2 de septiembre, Pagsanjan
Fui al set de la plantación francesa para ver qué tal le va a Francis y cómo lo están pasando los chicos. La toma era en el muelle, así que fui hasta allí y me encontré a Francis en la sombra, hablando con un hombre corpulento de pelo corto y canoso. Cuando me acerqué, el hombre me dijo: «Hola, Ellie». Su aspecto me resultaba conocido, y al luego me di cuenta de que era Marlon Brando. Me quedé fascinada de que me reconociera y se acordara de mi nombre después de nuestros pocos y breves encuentros. Parecía mirarme con microscopio. Como si se diera cuenta de todos los movimientos de mis cejas, o fuera capaz de ver los puntos irregulares del bordado en el bolsillo de mi camisa. Y no lo hacía con aire crítico, sino simplemente absorbiendo todos los detalles. Más tarde Francis me comentó que esto es, en parte, lo que hace de él un actor tan bueno. Es capaz de desarrollar una imagen, de captar un personaje, hasta el más minúsculo detalle. Francis tiene una visión más conceptual de las cosas. Tiene la idea general de cómo quiere que sea la película y cuenta con Dean y Vittorio y el reparto de actores para que completen muchos detalles.
4 de septiembre
Estuve hablando con Jerry. Me dijo que al parecer todos los que participan en la producción están sufriendo algún tipo de transición personal, algún «viaje» en su vida. Todos los que han venido a Filipinas parecen estar pasando por algo que los afecta profundamente, cambiando su perspectiva del mundo o de ellos mismos, mientras que supuestamente lo mismo le está sucediendo a Willard en la película. Definitivamente, algo nos está ocurriendo a mí y a Francis.
4 de septiembre, Pagsanjan
Marlon está muy obeso. Francis y él están dándole vueltas a la posibilidad de cambiar su personaje en el guión. Brando quiere camuflar su peso, y Francis quiere que interprete a un hombre que come todo el tiempo y que no tiene ningún autocontrol.
Escuché que en el set del reducto de Kurtz había algunos cadáveres de verdad metidos en bolsas. Se lo pregunté al encargado de utilería y me contestó: «El guión dice "un montón de cuerpos ardiendo", no dice nada sobre un montón de muñecos ardiendo».
Esta mañana Francis comentaba que el set de Kurtz es tan grande que no hay manera de meterlo entero dentro del encuadre. La única manera de filmarlo es quizás acercándose paulatinamente a él y tomar partes específicas, para dar una sensación de conjunto. De alguna manera, éste es el mismo problema que tiene con el guión. Las ideas de lo que Kurtz representa son tan grandes que cuando trata de verbalizarlas resultan casi indescriptibles. Tiene que definir lo específico para dar un sentido al conjunto. La producción refleja el mismo problema; es tan enorme que sólo parece tener sentido en formas específicas. Hoy he estado pensando que la única forma que tengo de captar la grandiosidad de la realización de Apocalipsis Now es mostrando los detalles y esperar que den sentido a la imagen global.
Francis llegó a casa esta noche muy emocionado después de su larga charla con Marlon. Me dijo que Marlon es verdaderamente increíble. Brando ha estado improvisando todo el día. De una manera, luego de otra, nunca dándose por vencido. Trabajaron hasta que consiguieron definir su personaje. Brando va a hacer algo que no ha hecho en su vida: va a interpretar un personaje fuera de la realidad, una figura mítica, un personaje teatral. Él es el maestro de la actuación natural y realista, y va a probar un estilo distinto de actuar por primera vez en su carrera. Todavía no han pulido todos los detalles; van a tener que ir perfilándolos durante los próximos días, pero Francis está muy ilusionado y dice que Marlon también lo está.
5 de septiembre, Pagsanjan
A última hora de la tarde estaba en las escaleras principales del templo, con Francis y Marlon. Ellos hablaban sobre Kurtz, Francis le había pedido que volviera a leer El corazón de las tinieblas. Ahora Marlon le decía que su personaje debía parecerse más al Kurtz del libro. Francis le dijo: «Sí, eso es lo que he estado tratando de decirte. ¿No te acuerdas, la primavera pasada, antes de que aceptaras el papel. cuando leíste El corazón de las tinieblas y estuvimos hablando?».
Marlon le contestó: «Te mentí. No lo había leído».
6 de septiembre, Pagsanjan
Dennis Hopper está aquí. Es la primera vez que nos vemos. Pero tenemos algo que nos conecta. Sólo he concedido dos entrevistas en mi vida en las que he intentado hablar sobre mí misma como mujer en relación con Francis. Una de las entrevistas fue con Daria Halprin, la otra con Brooke Hayward. Las dos son ex esposas de Dennis.
7 de septiembre, Pagsanjan
Ayer llevé a los chicos al aeropuerto para mandarlos de regreso a San Francisco y al colegio. Gio se despidió como obligado por el «hay que darle un abrazo a mamá». Roman hizo todo lo contrario: caminaba sujetándose a mí todo el tiempo, me abrazó y me dio muchos besos, luego se dirigió a la puerta de embarque, pero de pronto volvió corriendo a abrazarme y besarme otra vez, y luego corrió otra vez hacia la puerta, mirando hacia atrás, retrocediendo un poco y despidiéndose con la mano, intentando conservar una última imagen. Yo notaba cómo me brotaba el llanto, y sólo tenía ganas de llorar y expresar el dolor de la separación, gritarle a la vida por llevarse a mis hijos por su propio bien y por su formación, y quizá también por la mía. Sentí que si me permitía echarme a llorar, a Roman le resultaría más difícil marcharse. Quizá le parecería que, de alguna manera, me estaba haciendo daño. No quería agobiarlo con este sentimiento, de manera que desvié la mirada de la puerta de embarque y allí estaba Sofía, diciéndome: «Podemos ya tomarnos una Coca-Cola?».
He estado llorando en mi habitación, intentando no hacer ruido porque todas las ventanas están abiertas por el calor. Sólo quiero estar sola y enfrentarme a mi tristeza y superarla. Me sueno la nariz y quedan manchas negras en los pañuelos de papel. El viaje a Manila ha sido muy caluroso. Teníamos todos las ventanillas bajas y pasamos por dentro de nubarrones de gases y la densa humareda de los camiones y el tráfico. Cuando llegamos todos estábamos un poco mareados. Por la tarde, cuando volvíamos, había una puesta de sol de postal enmarcada por el vidrio trasero del coche. Anocheció y se puso a llover. Sofía no paraba de hablar. De vez en cuando decía «¿Verdad, mamá?» y yo le contestaba «¿Qué dijiste?» No podía evitar que mi mente volara lejos de su parloteo. Al final, creo que ya ni le contestaba, así que me dijo: «¿Te estás quedando dormida o qué?». Le contesté que sólo estaba pensando en mis mejores amigos, que están tan lejos, y que los echo de menos, y ella repuso: «¿Sabes qué, mamá? Podrías elegir a una persona de aquí y ser simpática con ella, y compartir cosas juntas y entonces podría ser tu amiga. ¿No es una buena idea?».
8 de septiembre, Pagsanjan
Francis se levantó a las cuatro de la madrugada y bajó a su estudio a escribir. Cerca de las seis entró en el dormitorio y me despertó. Acababa de descubrir por qué no había sido capaz de resolver el final del guión. Ya hace más de un año que se pelea con él, con distintos borradores del final. intentando dar con el idóneo. Dijo que acababa de comprender que el guión no tenía una solución sencilla. Igual que no hay una respuesta simple y correcta al porqué estuvimos en Vietnam. Cada vez que intentaba llevar el guión hacia una u otra dirección, se encontraba con una contradicción fundamental. porque la guerra es una contradicción. El ser humano contiene contradicciones. Sólo si admitimos la verdad sobre nosotros mismos, totalmente, podemos encontrar el punto de equilibrio entre las contradicciones, el amor y el odio, la paz y la violencia que existen dentro de nosotros.
Hemos hablado largo rato y ha empezado a hacerse tarde, así que me vestí. Tomamos café y nos fuimos al set. Eran las ocho y media y Marlon debía haber llegado a las ocho. El asistente de dirección decía: «¿Qué hacemos ahora? No hemos trabajado nunca con Brando. ¿Debemos mandar otro coche a buscarlo, o qué?». Francis dijo que probablemente los tres primeros días Marlon llegaría tarde.
Creo que Francis pensaba que Marlon se retrasaba porque todavía no tenía el papel definido con claridad en la cabeza. Al final, Marlon llegó cerca de las diez y él y Francis se metieron en su camarín de la casa flotante para hablarlo.
A la una de la tarde, la compañía decidió parar la producción y mandaron a casa al equipo y al reparto. Francis sigue allí dentro y son más de las siete de la tarde.
9 de septiembre, Pagsanjan
Los indios ifugao han venido a vivir al set y a participar en la película. El sábado pasado celebraron una fiesta. Los sacerdotes y ancianos de la tribu se reunieron en la casa de los primeros y cantaron. Yo quería filmar la ceremonia, así que su líder les pidió permiso de mi parte. Me dijeron que la condición para entrar era que no podría salir durante la primera serie de cánticos, que duró más de una hora. Subí por las empinadas escaleras con la cámara y dos focos portátiles. Larry me seguía con el grabador. Dentro había unos veinte hombres agachados, rodeando un centro de montoncitos secos de arroz. En medio había un bol de vino de arroz, un jarrón grande de cerámica sobresalía en un extremo y, en el otro, una corona de plumas sobre una tabla negra. La ceremonia empezó con el viejo sacerdote bebiendo un poco de vino del bol, que luego pasó a los otros en un cuenco hecho de cáscara de coco. Tenía un sabor cálido y afrutado, como si fuera una especie de sangría tibia, y parecía bastante fuerte. El sacerdote empezó a cantar y los otros lo siguieron. El sonido resultante era extraño. Me recordó un documental que vi una vez sobre las tribus primitivas de Nueva Guinea.
Los hombres iban, ataviados con taparrabos, y algunos vestían una camisa de estilo occidental. Otros usaban mantas tribales encima de los hombros. El líder estaba sentado cerca de mí. Estudió en Manila y su inglés es bastante deficiente. Me explicó que las canciones narraban la historia de una pareja. La historia empieza con los bebés en el útero materno y cuenta sus experiencias de la niñez y la adolescencia, de cómo se conocen y se casan, los acontecimientos de su vida común, sus hijos, el cultivo del arroz y su evolución hasta la vejez. Recitar todos los versos lleva unas doce horas. Aproximadamente cada quince minutos acababan cuatro largas estrofas y el sacerdote tomaba unos sorbos de vino, y luego seguían. Filmé los dos rollos de película que llevaba y luego me senté en el suelo, preparada para aguantar la monotonía hasta el momento de marcharme. Mientras estaba allí sentada, los cantos me parecían cada vez más hipnóticos, como si fueran una meditación. Era un sonido totalmente balsámico, no sentía ningunas ganas de marcharme. Y no era por efecto del vino, porque me había limitado sólo a probarlo para mantener la mente clara.
En un momento dado, el cántico decía «Coppola, Coppola, Coppola», una y otra vez. El líder me explicó que la canción siempre incluye el nombre del propietario de la casa donde se está cantando. Había perdido todo el sentido del tiempo lineal y simplemente me limitaba a estar allí, sin intentar colocar aquella experiencia en ningún rincón de la lógica ni conectada con el resto de los acontecimientos de mi vida. Me han ocurrido tantas cosas irracionales desde que estoy en Filipinas, que ya no intento ubicadas todas en un contexto lineal y razonable. Veo las cosas, las noto, como ocurre en los sueños. Aquí, el mundo de los sueños y el de la realidad tienen muchas cosas en común. La línea que los separa no es abrupta y definitiva. Y tampoco parece serlo para los ifugaos: ellos parecen tener una especie de equilibrio propio.
Algunos de los hombres se pasaban nueces de betel en pequeñas bolsas. Las masticaban y escupían por entre las tablillas del suelo. Me llegaba el sonido del escupitajo contra el barro. Las casas están construidas sobre pilares, a unos tres metros del suelo, y debajo viven los cerdos y las gallinas. De vez en cuando, el viejo sacerdote se levantaba, se dirigía a la puerta y bajaba la empinada escalerilla. Esa era la señal para que todos salieran. Fuera, algunos danzaban alrededor de un palo, al ritmo de un gong de hierro fundido. Los contemplé un rato y luego me marché a casa.
A la mañana siguiente regresé con Larry, cerca de las siete. Los sacerdotes habían estado cantando toda la noche y todavía seguían. Tomé algunas imágenes, pero hasta las diez no ocurrió prácticamente nada. Entonces salieron todos y se sentaron sobre una esterilla, bajo la casa. Al sol empezaba a hacer mucho calor. Yo intentaba encontrar un buen ángulo para la cámara a la sombra. De pronto, varios ifugaos agarraron un cerdo que merodeaba cerca de la casa y le ataron las patas. Los chillidos del cerdo eran sobrecogedores. Ataron cuatro cerdos más y los llevaron hasta un claro, a unos seis metros delante de los sacerdotes. Los chillidos eran tan fuertes que casi no se podía hablar. Los cánticos continuaban, y luego el sacerdote más anciano salió y se puso a bailar alrededor de los cerdos. Se supone que tiene unos ochenta años. Bailaba con gracia y energía. Tomó una copa de vino de arroz y dio varios sorbos, y luego salpicó con él al cerdo más grande mientras seguía bailando. Varios hombres salieron de debajo de la casa y se pusieron a danzar con movimientos oscilantes, como si fueran pájaros, alrededor de los cerdos. Luego se alejaban y recitaban unos versos más. Luego sacaron más pollos en jaulas de mimbre, y el viejo sacerdote escogió uno y se puso a bailar con él. Lo colocó sobre la espalda del cerdo más grande. El pollo no intentó escapar, y el líder me dijo que eso era un buen presagio. Dijo que a primera hora de la mañana el sacerdote había matado un pollo y había examinado su bilis. Los signos eran muy positivos, y por ello los sacerdotes estaban muy satisfechos. Decían que estos indios ifugaos volverían a viajar juntos, en el futuro, y que el trabajo que estaban haciendo sería visto por mucha gente en todo el mundo y que con él ganarían mucho dinero.
Las danzas y los cantos siguieron durante una hora más. De vez en cuando los cerdos cesaban de chillar, y a veces se lograba una sensación de paz; se oía sólo el sonido regular de los cánticos procedentes de debajo de la casa, y algún bailarín ocasional llevando a cabo algún aspecto del ritual. Al final apareció un bailarín con un cuchillo muy largo. Perforó el corazón del cerdo grande y puso un clavo en la incisión, para que no saliera sangre. Fue matando a los otros por orden de tamaño, de mayor a menor. Advertí lo silencioso que estaba, y me sorprendió 10 natural y poco escabroso que parecía todo el proceso. Varios hombres jóvenes juntaron ramas para encender una fogata. Uno a uno, fueron colocando a los cerdos sobre el fuego, colgados de cañas de bambú, y los fueron rasurando con un instrumento de madera. Dennis Hopper estaba cerca de mí. Me contó cómo mata cerdos en Nuevo México con una pistola calibre 22 y luego les pone espuma de afeitar y les afeita el pelo.
El cerdo grande fue llevado hasta la casa del sacerdote jefe. El resto de los hombres se encargó de trocear a los otros cerdos sobre la estera que había debajo de la casa. A los niños más pequeños les dieron las patas para que jugaran. Los distintos trozos de carne se distribuyeron por las casas, dependiendo de su rango dentro de la comunidad. Luego pusieron un gran caldero al fuego y unos cuantos trozos de carne a hervir.
El líder me dijo que también iban a matar un carabao para la celebración, así que decidí volver a casa para ver si Francis quería venir a verlo. Cuando llegué, Francis estaba abajo en su estudio, intentando escribir. Tenía el aire acondicionado al máximo, la máquina de escribir eléctrica zumbaba, pero él estaba recostado en el sofá, con la mente en blanco y sintiéndose muy desgraciado. Me acompañó hasta el set. El carabao estaba atado a un árbol cercano. De debajo de la casa se acercaron un par de sacerdotes y se pusieron a cantar a unos seis metros del carabao. Yo merodeaba por allí con mi cámara, intentando obtener una imagen de Francis, los sacerdotes y el carabao, todos en el mismo encuadre. De pronto oí un ajetreo detrás de mí y cuatro hombres empuñando cuchillos aparecieron corriendo y empezaron a aporrear el carabao. Era un animal grande, pero todo acabó en tres o cuatro minutos. A los niños que miraban les dieron la cola para jugar, retiraron las entrañas, y quedaba la carcasa, de la que un hombre recogía la sangre restante en un balde de plástico amarillo. El animal fue troceado y transportado hasta la sombra, debajo de la casa. Los niños pequeños le metían los dedos en la tráquea y jugaban a su alrededor.
Al poco rato sacaron varias bandejas de mimbre muy grandes llenas de arroz cocido y las pusieron en el suelo. Los niños se reunieron alrededor de una de ellas y las niñas y las mujeres mayores alrededor de la otra. Se empezaron a repartir trozos de cerdo cocido. La gente se agachó junto al arroz y empezó a comer con los dedos. Miré el reloj. Eran las tres de la tarde y me di cuenta de que estaba famélica. Tomé un trozo de carne del cerdo que se había cocido al fuego, no del hervido, y varias cucharadas de arroz. A pesar de no tener sal, sabía bastante bien. Había un ambiente alegre entre la gente que comía; quizás aquello fuera equivalente a una cena de Acción de Gracias.
Cuando Francis y yo nos preparábamos para irnos, el líder nos preguntó si queríamos hacerle el honor al sacerdote de aceptar la mejor parte del carabao, que generalmente se reserva para él: el corazón. Dijimos que sí, así que pusieron el corazón y varios trozos de lomo en una cuerda que iba goteando sangre. Le dimos las gracias y, a través de un traductor, nos dijo que deseaba sacarse una foto con Francis. Saqué una foto de los dos sacerdotes con Francis de pie.
Colocamos el corazón en una caja de cartón en el baúl y nos fuimos a casa. Le di un poco de carne a nuestra mucama filipina. La probó y no le gustó, así que la guardó en el congelador del casero.
Aquella noche Marlon ofreció una fiesta en el complejo en el que se aloja. Invitó a todo el reparto, al equipo y a los ifugaos. En total, cuatrocientas personas. Yo estaba fuera, en el césped, hablando con la esposa de Albert Hall y mirando con el rabillo del ojo a la mezcla de gente que hacía cola en las mesas de la comida. Después de la cena hubo algunas actuaciones de artistas de Manila que animaron la velada. Los ifugaos parecían indiferentes a los músicos y los acróbatas, pero se concentraron muchísimo cuando salió el mago al escenario. Tras las actuaciones, los de efectos especiales montaron un espectáculo de fuegos artificiales. Los ruidosos petardos que se elevaban por encima del lago fueron los favoritos de los ifugaos.
10 de septiembre, Pagsanjan
Llegó Mary Ellen Mark, ¡Dios mío, resulta agradable hablar con otra mujer! Me dijo que había traído un montón de revistas. Ella pensó que eso me pondría muy contenta. En realidad, nuestra larga conversación de esta mañana significó mucho más para mí que mil publicaciones recién salidas de la imprenta.
11 de septiembre, Pagsanjan
Estoy sentada sobre una bolsa de herramientas, escondida tras unas cajas en el muelle del reducto de Kurtz. Es la gran toma en que la lancha de patrulla se acerca y pasa a través de las hileras de canoas llenas de nativos cubiertos de barro blanco. Está empezando a llover. Los de maquillaje están reunidos, discutiendo sobre qué harán si la lluvia comienza a lavar el barro de los cuatrocientos extras. Cerca de aquí hay una radio encendida. El parloteo no cesa: «Más humo naranja, humareda naranja. Vietnamitas muertos, a sus puestos. Humo amarillo. ¡Filmando!». Yo sólo estoy sentada un rato, mientras Larry va a la camioneta a buscar más película.
14 de septiembre, Pagsanjan
Cuando llegué al set, cerca de las nueve de la noche, el equipo entero estaba esperando. Francis, Marlon y Marty estaban abajo, en la embarcación, hablando. El equipo llevaba esperando unas cuatro horas. El encargado de utilería tomó una caja de bombones de su camioneta y la fue pasando. Procedía de Estados Unidos. Los «besos de chocolate» que me tocaron tenían ese tono marrón desteñido que adquiere el chocolate cuando tiene unos meses. Sentados allí, en el húmedo set del templo, eso no parecía importarle a nadie. Al final, hacia las once, el asistente principal decidió interrumpir la sesión y todos nos fuimos a casa.
Justo cuando me dirigía hacia el coche me comunicaron por radio que Francis quería que lo esperara. Bajé por el sendero que pasaba cerca del camarín de Marlon. Los guardaespaldas y chóferes y los de vestuario y maquillaje esperaban a Marlon, Francis y Marty. Estuvimos allí hablando casi una hora, y luego los de vestuario y maquillaje se marcharon. Empezaba a llover otra vez, así que decidí bajar para intentar que acabaran la reunión. Cuando llegué a la embarcación, pensé que se habían marchado o que dormían. Había poca luz y no se veía a nadie. Estaban abajo, en la popa, sentados a la mesa. Cuando entré me sentí como una convidada de piedra. Era como si en el aire hubiera una masa sólida de palabras. Fui a sentarme al lado de Marlon, en el sofá, pero calculé mal el sitio y fui a parar encima de media bandeja de restos de la cena. No suele ocurrirme este tipo de cosas, pero estar en presencia de Marlon no me resulta indiferente. Con él hago o digo cosas inusuales. Qué agobiante debe de resultarle a él no tener a casi nadie a su alrededor que se comporte con naturalidad.
16 de septiembre, Pagsanjan
Anoche Francis se subió por un andamio a una plataforma de iluminación y se quedó allí recostado. Llovía un poco y cuando subí había mucha humedad y algunos charcos. Tenía el aspecto más desgraciado que le haya visto nunca, Estaba sobre este enorme set de esta enorme producción, con todas sus pertenencias hipotecadas; cientos de personas del equipo lo esperaban. Brando debía acudir al set y se estaba retrasando porque no le gustaba la escena, y Francis no había sido capaz de escribir una escena que Marlon considerara correcta. El mejor actor, en el mejor set de la mejor producción, con el mejor cineasta, y Francis sin una escena que filmar. No paraba de lamentarse: «Sácame de aquí, sólo quiero abandonar todo e irme a casa. No puedo hacerlo. No lo veo. Y si no lo veo, no puedo hacer nada. Es como si fuera una noche de estreno, y se levanta el telón y no hay nada».
Vittorio salió del templo, donde estaba acabando la iluminación, y dijo: «Mira, Francis, creo que podemos hacer algo. He puesto una iluminación extraña y humo y creo que puedes hacer alguna cosa». Al final Francis se arrastró de nuevo hacia el interior. Llegó Marlon y empezaron a hacer una improvisación y a filmada. Después de la tercera toma, eran ya las doce y dejaron de filmar.
Francis empezaba a sentirse mejor. Lo que lo estaba hundiendo era que su talento reside en la capacidad de seleccionar, en la habilidad que tiene para detectar un momento de interpretación auténtica y diferenciarlo de los demás. Puesto que Brando todavía no había empezado a trabajar, Francis no tenía nada para poder dirigirlo hasta el momento siguiente, y al siguiente. Tan pronto Brando empezó a improvisar, Francis pudo empezar a dirigir, es decir, a ver la dirección que las escenas debían tomar. Hoy ha escrito una escena basada en la improvisación. Está empezando a ver la luz.
21 de septiembre, Pagsanjan
Estoy en la cocina. Sofía hace pizza con plastilina. Está pintando unos trozos de amarillo para hacer el queso, de rojo para el tomate y de verde para el pimiento. La harina tiene bichitos. Creo que está en este frasco desde que nos encontrábamos en Manila. De vez en cuando sale un bichito medio mareado de uno de los trozos y se marcha por la bandeja.
Francis, Marlon y Marty están en el living hablando sobre la escena de hoy. Acabo de llevarle un café a Marty. Me he acordado de la liberación femenina. Y yo aquí, en la cocina, con la niña, haciendo café para los hombres.
Puedo oír fragmentos de la conversación en el living: «¿No lo ves? Kurtz está atrapado en este conflicto entre… », Acaba de pasar un camión, los pollos cacarean en la casa de al lado y por la radio del casero suena Glen Campbell, cantando I'm a Rhinestone Cowboy.
22 de septiembre, Pagsanjan
Acaba de llegar Dennis Jakob con una maleta llena de frutas y verduras del valle de Napa. La hemos abierto en el suelo del living. Parece una escultura, una Samsonite azul repleta de naranjas maduras, manzanas verdes, tomates rojos, una bolsa de plástico llena de rosas, cajitas de higos y uvas, albahaca y cebolla de verdeo. Estoy tentada de dejarlo todo tal como está.
29 de septiembre, Pagsanjan
Estoy sentada en una de las rocas del set. Da la sensación de ser una roca de verdad, un fragmento del templo, pero sé que es obra del departamento artístico. El equipo lleva esperando desde las ocho de la mañana para empezar a filmar. Ahora son casi las tres de la tarde. Francis y Marlon han estado en su embarcación, resolviendo la escena de su muerte, durante el día de hoy y gran parte de ayer. El asistente de dirección dice que si no empiezan a filmar en la próxima media hora, será demasiado tarde para filmar hoy: «Ochenta mil dólares a la basura», advierte.
30 de septiembre
Ayer estuve sentada en el muelle del set, contemplando la segunda unidad de la filmación. Estaban colocando a extras vietnamitas en la isla Monkey y echándoles sangre por encima. Había montones de muñecos flotando entre los nenúfares. Ardían las hogueras de efectos especiales, y unos ciento cincuenta ifugaos estaban siendo colocados por la orilla de enfrente y entre los sacos de arena del muro que había detrás de mí. La escena era una toma subjetiva desde la lancha de patrulla, acercándose al reducto de Kurtz. El humo de los motores flotaba, formando un reguero de niebla detrás de la embarcación. Era casi al anochecer y el humo adquiría un aspecto teatral. Me puse a pensar que estaba dentro de un teatro que me rodeaba por completo. Dennis, el operador de la embarcación, estaba sentado sobre una caja a pocos metros de mí, con el ojo clavado en la lancha de la cámara. De pronto me dijo: «¿Sabes qué, Ellie? He descubierto un condimento para ensalada buenísimo. Tomas un pote de crema agria de Manila y la misma cantidad de mayonesa, y lo mezclas con media taza de queso parmesano y un poco de sal de ajo; ¡es fantástico! Igual que el que te pondrían en el Rubin's Steak House de Los Ángeles o en algún sitio así».
8 de octubre
Hoy es el último día de trabajo de Marlon. La escena es exterior, junto a un contenedor, Esta mañana hacía un día tropical y templado, pero no insoportablemente caluroso. Francis y Marlon estaban hablando de la escena. Tomé un par de fotos de ellos desde lejos, sentados frente a una casa ifugao, enfrascados en la conversación. Se ha puesto a llover y todo el mundo ha empezado a tapar el material. Ahora diluvia. Francis, Marlon y Marty están agachados bajo una casa ifugao. Yo estoy sentada bajo un reflector de iluminación, bastante cómoda. Parte de mi material se ha mojado antes de que tuviera tiempo de cubrirlo. El equipo se ha refugiado en pequeños grupos, tapándose con cosas varias. Bill y Jimmy Keane están aquí conmigo. Hablamos sobre el Museo Metropolitan. Jimmy había sido botones en el hotel en el que nos alojamos en Nueva York. Nos cuenta de todos los famosos que se alojaron en el hotel mientras él trabajaba allí. Su favorito es Frank Capra, el director, «un tipo bajito, apenas un metro y medio».
Al otro lado del río se empiezan a ver claros en el cielo. Puedo imaginarme los nervios de Francis, esperando a que pare de llover en el último día de trabajo de Marlon, con una escena todavía por filmar.
Oigo el sonido de la lluvia contra el reflector y observo los otros grupos de gente apiñada. Los italianos se han puesto a jugar a los dados bajo el paraguas, con la luz de arco. Los utileros y los de vestuario están lanzando piedritas, intentando darle a una lata. Están haciendo apuestas y corriendo bajo la lluvia para agarrar más piedras. Mario está disfrutando de un masaje en la espalda de uno de los electricistas filipinos. Jimmy habla de los puros Montecristo. El suelo de mi refugio empieza a llenarse de barro.
9 de octubre, Pagsanjan
Hoy Bill y yo hemos estado filmando por casa. Sofía está pintando en la mesa del salón. Está impaciente y no para de preguntar cuándo acabaré de filmar y tendré tiempo para jugar con ella. Hizo un juego para ponerle la nariz al payaso y lo puso en la puerta de la helad era. Luego nos tapamos los ojos, tratando de adivinar dónde iba la nariz. He filmado unas cuantas imágenes de Ester lavando ropa en el patio, y luego colgando remeras de Apocalipsis Now en el tendedero.
11 de octubre
Cuando Marlon acabó de filmar su última toma el viernes, Francis le dio un abrazo y luego se subió a un helicóptero, rumbo al aeropuerto de Manila para tomar un vuelo a Hong Kong a las seis de la tarde. Se fue con Dean. La gente no dejaba de preguntarme por qué no lo había acompañado. No fui con él porque Francis quería, y necesitaba, pasar un par de días de aislamiento total de todo lo que lo rodea, incluida yo. Además ya he estado allí un par de veces y no tenía muchas ganas de volver. Ésta es una sociedad tan cerrada, que vi a varias personas especulando sobre el motivo real de que no lo acompañara.
He pasado el fin de semana con Sofía. Es una compañera fantástica. Hicimos cosas juntas y salimos a dar paseos. Nunca había caminado por Pagsanjan; siempre estoy corriendo en jeep, o viajando en coches con aire acondicionado. Caminar me permitió apreciar todos los detalles de la vida aquí. Les dimos de comer a las gallinas, estrujamos la ropa en el lavadero del patio, apilamos cáscaras de coco, hicimos una hoguera con carbón, compramos un saquito de arroz y un poco de pescado seco en un puesto callejero, dibujamos en la carretera con una piedra, saludamos con la mano a los transeúntes…
Nos detuvimos en una panadería y compramos un pan dulce, uno enorme por seis centavos, y fuimos comiéndolo a trozos mientras paseábamos. Hacía calor. Me llevé la sombrilla. Nos cruzamos con varias personas con sombrillas de colores muy vivos, que el sol de la tarde iluminaba por detrás. El calor insoportable parece haber pasado; ahora llueve casi todos los días. Fuimos hasta el Falls Lodge y nos bañamos en las piscinas de agua mineral. A lo largo de nuestro recorrido nos cruzamos con gente que nos llamaba, «Sofía», o «señora Coppola». Tuve la sensación de que no podía limitarme a andar absorta en mis pensamientos, porque entonces corría el riesgo de no ser amable con alguien que trataba de ser cordial con nosotras.
15 de octubre
Treinta y ocho tomas y Francis dice que no ha salido ni una como él quería. La gente que interpretaba a las cabezas cortadas en el suelo permaneció en sus cajas, enterradas en el suelo, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Estuvieron todo el día bajo el sol. con el humo soplando hacia ellos. Entre tomas los tapaban con sombrillas, y salieron para almorzar, pero el resto del tiempo estuvieron metidos en sus puestos.
Durante una toma, Dennis Hopper retrocedió y pisó a una muchacha en la mejilla, hundiendo parte de la caja en que estaba metida; estuvo a punto de caerle encima de la cara. Los rieles del travelling tenían barro por todas partes y la gente resbalaba una y otra vez. Tanto Dennis como Fred Forrest se cayeron en plena toma. El técnico de sonido tuvo que pedirle a alguien que lo sujetara del cinturón para no caerse mientras seguía a los actores con el boom.
Fue uno de aquellos días en que el humo del hielo sintético, o el humo naranja, o la interpretación, o la iluminación o cualquier otro detalle no acababan de coordinarse para lograr una toma que dejara satisfecho a Francis.
Yo estaba sentada por allí, mirando alrededor. En cierto momento, las cabezas cortadas estaban tomando Coca-Cola; los niños ifugao ponían trozos de hielo sintético en latas de película y hacían que las tapas salieran disparadas; un grupo de muchachas ifugao se estaban despiojando las unas a las otras. Una de ellas llevaba un pareo, los pechos al aire y ruleros de plástico rosa en el pelo. Un hombre sentado, en taparrabos, se levantaba las puntas de la tela para que no se ensuciaran en el barro. El hombre de la boa constrictor le estaba dando de beber a su animal. Alex hablaba de la sangre sintética, comentando «cuestan treinta y cinco dólares los tres litros, y hoy están utilizando muchísima». Los de efectos especiales se quedaron sin humo naranja y tuvieron que utilizar el rojo. Mi viejo sacerdote ifugao favorito hoy no iba disfrazado: llevaba un taparrabos y una camisa de nailon beige. Se acercó a las escaleras para observar las falsas cabezas cortadas. Dijo que en su tribu habían sido cazadores de cabezas hasta hace sólo cinco años. Angelo se estaba comiendo un sándwich de atún que compartía con los otros, y la gente le decía: «¿Sabes el tiempo que hace que no comía un sándwich de atún?».
17 de octubre, Pagsanjan
Grabé una entrevista con Dermis Hopper. Una de las cosas que dijo que más me interesaron es que pensaba que la industria del cine está en la misma etapa de desarrollo que estaba el arte durante la época en que se construyeron las catedrales góticas. Cuando construían esas grandes catedrales en Europa, empleaban a trabajadores de las canteras, ingenieros, pintores de frescos, y demás, que creaban la obra mediante la combinación de los talentos de muchos. Hacia el siglo XIX el arte ya había evolucionado hasta el punto de que las obras más importantes de esa época las realizaban artistas individuales con la ayuda de un mero caballete. Dennis quería decir que, actualmente, la realización cinematográfica requiere la unión de talentos de muchos departamentos, pero que quizá con el tiempo las películas serán hechas por una persona con una cámara portátil.
20 de octubre, Pagsanian
Anoche Francis montó en cólera porque la gente entraba y salía de la sala de proyecciones mientras estaban revisando el metraje. Resulta muy atractivo contemplar imágenes en movimiento; pero, cuando luego la gente hace comentarios tontos, Francis pierde los estribos. Es algo que le provoca una reacción autodestructiva y que lo empuja a dudar de sí mismo.
25 de octubre, Pagsanjan
Estoy sentada en las escaleras del templo. Son las cinco y media de la tarde y por hoy ha terminado la filmación. Los días empiezan a ser más cortos, como si se acercara el invierno, pero hoy ha hecho más calor que nunca. Una luz tenue empieza a difuminar los límites de los objetos. Francis y Vittorio están repasando el rodaje de mañana, que conlleva un travelling largo y complicado, y Alfredo y Luciano están con Vittorio, recibiendo sus instrucciones.
Oigo a los ifugaos cortar leña para las hogueras del anochecer.
Anoche fuimos a cenar a casa de Vittorio, Hacía calor. Estábamos sentados fuera, en el jardín de delante, con la esperanza de que soplara un poco de brisa. Sólo nos llegaba el penetrante olor de las espirales matamosquitos. Oíamos el sonido de voces lejanas. Al poco rato pasó una procesión religiosa por el camino, frente a la casa. Estaba Oscuro y cada persona llevaba una pequeña vela encendida, y se podían ver sus caras frente a la luz titilan te. Había muchos niños de corta edad que cantaban suavemente. Después de que desfilaron unas cincuenta personas, pasó una pequeña plataforma sobre ruedas, empujada por cuatro hombres. Transportaba una virgen de un metro y medio, toda iluminada con lucecitas. En la base tenía tubos fluorescentes. A continuación pasó un grupo numeroso, en el que había monjas y un muchacho con un altavoz. A unos quince metros lo seguía un cura que recitaba el rosario por un micrófono. Luego una plataforma con la Virgen de Guadalupe, y ramos más elaborados de flores de plástico iluminadas. Tras ellos, un grupo de hombres empujaba un ruidoso generador montado en un carrito de madera.
Cenamos con Giovanni, Sofía. Vittorio y Luciano y su esposa. Resultó un poco triste, ahora que Gio y Roman no están, y que Tonia, Francesca y Fabrizio han ido a Roma. La mesa de la cena parecía silenciosa, como si reflejara la falta de vida que antes le dábamos todos juntos. Después de cenar miramos las diapositiva s que Vittorio había tomado durante la filmación. Fue sorprendente ver las imágenes de forma aislada. Francis se emocionó; no paraba de decir: «¡Dios mío, yo iría a ver esta película! ¿Ustedes no?». Al estar en el set cada día nos hacemos inmunes a su increíble imaginería. Y también es cierto que las fotos de Vittorio son extraordinarias. Había un par que no he dejado de recordar durante todo el día. Una de ellas, con una doble exposición: la cabeza de Martín sobre fondo negro, con Marlon y los niños ifugao superpuestos con claridad encima de su cabeza.
26 de octubre, Pagsanjan
A Sofía ayer se le cayó el primer diente. Estos últimos días, mientras ella jugueteaba con el diente que se movía, he pensado más de una vez en el hecho de que mi último hijo esté dejando de ser pequeño. Quiso que le escribiera a máquina una carta para el hada madrina, y me la dictó mientras yo la mecanografiaba:
«Soy Sofía. He perdido mi diente mientras nadaba en el lago Caliraya, así que no puedo dejártelo. Así que te dejo esta carta para que sepas que se me ha caído un diente. La próxima vez intentaré ponerlo debajo de mi almohada. Espero que me puedas dejar una sorpresa aunque no te haya dejado el diente bajo la almohada. Soy una niña».
Luego se acostó en la cama para dormir una siesta. No paró de llamarme, preguntándome cosas: «¿Es rubia el hada madrina?, ¿Lleva corona?; ¿Por qué llevan corona las hadas?; ¿ Quizá para que los niños no se piensen que son sus padres los que dejan el regalo?».
Al final se durmió y yo fui a la tienda china a ver si encontraba algo para hacerle un regalo sorpresa. Compré una bolsita de plástico que contenía un globo, chicles y caramelos, una cajita de lápices, un frasquito de colonia Johnson para niños y un trozo de papel de envolver de flores de colores. Me costó un poco encontrar todas estas cosas entre latas de comida, rollos de cuerda, velas, lámparas de queroseno, Coca-Cola, ropa interior, camisetas, galletas, utensilios de cocina, y demás… Volví a casa, hice un paquete de regalo y se lo puse debajo de la almohada. Luego me marché al set para ver cómo le iba a Francis. Cuando regresé a casa, Sofía estaba muy emocionada con la visita del hada madrina. Me mostró sus regalos, examinando cada cosa con cuidado. Luego me dijo: «¿Sabes qué, mamá? Creo que era un hada filipina, con el pelo corto y negro».
27 de octubre, Pagsanian
Anoche hubo una reunión de producción para repasar el calendario. Si no hay más retrasos por culpa de la lluvia, el último día de filmación será el 24 de diciembre.
Acabo de volver del set. Quería tomar unas cuantas imágenes de Alfredo acabando el puente que empezó ayer para que circule el carro portcámara en la larga toma de travelling, que pasará por todo el fronte del reducto de Kurtz. Lo considero un auténtico escultor de la madera y el metal. Francis salió de en medio de las vías y le estrechó la mano. Alfredo no es una persona engreída, pero tiene el aire de autoconfianza y satisfacción de quien se sabe capaz de crear los medios para que un director logre la toma complicada que desea.
Esta mañana ha llovido mucho. Francis tuvo que montar unas cuantas tomas dentro del templo para no perder la mañana de filmación. Alfredo y su equipo tienen impermeables y algunos de los filipinos se han puesto bolsas de plástico por encima de los hombros. Larry me sujetaba el paraguas para que no se me mojara la cámara. Luego empezó a diluviar y durante las últimas tomas acabé empapada. El paraguas sólo alcanzaba para proteger la cámara y mi cabeza, todo el resto se mojó. Al final nos dimos por vencidos y volvimos al coche, para llevamos todo el material a casa y secarlo. Llovía cada vez más fuerte; había zonas del set totalmente a oscuras. Mientras nos alejábamos no dejé de mirar atrás, tan bonito era el espectáculo. Larry y yo hablamos del hecho de que, en película, sólo se puede ver la lluvia cuando es tan fuerte como ésta. Nos habíamos alejado medio kilómetro cuando me di cuenta de que teníamos que intentar algunas tomas desde el templo, para mostrar la intensidad de la lluvia. Le dije al chófer que diera media vuelta. Pero cuando llegamos al templo y lo montamos todo, paró de llover. Me puse furiosa conmigo misma por haber querido volver a casa en vez de quedarme para filmar la lluvia. El retraso en reconocer la oportunidad del momento me costó la toma. Este es uno de los aspectos que encuentro más frustrantes de la realización de documentales: la manera en que mi mente se concentra en lo que tengo planeado y lo mucho que tardo en deshacerme de estas ideas preconcebidas para abordar algo que podría ser más interesante.
28 de octubre
Francis obtuvo la última toma ayer a las cinco de la tarde. Luego subimos al helicóptero que nos esperaba en el set y volamos a Manila. Era la primera vez que volaba desde que regresamos de Iba durante el tifón. Parecía una experiencia nueva, verlo todo desde el aire. Las redes de pesca semejaban diseños inmensos grabados sobre plata azulada. Había cenefas de barcas en la orilla y barcos anclados en la bahía de Manila. Roxas Boulevard, con su tráfico y sus hoteles, tenía un aspecto exótico y emocionante después de tanto tiempo en Pagsanjan. El helicóptero aterrizó en la calle, justo frente a la puerta principal del hotel Manila. Bajé de un salto, abrí la valija y saqué los zapatos de Francis, para que pudiera quitarse las embarradas botas antes de entrar. Había varios botones y porteros vestidos con uniformes blancos almidonados. El gerente del hotel nos esperaba. Nos acompañaron hasta nuestras habitaciones. De pronto me di cuenta de que yo todavía llevaba las botas sucias, e intenté no pisar la alfombra.
El hotel fue construido en 1910 Y acaba de abrir después de una nueva remodelación. Es una acertada mezcla de antiguo y moderno. Nuestra habitación tiene unas sillas de ratán muy bonitas, una mesita ratona victoriana de mármol y tejidos artesanales enmarcados en las paredes. En realidad, en lo que nos fijamos con más ilusión al entrar fue en la bañera. No tomaba un baño desde hacía más de cuatro meses. Francis era el que estaba más sucio, así que se bañó primero. Yo me quedé delante del aire acondicionado y dejé que mi cuerpo se enfriara. Cuando Francis salió de la bañera tomé un baño largo y caliente. Me encantó estar allí recostada, con el agua hasta el borde, todo lo caliente que podía resistir. Oía la tele en la habitación de al lado. Francis estaba mirando Batman. Después fuimos a cenar a nuestro restaurante japonés favorito. El sashimi estaba sensacional. Pedimos cuatro porciones.
Esta mañana me desperté a las seis y llamé a los chicos. Me hacía mucha ilusión hablar con ellos. Pero no conseguí línea, ya las siete y media tuvimos que irnos. El helicóptero nos recogió. A las ocho aterrizamos en el reducto de Kurtz y anduvimos por el barro hasta la ubicación de la primera cámara.
2 de noviembre
El domingo fue Halloween. Me llevé a Sofía a Manila para que pudiera ir con Claire a asustar a la gente por las casas de las familias norteamericanas de Dasmariñas. Tuvimos un viaje de ida muy agradable. Sofía se durmió en mi regazo. Era casi el anochecer y había una luz muy bonita; me limité a mirar por la ventana a lo largo de la carretera. En cada pueblo se estaban preparando para el día de Todos los Santos, el 1º de noviembre. Aquí es una de las celebraciones más importantes del año, En todos los cementerios había gente pintando y limpiando las lápidas, y a lo largo de las puertas y murallas exteriores se estaban instalando puestos de comida. Los pueblos más grandes tenían tambaleantes vueltas al mundo y los juegos típicos de un parque de diversiones. En un par de ocasiones encontramos procesiones fúnebres. Una de ellas pude veda bastante bien. Había un coche mortuorio, muy lustroso y con vidrios alrededor, con un ataúd y flores. Detrás de él iba la gente a pie. Los familiares más' cercanos, todos vestidos de negro, iban delante, luego los amigos y, detrás, una pequeña banda de instrumentos de viento cuyos miembros iban ataviados con uniformes caqui. El coche fúnebre tenía problemas para mantener la misma velocidad que la gente que caminaba, y de vez en cuando se detenía y tenía que volver a ponerse en marcha, lanzando una nube de humo negro encima de los caminantes.
La carretera que lleva a Manila pasa por cinco o seis distritos regionales. En cada uno había puestos callejeros en los que vendían las especialidades locales. Pasamos por paradas en las que vendían queso de carabao envuelto en hojas de banano, luego por una zona donde venden trozos de goma vieja y neumáticos usados y luego por un montón de puestos de pastel de coco. Había una tienda de artículos decorativos para jeeps, todo tipo de cosas para el tablero y el capó, como caballos plateados adhesivos, imágenes de Jesús y nombres de mujer impresos sobre placas de plástico rojo. Había una zona de puestos de fruta en los que vendían cestos de lanzones, una fruta local que a mí me resulta demasiado agria y llena de semillas, pero que a Sofía le encanta.
Pasamos por delante de un grupo de niños que hacían Volar sus barriletes por un campo verde de arroz. Parecía un dibujo sacado de una tarjeta navideña de las Naciones Unidas, excepto por el cartel que anunciaba el nombre del pesticida que se usaba en aquel campo. Mi amiga Arlene me dijo que la mayoría de los pesticidas que utilizan aquí en Estados Unidos están prohibidos.
Llegamos a Manila a primera hora de la noche. Dejé a Sofía en casa de nuestros amigos y me fui a registrar en un hotel. Estuve paseando y haciendo compras hasta que llegó la hora de ir a recogerla. Cuando llegué a buscarla, el padre de Claire me pidió que me quedara a cenar. Me preparó un vodka con tónica y estuvimos viendo cómo los niños, disfrazados, revolvían los caramelos en sus bolsas de Halloween. Luego nos sentamos a cenar. Bendijeron la mesa y sirvieron pizza de Shakey y, de postre, brownies con helado. Sentada allí, en la cabecera de la mesa, contemplé a los McGinity y a sus tres hijos rubios, mi vodka con tónica, la pizza y los brownies, y me pareció la imagen más exótica de todas las que he visto últimamente.
Al día siguiente invitamos a Claire al hotel y estuvo jugando en la piscina con Sofía. De vez en cuando me llegaban fragmentos de su conversación. Hablaban de política. Claire dijo: «Mi presidente no es el presidente Marcos, sino el presidente Ford». Luego hablaban de lo que les gustaba o disgustaba comer. Al final, Sofía dijo: «Bueno, ¿sabes qué?, a las cucarachas les gusta comer de todo».
Al anochecer, Sofía y yo fuimos en taxi hasta las oficinas y tomamos el ómnibus del equipo técnico, que volvía a Pagsanjan. En las afueras de Manila, el ómnibus pasó junto a un cementerio muy grande. Había muchísima gente y el tráfico empezó a avanzar lentamente. El cementerio estaba iluminado con simples bombitas y miles de velas. Desde lo alto del ómnibus podía ver con detalle las tumbas, la gente, los puestos de comida y las pequeñas danzas.
Sofía se había quedado dormida en el asiento contiguo al mío. Yo miraba por la ventanilla. Las imágenes que veía tenían tanta fuerza que me puse a pensar en mi amigo Ed, que me decía que las cosas que vemos a nuestro alrededor no son simplemente arbitrarias, sino que pueden ser interpretadas como los sueños. Se puede obtener información sobre lo que está ocurriendo en la vida de uno mirando las cosas que ocurren a alrededor. Me puse a pensar en lo que los cementerios y las tumbas simbolizan para mí, y en por qué los estaba viendo precisamente ahora.
De hecho, el motivo por el que había ido a Manila era que Francis se había marchado unos días y yo no quería quedarme sola en Pagsanjan. Quería hacer algo que me distrajera de pensar en él. Francis ha estado tan angustiado, últimamente, tan enojado: enojado con la película, enojado conmigo, enojado con su familia, enojado con todos sus colaboradores, enojado con su vida. Así que se marchó para estar totalmente a solas e intentar determinar qué le molesta tanto.
Últimamente parece haber estado luchando entre sus expectativas de cómo cree que es su vida y cómo se supone que la gente que lo rodea debería ser, en oposición a cómo son en la realidad. Parece que se le están derrumbando algunas de las creencias, actitudes y expectativas que tenía desde niño. Hay mucho dolor y rabia y miedos asociados con la muerte.
La gente que veía en los cementerios estaba mostrándoles su respeto a los muertos, al pasado, y luego celebraban el presente. Era como si simbolizaran algo de la muerte, algo que estaba a cierta distancia de mí, quizá ligado al mundo de Francis, pero no era algo triste; de alguna manera era un motivo de celebración.
3 de noviembre, Pagsanjan
Francis llegó a casa a primera hora de la mañana. Me dio un abrazo y un beso y me dijo que todo estaba bien. Que tenía las cosas más claras. Me explicó que, desde que era pequeño, siempre quiso tener talento y triunfar en la vida, ganarse la aprobación de su familia y de sus amigos y de las mujeres. Quería, por encima de todo, ser muy talentoso, pero siempre había tenido dudas, así que toda la aprobación que recibía lo hacía sentir desgraciado porque le parecía que era falsa. Y, en fin, me dijo que se ha dado cuenta de que sí tiene talento, pero no de la manera que él esperaba, no el talento que creía tener, no como en sus fantasías de la infancia. No el talento tradicional. Dice que cree que su talento real está en el área de la conceptualización: saber ver una cosa, saber cómo algo se podría hacer, adaptar las ideas a nuevas formas, innovar, en vez de construir de la nada. Manifestó que pensaba que su talento no se ajusta exactamente al concepto tradicional de la industria cinematográfica, y que quizá por eso se marchó de Los Ángeles de manera intuitiva. Quizá nunca sería capaz de concretar sus planes de crear un estudio de cine porque ser jefe de un estudio significa, más que nada, una idea preconcebida de lo que se debe hacer si se tiene éxito en la industria cinematográfica. Comentó que quizá la razón por la que esta película le está resultando tan difícil, y por la que se ha sentido tan desgraciado, es porque las formas tradicionales con que pensaba que debería trabajar no estaban funcionando, por eso estaba tan enojado y aterrorizado. Cuando, en realidad, su mejor logro en la película era conceptual e innovador y no se hubiera podido llevar a cabo de la manera tradicional. Me decía que, normalmente, el guión está terminado de manera definitiva antes de empezar la filmación, pero ahora se daba cuenta de que sus improvisaciones Y retoques han dado como resultado las mejores escenas de lo filmado hasta el momento. Se suponía que Marlon tenía que estar delgado y musculoso para interpretar el papel del oficial boina verde, pero cuando apareció con su irremediable sobrepeso, él tuvo que renunciar a sus ideas preconcebidas sobre el personaje y buscar una solución que llevara la película mucho más en la dirección del mito, lo cual resultó mejor que su concepto original. Expresó que empezó a darse cuenta de que quizás un buen director no sea el que está totalmente preparado, sino el que es capaz de tomar las situaciones que se presentan y usadas en su provecho, en vez de interrumpir la producción hasta que todo cuadre con sus planes originales. Dijo que él siempre tenía nuevas ideas y soluciones; que cuando llegó el tifón, no había detenido la filmación inmediatamente, sino que cambió la escena para que incluyera una tormenta. Y añadió que siempre estaba furioso consigo mismo por lo lento que avanza la filmación, y gran parte del motivo es la distinta manera de trabajar que tienen el equipo italiano y Vittorio. Él pensaba que era su culpa por no saber mantener un ritmo adecuado, pero ahora ha comprendido que Vittorio y su estilo de filmar son conceptos clave para esta película. Con su elección de un director de fotografía no tradicional estaba haciendo una película mejor. Piensa que, en realidad, está haciendo bien la película, utilizando sus talentos reales, y no haciéndola simplemente de la manera que creería que un buen director debía hacerla. Estaba ilusionado ante la posibilidad de explorar su talento donde siente que está realmente, de ver su vida tal como es y de despojarse de sus ideas preconcebidas.
4 de noviembre, Pagsanjan
Descubrimos que Sofía tiene piojos. Le lavé la cabeza con un champú que huele fortísimo y anoche Francis se sentó en' el sofá y se puso a examinarle el pelo con una linterna, buscando los diminutos huevos.
5 de noviembre, Pagsanjan
Francis vino a casa a la hora de almorzar. Me comentó ideas que tiene para películas que podrían durar seis minutos, cuarenta y siete minutos o dos horas y media. Otras que podría hacer en tres días, o en tres semanas, o en una semana con un equipo eficaz y rápido. Quizá con un equipo de la televisión. Estaba muy entusiasmado con su idea de hacer películas «espaciales», en vez de películas con historias lineales.
Al final alguien vino a buscarlo, diciendo que lo necesitaban en el set. Al marcharse me dijo: «Ellie, ¿te acuerdas de aquel tipo gordo, con aquellos trajes de pana tan raros que se paseaba por North Beach como un bohemio? Pues creo que ha muerto».
6 de noviembre, Pagsanjan
Francis: «No hago que la persona interprete el personaje, hago que el personaje interprete a la persona. La gente cree que esto sólo se hace con quienes no son actores. Pero funciona de maravilla con los actores».
7 de noviembre, Pagsanjan
Es domingo. Vittorio y Dean vinieron a desayunar. Francis les preparó omelettes con queso suizo y albahaca fresca. El queso suizo está a unos 15 dólares un buen trozo en la sección de productos importados del supermercado de Manila. La albahaca provenía de una maceta que, finalmente, hemos conseguido que creciera. Después del desayuno nos llevamos a Giovanni y Sofía con nosotros y nos dirigimos al hotel Tropical para tomar el helicóptero y buscar desde el aire una locación a orillas del río que pueda ser utilizada por la compañía cuando vuelva después de Navidad, más reducida. El helicóptero se ha retrasado y entretanto Francis, Dean y Vittorio se han sentado en el cordón de la vereda, a hablar. Francis decía: «Somos los tres hombres al mando de la película». Estaban sentados frente a una pared de cajas de Coca-Cola vacías que había en la vereda. Les saqué unas cuantas fotos.
Giovanni se estaba poniendo nervioso con la idea de subir al helicóptero, y corría de un lado a otro como enloquecido. Sofía encontró unos cuantos vidrios rotos en la calle y se ha cortado un dedo. Al final ha llegado el helicóptero y hemos emprendido el vuelo.
A mí me inundó la ilusión cuando subíamos, y la visión del mundo me cambió literalmente. Me encantan los dibujos que forman los arrozales desde el aire. Hemos sobrevolado un río; si miraba hacia abajo podía ver que el agua no tenía profundidad suficiente para la lancha de patrulla. A lo lejos se veía una nube blanca junto a una montaña. El piloto nos dijo que era un volcán. Decidimos sobrevolarlo para echar un vistazo. Estaba activo y percibimos el olor a azufre. En el cráter se veía cómo las rocas fundidas burbujeaban y desprendían vapor. Hemos volado hasta Lucena y luego seguimos algunos de los ríos que desembocan en el mar en esta zona. Girábamos, nos inclinábamos y bajábamos a ver un recodo aquí y allá. Empecé a marearme y Giovanni también se estaba poniendo pálido. Así que Francis le pidió al piloto que aterrizara en algún sitio para que pudiéramos descansar un poco. El helicóptero se posó sobre una pequeña playa y bajamos a recostamos un rato sobre la arena. Cuando llegamos a la playa estaba totalmente desierta, pero al poco tiempo empezó a aparecer gente de todos lados, y se pusieron a rodear el helicóptero y miramos. Los niños, mientras tanto, jugaban en la arena. Francis empezó a contarme una historia sobre su infancia. Al cabo de un rato levanté la vista y comprobé que Dean había hecho un dibujo del helicóptero sobre la arena, y de un soldado disparando un fusil, con líneas de puntos que representaban las balas que acababan justo delante de Francis. No sé cuánto tiempo llevábamos allí recostados, hablando, pero era evidente lo bien que nos sentíamos todos, sin duda porque había una temperatura perfecta, no demasiado cálida, unos 24°C. Del mar llegaba una brisa ligera y no había humedad.
Cuando nos elevamos la gente nos saludaba con la mano. Al cabo de quince minutos llegamos a casa. Tendré que subir al helicóptero con la cámara antes de nuestra partida. Los dibujos y formas que se ven desde el aire me parecen una exposición de arte.
9 de noviembre, Pagsanjan
Fui a buscar a Francis al set, El asistente de dirección me dijo que estaba en Palm Springs. Entonces me enteré de que así es como llaman a la pequeña cabaña que hace de camarín de Francis. Hacía, de lejos, mucho más calor que en Palm Springs. Francis estaba escuchando su grabador mientras esperaba que organizaran la siguiente toma. Tenía música de Beethoven bastante alta, y me comentó que la música es la mejor escultura de tiempo y espacio… y quizás el cine. Fue agradable estar allí sentados, en la penumbra. Yo escuchaba y miraba las estrellas de luz procedentes del entramado de las paredes de estera.
9 de noviembre
El sábado pasado Dennis Hopper acabó de filmar. Francis decidió emborracharse con él para celebrado. Empezaron con vino y licor de coco. Francis lanzó la primera botella de vino vacía hacia atrás. Cruzó la sala y rebotó por encima del suelo de terrazo. Empezó a llegar gente. Había unas treinta personas, bebiendo de lo primero que encontraban. Pronto no quedaba ni una cerveza fría, ni mucho más que beber. Nadie se estaba ocupando del abastecimiento en la cocina. Yo estaba en el sofá charlando con Caterine, que me dio unas cuantas de sus diapositivas y un ejemplar firmado de su libro. Me estaba mostrando su diario, fragmentos escogidos, notas, un dibujo de Sofía, unas cuantas instantáneas de ella y Dennis con sombreros como única vestimenta. No quise levantarme para hacer de anfitriona. Pete Cooper se puso a hacer Bloody-Marys con unas latas de jugo de tomate que habíamos traído de San Francisco.
Varios miembros del equipo de producción llegaron y avisaron que Dermis tenía que salir de inmediato para llegar a Manila antes del toque de queda, porque tenía un vuelo a las seis de la mañana para Hamburgo. Ya llevaba tres días de retraso en su nueva película. Dennis estaba bastante borracho y no tenía ganas de marcharse. Francis le decía: «Dennis, escoge cualquier lugar del mundo y serás la estrella de la película que vaya filmar allí. Y te prometo que no pensaré en cómo será la película antes de que empecemos. Simplemente la haremos, muy rápido, en tres semanas, y será maravillosa. Escoge un lugar». Dennis decía: «Muy bien, muy bien, sí». Francis y yo teníamos curiosidad por escuchar el lugar exótico que iba a elegir. Al final, Dennis dijo: «San Francisco». Porque su mujer y sus hijos estaban allí, y también sus padres. Francis le respondió: «De acuerdo, allí es donde será la historia. Lo haremos». El chico de producción responsable de que Dennis llegara a Manila se estaba poniendo pálido. Le pedí a Francis que ayudara a Dermis a ponerse en marcha.
Al final, después de media hora de ruidos y de besos y abrazos y de parloteo, Dermis y Caterine subieron al coche y se marcharon.
Los que se habían reunido en casa empezaron a dispersarse cerca de una fiesta en el lago Caliraya en honor de un grupo de muchachas venidas en un intercambio de estudiantes de Estados Unidos. Parecían un educado grupo de girl scouts mayores del Medio Oeste. Los del equipo técnico parecían ansiosos por conocerlas. Francis fue también con ellos. Yo me dirigí a la cocina y me preparé algo de cenar, y a las once y media ya estaba en la cama leyendo. Me quedé dormida. Creo que Francis regresó cerca de las dos o las tres.
A la mañana siguiente, mientras compraba bananas en el puesto de enfrente de casa, las mujeres decían: «Qué fiesta anoche en su casa». Les confirmé que sí, que había sido un poco escandalosa. Pero ellas no hablaban del ruido, si, no de que estaban perplejas porque Francis había encendido la parrilla a la una de la madrugada para hacerse la cena. Cocinar en la parrilla en medio de la noche, después del toque de queda, parecía todo un acontecimiento. El casero también lo comentó.
10 de noviembre, Pagsanjan
Esta tarde estuve en la oficina de producción esperando a que llegara el correo. Me sentí un poco boba, como si no tuviera nada más que hacer que perder el tiempo así. Al final llegó el chófer desde Manila y una de las chicas de la oficina buscó mi correo en la caja antes de clasificarlo en los buzones del equipo. Tenía una carta de mi madre. Francis y yo recibimos una carta del marqués Gino Cacciapouti Di Giugliano y su esposa, invitándonos a la boda de su hija, la señorita Marisa Schiaparelli Berenson, con el señor James H. Randall. No los conozco. Creo que Francis conoció a Marisa. Francis ha recibido dos cartas del estudio de abogados Schiff, Hirsch y Schreiber, y un manuscrito de alguien a quien no conoce, escrito en uno de esos cuadernos negros con las páginas pintadas. Era una historia escrita a mano sobre dos perros que vivían en San Francisco, llamados Francis y Ford. Tenía la esperanza de recibir carta de Gio y Roman.
11 de noviembre, Pagsanjan
Anoche hubo uno de esas filmaciones nocturnas que me conmocionan. El simple recorrido del último tramo del camino, con todo el templo iluminado debajo, resultaba emocionante. Estaba asistiendo a una increíble representación teatral. Como cuando fui a ver Aída en las termas de Caracalla; tenía dieciocho años y estaba lejos, en el extranjero, por primera vez en mi vida. No sabía qué esperar, todo era posible, caballos de verdad o elefantes, cualquier cosa podía aparecer en el escenario. Y anoche me sentía igual. Caía una lluvia ligera, llevaba las botas puestas y caminé por el barro hasta donde Francis y Dean estaban hablando, frente al templo. Francis acababa de decidir que Willard tenía que salir de un cenagal, y unos veinticinco operarios habían empezado a cavar en una zona cubierta de agua. Tenía que estar listo en unas tres horas, con los arbustos y los cañizales y la hierba preparados para la primera toma. Dean estaba dirigiendo a su equipo para que colocaran las esculturas de madera del Festival de la Matanza del Carabao que iban a formar parte del fondo de la toma. Entre una cosa y la otra, Francis y Dean hablaban de una futura película en la que Dean montaría un set que sería una réplica exacta de una manzana de Nueva York, con el tráfico y la contaminación y todo, pero con la diferencia de que estaría en alguna parte de Arizona. Entonces Francis filmaría la película. Y el dinero recaudado se destinaría sólo a pagar para que la manzana de Nueva York permaneciera como escultura en Arizona. Algo así como lo opuesto a lo que hace Christo.
Dean tuvo que irse a hacer algo y Francis se puso a hablar sobre una de sus siguientes películas; me contó cómo había visto ya una serie de escenas en su mente. Fue interesante escuchado. Ya podía visualizar imágenes de la película. Decía que era como verla, como si ya existiera. Empecé a preguntarme si realmente las películas ya existen y todo lo que Francis hace es reconstruidas. Nos lo hemos preguntado sobre esta película. A principios de septiembre no tenía final, y ahora sí lo tiene. ¿De dónde surgió? Francis no lo escribió, fue algo que, de alguna manera, ocurrió día a día, y es totalmente distinto y mejor que cualquiera de los finales que estuvo escribiendo durante más de un año.
Hablamos sobre diversos temas. Nos encontrábamos allí, de pie en el barro, en medio del set. El guardaespaldas de Francis estaba a su espalda, sujetándonos el paraguas. Tenía la cabeza girada hacia un lado, para no estar mirándonos, pero oía todo lo que decíamos.
La toma de la noche tenía un largo travelling que recorría más de treinta y cinco metros por debajo de cuatro casas ifugao. Nosotros estábamos allí debajo, sentados junto al riel, con los pies metidos en estiércol de gallina o algo que olía muy mal. Alfredo decía algo en italiano; se reía de cómo el señor Coppola nos tenía allí metidos, trabajando en aquella mierda. Francis dijo: «Bueno, esto es la vida»; y Alfredo dijo: «No, esto no es la vida, esto es el cine. En la vida real yo tengo una casa muy agradable y que huele bien».
Todo el mundo estaba trabajando duro. Se respiraba una especie de excitación, como la primera noche en el puente de Do Long. No sé lo que era. Tal vez la iluminación de Vittorio y las danzas de los ifugaos, la lluvia y el barro y la mierda de gallina, las hogueras, las calaveras, las velas, el templo y los tótems de madera, los estandartes, los patos, los sacos de arena, los cocoteros, las metralletas, el parloteo por las radios y el chocolate caliente.
Para Francis fue una noche de buen trabajo. Para mí fue teatro, magnífico teatro.
13 de noviembre, Pagsanjan
Anoche fuimos al set, a una fiesta que celebraba Eva en honor de los ifugaos. Les preguntó qué deseaban y le respondieron «comida y helados norteamericanos». Donde viven, arriba, en las terrazas de arroz, no hay refrigeración.
La mayoría de los ifugaos acudieron ataviados a la manera occidental. Resultaba raro verlos vestidos con trajes en lugar de taparrabos. Yo llevaba la cámara e intentaba tomar fotos de ellos pasando por la mesa de la comida, con sus platos de cartón plateado, seleccionando su cena. Un viejo guerrero puso una cucharada sopera de helado encima de la ensalada de pepino.
Francis regaló a la tribu una cámara de 8 mm, película y un proyector. No sé lo que les explicó el intérprete sobre el regalo, pero rieron muchísimo. Después de la cena hubo cantos y danzas. A Sofía le gustaron las danzas y el sonido de los instrumentos de percusión. No quería marcharse, pero Francis quería volver a casa porque había prometido mostrarles a Dean y Alex una copia de Busco mi destino. Nos fuimos a casa, y ya nos estaban esperando. Nos pusimos a ver la película proyectada en un trozo de pared blanca que hacía las veces de pantalla. Había un lagarto que, atraído por la luz, estuvo reptando por la imagen un buen rato. En medio del segundo rollo se cortó la luz. Encendimos unas velas y nos sentamos a esperar. Francis se puso a cantar conocidas melodías de musicales, y al final acabó haciendo imitaciones de éxitos de los años cincuenta. Hizo un muy buen Nat King Cole cantando Too Young. Al final asumimos que el corte de luz iba a durar toda la noche. Acompañé a Dean y Alex hasta el coche. El pueblo estaba totalmente a oscuras. Soplaba una brisa fresca y no había humedad; el aire era fresco y cálido al mismo tiempo. Cuando volví a entrar en casa, Francis ya se había dormido. Abrí todas las ventanas del dormitorio. Era la primera noche que dormíamos sin el aire acondicionado.
Esta mañana no nos despertamos sudando. El aire sigue fresco. Quizás esté finalmente cambiando la estación. La cosecha de maníes, y los porotos y berenjenas que veo desde mi ventana ya no está en el jardín de atrás. Pero ya hay una nueva cosecha, está todo verde y frondoso, aunque ahora el sol se pone más temprano y la luz ha cambiado. Yo también , siento el cambio a mi alrededor.
14 de noviembre, Pagsanjan
Hoy Francis me contaba cómo él nunca sacrifica la calida de una escena. Si tiene una toma general con algo que cambia en el primer plano, trata de privilegiar el fragmento más logrado. Se detiene y se centra en ese fragmento más logrado, o intenta trabajado en el momento del montaje. «Lo que importa es lo que se ve en la pantalla. A nadie le importa lo que has cortado y si se ajustaba bien o no.»
17 de noviembre, Pagsanjan
Sigue lloviendo. Esta mañana le hablaba a Francis de estos contratiempos. Me decía que ha habido obstáculos muy grandes en cada etapa de la película. En Baler; fueron los helicópteros; en Iba, el tifón; en la plantación francesa, los actores; en el reducto de Kurtz, al principio fue Marlon y luego Dermis Hopper y el hecho de no tener un final escrito. Ahora son las dificultades climáticas. No ha habido ni un sólo día en que, sencillamente, se fuera a trabajar, trabajara mucho, lograra lo propuesto y punto. Hoy va a haber mil extras para la gran toma delante del templo. Llueve muchísimo. Habrá más barro que nunca.
21 de noviembre, Pagsanjan
Anoche el helicóptero tenía que recogemos a Sofía y a mí a las cinco en punto en Manila. Se presentó a las cinco y media con un piloto sustituto al que no conocía muy bien. Se suponía que debíamos haber salido antes de las cinco para poder llegar a Pagsanjan con luz de día, pero de todos modos partimos igualmente. Cuando sobrevolábamos la provincia de Laguna ya estaba demasiado oscuro para encontrar Pagsanjan. Cuando el piloto se dio cuenta de que no podía encontrar la pista de aterrizaje, hizo un descenso de emergencia y aterrizamos sobre un arrozal. Nos metimos en el barro hasta las rodillas y avanzamos hasta el camino. Allí detuvimos un jeep y le pagamos para que nos llevara a casa.
Hoy están desenterrando el helicóptero. Sus patines se quedaron hundidos en más de un metro de barro. El piloto confesó que no se había atrevido a decimos que era demasiado tarde para volar, pues temía no cumplir con las instrucciones: llevar a la señora Coppola a casa.
23 de noviembre, Pagsanjan
Anoche estuve sentada en la plataforma de una cámara, a unos cinco metros de altura. Fue como estar en la mejor butaca de primera fila de un palco. Desde allí veía toda la obra de teatro desarrollarse a mi alrededor. Era una toma de los guerreros ifugao danzando alrededor del carabao. Cuando Francis vio el primer ensayo tuvo una epifanía. La danza ritual con lanzas de los ifugaos era el paralelismo perfecto de lo que ocurría dentro del templo con Willard. Era como si los bailarines de fuera del templo estuvieran contando lo que Willard estaba haciendo dentro. Los guerreros ifugao matan el carabao, y Willard mata a Kurtz.
Luciano atrapó una enorme mariposa de veinte centímetros que se acercó a una de las luces de arco. Vittorio estaba filmando con cinco cámaras a la vez; verificaba cada una de ellas. El templo estaba iluminado. Sobre las luces había papeles transparentes color ámbar para que todo tuviera un reflejo cálido, un brillo amarillo anaranjado. El set tenía un aspecto extraordinario, con banderas de seda gigantes, tótems de madera tallada, carabaos de papel maché negros de tamaño natural, flores de madera y papel de llamativos colores; todo estaba iluminado por detrás.
Dean se ocupaba de los pequeños detalles. Un ifugao tenía una rasgadura en la camisa y Dean quería que se la cambiaran. Acomodó un cesto que un electricista había movido ligeramente; detalles que nadie más era capaz de ver. Había cierto nerviosismo porque era la última noche que los ifugaos trabajaban; si quedaba alguna toma por hacer, no habría otra oportunidad. Los niños ifugao se estaban durmiendo y había que despertarlos antes de cada toma.
28 de diciembre, San Francisco
Desde que me marché de Pagsanan, hace tres semanas, todo me parece como envuelto en una nebulosa. Sofía y yo regresamos a casa vía Tokio. Yo quería tomar té en el jardín de un templo y mirar en las pequeñas tiendas de baratijas y en las papelerías donde los niños compran sus útiles escolares. Quería mirar las telas estampadas como las que se ven en los viejos grabados. Mi guía era una encantadora joven que me llevaba a las joyerías como las de Madison Avenue, a ver perlas y relojes. Estaba tan programada para mostrarme lo mejor que no oía lo que yo quería hacer, a pesar de entender el inglés a la perfección. Tengo recuerdos de tomar el tren a Kioto, de comer angulas en vinagre y. arroz en un restaurante y de estar mirando por la ventana un laberinto de chimeneas y fábricas, con el monte Fuji, como telón de fondo. En Kioto me sentí muy bien, de una manera que no soy capaz de explicar. Era como si ya hubiera estado allí o como si aquel lugar tuviera para mí algo indescriptible. Jamás me he sentido así en Londres, Roma, París o Madrid. Visitamos algunos templos; fue como visitar un sueño. Había visto estos sitios en una sala de proyecciones oscura de las clases de historia del arte, muchos años atrás. Todo me resultaba familiar, aunque distinto. Cuando nos acercábamos a aquel famoso jardín de arena y piedras, esperaba alcanzar en él la tranquilidad zen. Pero había un sistema de altoparlantes por el que se emitían anuncios a todo volumen. Visitamos maravillosos templos de madera. Nos detuvimos frente a un pequeño puesto y tomamos té y comimos galletas redondas hechas con unos antiguos moldes de hierro. El hombre que nos sirvió comía galletas saladas Ritz detrás del mostrador.
Sofía y yo llegamos a San Francisco muy cansadas e ilusionadas por ver a los chicos. Fue fantástico; estuvimos jugando juntos durante tres días. Los chicos no riñeron. Fuimos a jugar a los bolos y paseamos por San Francisco. Comimos en restaurantes. Visitamos una sala de juegos y probamos todos los juegos electrónicos nuevos. Miramos las decoraciones navideñas de las vidrieras y fuimos al parque. Hablábamos y nos abrazábamos. Luego los niños regresaron al colegio y yo me puse a deshacer las maletas y a ocuparme de la casa. Todos los cajones y armarios estaban hechos un desastre. Bajo la rápida limpieza que se había realizado ante nuestro inminente regreso todo era un caos absoluto. Era necesario reparar caños, había ratones, muchas plantas estaban secas. El filtro de la piscina no funcionaba. El teléfono no paraba de sonar. La gente llamaba a las puertas de delante y de detrás todo el tiempo. Robin se había quedado a cenar la casa de Pagsanjan y yo no tenía a nadie que me ayudara. Caí en una depresión. Me llamaban los amigos y yo no quería verlos. No quería hablar con nadie ni salir. Estaba furiosa por encontrarme de nuevo ante esta montaña de responsabilidades hogareñas. No paraba de oír comentarios de la oficina sobre lo increíble que estaba resultando la filmación. Lo emocionante que había sido la secuencia de la Aldea 1 y que, luego, Hau Phat la había incluso superado. Y yo era la esposa a la que se había mandado a casa para que la pusiera en orden y poder así celebrar una Navidad en familia. Estaba furiosa y confusa, enojada; me enfrentaba otra vez con esta casa enorme en mi vida. Las autopistas y llevar a los chicos al colegio y los supermercados, todo me parecía una idiotez. La gente me preguntaba cómo nos había ido en Filipinas y si me alegraba de estar en casa. Me sentía como si estuviera en un lugar conocido en el que no hablaban el mismo idioma que yo. Y después Francis llegó a casa muy ilusionado y dijo que cada día había sido más espectacular que el anterior y que estaba más feliz de lo que había estado en toda su vida. Me eché a llorar. Hay una pequeña parte de mí que todavía sigue penando. Contrariada porque lo que me motiva está ausente en mi vida. Contrariada porque ni siquiera estoy segura de qué es lo que podría motivarme. Consciente de que tengo que ocuparme de este problema y no es algo a lo que pueda resistirme o de lo que pueda escapar.