Una noche sin luna, en el vestuario completamente vacío de Xclusive, después de hacer dos horas de ejercicio, me encuentro bien. La pistola que tengo en mi taquilla es una Uzi que cuesta setecientos dólares, y aunque también llevo una Rugen Mini (469$) en mi attaché de Bottega Veneta, un arma que suelen preferir muchos tiradores, sigue sin gustarme su aspecto; hay algo más viril en una Uzi, algo dramático que me excita, y sentado allí, con el walkman en la cabeza, unos pantalones de ciclista negros de lycra de doscientos dólares puestos, un Valium que empieza a hacerme efecto, miro fijamente la oscuridad del vestuario, tentado. La violación y subsiguiente asesinato de una estudiante de la Universidad de Nueva York, ayer por la noche, detrás de Gristede’s, en University Place, cerca de su residencia, por muy inapropiado que fuera el momento, por poco característica que fuera la acción, resultó altamente satisfactorio, y aunque no estoy preparado para este cambio de sentimientos, me encuentro en un estado de ánimo reflexivo y dejo la pistola, que para mí es un símbolo de orden, la vuelvo a guardar en la taquilla, para utilizarla en otro momento. Tengo que devolver unas cintas de vídeo, sacar dinero de un cajero automático, reservar mesa para cenar en 150 Wooster, lo cual era difícil de conseguir.