Una rata

Lo siguiente me lo mandan a mediados de octubre.

Un receptor de audio, el Pioneer VSX-9300S, que incluye un procesador integrado Dolby Prologic Sorround Sound con delay digital, además de mando a distancia infrarrojo que controla hasta 154 funciones programadas y genera 125 vatios de potencia en el altavoz delantero, aparte de 30 vatios en el de atrás.

Una pletina analógica Akai, la GX-950B, que viene con un polarizador de voltaje manual completo, controles de nivel de grabación Dolby, un generador de tono incorporado y un sistema de edición de parada y borrado que permite señalar el comienzo y el final de determinado pasaje musical, que luego puede ser borrado con sólo pulsar un botón. Sus tres cabezas incluyen una unidad que reduce las interferencias al mínimo y un reductor de ruidos reforzado con un Dolby HX-Pro, mientras los controles de su panel frontal se activan con un mando a distancia inalámbrico.

Un multilector de discos compactos Sony, el MDP-700, que sirve tanto para audios como para vídeos —desde singles audio digitales de tres pulgadas hasta discos de vídeo de doce pulgadas—. Contiene un sistema láser visual/audio que fija la imagen, la frena o acelera, con un sistema de motor dual que contribuye a asegurar la regularidad de la rotación del disco mientras el sistema de protección contribuye a evitar que los discos se deformen. Un sistema musical sensor automático que permite elegir hasta noventa y nueve cortes, mientras un buscador automático permite localizar hasta setenta y nueve segmentos de un vídeo-disco. Incluye un mando de control remoto de diez teclas (para la búsqueda de imagen a imagen) y memoria de desconexión. También cuenta con dos juegos de tomas A-V para conexiones de primera calidad.

Un vídeo de alta definición, el DX-5000 de NEC, que combina efectos especiales digitales con una alta fidelidad excelente, y lleva conectada una unidad de cuatro cabezas VHS-HQ, que viene equipada con un programador de veinticuatro horas para ocho acontecimientos, descodificador MTS y posibilidad de conexión de 140 canales por cable. Una mejora añadida: un mando a distancia unificado que me permite saltarme los anuncios de televisión.

Incluido en la cámara Sony CCD-V200 de 8 milímetros, hay un wipe de siete colores, un generador de caracteres, un mando de montaje que también es capaz de grabar automáticamente, lo que me permite, digamos, grabar la descomposición de un cadáver a intervalos de quince segundos o grabar a un perro cuando agoniza, envenenado. El audio tiene integrada una grabadora estéreo en playback, mientras los objetivos del zoom registran hasta un mínimo de cuatro lux de iluminación y en seis velocidades variables.

Un nuevo monitor de televisión con pantalla de veintisiete pulgadas, el CX-2788 de Toshiba, tiene incorporado un descodificador MTS, un filtro CCD, canales programables, conexión para un súper-VHS, siete vatios de potencia por canal, con uno adicional de diez vatios destinado a activar los registros de extra baja frecuencia, y un sistema sonoro Carver Sonic Holographing que produce un efecto estéreo especial en 3-D.

Un giradiscos LD-ST de Pioneer con mando a distancia y el lector multidisco Sony MDP-700 con efectos digitales y programador a distancia universal (uno para el dormitorio, otro para el cuarto de estar), que sirve para todos los tipos de tamaño y formatos de discos de audio y vídeo —discos láser de ocho y doce pulgadas, CD vídeo-discos de cinco y tres pulgadas— con dos entradas autoalimentables. El LD-W1 Pioneer contiene dos discos y lee las dos caras secuencialmente con sólo una interrupción de pocos segundos durante el cambio, de modo que no hay que cambiar ni darles la vuelta a los discos. También tiene sonido digital, mando a distancia y memoria programable. El CDV-1600 lector multidisco de Yamaha sirve para todos los formatos de discos y tiene una memoria de acceso para quince selecciones y mando a distancia.

También me mandan un par de amplificadores Thershold monobloque que cuestan cerca de 15.000 dólares. Y para el dormitorio, una estantería de roble decolorado para poner los nuevos televisores que llegarán el lunes. Un sofá tapizado de algodón hecho a medida con estructura de bronce italiana del siglo XVIII y bustos de mármol sobre pedestales contemporáneos de madera pintada llegarán el martes. Una nueva cabecera de cama (algodón blanco montado en una estructura de cobre beige) también llegará el martes. Una nueva litografía de Frank Stella para el cuarto de baño llegará el miércoles, junto con un nuevo sillón de brazos de ante negro Superdeluxe. El Onica, que vendo, está siendo remplazado por uno nuevo: un gran retrato de un ecualizador gráfico hecho con cromo y colores pastel.

Estoy hablando del HDTV, que todavía no se puede conseguir, con los tipos de la Park Avenue Sound Shop que me traen estas cosas, cuando suena uno de los nuevos teléfonos inalámbricos negros AT&T. Les doy una propina, luego respondo a la llamada. Mi abogado, Ronald, está al otro lado de la línea. Le escucho, asintiendo, señalando a los que han traído los aparatos la puerta del apartamento. Luego digo:

—La cuenta es de trescientos dólares, Ronald. Y sólo tomamos café. —Una larga pausa, durante la que oigo unos extraños ruidos, como chapoteos, procedentes del cuarto de baño. Dirigiéndome cautelosamente hacia éste, con el teléfono inalámbrico en la mano, le digo a Ronald—: Sí, claro… Espera… Pero es que… Pero si sólo tomamos café exprés. —Luego miro dentro del cuarto de baño.

Subida al asiento del retrete hay una gran rata mojada que ha salido —supongo— del desagüe. Está en el borde de la taza del retrete, sacudiéndose el agua, antes de saltar, indecisa, al suelo. Es un animal muy grande y se mueve, inquieto, por las losas, saliendo del cuarto de baño por la otra puerta y entrando en la cocina, adonde la sigo en dirección a los restos de la bolsa de pizza de Le Madri que por alguna razón están en el suelo encima del New York Times de ayer junto al cubo de basura de Zona, y la rata, atraída por el olor, agarra la bolsa con la boca y mueve la cabeza furiosamente, como haría un perro, tratando de alcanzar la pizza de puerros, queso de oveja y trufa, mientras lanza chillidos de hambre. Yo he tomado Halcion, de modo que la rata no me molesta tanto como, supongo, debería molestarme.

Para atrapar a la rata compro una ratonera extra-grande en una ferretería de Amsterdam. También decido pasar la noche en la suite de mi familia del Carlyle. El único queso que me queda en el apartamento es una porción de brie en la nevera, y antes de irme coloco todo el trozo —es una rata grande de verdad— junto a tomate secado al sol y brotes de eneldo, en la ratonera, que a continuación monto. Pero cuando vuelvo a la mañana siguiente, debido al tamaño de la rata, la ratonera no la ha matado. La rata está allí, atrapada, chillando, agitando el rabo, que es de un horrible y translúcido color rosa aceitoso, tan largo como un lápiz y dos veces más grueso, y hace un ruido como de latigazo cada vez que lo golpea contra el borde de roble. Utilizando un recogedor —que me lleva casi una jodida hora encontrar— acorralo a la rata herida en cuanto consigue librarse de la ratonera y levanto el recogedor, sumiéndola en el pánico, lo que hace que chille todavía más alto, amenazándome, enseñando sus afilados y amarillos dientes de rata, y la dejo caer en una sombrerera Bergdorf Goodman. Pero entonces la rata se escapa y tengo que mantenerla en el fregadero, con una tabla con libros de cocina encima, tapándola, e incluso casi se escapa, mientras me quedo en la cocina pensando en modos de torturar a las chicas con este animal (no es sorprendente que se me ocurran muchísimos) y hago una lista que incluye, sin relación con la rata, sajarles los dos pechos y dejárselos planos, al tiempo que les ato alambre de espino alrededor de la cabeza.