luego fue rey, a la muerte del rey Carlos, al rey de Francia y rogóle que fuese junto con él a dicha entrevista; y esto lo hizo porque no había nadie en el mundo a quien tanto temiera como al señor rey Don Pedro de Aragón. Y mandó rogar al rey de Francia, que era su sobrino, que procurase arreglar aquella entrevista en forma tal que no tuviese nada que temer de dicho señor rey Don Pedro de Aragón. Y esto lo hacía especialmente el rey Carlos porque pensaba dirigirse a Romanía contra el emperador Paleólogo, que tenía el imperio de Constantinopla contra razón, pues el imperio correspondía a los hijos del emperador Baldavi, que eran sobrinos del rey Carlos, y por esto se temía que mientras estaría fuera de su reino, el señor rey de Aragón le quitase el reino de Sicilia.
¿Qué os diré? A dicha entrevista vinieron los tres y dicho príncipe, y si alguna vez hubo gran alegría y satisfacción entre reyes y señores, así ocurrió entre estos tres reyes. Pero por nada el príncipe podía lograr que dicho señor rey Don Pedro le pusiera buena cara, antes al contrario, se mostraba siempre enojado y bravío, hasta el punto que un día el rey de Francia y el rey de Mallorca instaron, hallándose en su habitación el señor rey de Aragón, y le dijeron cómo podía ser que él no le hablase al príncipe, que bien sabía que era su pariente carnal, puesto que era hijo de su prima, hija del conde de Provenza, y por otra parte, también era su pariente carnal por su esposa, hija del rey de Hungría, de modo que mucho le tenía debido. Pero, pese a todo, nada pudieron lograr. Aun cuando el príncipe invitó al rey de Francia, y al rey Don Pedro, y al rey de Mallorca, el rey Don Pedro no lo quiso aceptar, de manera que el conde hubo de ceder, a pesar de que el rey de Mallorca le hacía mucho honor, y el príncipe a él, hasta el punto que, al marcharse de la entrevista el rey de Mallorca, se fue con él, y yo les vi, a los dos, entrar en Montpellier, donde se les dio una gran fiesta. Y allí lo tuvo el rey de Mallorca durante ocho días.
Ahora dejaré estar al príncipe y volveré a las entrevistas. Cuando la fiesta, que bien duró quince días, hubo terminado, decidieron tratar de los negocios, y finalmente el rey de Francia prometió al rey de Aragón y al rey de Mallorca, y les juró que en ninguna ocasión, ni por cambio ni por nada, él se avendría a hacer cambios con el obispo de Magalona, ni se entrometería en nada en los asuntos de Montpellier, e igualmente el rey de Francia confirmó la buena amistad que existía entre el señor rey Don Pedro y él, la cual había firmado, como antes se ha dicho, cuando el señor rey estuvo en Francia. Y con todo esto y con otras buenas confirmaciones que hubo entre ellos, se separaron, y el rey de Francia volvióse, por Cohors y por Fijac, a Francia, y el señor rey Don Pedro volvióse a Cataluña, y el señor rey de Mallorca, junto con el príncipe, tal como hemos dicho, se fueron a Montpellier.
Con las seguridades que el rey de Mallorca obtuvo del rey de Francia, durmió tranquilo por lo que respecta a Montpellier. Pero con estas seguridades se vio engañado, puesto que el rey de Francia hizo cambio con el obispo de Magalona, adquiriendo todo lo que el obispo tenía en Montpellier, y cuando el cambio estuvo hecho, el rey de Francia entró en posesión de la parte que dicho obispo tenía en Montpellier. Pero los prohombres de Montpellier de ningún modo querían aceptarlo, antes estaban dispuestos a dejarse descuartizar antes de que su señor el rey de Mallorca sufriera tan gran usurpación.
El rey de Francia convocó sus huestes sobre Montpellier, de manera que se reunieron tantas gentes de a caballo y de a pie que eran una infinidad. Los prohombres de Montpellier se dispusieron muy bien a defenderse. Pero cuando el señor rey de Mallorca supo esto pensó que era mejor dejar que el rey de Francia se posesionara, pues no cabía en su ánimo que, cuando él estuviese con el rey de Francia, no se lo devolviese, por los convenios que existían entre ellos y por el gran deudo y amor que entre ellos había. De modo que transfirió mandamiento a los prohombres de Montpellier para que no se opusieran a la posesión bajo pena de traición, pues no quería enemistades con el rey de Francia, y que tuvieran buen ánimo, que él entraría en Francia, y que supieran que existía tal intimidad y seguridades con el rey de Francia, que él lo arreglaría.
Y así, los prohombres de Montpellier, aun cuando les doliera, hubieron de obedecer el mandamiento de su señor el rey de Mallorca con doble motivo por la esperanza que él les daba. Y he aquí cómo el rey de Francia engañó al rey de Mallorca. Es verdad que el rey de Mallorca entró en Francia y se vio con el rey de Francia aquella y muchas veces, pero siempre le daba excusas de que en aquella ocasión no podía hacerlo, pero que estuviera seguro de que lo haría. Con tan hermosas palabras lo burló mientras estuvo en vida, y de este modo han procedido todos los reyes de Francia hasta el día de hoy. Y no bastó con que tuvieran la parte del obispo, sino que después lo han tomado todo, hasta el punto que éste es el mayor despojo que en el mundo se haya cometido.
Pero podéis estar seguros de que esta usurpación ha de ser causa de una gran guerra y de mucho daño, pues el rey de Aragón y el rey de Mallorca no lo podrán consentir, de modo que podéis creer que habrá de costarle muy caro a la casa de Francia, ya que Dios, por su gracia, lo juzgará según el derecho y la razón que de él procedía y procede.
Ahora dejaré estar eso, pues he de dejarlo a la justicia de Dios y de la verdad, pues por derecho han de acaecer todas las venganzas, y hablaré del rey Don Pedro, que se cree muy seguro del rey de Francia y al final se verá engañado como el rey de Mallorca, de modo que el engaño no hizo más que aumentar. Pero del engaño que él sufrió cobró venganza antes que del todo se consumara, como más adelante veréis.
Cuando el rey Don Pedro partió de Tolosa se creía muy seguro de la casa de Francia, y pensando que igualmente se aseguraría de la casa de Castilla, se vino a Aragón.
La verdad es que el rey Don Alfonso de Castilla, de su esposa la reina, hermana del rey Don Pedro, tuvo dos hijos: el mayor, como antes hemos dicho, que tenía por nombre el de infante Don Fernando, y el otro, infante Don Sancho. Al mayor le dio por esposa a la hija del rey Luis de Francia, hermana del rey Felipe, que tenía por esposa una hija del señor rey de Aragón. Y por esto, como el rey Don Alfonso de Castilla y el rey Felipe de Francia eran cuñados, pues estaban casados con las hijas del rey Don Jaime de Aragón, ordenaron que se hiciera aquel matrimonio del hijo mayor del rey de Castilla con la hermana del rey Felipe, que se llamaba mi señora Blanca, y diéronsela con la inteligencia de que, después de la muerte del rey Don Alfonso, él fuese rey de Castilla, puesto que era el hijo mayor que tenía. Y dicho infante Don Fernando tuvo de dicha señora Doña Blanca dos hijos, que se llamaron, uno, Don Alfonso, y otro, Don Fernando. Y cuando hubo tenido estos dos hijos dicho infante Don Fernando, plugo a Dios que tuviera una enfermedad y pasara a mejor vida, lo que causó gran pena, pues era muy buena persona y justiciera. Cuando el señor rey de Aragón supo la muerte de su sobrino, estuvo muy disgustado, puesto que le quería tanto como a sus propios hijos, y era de mucha razón que así fuera, pues no había nadie en el mundo a quien el infante Don Fernando quisiera tanto como a su tío el rey de Aragón.
Al poco tiempo, el señor rey de Aragón entró en Castilla con escaso acompañamiento y efectuó en tres días y tres noches ocho jornadas y llegó donde estaban los hijos del infante Don Fernando y cogiólos y los llevó al reino de Valencia y los puso en el castillo de Játiva, donde les hizo educar como correspondía a hijos de rey. Y esto lo hizo por dos razones principales: la primera, por el gran amor que sentía por su padre, que no quería que nadie les pudiese hacer daño en sus personas; la otra, porque si el infante Don Sancho, sobrino suyo, no se portaba bien con él, tendría aquellos infantes, de los que podría elegir rey para Castilla. De este modo tendría la casa de Castilla sujeta a su voluntad. Cuando el rey de Castilla lo supo, se sintió muy satisfecho; pero podéis creer que no lo estuvo el infante Don Sancho.
No pasó mucho tiempo cuando el rey de Castilla hizo jurar a gran número de rícoshombres de sus reinos al infante Don Sancho para que fuese rey después de su muerte. Y cuando esto estuvo hecho, el infante Don Sancho viose con su tío el rey de Aragón, que también le amaba mucho, y díjole:
—Padre y señor, ya sabéis que el rey mi padre me ha hecho jurar por gran número de sus ricoshombres, y es verdad que hay algunos que se oponen a ello y no me quieren jurar por cuanto habían jurado al infante Don Fernando, mi hermano, que sería rey después de la muerte de nuestro padre. Ahora, padre y señor, a vos debe pareceros mejor que yo sea rey y no que sea rey ninguno de mis sobrinos. Me doy cuenta de que todo esto está en vuestra mano, por lo que os ruego y suplico que vos seáis mi valedor; y si no me quisiereis ayudar, que plazca a vuestra merced no oponerse, pues con tal de que no seáis vos mi enemigo, de Dios para abajo no hay hombre alguno que pueda impedirlo.
Cuando el señor rey de Aragón hubo oído lo que su sobrino le dijo (y al que él amaba tanto como si fuese hijo suyo) respondióle:
—Sobrino, bien he comprendido lo que habéis dicho, y os respondo que, si vos queréis ser para mí el que debéis ser y que yo me sé, podéis estar seguro de que yo no seré vuestro contrario, con tal de que hagáis lo que yo quiera, y que de esto me prestéis juramento y me rindáis homenaje.
Y él dijóle:
—Padre y señor, pedid lo que queráis que yo haga, que todo cuanto mandéis ahora y siempre estoy dispuesto a hacerlo y no otra cosa, y de esto os hago juramento y homenaje en mi calidad de hijo de rey.
—Entonces —dijo el señor rey—, os diré lo que haréis. La primera cosa, que me prometáis que siempre vendréis en mi ayuda, con todas vuestras fuerzas, contra todos los hombres del mundo, y que por ninguna razón ni por ninguna persona, contra mí ni contra mis reinos vendréis vos ni haréis venir a ningún otro. Y la otra razón, que me prometáis que, cuando vuestros sobrinos sean mayores, tenga yo noticia de que les dejaréis parte del reino, de manera que queden bien establecidos.
—Padre y señor —dijo él—, vos me decís cosas que son razonables, que yo os prometo que haré, pues todas son buenas y redundan en honor mío, de manera que estoy dispuesto a hacerlo, seguro, en la forma que vos mandéis.
Después de esto, estas cosas fueron firmadas, como más arriba se ha dicho, con juramento y homenaje, y además con escrituras públicas. Y hecho este convenio entre ellos, el infante Don Sancho volvióse alegre y satisfecho a Castilla, y díjolo todo a su padre, de lo que tuvo gran alegría y satisfacción y confirmó al señor rey de Aragón todo cuanto su hijo le había prometido.
Y ahora dejaré de hablar de ellos y hablaré del señor rey Don Pedro, y estuvo muy alegre y satisfecho de lo que había arreglado, pues, de este modo, se creía seguro con respecto a Castilla.