Estoy en la cama con Courtney. Luis está en Atlanta. Courtney tiembla, se aprieta contra mí, se relaja. Me dejo caer a un lado y la espalda me aterriza sobre algo duro y cubierto de piel. Busco debajo del cuerpo y encuentro un gato de peluche con joyas azules por ojos que creo que encontré en F.A.O. Schwarz cuando hacía algunas compras tempranas para Navidad. Me siendo desorientado sobre qué decir, así que suelto:
—Las lámparas de Tiffany… están volviendo.
Casi no la puedo ver en la oscuridad, pero la oigo suspirar, afligida y en voz baja, como el sonido de un frasco de medicinas que se abre con un chasquido, mientras su cuerpo cambia de sitio en la cama. Tiro el gato al suelo, me levanto, tomo una ducha. El programa de Patty Winters de esta mañana era sobre las lesbianas adolescentes y lo he encontrado tan erótico que he tenido que quedarme en casa, sin asistir a una reunión, y me la he meneado dos veces. Sin saber qué hacer, he pasado gran parte del día de modo desordenado en Sotheby’s, aburrido y confuso. Ayer por la noche cené con Jeanette en Deck Chairs y ella parecía cansada y comió poco. Compartimos una pizza que costó noventa dólares. Después de secarme el pelo con una toalla me pongo un albornoz Ralph Lauren y vuelvo al dormitorio; empiezo a vestirme. Courtney fuma un pitillo mientras ve A última hora con David Letterman, con el sonido quitado.
—¿Me llamarás antes de Acción de Gracias? —pregunta.
—Puede. —Me abrocho la camisa, preguntándome por qué he venido aquí.
—¿Qué vas a hacer tú? —pregunta, hablando lentamente.
Mi respuesta es previsiblemente fría.
—Cenar en el River Café. Después iré al Au Bar, seguramente.
—Es agradable —murmura ella.
—¿Y tu y… Luis? —pregunto yo.
—Pensábamos cenar en casa de Tad y Maura —dice, suspirando—. Pero no creo que vayamos.
—¿Por qué no? Me pongo el chaleco de cachemira negra de Polo, pensando: «Me interesa de verdad».
—Bueno, ya sabes como es Luis con los japoneses —empieza con los ojos vidriosos.
Como no continúa, digo, fastidiado:
—Empieza a tener sentido. Sigue.
—Luis se negó a jugar al Trivial Pursuit en casa de Tad y Maura el domingo pasado porque tienen un Akita. —Da una calada al pitillo.
—Preferiría… —Hago una pausa—. ¿Qué pasó?
—Jugamos en mi casa.
—No sabía que fumabas —digo.
Courtney sonríe tristemente, de modo estúpido.
—No te habrás fijado.
—Vale, admito que me molesta, pero sólo un poco. —Voy hasta el espejo Marlian que cuelga encima de un escritorio de madera de teca Sottrass para asegurarme de que el nudo de mi corbata escocesa Armani no está torcido.
—Oye, Patrick —dice ella, con esfuerzo—. ¿Podemos hablar?
—Eres estupenda —digo, suspirando y volviendo la cabeza y lanzándole un beso—. No tenemos nada de qué hablar. Te vas a casar con Luis. Y nada menos que la semana que viene.
—¿Cambia eso algo? —pregunta sarcásticamente, pero no de modo que expresa frustración.
—Lee en mis labios —digo, volviéndome hacia el espejo—. Eres maravillosa.
—¿Patrick?
—¿Sí, Courtney?
—Si no nos vemos antes de Acción de Gracias… —Se interrumpe, confusa—. Que pases un buen día.
La miro durante un momento, antes de responderle, sin entonación:
—Y tú también.
Coge el gato de peluche, le acaricia la cabeza. Salgo al vestíbulo y me dirijo a la cocina.
—¿Patrick? —llama ella suavemente desde el dormitorio.
Me detengo sin volverme.
—¿Qué?
—Nada.