Chantaje

Katie y yo regresamos a Londres acompañadas por mi padre, que no permitió que viajáramos solas. Nuestra marcha le quitó un peso de encima, pues la persecución del conde le tenía muy preocupado, sobre todo desde que le vio presentarse en París.

—¿Qué te ha parecido tu visita a Francia? —me preguntó con evidente intención de sondearme.

Le contesté que había sido uno de los períodos más interesantes de mi vida, y ya no quiso indagar más.

Fue maravilloso encontrar de nuevo a Grandmère. Advertí que me estudiaba con curiosidad, y en seguida buscó una oportunidad para charlar conmigo a solas.

—Te noto distinta —me dijo—. Como más joven. He advertido el cambio nada más verte.

Le conté que había visitado la tumba de mi madre y que me había encontrado con Rene en el cementerio.

—O sea, que conociste al hermano de tu padre… ¿Hablaste con él?

—Sí, y se mostró muy amable. Estaba frente a la tumba de Heloïse. En seguida supo quién era yo. Se había enterado de mi estancia en la finca de mi padre, y me reconoció. Dijo que me parecía mucho a mi madre.

Grandmère asintió, emocionada.

—Me pregunto qué pensaría al encontrarte allí. No creo que le dijera nada al viejo. Hubiera habido problemas.

—La verdad es que pareció más interesado por mi chal que por mi persona.

—¿Por tu chal?

—Sí. Se me cayó y, al recogerlo él, vio que estaba hecho de seda Sallon. De ahí pasamos a hablar de Philip: estaba convencido de que había sido Philip el autor del descubrimiento, y se quedó desconcertado cuando le dije que fue idea de Charles.

—Esa familia apenas puede pensar en otra cosa que en la seda. Debieron de llevarse un disgusto tremendo al ver que otros descubrían el método Sallon. ¿Y qué más sucedió?

—¿Te acuerdas del castillo? —le pregunté.

—¿De Carsonne? Pues, claro. Todo el mundo conoce el castillo y a los de la Tour.

—Conocí a Gaston de la Tour.

—¿El actual conde?

Asentí en silencio, y ella no pareció dar ninguna importancia a aquel hecho.

Entonces le expliqué mi aventura con los perros, la invitación a la vendimia del castillo y lo bien que se lo habían pasado juntos Katie y su hijo.

—Muy interesante —comentó, observándome con cierto recelo.

—Volví a encontrarme con él en París.

—¿Quieres decir que te siguió a París?

—No exactamente. Su estancia allí coincidió con la nuestra.

—Y os visteis algunas veces…

Dije que sí con la cabeza.

—Ya veo… O sea, que es eso.

—¿Qué quieres decir, Grandmère?

—Que él es el responsable de tu cambio.

—Yo no noto ningún cambio en mí.

—Pues, créeme, lo hay. ¡Ay, Lenore…! Es la última cosa que hubiera querido para ti. Llevas mucho tiempo preocupándome, porque has vivido muy sola desde la muerte del pobre Philip.

—¿Sola? ¿Contigo, Katie, la condesa y Cassie a mi alrededor?

—Me refiero a que no has tenido un marido a tu lado.

—Echo de menos a Philip, por supuesto.

—Y, a lo que parece…, ese Gaston de la Tour te ha causado una gran impresión.

—Es un hombre impresionante, sin duda.

—Y te ha encandilado con sus títulos, sus propiedades… y su poder.

—Supongo que eso es inseparable de él.

—¿Salisteis juntos muchas veces?

—En París, todos los días. Me llevó a un montón de sitios, y sabe tanto de arte, historia y arquitectura, que me hizo ver las cosas de un modo distinto.

—¡Ay, Lenore…! ¿No te das cuenta de que…?

—Mira, Grandmère… Te estás preocupando sin razón. He regresado a Londres, ¿o no? Podía haberme quedado en París porque él estaba allí.

—Me consta que es muy atractivo y que tiene mucha mano con las mujeres, pero su actitud hacia ellas es absolutamente frívola, y eso no es bueno para ti, Lenore. Conozco bien a esa familia. Durante generaciones y generaciones han sido los amos del lugar. Se creen con derechos sobre toda mujer que se les antoje. Así vivían en los viejos tiempos, y Carsonne no ha cambiado.

—Ya lo sé, Grandmère. Lo tuve siempre presente, pero lo pasé bien con él. Era tan… vital, tan divertido, tan distinto de todos los hombres que conozco… Como tú dices, mi vida ha sido muy gris desde que murió Philip. Disfruté mucho en compañía del conde, pero jamás me engañé respecto de lo que significaba para él nuestra relación ni acerca de cuáles eran sus verdaderos propósitos. Estaba tan resuelta a no dejar que se saliera con la suya, como él a lograrlo. Para llegar a una decisión como ésa, hacen falta dos, Grandmère…, y nosotros no estábamos de acuerdo en ese punto. Sé lo que estás pensando, pero te aseguro que sigo siendo una casta viuda.

—Ese hombre te haría sufrir mucho. Lamento que le hayas conocido.

—No lo lamentes, Grandmère. Ha sido una experiencia que no ha dejado en mí ninguna huella negativa.

—¡Gracias a Dios que estás en casa! —dijo con un suspiro de alivio.

—Katie le admiraba mucho —añadí—. Se mostraba encantador con ella.

—Es natural que lo hiciera, porque en ella veía un medio para llegar a ti. Mon Dieu!… Qué mal lo habría pasado yo de saber que las cosas habían ido tan lejos.

—Ya te digo que siempre fui consciente de la clase de hombre que es.

—Pero puedo advertir que no te resultó indiferente.

—Si te he de ser sincera, hubiera sido muy difícil la indiferencia. Mientras estaba allí oí hablar de la hija de Rene, Heloïse… Dicen que se mató por causa de un amante infiel. Y muchos piensan que el conde tuvo mucho que ver en el asunto. A él le habría encantado seducir a una Saint-Allengère… El enfrentamiento entre ambas familias dura ya demasiado tiempo. Es algo totalmente desprovisto de sentido. Por otra parte, pienso que mi abuelo no es ni muchísimo menos tan santo como aparenta.

—Tienes razón: jamás hubo en el mundo mayor hipócrita.

—A esa conclusión he llegado. Las pasiones son muy violentas en tu tierra natal, Grandmère… Sabiendo todo eso, era poco probable que yo fuera a meterme voluntariamente en semejante berenjenal, ¿no crees?

—No te falta razón. A menudo pienso en la alegría que me llevé cuando Philip y tú os casasteis. Era un hombre excelente. Creí que con él tendrías asegurado el futuro. ¡Estaba tan contenta…!

—Nunca se sabe lo que puede ocurrir, Grandmère.

—Así es, por desgracia. ¡Quién podía pensar en un final así! Luego hice planes para ti y Drake Aldringham… Me parecía un hombre digno de confianza… No sabes cuánto me entristeció saber que estaba equivocada.

—En la vida no todo sale como una quisiera.

Asintió en silencio. Y entonces yo empecé a preguntarle por nuestro negocio y por todo lo que había sucedido durante mi ausencia. Y de pronto me hallé pensando nuevamente en Drake… En un Drake cuyo recuerdo se había apagado considerablemente en mi memoria desde mi encuentro con Gaston de la Tour.

* * *

Cassie no cabía en sí de gozo por nuestro regreso, ya que nos había echado mucho de menos a Katie y a mí.

—A veces pienso que ojalá estuviéramos todas juntas como al principio —me dijo—. El salón de París nos ha separado.

—Tú también tienes que ir a París, Cassie. Lo pasarás muy bien.

—Estoy mejor aquí —respondió, rechazando la idea con un gesto.

Y era cierto que su presencia era muy necesaria para la buena marcha del salón de Londres. Con el tiempo se había convertido en una excelente mujer de negocios, y estaba decidida a sacarle el máximo partido a la vida, olvidando su defecto físico y concentrándose en sus cualidades. Ella y Grandmère estaban muy unidas y trabajaban muy bien juntas.

Después de enseñarme lo que se traían entre manos en el taller —que era su principal dominio, pues no le gustaba tratar con las clientes—, me dijo que estaba muy preocupada por Julia.

—Bebe más que nunca, y la gente lo comenta. Dicen que Drake cometió el error mayor de su vida al casarse con ella… Que lo hizo para triunfar en su carrera y que ahora Julia se ha convertido en su principal obstáculo. Voy a verla a menudo. Drake pasa poco tiempo en casa y Julia se siente muy desgraciada. Creo que le quiere mucho…, aunque él no le corresponde y pasa largas temporadas en su casa del campo. No creo que eso favorezca tampoco su carrera política. Los veo juntos muy de vez en cuando… y me da la impresión de que él casi la odia.

—¡Qué mal me sabe!

—Tienes que ir a visitarla. Probablemente se habrá enterado de tu regreso y le dolerá que no vayas a verla.

—Dudo que quiera verme.

—Te equivocas. Habla constantemente de ti.

—Pues, entonces, iré.

Al cabo de unos días cumplí mi palabra y fui con Cassie a casa de Julia, convertida ahora en el cuartel general de Drake cuando se hallaba en Londres.

Nada más entrar en la salita me sorprendió advertir lo mucho que había cambiado Julia. Estaba muy gruesa, su tez se había vuelto oscura, rubicunda casi, y sus ojos parecían un poco empañados.

Me recibió con grandes exclamaciones y muestras de afecto.

—¡Dios mío! ¡Nuestra Lenore… recién llegada de París! Se te nota en la cara, querida… ¿no es verdad, Cassie? ¡Y qué elegante vas! ¿Cómo consigues mantenerte tan delgada? A mí me sobran kilos por todas partes… Hasta mi doncella se ha dado cuenta de que es inútil tratar de embutirme en mis corsés. Llega un momento en que desistes de aparentar lo que no eres. ¿Os apetece una copita de jerez? Cassie, toca la campanilla. Y diles que nos traigan unas pastas para acompañar el vino.

Cassie así lo hizo, y luego Julia escanció el jerez en las copas. Me fijé que llenaba la suya hasta el borde.

—¡Bueno… qué bien! —Exclamó alzando la copa—. Como en los viejos tiempos. ¿Os acordáis… de la Casa de la Seda? ¡Cuántas cosas han ocurrido desde entonces! El pobre Philip nos dejó… y tú quedaste viuda, Lenore. ¿No has pensado en volver a casarte?

¿Había en su mirada una sombra de amargura? ¿Quería darme a entender que no había olvidado la relación que tuvimos Drake y yo?

—Sigo viuda —repuse.

—¡Pobre Lenore! Será porque tú quieres. No deben faltarte pretendientes.

No respondí. Julia volvió a llenar su copa y la apuró de un trago.

—Ser la mujer de un político no es muy divertido… ¿sabes? —añadió—. A veces pienso que debería haber hecho como tú, Lenore: no volver a casarme. En fin…, mientras una sepa cómo combatir sus penas… —dijo, encogiéndose de hombros.

Cassie estaba incómoda y yo buscaba ya alguna excusa para marcharnos cuando, de repente, entró Drake.

Julia pareció ponerse alerta y dejó su copa sobre la mesa. Me pregunté si nos habría citado a propósito para aquella hora sabiendo que coincidiríamos con Drake. Era evidente que espiaba su reacción, que fue la de sorpresa… y alegría… al verme.

—¡Lenore! —Exclamó, acercándose para tomar mi mano—. ¿Usted aquí?

—Me alegro de verle, Drake —respondí.

—Tenía entendido que estaba usted en París.

—Hace poco que he regresado de allí.

—¿Quieres una copita de jerez, cariño? —preguntó solícita Julia.

—No, gracias.

—Debes de estar pensando que ya he bebido demasiado —se lamentó Julia, haciendo pucheros.

—No he dicho tal cosa.

—No, pero lo has dado a entender. Cuando te cases, Lenore, asegúrate de que tu marido no es un regañón. Son unos pelmazos.

Drake no contestó y se volvió hacia mí.

—Espero que todo vaya bien por la sucursal de París dijo.

—Pues, francamente, sí. La condesa es una extraordinaria mujer de negocios.

—Todas ustedes lo son. Cassie dice que el negocio progresa.

Hubo una pausa.

—Hubieras tenido que dedicarte a una cosa así, Drake, en vez de a la política —dijo Julia—. No te exigiría pasar tanto tiempo fuera de casa…, si es que tus ausencias se deben realmente a la política.

El color rojo de sus mejillas había subido de tono. Me pregunté cuánto habría bebido antes de nuestra llegada.

—Casi nunca está en casa —añadió dirigiéndose a nosotras—. Sólo alguna que otra visita fugaz cuando no tiene más remedio que venir a Londres. Y siempre está deseando volver al campo, ¿no es verdad, Drake? Todo para tener contentos a sus viejos y estúpidos votantes. No es muy gratificante, que digamos. La última vez consiguió la mayoría por los pelos.

—Así son las elecciones —comentó Drake, tratando de infundir un tono intrascendente a la conversación.

—El aspira a un cargo importante en el gobierno, claro. Pero en política nunca sabe uno dónde está. Si tu partido pierde, a la calle. Ninguna persona con sentido común entra en este juego.

—Yo diría que tienes toda la razón —asintió Drake, echándose a reír en tono casi de disculpa.

—Pues a mí me parece una profesión apasionante —objeté—. Por supuesto hace falta mucha suerte, y todo depende del partido que ocupa el poder. Pero el hecho de dirigir los destinos de tu país tiene que ser muy emocionante y gratificante.

—¿Un poquito más de jerez? —preguntó Julia.

Cassie y yo declinamos el ofrecimiento, mientras ella se llenaba nuevamente su copa.

—¿No te parece que ya está bien, Julia? —dijo Drake, frunciendo el ceño.

—¿Que si me parece que ya está bien, dices? —Repitió Julia soltando una carcajada—. Eso es porque vosotras estáis aquí: le importa muy poco si bebo o dejo de beber. Está esperando a ver si me muero de una borrachera.

De repente Julia se echó a llorar: estaba completamente bebida. La situación era de lo más embarazosa. Drake se acercó a ella y apoyó una mano en su hombro.

—Julia no se encuentra muy bien —dijo, tomando un pañuelo para enjugarle las lágrimas, mientras le quitaba la copa de las manos.

Julia se agarró a él apasionadamente.

—Bueno, tenemos que irnos —dijo Cassie poniéndose en pie—. Volveremos a visitarte muy pronto, Julia.

Julia asintió sin decir nada.

Drake nos acompañó hasta la puerta.

—Lenore, tengo que verte —murmuró al darme la mano—. ¿Podríamos encontrarnos en el parque…, donde solíamos, frente a los patos?

Yo accedí en silencio.

Una vez en la calle, Cassie comentó:

—Hemos tenido muy mala suerte. Hoy tenía un día fatal. Ya has visto cómo bebe. Y la verdad es que es muy desgraciada… Ama a Drake con locura, y él no la quiere. Es correcto y procura disimularlo, pero se le nota, ¿verdad? Ella no suele comportarse de esta manera. Pero hoy… Creo que ha sido porque estabas delante. Siempre se ha sentido un poco celosa de ti, Lenore. A veces pienso que si Drake pudiera enamorarse de ella, aún podría salvarla.

—Pero si es su marido.

—No importa. En realidad, no la ha querido nunca. La gente dice que se casó con ella pensando en su carrera política.

—No creo que haya sido exactamente eso.

—Hubo un tiempo en que todas pensamos que estaba enamorado de ti… —no dije nada, y prosiguió—: Pero se casó con Julia. Pienso que lo hizo porque ella era rica. Y es un error casarse por dinero. Pronto lo comprobó.

—Me parece que eres injusta con él. Nunca se puede saber por qué razón actúan de determinada forma las personas.

—Es verdad, y créeme que lo siento muchísimo por los dos. Debió de pensar que todo cambiaría una vez casado con ella…, supongo que Julia también lo pensó. Pero todo les ha salido mal.

La visita de aquella mañana me dejó ciertamente muy deprimida.

* * *

Estaba muy nerviosa mientras me preparaba para acudir a mi cita con Drake. ¡Me parecía tan extraño volver a encontrarme con él en el parque donde nos habíamos reunido tantas veces antes…! Estaba aguardándome en el mismo banco en que solíamos sentarnos.

Cuando llegué, tomó mis manos entre las suyas y me miró fijamente a la cara.

—Gracias por haber venido, Lenore —me dijo.

—Como en los viejos tiempos —repliqué.

—¡Ojalá pudieran volver! —dijo, con un profundo suspiro—. Sería todo tan distinto…

—Todos sentimos lo mismo algunas veces.

—Necesitaba hablar contigo. Tenía que explicarte lo que realmente está sucediendo. La vida se me hace a veces insoportable… Y cuando pienso en lo distinta que podría haber sido… No puedo resistirlo, Lenore…

—Tienes tu carrera —le recordé.

—Gracias a Dios. Me mantiene ocupado, aunque me resulta muy difícil trabajar aquí. Procuro quedarme en Swaddingham todo el tiempo que puedo, pero cada vez estoy más desengañado.

—¡Pobre Drake! ¡Lo siento tantísimo…!

—Es maravilloso que estés de nuevo en Londres. Te he echado mucho de menos, Lenore. ¡Si las cosas hubieran ido de otra forma…! No vuelvas a marcharte, por favor.

—Creo que voy a quedarme aquí una temporada.

—Ya sabes… lo de Julia. No tardé en darme cuenta de que no iba a tener ningún hijo. Me engañó. Que Dios me perdone, pero la odio por ello. Trato de no hacerlo y a veces me da pena. Tú has vivido mucho tiempo con ella y sabes cómo es, pero no tienes ni idea de lo violenta que puede ser a veces. En parte tengo yo la culpa. Está obsesionada por mí. ¡Si pudiera corresponder a sus sentimientos, fingirlo al menos…! Pero no puedo, Lenore. Sería todo tan falso… No puedo fingir hasta ese punto. Ella sabe que jamás la he querido, que me casé con ella porque me engañó… Y se odia a sí misma por haberlo hecho. ¡Pobre Julia…! Deseo ayudarla, apartarla de la bebida…, pero la tarea es superior a mis fuerzas y en ocasiones dejo traslucir la repulsión que me inspira. Pienso en ti constantemente, y no hago más que decirme: «¡Si yo hubiera…!». Tengo que verte de vez en cuando, Lenore. No te niegues a ello, por favor.

—En estas circunstancias, Drake, creo que sería una gran imprudencia —dije.

—Estaba convencido de que me querías. Deseaba pedirte que nos casáramos. Dudé en hacerlo, pensando en tu primer marido; sabía que mantenías su recuerdo muy vivo, y me decía a mí mismo: «Tienes que esperar…, esperar a que las cosas maduren…, a que ella rompa completamente con el pasado». Pero esperé demasiado, y ya ves lo que ocurrió.

Me sentía aturdida. Era muy cierto que, si en aquellos días me hubiera propuesto el matrimonio, le habría dicho que sí. Estaba segura de haberle amado entonces. Era una parte de mi propio pasado: el galante joven que un día me sacó del panteón y que más tarde apareció de nuevo en mi vida y me libró de la opresión del recuerdo de Philip como lo había hecho del temor y de la oscuridad. Habría corrido a echarme en sus brazos agradecida. Y seguro que habría sido muy feliz con él, con aquella felicidad tranquila y segura que Grandmère deseaba para mí. Habríamos formado una familia y viviríamos en aquella preciosa casa de campo, con visitas a Londres cada cierto tiempo. Y yo hubiera podido seguir vinculada de alguna forma al salón… Sí, no podía negar que mi vida con él habría sido muy dichosa.

Pero algo había ocurrido entretanto. ¿De verdad habría sido completamente dichosa? No podía apartar de mi mente la sonrisa irónica y divertida del conde…, su morena y un tanto melancólica apostura, su magnetismo, su excitante personalidad… Ahora ya jamás podría acomodarme a una vida sosegada y tranquila, sin pensar en él y en lo que mi convencional educación me obligaba a perderme.

Su aparición en mi vida lo había trastornado todo. Era una locura por mi parte pensar en él: su persona me estaba tan prohibida como la de Drake.

—Ya todo pertenece al pasado, Drake. De nada sirve pensar en lo que pudo ser.

—Podría sobrellevarlo mejor si supiera que me amabas. Dime… si te lo hubiera propuesto, ¿te habrías casado conmigo?

Asentí con la cabeza.

—Me has hecho muy feliz, Lenore.

—Pero no deberíamos hablar de este tema.

—Lo que acabas de decirme me permitirá soportar mejor mi vida aquí en Londres… pensando en ti. Encontrémonos de nuevo aquí mismo.

—No me parece prudente.

—Podíamos encontrarnos… casualmente…, junto al estanque. ¡Si pudiera verte de vez en cuando…!

Sacudí la cabeza.

—Por favor… ¡Me ayudaría tanto!

—Sea, pero no lo convirtamos en una costumbre.

Noté que se le iluminaba el rostro.

—Quiero hablarte de muchísimas cosas. De política. De mi escaño de diputado. A veces, en la Cámara, miro a la galería e imagino que tú estás allí. Tienes que venir a verme a la Cámara, ¿lo harás? Tú sí que me habrías ayudado. Julia aborrece mi trabajo. Me siento muchísimo mejor ahora que has vuelto.

Parecía tan vulnerable, que me extrañó en él. Él, que desde su visita a la Casa de la Seda siempre me había parecido tan fuerte… Julia estaba arruinando su vida con el alcohol. Lo sentía por ella, pero Drake estaba casi tan desvalido como su mujer y necesitaba mi ayuda.

¿Qué mal podría haber en algún que otro encuentro ocasional en el parque?

* * *

Mi padre había regresado a Francia y yo me volqué de nuevo en mi trabajo, buscando la distracción que me había proporcionado otras veces. Tenía muchas cosas en que ocuparme. Procuraba no pensar en el conde. Grandmère estaba en lo cierto respecto a él: yo era simplemente para él una de tantas como le gustaba perseguir durante algún tiempo. Y suponía que, puesto que la caza había resultado infructuosa, habría desistido de su intento y fijado su atención en alguna otra presa. Pero en mi fuero interno confiaba en que él se presentaría en Londres para demostrar que Grandmère le había juzgado mal.

Drake me tenía mucho más preocupada. Era un poco imprudente, pues solía venir a visitarme al salón. A pesar de lo mucho que le apreciaba, Grandmère no aprobaba que me viera con un hombre casado. Para ella era mucho más inadmisible que mi amistad con el conde.

Le dije a Drake varias veces que no debíamos vernos, pero él se ponía muy triste.

—Verte…, hablar contigo… No sabría explicarte cuánto significa para mí. En ocasiones temo que algún día no seré dueño de mis actos si no pongo fin a todo esto.

—Siempre te has mostrado sereno —le dije—, capaz de afrontar cualquier situación.

—Pero jamás tuve que enfrentarme a nada semejante. Y el saber que uno mismo se lo ha buscado no constituye ningún alivio. A veces no puedo contenerme y temo causar a Julia algún daño.

—¡Por el amor de Dios, Drake! No digas eso.

—Ahora comprendo cómo es que algunas personas llegan a perder los estribos. Quiero que conozcas mis sentimientos, Lenore. Estos encuentros me hacen mucho bien. Necesito verte.

Me sentía realmente preocupada por él. Le apreciaba mucho y seguía viendo en él todas aquellas buenas cualidades que Grandmère me había hecho descubrir. Al fin y al cabo, se encontraba en aquella situación precisamente por ser un hombre cabal. Se había casado con Julia porque creyó que era su deber. ¿Cómo hubiera podido adivinar que ella le engañaba?

Me daba mucha pena… y también Julia, en cierto modo. Conocía a través de Cassie cuál era la verdadera situación porque, cuando estaba bebida, ella se lo contaba todo.

No era difícil entenderlo: Julia estaba apasionadamente enamorada de un marido que la aborrecía. Pienso que amaba, que idolatraba a Drake desde el día que vino a la Casa de la Seda como un muchacho apuesto, el primero de la clase, el héroe admirado por Charles, quien consideraba un gran honor que Drake hubiera accedido a pasar unos días de vacaciones con él… Aún recordaba lo mucho que se había enfadado conmigo cuando Drake se fue. Julia le quiso desde el primer momento que le vio. Luego urdió un engaño para atraparle… y, al conseguirlo, le perdió.

¡Pobre Julia! Podía imaginarme sus atormentadas noches, cuando Drake estaba en casa… durmiendo en otra habitación. Le había contado a Cassie que se pasaba las noches dando vueltas en su dormitorio, quejándose de su indiferencia y echando mano una y otra vez de la botella que tenía siempre a su alcance. Se peleaban continuamente, a pesar de que él procuraba evitar las discusiones, porque Julia no hacía más que echarle en cara su indiferencia. «¡Escapar! —Había dicho entre sollozos—. ¡Siempre quiere escapar, alejarse de mí! Pero yo jamás lo permitiré. Será mío mientras vivamos. Y si yo no puedo tenerle, nadie más le tendrá».

Pensaba mucho en ellos… cuando no estaba pensando en el conde y en lo que estaría haciendo en aquellos momentos. Suponía que habría regresado a Carsonne y me preguntaba si pensaría él alguna vez en mí…, aunque no fuera más que recordándome como una mujer frígida que se negó a ser seducida…, haciéndole perder muchísimo tiempo.

Y, entretanto, seguía viendo a Drake. No podía evitarlo. Cuando salía, le encontraba esperándome. De nada servían las reconvenciones. Estaba enormemente necesitado de amistad, de tener a su lado alguien con quien comentar la situación del gobierno, lo que hacía Salisbury y lo que Gladstone hubiera hecho en su caso…, pero siempre acababa saliendo a relucir el tema de Julia.

Había cerca de Piccadilly un pequeño salón de té muy acogedor, con las mesitas dispuestas en reservados en los que se podía charlar sin molestias. Servían unas magdalenas y unos pastelillos deliciosos. Era el lugar preferido de Kate para ir a tomar el té.

Cierto día Drake y yo fuimos a sentarnos allí. Quería que me explicara cómo le iba en el Parlamento, ya que trataba de hacerle olvidar su desdichado matrimonio y confiaba en que lo lograría fomentando su interés por la política.

Siempre se animaba muchísimo al hablar de sus logros y sus aspiraciones. Aquel día me confió su preocupación por la salud de Gladstone, que declinaba a ojos vistas.

—Rosebery no está a su altura —me dijo—. Pero, en realidad, ¿quién lo está?

—Gladstone no podía mantener eternamente la unidad del partido, y además es demasiado mayor.

—Son muchos los que están luchando por el poder, dispuestos a hacer cualquier cosa, aunque no sea ético, con tal de subir.

—Pero tú no eres de éstos, Drake.

—Tal vez sea un defecto mío.

—Ni se te ocurra pensarlo —le dije.

—¡Qué distintas podrían haber sido las cosas, Lenore…! Cada vez que lo pienso, me lleno de rabia. Lo tuve todo al alcance de mi mano, y lo dejé escapar.

—No hay que mirar atrás, Drake.

—Te he querido desde el día que te saqué de aquel mausoleo. ¡Eras tan niña y estabas tan asustada…! Luego estuve muchos años sin verte, y cuando te encontré volví a sentir lo mismo de entonces. ¿Por qué tuvo Julia que entrometerse? Ahora, si fuera libre, tú te casarías conmigo.

Guardé silencio.

—Te casarías conmigo, ¿verdad, Lenore? —repitió con insistencia—. Porque tú me amas, ¿no es cierto?

En aquellos instantes sentí como si el conde se sentara burlón en la mesa para interrogarme: «Vamos, madame Sallonger… ¿Se siente usted emocionada en su presencia? ¿Experimenta la sensación de vivir una aventura? ¿Piensa que quiere estar con él más que con ningún otro hombre?… Porque eso, señora mía, es lo que usted siente por mí. ¿Es igual con él? Sea sincera y diga la verdad».

—Te aprecio mucho, Drake —le dije—, y te quiero. Pero eso no es lo mismo que estar enamorada, ¿verdad?

—¿Quieres decir que me aprecias, pero que no estás enamorada de mí? —preguntó mirándome fijamente.

—Me enamoré de Philip una vez y pensé que iba a ser para siempre. Además, Drake, no me parece prudente hablar de estas cosas.

—Yo podría hacerte muy feliz si…

—No puede ser —le corté.

Enmudecimos ambos. Ojalá hubiera podido apartar de mi mente la imagen de aquel moreno rostro escéptico… Pero sabía que jamás podría olvidarlo y que se interpondría siempre en mis sentimientos hacia cualquier otra persona.

Drake tendió su mano sobre la mesa para tomar la mía.

De pronto, alguien pronunció mi nombre en voz alta.

—¡Lenore! ¡Qué sorpresa!

Charles se había acercado a nuestra mesa. Retiré inmediatamente la mano y le miré, turbada.

—Lenore… y mi respetable cuñado. ¿Cómo estás? Te veo muy bien.

Notaba mi rostro rojo como la grana por haber sido sorprendida en aquella situación.

Charles no estaba solo: le acompañaba una mujer cuyo rostro me resultaba vagamente familiar.

—La signorina de Pucci —presentó Charles.

La joven sonrió, inclinando la cabeza. Era extraordinariamente hermosa y sus cabellos, negros casi como el carbón, asomaban por debajo de un gracioso sombrero blanco adornado con cintas blancas y negras. Lucía un traje negro, a rayas también blancas, y una blusa de seda blanca, escarolada. Estaba muy elegante.

—Le presento a madame Lenore, del salón de modas Lenore’s, del que sin duda oirá usted hablar mucho si se queda algún tiempo en Londres. Lenore es una gran mujer de negocios. Y éste es mi cuñado, Drake Aldringham.

Pronunció algunas palabras de cortesía con un leve acento extranjero que, como todo en ella, resultaba encantador. Su nombre me sonaba, como su rostro… aunque hacía muchos años que no la había visto.

—¡Ahora la recuerdo! —dije—. Usted sufrió un accidente y vino a la Casa de la Seda.

—Con que se acuerda… —dijo ella con una sonrisa.

—Hay cosas que no se olvidan fácilmente.

—Usted era la recién casada. Yo también tengo buena memoria… Hacían ustedes muy buena pareja. ¿Y su marido…? —preguntó mirando a Drake con cierta extrañeza.

—Philip… Murió al poco tiempo.

—¡Oh, cuánto lo siento!

Charles me observaba con aquella mirada suya que yo conocía tan bien.

—Acabamos de tomar el té —dijo—. Los pastelillos estaban deliciosos. Quería que la signorina de Pucci los probara durante su estancia en Londres.

—Me viene todo a la memoria como si fuera ayer —dije—. Nos dejó usted precipitadamente.

—No hubo precipitación, creo yo. Mi hermano envió un coche a buscarme… y me fui.

—Y yo me puse furioso, ¿no es verdad, Lenore? —dijo Charles.

—¡Vaya que sí!

—Pero ¿por qué? —se extrañó ella—. ¿Por qué se puso usted furioso?

—Pues porque usted se había marchado. Hubiera querido que nos conociéramos mejor, mucho mejor. Ya estábamos haciendo notables progresos.

—¿Ya ha visto Julia a la signorina? —pregunté.

Charles dijo que no con la cabeza.

—Pero la llevaré a su casa. Seguro que se alegrará mucho de verla. Todos nos acordamos mucho de su visita.

—Confío que la lesión no tendría peores consecuencias.

—¿La lesión? —murmuró, sorprendida.

—¿No se lastimó el tobillo al volcar el coche?

—Ah, sí… Pero me puse bien en seguida. No sé qué hubiera sido de mí sin la ayuda de estos buenos amigos —comentó dirigiéndose a Drake con una deliciosa sonrisa.

—Tuvimos mucho gusto en prestársela —dijo Charles—. Y ahora, al cabo de los años, voy y me tropiezo con la signorina cerca de casa… Nos quedamos los dos mirándonos el uno al otro. Y me temo que estuve un poco grosero.

—No, no, en absoluto —protestó ella.

—Fue una sorpresa muy grata —añadió Charles.

—¿Cuánto tiempo piensa quedarse usted en Inglaterra esta vez? —pregunté.

—Depende de mi hermano. Ha venido en viaje de negocios. Ahora está en los Midlands. Cuando vuelva, me iré con él.

—Recuerdo a su doncella… Maria, ¿verdad? ¿Sigue con usted?

—Sí, en efecto.

—Bien… Espero que tenga una agradable estancia entre nosotros.

—Ya me encargaré yo de que así sea —prometió Charles—. En fin… Me he alegrado mucho de veros a los dos —añadió mirándonos al uno y al otro significativamente—. Supongo que no será la última vez. Ahora voy a llevar a la signorina a ver a Julia. Au revoir.

Observé cómo se alejaban, y luego dije a Drake:

—Lamento mucho esta coincidencia… Que Charles nos haya encontrado aquí, quiero decir.

Drake se encogió de hombros. Pensé entonces que estaba tan desesperadamente hundido en su desgracia, que se negaba a ver el peligro. Sin embargo, a mí no me había gustado nada la forma como Charles nos miró, ni lo que quiso dar a entender con sus palabras.

Le expliqué lo del accidente de la joven italiana frente a la Casa de la Seda: que se había quedado unos días con nosotros y que luego había ido a reunirse con su hermano, nos escribió unas cartas de agradecimiento desde un hotel de Londres y desapareció de nuestras vidas.

—Poco después murió Philip y olvidé por completo el incidente. Por eso al principio no la reconocí, aunque su cara me resultaba vagamente familiar.

—Es curioso que Charles haya vuelto a encontrársela… de una forma tan casual.

—Pues a mí me parece que en la vida casi todo ocurre por casualidad.

Ya de regreso en el salón, no podía quitarme de la cabeza aquel encuentro. Me sentía incómoda porque Charles nos había visto juntos a Drake y a mí, y, conociéndole, temía las conclusiones que su mente retorcida pudiera sacar.

* * *

Fue Cassie quien me contó lo de Charles y Maddalena de’ Pucci.

—Se aloja en un hotel con su doncella, a la espera de reunirse con su hermano —me dijo.

—Ya sé. Lo mencionó el otro día cuando nos vimos.

Yo ya le había explicado a Cassie nuestro encuentro en el salón de té cuando estaba tomándolo en compañía de Drake. Cassie parecía un poco cohibida. Estaba al tanto de mi amistad con Drake y se daba cuenta de muchas cosas. Por su carácter, se hacía cargo de los problemas de los demás y se interesaba sinceramente por ellos. Creo que era esto lo que la hacía amable y comprensiva: entendía los motivos de cada cual y nos conocía tan bien a todos que no había nadie que no le tuviera simpatía.

—Charles está muy entusiasmado con ella —me dijo—. Desde luego es guapísima, y me imagino que el hecho de ser extranjera acrecienta su encanto… Pero lo de Charles y Helen —Helen era la mujer de Charles— es muy triste. Jamás ha sido un marido muy fiel, y ella ha hecho siempre la vista gorda. Esta vez, sin embargo, creo que la cosa va en serio.

—Ya se sintió atraído por ella cuando estuvo aquella vez en casa. Recuerdo cómo se puso cuando ella se marchó sin dejar ninguna dirección.

—Me da mucha pena. Cuando pienso en su matrimonio… y en el de Julia y Drake…, llego a la conclusión de que, a veces, más vale no casarse.

—Desde luego, la vida de la soltera es bastante menos complicada —convine—. Una está más tranquila. La mayoría de las relaciones tienen sus altibajos.

—No soportaría tener un marido infiel, como Helen… O amar tan intensamente como Julia y que me rechazaran. Con Philip y contigo era distinto. Formabais una pareja maravillosa…, pero él murió.

Asentí en silencio.

—Lo siento, Lenore… No hubiera debido recordártelo. ¡Dios mío…! ¡Tú tenías que haberte casado con Drake! Es evidente que está enamorado de ti. Y era lo que tu abuela deseaba.

—A veces las cosas no van como una quisiera, Cassie.

—Deseo sinceramente que Julia sea feliz, pero dudo que pueda serlo nunca. Me temo que las cosas van de mal en peor. Bebe constantemente…, mucho más de lo que sabemos. La última vez que fui a verla me la encontré caída en el suelo; abrí el armario para sacar una bata y vi varias botellas dentro. No sólo bebe delante de la gente, sino también en secreto. ¿Cómo ha podido llegar a esta situación, Lenore? ¿Tal vez para ahogar sus penas?

—Su primer marido bebía mucho. Es posible que haya adquirido este hábito a través de él. Debió de empezar por gusto, y ahora se refugia en la bebida buscando un consuelo. Pero está arruinando su salud, su vida y la posibilidad de ser feliz.

—Es una tragedia. Pienso a menudo en la época de su presentación en sociedad… ¿Recuerdas lo emocionada que estaba? Luego vino la condesa…, y empezaron las preocupaciones. ¡Pobre Julia…! Antes comía demasiado, y ahora e ha dado por la bebida. A veces se le veía muy segura de sí misma, y al momento siguiente se moría de miedo. ¡Qué mala suerte tuvo de que en su primera temporada no salieran las cosas como estaba previsto!

—Lo recuerdo muy bien.

—Después se casó con aquel vejestorio y heredó un fortunón. Creo que si hubiera encontrado un marido más joven, antes de llegar al convencimiento de que no era tan atractiva como las demás chicas, las cosas hubieran sido muy distintas. La verdad es que a veces siento la necesidad de protegerla.

—Creo que tú siempre deseas protegernos a todos, querida Cassie.

—Quiero que me acompañes la próxima vez que vaya a verla. Hazlo, Lenore, por favor. Estoy segura de que ella quiere verte también.

—Yo no lo estoy tanto.

—Pues no lo dudes. Siempre está hablando de ti. Has de hacerte cargo de que es muy desgraciada, Lenore.

Fui a verla y me recibió con los brazos abiertos. La vi más animada que de costumbre y pensé que quizá se había dado cuenta del daño que se estaba causando a sí misma y trataba de enmendarse.

Rebosaba entusiasmo por una fiesta que estaba organizando. Por entonces se había puesto de moda contratar a un pianista para ofrecer un recital. La idea le parecía magnífica. Invitaría a varios compañeros de Drake en el Parlamento.

—Primero un concierto de piano, y después se servirá una cena fría —explicó—. ¿No os parece una buena idea?

Cassie no cabía en sí de contento al verla tan animada.

—¿No faltarás, verdad? —me preguntó, y acepté la invitación.

Por aquellos días, Grandmère estaba un poco recelosa. Sabía que Drake y yo nos veíamos, y aquello la preocupaba y la tenía en ascuas. Debía de pensar que yo llevaba ya demasiado tiempo sola, que era joven y que apenas había podido disfrutar de la vida matrimonial. Eso sí: quería verme respetablemente casada, con un hombre de bien. Era su mayor deseo. Drake hubiera sido, en su opinión, el marido ideal para mí, pero estaba casado.

Me parecía intuir que ella temía que me dejara llevar por mis emociones. Por mi parte, hubiera querido explicarle que mis sentimientos por Drake jamás podrían inducirme a cometer una imprudencia. Le apreciaba profundamente, con un afecto duradero y firme. Pero ahora sabía que existían muchas formas de querer.

Cassie y yo asistimos a la fiesta de Julia. Cassie estaba muy contenta porque, como decía, aquello era lo que Julia debía volver a hacer más a menudo.

—Hace que se interese por algo —me comentó—, y eso es precisamente lo que más necesita.

Nos recibieron Julia y Drake, el uno al lado del otro. Y confieso que me alarmé un poco al ver el encendido color del rostro de Julia: tenía las mejillas como la grana y sus ojos brillaban de excitación.

—¡Querida Cassie…! ¡Y tú, Lenore…! Estás guapísima. Muy elegante… ¿No te parece, Drake?

Drake me sonrió con tristeza.

Comenté algo así como que estaba deseando disfrutar de la velada y escuchar el recital del pianista, y pasamos al interior del salón mientras ellos seguían recibiendo a sus invitados.

Al pasar vi a Charles. Estaba con Maddalena de’ Pucci, arrebatadoramente bella con un vestido de terciopelo rojo que realzaba su morena tez italiana.

Charles nos saludó efusivamente.

—¡Cuánto me alegro de que hayáis venido! Seguro que Julia estará encantada de tenerte aquí… —dijo, mirándome con expresión burlona—. Y también Drake, naturalmente. No está mal la fiestecita, ¿verdad? Está aquí la flor y nata de los políticos: los más notables y los más… notorios. Todo sea por Drake. Aquí tiene usted, querida —dijo, dirigiéndose a su acompañante—, una representación muy completa de la sociedad inglesa: los que hacen las leyes y los que deben obedecerlas. Apuesto a que Drake estará muy satisfecho de sí mismo… y de la compañía.

De nuevo me obsequió con una de sus intencionadas miradas. Aquello me hacía muy poca gracia.

Charles se quedó con nosotras. A su lado me sentía incómoda. Adoptaba una actitud muy posesiva respecto de Maddalena, pero seguía observándome de una forma que no podía menos de inquietarme.

Al poco rato Julia se acercó a donde estábamos.

—¿Lo estáis pasando bien? Vendrá un hombre a tomarnos unas fotografías. Quiero que las haga al principio, antes de que la fiesta empiece a decaer. Después tocará para nosotros el signor Pontelli. Y por último seguirán la cena y el baile. Lo he pasado en grande organizando personalmente los preparativos.

—Te ha salido todo muy bien —comenté.

—Me alegro de que te lo parezca —respondió con una amplia sonrisa.

—Estaba comentando hace un instante lo contento que debe de sentirse Drake —dijo Charles.

—Eso espero, sí, eso espero… ¡Oh, mirad! Ya ha llegado el hombre de las fotografías. Voy a buscarle. Quedaos donde estáis: os enviaré a alguien más para que forméis un grupo.

Así pues, yo estaba junto a Charles y Maddalena cuando se tomaron las fotografías. Hubo mucho revuelo mientras nos colocaban en posición. El fotógrafo nos pidió que sonriéramos y nosotros nos quedamos inmóviles con los labios abiertos, poniendo cara de satisfacción, mientras él se afanaba con sus bártulos y la sonrisa se nos congelaba en el rostro.

Al final, terminó la sesión.

Llegó el pianista, que interpretó varias piezas —la mayoría de Chopin— con perfecto dominio y gran expresividad, sin que los asistentes le prestaran toda la atención que merecía.

Al concluir, recibió unos corteses aplausos, tocó un poco de música de baile y en seguida se sirvió la cena. Me encontraba con Cassie cuando se nos acercaron Drake y un político amigo suyo, e iniciamos una interesante conversación mientras saboreábamos salmón frío regado con champán. Yo estaba pasándolo muy bien con aquella charla, hasta que me di cuenta de que Julia, sentada a una mesa, no nos quitaba la vista de encima. Y cada vez que miraba hacia allí, la veía con una copa en la mano.

Después de la cena hubo baile. Julia había transformado hábilmente una espaciosa sala en salón de baile, decorándola con macetas de plantas traídas especialmente para aquella velada. Una pequeña orquesta iba a encargarse en esta ocasión de interpretar la música.

Yo sabía que Drake aprovecharía la primera oportunidad para bailar conmigo. Actuaba con una imprudencia impropia de él. Creo que la desesperación le estaba haciendo indiferente a los convencionalismos sociales. Debía haberse dado cuenta de que Julia estaba celosa de mí, pues probablemente se lo habría dado a entender en alguno de sus accesos de ira provocados por el alcohol. A veces me parecía que le daba igual… y que incluso trataba de llevar su matrimonio a un punto de ruptura total.

Estábamos bailando un vals, esa danza que algunos tildaron de escandalosa y demasiado atrevida antes de que se pusiera de moda en todas partes…

Drake me llevaba dando vueltas por toda la sala.

—Es maravilloso tenerte aquí —dijo.

—Julia ha conseguido un gran éxito.

—Ahora sí que lo es… ¿Qué piensas de las ideas de Jameson? —me preguntó, aludiendo a nuestra conversación durante la cena.

—Muy interesantes —dije.

—Me da la sensación de que se está inclinando por Salisbury.

—Pero pertenece a vuestro partido, a los liberales.

—Hay muchos indecisos en él.

Seguimos bailando en silencio durante un rato, y de repente dijo:

—¡Qué dicha tenerte así en mis brazos, Lenore!

—Ten cuidado, Drake, te lo ruego.

—Hay momentos en que no puedo soportar tanta prudencia, en que desearía olvidarme de todo. Algo tiene que ocurrir… pronto. ¿Por qué no nos escapamos juntos?

—No puedes hablar en serio.

—No lo sé. Le he dado muchas vueltas… Y a veces me parece que es el único camino.

—Piensa en tu carrera.

—Podríamos irnos muy lejos…, comenzar de nuevo.

—No. Sería un error. Además…

Parecía tan desgraciado que no me atreví a decirle que no estaba muy segura de cuál podría ser mi respuesta si, en caso de que él fuera libre, me pidiera que nos casáramos. Me daba mucha pena y le apreciaba de verdad. No quería herir sus sentimientos más de lo que lo estaban ya, diciéndole que no creía estar enamorada de él.

—¡Siento una frustración tan grande a veces…! —Seguía diciendo Drake—. Julia es… insoportable. Cada día se me hace más difícil convivir con ella. Pienso que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de terminar de un vez. Y ahora que estás aquí, todavía se me hace más duro soportarla.

—Quizá convendría que me fuera a París algún tiempo. Podría arreglarlo fácilmente.

—No, no —dijo Drake, atrayéndome fuertemente hacia sí—. No te vayas.

Yo sabía que Julia estaba mirándonos. No bailaba, sino que permanecía de pie agarrada al respaldo de una silla como si temiera caerse. Tenía en la mano la inevitable copa, y la vi tambalearse peligrosamente mientras el champán se le derramaba por el vestido. Y entonces, de repente, gritó:

—¡Escúchenme todos! Tengo algo que decir.

Se subió a la silla y yo temí que fuera a caerse de un momento a otro. Todos enmudecieron, asombrados. La orquesta, dejó de tocar…

—Ése —prosiguió, señalando a Drake— es mi marido, Drake Aldringham, un político muy ambicioso —hablaba con voz pastosa, y comprendí con horror que estaba completamente borracha—. No me quiere… Quiere a ésa que está bailando con él: la abraza, le susurra al oído…, le cuenta lo mal que lo pasa conmigo… La quiere a ella, a la modista, a Lenore, la bastarda… No, a mí no me quiere. Yo sólo soy su esposa. Pero ella es su amante, y me lo ha robado.

En medio del profundo silencio, sentí las miradas furtivas de los presentes.

Drake se acercó a donde estaba y le dijo en tono de hastío:

—Estás borracha, Julia.

Ella se echó a reír a carcajadas. Habría caído al suelo de no haberla sujetado Drake. Luego se deslizó mansamente entre los brazos de él y cayó de bruces al suelo, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida.

Observé que Charles se abría camino hacia ella.

—Será mejor que la llevemos a su habitación —dijo, y me pareció que no podía disimular la risa.

Cassie se había puesto a mi lado.

—Tenemos que volver a casa —me dijo. Y así terminó la fiesta.

* * *

No recuerdo exactamente lo que ocurrió tras el estallido de Julia. Estaba aturdida. Había mucha gente a mi alrededor, pero todos evitaban mirarme.

Cassie era muy enérgica y decidida en las situaciones críticas. Me agarró por el brazo y me sacó de la casa. El coche tenía que venir a recogernos más tarde y, por consiguiente, no disponíamos de ningún vehículo para volver a casa.

—Vayamos caminando —dijo Cassie.

Y empezamos a recorrer las calles sin decir palabra, tomadas del brazo. Fue ciertamente lo mejor para mí.

Al llegar a casa, Grandmère bajó para preguntarnos cómo había ido la fiesta. Fuimos a su cuarto a contárselo y se quedó horrorizada al oírlo.

—¡Pobre Julia! —Exclamó Cassie—. No se daba cuenta de lo que hacía ni de lo que decía.

—Fue algo premeditado —objeté—. ¡Cómo pudo hacer esas falsas acusaciones delante de todo el mundo!

—Todos se dieron cuenta de que estaba borracha.

—¡Faltaría más! Pero… ¡todas esas cosas que dijo…! La gente pensará lo peor.

—Procura calmarte, hija mía —dijo Grandmère—. Ya encontraremos una salida. Tal vez podrías irte una temporada de aquí. Volver a París, por ejemplo…

Hizo una pausa, pensativa. Adiviné lo que estaba pasando por su imaginación: volver a París podía significar caer atrapada en las redes del conde. Pareció sopesar los pros y los contras, y decidir finalmente que, a pesar del escándalo y de los días difíciles que me aguardaban, estaba más segura en casa.

—Eso podría interpretarse como una huida —dije.

Grandmère asintió con un gesto.

—Te diré lo que vamos a hacer —dijo—. Voy a preparar una infusión sedante para las tres. La tomaremos y nos iremos a la cama. Mañana por la mañana nos encontraremos mucho mejor.

A pesar de la infusión, no pude dormir. Me adormecí un poco al amanecer, pero sólo para despertarme al poco rato muy deprimida con el recuerdo de aquella desastrosa velada.

«¿Y si me fuera? —me pregunté—. Ojalá la condesa estuviera en Londres… Con su experiencia social, seguro que habría podido manejar la situación mucho mejor que cualquiera de nosotras… Pero supongamos que me voy a París… y que el conde todavía está allí. Seguro que creerá que he vuelto para estar cerca de él. Continuará su asedio, y no sé si podré resistirlo…».

Quería analizar las cosas con mayor serenidad que lo había hecho la noche anterior. De algo podía estar segura: de que todos los que la presenciaron estaban ya contando a sus amistades la escena de la víspera. Porque eso de que una mujer acusara públicamente a su marido de adulterio, y en presencia de la otra, debía de ser algo inaudito. Los testigos de la escena estarían sacando el máximo partido de haberla visto con sus propios ojos.

Me preguntaba qué iría a suceder ahora. ¿Creería de verdad la gente que yo era la amante de Drake? No me cabía duda.

Quizá, después de todo, lo mejor fuera huir.

Pensé en París… y en la posibilidad de encontrarme con el conde, dejando atrás aquel desagradable asunto. Todos pensarían que escapaba… y tendrían razón.

Pasó un día. Un día bastante movido pues, lejos de disminuir las visitas, hubo muchas clientes que no pudieron resistir la tentación de venir a curiosear con el pretexto de comprar algo. Yo, sin embargo, no me dejé ver.

Dos días después, para mi asombro, Julia se presentó en el salón.

Cassie vino a decirme que quería verme.

—No puedo verla —respondí—. Creo que es mejor que no la vea.

—Está muy afligida —insistió Cassie—. No hace más que llorar y repetir que tiene que verte; que no descansará hasta que lo consiga.

Yo dudaba aún, pero Cassie me miraba con expresión suplicante. Con el paso del tiempo se había vuelto una persona muy maternal, y parecía pensar que su misión en la vida era protegernos a todos.

—Recíbela —me rogó—. No soporto que haya enemistades en la familia.

Al final, accedí.

Julia entró. Estaba muy pálida y ello hacía que destacaran más las finas venas encarnadas de sus mejillas. Parecía mayor y ofrecía una imagen patética.

Nos miramos la una a la otra en silencio un instante, e inmediatamente estalló:

—¡Oh, Lenore…, lo siento tantísimo…! No sabía lo que me hacía, ni lo que decía… Apenas me acuerdo. Sólo sé que me encontré subida a una silla… y ni siquiera me explico cómo pude hacerlo.

—Lanzaste una terrible acusación contra Drake y contra mí.

—No quería hacerlo.

—¿Cómo has podido pensar semejante cosa? Porque sin duda lo pensabas.

—Soy muy desgraciada, Lenore. Creo que siempre he tenido celos de ti. A Drake le gustaste desde el principio, mucho más de lo que yo le he gustado nunca.

—Es tu marido, Julia.

—Lo sé, pero eso no significa nada. Él no me ama. A veces me vuelvo loca. Temía que se casara contigo. Por eso traté de impedirlo… como aquella vez en Swaddingham cuando obligué a mi criada a hacer de fantasma en la galería…, el fantasma que se aparece para avisar a alguien de que no se case…

Me quedé desconcertada de momento, pero en seguida lo recordé todo.

—¡Oh, Julia…! ¡Cómo pudiste ser tan… insensata! Tus acusaciones son falsas.

—Perdóname, Lenore.

—El daño ya está hecho. ¿Qué pensará la gente? Todo el mundo creerá lo que dijiste.

—Les explicaré a todos que no sabía lo que me decía. A veces pienso que Drake me odia. Pierdo los estribos, me enfurezco…

Vi que estaba a punto de darle un nuevo ataque de nervios y tuve que calmarla.

—Está bien, Julia —le dije—. Tratemos de olvidarlo.

—¿Lo dices de verdad?

—Sí, de verdad. Y que quede bien claro que no soy ni he sido jamás la amante de Drake.

—Pero estuvisteis a punto de casaros una vez.

—Jamás me propuso el matrimonio, Julia. Olvídalo. Se casó contigo.

—Sí, lo hizo, ¿verdad? —dijo, esbozando una pícara sonrisa, recordando tal vez cómo le había engañado.

A pesar de todo, me daba pena. Era una pobre histérica. Podía estar cargada de dinero, pero la vida no la había tratado muy bien. Se había obsesionado con Drake desde el momento en que le conoció, y estaba claro que no vacilaría en emplear cualquier medio, por bajo que fuera, para retenerle.

—Olvidémoslo, sí —repitió sonriendo.

«¿Ahora que todo Londres se ha enterado?», pensé. ¿En qué medida iba a afectar aquel incidente a la carrera de Drake? Un político con una mujer emocionalmente tan inestable no podría llegar demasiado lejos. Tal vez el daño hecho era ya irreparable.

No había visto a Drake desde aquella noche, y en realidad tampoco deseaba verle. Temía lo que pudiera decirme, pues me imaginaba que estaría más dispuesto que nunca a abandonar a Julia. Su carrera política estaba en peligro, hasta el punto de que quizá fuera imposible salvarla.

Pero allí estaba Julia, contrita, sinceramente arrepentida. Era cierto que se había emborrachado y que no podía darse cuenta de lo que decía. Por consiguiente, sobraban los reproches. Yo no podía ignorar el hecho de que, cuando se emborrachaba, perdía por completo el control de sí misma. Era digna de lástima más que de otra cosa.

—Voy a intentar dejar la bebida —me dijo—. Seguro que lo conseguiré si me esfuerzo. Lo que pasa es que me ayuda, Lenore…, que me ayuda a olvidar. Todo mi afán era apoyar a Drake, y ya ves lo que hice. Te estaba viendo bailar con él… y parecía tan feliz, que me dije: «¿Por qué no es así conmigo?»… Y, antes de darme cuenta de lo que hacía…

—Vamos, Julia… Comprende que para mí no es más que un buen amigo. Que está casado contigo…

—Sí… Está casado conmigo. Volvemos a ser amigas, ¿verdad, Lenore?

—Sí, Julia —contenté al ver la mirada suplicante de Cassie—, somos amigas.

* * *

Antes de finalizar aquella semana ocurrió una tragedia que hizo olvidar a la gente nuestro pequeño escándalo.

Un incendio destruyó la casa de Charles.

Él se encontraba solo en el piso de arriba y los criados estaban en sus habitaciones del sótano. Charles tenía una invitada a cenar, y había dado órdenes de que nadie le molestara. La invitada debía de haberse marchado hacía un rato, pues no había ni rastro de ella. Charles se salvó por los pelos: porque su criado personal, que tenía la noche libre, había regresado a la casa antes de lo previsto. Al entrar, notó que olía a humo y vio que salía de la habitación de Charles. Abrió la puerta y se encontró con que era pasto de las llamas. Llamó a gritos a Charles sin obtener respuesta; pero, como estaba seguro de que Charles se hallaba en el interior, se cubrió el rostro con una toalla mojada y entró a buscarle. Estaba tendido en el lecho, inconsciente a causa del humo. El criado era un hombre de muchos recursos: le sacó a rastras y le hizo en seguida la respiración artificial, salvándole con ello la vida.

Realmente Charles había tenido mucha suerte. Podía haber muerto en el incendio de no ser por la decidida intervención de su criado.

Julia se olvidó de su depresión y dio muestras de gran energía. La mujer de Charles, Helen, se encontraba en el norte de Inglaterra. Julia dijo que no había necesidad de inquietarla y decidió llevarse a Charles a su casa hasta tanto se arreglaran las cosas.

* * *

Katie era demasiado observadora para no darse cuenta de que algo iba mal.

—¿Qué ha hecho tía Julia? —preguntó. Fingí mostrar extrañeza.

—Debió de hacer algo —prosiguió—. La gente lo comenta como si fuera algo malo pero que les hace gracia.

—Bueno…, es que no se encuentra muy bien.

—Pues no lo parece. Tiene muy buen color, con las mejillas rojas, casi de color púrpura.

—¿Te gustaría volver a París? —le pregunté sin pensármelo.

—¿Cuándo nos vamos?

—No he hablado de ir yo. Me preguntaba si te gustaría ir a pasar una temporada con la condesa.

—¿Y tú te quedarías aquí? —preguntó, decepcionada.

—Pensaba que, a lo mejor, te gustaría…

—¿Por qué no puedes venir tú también?

—Bueno… Tengo que hacer algunas cosas aquí. Pero me imaginaba que tú…

—Podría ver a Raoul y al conde. Y me gustaría mucho, pero quiero que tú estés conmigo… Además, el conde a mí no vendría a verme… ¿verdad? Él viene a verte a ti.

Me sorprendió su perspicacia. Los niños son mucho más observadores de lo que los mayores pensamos. Me pregunté si se habría dado cuenta del acoso del conde y de mis problemas con Julia y Drake.

En aquel momento entró Grandmère.

—¡Grandmère, Grandmère —dijo Katie—, mamá dice que a lo mejor iré a París!

—He pensado que tal vez a Katie le gustaría ir a pasar una temporada con la condesa —me apresuré a explicarle al ver su mirada de asombro.

—¿Sin ti? —preguntó Grandmère.

—Creo que yo debería quedarme.

Grandmère asintió sin decir nada.

—Pero yo no quiero ir sin mamá —dijo Katie.

—Tal vez será mejor que os quedéis aquí las dos algún tiempo —sentenció finalmente Grandmère.

Más tarde, a solas ella y yo, me dijo:

—No querrás que la niña vaya a París sin ti…

—Es que creo que se está dando cuenta de demasiadas cosas. Sabe que está pasando algo, y quizá ha oído algunos chismorreos. Los niños son así. Por eso me pareció una buena idea alejarla de todo esto.

—No, no —replicó Grandmère, sacudiendo lentamente la cabeza—. Será mucho mejor que estéis juntas.

* * *

Me inquieté mucho cuando Charles vino a hacerme una visita. Parecía muy animado, a pesar de su reciente experiencia.

Se presentó a primera hora de la tarde, cuando Cassie había ido al parque con Katie y Grandmère se encontraba descansando. Yo estaba sola abajo, revisando unas cuentas. Desde que ocurriera el escándalo, casi no me atrevía a ver a nadie.

Una de las criadas vino a decirme que un tal mister Sallonger deseaba verme.

Estaba a punto de pedirle que le dijera que había salido, cuando él apareció en la puerta. Era muy típico de Charles. Previendo mi voluntad de no verle, decidió hacer caso omiso.

—¡Cuánto me alegro de encontrarte, Lenore! —exclamó acercándose a mí; ante lo cual, la criada cerró la puerta y nos dejó a solas—. Bueno… ¿No me felicitas? ¿Ya te das cuenta de que me he librado de las garras de la muerte?

—Te felicito —respondí.

—Jedder es un buen tipo. De no ser por él, a estas horas ya estaría yo criando malvas.

—Tienes que estarle muy agradecido.

—Y lo estoy. No tengo por ahora el menor deseo de pasar a mejor vida. Por cierto, Lenore… Estás encantadora como siempre. Te he traído un regalo —sacó una fotografía—: El recuerdo de una velada inolvidable.

Era la fotografía que nos habían hecho en la fiesta de Julia. Había quedado muy bien y se nos reconocía a todos: Charles, Cassie, Maddalena, los otros dos invitados, y yo.

—Es muy buena, ¿no te parece?

Yo no quería ningún recuerdo de una noche que trataba de olvidar con todas mis fuerzas.

—Hemos salido todos muy bien —dije, guardándola en un cajón para no verla más.

—Supuse que te gustaría tenerla —dijo Charles en tono burlón.

—Prefiero no recordar todo lo ocurrido esa noche.

—Oh, estás pensando en la salida de tono de Julia… —se rió—. ¡Pobre Julia! Me temo que estaba borracha perdida. Yo también lo estaba la noche del incendio, ¿sabes? Debe de ser cosa de familia. Invité a cierta dama a un diner ál deux… y no me acuerdo de nada. Reconozco que Julia se pasó. Pero se está portando conmigo como una buena hermana. Lo he perdido casi todo, ¿sabes? Mi escritorio Chippendale quedó reducido a cenizas, y algunos muebles Hepplewhite también. La verdad es que tenía algunas cosillas de valor en aquella casa.

—Creí que te irías a pasar una temporada a la Casa de la Seda.

—Tengo mucho que hacer en Londres.

—¿Cuándo vuelve Helen?

—No hay ninguna razón para que se apresure. En realidad nos avenimos bastante bien porque apenas nos vemos el uno al otro. Es una buena receta para un matrimonio.

—Eres un cínico.

—Yo diría más bien que soy realista. Julia está haciendo el papel de buena samaritana, y Drake no pone objeciones. Así que es muy posible que me quede a vivir con ellos hasta que encuentre un nuevo nido en Londres. Pero no he venido para hablarte de todo esto.

Arqueé las cejas mientras él se acercaba sonriente a la mesa junto a la cual yo permanecía de pie. No me había sentado ni le había invitado a hacerlo cuando entró.

—Te estarás preguntando a qué he venido. Pues bien: te lo diré. He venido para hablar de nosotros.

—¿De nosotros?

—Sí, de ti y de mí.

—¿Qué tienes que decir de nosotros?

—Pues que deberíamos ser mejores amigos. Estoy un poco celoso… de Drake. Parece que le tienes mucho cariño, y eso no está bien. Al fin y al cabo es el marido de Julia, alguien de la familia, como si dijéramos… Me saca de mis casillas pensar en ti y en él, viendo que a mí me dejas de lado.

—¡Qué tonterías estás diciendo!

—No creo que ésta sea la opinión de la gente, después de lo que…

—Esta conversación está de más.

—Aún no ha empezado. No hago más que pensar en ti, Lenore… No consigo apartarte de mi mente, y tú te burlas de mí. Eres tan virtuosa… en apariencia. Tan inocente como cuando pescaste a Philip, ¿verdad? Pero, dime: ¿por qué se suicidó mi hermano?

—No estoy segura de que lo hiciera realmente.

—¡Oh, vamos…! ¿Crees que yo le maté? ¿Tal vez roído por los celos, porque había logrado la presa que yo codiciaba…? No, querida, ni hablar. Estoy convencido de que descubrió algo acerca de ti. El pobre Philip se tomaba la vida muy en serio: era el caballero de la reluciente armadura. Todo lo que no fuera la perfección absoluta le habría afectado profundamente. ¿Qué descubrió en ti, Lenore?

—Te estás poniendo en ridículo.

—Es que tú eres un pozo de sorpresas. A ver si no: la pequeña bastarda que se casa con uno de los herederos Sallonger. Muy romántico…, muy melodramático, incluso, en particular si resulta que el heredero en cuestión se pega un tiro. Y luego resulta que eres una hija ilegítima de los Saint-Allengère y que papaíto aparece justo a tiempo para dar un empujón al negocio… Cualquier otra se sentiría satisfecha. Pero Lenore, no, ¡qué va! Tiene que encandilar al marido de la pobre Julia, un ambicioso político. Y que luego se las apañe con sus problemas. ¿Acaso no compensa perderlo todo por amor?

—No quiero seguir oyendo una palabra más.

—Me temo que vas a tener que hacerlo. ¿Sabías que yo no soy precisamente lo que se dice un santo?

—Eso es en lo único en que estamos de acuerdo.

—Pero los que no somos santos podemos ser muy atractivos, ¿sabes? —dijo, asiéndome por el brazo.

—Tú para mí, no lo eres en absoluto.

—Ten cuidado. Te prevengo que puedo ser también muy vengativo. Acuérdate del mausoleo.

—Jamás lo olvidaré.

—Ni que el gentil y noble Drake te rescató y, no contento con ello, tuvo que hacer ostentación de su caballerosidad arrojándome al lago. Yo tampoco lo olvido. Hay viejas cuentas que saldar.

—Desearía que te fueras, Charles.

Me libré de su presa, pero él se acercó a mí tanto que su rostro casi tocaba el mío. Su mirada era burlona y lasciva. Francamente, me dio miedo.

—Pero yo quiero quedarme.

—¿Se ha marchado ya la encantadora Maddalena? —pregunté.

—Aún sigue aquí.

—Creí que andabas detrás de ella.

—Tengo un apetito insaciable. Maddalena es muy bella, está para comérsela… Pero, por extraño que parezca, sigo encontrándote muy apetitosa.

—Pues ve haciéndote a la idea de que estás perdiendo el tiempo.

—No, creo que te equivocas. Será un tiempo muy bien empleado.

—Óyeme bien, Charles: después de esto, no quiero volver a verte jamás.

—Ya te haré cambiar de idea.

—Mis decisiones las tomo yo misma.

—Ya está bien de bromas, Lenore. Estoy hablando en serio. Si sigues burlándote de mí, será peor para ti… y para Drake Aldringham. ¿Qué te parecería si Julia decidiera pedir el divorcio y te citara como cómplice de adulterio?

Me quedé helada de espanto. Sabía que no era una vana amenaza. Pero repliqué al punto:

—Sería evidentemente una falsedad.

—¿Tú crees? Las citas en el parque…, el estallido de Julia ante tanta gente… Por lo menos significaría el fin de la carrera política de Drake y aparecerías a los ojos de todos como una fulana.

—Julia ya ha hecho demasiado daño.

—Drake se podría salvar… y tú también…, si fueras razonable.

—¿Cómo?

—Sabes perfectamente la respuesta —respondió, clavando en mí una mirada lasciva—. A través de mi amistad, naturalmente.

—Lo cual significa…

—Supongamos que te convirtieras en una amiga muy especial para mí.

—Me parece que estás loco —exclamé, echándome a reír.

Por toda respuesta, Charles se encogió de hombros.

—Quieres hacerme una especie de chantaje —añadí.

—Lo que a menudo es un arma muy eficaz.

—Has visto demasiado teatro.

—Pero… ¿a que te intrigo un poquito?

—Ni lo sueñes. Todo esto es absurdo y descabellado.

—¡Mira quién habla! Mi queridísima cuñada, una chica lista que, a pesar de sus vergonzosos orígenes y de haber crecido en casa de los Sallonger como una criada, nieta de una nuestras operarías, se las apañó para atrapar a uno de los herederos de la familia y casarse con él.

—¡Cómo te atreves a decir estas mentiras!

—¿Mentiras? ¿Acaso no te casaste con mi hermano? ¿No era Philip uno de los herederos de las propiedades de nuestro padre? ¿Y no saliste de tu condición de criada de la casa para convertirte en una de nosotros?

—Yo no atrapé a Philip.

—¡Vaya si lo hiciste! Con tus artimañas y ñoñerías. Siempre fue tu esclavo. Viste que él era mejor partido que yo, y desdeñaste al pobre Charles. Y luego Philip muere en circunstancias misteriosas. Dicen que fue un suicidio, pero… ¿lo fue en realidad? Ándate con tiento, Lenore… No estás en una posición demasiado segura. Yo tengo mucho ascendiente sobre Julia, y podría aconsejarle que eligiera la vía del divorcio. Me haría caso. Ahora soy su consejero.

—No creo que lo hiciera. Ya le ha hecho mucho daño a Drake y creo que está arrepentida.

—¿Arrepentida? Puede que de momento. Pero en seguida estará rabiando de celos. Todo depende de la botella. He comprobado que le inspira estados de ánimo muy diversos: desde ponerla llorosa y sentimental, hasta provocarle un ataque de celos y hacerla destilar veneno… No me costaría nada hacerla ir por donde yo quiera. Y sería una lástima porque, según se dice, si a Drake se le diera una oportunidad, podría convertirse en un político brillante. Un divorcio acabaría con él. Y también contigo, querida. Piensa en tu posición. Saldrían a relucir viejos escándalos. «La mujer cuyo marido se suicidó a las pocas semanas de la boda…». ¿A que no sonaría muy bien ante un tribunal? —No serías capaz.

—¿Que no? Creo que no me conoces bien. Sería la historia del panteón, corregida y aumentada. Entonces te burlaste de mí. De no haber sido por Drake, ¿cuánto tiempo habrías permanecido en aquel lóbrego y húmedo lugar en compañía de los restos de los difuntos Sallonger?

—Nada en el mundo podrá inducirme a ser lo que tú entiendes por una amiga muy especial para ti.

—Eso ya lo veremos, mi querida Lenore… Ya lo veremos.

—Y ahora, ¿me harás el favor de marcharte?

Charles inclinó la cabeza en gesto afirmativo.

—Pero volveré —dijo—. Creo que cuando lo pienses mejor, y consideres todas las consecuencias, tal vez cambiarás de idea.

—Jamás lo haré —repliqué.

Au revoir, mi dulce Lenore.

Cuando se fue, me sentí trastornada y exhausta. Siempre lo había tenido por un hombre peligroso, pero jamás supuse que pudiera llegar a serlo tanto.

* * *

No conté a nadie mi entrevista con Charles. No podía hacerlo. Me hallaba en un estado de gran ansiedad. Me daba cuenta de que Charles no amenazaba en vano. Siempre había sentido por mí algo que oscilaba entre el deseo y el odio. Buscaba humillarme, hacerme daño; ya lo había intentado en alguna ocasión, como cuando lo del mausoleo. Pero esta vez se trataba de una cosa mucho más seria.

Me habría aliviado explicarle mis apuros a Grandmère, pero no deseaba preocuparla. Ya lo estaba demasiado a causa de mis relaciones con el conde y con Drake. Se tomaba muy a pecho las cosas, y no quería abrumarla con este nuevo motivo de temor.

Fue entonces cuando recibí una carta de Drake.

«Debo verte —escribía—, pero tras el arrebato de Julia no sería prudente que nos vieran juntos. Se me ha ocurrido una idea. Mi vieja niñera tiene una casa en Kensington, que suelo visitar desde hace años. ¿Podríamos encontrarnos allí? Es sumamente discreta y haría cualquier cosa por mí. Siempre fue como una madre para mí. Se apellida miss Brownlee, y vive en el número 12 de Parsons Road. Ven, por favor. ¿Podría ser mañana por la tarde? Estaré allí sobre las dos y media. Tengo que hablar contigo, Lenore. Ven, te lo suplico».

No podía rechazar aquella petición y, además, yo también tenía muchas cosas que decirle. Por otra parte sabía que sería una imprudencia dejarnos ver juntos, sobre todo después de las amenazas de Charles.

No dije adónde iba. Tomé un coche de alquiler. El trayecto fue más corto de lo que yo pensaba, y llegué a la casa con diez minutos de adelanto. Apenas había gente por la calle. Un coche se acercó al bordillo justo en el momento en que yo descendía del mío. Eso fue todo. La casa era pequeña, con discretas cortinas de encaje en las ventanas y un reluciente picaporte.

Me abrió la puerta una amable mujer de unos sesenta y tantos años, de sonrosadas mejillas, cabello entrecano y luminosos ojos azules.

—Usted debe de ser mistress Sallonger —dijo, sonriéndome afectuosamente.

Respondí que sí con un gesto, y pregunté a mi vez:

—Y usted miss Brownlee, ¿verdad?

—Así es. El señorito Drake me anunció que iba a venir. Está al llegar. Es siempre muy puntual. Pase a mi salita, por favor.

La salita era una reducida estancia, llena de objetos. Sus ventanas daban a la calle, pero las cortinas de encaje impedían las miradas curiosas. Había un canapé, varias sillas y un florero con rosas en la repisa de la chimenea, junto a un gran reloj dorado entre dos jarrones con unos ángeles que se agarraban a ellos como si los sostuvieran. En un ángulo había un mueble-rinconera lleno de chucherías, y en el otro un aparador con vitrina igualmente atestado.

Miss Brownlee me invitó a sentarme.

—Es una casa preciosa, ¿no es verdad? —me dijo—. Estoy encantada con ella. ¿Sabe?… La compró para mí el señorito Drake.

—¿De veras?

—¡Mi muchachito querido…! —Exclamó con una sonrisa—. De todos mis niños, ha sido el mejor.

—Tengo entendido que fue usted su niñera.

—Tata Brownlee… me llama aún. Cuidé de muchos angelitos en mis tiempos, pero ninguno podía compararse con el señorito Drake. Yo solía decirle: «Te olvidarás de mí cuando vayas a la escuela y tengas amigos». Pero él me contestaba: «Nunca te olvidaré, tata Brownlee». Y así ha sido, ¡que Dios le bendiga! Siempre se ha acordado de mí…, por mi cumpleaños, en Navidad…, y cuando dejé de trabajar me compró esta casa. Viene a veces a verme y a charlar conmigo. Me cuenta sus problemas. Quiero verle algún día convertido en primer ministro. Si supieran lo que se hacen, ya le habrían nombrado para ese cargo.

—Ya veo que tiene en usted una ferviente partidaria.

—Bueno…, es porque yo le conozco. Está al llegar. Puntual como siempre. Yo le enseñé a serlo. Le decía: «Debe usted ser puntual, señorito Drake. Llegar tarde es de mala educación. Algo así como decir que no le apetecía presentarse… ¿Se le ocurre algo más grosero?». Siempre lo ha tenido en cuenta. Me gusta pensar que yo puse mi granito de arena para que se convirtiera en el hombre que hoy es.

Miss Brownlee me miró inquisitivamente con sus claros y penetrantes ojos azules. Me pregunté cuánto sabría acerca de mis relaciones con Drake. Y supuse que mucho, porque él se habría expansionado con ella.

—Está muy triste ahora —prosiguió—, y lleva así mucho tiempo. Es terrible lo que le ha ocurrido. Rezo para que todo se arregle y consiga lo que se merece…, que es lo mejor.

Sonó la campanilla de la puerta y miss Brownlee miró con aire triunfal el reloj.

—A la hora en punto —dijo—. ¡Ya lo sabía yo!

Y me dejó sentada en la sala mientras iba a abrir. La oí decir:

—Ha venido.

Al cabo de un instante apareció acompañada de Drake.

—¡Lenore…! Gracias por venir —me dijo.

Le miré sonriendo. Se le veía cansado y abatido.

—Bueno… —dijo miss Brownlee—, voy a dejarles a los dos porque tendrán muchas cosas de que hablar. ¿Les apetecerá una taza de té a eso de las cuatro? ¿Qué tal?

—Muchas gracias, tata —dijo Drake.

Me conmoví al ver con cuánto amor y orgullo le miraba aquella mujer. Cuando ella se retiró, Drake se volvió a mí.

—He tenido que buscar este medio —dijo—, porque no podíamos encontrarnos en un lugar público.

—Lo comprendo. Y me ha encantado conocer a miss Brownlee. Te tiene mucho cariño.

—Siempre ha sido como una madre para mí. Creo que es la persona con quien me he sentido más unido a lo largo de los años. Lo de la otra noche fue… monstruoso.

—Lo sé.

—¿Ves ahora lo que tengo que soportar? Asentí en silencio.

—Julia es imprevisible, Lenore. No hay forma de escapar de ella. Paso en Swaddingham todo el tiempo que puedo, pero me persigue hasta allí. Desde la otra noche no hago más que dar vueltas y vueltas al asunto. Debo hacer algo. ¡Qué loco fui al dejarme enredar por ella!

—Hiciste lo que pensabas que era tu deber. Te sentiste obligado a casarte.

—Pero ella me engañó, Lenore.

—Lo sé, lo sé.

—Y fue porque creí que tu padre era tu amante… ¡Qué estúpido fui! No sabría explicarte lo que sentí. Estaba dolido, humillado, rabioso. Jamás debí haber dudado de ti, pero todo parecía encajar y ella se mostró muy hábil. Yo no tenía fuerzas; no me importaba nada lo que pudiera pasar… Por eso me quedé aquella noche en su casa. El resto, ya lo sabes.

—De nada sirve ahora recordarlo, Drake. Pertenece al pasado, y ahora hemos de aceptar nuestra situación actual.

—Dijo que iba a cuidar de mí, y está tratando de destruirme.

—Es una mujer celosa y cuando bebe es capaz de todo. Lo de esa noche no es más que un ejemplo. Tenemos que ser prudentes, Drake.

—Lo he pensado mucho —dijo él, asintiendo—, y he llegado a la conclusión de que tengo que poner fin a esto. Voy a dejarla.

—Será un escándalo.

—Ya lo ha sido.

—Pero el primero podrías acallarlo.

—¿Tú crees?

—Tal vez. Si eres discreto…, si no nos vemos… Yo podría irme a París una larga temporada. Las cosas volverían a su cauce.

—Eso es precisamente lo que no quiero. Renunciaré a la política. Veo que voy a tener que hacerlo de todos modos, aunque siguiera con Julia. No la aceptarán, y está cada día peor.

—Puede ser que cambie. Estoy segura de que podría hacerlo si tú le demostraras que la quieres.

—Pero no la quiero —respondió él—, y no puedo fingir.

—Algunos escándalos se han podido acallar. Piensa en lord Melbourne.

—Siempre se le menciona a este respecto, pero creo que él tenía cualidades muy especiales. Era un incombustible nato. Yo no deseo que este asunto se acalle. Estoy dispuesto a renunciar. Vayámonos juntos, Lenore.

—No, Drake, ése no es el camino.

—Hubo un tiempo en que creí que me querías.

—Y te quiero, Drake. Eres mi mejor amigo.

—Pero… no me amas lo bastante, ¿es eso lo que quieres darme a entender?

—Quiero decir que no te amo de la forma que debería amarte para eso. Las personas que lo dejan todo por otra tienen que amarse de una forma muy especial. Yo te tengo cariño y te he admirado siempre, pero…

—Has cambiado, Lenore… Eso es que hay alguien más.

No respondí.

—Ya sabía yo que era eso —dijo Drake—. Y lo comprendo.

—No, no, no lo entiendes. Es cierto que he conocido a alguien que ha ejercido sobre mí un extraño efecto.

—Y te has enamorado de él.

—No lo sé —respondí, sacudiendo la cabeza—. Sería una insensatez por mi parte, si me hubiera enamorado. No, creo que no. Pero me estimula y me emociona estar a su lado, y pienso mucho en él. Tal vez sea ridículo; más aún: yo diría que lo es. Sus intenciones no son serias. Lo que ocurre es que, si puedo sentir eso por un hombre, no es posible que crea estar enamorada de otro.

Drake me miró perplejo.

—No sé cómo explicártelo —añadí—. Fue un simple… encuentro. Pero me ha causado una profunda impresión. En realidad no llegó a haber una verdadera relación entre nosotros. Para él hubiera sido una de tantas… y luego a por otra. Es de ese tipo de hombres. Y eso yo no podía aceptarlo. Pero, sin embargo… Te seré sincera, Drake: sigo pensando en él, y eso me hace sentir que no debes hacer ningún sacrificio por una persona tan insegura como yo.

—Yo he creído siempre que tú y yo estamos hechos el uno para el otro.

—También yo lo he creído… a veces. Grandmère no lo duda. Se llevó una terrible decepción cuando te casaste con Julia.

—Es una mujer muy sensata.

—Sólo piensa en mi bien. Tu miss Brownlee me la ha recordado muchísimo. Te quiere con locura.

—Ya lo sé.

—Y tú te has ocupado de ella. Te está muy agradecida por tus atenciones.

—Soy yo quien debería estárselo.

—¿Qué vas a hacer ahora, Drake? Piensa que Julia podría presentar una demanda de divorcio.

—La recibiría encantado.

—Charles me ha sugerido que puede persuadirla a hacerlo… y a citarme como responsable.

—Sería una buena salida para nosotros —dijo Drake tomando mi mano—. Aceptaría de buen grado cualquier cosa que pusiera término a todo esto. A veces pienso que sería capaz de hacer una locura.

—Por favor, Drake, no hables así. Piensa en lo que significaría. Sería el final de tu carrera.

—Ya he decidido abandonarla.

—Eso dices ahora, pero ¿qué sentirás dentro de cinco o de diez años? Llevas la política en la sangre. Es tu vida, Drake. Lamentarías siempre haber desperdiciado tu oportunidad.

—Sería feliz teniéndote a mi lado. Tú olvidarás a ese hombre, y yo me olvidaré de la política. Sé que podríamos ser muy felices juntos.

—No nos precipitemos, Drake. Puede que ocurra algo inesperado.

Seguimos hablando en torno al tema, y siempre llegábamos a lo mismo: a mi inseguridad, por una parte, y a la determinación de Drake, por otra, de no prolongar aquella situación; tal vez sucedería algo, pero si no, él tendría que provocarlo pronto.

Estaba a punto de contarle todo lo que me había pasado con Charles, pero me detuve a tiempo. No quise echar más leña al fuego y, además, no sabía cuál sería su reacción. Tiempo atrás arrojó a Charles al lago, y con ello encono su resentimiento hacia nosotros. No deseaba más problemas ahora, y por eso callé.

A su debido tiempo entró miss Brownlee portando una gran tetera marrón y una bandeja con bollos y pastelillos de crema.

—A él siempre le han gustado mis bollos —me explicó—, ¿no es verdad, Drake? Y los pastelillos de crema eran para las grandes ocasiones, ¿recuerdas?

Él contestó que sí. Allí, en aquella salita, en presencia de aquella mujer que le profesaba tanto cariño, me pareció una gran tragedia que un hombre bueno como él estuviera atrapado en semejante situación. Si me hubiera casado con él, tal vez habríamos sido muy felices juntos.

Nos fuimos por separado, pensando que sería lo más prudente. Drake había dispuesto que un coche me recogiera y me llevara a casa. Él se quedó allí, a la espera de que el coche volviera a buscarle más tarde.

Me despedí de tata Brownlee, quien me dijo que la alegraría mucho volver a verme. Y en seguida subí al coche, camino de casa.

Mientras me alejaba en él, un hombre pasó despacio por delante de la casa. En aquel momento, no vi en ello nada de particular.

* * *

Pasé aquellos días en un estado de permanente ansiedad y me costaba grandes esfuerzos disimularlo. Mi principal preocupación era Katie, que empezaba a darse cuenta de todo y era muy observadora. A veces la sorprendía mirándome atentamente. No era difícil adivinar que intuía que algo estaba pasando. Apreciaba mucho a Drake, y también a otras personas, entre ellas al conde, por quien sentía gran admiración. Katie siempre estaba dispuesta a querer a la gente, en la creencia de que las intenciones de los demás eran siempre tan buenas como las suyas propias. No había conocido a su padre, pero siempre había estado rodeada de cariño y no podía imaginar una situación diferente. A mí se me hacía insoportable la idea de que tuviera que enfrentarse a experiencias ingratas, máxime si en ellas pudiera estar envuelta su madre.

Cierto día que, como de costumbre, habíamos ido a dar de comer a los patos del parque, estábamos de pie junto al estanque cuando se presentó Charles. Supongo que debió de seguirnos.

—Buenos días, Lenore —saludó, quitándose el sombrero—. Buenos días, Katie.

—Buenos días, tío Charles —respondió ella, dedicándole una sonrisa radiante—. Hemos venido a dar de comer a los patos.

—¡Qué par de misericordiosos ángeles! —exclamó Charles, alzando los ojos al cielo.

A Katie le pareció una frase muy divertida.

—Algunos de ellos son muy glotones —dijo.

—Un defecto muy común entre las criaturas vivientes —comentó Charles.

—Ése de ahí más que ninguno. Quiere quedarse con todo: con su ración y la de los demás. Y yo trato de impedírselo. Es muy divertido.

—Me quedaré a participar de la diversión.

—Estoy segura de que te aburrirás —dije.

—En absoluto. Las buenas acciones me inspiran. Estáis dando de comer al hambriento.

—Es sólo pan seco —puntualizó Katie, y añadió—: Eso que has dicho es de la Biblia.

—¡Vaya…! ¡Y yo que pensaba que te parecería de mi propia cosecha!

—Pan seco y mendrugos —dijo Katie.

—Pero, según parece, muy del gusto de estas voraces criaturas.

—¿Te gustaría darles de comer tú también, tío Charles? Pero no dejes que se lo coma ese glotón.

—Voy a dejarte esa tarea a ti, querida Katie. Ya veo que en cuestión de alimentar patos tienes la sabiduría de Salomón.

Katie seguía divirtiéndose mucho con la conversación de Charles.

—Tengo una idea —prosiguió éste—. Tu madre y yo nos sentaremos en aquel banco y desde allí te veremos administrar justicia.

Me condujo hacia el banco, y no me quedó otra alternativa que sentarme a su lado.

—Una chiquilla encantadora esta hija tuya —dijo.

No contesté.

—Es muy inteligente —añadió—. Me pregunto qué pensará cuando estalle públicamente este horrible escándalo.

Con pavorosa precisión, había expresado exactamente mis propios temores.

—Claro que jamás llegará a sus oídos —prosiguió en tono tranquilizador— porque tú vas a ser razonable.

—Preferiría que te fueras, Charles.

—Mujer…, que lo estoy pasando muy bien. Katie es un sol de niña. Estoy muy orgulloso de mi sobrinita. Sinceramente, me dolería mucho verla arrojada a un sórdido cenagal.

—Pero, sin embargo, te divertiría mucho que eso ocurriera.

—No tiene por qué ocurrir…, aunque será preciso que tomes una decisión rápida. He hablado con Julia. Aún está indecisa: depende de la cantidad de alcohol que lleva dentro. Pero ahora que tengo las pruebas, me imagino que será fácil persuadirla.

—¿Qué pruebas?

—El nidito de amor.

—¿De qué estás hablando?

—Del número doce de Parsons Road.

Me quedé estupefacta.

—Veo que mi revelación te ha trastornado. Te he hecho vigilar, mi querida Lenore… Llevo bastante tiempo haciéndolo, y al fin esta vigilancia ha dado frutos. Se os vio llegar a ti y a Drake, por separado, al número doce de Parsons Road, de donde, al cabo de dos horas y media, salisteis también por separado con la mayor discreción. Hay testigos.

Me sentí enferma de horror. Recordé entonces al hombre que descendió de un coche justo en el momento en que yo bajaba del mío. Debía de haberme seguido a Parsons Road, y se habría quedado fuera, vigilando. Luego habría visto llegar a Drake y sin duda aguardó a que saliéramos. Podía imaginarme fácilmente el montaje que Charles trataría de elaborar con todo ello.

—Aún tienes una escapatoria —dijo mirándome fijamente.

—Estás completamente equivocado.

—No me negarás que estuvisteis juntos allí —replicó, encogiéndose de hombros.

—Tú, que estás tan bien informado, deberías saber ya que ésa es la casa de la antigua niñera de Drake Aldringham.

—Las viejas niñeras pueden ser muy complacientes y ya se sabe que consienten los caprichitos de sus pupilos.

—Ah, ¿sí?

—¡Vaya! Sobre todo cuando éstos son tan angelicales como debió de serlo Drake Aldringham.

Katie se nos acercó corriendo.

—Ya no tengo más pan, mamá.

—Debemos regresar a casa.

—¿Tan pronto?

—Sí. Tengo algunas cosas que hacer.

—Os acompaño —dijo Charles.

Katie se pasó todo el camino de vuelta parloteando, y Charles le siguió la corriente respondiendo alegremente a sus preguntas. Pero yo me daba cuenta de que aquella alegría era postiza: estaba mortalmente serio.

Apenas dije nada, abrumada por el temor.

* * *

¿Qué podía hacer? No quería inquietar a Grandmère, que ya estaba muy preocupada aun sin saber hasta qué punto habían llegado las cosas.

Se me ocurrió que, si hablaba con Julia, tal vez podría convencerla de que, haciéndonos daño a Drake y mí, se lo haría a sí misma. A poco razonable que fuera, y si amaba realmente a Drake, como yo estaba cierta de que le amaba, seguro que no querría perderle.

Elegí una tarde después del almuerzo. Quizá estaría descansando, pero era una de las horas más tranquilas del día y yo deseaba que nuestra reunión tuviera el menor número de testigos posible. Tal vez se negara a recibirme pero, si accediera, tendría ocasión de hablar con ella y, acaso, de hacer algún progreso, sobre todo si estaba de buen humor. Podría, incluso, insinuarle cuáles eran los verdaderos motivos de Charles. Todo dependería, sin embargo, de su estado de ánimo.

Estaba temblando como un flan cuando llamé a la puerta y me hizo pasar la doncella. Mistress Aldringham —me dijo— estaba en su habitación. Subiría a ver si dormía o si podía recibirme.

Minutos después me acompañó al dormitorio de Julia. Estaba sentada en un sillón junto a la ventana, y sonrió al verme.

—Pasa, Lenore —dijo.

—Espero que no estuvieras descansando.

—No, no. Iba a echarme un rato…, pero no importa.

Llevaba puesto un salto de cama de su color favorito, violeta, que casi hacía juego con el tono de sus mejillas. Tal vez había bebido, pero no estaba en absoluto embriagada. Sobre su mesita de noche vi la inevitable botella y una copa utilizada.

—Me alegro de que hayas venido —dijo—. Quería hablar contigo. ¿Sabes? Estoy muy preocupada por ti… y por Drake.

—No tienes ningún motivo para preocuparte, Julia. Drake y yo somos buenos amigos, y eso es todo.

Ella sacudió la cabeza.

—Piensa constantemente en ti; lo sé.

—Pero está casado contigo, Julia. Si tú…

—Sigue. ¿Qué ibas a decir?

Mis ojos se fijaron en la botella.

—Sé lo que estás pensando —exclamó sollozando—. ¡Si dejara de beber…! Lo intento… Lo consigo durante algún tiempo… y luego vuelvo a las andadas. No puedo evitarlo. No puedo.

—Si lo consiguieras…

—¿Crees que eso cambiaría las cosas?

—Creo que lo cambiaría todo.

—¿Cómo podría ser, si está enamorado de ti?

—Tú eres su mujer, Julia, y eso es lo que cuenta.

—No. Siempre te ha querido a ti…, desde que éramos niñas.

—Pero se casó contigo. Era lo que tú deseabas. Debieras sentirte feliz por ello. Si intentaras dejar de beber…, ayudarle todo lo posible en su carrera, en lugar de…

—Lo sé… —exclamó, rompiendo a llorar—. He hecho algo terrible. Jamás me perdonará. Y tú tampoco.

—Comprendo lo que sientes, Julia, pero… ¡si fueras razonable! Trata de entenderle. Es ambicioso. Podría llegar muy lejos. Todos lo creen así… Pero está situación está arruinando sus posibilidades.

—Charles dice que debería divorciarme de él.

—Si lo hicieras, le perderías.

—Ya lo sé.

—Y eso es lo último que querrías.

Dudó un instante antes de responder.

—No estoy segura —dijo—. A veces me enfurezco y lo veo todo distinto. Le odio entonces… Quiero herirle… como a mí me han herido. Charles dice que sería más feliz si lo hiciera.

—Eres tú quien tienes que decidir lo que quieres, no Charles.

—Charles siempre ha ejercido una gran influencia sobre mí, y siempre le he admirado. Philip era muy bueno. Pero Charles, en cambio, era un hombre de mundo. Se casó con Helen… Ni siquiera son buenos amigos, pero a él le tiene sin cuidado: está encantado con su mutuo acuerdo. Le es descaradamente infiel a su mujer y disfruta a sus anchas de la vida. ¡Ojalá fuera yo como Charles… y nada me importara!

—Tú no querrías ser así.

—¡Sí que querría! Me daría entonces igual que Drake me amara o no… Sería como Charles. Tendría amantes… Él no se recata en absoluto. Ahora tiene un lío con aquella italiana.

—¿Te refieres a Maddalena de’ Pucci?

—Sí, a ella. Se ven muy a menudo. Ella entra y sale de esta casa siempre que quiere, y sube directamente a su habitación. Creo que le ha dado una llave para que venga cuando le dé la gana.

—Pero… Ésta es tu casa, Julia.

—Y también la de Charles, mientras viva aquí. ¡Oh, sí! Está muy encaprichado con ella. Charles es tan… exquisito. A él jamás le harán daño de esta forma. ¡Ojalá fuera como él!

—No permitas que te influya así. Tu vida está en tus manos.

—A veces pienso que Charles tiene razón. Otras, en cambio, que está en un error. Y a veces también me da igual. Quisiera devolverle a Drake todo el daño que me ha hecho…, pero no siempre siento así.

—Si lo hicieras, arruinarías al mismo tiempo su carrera y tu vida.

—Lo sé, lo sé… Me digo que no debo hacerlo, y al instante siguiente pienso que lo haré. Puesto que soy muy desdichada, que los demás lo sean también.

—¡Oh, Julia…! ¡Ojalá bebieras menos y volvieras a ser la de antes!

—Pero… ¡me consuela tanto! Te sientes deprimida, y al instante te olvidas de ello…, lo ves todo de color de rosa y dejas todas las preocupaciones atrás. Pero a veces la sensación de desdicha es tan grande, que desearías acabar con todo…, no sólo contigo, sino también con todo el mundo.

—Aún estás a tiempo, Julia.

—¿Lo crees? ¿Lo crees de verdad? —preguntó ansiosamente.

—Sí, Julia. Aún hay tiempo.

—Hablaré con Charles esta noche. Le diré que voy a intentarlo. Que voy a ser una buena esposa para Drake, que le ayudaré… Es lo que he deseado siempre. Se lo diré a Charles esta noche. Que sepa que he tomado una decisión, que seré distinta, que ya no beberé… tanto. Iré dejándolo poco a poco. Una no puede lograrlo de repente, no cuando se está tan habituada como yo lo estoy. Sí…, tengo que hablar con él esta misma noche.

—Recuerda siempre que yo quiero ser tu amiga, Julia.

—Ya lo sé, Lenore, ya lo sé… —dijo, a punto de echarse a llorar—. Voy a cambiar. Voy a decirle a Charles que no haré lo que él me aconseja. Voy a intentar ser una esposa mejor para Drake. ¡Conseguiré que me quiera!

Me levanté para marcharme. Me acerqué a ella y le di un beso.

—No te levantes —le dije—. Ya conozco el camino. Salí a la calle, convencida de que aquella conversación había sido fructífera.

Pero a la mañana siguiente Julia había muerto.

* * *

Los días que siguieron son como una grotesca pesadilla en mi recuerdo. Me decía que tenía que despertarme de un momento a otro, para comprobar que nada de todo aquello era real.

Fue fácil determinar la causa de la muerte de Julia. La encontraron en el saloncito de Charles. A éste le habían asignado, desde que ocurriera el incendio, una pequeña suite en casa de Julia, que comprendía un dormitorio, un cuarto de vestir y un saloncito: era parte del edificio principal, pero estaba al final de un pasillo del primer piso, con una escalera posterior de acceso. Ello le daba gran independencia. Por eso Julia se la había ofrecido a Charles hasta que éste encontrara una nueva casa.

El criado personal de Charles —el mismo que le salvó del incendio— le había dicho a Julia que Charles estaría de regreso alrededor de las siete.

Julia decidió esperarle en su saloncito, porque quería hablar con él en seguida. Debió de ver la botella, y no pudo resistir la tentación. Su afición por la bebida la mató. Su muerte fue instantánea. Cuando Charles regresó, la encontró ya sin vida. Al parecer, bebió un jerez envenenado que alguien había destinado a Charles.

Al enterarme de la noticia, me quedé anonadada. Tuve que alejarme de todo el mundo para reflexionar sobre el significado de todo aquello. Alguien había tratado de envenenar a Charles, y Julia había muerto en su lugar.

Grandmère entró para hablar conmigo a solas.

—Hija mía —me dijo—, ¿qué está pasando?

—Querían matar a Charles —murmuré—, no a Julia.

—¿Por qué querría alguien matar a Charles?

—Debe de tener muchos enemigos. No es bueno. Es malvado, perverso… Le gusta hacer daño a los demás.

Grandmère me miraba con fijeza.

—Cuéntamelo todo, Lenore —me suplicó—. No me tengas a oscuras.

Le expliqué, pues, lo que había ocurrido: su acoso, que me había seguido a Parsons Road, que había tratado de persuadir a Julia para que se divorciara de Drake, citándome a mí como responsable.

Mon Dieu —musitó Grandmère—. Oh, mon Dieu

—¿Tú no creerás que yo…? Aunque ni siquiera hubiera sabido cómo… Jamás he estado en sus habitaciones, Grandmère.

—Habrá una investigación, sin duda… Y harán muchas preguntas. Tú la viste el mismo día que murió. Debes de haber sido una de las últimas personas que la vieron con vida.

—Hablé con ella. Le dije que sería un error divorciarse de Drake. Y ella me aseguró que hablaría del asunto con Charles. Por eso debió de ir a verle.

—Cuando ocurre este tipo de cosas, quedan muchos cabos sueltos y hay que investigar muchas cosas.

—Estoy asustada, Grandmère —le dije—. Pienso sobre todo en Katie.

—Katie tiene que irse a París.

—Pero yo no puedo ir con ella. Parecería que huyo. E incluso podría ser que no me permitieran viajar. ¿Por qué no la acompañas tú?

—No, mi puesto está aquí, contigo —replicó Grandmère sacudiendo la cabeza—. Cassie podría hacerse cargo de ella, junto con las dos institutrices. Será lo mejor. Y vamos a hacer las cosas paso por paso, cerciorándonos de que no damos ninguno en falso. Lo primero es alejar a Katie.

Comprendí que tenía razón.

Cassie estaba muy afligida. Quería a Julia de verdad y lo ocurrido la había trastornado sobremanera.

—No hago más que pensar en cuando éramos niñas —decía—. Montones de detalles de ella… ¡Que haya tenido que suceder esta desgracia! Me alegro de que mamá no haya vivido para verlo.

Me pregunté cómo se lo habría tomado lady Sallonger. Supuse que con mucha tranquilidad. Jamás había permitido que la afectaran demasiado los problemas de los demás, y Julia hubiera dejado simplemente de desempeñar un papel en la vida de su señoría.

—Cassie —le dije—, tenemos que hacer algo rápidamente.

Tuve que explicarle algunas cosas. Se horrorizó al saber el papel desempeñado por Charles, pero no se sorprendió demasiado porque conocía bien a su hermano. Ya de niño. Charles se complacía en burlarse de sus hermanas y a menudo disfrutaba haciéndolas llorar. Siempre tuvo, y tenía aún, cierta inclinación al sadismo.

Cassie había aprendido mucho de la vida desde que dejara la Casa de la Seda. Comprendió al punto la necesidad de sacar a Katie de Londres y se puso inmediatamente a hacer los preparativos para el viaje.

Por su parte, Katie no paraba de hacer preguntas.

—¿Por qué no puedes venir con nosotras, mamá?

—Tengo cosas que hacer. Iré más adelante.

—¿Y por qué no te esperamos?

—Es mejor que te vayas ahora. Cassie irá contigo, y también mademoiselle y la señorita.

—Preferiría que vinieras tú, mamá.

—Ya lo sé. Pero de momento no puede ser.

—Entonces…

La acallé con un beso, y le dije:

—Ya sabes lo mucho que te encanta París… Será por poco tiempo.

—¿Iremos a los viñedos del abuelo?

—Espero que sí…, algún día.

—¿Estará él en París?

—No lo sé.

—Tengo ganas de ir a Carsonne para ver a Raoul.

Siguió charlando por los codos mientras me miraba con una muda pregunta en sus ojos. Comprendí que hubiera sido muy difícil ocultarle lo que pasaba.

Tuve que asistir a la investigación preliminar. Fue una tortura. Drake estaba pálido y muy tenso, y el hecho de que Julia fuera la esposa de un político de cierto renombre hizo que acudieran a cubrir la noticia un montón de periodistas.

Le sometieron a un largo interrogatorio. Dijo que no sabía ninguna razón para que alguien quisiera asesinar a su cuñado. Que, en realidad, le conocía muy poco. Las habitaciones que Charles ocupaba en la casa eran prácticamente un apartamento aislado y, como ambos solían estar muy ocupados, apenas se veían el uno al otro. Se mostró muy sereno y muy digno, y me di cuenta de que su declaración producía una impresión excelente.

A mí me interrogaron acerca de mi último encuentro con Julia, y quisieron saber por qué había ido a verla precisamente ese día. Expliqué que nos habíamos criado juntas y que solíamos vernos con cierta frecuencia. ¿Habíamos hablado de su hermano o sabía de alguien que tuviera motivos para querer matarle? Me limité a decir que le habíamos mencionado durante nuestra charla y que Julia me había manifestado su intención de hablar con él cuando volviera a casa aquella tarde.

Respiré cuando concluyó todo.

Charles era el principal testigo, por haber sido quien la encontró muerta. Explicó muy tranquilo y demostrando una profunda tristeza que vivía en casa de su hermana y su cuñado desde que un incendio destruyó recientemente la suya. Había estado ausente toda la tarde y, al volver, encontró a Julia muerta en su habitación.

A su debido tiempo se emitió un veredicto: muerte por parte de persona o personas desconocidas.

A partir de ese momento se iniciaría la investigación propiamente dicha.