Los alcanzó frente a la casa de Rhyme. Se había desplazado rápido como la serpiente enroscada que Jerry Banks llevaba consigo como si fuera un recuerdo de Santa Fe.
Acompañado de dos agentes, Dellray los abordó desde un callejón lateral.
—Buenas noticias, cariño —anunció—. Estás arrestada por sustraer pruebas bajo custodia del gobierno de los Estados Unidos.
Lincoln Rhyme se había equivocado. Al fin y al cabo, Dellray no se había dirigido al edificio federal, sino que se había limitado a seguirles.
Banks hizo una mueca de fastidio.
—Lárgate de aquí, Dellray. Hemos salvado a la víctima.
—Cuánto me alegro. De no ser así, me habría visto obligado a acusaros de homicidio.
—Pero si le hemos salvado la vida —intervino Sachs—. Al contrario que usted.
—Es usted muy amable, oficial. Y ahora, enséñeme sus muñecas.
—Déjese de tonterías.
—Espose a esta dama —dijo el Camaleón en actitud dramática, dirigiéndose a uno de los agentes que lo acompañaba.
—Hemos encontrado nuevas pruebas —adujo Sachs—. Tiene a alguien más. Y no sé cuánto tiempo nos queda.
—Ah, y ese muchacho también está invitado a la fiesta —dijo Dellray, refiriéndose a Banks, quien se volvió hacia la agente del FBI que se aproximaba a él, con evidente intención de neutralizarla.
—No se lo recomiendo —dijo Dellray, con una sonrisa.
Banks levantó las manos con un gesto de desagrado.
Sachs, aunque enfadada, se limitó a sonreír.
—¿Qué tal le fue en Morningside Heights?
—El taxista estaba muerto, pero nuestros chicos están peinando la casa como abejas en una colmena.
—No creo que encuentren nada —dijo Sachs—. Ese tipo conoce la escena del crimen mejor que usted y que yo.
Apariencia | Residencia | Vehículo | Otros |
---|---|---|---|
Raza caucásica, hombre, constitución menuda. | Probablemente tiene una casa en un lugar seguro. | Taxi. | Conoce el procedimiento que se sigue en la escena del crimen. |
Ropas oscuras. | Localizado cerca de: B'way & 82ª, ShopRite B'way & 96ª, Anderson Foods, Greenwich & Bank, ShopRite 2ª Avda., 72-73, Grocery World, Battery Park City J & G's Emporiu 1709 2ª Avda, AndersonFoods 34ª & Lex, Food Warehouse 8ª Avda. y 24ª, ShopRite Houston & Lafayette ShopRite 6ª Avda. & Houston, J & G's Emporium Greenwich & Franklin Grocery World. | Sedán, modelo reciente gris claro, plateado o beige. | Posiblemente esté fichado. |
Guantes viejos de piel de cordero color rojizo. | Edificio viejo mármol rosa. | Coche alquilado, quizá robado | Sabe disimular las huellas dactilares. |
After-shave ¿para disimular otro olor? | Arma: colt calibre 32. | ||
Pasamontañas azul marino. | Ata a las víctimas con nudos poco corrientes. | ||
Los guantes son oscuros. | Le gustan las cosas «viejas». | ||
After-shave=colonia corriente. | Llamó a una de las víctimas «Hanna». | ||
El pelo es castaño. | Tiene rudimenos de alemán. | ||
Cicatriz profunda en dedo índice. | Le atraen los subterráneos. | ||
Ropa informal | Doble personalidad. | ||
Tal vez sea sacerdote, trabajador social o consejero. | |||
Desgaste inusual de la suela del zapato ¿lector voraz? | |||
Escucha mientras rompe los huesos de las víctimas. |
—Lleváosla —dijo Dellray, sin dejar de mirar a Sachs, que frunció el ceño al sentir que las esposas se cerraban sobre sus muñecas.
—Podemos salvar al siguiente, si usted…
—Ya conoce el procedimiento, oficial Sachs. Puede guardar silencio, todo lo que diga puede ser utilizado en su contra, etcétera, etcétera.
—¡Un momento!
La voz llegó desde su espalda. Sachs volvió la cabeza y vio a Jim Polling. Se acercaba presuroso por la acera. Llevaba un pantalón de pinzas y un niqui deportivo, arrugados ambos. Daba la impresión de que se hubiera quedado dormido con ellos puestos, pero por su rostro fatigado era evidente que hacía varios días que no dormía. Iba sin afeitar y llevaba revuelto su pálido cabello rubio.
Dellray apretó los labios, pero no era el policía quien le preocupaba, sino la alta figura del fiscal del Distrito Sur que asomaba detrás de Polling. Algo más atrás, avanzaba el jefe Perkins.
—Está bien, Fred, deja que se vayan —dijo el fiscal.
Con la meliflua voz de un locutor de FM, el Camaleón trató de explicarse.
—Han robado pruebas, señor…
—Sólo quería hacer un análisis forense —adujo Sachs.
—Escuche… —comenzó Dellray.
—No —intervino Polling, completamente tranquilo—. Ya hemos escuchado bastante —dijo, y a continuación se dirigió a Sachs—. Pero nada de ironías.
—No, señor. Por supuesto que no, señor.
El fiscal del distrito se dirigió a Dellray.
—Fred, hiciste una apuesta pero has perdido. Lo siento, cosas de la vida.
—La pista era buena —se disculpó Dellray.
—En fin, el caso es que vamos a cambiar la orientación de la investigación —dijo el fiscal.
—Hemos hablado con el director y con los psicólogos —intervino el jefe Perkins— y nos parece que Rhyme y Sellitto están en el buen camino.
—Pero mi chivato fue muy claro. En el aeropuerto pasaba algo. Y le aseguro que no me mentiría en algo como esto.
—Voy a ponerte las cosas claras —dijo el fiscal del distrito. Comenzaba a impacientarse—. No sabemos lo que pretende ese cabrón, pero el caso es que ha sido el equipo de Rhyme quien ha salvado a sus últimas víctimas.
Dellray apretó los puños.
—Eso es verdad, señor, pero…
—Agente Dellray, la decisión ya está tomada.
La brillante tez oscura de Dellray, tan marcial cuando dirigía a sus hombres junto al edificio federal, se había vuelto sombría.
—Como usted diga, señor.
—La última víctima no estaría viva de no ser por la intervención de la detective Sachs, aquí presente —dijo el fiscal.
—Agente Sachs —corrigió Amelia—, además, me limito a ser las piernas de Rhyme, por así decirlo.
—El caso vuelve a la ciudad —declaró el fiscal—. El FBI proseguirá investigando las posibles conexiones con grupos terroristas, pero dedicando al caso un esfuerzo limitado. Todo lo que averigüen les será comunicado a los detectives Rhyme y Sellitto. Dellray, ponga a su disposición los hombres y el material que necesiten cuando lo necesiten. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Muy bien. Y ahora, ¿le importaría retirarles las esposas a estos agentes?
Dellray les quitó las esposas y las deslizó en sus bolsillos. Luego se acercó a una furgoneta aparcada junto a la acera. Sachs recogió la bolsa con las pruebas y lo miró. Se había detenido junto a una farola y acariciaba con el índice el cigarrillo que llevaba en la oreja. Amelia se compadeció de él por un instante, antes de dar media vuelta y precipitarse escalera arriba, tras Jerry Banks y su serpiente de cascabel.
—Lo había imaginado. Bueno, casi.
Sachs acaba de entrar en la habitación de Rhyme cuando éste hizo aquella afirmación. Parecía muy satisfecho de sí mismo.
—Casi —dijo ella, y entregó las nuevas pistas a Mel Cooper. La estancia había sufrido una nueva transformación y las mesas estaban cubiertas de tubos, viales, cajas y equipos de laboratorio. No era gran cosa comparado con el laboratorio de los federales, pero para Amelia Sachs fue como volver a casa.
—¿Y bien? —dijo.
—Mañana es domingo… perdón, hoy es domingo. Va a quemar una iglesia.
—¿Cómo lo sabe?
—Por la fecha.
—¿En el trocito de papel? ¿Qué significa?
—¿Has oído hablar de los anarquistas?
—¿Rusos con gabardina que arrojaban aquellas bombas que parecían bolas de bolera? —intervino Banks.
—He ahí la aportación de alguien que se educó leyendo cómics —comentó Rhyme con una sonrisa—. Harías bien en cultivarte un poco, Banks. El anarquismo fue un movimiento social que abogaba por la abolición de todas las formas de gobierno. Un anarquista, Enrico Malatesta, tenía el siguiente lema: «La propaganda por los hechos»; que, traducido, significa, más o menos, asesinatos y alboroto callejero. Uno de sus seguidores, un americano llamado Eugene Lockworthy, vivía en Nueva York. Cierta mañana de domingo, bloqueó las puertas de una iglesia del Upper East Side justo después de que comenzara el servicio y prendió fuego al lugar. Murieron dieciocho personas.
—¿Y eso ocurrió el 20 de mayo de 1906? —preguntó Sachs.
—Exacto.
—No voy a preguntarle cómo lo ha deducido.
Rhyme se encogió de hombros.
—Es obvio. A nuestro asesino le gusta la historia, ¿no es así? Nos deja unas cerillas para que sepamos que va a provocar un incendio. He estado recordando los incendios más famosos de la ciudad: Triangle Shirt, Crystal Palace, el barco turístico General Slocum… Luego he comprobado las fechas. El 20 de mayo fue el incendio de la Primera Iglesia Metodista.
—Pero ¿dónde? —preguntó Sachs—. ¿En la iglesia?
—Lo dudo —dijo Sellitto—. El solar está ocupado ahora por un rascacielos. A 823 no le gustan los sitios nuevos. Tengo un par de hombres en el lugar, pero seguro que el siguiente crimen será en una iglesia.
—Y creemos —dijo Rhyme— que va a esperar a que comience el servicio.
—¿Por qué?
—Muy sencillo, eso es lo que hizo Lockworthy —prosiguió Sellitto—. También hemos pensado en lo que nos dijo Terry Dobyns sobre que estaba subiendo la apuesta. Quiere ampliar el número de víctimas.
—Bueno, si espera a que comience el servicio, quiere decir que tenemos algo más de tiempo.
Rhyme miró al techo.
—¿Cuántas iglesias hay en Manhattan?
—Cientos.
—Era una pregunta retórica, Banks. Quiero decir, hay que concentrarse en las pistas que tenemos. La elección se limitará a unas pocas.
Se oyeron pasos en la escalera.
Se trataba de los Hardy Boys.
—Nos hemos cruzado con Fred Dellray.
—No ha sido muy amable.
—Ni cortés.
—Eh, mira eso —dijo Saul, o eso le pareció a Rhyme, que había olvidado quién tenía pecas—. He visto más serpientes esta noche que en toda mi vida.
—¿Serpientes?
—Hemos estado en Metamorphosis. Es un…
—… Lugar muy curioso. Hemos conocido al dueño, un tipo muy raro, como cabe suponer.
—Tiene una barba larguísima. Ojalá no hubiéramos ido de noche —dijo Bedding.
—Venden murciélagos e insectos disecados. Algunos son…
—Asquerosos. Los hay de más de diez centímetros.
—Y también tiene serpientes. Como ésa —dijo Saul, señalando la de Banks.
—Y muchos escorpiones.
—En fin, el caso es que hace un mes entraron a robar. ¿Y sabéis qué se llevaron? Un esqueleto de serpiente de cascabel.
—¿Denunciaron el robo? —preguntó Rhyme.
—Sí.
—Pero el monto total no pasaba de cien dólares, así que no se molestaron en investigar con mucho ahínco, ya sabes.
—Y no se llevaron sólo la serpiente —dijo Saul—, también se llevaron una docena de huesos.
—¿Humanos? —preguntó Rhyme.
—Sí. Y eso es lo que al dueño le parecía increíble. Algunos de esos insectos…
—Algunos medían más de quince centímetros, seguro.
—… Valen tres o cuatrocientos dólares, pero sólo se llevaron la serpiente y algunos huesos.
—¿Qué huesos?
—De varios tipos. Como el Muestrario Whitman.
—Eso dijo él, no nosotros.
—Sobre todo huesos pequeños. Manos y pies, y una costilla, puede que dos.
—El tipo no estaba seguro.
Los Hardy Boys volvieron a marcharse en dirección a la escena del último crimen, con intención de investigar en la vecindad.
Rhyme se quedó pensativo. ¿Qué quería decir la serpiente? ¿Les indicaba un lugar? ¿Estaba relacionada con el incendio de la Primera Iglesia Metodista? Si bien en el pasado Manhattan estaba poblada de serpientes de cascabel, hacía ya mucho tiempo que el desarrollo urbanístico había purgado la isla de ellas. ¿Estaba la clave en la palabra «serpiente»?, ¿o en «cascabel»?
De repente, se le ocurrió una idea.
—La serpiente es para nosotros.
—¿Para nosotros? —dijo Banks, con una risotada.
—Es una bofetada en pleno rostro.
—¿En el rostro de quién?
—De todo el que lo está buscando. Creo que es una broma.
—Pues a mí no me ha hecho ninguna gracia —dijo Sachs.
—Tu expresión fue graciosa —dijo Banks.
—Creo que lo estamos haciendo mejor de lo que esperaba y eso no le gusta nada. Está enfadado y la toma con nosotros. Thom, añade eso al perfil, ¿quieres? Se burla de nosotros.
En aquel instante sonó el teléfono de Sellitto.
—Hola, Emma, ¿qué tienes?
Asentía mientras iba tomando notas. Luego levantó la vista y anunció.
—Robos de coches de alquiler. Dos Avis desaparecieron en el Bronx la semana pasada y otro en el Centro. Pero no coinciden los colores: rojo, verde y blanco. También robaron cuatro de Hertz: tres en Manhattan, uno de ellos en el East Side, otro del Centro y otro en el Upper West Side. Había dos verdes y, y éste sí podría ser, uno marrón. Pero se llevaron un Ford plateado de White Plains. Voto por ése.
—Estoy de acuerdo —anunció Rhyme—. White Plains.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Sachs—. Monelle dijo que podía ser plateado o beige.
—Porque nuestro hombre vive en la ciudad —dijo Rhyme—, y cuando se propuso robar algo tan llamativo como un coche, pensaría en hacerlo lo más lejos posible de su residencia. ¿Has dicho un Ford?
Sellitto lo confirmó con Emma.
—Un Ford Taurus. Modelo de este año. Interior de color gris. La matrícula no importa, la habrá cambiado.
Rhyme asintió.
—Dale las gracias y dile que se vaya a dormir, pero que deje el teléfono a mano.
—Lincoln, he encontrado algo —intervino Mel Cooper.
—¿De qué se trata?
—He estado buscando en la base de datos de marcas comerciales —dijo, sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador—. Referencias cruzadas… Veamos… lo que más se parece es Kink-Away, un alisador de cabello fabricado en una peluquería de Harlem.
—Políticamente incorrecto pero muy útil. De modo que Harlem, nuestra iglesia está en Harlem.
Banks se apresuró a consultar el horario de servicios religiosos de los tres periódicos locales.
—He contado veintidós.
—¿A qué hora es el primero?
—Tres tienen servicio a las ocho, seis a las nueve. Una a las nueve y media. El resto a las diez o a las once.
—Se decidirá por uno de los primeros. De nuevo, nos da varias horas para encontrar el lugar.
—Voy a llamar a Haumann y que reúna a los chicos de Emergencias —dijo Sellitto.
—¿Y qué hay de Dellray? —dijo Sachs. Imaginaba al fornido agente esperándolos en la calle, a la vuelta de la esquina.
—¿Qué pasa con él? —preguntó Sellitto.
—También él quiere un pedazo de ese tipo. Metámosle en esto.
—Perkins le dijo que contaríamos con él si necesitábamos ayuda —apuntó Banks.
—¿De verdad quieres que le avisemos? —insistió Sellitto, con extrañeza.
Sachs asintió.
—Sí.
Rhyme estaba de acuerdo.
—Está bien, puede encargarse de coordinar los equipos de rescate de los federales. Quiero un equipo en cada iglesia ya mismo. Que vigilen todas las entradas, pero que tengan cuidado y no espanten a ese tipo. A lo mejor esta vez lo atrapamos.
Sellitto respondió al teléfono. Luego miró hacia arriba y cerró los ojos.
—¡Dios mío!
—Oh, no —masculló Rhyme.
El detective se limpió el rostro sudoroso y asintió.
—Central ha tenido un aviso de 9-1-1 del portero de noche del hotel Midtown Residence. Una mujer y su niña pequeña le llamaron hace unas horas desde La Guardia diciéndole que iban a coger un taxi y todavía no han llegado. Después de tanta noticia sobre los secuestros, se le ocurrió que debía llamar. La mujer se llama Carole Ganz, es de Chicago.
—Demonios —dijo Banks entre dientes—, ¿también una niña? Deberían prohibir la circulación de taxis hasta que atrapemos a ese cerdo.
El rostro de Rhyme expresaba una evidente preocupación. El dolor de cabeza le trajo a la memoria el recuerdo de la escena del crimen de una fábrica de bombas. La nitroglicerina de unos explosivos de dinamita había salpicado un sillón que estaba examinando, y la nitroglicerina provoca agudos dolores de cabeza.
La pantalla del ordenador de Cooper parpadeó anunciando «e-mail». Abrió el programa de correo y leyó el mensaje en voz alta.
—Han polarizado todas las muestras de celofán recogidas por la ESU. Creen que el trozo que encontramos en el hueso de la escena de la calle Pearl procede de un ShopRite. Es muy parecido al celofán que usan en esa cadena.
—Bien —dijo Rhyme y señaló el mapa con la cabeza—. Borra todas las tiendas de alimentación excepto ShopRite. ¿Qué tenemos?
Thom dejó tan sólo cuatro establecimientos:
Broadway con la calle 82
Greenwich con Bank
8a Ave. con la calle 24
Houston y Lafayette
—Es decir, que nos quedamos con el Upper West Side, West Village, Chelsea y el Lower East Side.
—Pero podría haberlos comprado en cualquier parte.
—Por supuesto que sí, Sachs, podría haberlos comprado en White Plains mientras robaba el coche, o en Cleveland cuando estaba de visita en casa de su madre pero, verás, en determinados momentos, todos los criminales se sienten seguros, se relajan y dejan de borrar sus pistas. Los más estúpidos, o los más perezosos, tiran el arma del crimen en el cubo de la basura más cercano, los más listos la arrojan a un vertedero y los verdaderamente brillantes se deslizan en una fundición y la meten en un horno. Nuestro sujeto es muy listo, pero tiene sus límites. Estoy seguro de que piensa que no vamos a buscarlo ni a él ni el lugar donde vive porque espera que nos concentremos en las pistas que nos deja, y, por supuesto, se equivoca, porque es así como vamos a encontrarlo. Y ahora, veamos si podemos acercarnos a él un poco más: Mel, ¿has encontrado algo en las ropas de la víctima en la última escena?
Pero el agua había borrado cualquier posible huella de la ropa de William Everett.
—¿Y dices que nuestro amigo y Everett se pelearon, Sachs?
—No llegaron a pelearse, pero Everett le cogió por el cuello de la camisa.
Rhyme chascó la lengua.
—Debo estar más cansado de lo que creo. Si se me hubiera ocurrido, te habría dicho que recogieras una muestra de debajo de sus uñas. Aunque se haya pasado horas bajo el agua…
—Aquí lo tienes —dijo Sachs, mostrando dos pequeñas bolsas de plástico.
—¿Has recogido una muestra?
Sachs asintió.
—¿Y por qué traes dos bolsas?
Amelia levantó primero una mano y luego la otra.
—Mano izquierda, mano derecha —dijo.
Mel Cooper se echó a reír.
—Ni siquiera a ti se te ocurrió nunca separar las muestras de las dos manos, Lincoln. Es una gran idea.
Rhyme gruñó.
—Es posible que diferenciar las dos manos tenga cierto valor para un forense.
—Es decir —dijo Cooper dirigiéndose a Amelia Sachs—, que le parece una idea brillante y que lamenta que no se le haya ocurrido primero a él.
El técnico examinó las muestras de las uñas.
—Hay restos de ladrillo —anunció por fin.
—No hay ladrillo alrededor del tubo de desagüe, ni en toda la zona —dijo Sachs.
—Sólo son fragmentos. Pero tiene algo adherido y no sé qué puede ser.
—¿Es posible que provenga de la vaquería? Por allí había muchos ladrillos, ¿verdad? —dijo Banks.
—Eso nos dijo nuestra Annie Oakley[55] —dijo Rhyme con una sonrisa, refiriéndose a Amelia. Luego frunció el ceño, pensativo—. Mel, me gustaría echar un vistazo a ese ladrillo, en la pantalla. ¿Puede ser?
Cooper se acercó al ordenador de Rhyme.
—Creo que podré apañármelas —dijo. A continuación conectó un cable entre la salida de vídeo de la pantalla y su propio ordenador. Luego rebuscó en su bolsa y sacó un largo y grueso cable gris—. Un cable en serie —aclaró, y lo conectó entre su ordenador y el Compaq de Rhyme con el fin de transferir nuevo software. Al cabo de cinco minutos, Rhyme, con evidente satisfacción, contemplaba la misma imagen que Cooper veía ante el visor de su microscopio.
Los ojos del criminalista observaron con detenimiento los restos de ladrillo mediante una imagen magnificada. Luego se echó a reír.
—Se ha descubierto a sí mismo. ¿Veis esos globitos blancos pegados al ladrillo?
—¿De qué se trata? —preguntó Sellitto.
—Parece pegamento —sugirió Cooper.
—Exacto. Es pegamento, del que llevan los cepillos que se utilizan para limpiar pelos de perro. Los criminales más cuidadosos los utilizan para limpiarse. Pero le ha salido el tiro por la culata. El cepillo dejó escapar un poco de pegamento que se le pegó a la ropa. Así que ahora sabemos que ese ladrillo procede de su casa. Y ha estado en el cuello de su camisa hasta que Everett le agarró y se lo quitó.
—Pero ¿esa muestra de ladrillo nos dice algo? —preguntó Amelia.
—Es un ladrillo viejo y caro; el ladrillo barato es mucho más poroso. Debe proceder de un edificio oficial o de la vivienda de algún rico. Debe tener cien años de antigüedad, o más.
—Ah, ya lo tengo —dijo Cooper—. Parece otro trozo de guante. Si los malditos guantes se siguen deshaciendo, pronto tendremos alguna huella por fricción.
La pantalla del ordenador de Rhyme parpadeó y al cabo de unos segundos apareció en ella un pequeño trozo de cuero.
—Esto sí que es raro —dijo Cooper.
—No es rojo —observó Rhyme—. Como el trozo anterior. Es negro. Colócalo en el fotómetro de microespectro.
Cooper así lo hizo. Luego dio unas palmadas sobre la pantalla de su ordenador.
—Es cuero, pero el tinte es diferente. Puede que esté manchado, o que haya desteñido.
Rhyme no dejaba de mirar la pantalla, concentrado. De repente se dio cuenta de que tenía problemas. Serios problemas.
—Eh, ¿estás bien? —preguntó Amelia.
Rhyme no respondió. El cuello y la mandíbula comenzaron a temblar violentamente. Un pánico repentino surgió de la cresta de su dormida médula espinal y ascendió hasta la cabeza. Luego, como si se hubiera puesto en marcha un termostato, los escalofríos desaparecieron y comenzó a sudar.
—¡Thom! —susurró—. ¡Thom! ¡Ya está aquí!
Un agudo dolor se extendió por su cabeza, como si atravesara los huesos del cráneo. Apretó los clientes y movió la cabeza, esforzándose desesperadamente por detener aquella agonía insoportable. De nada sirvió. La luz de la habitación se apagó. Dolía tanto que sólo deseaba escapar, huir, echar a correr sobre unas piernas que llevaban años sin moverse.
—¡Lincoln! —gritó Sellitto.
—Tiene la cara completamente roja —dijo Sachs.
Sus manos estaban pálidas, como el marfil. Era como si su sangre, en un esfuerzo descomunal por acudir donde creía ser necesitada, se hubiera precipitado hacia los delgados capilares del cerebro, ensanchándolos, amenazando con hacer explotar sus delicados filamentos.
El ataque se agravaba a cada minuto que pasaba, pero Rhyme era todavía consciente de que Thom estaba junto a él, apartando las mantas. De que Sachs había avanzado hacia él, de que sus preciosos ojos azules lo miraban con enorme preocupación. Lo último que vio antes de caer en manos de una ominosa oscuridad fue al halcón. Había desplegado sus alas, sorprendido por la repentina actividad de la estancia, dispuesto a encontrar una rápida salvación en el aire caliente que se cernía sobre las desiertas calles de la ciudad.