De compras

Los colegas a los que tengo que comprar regalos incluyen a Victor Powell, Paul Owen, David van Patten, Craig McDermott, Luis Carruthers, Preston Nichols, Connolly O’Brien, Reed Robison, Scott Montgomery, Ted Madison, Jeff Duvall, Boris Cunningham, Jamie Conway, Hugh Turnball, Frederick Dibble, Todd Hamlin, Muldwyn Butner, Ricky Hendricks y George Carpenter, y aunque podría haber pedido a Jean que hiciera estas compras, hoy le he mandado que firmara, pusiera sello y echara al correo trescientas tarjetas de Navidad con un grabado de Mark Kostabi y luego le he pedido que averiguara todo lo que pudiera de la cuenta Fisher de la que se encarga Paul Owen. En este preciso momento voy Madison Avenue abajo, después de pasarme casi una hora aturdido cerca del final de la escalera de la tienda Ralph Lauren, en la Setenta y dos, mirando los jerseys de cachemira, confuso, hambriento, y cuando por fin he cogido mis pertenencias después de no conseguir que me diera su dirección la tía buena rubia que trabajaba detrás del mostrador, he salido de la tienda gritando:

—¡Que os den mucho por el culo!

Ahora miro ceñudo a un vagabundo acurrucado a la entrada de una tienda que se llama EarKarma, que agarra un letrero que dice: «TENGO HAMBRE Y ESTOY SIN CASA… POR FAVOR AYÚDENME. DIOS SE LO PAGUE», y luego me encuentro andando Quinta Avenida abajo en dirección a Sacks, tratando de recordar si he cambiado las cintas de mi vídeo, y de repente me preocupa mucho que pueda estar grabando Treinta y tantos encima de El caliente coño de Pamela. Un Xanax no me elimina el miedo. Sacks lo intensifica.

… plumas y álbumes de fotos, sujetalibros y maletines ligeros, limpiazapatos eléctricos y toalleros secatoallas y termos de plata y televisores en color portátiles con auriculares del tamaño de la palma de una mano, jaulas y candelabros, felpudos, cestas de merienda y cubos para el hielo, servilletas de lino de tamaño grande bordeadas de encaje y paraguas y palos de golf con el monograma de plata de ley y filtros para el humo y lámparas de despacho y frascos de perfume, joyeros y jerseys, y cestas para guardar revistas y cajas de almacenaje, bolsas para llevar a la oficina, material de oficina, pañuelos, archivadores, agendas, agendas de bolsillo…

Mis prioridades para las Navidades incluyen lo siguiente: 1) reservar mesa en Dorsia para las ocho del viernes para Courtney y yo, 2) conseguir que me inviten a la fiesta de Navidad de los Trump a bordo de su yate, 3) averiguar todo lo humanamente posible sobre la misteriosa cuenta Fisher de Paul Owen, 4) serrarle la cabeza a una tía buena y mandársela por Federal Express a Robin Barker —el muy hijoputa— a Salomon Brothers y 5) disculparme con Evelyn sin que parezca que me disculpo. El programa de Patty Winters de hoy era sobre las mujeres que se casan con homosexuales y he estado a punto de llamar a Courtney para advertirle —como broma—, pero luego he decidido no hacerlo, obteniendo cierta satisfacción al imaginar a Luis Carruthers declarándosele, Courtney aceptando tímidamente y su luna de miel de pesadilla. Miro ceñudo a otro mendigo que tiembla en la llovizna y niebla del cruce de la Cincuenta y siete con la Quinta, me acerco a él y le aprieto la mejilla afectuosamente, luego me río muy alto y digo:

—¡Cómo pestañeaban sus ojos! ¡Qué encantadores sus hoyuelos!

El coro del Ejército de Salvación canta desafinadamente «Alegría del mundo». Saludo con la mano a alguien que es exactamente igual que Duncan McDonald, luego me sumerjo en Bergdorf’s.

… corbatas de cuadros escoceses y jarras de cristal para agua, juegos de copas y relojes de oficina que miden la temperatura y la humedad y la presión barométrica, agendas eléctricas y copas para margaritas, galanes de noche y juegos de platos de postre y espejos y mandiles y jerseys y bolsas de deportes y botellas de champán y tarros de porcelana y toallas de baño con monogramas y minicalculadoras para el cambio de moneda extranjera y agendas plateadas y pisapapeles con peces y cajas de papelería y sacacorchos y discos compactos y pelotas de tenis personalizadas y pedómetros y cafeteras…

Miro mi Rolex, mientras compro loción limpiadora en el mostrador de Clinique, todavía en Bergdorf’s, para asegurarme de que tengo tiempo de hacer algunas compras más antes de reunirme con Tim Severt para tomar unas copas en el Princeton Club a las siete. He hecho dos horas de ejercicio esta mañana antes de ir a la oficina, y aunque podría haber aprovechado este tiempo para que me dieran un masaje (pues tengo los músculos doloridos del agotador régimen de entrenamiento que estoy siguiendo), o un tratamiento facial, aunque me hicieron uno ayer, hay demasiados cócteles durante las semanas próximas a los que tengo que asistir y mi presencia en ellos me obliga a seguir comprando cosas. Me tropiezo con Bradley Simpson de P & P junto a F.A.O. Schwartz, y lleva un traje de lana a cuadros con las solapas muy marcadas de Perry Ellis, una camisa de algodón de Gitman Brothers, una corbata de seda de Savoy, un cronógrafo con correa de piel de cocodrilo de Breil, un impermeable de algodón de Paul Smith y un sombrero de fieltro y piel de Paul Stuart. Después de oírle decir:

—Hola, Davis —inexplicablemente me pongo a enumerar por orden alfabético los nombres de los otros ocho renos del trineo de Santa Claus, y cuando he terminado, él sonríe y dice—: Oye; hay una fiesta de Navidad en Nekenieh el día veinte, ¿nos veremos allí?

Sonrío y le aseguro que el veinte estaré en Nekenieh y me alejo, y me vuelvo para gritarle:

—Oye, gilipollas, ya me gustaría verte morir, hijoputa.

Y me pongo a chillar como un poseso, atravieso la Cincuenta y ocho y golpeo mi attaché de Bottega Veneta contra una pared. Otro coro, en Lexington, canta «Mira a los ángeles de la Anunciación» y bailo claqué, cantando, delante de ellos antes de correr como un zombie hacia Bloomingdale’s, donde me dirijo a toda velocidad al primer colgador de corbatas que veo y le murmuro al joven maricón de detrás del mostrador:

—Fabulosas —mientras acaricio una corbata de seda. Él coquetea y pregunta si soy modelo—. Nos veremos en el Infierno —le digo, y me alejo.

… jarrones y sombreros flexibles con plumas en la cinta y neceseres de cocodrilo con frascos plateados y brochas y cazadores que cuestan doscientos dólares y candelabros y fundas para almohada y guantes y zapatillas y borlas para polvos y jerseys tejidos a mano para la nieve y botas de cuero y gafas de esquí diseño Porsche y antiguos botes de farmacia y pendientes con diamantes y corbatas de seda y frascos de perfume y estuches para naipes y cámaras de fotos y bandejas de caoba y pañuelos de cuello y lociones para después del afeitado y álbumes de fotos y saleros y pimenteros y tostadores y calzadores de doscientos dólares y mochilas y cubetas de aluminio y fundas para almohada…

Una especie de vacío existencial se abre ante mí mientras me paseo por Bloomingdale’s y me obliga a localizar un teléfono y comprobar qué mensajes tengo. A punto de llorar, después de tomarme tres Halcion (pues mi cuerpo ha mutado y se ha adaptado al producto y ya no me induce el sueño, se limita a evitar que enloquezca), me dirijo hacia el mostrador de Clinique donde con mi American Express Platino compro seis tubos de crema de afeitar mientras coqueteo nerviosamente con las chicas que trabajan allí y decido que este vacío tiene, al menos en parte, cierta relación con el modo en que traté a Evelyn en Barcadia la otra noche, aunque siempre existe la posibilidad de que simplemente tenga algo que ver con el aparato del tracking de mi vídeo, y mientras tomo nota mental de que debo causar sensación cuando aparezca en la fiesta de Navidad de Evelyn —incluso he estado tentado de pedirle a una de las chicas de Clinique que me acompañara— también recuerdo que tengo que mirar el manual de instrucciones del vídeo y tratar de resolver ese problema con el tracking. Parezco una niña de diez años que está al lado de su madre, que compra un pañuelo de cuello, algunas joyas, y pienso: no está tan mal. Llevo un abrigo de cachemira, una chaqueta sport lisa cruzada de lana y alpaca, unos pantalones de lana, una corbata de seda estampada, todo de Valentino Couture, y zapatos de cordones de Allen-Edmonds.