[Imagen anterior] Tabla comparativa de cuatro teóricos confeccionada a partir de la del programa de software de guión Dramatica, a la que he añadido la teoría de Scribe.
Uno de los aspectos más importantes de la estructura de Scribe era que el desenlace permitía que el espectador saliera de la obra satisfecho, sin inquietudes, bien content. Casi siempre se trataba de un final feliz, pero cuando no lo era, resultaba aceptable para cualquier buen padre de familia burgués.
Si analizamos las películas de Steven Spielberg a la luz de los principios de Scribe, encontramos tantas semejanzas que llegamos a preguntarnos si el director estadounidense no habrá imitado al dramaturgo francés a propósito. En primer lugar, nunca se sale del decoro y se ocupa sólo de asuntos que son lugares comunes, incluso en sus películas más atrevidas, como La lista de Schlinder o Amistad, porque criticar a los nazis o la esclavitud es elogiable y hasta necesario, pero no es en ningún caso arriesgado. Spielberg también se preocupa de que el espectador salga siempre del cine bien content y en alguna ocasión ha declarado que nunca hará una película que pueda provocar pesadillas a un niño, lo que explica el interminable desenlace de Inteligencia Artificial, donde el niño robot muere pero resucita miles de años después. Y al igual que Scribe, que producía obras sin parar, suyas o ajenas, y que ingresó con todos los honores en la Academia Francesa, Spielberg ha creado su propia factoría cinematográfica, ha sido premiado con numerosos Oscar y ha llenado las salas de cine durante décadas. Scribe pareció definir con ciento cincuenta años de anticipación el cine de Spielberg cuando dijo que los espectadores no acudían al teatro para ser instruidos o corregidos, sino para relajarse y entretenerse con historias ficticias, extraordinarias y románticas.
Aunque hoy casi nadie recuerda a Scribe, su influencia llegó al cine a través de teóricos del teatro, como William Archer o George Pierce Baker, o de todo tipo de dramaturgos, desde los que aplicaban sus fórmulas de manera mecánica hasta quienes parecían seguirlas pero se alejaban de ellas en el momento más inesperado, como Heinrik Ibsen, Oscar Wilde y J. B. Priestley.