3 de enero, San Francisco
Anoche nos acostamos y Francis estuvo hablando de Apocalipsis Now. Dijo que hacer esta película fue como intentar embocar una pelota lanzándola medio de espaldas al cesto. Tenía la pelota y sabía dónde estaba el cesto, pero no sabía si podría meterla. Me explicó cómo cada secuencia de la película evolucionaba hacia la siguiente y el estilo cambiaba, se transformaba, de una escena a la otra, de manera que el público participa del mismo viaje a medida que va aceptando cada secuencia nueva. Me comentó cómo los editores cortan cada secuencia con el estilo más adecuado a ella, no de acuerdo con el estilo coherente de todo el conjunto.
Recuerdo que, en algún momento de la primavera de 1976, en Filipinas, Francis dijo que la película ganaría o perdería a partir del estilo. Pensé que se refería a que estaba hecha en cinemascope, con la fotografía lírica de Vittorio y cierto estilo de interpretación. Quizás entonces se refería a eso, pero su punto de vista ha evolucionado. Francis hablaba sobre los primeros dos tercios de la película con fluidez, y se quedaba atascado con el final. Decía que era como si pudiera ver el aro, pero que la pelota estaba girando por el borde del cesto.
Sofía se echó a llorar en el pasillo, delante de nuestra habitación. Me levanté, le preparé un huevo revuelto y una tostada y la llevé a su cama. Entonces me dijo que le daba miedo dormir sola y que quería dormir conmigo.
9 de enero, Napa
El otro día fui a la oficina de Francis. Él estaba colocando el monólogo de Marlon en el monitor del vídeo y hablando de que Kurtz tenía la mente clara y estaba lúcido y totalmente loco al mismo tiempo. Quizá sin saberlo, estaba haciendo una descripción del estado en que él mismo estaba los últimos meses en Filipinas. Me pareció que Francis, de manera metafórica, había vivido cada metro de película filmada.
Los editores se marcharon y Francis puso una cinta de la batalla de Baler con la que había estado trabajando el día anterior. Yo había visto el metraje en forma fragmentada y en el primer montaje dije: «Muy impresionante. Va a ser algo fantástico». Eso es muy distinto de vedo terminado y decir que es fantástico. La emoción me sacudió; todas las esperanzas, todos los temores de pronto se hicieron realidad y dejaron de ser especulación. Subí al coche y me fui a Napa. Traté de concentrarme en las verdes colinas, en las vacas blancas y negras, en la imagen de una camioneta azul dividiendo el verde horizonte, en las franjas color mostaza entre las hileras de cepas negras y desnudas. No pude.
16 de enero, Napa
Hace unas semanas, el helicóptero que utilizábamos todos los días en Filipinas tuvo un accidente cuando estaba a punto de elevarse. El rotar penetró en la cabina. Afortunadamente, los pilotos eran bajitos. Dick me dijo que si él y Francis hubieran estado dentro del aparato, el rotor los hubiera decapitado.
El periódico de la mañana trae la noticia de un accidente de helicóptero en Pagsanjan. Un piloto, un director de cine y otras dos personas murieron mientras buscaban una locación, en la misma zona que nosotros sobrevolamos cada día a lo largo de meses. Una de las víctimas era nuestro encargado del servicio de comida y bebida. Recuerdo lo contento que estaba con la cena que sirvió la noche del día 200 de filmación, con la chica semidesnuda que salió de la caja forrada de aluminio, y con los pavos que consiguió por Acción de Gracias, convenciendo a unos tipos para que los compraran ilegalmente en la cooperativa militar norteamericana.
9 de febrero, Napa
Me pasé toda la mañana llorando. Se me está cayendo una nueva venda de los ojos. Estoy angustiada. ¿Cuándo va a terminar todo esto? No registré las experiencias de los meses pasados. Es como si no pudiera soportar miradas de tan cerca, como si no pudiera soportar dejar al descubierto mis torpes pasos. Siempre quise estar por encima del melodrama que gobierna la vida de los demás. Y ahora aquí estoy, barbotando, tragando, braceando, tratando de salir de este mar de emociones. Y no soy muy buena nadadora.
Las cartas del tarot describen el viaje de la vida. En el punto medio, el que busca encuentra su lado oscuro. Todos los aspectos que le desagradan en los demás, todo lo que cree que él no es, lo descubre como su propio, no asumido, lado oscuro.
13 de febrero, Napa
El sábado por la noche, Francis estaba recostado en el sofá, hablando de un incidente ocurrido en Filipinas. Recordé que había tomado unas notas sobre aquello y fui a buscar mi carpeta. Cuando volví se había quedado dormido. Empecé a leer en voz alta y él se despertó. Nunca le había leído mis notas a Francis porque él es escritor y yo no. Tenía miedo de sus críticas. Le estuve leyendo hasta casi las dos de la madrugada.
14 de febrero, Napa
Esta tarde me telefoneó Francis. Me dijo que había recibido la tarjeta de San Valentín que le mandé. Y que no creía en este tipo de celebraciones, pero que pensaba que mis notas eran muy buenas y que siempre había creído que tengo talento.
Me dijo que está muy asustado.
Me dijo que ha estado trabajando muchas horas. Va a mostrar el montaje de la película dentro de diez días.
17 de febrero, Napa
Acabo de llamar a nuestra casa de San Francisco. Los operarios estaban limpiando los proyectores, preparándolo todo para la proyección de esta semana. Todo el mundo va a trabajar el fin de semana. Yo estoy aquí, en Napa. Por la ventana se ve el naranjo cargado de frutos, los narcisos están floreciendo junto al estanque, los lirios empiezan a brotar, los tulipanes están cubiertos de brotes que parecen plumas de garceta. A mi alrededor hay una belleza increíble. Por dentro, una ola de tristeza va haciendo su recorrido. No formo parte del proyecto. Francis quiere mantenerse concentrado en su trabajo. Nuestra vida personal ha quedado aplazada. No debo provocar ningún terremoto emocional, ni interrumpir las preparaciones para la primera proyección del montaje completo de Apocalipsis Now.
Cuando Francis venga este fin de semana, le preguntaré cómo va el montaje, cuántos minutos ha podido cortar de la secuencia final. Y le diré: «No temas. ¿Recuerdas todos esos tipos que se tiraron por la ventana cuando cayó la Bolsa? Se creyeron que eran su dinero. Tú no eres tu película. Si la gente cree que es una maravilla, tú no eres Dios. Si la gente cree que es horrible, tú no eres un tonto. Eres un ser humano que has dado todo lo que tienes. No has escatimado nada, ni a nadie, incluyéndote a ti mismo. No hay nada tan valiente como esto».
18 de febrero, Napa
Acabo de estampar mi firma treinta y siete veces. Unas cuantas eran para actas corporativas, las otras pertenecían a préstamos.
19 de febrero, Napa
Las casas victorianas no tienen armarios empotrados. El pasado otoño compré un armario antiguo de estilo francés rural y un respaldo que hace juego, un arcón para poner junto a la cama, un escritorio para el teléfono y una vieja mesa inglesa con dos sillas para poner frente a la ventana.
El otro día saqué todos los muebles. Puse la cama bajo la ventana sin el respaldo, tan sólo un montón de almohadones. Compré una tela francesa muy alegre, con estampado de flores y pájaros, e hice una colcha. Pinté una de las paredes de vermellón. Colgué un obi de seda morada a lo largo de la pared, con parte de papel verde manzana, con dibujo de estilo japonés, trozos de papel chino con brillantes máscaras de ópera y un bordado redondo. Puse una tela japonesa azul y blanca en la pared de detrás de la bañera y un batik antiguo en la pared junto a la ducha. Todo sostenido con chinches en las paredes victorianas, todo cambiable en minutos.
Ahora siento un alivio enorme. Es como si ya pudiera respirar. Ahora hay una gran alfombra azul mullida sobre la que uno puede recostarse frente a la chimenea. Desde la cama puedo ver la luna entre las nudosas ramas del roble, el sol saliendo por encima de los viñedos y las brumosas colinas. En la habitación sólo hay una cama, una lámpara y dos plantas de arbusto. Mis libros están en una bandeja, debajo de la cama. Cuando el jardinero entró a regar las plantas, me dijo: «Caramba, su habitación es ahora mucho más romántica».
20 de febrero, Napa
Ayer Francis estuvo aquí. Me puse triste y feliz a la vez. Hubo momentos en que pude vivir el presente y disfrutar el hecho de estar con él, disfrutar estando entre sus brazos, disfrutar de la luz que le iluminaba el pelo. Hubo momentos en que lloré y le dije lo herida que me sentía. Expulsada a este paraíso, con tanta belleza a mi alrededor, pero sin él aquí.
Me pongo furiosa conmigo misma cuando me dejo embargar por la sensación de rechazo. Él se siente culpable y más desgraciado. Me cuenta que el sábado por la noche se desmayó. Lleva toda la semana trabajando día y noche, preparando el montaje. Va de un editor al otro. Me dijo que tiene la sensación de que ver la película acabada lo ayudará a esclarecer y completar algo en su interior y que, hasta entonces, se encuentra en un caos personal. Está sorprendido de lo mucho que ha cambiado. Ya no se reconoce a sí mismo. No es capaz de distraerse con ninguna de sus aficiones anteriores. No puede organizar una fiesta, escuchar música, leer un libro; ya no puede sentir interés por un avión o por el nuevo estudio de montaje o en la construcción de una nueva bodega. No le importa si la casa está de una manera o de otra, dice que ya no tiene ninguna opinión.
Intento ser comprensiva. Intento ser paciente y dejar que el tiempo siga su curso. Dejar que Francis se encuentre a sí mismo. Me duele que esté así y me duele estar yo así. Me duele por mis hijos y por todos los que están involucrados en su vida. El hombre, el padre, el director, el jefe, no está bien.
21 de febrero, Napa
No he recurrido al I Ching en un año. Anoche lo consulté. Me salió el número 39, «Dificultades». Decía lo siguiente:
«Ha surgido un conflicto entre tú y un amigo sobre algo concreto, algo previamente ajeno a la relación. Podría tratarse de una tercera persona ante la cual reaccionan de manera distinta, lo cual provoca tensión y enfrentamientos. Es obvio que había un conflicto a punto de estallar, sobre una cosa u otra. En vez de intentar superar el problema específico a través del compromiso, o tomando uno de ustedes las riendas del asunto (este tipo de soluciones precipitadas pueden provocar rencor a una parte y arrepentimiento a la otra), ignoren el problema durante un tiempo, aléjense de él. Regresen a la cordialidad de antes de que apareciera el problema. Por supuesto, los dos serán conscientes del problema. Pero el amor, el placer y el tiempo que comparten les permitirán superar la dificultad latente que también comparten. Cuando vuelva a surgir de forma natural en su vida en común, podrán enfrentarse a él juntos y reaccionar de manera espontánea como pareja».
22 de febrero, Napa
Hoy almorcé en el porche de delante. Figuras formadas por la intensa luz solar y las oscuras sombras decoraban el jardín. Las sombras de los muebles de mimbre proyectaban dibujos sobre el porche. El aire estaba fresco y transportaba los nuevos aromas de la primavera. Sin darme cuenta, la comida que tenía en el plato se enfrió. Fue un día delicioso.
23 de febrero, Napa
Ayer estuve en San Francisco. Llamé a Francis cerca de la una para arreglar para cenar. Me dijo que acababa de tener una idea sobre un giro que podía darle al final. En vez de que Willard mate a Kurtz y quitar el ataque aéreo, iba a intentarlo en el lugar en que Willard cae en la trampa. El ataque aéreo que se suponía debía apoyado sería enviado para matarlo también a él. Estaba realmente ilusionado. Me pidió que volviera a llamado por la tarde para hacer planes.
Fui a almorzar, hice algunas compras y estuve matando el tiempo por ahí. Hacia las cuatro volví a llamarlo. Me dijo que tenía a todo el mundo allí trabajando y que por qué no regresaba a Napa, que él iría por la noche, cuando tuviera a todos los editores organizados e instruidos con los nuevos cambios.
Me metí en la autopista, dirección norte. Sentí que me embargaba la emoción. Sabía que me iría a casa y esperaría, y que él no vendría. Me fui enfureciendo cada vez más, pensando en cómo mi vida está atrapada en tantos momentos de espera. En vez de irme a casa, decidí visitar a Carol. No se encontraba bien, estaba recostada en la cama. En la pared detrás de su cama había un rectángulo alargado y brillante de luz del atardecer. Enmarcaba un fragmento del tapiz peruano y un trozo de su almohadón rojo en forma de corazón. Contemplamos cómo se ponía el sol por la ventana, detrás de los campos verdosos, las corrientes de agua y las colinas. Estuvimos hablando de la espera. De cómo las mujeres siempre han sido, históricamente, las que esperan. Ella decía que esperar ha dado a las mujeres tiempo para reflexionar, para mirar hacia su interior.
Echamos las cartas del tarot sobre la cama. Las cartas me dijeron que la espera tiene en mí dos voces. Una de ellas me dice: «Ellie, te estás perdiendo lo importante. Pon tu vida en marcha. Eres tonta por permitir que te coloquen en el papel de esperar a Francis. Toma las riendas de tu vida. Sólo se vive una vez. No esperes nada ni a nadie».
La otra voz me dice: «Ellie, cuando estás en silencio, cuando esperas sin hacer nada, es cuando obtienes sabiduría. Entonces es cuando oyes las cosas, cuando ves las cosas».
24 de febrero, Napa
Francis vino el domingo al mediodía y se marchó el lunes por la mañana. Intento convencerme de que, finalmente, tengo tiempo de estar sola. Un tiempo que siempre he querido tener. Tiempo de pasarme largas horas con mis libros y frente a la máquina de escribir, Siempre quise contar con este tiempo para mí misma, que mis necesidades fueran respetadas por los que me rodean, Pero ahora tengo la sensación de que he ganado ese tiempo a través de la pérdida.
Entre nosotros hay tiempo y espacio, Ninguno de los dos tiene la sensación de que nuestro matrimonio esté acabado, No podemos volver a como era antes. Pero tampoco sabemos cómo será en el futuro.
18:00 - Francis acaba de llamar. Ha visto la película hasta el final. Estaba contento de lo bien que funcionaba hasta el reducto de Kurtz. Se da cuenta de que la secuencia final no tiene que ser tan larga; el resto de la película funciona bien, Comentó que la secuencia final no podía ser de la manera que había planeado, que tendría que imaginar algo nuevo, despojarse de sus ideas preconcebidas. Pensaba ir a dar un paseo, hacer algo que ayudara a su mente a cambiar de rumbo, para que nuevas ideas pudieran surgir desde otro ámbito.
Me dijo que estuvo trabajando solo con la máquina de montar vídeos hasta las cuatro o las cinco de esta madrugada y que es lo mismo que estar escribiendo, Ahora los editores estaban intentando adaptar la película a las ideas que se le han ocurrido mientras trabajaba con las cintas de vídeo.
25 de febrero, Napa
La otra noche tuve una cita. Me vino a buscar, me ayudó a ponerme el saco, me abrió la puerta del coche. En el restaurante, me preguntó qué clase de cerveza prefería. Yo era consciente de mi remolino de sentimientos desconocidos. Cuando el camarero chino trajo la cuenta, la había dividido cuidadosamente por dos, marcando con un círculo los dos totales idénticos.
27 de febrero, Napa
Llevamos una bandeja con sangría al jardín. Francis estaba sirviendo y Walter le dijo una de las muletillas del coronel Kilgore en la película: «Vamos, muchacho». Walter comentó lo mucho que se parece el montaje a un lavado de cerebro. Un día tras otro, uno está sentado en una sala a oscuras, escuchando el mismo diálogo una y otra vez, y al cabo de un tiempo empieza a utilizar las mismas expresiones. Walter nos contó que los editores de La guerra de las galaxias empezaron a decir «Ahí vienen» como respuesta a casi todo.
Este fin de semana Francis estaba más tranquilo. Ya hizo la primera proyección de la película con público a finales de la semana pasada y la respuesta fue muy positiva. Estuvo haciendo cambios en los rollos hasta el último minuto, La proyección empezó con una hora y cuarto de retraso, pero los de United Artists, los editores y la otra gente que la vio confirmaron que aquí hay una película.
Encontré una nota en el bolsillo del saco de Francis. Decía lo siguiente: «Increíble en sus logros tal como es y en su potencial de ser todavía más maravillosa en las próximas semanas. Un gran honor y un gran reto formar parte de ella».
28 de febrero, Napa
Francis, Roman y yo estábamos en el porche hablando del metraje filmado desde el helicóptero en Baler. Roman subió a uno de los Huey durante la filmación. Francis estaba recordando cómo dirigía a los helicópteros desde la embarcación de mando. Y lo frustrado que se sintió cuando no le hicieron caso y no hicieron las tomas como él quería. Dijo que más tarde se enteró de que uno de los pilotos estaba consumiendo heroína.
29 de febrero, Napa
Francis me contó que la primera vez que pensó en ser director de cine fue cuando tenía catorce años. Estaba en la cocina con su hermano Augie y su esposa, que bailaban imitando escenas de una película romántica. Francis miraba a través de sus dedos, fingiendo seguir la acción con una cámara.
1º de marzo, Napa
El domingo, cuando Francis estuvo aquí, me quejé, lloré y dije todas las cosas que después me hacen odiarme a mí misma por haberlas dicho. Por la noche no pude dormir. Estaba furiosa conmigo misma por no ser capaz de limitarme a disfrutar de los buenos momentos.
El lunes, cuando Francis se marchó para volver a San Francisco, estaba cansada y gruñona. Al mediodía tomé el coche y me fui a Petaluma para reunirme con Carol y Barlow y estudiar el tarot. Era un día primaveral. Tomé fotos mentalmente. Un rebaño de ovejas en una colina verde, con una hilera perfecta de palmeras detrás; vacas blancas y negras delante de una nueva urbanización; una línea de flores ámbar que marcaba el límite de una propiedad. Me prometí que la semana siguiente traería la cámara, pero sabía que las diapositivas no serían tan buenas.
Cuando llegué a la casa de Barlow, me senté en la cocina y busqué apresuradamente el capítulo que nos tocaba esta semana, sobre la carta llamada «La torre». La ilustración mostraba una torre de piedra golpeada por un rayo; se estaba partiendo por la mitad y las llamas salían por las ventanas. Decía lo siguiente: «La torre sugiere la destrucción de una filosofía anticuada, incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias. A medida que la mente humana evoluciona, absorbe con facilidad las nuevas ideas y conceptos, utilizándolos para construir nuevos valores que le servirán de guía a lo largo de su vida. Pero, a medida que la mente madura, sus principios tienen tendencia a anquilosarse y volverse rígidos de manera gradual, de modo que se pierde el contacto con el dinamismo de la realidad».
A medida que avanzaba la tarde, algo en mí cambió, como si el glaciar de mi rígida mentalidad hubiera acabado agrietándose. Empecé a comprender cómo había construido mi mentalidad, este sistema de principios sobre el matrimonio, que databa de cuando era niña. Con los años no me había adaptado, no había sido flexible y al final todo se había agrietado. Me sentí iluminada. Mientras conducía de regreso a casa, al anochecer, mentalmente podía ver todas las piedras de mis principios, rocas grisáceas desmoronadas por el suelo a mi alrededor. Empecé a cambiar de actitud, desde la sensación de pérdida y dolor a la felicidad de poder construir algo nuevo.
5 de marzo, Napa
Han pasado cinco días. Sigo vigilando con el rabillo del ojo si mi felicidad se está esfumando. Sigue aquí
13 de marzo, Napa
Francis es duro. Parte de él está todavía luchando por aferrarse a sus antiguos principios. Sabe que son anticuados y que no le van a funcionar en la siguiente etapa de su vida, pero son viejos conocidos. Lo educaron con ellos y tiene la esperanza de poder volver a aquel lugar familiar y confortable del pasado. Pero, al mismo tiempo, sabe que no puede hacerla. Está triste y enfadado. Este fin de semana vi el inicio de un cambio en él. Estábamos en el coche con los niños y se puso a cantar. Me quedé pasmada pensando en el tiempo que hacía que no lo oía cantar. Luego habló sobre su próximo proyecto. Señales de cambio.
Para mí, el enorme templo de piedra del reducto de Kurtz representaba el matrimonio. La estructura básica de principios en que se basaba mi vida. Y explotó. Lloré y sentí dolor y traté de volver a apilar sus piedras, sostener sus paredes y poned e parches mientras se hacía añicos. Al final desistí. Me siento como si hubiera vuelto al río. El templo está ardiendo a lo lejos, pero yo estoy flotando de espaldas, mirando el cielo. No sé adónde me lleva la corriente, no sé cómo va a ser el momento o el día siguiente de mi vida. No puedo imaginarme dónde vaya estar o cómo va a ser mi vida dentro de seis meses o un año. Da miedo, pero, por encima de todo, tengo curiosidad por saber qué me espera.
18 de marzo, Napa
Estábamos sentados en el porche hablando de cómo el arte de hacer cine es una metáfora de la vida. Hablábamos del montaje. Francis dijo: «Estoy dispuesto a sacrificar mi mejor escena para hacer que la película sea mejor… cualquier cosa… siempre puedo volver a añadida. Ésta es la diferencia con la vida; a ella no puedes volver a añadirle escenas».
26 de marzo, Napa
Hemos comentado que cuanto más tiempo uno permanece en un estado de ambigüedad, más posibilidades hay de que ocurran cambios. Los humanos tenemos demasiada prisa por definir las cosas, por hacer' que sean definitivas, por fijadas de un modo que nos permita saber lo que son y cómo manejadas. Francis estaba hablando de hacer el montaje final de la película, de acabarla; pero, en cambio, cuanto más tiempo soporte la presión de no saber cómo termina, de no definir el final, más posibilidades tendrá de que evolucione. Lo mismo cabe para nuestro matrimonio. Quiero y no quiero definido mientras trato de averiguar si todavía vale la pena o ya no y al mismo tiempo me ilusiono ante su falta de definición y el potencial de dejar que evolucione hacia cualquier forma que pueda adquirir. A veces vuelvo a llorar y gritar pidiendo forma y definición, alguna estructura a la que asirme. Quizá sólo quiera una forma definida para poder rebelarme contra algo tangible, tal como tengo costumbre de hacer.
1º de abril, Bolinas
Hoy había marea baja y fuimos todos a casa de Walter para ir a recoger almejas. Yo llegué un poco tarde, porque venía de Napa con los niños. Cuando llegamos, las almejas ya habían recibido demasiadas visitas de pescadores, así que Carroll Ballard, Gio, Roman, yo y unos niños más caminamos un kilómetro por la playa hasta un punto en el que hay un arrecife alargado. Una vez allí, nos pusimos a sacar mejillones. No había nadie más. Es raro que aquí la gente no se interese por los mejillones. En el Mediterráneo son muy apreciados. Nos adentramos hasta donde rompen las olas. Pasamos por charcos con estrellas de mar; erizos y cangrejos. Vimos los leones marinos tomando sol sobre las rocas, a lo lejos, y algunos que nadaban muy cerca de la orilla. Arrancamos mejillones de las rocas y cuando teníamos el balde casi lleno apareció Francis. Iba descalzo, caminando con dificultad por el escarpado arrecife, con sus mocasines de cuero en la mano. Acababa de llegar de San Francisco. Anoche les mostró la película a los distribuidores franceses. Volvimos juntos hacia la playa. El chófer nos hacía señas y Francis tuvo que correr para atender el teléfono del coche. Uno de los editores tenía unas cuantas preguntas sobre los cambios para la proyección de hoy.
Cuando llegamos a la casa limpiamos los mejillones y las almejas y los cocimos al vapor. Luego los comimos con una salsa de manteca fundida. Estaban riquísimos, muy tiernos y sabrosos.
Francis sigue en la mesa con Walter, Carroll Ballard y Matthew Robbins. Hablan del final de la película. Intentan definido de alguna manera. Es como si cuando tratan de reducido a algo concreto se les escapara, se desenfocara. Francis habla de los temas de la película. «Hacemos cosas que contradicen la manera como nos definimos», dice.
Puedo ver cómo esta afirmación ha quedado suspendida en el aire. Es uno de los elementos que en los últimos meses sumió a Francis en una espiral depresiva.
3 de abril, Napa
Anoche vi dos tercios de Apocalipsis Now. Me asombró en qué medida, a pesar de haber estado allí, de haber visto la mayor parte del metraje en un momento u otro, la película montada era muy distinta de lo que podía haberme imaginado. Tenía una vida, una cualidad única que trascendía la suma de sus partes. Faltaban la escena de la plantación francesa y buena parte del final, pero, así y todo, su fuerza expresiva me pareció sorprendente.
Hoy, mientras veníamos en coche, hablamos de las diferencias entre la experiencia de estar ahí, haciendo la película, y lo que se ve en la pantalla. La película no es capaz de transmitir el calor, la conmoción que causan las explosiones, la emoción de los helicópteros o de estar filmando a las cuatro de la madrugada. Cuando uno está allí los ojos captan muchas más cosas que la cámara. En la sala de proyecciones, uno tiene la sensación de que la película es más parecida a un recuerdo o a un sueño.
Creo sinceramente que la película de Francis es un paso real de acercamiento del cine a la literatura, ya que trata de incluir lo que Willard está experimentando tanto por dentro como por fuera.
4 de abril, Napa
Anoche vimos la ceremonia de los Oscar. Fue triste porque Francis no estaba con nosotros. Aquí no tenemos televisor, así que fui con los niños a casa de los padres de Margie. La madre de Margie era la mucama de los primeros propietarios de nuestra casa. Vivió en ella treinta y ocho años. En su familia se respira una alegría muy cálida; entre ellos se hablaban en español. Estaban los tres hijos y el marido de Margie, sus dos chicos y mis tres hijos. Yo me senté en el suelo, frente al televisor, apoyada en la mesa ratona. Sofía se hizo un nido de almohadones y se acurrucó a mi lado. La mesita era octagonal, de madera, cuidadosamente cubierta con un plástico claro. La madre de Margie parecía preocupada porque yo estaba sentada en el suelo.
Al final nos pusimos todos a ver la tele. Roman daba saltos cada vez que veía a Marcia y a George Lucas. Se puso a gritar y saltar e hizo reír a todo el mundo cuando La guerra de las galaxias ganó algunos Oscar. Yo me alegré cuando Marcia obtuvo el Oscar al mejor montaje.
Hoy Francis dijo: «Como George no ha ganado directamente ningún galardón, volverá. No va a limitarse a retirarse al olimpo de los dioses, como dice últimamente. Seguro que hará otra película; le encanta ganar».
Cuando salió a cantar Jane Powell, los niños dijeron: «¿Quién es ésta?». Era el ídolo de juventud de Francis; y también el mío. Me muero de ganas de volver a ver Siete novias para siete hermanos. Mientras ella cantaba, los niños se levantaron y se pusieron a corretear. Uno de los chicos trajo un pollito del garaje; el pobre animal se puso a correr, aleteando y mirando por debajo de los muebles, mientras Sofía lo perseguía. Nadie volvió a prestar atención al televisor hasta que salió Farrah Fawcett.
Me alegró ver a Diane Keaton ganar un Oscar. Recuerdo cuando venía al set de El Padrino. Llegaba toda eufórica, con botas altas y ropa extravagante, y se metía en el camarín para salir toda modo sita y correcta como Kay Corleone.
5 de abril, Napa
Hoy me quedé en casa. Tengo un resfrío horrible. Aproveché para limpiar mi oficina y abrir una pila de correo atrasado. Puse las facturas en sobres para el contador, mandé la tarjeta para el campamento de Sofía y clasifiqué dibujos y fotos. Envié un cheque para reservar un lugar en una gira por talleres artes anales y textiles en Japón. Esto me provocó una extraña sensación: es la primera vez en quince años que me embarco en un viaje sin Francis y los niños. De vez en cuando he hecho pequeñas excursiones de unos pocos días, pero el resto de mis viajes ha tenido siempre relación con Francis o los niños. He adaptado las cosas que yo quería ver o hacer a sus planes.
Cerca de las cuatro de la tarde me llamó Gio. Había perdido el ómnibus y quería que fuera a buscarlo. Salí de casa y me pareció ver cuadros por todas partes. Formas de luz sobre los lirios blancos; dibujos de pétalos en los senderos que pasan junto a los cerezos; tulipanes reclinándose, abiertos de par en par, doblándose y cayendo por su propio peso; crujientes amapolas; nuevos lirios azules, a contraluz, que seguramente acaban de abrirse. Parecían los que salen en los biombos japoneses. Pensé en cómo quedaría si les pongo un panel dorado fino detrás, en la tierra del jardín. Y de pronto recordé que tenía que ir a buscar el coche para recoger a Gio.
6 de abril, Napa
Esta mañana Francis y yo estábamos discutiendo en la entrada de la casa de San Francisco. Los niños estaban ya en el coche, esperando a que los lleváramos al colegio en Napa. Al final me aparté y me dirigí al lado del conductor. Seguimos gritando por encima del coche. Hacía frío y las ventanillas estaban cerradas. Los niños estaban dentro, armando alboroto y tirándose una pelota de ropa. Sofía se quedó mirando cómo discutíamos y gritó:
-¡Corten!
Francis se echó a reír. Lo vimos los dos, como en el mismo momento. Era una escena perfecta para una película. Francis dijo:
-¿Crees que no me pregunto si ahora mismo no estoy haciendo mi próxima película? Todo esto que estamos viviendo es sólo parte de alguna película. La gente me dice que durante la filmación de El Padrino no paraba de hacer cenas sobre la base de espaguetis, con mucho vino y gente alrededor de la mesa, y ahora yo me he convertido en ese tipo raro que revisa su vida, exactamente igual que Willard. ¿Crees que no me aterra pensar que mi vida es sólo una película que estoy haciendo?
8 de abril, Napa
Esta mañana le pregunté a Francis qué es lo que sus voces internas le dicen que haga. Me dijo que le piden que no haga nada, que no presione, que no actúe, que se limite a esperar. Todo lo contrario de lo que está acostumbrado a hacer. y añadió que temía que sus voces le dijeran que estuviera solo, sin nadie más en su vida.
-¿No ves lo aterrado que estoy, Ellie? Tú me estás diciendo: «Apresúrate y define nuestro matrimonio, no voy a esperar mucho más tiempo». United Artists me dice: «Apresúrate y acaba la película, no podemos tener a los Bancos y a los cines mucho más tiempo esperando». Y parte de mí me dice: «Lo único que tienes que hacer es pensado todo muy bien, no tomes decisiones rápidas sólo para salir del problema».
Me decía que cuanto más trabaja en el final, más parece escapársele, como si estuviera allí pero fuera de su campo visual, burlándose de él. «Trabajar en el final es como intentar escalar por un vidrio con las uñas», me dijo.
9 de abril, Napa
El sábado por la tarde deseé que la vida se detuviese un momento. Era un día perfecto de primavera, fresco y cálido. El jardín tenía todos los tonos del verde. Las flores eran simples manchas opacadas por el espectro que va desde el verde oscuro hasta el amarillo verdoso. Francis parecía relajado. Estaba en el césped, con los compañeros de séptimo de Roman. Estaban haciendo una película llamada La venganza de las uvas asesinas. Había ocho o nueve niñas disfrazadas de uva, con medias verdes y unos vestidos redondos de color violeta, rellenos de papel de diario. Roman era el dueño del viñedo, al que estaban espiando. Francis ayudaba al estudiante encargado de la dirección a organizar una toma. Gio y yo los observábamos desde el porche. De pronto, Gio me dijo: «¿Sabes, mamá?, podríamos disfrazar a todos los alumnos del Santa Helena. Tenemos mil quinientos pijamas vietnamitas en el granero».
En ese momento apareció George Lucas, que venía a visitamos. Los chicos corrieron a pedirle autógrafos. Cuando acabó la filmación, la profesora se llevó al primer grupo de niñas a casa. Entonces los niños fueron al granero y tomaron un muñeco de un vietnamita muerto y lo pusieron tumbado en el camino de entrada a la casa. Cuando la profesora volvió montaron toda una comedia: dispararon con una metralleta e hicieron explotar globos rellenados con sangre de mentira.
Michael Herr; quien escribió Despacho de guerra, también estaba en casa. Comentó que le impresionó ver el cuerpo sangriento tendido en el piso y que en Vietnam hubieran dicho: «Saquen a ese oriental de allí».
Hace mucho tiempo que no saco ninguna foto. Para Navidad, Francis me regaló una pequeña cámara con flash incorporado. Nunca había tenido ganas de usarla, hasta que hoy la probé. Saqué unas cuantas fotos de él en el porche, recostado en el sofá de ratán. Esta tarde tomé algunas fotos de Sofía jugando a las cartas con Francis, George Lucas y Michael Herr, en la mesa del comedor.
10 de abril, Napa
Esta tarde di un largo paseo por caminos de tierra, hacia la bodega. Junto al camino había guisantes y altramuces silvestres. Caminé hasta la pista del helicóptero. Hace meses que no se utiliza. Detrás hay un cerro con un viñedo recién plantado. Cada nueva vid está protegida con un pote de helado Foremost. Los trabajadores deben de haberlos tomado del material de utilería en el granero. La última vez que vi estos potes estaban apilados en la carpa de lona de Iba donde yo esperaba que cesara la lluvia.
Cuando el equipo de producción terminó su trabajo, se mandaron varios contenedores por barco desde Filipinas. Alguien debió de dar la orden general de empaquetado todo y enviado. Lo descargaron aquí, en nuestro granero. Parte del material se utilizó para filmar tomas de relleno el verano pasado. Hay un montón de muñecos, armas militares de utilería, cascos, cantimploras, mesas de montaje, latas de Coca-Cola de la época, ventiladores, lanzas de ifugaos, tótems, cajas de libros mohosos del set de la plantación francesa, manteca de maní, café instantáneo, sábanas, almohadones, dos bañeras japonesas, uniformes militares, guantes de béisbol, cinturones de balas, taparrabos de ifugaos, cestas, joyas falsas, apliques de luces, megáfonos, muebles de oficina, material de consulta, sandalias vietnamitas. Los niños tienen la tabla de surf del coronel Kílgore en la piscina.
13 de abril, Napa
El viernes fue el cumpleaños de Francis. El tercero durante la filmación de Apocalipsis Now. En su oficina se celebró una fiesta. Luego vino aquí, Sus regalos fueron descargados sobre la mesa de la sala. Esta mañana estuve ordenando, y no pude evitar leer una de las tarjetas: «Gracias por dejarme ser parte de tu grandeza. Con cariño… ».
Algunos días me siento cansada y sólo tengo ganas de huir. Siempre habrá una nueva camada de devotas jóvenes discípulas esperando en los flancos. La situación actual empezó durante la filmación de El Padrino II. Yo estaba en la locación con Francis, lejos de San Francisco, de mis amigos y de las cosas que en aquel momento me interesaban y me estimulaban. Estaba furiosa conmigo misma, enojada por no sentirme totalmente feliz, incapaz de concentrarme en Francis y la filmación de su película. Otra sí lo hizo.
14 de abril, Napa
Francis estaba recostado en el sofá y dijo: «Quizá los dientes de mi alma tengan caries».
15 de abril, Napa
Hoy me siento muy mal porque le he pedido a Francis que este fin de semana no venga. Pego un respingo cada vez que suena el teléfono. Acaba de hacerla. Era un niño que quería saber si podía llevados a él y Roman a la tienda de motocicletas. Luego hubo una llamada a cobro revertido de Gio, preguntando si podía comprarse un perro en San Francisco. Una parte de mí espera que Francis vuelva a llamar. Anoche tuvimos una larga conversación, y esta mañana otra. Yo estaba histérica. Me había enterado por casualidad de que la otra mujer estuvo con él durante una proyección de la película entera. A mí todavía no me han invitado. Me siento totalmente traicionada. Por mi mente pasó la imagen de un calendario, dos años llenos de días, con las páginas corriendo rápidamente, como en las viejas películas. En cada página había una imagen de algo, una foto nuestra yendo hacia el set en un bote, otra de los insectos revoloteando alrededor de una luz en un día de lluvia, otra de los chicos en el aeropuerto, la mesa de la cena el día 200 de filmación, y así una tras otra.
Me duele todo. No quiero ver a Francis durante un tiempo. No sé si lo estoy ayudando o estoy agudizando su dilema, si estoy haciendo algo saludable para los dos o siendo cobarde. No sé si me estoy ayudando a mí misma o si estoy cortando los nuevos brotes que crecen entre nosotros.
El teléfono sonó. Era Francis, que me llamaba desde el radioteléfono del coche. Viene hacia aquí.
19 de abril, Napa
El domingo pasado Francis y yo tuvimos una tremenda disensión italoirlandesa. Es como si los viejos rencores entre nosotros no pudiesen simplemente desvanecerse, tienen que explotar, ser detonados con dinamita. Todo el domingo por la tarde intensifiqué la discusión como si hubiera algo que necesitara vomitar y no pudiera. Al final, hacia el anochecer, Francis agarró todo lo que había en la mesita ratona y lo hizo añicos contra el vidrio. En el suelo quedaron un montón de vidrios rotos, velas, un bol de frutos secos, la tetera japonesa, las tazas y las servilletas empapadas de té. Pensé en cómo todo esto debe estar afectando a los niños. Sofía bajó a la sala; pensé que debía ver lo que verdaderamente sucede en nuestras vidas. Miró la mesita, con su marco abollado y su vidrio roto y dijo: «Oh, ahora no les importará si pongo los pies encima».
El lunes me dolía todo el cuerpo como si me hubieran dado una paliza. Francis y yo estuvimos hablando por teléfono mucho rato, intentando comprender por qué hemos estado destrozando nuestro matrimonio trocito a trocito desde hace un año, Por la tarde tomé un largo baño caliente. Llamé a una amiga y fui a la ciudad para cenar e ir al cine. Fuimos a ver Una mujer descasada, una historia clara y sencilla. El protagonista llora, le dice a su mujer que está enamorado de otra y que se va a vivir con ella. La mujer se marcha y vomita y empieza el proceso de seguir adelante con su vida. Él vuelve y le dice: «¿No puedes considerar que he estado enfermo durante una temporada?». Eso es lo que llevo más de un año diciéndome. Francis no está bien.
Ayer fui al correo. Fuera había una niña nueva de la clase de Sofía. Había oído que acababa de venir a vivir con su abuela. Pregunté si me la podía llevar conmigo a jugar un rato con Sofía. En el camino de un kilómetro de regreso a casa me contó que su madre había muerto el 13 de febrero. Me dijo que su coche había quedado atrapado en un desprendimiento de barro durante una tormenta, pero que no había muerto de eso, que entonces sólo se hizo un corte en la cabeza. Murió después de neumonía. Dijo que ella misma estuvo a punto de morir en el accidente, pero que pudo salir por la puerta trasera. Me contó que su hermana gemela había muerto cuando tenía cinco semanas de un ataque al corazón, a las cinco de la madrugada del 9 de octubre, el cumpleaños de su madre. Me dijo que su abuela no podía creerlo hasta que vio el aviso en el periódico. Me contó que su gato también había muerto. Cuando vio nuestra gran casa victoriana se le llenaron los ojos de lágrimas. Me preguntó:
-¿Tiene escalera de caracol?
-Sí -le contesté.
-Eso da mucho miedo -me dijo.
Llegamos a la puerta de atrás. Saltó del coche y corrió por el césped a hamacarse con Sofía. Me quedé alarmada por la manera en que informaba de los acontecimientos de su vida. No había modo de integrarlo todo en sus solo seis años de vida.
20 de abril, Napa
Apocalipsis Now todavía no está terminada. Hay un enorme contingente de editores. Hay preestrenos. Hay gente filmando tomas de relleno y grabando la narración. Se está montando un gran departamento de sonido y música. Se están haciendo y revisando los cronogramas, queda trabajo de óptica y laboratorio por hacer. Hay una hoja para apuntarse a la fiesta roller skating de la compañía, y hay noches en las que se sirve vino. Hoy ha llegado un telegrama desde el reducto de Kurtz para mantener los ánimos bien altos. La gran producción continúa, pero ha quedado en mi visión periférica.
Hoy los niños están en el colegio; desconecté el teléfono. Estoy totalmente a solas. Me encanta.
22 de abril, Napa
Ayer fui en coche a la ciudad. La atmósfera estaba muy límpida y las colinas parecían muy cercanas, encrespadas con densos matorrales y zonas de flores silvestres. Los lugares en que había vacas parecían postales de Suiza. Vacas, en medio de un mar de verdor salpicado de ranúnculos y altramuces. Fui a ver parte del metraje que filmé para el documental. No había mirado nada desde hacía un año. Me gustó el buen aspecto que tenía.
Mirar lo que ahora me parece como una vida anterior me provocó una extraña sensación. Yo misma salía en un par de tomas. Parecía más joven, con el pelo corto. Una persona distinta. Francis también era otra persona. Había una toma en la que salía él al lado de Gio. Pesaba veinte kilos más y Gio era un niño. Ahora Gio tiene bigote y vello en las piernas.
23 de abril, San Francisco
Estoy en la sala de montaje, medio en penumbras. Los operarios están cambiando los rollos. Tres rollos de banda sonora y una banda de imágenes están siendo colocados alrededor de los cabezal es. Unas tiras amarillo brillante serpentean a través del aparato. De fondo hay un trozo de pared de color óxido. Todo lo demás está silueteado por una pequeña luz. Acabamos de ver varios rollos de un nuevo corte del final. Estoy experimentando una avalancha de emociones que parece fuera de lugar. Todos los demás están charlando.
Es domingo. El equipo trabaja, preparándose para el primer gran preestreno. Dentro de dos días, novecientas personas acudirán a ver este montaje. Francis estudiará sus reacciones. Dice que está verdaderamente aterrorizado. Y es cierto.
Hace poco dijo que se había dado cuenta de que, cuando volvió de Filipinas, había desaparecido la base de su estabilidad económica, y que cuando miraba el metraje no sabía si sentirse como un loco o como un artista. Su vida personal estaba en crisis. En su vida no había ninguna parte segura a la que aferrarse, así que se desmoronó.
25 de abril, San Francisco
Estoy esperando. Francis va a reunirse con los publicistas. Sobre la mesa del café hay un montón de encuestas respondidas después de la proyección de esta mañana. Francis las está dividiendo en dos pilas: aquellos a los que les ha gustado la película y aquellos a los que no. Están hablando de lo fuerte que ha sido la reacción del público. Francis dice: «No está funcionando como yo quiero. Estoy intentando pensar en los pasos siguientes».
El dilema es si hay que mostrar la película entera a los dueños de los cines para la licitación y las fechas de exhibición, o mostrarles sólo algunas partes.
28 de abril, San Francisco
Estoy en la oficina de Francis. Tiene cuarenta y ocho fichas dispuestas en una hilera larga e irregular por el suelo. Cada ficha tiene mecanografiada una escena diferente. Las está cambiando de lugar para reestructurar la película.
30 de abril, San Francisco
Estoy en la sala de montaje de Walter. Acabamos de ver un nuevo montaje del principio de la película. He experimentado una ola de pánico. Hay partes de mi cuerpo que todavía están erizadas de electricidad. El inicio que acabo de ver no es tan bueno como el anterior. Tiene una intención distinta y aún no se ha logrado. El montaje final está todo desmembrado y todavía no puede reconstruirse. La proyección para los dueños de los cines es dentro de dos días. Francis acaba de decir: «Si no les gusta la película y no quieren comprarla, no tendremos la obligación de mostrarla al público». Hay risas nerviosas.
Es domingo. Me pregunto dónde están las familias de los editores. Nuestros hijos se encuentran en Napa. Cuando nos marchamos, Roman estaba lloriqueando. Decía que no tenía a nadie con quien jugar y tampoco nada que hacer. Durante el trayecto hasta San Francisco me he sentido mal, con la sensación de que debería haberme quedado con Roman, de que Francis tenía prisa por no hacer esperar a los editores, consciente de que Roman tiene que aprender a solucionar sus propios problemas sin la ayuda de mamá, pero llena de culpabilidad por no pasar el tiempo suficiente a su lado. Roman es el que más se parece a Francis. Cuando Francis ha tenido problemas, Roman es quien más lo ha notado.
Ahora la máquina de montaje se ha detenido en una imagen de Willard recostado en la cama del hotel. Hay material de montaje todo a mi alrededor. Rollos de cinta, empalmadores, guantes blancos, cepillos, ejes, bobinas, listados, gomas, tazas de café, rebobinadores, cuadernos y pilas y pilas de cajas de lata con rollos de banda sonora o de imagen. Cada caja lleva una etiqueta numerada de cinta amarilla. Me pregunto qué habrá en la caja RK4012-4710, o en la BD7012-7814. Varias lámparas iluminan partes de la sala. No hay ventanas. No puedo ver cómo pasa el tiempo. Quizá sean las cuatro de la tarde, o de la mañana. Francis está fuera, sentado a la máquina de escribir, reescribiendo una parte de la narración para volver a probar este montaje. Tengo hambre.
2 de mayo, Napa
Francis acaba de llamar. Va de camino al preestreno para los dueños de los cines. Me ha dicho que desmontar la película e intentar hacer cambios importantes en tan poco tiempo no ha sido práctico ni inteligente, pero que, de alguna manera, había que hacerla. La evolución de la película continúa.
Me describió lo que había hecho, cómo había reestructurado el principio. Ahora Willard estaba en la habitación del hotel, esperando a ser interrogado y revisando mentalmente la experiencia vivida, en vez de estar en la habitación esperando una misión. Básicamente, Francis está intentando utilizar la habitación del hotel como principio y final. Para empezar y terminar en ella, en vez de la explosión del reducto de Kurtz como escena final.
10 de mayo, vuelo de Nueva York a San Francisco
La azafata acaba de anunciamos que el pato del menú ha sido sustituido por pollo. Francis y yo estamos en el avión de regreso a San Francisco. Los seis días que acabamos de pasar en Nueva York son ahora un montón de fragmentos de recuerdos.
Francis hizo una proyección para los dueños de las salas. No les mostró la película entera. Decidió que no será posible acabarla para estrenarla en diciembre, y que su estreno se aplazará hasta la primavera de 1979.
En la máquina de escribir encontré esta nota que había escrito para él mismo: «¿Cuáles son mis problemas? Lo que más me aterroriza desde hace varios meses es que la película es un caos. Un caos de continuidad, de estilo. Y, lo más importante, el final no funciona ni a nivel de público ni a nivel filosófico. Brando resulta una decepción para el público. La película alcanza su punto álgido durante la batalla de helicópteros. Tengo los nervios destrozados. El corazón roto. La imaginación muerta. No tengo autoconfianza. Pero, como un niño, lo único que quiero es que venga alguien a salvarme… ».
El mismo día encontré este artículo en la columna de chismes de un periódico de Nueva York: «¿La suerte llama dos veces? ¿Será capaz Francis Ford Coppola de volver a repetir su fantástico éxito de la serie El Padrino, con su terriblemente pasada de presupuesto, terriblemente cara, pero altamente alabada, Apocalipsis Now?».
Las recientes proyecciones para dueños de cines en ambas costas provocaron empujones para entrar, y contaron con un dispositivo de seguridad nunca visto hasta la fecha. Los que consiguieron verla abandonaron la sala hipnotizados, murmurando «Es asombrosa». Una persona comentó: «No hay ninguna película que se pueda comparar a ésta», y otra dijo: «Es monumental. Va a crear un nuevo nivel en los estándares cinematográficos».
Almorzamos con Bernardo Bertolucci. Tenía el mismo aspecto que Francis, con pronunciadas ojeras y una ausencia total de su habitual energía vibrante. Hace ya algunos años de la última vez que lo vi. Fue una noche cálida, y estuvimos paseando con él por las calles de Roma. Bernardo contaba chistes y Francis cantaba, con el sombrero de Bernardo encasquetada.
Bernardo nos contó cómo, después de El último tango, había sentido una especie de omnipotencia. Luego, durante Novecento, sufrió una depresión y una hipocondría que lo obligaron a detener la filmación en varias ocasiones. Dijo que su próxima película sería sencilla. Algo sobre una mujer y su hijo. Trabajaría temas extraídos de su propia niñez con su madre, casi como una especie de terapia. Habló de Italia y su situación política, y de sus problemas para encontrar un contexto de fondo para su película que representara la Italia actual, pero sin incluir secuestros ni bombas. Habló de cómo el tema de los secuestros se habrá salido de control, en parte porque los partidos políticos italianos lo utilizaban para echarse las culpas mutuamente de lo mal que estaba la situación. Decía que en Francia, donde el gobierno trató el tema con mucha mano dura, no tenían el mismo problema.
También fuimos al Metropolitan. La exposición de Monet ya había cerrado. Estuve mirando las cerámicas chinas. Francis se aburría; se quedó atrás, mirando a la gente, hasta que encontramos una exposición sobre el reinado de Napoleón que le interesó. A la hora de cerrar nos hicieron salir por la zona de arte egipcio. Me encantaron las pinturas murales, los colores de coral y terracota con detalles azules, verdes y oro. Por la noche cenamos con Nan y Gay Talese. Fuimos a Elaine. Hacía tres años que no iba. Era como dicen las revistas. Bernardo estaba en la mesa contigua. En la siguiente estaban Bob Fosse y uno de sus bailarines. Woody Allen estaba en una mesa solo, como una caricatura de un hombrecito solitario. Bob Fosse no tenía buen aspecto. Francis y Bernardo presentaban síntomas de estar hundidos en algún tipo de crisis personal. Woody Allen parecía muy triste. Me han dicho que Martín Scorsese no se encuentra bien. ¿Qué les pasa a todos estos directores?
Nan me contó que su marido lleva seis años trabajando en su libro sobre la sexualidad en Norteamérica. Y añadió que ése es el único recuerdo que su hija de diez años tiene del trabajo de su padre. Le dije que lo mismo le ocurre a Sofía. Cuando Francis empezó Apocalipsis Now ella tenía cuatro años. La próxima semana cumplirá siete. Se cree que esa película es todo lo que hace su padre.
Una tarde estuve en el Soho y me encontré con mi antiguo novio. Hacía unos doce años que no lo veía. Me llevó a su galería y me mostró unos cuantos cuadros. La sala me sonaba familiar. De pronto me di cuenta de que era la galería que se utilizó en la filmación de Una mujer descasada.
Algo en mi interior se echó a reír. Me encontraba exactamente en lo que había sido la fantasía de mi niñez: en una gran galería de arte, con un artista, un intelectual con sentido del humor que me mostraba sus obras y me contaba cosas de ellas, La gente se agolpaba alrededor de nosotros.
Me invitó a almorzar. Recordamos toda clase de pequeños detalles de cosas que habíamos hecho juntos. Yo no tengo este tipo de memoria; Francis sí. Mientras hablábamos me di cuenta de que se trataba del mismo tipo de romántico que Francis, con la misma obsesión por su trabajo, la misma vida fantasiosa, vívida y visual. Una persona que se aburre con facilidad, que continuamente tiene que imponerse metas imposibles, que se siente estimulada por el riesgo y las crisis.
Me habló de su vida personal. Después de seis años de terapia había decidido renunciar a intentar adaptar la realidad de su vida familiar a sus ilusiones románticas y había optado por el romance. Sus hijos pasaban parte del tiempo con él y parte con su esposa, en California.
Tenía una mancha verde de pintura en la oreja izquierda.
11 de mayo, Napa
Fuimos de excursión hasta el dique y por entre las colinas, bajando por el prado hasta los olivares. Las tiendas militares se instalaron para las tomas del verano pasado y todavía siguen allí. Hay un tótem con cuernos, cabezas talladas y un foso para hacer fuego en la base. Se utilizó para unas cuantas tomas de relleno de Willard como prisionero en el reducto de Kurtz.
Un grupo de gente que pasó por nuestra propiedad cabalgando hace unas semanas informó al comisario de que teníamos a un grupo tipo Charles Manson viviendo aquí.
12 de mayo, Napa
Últimamente Francis ha estado hablando de sus miedos. Su miedo de no ser capaz de escribir un final para la película. Su miedo de no poder escribir, de que su mayor logro haya sido adaptar lo que otro había escrito. Intuyo que cuando tire la toalla, cuando llegue a la conclusión de que no es el tipo de novelista o autor de teatro que soñó ser cuando era pequeño, entonces sabrá qué tipo de escritor es realmente yeso le hará mejor que cualquier otra cosa.
8 de junio, Napa
Fui a almorzar con Marcia Lucas a su casa. Nos sentamos fuera, en el patio; Marcia había plantado flores en los canteros y había puesto ella misma los ladrillos alrededor. George bajó de su estudio en zapatillas y remera, y comió con nosotras. Le pregunté a Marcia si quería montar mi documental. Me contestó que estaba poniendo su casa en orden. Lleva tantos años trabajando sin parar que ahora quiere quedarse un tiempo en casa. Me aconsejó que editara el documental yo misma. «Pero si no sabría ni por dónde empezar», le contesté. Ella dijo que podría empezar con un ayudante e ir aprendiendo a hacerlo.
9 de junio, Napa
Estas dos últimas semanas Francis ha estado leyendo las novelas de Mishima, empezando por Nieve de primavera. Ahora va por el tercero de la tetralogía. Esta mañana nos sentamos en el porche y hablamos sobre Japón. Comentamos cómo Tokio rezuma una especie de energía, quizá resultado del encuentro entre la tecnología occidental y la tradición oriental. Europa desprende una sensación de romanticismo y de estar conectada con el pasado; es casi anticuada. Estados Unidos dispone de la tecnología sin tener demasiada alma. La India es la espiritualidad más desarrollada, pero no es capaz de alimentar a sus gentes. Japón parece el lugar donde el mundo material y el espiritual, el yin y el yang, el lado izquierdo y el derecho del cerebro, lo masculino y lo femenino, logran fusionarse.
Francis hablaba de ambientar su próxima película en Japón. Dijo que no existe ninguna película norteamericana de éxito ambientada allí. «Hollywood cree que la gente no quiere ver películas situadas en Japón.» Recuerdo que, cuando empezó a filmar El Padrino II, la gente decía: «¿Por qué lo haces? Jamás ha habido una segunda parte buena».
Mientras Francis hablaba de su próxima película, sentí que me estaba ilusionando por el simple hecho de estar pensando en ello. Él no ve todavía la película de manera global, sino intuitiva; sabe que está ahí y que lentamente se irá haciendo más nítida.
Para cuando se fue a la oficina ya habíamos hablado de la posibilidad de que él se marche a Japón y alquile un pequeño departamento en Tokio, tome clases del idioma, de cocina y de kendo y escriba un diario. Toda una visión romántica ha cobrado forma. Daba la sensación de que sería el siguiente episodio de nuestras vidas, la silueta de la siguiente película definiéndose.
11 de junio, Napa
Es el cumpleaños del padre de Francis. La casa está llena de gente. La hermana de Francis, Tally, está practicando con el violonchelo en el porche. Está preparándose para un papel en la próxima película de John Frankenheimer. John y su esposa están aquí. Todavía duermen. Anoche John hizo la cena. Trajo alimentos de Los Ángeles y su cuchillo especial de desmenuzar pollos. Preparó un plato de pollo excelente. Abrimos una botella de vino de 1890 de la vieja bodega de Inglenook.
Miro por la ventana por la que tantas veces he contemplado caer las hojas y cómo se las llevaba el viento. He observado cómo la luz cambiaba las siluetas de las sombras sobre la hierba. Ahora veo a la madre de Francis jugando con Sofía y el hijo de Tally, Matthew. Los niños corren de un lado a otro del jardín, cayendo y rodando por la hierba mientras ella finge que los atrapa y les hace cosquillas. Francis está más allá, junto a la piscina, hablando con la esposa de Richard Brautigan. Es una mujer japonesa, joven y atractiva. Beben de unas tazas cuadradas de madera que ella nos ha regalado. Francis está fascinado.
5 de julio, Napa
El sábado Francis y yo estuvimos hablando todo el día, hasta que nos quedamos dormidos a las cuatro de la madrugada. El domingo nos levantamos e iniciamos una conversación que duró hasta el lunes, a las cinco de la madrugada. El lunes nos levantamos al mediodía. Me di cuenta de que nadie había peinado a Sofía en los últimos dos días. Ester preparó la cena del domingo y nos sentamos a la mesa con los niños. No sé qué más comieron durante todo este tiempo. No sé qué estuvieron haciendo. Estaban aquí.
Mientras hablábamos fui experimentando todo tipo de emociones. Me reí, me enfurecí, me aburrí, lloré, observé. Fui la madre que perdona los pecados de su hijo, fui la esposa enfadada, fui el amable psicólogo que anima a su paciente a salir adelante.
Era capaz de sentir las diferentes emociones circulando por mi cuerpo y por mi mente. Intenté analizarlas. El lunes me ocupé de los asuntos de la casa y de los niños. El martes, cuando me levanté me eché a llorar; me temblaba todo el cuerpo, y luego reía y volvía a llorar. Fue una manera perfectamente amorfa de liberar mis emociones.
Francis subía al dormitorio una y otra vez. Quería que me levantara y bajara. Me decía que me sentiría mejor si me levantaba. Empezaban a llegar los invitados para celebrar el 4 de Julio. Íbamos a ofrecer una fiesta.
No me sentí bien hasta casi las tres de la tarde. Cuando bajé, la gente pareció alegrarse de verme. Nadie me preguntó dónde había estado.
10 de julio, Napa
Barlow me dijo una vez: «Ellie, si quieres entender a Francis, si quieres entender la relación que los une, ¡por Dios, ve sus películas!». Quizás estoy tan cerca que las veo borrosas.
Llevo todos estos meses hablando de los temas de la película, hablando de las contradicciones innatas del ser humano mientras, de todas las formas posibles, he estado intentando refutar y racionalizar las contradicciones en mi propia vida. Sólo ahora puedo aceptar que el hombre al que quiero, mi marido, el padre de mis hijos, el artista visionario, el cariñoso hombre de familia, el amante tierno y apasionado, es también capaz de mentir, de traicionar y de ser cruel con la gente que ama.
13 de julio, Napa
Estoy en mi oficina, con sus paredes amarillas recién pintadas. He colgado un montón de dibujos de Sofía, estampas japonesas, postales, estampillas, etiquetas, una felicitación de San Valentín, un trozo de tela africana con un diseño azul eléctrico de figuras geométricas naranjas, verdes, rojas y negras. Por la ventana veo una tarde veraniega. Seca y calurosa. Ahora, las uvas verdes más pequeñas forman racimos que cuelgan bajo ramas de anchas hojas.
Roman se ha ido a Francia a pasar el verano con una familia francesa. Gio está en el Canadá, trabajando en su primer empleo. Francis está en San Francisco. Sofía está ensayando una producción teatral infantil de El mago de Oz: hace de duende. Yo me estoy preparando para marcharme a Japón. No volveremos a estar toda la familia junta hasta septiembre.
14 de septiembre, Napa
Sofía corre de mi habitación al espejo. Se está probando un quimono, una campera y una tela hecha a mano que traje de Japón. La maleta está abierta en el suelo de mi habitación. Encima hay un revoltijo de prendas arrugadas envueltas alrededor de piezas de cerámica, rollos de tela de quimono, paquetes de papel hecho a mano … Ahora Sofía lleva una tela como si fuera un taparrabos de los ifugaos. Intenta recordar los pasos de una danza ifugao que aprendió. Roman se ha puesto un viejo quimono azul y blanco que compré en un mercado de pulgas de Kioto. Se ha puesto el cinturón muy abajo y se está metiendo una almohada como si fuera la barriga de un luchador de sumo.
Llegué ayer a casa. Francis, Roman y Sofía fueron a buscarme al aeropuerto. En el trayecto de regreso a Napa pasamos por el nuevo colegio de Gio. Estaba varios centímetros más alto, bronceado y seguro de sí mismo; tenía una especie de aire de surfero, con su camisa hawaiana de segunda mano. En su habitación tenía un futón en el suelo, unas cuantas fotos y pósters y una pequeña heladera. Su compañero de habitación tenía un escritorio y una litera, y etiquetas con su nombre cosidas a su ropa.
Francis dijo que cuando Roman bajó del avión que lo trajo de Francia, vestía bermudas y una boina. Bajo el brazo llevaba una baguette y una botella de vino.
30 de septiembre, Napa
Francis es un maestro creando ilusión. Es uno de los mejores profesionales del mundo en su campo. Una y otra vez consigue crear la ilusión más convincente de que desea sinceramente tener un matrimonio y una familia, sin un triángulo amoroso. Entonces pasa un poco de tiempo y resulta evidente que se trataba de una ilusión.
Me pregunto si alcanzaré alguna vez el punto desde el cual pueda ver a través de su ilusión mientras la está creando. Quizás estoy tratando de sofocar sus dones naturales, sus talentos.
Hoy el I Ching decía: «Las mentiras y la falta de honestidad en las emociones de una relación, incluso si se han acordado tácitamente entre las dos partes, impiden que la relación se vuelva más estrecha, con amor y pasión desinteresados».
2 de Octubre, Napa
La escena de la plantación francesa ha sido eliminada definitivamente de la película. Nunca pareció encajar del todo. Yo soy una de las personas a las que les gustaba, pero es cierto que obstaculizaba el viaje de Willard. Hoy estuve recordando los días de agonía que Francis pasó durante la filmación de esta escena. De los cientos de miles de dólares gastados en el set y el reparto que vino de Francia. Ahora todo va a terminar en un rollo de celuloide almacenado en algún rincón.
9 de octubre, Napa
Últimamente le hice algunas preguntas al I Ching. El número 37, «La familia», me salió dos veces: «La familia muestra las reglas por las que se rige el hogar y que, aplicadas a la vida exterior, mantienen el estado y el mundo en orden. Cuando la familia esté en orden, todas las relaciones sociales de la humanidad estarán también en orden».
12 de octubre, Napa
Durante todo este año le he estado pidiendo a Francis que establezca sus límites y me diga cuáles son, como si así yo pudiera ver si soy capaz de acomodarme a ellos. Yo nunca he puesto límites, como si no tuviese derecho a ello. Como si hubiese firmado un contrato de matrimonio por el cual acepto el estilo de vida de mi esposo, el lugar donde trabaja, su salario y también todos sus conflictos emocionales. Me resistí a las partes que no me gustaban, pero nunca establecí ningún límite. Esta semana lo hice.
18 de octubre, Napa
Michael Herr, Francis y yo estábamos sentados a la mesa del desayuno, revisando el correo de la mañana. Francis dijo:
-Me gustaría que las revistas se publicaran sólo cuando tienen algo que decir.
-Si Newsweek te hiciese caso, probablemente saldría dos veces al año -repuso Michael.
19 de octubre, Napa
Francis parece estar trabajando más en la película, poniendo más atención en ella. Ya ha dado por terminada la primera mitad y ha fijado los temas musicales. Está empezando a trabajar con los músicos y con las voces de los actores. Tiene todavía a los editores montando la segunda mitad. El final no está todavía acabado. Está pensando en filmar una última escena.
25 de octubre, Napa
Hoy tengo resaca. Quizás esté sólo muy cansada. Esta noche dormí una hora y media. Francis, Gio y yo fuimos a un concierto de los Grateful Dead. Bill Graham nos había invitado a verja desde el escenario. El encargado de los equipos nos sentó en unos baúles a oscuras, a unos dos metros del baterista. Nos trajo cervezas y Perrier. La música fue sorprendente, causaba un impacto físico. Podía sentirla y escucharla, pero principalmente estuve contemplando todo el espectáculo. Un ángel del infierno estaba sentado sobre una caja, a un metro de mí. Parecía tener vacía la manga izquierda del saco, como si hubiera perdido el brazo en un accidente. Se quitó el guante de la mano derecha con los dientes. En tres dedos tenía elaborados anillos de plata. Llevaba vaqueros, una campera de cuero con la leyenda «Hell's Angel California» en la espalda y unas botas de caña alta. También una cinta alrededor de la cabeza, anteojos oscuros y un pañuelo rojo de seda en el cuello, como el Barón Rojo. Abrió su bolso de piel sujetándolo entre los pies y usando la mano derecha. Sacó una bolsa de plástico con lo que parecía tabaco de mascar y se llevó un trozo a la boca. Entonces abrió otra parte del bolso y sacó varias panderetas e instrumentos de percusión para agitar, hechos de madera y metal. Tocaba suavemente la pandereta, golpeándola con la bota, y de vez en cuando se detenía para fumar o para beber un sorbo de cerveza. Unos metros más allá veía otro ángel del infierno entre las sombras. Llevaba una barba rojiza con muchas canas. Me sorprendió que estos hombres rondaran los cuarenta años de edad, como Francis.
Las luces cambiaban sin cesar y distintos motivos aparecían y desaparecían del escenario. El encargado de los equipos estaba puliendo unos palillos nuevos que acababa de sacar de sus envoltorios de plástico. Se inclinó y recuperó un palillo que había caído junto a la batería. Se volvió a llenar el vaso de Perrier. Cambió a la gente de lugar para poder hurgar en los baúles de material.
Había un niño pequeño, de unos ocho años, que entraba y salía de la oscuridad. Llevaba una cámara Nikon colgada del cuello con una correa. Alguien le pidió que fuera a buscarle un cigarrillo de marihuana.
Al final de la actuación volvimos a los camarines y Bill nos presentó a Jerry García. Me recordó a Francis, un poco corpulento, con una barba negra un poco canosa. Resultó un hombre amable, de mediana edad, dedicado al negocio de la música.
Me encontré a un amigo en los pasillos y estuve hablando con él hasta que oí que la música volvía a sonar. Regresé a la izquierda del escenario y me encontré con que nos habían cambiado de sitio. Desde aquí podía ver un ángulo distinto del escenario, con el guitarrista y otros músicos delante. Alguien dijo que el ángel del infierno manco tenía una bala alojada en el cuerpo que nunca habían podido extraerle. En una enorme pantalla por encima de los músicos se proyectaban imágenes tomadas durante la gira de los Grateful Dead en Egipto. Hubo un largo solo de los dos bateristas. El encargado de los equipos abrió el baúl en que nos habíamos sentado al principio y entregó unos cuantos instrumentos de percusión a cuatro o cinco personas que parecían amigos del grupo. Colocó un micrófono para captar su sonido. En un momento dado, alguien me pasó una pandereta. Yo estaba demasiado tensa para agarrarla, así que se la pasé a Francis. La agitó un rato y luego la probé yo. Me sorprendió lo mucho que pesaba y cuánto costaba mantener un ritmo. Bill
Graham venía de vez en cuando. Dijo: «Miren al público, miren eso, la masa no está enloquecida, sólo hacen olas; se sienten todos unidos. Es un fenómeno sociológico. Alguien debería estudiarlo».
Algo de aquella noche me recordó mi experiencia en la casa del sacerdote ifugao, Daba la misma sensación. A una escala diferente, pero todo el mundo estaba reunido bajo el hechizo de las imágenes y del ritmo, sólo que en vez de licor de arroz y nuez de betel había cerveza y marihuana.
Al final del último tema el grupo abandonó el escenario y el público se quedó gritando y batiendo palmas, pidiendo un bis. Bill le dijo a Francis: «Ven a ver esto. Llevan catorce años haciendo lo mismo: se niegan a tocar un bis. Entonces tengo que meterme en el camarín y convencerlos. ¿Quieres ver una buena actuación? Pues ven y mírame». Francis fue con Bill a los camarines. Al cabo de unos quince minutos, la banda volvió a subir al escenario para el bis.
Llegamos a casa hacia las tres de la madrugada. Tardamos bastante en acostamos. Esta mañana nos levantamos a las seis. Francis tenía que tomar un avión a las siete y cuarto a Los Ángeles, y yo tenía que llevar a Gio de vuelta al colegio.
26 de octubre, Napa
Hoy, sábado, celebramos una gran fiesta de la vendimia con todos los empleados, la gente que trabaja en la película, sus familias y amigos. Hemos invitado a unas trescientas personas, desde las dos de la tarde hasta medianoche. Por la mañana Francis y yo estuvimos discutiendo en la habitación. Supongo que el resto de la familia podía oímos y prefirieron no interrumpirnos, así que cuando llegaron los camiones con las mesas y sillas plegables que habíamos alquilado, además de servilletas, copas de vino, y demás, lo descargaron todo delante de la casa en vez de colocarlo junto a la cocina y en el jardín lateral. Cuando me asomé a la ventana y vi lo que había ocurrido, bajé y les pedí a Gio y al jardinero que me ayudaran a trasladar las cosas. Volví a subir a la habitación y Francis y yo seguimos discutiendo.
Esta semana he estado a punto de cancelar la fiesta en varias ocasiones. Me recuerda a la pasada Navidad, con el árbol que habíamos cortado y decorado, el pato asado con castañas, las guirnaldas sobre las mesas y los ramilletes frescos en las puertas, los lazos y los regalos, el ponche de huevo y la tarta de calabaza. Era todo tan bonito, y la sensación era tan horrible. Francis estuvo todo el tiempo recostado en el sofá, triste e incómodo, con unas ojeras tremendas y sin ninguna alegría.
Cerca de las dos empezaron a llegar los invitados. A las tres menos cuarto Gio subió al dormitorio y nos preguntó qué tenía que hacer, y si no pensábamos bajar a la fiesta. Nos duchamos y vestimos. Francis bajó. Yo me recosté un rato en la cama con un paño frío en los ojos. Los tenía irritados e hinchados de llorar. Al final, hacia las tres y media, bajé a la fiesta. Habían llegado cientos de personas. Era un perfecto día de otoño, soleado y de temperatura agradable, con las primeras hojas caídas en el suelo. En nuestra nueva bodega estaban machacando las uvas. Los invitados miraban y cataban el Cabernet Sauvignon del año pasado. Había gente en el césped jugando al voleibol, al ping-pong y al bocce. Había niños en la piscina, alrededor de las hamacas y jugando con los ocho cachorritos negros de Gio. A última hora de la tarde, vino un grupo de mariachis a tocar. Se colocaron bajo las higueras delante de la casa. Tomamos muchísima cerveza mexicana, margaritas y un barril de vino. La terraza blanca que rodea la casa estaba decorada con guirnaldas de flores de papel crêpe y piñatas. Al anochecer, las esposas de algunos trabajadores sirvieron comida mexicana. Tamales y enchiladas hechos por ellas, y un costillar de buey asado en una parrilla y que sirvieron con salsa de chiles frescos, frijoles, arroz y tortillas de maíz. Las mesas alargadas del jardín lateral brillaban a la luz de las velas, decoradas con flores recién cortadas del jardín. Una bandera mexicana ondeaba en un asta.
Durante toda la tarde la gente me estuvo diciendo cuánto se alegraban de vemos a Francis y a mí otra vez juntos, y comentando la bonita casa y la estupenda familia que teníamos. Los músicos tocaron toda la noche. Los niños no paraban de pedir el baile del sombrero mexicano. Todos bailaron en el semicírculo pavimentado delante de nuestra bonita casa victoriana. Por un momento me alejé de las luces y me senté en el césped a oscuras. Miré hacia atrás. Parecía una bellísima película.
29 de octubre, Napa
Anoche, cuando Francis y yo subimos a la habitación, hacía un frío de otoño. Encendimos la chimenea por primera vez esta temporada. Nos metimos en la cama y contemplamos las llamas danzando y proyectando sombras de distintas formas en el hogar y las paredes. Francis se puso a hablar del final de la película. Todavía no está claramente definido. Cada vez que lo vuelve a imaginar, parece avanzar un paso hacia la visión correcta. Esta vez hablamos de la escena de la matanza del carabao. Es como si en el montaje actual, la matanza del carabao fuera una especie de telón de fondo dramático del asesinato de Kurtz. Francis hablaba de llevarlo hasta el primer plano, de manera que su impacto y significado no quedaran mermados.
Me habló de rodar una última escena en la que Willard le contaba al hijo de Kurtz el final, la afirmación de lo que significa todo. Luego dejó de lado esta idea y se puso a hablar de empezar la película con la sala a oscuras y sonidos de la selva emergiendo de la oscuridad antes de que se vea alguna imagen en pantalla. Y entonces, si no filma ninguna escena más, acabar la película con el bote alejándose por el río, haciéndose más y más pequeña, con la imagen fundiéndose hasta el negro, hasta que sólo se oigan ya los sonidos iniciales de la selva, antes de que aparezcan los créditos.
1º de noviembre, Napa
Los viñedos están adquiriendo un tono bordó. Los árboles cerca de casa forman una luminosa paleta de colores otoñales, brillando a contraluz al sol de la tarde. Sofía y una amiga se están hamacando a dúo bajo el roble gigante. Roman las empuja y corre a recoger las hojas que flotan como copos de nieve, impulsadas por las leves ráfagas de aire cálido. Estoy experimentando un momento de calma total, aquí recostada en el césped, contemplando a mis hijos y viendo cómo cambiamos de estación. Los extremos emocionales de mi vida se encuentran ahora mismo a cierta distancia, aunque sé que van a volver.
Me doy cuenta de que, casada con Francis, puedo volar a alturas más elevadas que con cualquier otra persona, pero también caer hasta las profundidades más hondas. Hace poco leí un libro titulado Matrimonio, vivo o muerto que sintetiza bastante bien cómo me siento. Dice lo siguiente: «En el matrimonio, ambas partes se enfrentan a la otra con todo, con las características sanas y enfermizas, las normales y las anormales de su yo esencial. Cuanto más te enfrentas a todo, más interesante y productivo resulta. El matrimonio no es algo confortable y armónico; es más bien un lugar de individualización en el que una persona se roza con ella misma y con su pareja, choca con ella con amor y con rechazo, y de esta manera aprende a conocerse a ella misma, al mundo, lo bueno y lo malo, las alturas y las profundidades».
3 de noviembre, San Francisco
Vamos en un vuelo de la Pacific Southwest Airlines. Francis va sentado frente a mí, leyendo un guión que le ha mandado alguien. La luz que entra por la ventanilla redondeada y rectangular cae sobre su zapato, la pernera de su pantalón de pana y parte de la alfombra moteada, Las arandelas de los cordones de sus zapatos parecen de oro reluciente. Hace unos instantes me decía que siempre sería capaz de trabajar; que él no era como un atleta: si perdía una pierna podía dirigir desde una silla de ruedas, si perdía la vista podía escribir con un dictáfono. y añadió que no se había dado cuenta de lo que de verdad estuvo a punto de perder, lo único que cuenta: la cabeza.
Hemos estado en Los Ángeles, donde Francis está haciendo el doblaje en los Goldwyn Studios. Fui a buscarlo. Mientras me dirigía en coche hacia las puertas del estudio me iba encontrando con carteles de «No pasar», «No estacionar», «Prohibido el estacionamiento para visitantes», «Estacionamiento no autorizado para castings», «Estacionamiento no autorizado para extras», y demás. El vigilante estaba hablando por teléfono y me hizo un gesto para que esperara. Cuando se dignó acercarse, con gesto gruñón, a mi ventanilla, ya había cinco coches esperando detrás de mí. Le dije que buscaba el estudio E, donde mi marido, Francis Coppola, estaba trabajando. De pronto su expresión cambió, sonrió y me indicó el edificio y un lugar de estacionamiento. Encontré a Francis sentado en un sofá, hablando con un nuevo ejecutivo joven de United Artists que le estaba preguntando cosas sobre Apocalipsis Now. Francis le contaba que se había propuesto hacer un peliculón entretenido de acción y aventuras para buscar un poco de tranquilidad después de los peliagudos e intensos temas personales a los tuvo que enfrentarse durante la filmación de El Padrino II. Le dijo que, mirándolo en retrospectiva, podía haber hecho cualquier película, una película sobre Mickey Mouse, y hubiera dado el mismo resultado. Se habría convertido en un viaje personal hacia el yo.
4 de noviembre, Napa
Ayer fui con Francis a una proyección de la última mitad de la película para ver unos cuantos cambios en los que estaba trabajando con los editores. No había visto nada de metraje desde junio. No tengo ninguna duda: más allá de mis sentimientos e implicaciones personales, se trata de una obra extraordinaria.
Parece que el nivel de desesperación y miedo de Francis está bajando. Los abogados de United Artists empiezan a hablar con más optimismo de las finanzas. Todavía queda trabajo por hacer en la secuencia final en el reducto de Kurtz, pero cada montaje parece mejor que el anterior, se acerca más al resultado final.
8 de noviembre, Napa
Le he estado leyendo uno de los libros del mago de Oz a Sofía. La muñeca de retazos y sus amigos viajan a Ciudad Esmeralda. Se encuentran con un muro infranqueable en el que hay una puerta con un gran cerrojo. Muy tristes, llegan a la conclusión de que no pueden continuar el viaje. Luego un hombre desgreñado les dice que cierren los ojos y den cien pasos al frente cada uno. Lo hacen, y cuando abren los ojos ven que la puerta ha quedado muy atrás. Cuando preguntan, sorprendidos, cómo ha ocurrido, el hombre les dice: «El muro era una ilusión óptica. Es algo muy real cuando tienes los ojos abiertos, pero, si no la miras, la barrera no existe en absoluto».
Me encuentro a mí misma mirando continuamente si esta etapa de nuestras vidas ha terminado. Cuando forme parte del pasado probablemente no lo sabré, no lo voy a advertir hasta más tarde, a lo lejos, detrás de mí.