1º de julio
Estoy en casa de mi madre, en el sur de California, pasando un par de días. Francis ha tenido que ir a Los Ángeles para reunirse con los abogados de United Artists y firmar el contrato del préstamo. La película supera el presupuesto en tres millones de dólares, que ahora tiene que poner United Artists, pero Francis tendrá que pagarlo de su bolsillo si la película no obtiene, como mínimo, cuarenta millones o más. Eso me lleva sencillamente a concentrarme más en el presente y a no desperdiciar el aquí y ahora pensando en las posibilidades que ofrece el futuro.
Mi madre ha vivido en la misma casa desde el día que se casó. Todo me es familiar y casi todo ha cambiado. El viejo camino solía tener pozos rellenados con alquitrán, que se fundía en verano, y se podía meter cosas dentro que permanecían allí años y años. Ahora son lustrosas calles de asfalto en las que estacionan un auto junto al otro. Llevamos a los niños a Disneylandia. Había estado una vez, hace siete u ocho años, y pensé que era un monumento al mercantilismo californiano. Esta vez me pareció fantástico. Encontré algunas de las mejores manifestaciones artísticas que he visto. Desde luego he visto hologramas de artistas en galerías y museos, pero en Disneylandia había unos hologramas mucho mejores en la casa encantada. Los efectos del fuego en el trayecto del pirata parecían lo opuesto de lo que se hace en cine. Francis enciende fuegos de verdad y los filma y luego la realidad de celuloide se mueve por delante del espectador inmóvil. En el trayecto del pirata, en cambio, había auténticos fuegos de celuloide y los espectadores eran los que se movían por delante de ellos.
Reparé en que no estoy acostumbrada a estar entre un grupo grande de gente en lo que se consideraría una atracción turística. Me sorprendió la cantidad de personas que llevaban cámaras y tomaban fotos de todo lo que veían. Durante el desfile de acontecimientos históricos, Sofía se sumergió en él, en especial cuando reconoció al personaje de «Cristóbal Crumbolus». Yo no podía dejar de mirar a la gente que llevaba cámaras. La verdadera experiencia que vivían era la de tomar fotos, no la de ver un desfile. En la acera de enfrente, había un hombre armado con una Nikon y un teleobjetivo. Parecía estar sacándonos fotos a mí y a los niños. El ama de casa con sus hijos en Disneylandia.
23 de julio, Hong Kong
Estamos regresando a Filipinas y vamos a pasar la noche en Hong Kong, en el hotel Península. Nos han dado la misma suite en que ya habíamos estado. Ahora es distinta; hay unas gruesas bandas de metal contra los grandes ventanales que dan sobre el puerto. El gerente del hotel se disculpó diciendo que había un tifón a 350 millas de la costa que se acercaba; esperaba que no fuera necesario cubrir las ventanas totalmente. Había una bandeja con champán y flores naturales. Los ramos estaban hechos con rosas y una flor que no había visto en mi vida; alguien había doblado cuidadosamente cada pétalo por la mitad y había girado la punta hacia dentro para que se vieran los grandes y elaborados centros. Las flores no desprendían ningún aroma. Los ramos estaban colocados encima de los televisores. Me acordé de las fotos que hice de las flores que había encima de los televisores en nuestra habitación de Belgrado y en la de Brasilia. Supongo que en todo el mundo deben pensar que uno va a ver la televisión, de manera que así seguro que verá las flores.
Esta suite debe de ser una de las más espectaculares del mundo: grandes salones con hermosas vistas, magníficos baños de mármol y productos de perfumería, batas de toalla y un jarrón de vidrio lleno de bolas de algodón. Sofía desapareció en el cuarto de baño durante un buen rato. Fui a buscarla y se había hecho una barba de Santa Claus de algodón y se estaba mirando en el espejo de tres cuerpos.
Hay un mayordomo que se ocupa exclusivamente de esta suite. Se llama Kong. Cuando llegamos nos sirvió té de jazmín y descorchó el champán. Por la mañana tomó nota de nuestro desayuno, nos lo subió y lo sirvió en la gran mesa del comedor; Es atento sin ser entrometido. Tiene el pelo canoso, cortado al estilo militar, y del mentón le cuelga un mechón de barba de unos veinte centímetros. Es muy amable con los niños y estuvo jugando a la maestra y a las cartas con Sofía mientras nosotros íbamos de compras.
Hong Kong es el supermercado de Asia, igual que Las Vegas es la sala de juegos de Estados Unidos. Todos los aspectos de la ciudad se concentran en lo mismo: comprar y vender productos internacionales. Las luces de neón dicen Sony, Sanyo y Gucci en vez de Caesar's Palace o Golden Nugget. A Francis le encanta curiosear todos los productos y artefactos nuevos. Fue a ver todas las cámaras, los grabadores y equipos que había en los negocios. Yo fui a dos almacenes en los que venden productos de China continental. Me encantan sus increíbles bordados, en especial los antiguos. Pedí a las vendedoras que me mostrasen todos los rollos. Se mostraban indiferentes y ansiosos de que me fuera, para así poder continuar con su charla. Estaba claro que no les pagaban ninguna comisión sobre las ventas. Bostezaban discretamente y me dijeron que algunos bordados eran demasiado caros, que no querría verlos. Cuando me marché de la tienda, estaba arrepentida de no haber insistido en ver los más caros. Me di cuenta de que me gustan tanto los artículos baratos, por ejemplo un cesto de mimbre o un barrilete de un dólar, como un magnífico jarrón antiguo o un bordado que cuestan miles, pero casi nada de lo que tiene precios intermedios. Me acordé de un psicólogo que me había dicho que tenía que comprarme más cosas caras para mí; que el hecho de que pudiera permitírmelo y no lo hiciera significaba que no me gustaba a mí misma. Bueno, entonces empecé a sentirme mal por comprar las cosas baratas que me gustaban y tuve que recordarme que no estaba haciendo nada malo. En realidad prefiero una extraña cajita china de polvos blanqueadores para la cara, o una increíble máscara de ópera hecha de papel de 75 centavos.
Le pedí a un vendedor que me sacara un par de jarrones antiguos de un aparador cerrado. Tenían unas flores y unos insectos preciosos, pintados a mano, y el barniz tenía esa magnífica pátina que sólo adquieren los objetos realmente antiguos. Creí que la etiqueta decía ochocientos dólares de Hong Kong (unos 140 de Estados Unidos), así que pensé que me daría un gusto. A la luz, la etiqueta decía ocho mil. No los compré. Llevamos una vida tan disipada y tan nómada. No puedo llevarme mis cosas allá donde voy, y cuando la persona que hace la limpieza rompe algo que me gustaba me llevo un disgusto. Francis se puso muy triste cuando se dio cuenta de que al cuidador de la casa se le había roto su bandeja art déco mientras estábamos fuera, durante nuestro último viaje.
Los objetos magníficos son para los museos. Pienso que puedo contemplar las grandes colecciones públicas de las mejores piezas de lo que sea que me interese en cierto momento, y allí está todo limpio y bien iluminado y adecuadamente cuidado. Muchas de las cosas que me gustan son baratas y perfectamente reemplazables.
25 de julio, Pagsanjan
El camino principal está lleno de jeeps, motocicletas de tres ruedas, camiones, bicicletas, carros, motonetas, polvo y humo. Nuestra casa está en una calle lateral. Los pollos y los patos merodean a su antojo, y la mujer de delante saca todos los días su cerdo a pasear. Estamos rodeados de chozas de estera con los techos de paja. La gente se asoma por sus ventanas de persianas enrollables y se ponen a charlar. Desde aquí oigo unas cuatro radios, a un par de ancianas emitiendo una especie de graznidos junto al lavadero y a un gallo cantando cerca de ellas. Hay una vegetación maravillosa, de cocoteros y bananos, helechos, buganvillas, hibiscos, y una amplia variedad de parras y plantas con flores exóticas que no había visto en mi vida.
Según los parámetros locales, nuestra casa es elegante. Es de hormigón armado y dispone de agua corriente en el interior. Tenemos ventiladores de techo y luces fluorescentes redondas que por la noche nos dan un aspecto azulado. En las escaleras hay un nicho con una estatua de la Virgen de Guadalupe de un metro y medio. Tiene los ojos de vidrio y las pestañas de pelo auténtico, y mira hacia abajo, al salón comedor. El propietario de nuestra casa se mudó a una casa de palma con el techo de cinc que hay en el jardín de atrás. Es un hombre acaudalado; su hija es la propietaria del hotel local. Construyó esta casa hace dos años, pero su esposa seguía prefiriendo cocinar al aire libre, y cuando llegaba el calor dormían en una choza de paja en el jardín, de manera que parecen bastante contentos de alquilárnosla, La bisabuela duerme en lo que era la vieja casa de verano. Anda encorvada casi por la mitad, de los años que se ha pasado inclinada lavando la ropa y cuidando del huerto. Todavía se ocupa de los maníes, los porotos, las berenjenas y las calabazas que cultivan en el jardín, y la veo acarreando grandes cestos de ropa hasta el tendedero. La familia es muy amable con nosotros. Tienen un hijo que vive en Florida con su esposa, una irlandesa pelirroja, y tres niños. El casero acuna a Sofía en su regazo y le está enseñando a decir «Buenos días, abuelo» en tagalo.
En el avión empecé a leer El diario de Anais Nin, 1947-1955, tomo 5. Varias mujeres por las que siento respeto me han dicho lo magníficos que son estos diarios. Yo casi nunca leo. Hasta hace muy poco me daba vergüenza decido. Tampoco veo televisión. No estoy segura de cómo exactamente obtengo la información. Parece llegar hasta mí por otros canales. Otras personas están en su casa, en su living, viendo un programa sobre las naciones emergentes. Yo estoy aquí. No me parece ni peor ni mejor. Una de las cosas que me fascinaron del diario de Anais Nin fue la descripción de algunos acontecimientos de 1948 que se ajustan perfectamente a mi experiencia años más tarde. Pequeños detalles aquí y allá, como la descripción de su encuentro con Kenneth Anger, o de los pollos bajo su ventana en Acapulco. De México dice: «La liberación del pasado proviene de la asociación con objetos desconocidos; ninguno de ellos posee ningún poder de evocación». Yo siento esta libertad aquí.
28 de julio, Pagsanjan
Íbamos en coche a ver el set de la plantación francesa. Dean hablaba sobre los insectos. Decía que había leído en alguna parte que la población de insectos de todo el mundo pesa igual que la población humana multiplicada por doce, y que los insectos tienen una capacidad de adaptación asombrosa. En relativamente pocas generaciones son capaces de superar cualquier insecticida que el hombre invente. De momento no hemos sido capaces de eliminar ninguna especie de insecto. Dijo que las cucarachas llevan en el planeta cuatro millones de años y que no han cambiado durante los últimos 350.000 años.
Supongo que tienen un diseño perfecto.
29 de julio, Pagsanjan
Esta tarde no había nada que deseara filmar, Gio y Roman querían hacer una expedición en piragua remontando los rápidos, así que he decidido acompañarlos. En el último minuto se han agregado los niños de Martin Sheen. A mí me ha tocado subir a un bote con su hijo de doce años. Mientras navegamos, comentamos las diferencias entre los paseos en bote de Disneylandia y Magic Mountain, sobre murciélagos y arañas y sobre los Juegos Olímpicos. Me contó que hace poco estuvo en Roma, mientras su padre filmaba una película, y que Ava Gardner fue allí su mejor amiga. No quería dar su dirección a nadie, pero a él se la dio. Dijo que es una mujer muy agradable, pero que siempre estaba hablando mal de ella misma. Durante todo ese tiempo íbamos pasando por escenarios muy exóticos. El río se estrechó formando un desfiladero profundo, con las paredes tan altas que sólo se veía una delgada franja de cielo. Las paredes de piedra maciza estaban verdes por el musgo y los helechos. A la sombra había mucha humedad y hacía fresco. Pude ver todos los detalles con una claridad excepcional, quizá porque mi compañero no era un adulto que iba comentando lo bonito que era todo.
Los hombres de las piraguas empujaban y subían las embarcaciones hacia arriba de los rápidos, saltando de una roca a otra. Cuando pasaban por tramos difíciles gruñían órdenes en tagalo. Nos llevó más de una hora alcanzar la cascada principal. Una balsa se metió en una cueva detrás de la cascada. Parecía bastante peligroso. La pequeña balsa de bambú no tenía protección lateral y el agua la hacía girar alrededor de la cascada. Pensé que yo era la responsable si uno de los chicos se caía al agua y decidí ir con ellos. Quedamos totalmente empapados. En el trayecto de vuelta, mi compañero de aventuras me dijo que había sido mejor y más divertido que cualquiera de las atracciones de Disneylandia, y que encima había durado más.
Cuando volvíamos a descender por el río, nuestra piragua se quedó rezagada detrás de las otras. Pensé en Disneylandia y en el hecho de hacer películas. Disneylandia no hace distinciones entre lo real y lo ilusorio. En el paseo por la selva, plantas tropicales de verdad rodean a hipopótamos de plástico. Todo está allí, nuestro mundo de ensueño y nuestro mundo real, juntos. La mayor parte del tiempo vivimos en una dualidad.
31 de julio, Pagsanjan
Inscribimos a Sofía en una escuela del pueblo de al lado, donde enseñan en inglés por las mañanas y en chino por las tardes. Es la primera alumna norteamericana que asiste a este colegio. El viejo director chino salió a recibirnos y nos hizo varias reverencias, sonriendo satisfecho porque le hacíamos el honor de llevar a nuestra hija a su colegio. Una mujer filipina le hacía de intérprete. Nos dijo que era su deseo que no pagáramos matrícula. Pusieron a Sofía en primer grado (en el jardín de infantes enseñaban sólo en tagalo). Los niños de su clase tienen entre seis y siete años; ella tiene cinco y es más alta que la mayoría de ellos. Su pelo rubio sobresalía entre aquel mar de niños morenos. El aula es una habitación desnuda, excepto por un pizarrón y varias hileras de sencillos pupitres de madera. Dos o tres niños ocupan cada pupitre. La maestra, muy amable, ha colocado a Sofía en el centro de la segunda fila. Las ventanas estaban abiertas y dejaban entrar haces de luz que iluminaban a los niños sonrientes, sentados en sus bancos de madera. A Sofía le han dado una libreta y un lápiz, y la maestra la ha ayudado a empezar a copiar las frases escritas en el pizarrón: «Ven, bebé, ven»; «Ven con mamá»; «Ven con papá». Los niños sonreían y se reían a carcajadas mientras escribían y canturreaban estas frases una y otra vez.
Las aulas están dispuestas alrededor de un patio vacío, a excepción de un mástil y un puesto de refrescos donde los niños compran pequeños sandwiches, bebidas y caramelos en el descanso de cincuenta minutos que tienen a media mañana. El colegio empieza a las 7:30, cuando se iza la bandera y se canta el himno nacional, seguido de diez minutos de ejercicios, entre militares y tai-chi. Un maestro dirige a los alumnos mientras en un pequeño tocadiscos suena una animada marcha. Esta mañana había cinco o seis muchachas con insignias que se paseaban entre los pequeños y los ayudaban a hacer los ejercicios. Tres rodearon a Sofía. Cuando terminaron, los niños formaron pequeñas filas muy ordenadas y se dirigieron a sus clases.
En parte me sentí conmocionada al dejar a mi hija allí, mientras le ponían un uniforme blanco y azul y la llevaban hasta su pequeño pupitre. Era totalmente distinto de su colegio de San Francisco, el Creative Living and Learning Center. Pero los niños parecían felices y las maestras se comportaban de manera dulce y alegre. Cuando nos marchamos vimos a una niña abrazar a Sofía, intentando decirle algo en tagalo con alguna palabra en inglés. Francis dijo que para ella sería una experiencia fantástica y que le recordaba Cuba.
Sofía vino a almorzar a casa, con una bolsa y un libro de lectura verde. El libro era sobre una familia con tres niños y Chonggo, su mono. La madre tenía puesto un vestido largo, de estilo asiático. Leí las dos últimas páginas:
Dios escuchó a Tony y a Nita rezar,
Dios escuchó a mamá y al bebé rezar,
Dios escuchó a papá rezar,
pronto papá estuvo curado,
pronto pudo levantarse,
pronto pudo ponerse de pie y andar;
Mamá, Tony y Nita
Volvieron a ser felices.
Papá volvía a ser feliz,
también.
Vayamos a la iglesia,
dijo papá.
Démosle las gracias a Dios
por haberme curado
Así que papá, mamá, Torty, Nita
y el bebé fueron a la iglesia.
Fueron a la iglesia a rezar.
Fueron a la iglesia
para darle las gracias a Dios
por hacer que papá
volviera a estar bien.
Jamás hubiera pensado que un libro de lectura de la escuela china diría estas cosas.
2 de agosto, Pagsanjan
Anoche vinieron a cenar Vittorio y su familia. Tonia cocinó pasta. Hacía tanto calor en la cocina, incluso con el ventilador puesto, que tenía gotitas de sudor en el labio y la frente, y pequeñas gotas le resbalaban por el cuello. Los niños estaban irritables y se peleaban, así que Vittorio se los llevó a jugar al porche. Se trataba de hacer pasar un tapón de botella por encima de la baranda lo más lejos posible sin que se cayera al suelo; una especie de competición, respetando cada uno su turno. Por supuesto, los tapones caían al suelo continuamente y Vittorio tenía que ir a recogerlos por entre los arbustos con una linterna. Me quedé asombrada de su inmensa paciencia.
Francis, Dean y Fred estaban sentados en el sofá, leyendo unos diarios casi recientes que habían llegado de Manila. No tenía ganas de ayudar en la cocina. Tonia, Robin y Ester lo habían hecho todo. Tampoco tenía ganas de ayudar a Vittorio a buscar tapones de botella. Sentía que tampoco me podía limitar a sentarme en el sofá a leer los diarios con los hombres. Una parte de mí, condicionada para ser una buena anfitriona, me hostigaba y me hacía sentir incómoda. Al final se sirvió la pasta y todos nos sentamos a la mesa. Los niños hicieron aspavientos para ver quién se sentaba con quién. Fabrizio y Giovanni querían sentarse aliado de Roman; Sofía quería sentarse con Giovanni; Gio no quería sentarse en la esquina; Francesca se quería sentar en mi sitio, al lado de Francis. Yo a mis hijos les decía «¡Basta ya!»; no sé lo que Vittorio les decía en italiano a los suyos. Al final sacó a Sofía, que lloraba, de su silla y la sentó al lado de Giovanni, Roman se sentó aliado de Fabrizio y más o menos estuvimos tranquilos. No había suficiente salsa para los espaguetis. Varios niños se quejaron.
Después de la pasta comimos una ensalada verde hecha con lechuga de aquí. Es mucho más sabrosa que la lechuga arrepollada de importación que servían en el hotel. Tonia empezó a hablar de lo importante que era que laváramos bien todas las verduras con agua hervida: había pasado una camioneta por el pueblo alertando por altoparlante de un brote de cólera en esta zona.
Después de la cena nos sentamos en el sofá y terminamos el vino. Le pregunté a Vittorio cómo se sentía ante el primer día de filmación en la nueva locación. Me dijo que casi como si empezara una nueva película; Baler le parecía una guerra terminada y que ahora empezaba la segunda parte. Me preguntó por mi película. Me dijo lo mucho que le gustaría verla porque había historias fantásticas sobre la filmación de Apocalipsis Now. Tuve un ataque agudo de pánico. Intenté contarle que había decidido cambiar de enfoque, no hacerla como un documental objetivo sino adoptar un punto de vista personal y subjetivo que todavía no había perfilado. Por su expresión percibí que no entendía lo que le decía, había algo en mi inglés que no acababa de transmitirle bien mi idea.
Anoche tuve muchos sueños. Francis también estaba inquieto. Me desperté varias veces para volver a taparnos con la sábana o para cerrar la puerta que el viento abría. Se oía el ruido de la lluvia por encima del zumbido del aire acondicionado. Esta mañana, a la hora de desayunar, me sentía cansada. Le comenté a Francis mis miedos de seguir adelante con un documental porque no soy una profesional, o sea que como máximo el resultado sería sólo aceptable, pero que si lo cambiaba para darle un punto de vista personal, quizá no le interesaría a nadie y se sentirían estafados. «y además, ¿cómo puedo integrar lo que ya tengo filmado, de manera objetiva, con un material más personal? He gastado ya tanto dinero que ahora no puedo dejarlo. No puedo dejado, pero al mismo tiempo no tengo una idea clara de cómo seguir.» Me sentía deprimida y asustada. Francis se echó a reír. De pronto me di cuenta de que era exactamente lo que él me decía a mí hace sólo unas semanas. No podía seguir con el guión original de John Milius porque no expresaba realmente sus ideas, pero no podía parar porque ya se había gastado un montón de dinero. La gente empezaba a decide lo ansiosa que estaba de ver la película porque es una historia extraordinaria. No sabía cómo transformar la película en una visión personal, o si eso iba a acabar interesándole a alguien. Estaba realmente deprimido y atemorizado, y justo en aquel momento llegó el tifón y le dio la excusa perfecta para hacer una pausa y resolver el dilema. Ha reescrito el texto muchas veces y ha librado una extenuante batalla consigo mismo, de veinticuatro horas al día durante las últimas semanas, y en algún rincón de su interior acaba de encontrar una solución. Ahora, la mayor parte de sus dudas se centran en cómo resolver el final. Tiene bastante claro el periplo hasta el final y parece estar preparado para rodar la escena de hoy.
Yo no veo ningún tifón delante de mí; no sé lo que vaya hacer. Quizá me limite a empezar desde aquí. Pondré la cámara arriba, en mi ventana. Está empezando a llover. Diminutos chorros de agua empiezan a caer por el techo de cinc de la choza del casero, en el jardín de atrás. Veo a un anciano que lleva un sombrero de paja. Está agachado en el sendero, cortando hojas de banano con su cuchillo y haciendo diminutas casitas sobre las pequeñas plantas que han salido en el huerto, para que la lluvia no las estropee.
3 de agosto, Pagsanjan
Ayer no fui al set, Era el primer día de esta nueva etapa de filmación. Sabía que Francis estaría tenso. La escena se desarrollaba en el interior del hotel Saigón, con Marty. Era un set pequeño y abarrotado, recalentado por los focos y la humedad. Me quedé en casa y estuve mirando por la ventana e intentando deshacerme de los temores sobre cómo resolver el tema del documental. Le pedí a Doug que me enseñara a cargar los rollos de película en la cámara. Es algo que siempre he dejado que hicieran los demás. Cargué los rollos yo misma, sentada en el inodoro del baño de Sofía, a oscuras, y me di cuenta de lo fácil que es y de lo misterioso que me había llegado a parecer.
Estoy disgustada con la cámara porque no ve lo mismo que mis ojos. Primero tengo que aislar lo que quiero filmar y luego traducir todos los detalles al lenguaje de la cámara. Me produce frustración ese des fase entre lo que yo veo y lo que ve la cámara. Vittorio es capaz de hablar el idioma de la cámara y de ver como ve la cámara, pero yo soy tozuda: quiero que la cámara vea las cosas como yo. Vittorio fabrica con la cámara una nueva realidad que no es la que hay aquí. He visto la que hay aquí, y difiere sustancialmente. Lo único que yo quiero hacer es grabar lo que hay aquí. Me he acostumbrado a aceptar cualquier cosa que la cámara quiera ofrecerme. Si sacaba las fotos suficientes, siempre me salían unas cuantas buenas, o volvía a sacadas. La realización de un documental no funciona así. No puedo volver el día siguiente: el momento ya ha pasado; se trataba de un punto móvil en el tiempo y el espacio que ya no volverá.
4 de agosto, Pagsanjan
Francis me contó que hace unos días soñó que estaba en el set de la habitación del hotel Saigón con Marty y un consejero de los boinas verdes. En el sueño, el boina verde le estaba diciendo a Francis que lo que estaba haciendo con Marty estaba mal. que nunca era así. El militar decía que aquellos tipos eran vanidosos, que el protagonista se hubiera mirado en el espejo y hubiera admirado su bonito pelo y su bonita boca. En su sueño, Francis hacía que Marty fuera al espejo y se mirara, admirara su boca, y demás… y cuando giraba, de pronto Marty se había transformado en Willard.
Ayer Francis filmó la escena de la habitación del hotel. Dejó que Marty se pusiera un poco borracho, tal como se supone que en realidad debe estar el personaje. Tanto él como Marty sabían a lo que se arriesgaban. El primer aspecto del personaje que Marty interpretó había sido el místico, el santo, la versión Jesucristo de Willard. Francis lo provocó con unas cuantas palabras y se transformó en el intérprete teatral, en el Willard actor shakespeariano. Francis lo presionó de nuevo y se convirtió en un matón callejero, un enérgico combatiente que ha estado en el infierno pero que es listo, sabe judo, está acostumbrado a las riñas. En este punto, Francis le pidió que se acercara al espejo y admirara su bonito pelo, su boca. Marty hizo una escena increíble. Golpeó el espejo con el puño (quizá no era su intención, quizá se había pasado al ejercitar una toma de judo) y empezó a sangrarle la mano. Francis dijo que su impulso había sido cortar la escena y llamar a la enfermera, pero que Marty estaba compenetrado en la escena. Había alcanzado el punto en que una parte de él y Willard se habían encontrado. Francis tuvo un momento en el que no quería sentirse como un vampiro, chupando la sangre de Marty con la cámara, pero tampoco quería cortar cuando Marty era Willard. La dejó filmando. Le habló a Marty durante toda la escena. Había dos cámaras filmando.
Yo estaba fuera, en la calle, filmando. Cuando volví a entrar en el set, Enrico, Vittorio y los que habían estado dentro durante la escena empezaban a salir silenciosos y conmovidos, emocionalmente afectados por el poder del Marty/Willard que acababa de desnudar lo más íntimo de su ser en aquella habitación.
Esperé a que Francis saliera de la sala después de terminar la escena. No salió. Finalmente entré en el set. Francis y Marty estaban a solas. Marty estaba recostado en la cama, muy borracho, hablando de amor y de Dios. Cantaba un viejo himno llamado Amazing Grace e intentó que Francis y yo lo acompañáramos, tomando nuestras manos y llorando. Tenía la fuerza y la rigidez de un boxeador. Francis intentaba estar a su lado y procuraba que no se hiciera daño. Le habían vendado el dedo cortado, pero volvía a sangrarle porque nos apretaba las manos y de vez en cuando se las golpeaba con los bordes de la cama. La enfermera entró y la ayudé a sujetarle el brazo, para que pudiera ponerle un vendaje nuevo y detener la hemorragia. No era un corte profundo, pero estaba justo en el nudillo y él no paraba de flexionarlo. Marty le pidió a la enfermera que rezara y cantara, y advertí que ella rezaba con toda seriedad. Pensé en ir a casa a buscar un termo de café, pero si intentaba levantarme Marty me aferraba la mano para retenerme.
Janet vino con su hijo mayor y Gray. Marty quería que todos nos tomáramos de la mano y rezáramos y nos confesáramos nuestros miedos. Se respiraba esa tensión que hay cuando alguien está borracho o drogado y uno no lo está: él está en un espacio distinto, y uno no está cómodo ni en el del otro ni en el propio. Marty rezaba y seguía cantando. Todos intentaban convencerlo de que subiera al coche. La enfermera filipina rezaba en voz alta y le decía «Jesús te quiere, Marty». Nos llevó alrededor de dos horas meterlo en el coche y llevarlo hasta el hotel bajo la lluvia.
Esta mañana, en el set, Marty debía representar que tenía resaca la mañana siguiente en el hotel. Cuando me marché, Francis y Marty estaban hablando sobre la escena de ayer, sobre lo que había ocurrido y lo que significaba para la película. Mostraba una faceta de Willard que iba a subyacer en todo lo que hiciera a partir de entonces. Mostraba su interior a los espectadores, a Marty y a los otros actores. Uno de los principales problemas del personaje tal como había sido descrito originalmente consistía en que Willard era siempre el observador al acecho, y no se sabía realmente quién era él, cómo era. Quizá por esto sea que varios actores rechazaron el papel. Francis quería un actor que tuviera confianza en él, incluso si en el guión no estaba todo escrito. Confianza en que encontraría el momento en que el actor, la persona y el personaje se fundieran en uno mientras las cámaras filmaban.
Más tarde hablamos sobre si la escena tendría tanta fuerza en la pantalla como la había tenido para los que estaban en el set durante la filmación. El ambiente estaba tenso ante la posibilidad de que Marty pudiera golpear la cámara o incluso atacar a Francis. Había la electricidad emocional de cuando cualquier cosa es posible. Estaban dentro de una persona, en su territorio personal, con un hombre solo en su momento más privado.
7 de agosto, Pagsanjan
Sofía está fuera en la calle, frente a la casa, en pantalón corto y descalza, corriendo tras los niños que se han reunido. Todo empezó cuando salió mientras llovía, con su impermeable rojo brillante, y unos cuantos niños vinieron a observarla. Entonces ella empezó a actuar para ellos, echándose vasos de agua de lluvia sobre la cabeza. Jugaba a ser un tiburón y perseguía a algunos niños que intentaban escaparse mientras los otros corrían y reían. La gente se asoma a las ventanas y los adultos se han agrupado. Los niños gritan «¡Sofía!» e intentan que los persiga. Me pregunto qué efecto debe de causarle ser el centro de toda la atención.
En la escuela, los niños de todos los cursos vienen a mirarla, la llaman, la toman de la mano y la tocan. Ahora Sofía ha empezado a ir a la escuela por las tardes. Está en el jardín de infantes chino. El primer día, el proceso de adaptación fue lo opuesto a la concepción norteamericana, en la que el niño se adapta lentamente al nuevo entorno. Cuando la niña entró en la clase, la maestra la puso de pie delante de todos sus compañeros y le enseñó a decir «Buenas tardes, compañeros» en chino. Todos le contestaron «Buenas tardes, Sofía», y luego la maestra le hizo escribir el ideograma chino de «gente» en el pizarrón. Parecía darse cuenta de que todos los niños querrían mirar a Sofía y por tanto se limitó a ponerla delante para que pudieran hacerla, solucionando así el tema. Nosotros habríamos hecho un drama psicológico tan complicado para evitar que el niño se traumatizara, que quizás en realidad sea mucho menos traumático limitarse a hablar con sinceridad: «Mira, niña, tienes un aspecto diferente del nuestro y a todos nos gustaría mirarte bien». Así de simple. Sofía parecía alegrarse de la situación. Fue al pizarrón e intentó copiar el ideograma todo lo bien que pudo. Cuando acabó, tuvo que repetir la palabra. La maestra le pidió que volviera a decirla más alto, ella lo hizo, todos los niños la aplaudieron y ella volvió a su pupitre. Sofía ya era parte de la clase.
8 de agosto, Pagsanjan
Anoche se hizo la primera filmación nocturna, en el set del puente de Do Long. Todos habíamos estado allí varias veces durante el día, pero de noche algo había ocurrido. Quizá fueran los fuegos encendidos por los de efectos especiales y las luces en arco que iluminaban a los cientos de extras disfrazados en las trincheras. Quizá fuera la conciencia de que, después de todos los ensayos y los preparativos, había llegado la hora de la verdad. Se respiraba una especie de electricidad. Había zonas que parecían un circo. Había tantos camiones y cables de luces y gente entrando y saliendo de la oscuridad, como si el espectáculo estuviera a punto de empezar. El gran acontecimiento. El set tenía un aspecto extraordinario. Era mejor de lo que nadie se había imaginado. La mayoría de las cosas suelen estar por debajo de las expectativas, pero esto era, de alguna manera, más de lo que nadie había previsto. Hacía muchísimo calor. Podía ver el sudor en los rostros de la gente cuando pasaban frente a un foco. Sonaban los dos canales de la radio mientras se preparaba la primera toma. Oía «Necesitamos a diez extras vietnamitas para que hagan de muertos en el agua. Enciendan los quemadores río abajo. Comprueben el maquillaje de los extras vestidos de militares. Traigan la grúa a la posición ascendente sobre el Jada tropical. Traigan la lancha del generador hasta la cámara de la primera posición», una y otra vez. Empezó a caer una lluvia fina. Yo estaba bajo unos cocoteros, junto a una trinchera de sacos de arena en la colina. No sentía la lluvia, pero la veía iluminada por los focos. Alrededor de las grandes luces de las torres revoloteaban millones de insectos. Los electricistas llevaban la cabeza envuelta en camisetas. Luciano era el único que se paseaba en traje de baño, con sólo una riñonera de herramientas y unos guantes. Gritaba por megáfono en italiana a las otras torres de luces y a la otra orilla del río, al operador del generador y a los electricistas de aquel lado. Me llegaba el humo del caño de escape del camión generador que teníamos cerca.
Justo delante de mí cayó un coco en la trinchera. Un extra vestido de militar pegó un salto y tomó su casco. Hubo muchas risas por el hecho de que había estado a punto de morir, de camino al estrellato, aplastado por un coco. Varios tipos empezaron a pasárselo como si fuera una pelota de fútbol. Continuaba la espera. Todos los extras tenían asignados blancos vivos y estaban emocionados ante la perspectiva de dispararles con sus metralletas y fusiles. En el río había varios nadadores ensayando la colocación de minas y sacar a rastras a los vietnamitas «muertos» fuera del agua. La gente tomaba refrescos o fumaba, sentados en silencio a oscuras, esperando que la lancha de la cámara y la lancha de patrulla se situaran río arriba para el primer ensayo de toda la acción. De vez en cuando, los de efectos especiales disparaban un cohete de prueba o una llamarada y se iluminaba todo el set. Entonces podía ver a todos los extras en las trincheras, y los cables y los técnicos y los camiones al fondo. Haces gigantes de luz se proyectaban hacia el cielo por encima del puente. Era un tipo de tormenta eléctrica tropical que ninguno de nosotros había visto nunca. Podía escuchar a los de efectos especiales bromeando por la radio, diciendo: «Caramba, Joe, eso estuvo muy bien, ¿cómo lo hiciste?».
Finalmente hubo una pausa para cenar y todo el mundo se dirigió hacia el camino, hacia donde se habían instalado los del servicio de comida y bebida. Había un gran toldo de palma que cubría una zona con varias hileras de mesas, y filas de miembros del equipo y del reparto desfilando por delante de las mesas de comida. La gente que vivía en las chozas de palma al borde del camino se quedó junto a la zona de la comida, mirando cómo los técnicos y los extras vestidos de militares y todo el mundo cenaba. Algunos niños pequeños llamaban «Hola, Joe», en un coro de vocecitas. La ubicación del set estaba en el lugar en que los japoneses volaron un puente durante la Segunda Guerra Mundial. que nunca fue reconstruido. Los cimientos, que sobresalían del lecho del río, formaban la base de cemento del puente que nuestro equipo construyó. Está previsto que el puente del set también sea volado.
Gio hacía de extra. Tenía un disfraz completo de militar y llevaba un fusil M-16 y maquillaje negro en la cara. Tiene doce años, y era tan alto como algunos de los hombres bajos. Después del descanso para la cena todo el mundo ocupó su posición y empezaron los ensayos. La primera toma empezó hacia las once de la noche, con la lancha de patrulla navegando río abajo y el barco de la cámara intentando mantener la posición tras ella y hacia un lado. Se dispararon llamaradas, cohetes y varias bolas de fuego. Desde donde filmaba yo el espectáculo era magnífico. Mientras se preparaban para la segunda toma empezó a llover otra vez. Roman se había quedado dormido sobre unos sacos de arena y la enfermera de la compañía me dijo que me lo llevara a casa, que se resfriaría. Lo desperté, pero me dijo que quería quedarse hasta la siguiente toma. Uno de los extras le dio un chaleco mullido para que lo pusiera en el suelo, junto a la pared, donde estaba relativamente seco, y se volvió a dormir. La segunda toma no empezó hasta las doce y media. Desperté a Roman, pero se le cerraban los ojos y se perdió la mayoría de los efectos principales. Le di la cámara a Doug para ver si podía captar algunas imágenes de los técnicos de efectos especiales durante la toma siguiente, y me fui a casa con Roman. Mientras íbamos por el camino hacia el coche podía ver las ventanas de las chozas de palma, iluminadas por las luces de producción. Había gente durmiendo en el suelo bajo mosquiteros o envueltos en telas. Francis y Gio llegaron a casa cerca de las tres de la madrugada.
12 de agosto, Pagsanjan
Aquí el catolicismo parece algo decorativo. Hay vírgenes y crucifijos, y los jeeps llevan imágenes religiosas en el tablero, pero no hay la fuerte y rígida presencia del catolicismo que se encuentra en México. Por ejemplo, la clínica de planificación familiar de Pagsanjan está justo enfrente de la iglesia.
Sofía está muy interesada en la historia de Jesús. El otro día, cuando salíamos de la ducha, se envolvió en la toalla y me dijo que era el niño Jesús. Luego quería que me pusiera la toalla en la cabeza e hiciera de Virgen María.
13 de agosto, Pagsanjan
Anochece entre las seis y media y las siete. Entonces empieza uno de mis momentos del día favoritos. La gente enciende las luces eléctricas o las lámparas de queroseno, y al pasar por delante de una puerta o ventana parece como una pequeña escena en marcada. La gente casi no utiliza cortinas, y cuando lo hacen las atan a un lado con un nudo para que entre la poca brisa que circula. Duran te el día, los interiores de las casas se mantienen en penumbras, puesto que todo el mundo busca las sombras frescas, pero de noche las ventanas son como cuadros iluminados.
Nosotros también tenemos todas las ventanas abiertas, aunque disponemos del lujo de los mosquiteros. A menudo, mientras cenamos, si levantamos la vista de la mesa vemos a grupos de gente charlando y mirando hacia el interior de la casa. Somos como la televisión local de nuestra manzana.
14 de agosto, Pagsanjan
Estoy en casa de Vittorio. Francesca está en la cocina haciendo zeppole e intentando enseñarle a la mucama filipina cómo freírlos en aceite. La mucama se está salpicando toda y quiere que Francesca ponga bolas de masa más pequeñas. Ninguna de las dos entiende las pocas palabras de inglés que es capaz de decir la otra. En la mesa del comedor, Tonia, Luciano y su esposa hablan fuerte y animadamente en italiano. Yo solo capto alguna palabra de vez en cuando, como bambino. Creo que discuten sobre el cuidado del bebé adoptado de Luciano. En el porche cerrado con mosquiteros, Francis y Vittorio hablan sobre qué hay que hacer con la escena en la trinchera que va a filmarse dentro de unas horas. He tomado un par de fotos, en la cocina, de la pileta y del escurridor de platos, iluminados al fondo por la ventana que da al jardín. Pero, básicamente, estoy atrapada. No quiero ir a sentarme con Francis y Vittorio en medio de su discusión; en la cocina hace demasiado calor; no quiero que Tonia y Luciano se sientan incómodos si me siento cerca de ellos. Ella ya me ha dicho «disculpa» varias veces. Estoy aquí, medio apoyada contra la pared, intentando parecer cómodamente ocupada, escribiendo en mi cuaderno.
Anoche, en el set, los ánimos habían cambiado. Era la sexta noche consecutiva de filmación en el puente de Do Long. Había desaparecido el ambiente circense. La escena era en una trinchera. Había estado lloviendo y el suelo de la trinchera estaba empapado. La toma requería un travelling, Estuve observando trabajar a Alfredo. Sus hombres echaron mucha arena y la compactaron y pisaron hasta que el agua desapareció formando una masa de barro. Luego colocaron una capa de sacos de arena y pusieron tablones de dos por doce encima. La madera estaba mojada y pesaba muchísimo. Cuando se movían delante de los focos podía ver cómo el sudor perlaba la piel de los hombres. Una vez que se sol edificó la base de la trinchera, Alfredo colocó los rieles y los niveló con las cuñas de madera. Levantaron el carro portacámara para colocarlo sobre los rieles y luego dispusieron el soporte y la cámara encima. Un hombre llevaba un palo con una gamuza atada en el extremo y se tumbaba en la trinchera y limpiaba el barro cada vez que pasaba el carro portacámara.
Francis empezó a ensayar la toma con los actores y la cámara. Cuando iban más o menos por el tercer ensayo, un trozo enorme de trinchera se vino abajo, cubriendo la vía con un par de toneladas de tierra y sacos de arena. Pasó mucho tiempo antes de que lo retiraran y lo dejaran todo listo para rodar. En esta toma tenía que haber humo. El encargado de efectos especiales puso en marcha su vaporizador y formó una capa de niebla gris. Olía a repelente de mosquitos aceitoso. El viento no paraba de sibilar, y para cada toma ponían una carga nueva. Marty, Sarn y los camarógrafos tosían y se frotaban los ojos. Yo me alejé un poco. Desde donde estaba, la escena lucía hermosa, con el humo iluminado por detrás, los haces de luz sobre el puente y los cohetes.
Más tarde necesitaron disparar una bengala desde cierta altura. Un filipino se encaramó a un cocotero. Subió más de veinte metros y ató una polea para que el de efectos especiales pudiera izar la bengala y volverla a bajar entre tomas. La noche avanzaba muy lentamente, con varias tomas en la trinchera que requerían cada una efectos especiales distintos. Yo me marché cerca de las tres de la madrugada; Francis llegó esta mañana a las seis.
18 de agosto, Pagsanjan
Estaba sentada encima de una montaña de sacos de arena en la colina, contemplando cómo caía la noche sobre el set del puente de Do Long. Los haces de luz del puente se iluminaron. Parecían los que se usan en las fiestas callejeras italianas de Nueva York. Los hombres de Luciano estaban encaramados en las torres de iluminación, preparándose para encender los arcos. Yo observaba a un electricista que cortaba un papel transparente amarillo y redondo para colocarlo en una luz que tenía cerca. Todos los departamentos se estaban empezando a movilizar. La primera toma era en la lancha de patrulla, en la orilla del río. La cámara ya estaba en la embarcación y Francis estaba allí abajo, hablando con Vittorio. Era una noche muy bonita, con reflejos en el agua y fuegos de efectos especiales que empezaban a encenderse a lo largo de las dos orillas. Bajé hasta la embarcación y la abordé justo cuando zarpaba. Al principio me acordé de alguna excursión nocturna en barco, quizá por el Sena o el Rin. Estaba demasiado oscuro para ver la orilla. Avanzamos río arriba y había algo de festivo en la sensación de estar en el agua, de noche, con sólo las luces de navegación encendidas. Luego la embarcación viró y se colocó río abajo, para dirigirse hacia el set. Empezaron a sonar las radios. Todas las instrucciones de iluminación se transmitían por la radio de Vittorio, y los de efectos especiales se comunicaban por la de Jerry. La lancha de patrulla oscilaba, tratando de mantener el rumbo mientras se montaba la cámara. La toma era un plano de cerca de Albert Hall.
Hubo una larga discusión sobre si la imagen de Albert tenía que ser a cámara derecha o a cámara izquierda. El supervisor del guión estaba convencido de que era a cámara derecha, pero Vittorio pensaba lo contrario y quería tomarla de las dos maneras para estar seguro. Jerry dijo que no había tiempo de hacer las dos. Estábamos respirando el humo de los motores diésel; la noche empezaba a ponerse tensa.
20 de agosto, Pagsanjan
Son las 3:15 de la madrugada. Acabo de llegar del seto. Se suponía que debía ser la última noche de filmación en el puente de Do Long, pero todo fue muy lento. Un día de retraso supone entre 35.000 y 50.000 dólares más de presupuesto. Este set lleva dos días de retraso. Ha habido muchas discusiones sobre las causas. Hay varios motivos: a veces el montaje de la cámara resulta lento, a veces lleva mucho tiempo volver a cargar los efectos especiales, a veces hay un actor que necesita ensayar un poco más, a veces Francis quiere añadir algún diálogo nuevo. Esta noche Francis preparó una toma a primera hora y volvió a casa durante cuarenta minutos para tomarse una sopa, mientras instalaban el travelling y la iluminación. Llovió todo el rato mientras él cenaba. Cuando volvió a la locación, el río había crecido casi dos metros. En la escena se suponía que el actor debía caminar por la orilla, entre el barro, hasta la lancha de patrulla; pero ahora no había orilla y la escena tuvo que filmarse con el hombre caminando con el agua hasta la cintura. Todo iba más despacio; hacia medianoche los ánimos empezaban a decaer, puesto que cada vez era más evidente que el trabajo de hoy requeriría una noche más.
23 de agosto, Pagsanjan
Esta mañana nos levantamos temprano. Me sentía realmente cansada. Me quedé de pie frente al lavatorio, con la mano bajo el agua fría, esperando a que saliera caliente para lavarme la cara. Esperé mucho rato, hasta que recordé que no hay agua caliente. Francis tenía que estar en el set a las siete, y queda a cierta distancia de la casa. Iba a ensayar con todos los actores, en la plantación francesa. Gio y Roman también participan en la escena, así que tenían que irse juntos. No habíamos desayunado, pero nos metimos en el coche y yo alcancé a tomar unos cuantos huevos duros y unas mandarinas. Roman iba apoyado sobre mí, calzándose mientras el coche avanzaba, y me di cuenta de que ni se había lavado los dientes ni se había peinado.
Soy la madre de estos niños, la esposa del director de una producción multimillonaria, y esta mañana no he pensado para nada en mi familia. Sólo he pensado en que tenía que volver a cargar mi cámara de fotos con película rápida para fotografiar el interior del set antes de que la gente y el equipo de iluminación entren en él. En el coche reviví por enésima vez mi batalla entre el papel de esposa/madre y el de artista. Ambas partes tienen su lado perfectamente razonable, pero ninguna de ellas quiere hacer concesiones.
A lo largo de los años Francis se ha sentido continuamente frustrado conmigo. En casa tengo un armario lleno de material. Me compró un equipo de animación cuando hacía pequeñas películas animadas, una sierra de vaivén cuando hacía esculturas de plástico. Tengo una máquina de coser de cuando hacía collages de tela; un aerógrafo de cuando dibujaba; una cámara Nikon. Paso por cada una de estas fases discutiendo siempre conmigo misma, preguntándome por qué estoy haciendo talo cual cosa cuando debería estar concentrada en Francis y los niños, que son mucho más importantes que mis proyectos. Sin embargo, siempre me siento atraída por mi interés del momento, deseando explorado pero sin conseguir nunca que se fusione de una manera fluida con mi vida familiar.
Cuando llegamos al set me di cuenta de que Francis estaba irritado; ya había gente martilleando clavos y metiéndose por todos los rincones. A él le gusta llegar primero y tener un momento de calma total para pensar en la escenografía antes de tener que ocuparse de todo lo demás. Le ha pedido a todo el mundo que saliera, pero ya no era lo mismo que llegar a un set vacío y en silencio. Eso lo hace sentir como el típico director temperamental que echa a todo el mundo.
He tomado algunas fotos del piso de abajo y luego, cuando llegaron los actores y se pusieron a ensayar, me fui arriba para ver si el dormitorio ya había sido decorado. Bob estaba trabajando en ello, colocando los últimos detalles.
Le dije que las habitaciones eran una obra de arte y me dio las gracias casi antes de que terminara de decírselo, como si en realidad quisiera decir, «por supuesto que lo son». Me habló de la peculiar cómoda de los años cuarenta que había encontrado junto al camino, y de cómo la había pintado con escenas de cuentos de hadas franceses sobre un fondo de color crema. Me dijo que, en verdad, quería forrar la cómoda con cuero y ponerle unos cantos de lata, pero que sabía que Francis se enfadaría si gastaba dinero en eso.
Estaba colocando algunas fotos viejas en la mesita de luz que se suponía eran de familiares de la actriz. Me confió que en realidad eran fotos de su madre y su abuela, y algunas de las fotos de niños eran de él y su hermano. La foto pegada en el espejo de la cómoda era de su tía y, abajo, sobre el piano, estaba la foto de bodas de sus padres. Su vida y su arte estaban totalmente mezclados. ¿Por qué, en cambio, yo siempre estoy luchando para que se fundan? Francis también consigue mezclarlos. Ahora mismo está abajo ensayando una escena en la que Roman interpreta a un niño a quien su padre le pide que recite un poema. Esto está sacado directamente de una escena en nuestro comedor. Francis le ha pedido a Roman que recite un poema francés en la mesa docenas de veces.
24 de agosto, Pagsanjan
Hoy filmé un poco de metraje de la construcción del set principal, el reducto de Kurtz. Se supone que es un decadente templo cambodiano junto al río. El departamento de Dean está construyendo un enorme templo y una serie de edificaciones alrededor hechas de ladrillos de adobe. Se oían las bombas que sacaban agua del río para llevarla hasta la zona donde se hace el adobe. Grupos de hombres cargaban los bloques secos; cada bloque pesa más de cien kilos. Cuatro hombres se colocaban cañas de bambú a los hombros y llevaban encima un bloque hasta el lugar de la construcción. Unas grúas de bambú, con una larga hilera de hombres que tiraban de las gruesas cuerdas, levantaban cada ladrillo hasta su lugar. Unas barcazas transportaban a hombres y material de una orilla a la otra del río. Me sorprendió lo primitivos que eran los métodos de trabajo. John La Sandra me dijo que aquí la mano de obra cuesta menos que las máquinas, y que es más sencillo explicarles lo que se quiere hacer y dejarles que lo hagan a su manera. En total hay cerca de setecientos trabajadores, contando los que tallan la madera, los que hacen los moldes, los carpinteros, y demás.
Ahora estaban cortando palmeras en la zona donde se van a construir las chozas de bambú para los indígenas que han sido reclutados para vivir en el set. En el guión, la banda de soldados renegados de Kurtz ha entrenado a una tribu de indios montagnard como grupo de combate. Viven en chozas junto al templo. En vez de disfrazar cada día a un grupo de extras filipinos, Francis le pidió a Eva, una asistente de producción, que fuera a una provincia del norte en la que están las terrazas de arrozales y que reclutara a una tribu auténtica de gente primitiva para que viniera a vivir al set y apareciera en las escenas. He oído que está intentando hacer un contrato con un grupo de 250 indios ifugao. El contrato incluye pensión completa, salario, servicios médicos y una cantidad de pollos, cerdos y carabaos para ser sacrificados
25 de agosto, Pagsanjan
Es domingo y Alfredo vino a la una del mediodía para llevamos a su casa, pues nos había invitado a almorzar. Nosotros acabábamos de levantarnos y estábamos tomando café en batas. Nos habíamos acostado a las cuatro de la mañana; Francis se había olvidado de la invitación. Nos vestimos rápidamente, les dijimos a los niños que se peinaran y fuimos a la casa de los italianos. Allí estaban la esposa napolitana de Alfredo, su hermano Mario y su esposa; su hija de veintidós años y un pequeño nieto que parecía totalmente blanco, de ojos azules y pelo rubio, casi blanco, en brazos de su mucama filipina.
Nos sentamos a comer un plato de pasta con salsa de aceite de oliva, anchoas, aceitunas negras, tomate, alcaparras, atún y ajo. Estaba delicioso, pero yo estoy acostumbrada a empezar el día con un huevo revuelto. No cesaban de insistir en que repitiera. Parece que, para su gusto, estoy demasiado delgada. «Demasiado pequeña para un marido tan grande», es lo que pude entender de su conversación en italiano. Fue un auténtico esfuerzo comer la cantidad de pasta suficiente para que se quedaran contentos. Cuando finalmente recogieron los platos me sentía mal por lo mucho que había comido. Entonces sirvieron pollo asado con papas y romero. Había olvidado la remota posibilidad de que pudiera haber un segundo plato. Después del pollo apareció una enorme bandeja con gambas, y luego pequeños alcauciles en aceite de oliva que habían traído de Italia. Luego todavía sirvieron ensalada, y luego pan y queso. Se pasaron todo el tiempo diciendo: «¿Qué te pasa, es que no te gusta la comida italiana? No comes nada. Un pájaro come más que tú».
Mientras servían el café me puse a sacar fotos de todo el mundo en la mesa. Todos giraban hacia la cámara y posaban. Había algo en el mantel de plástico verde floreado, en las servilletas de papel metidas en un vaso y en las mujeres con sus vestidos veraniegos que dejaban ver los breteles del corpiño, que era inconfundiblemente italiano, sin rastro alguno de Filipinas.
Salí al jardín y vi varias camisetas de algodón de mujer colgadas en el tendedero. Me pregunté cómo pueden usarlas, con el calor que hace. El equipo italiano de producción me resulta sorprendente por su manera de vestirse. Estamos filmando en una trinchera llena de barro en medio de la noche y aparece Vittorio con su camisa de lino almidonada, abierta lo justo para exhibir el pecho bronceado y una gruesa cadenita dorada de Gucci. Los norteamericanos llevan vaqueros gastados y remeras manchadas. Un día que hacía un calor insoportable, en medio de un claro de la selva agarré un trozo de hielo de la heladera de los refrescos y empecé a pasármelo por la cara, dejando que el agua me resbalara por la camisa. De pronto pasó Luciano con un impecable pañuelo de seda atado al cuello, con un aspecto realmente vistoso.
Cuando volvimos a casa, el grupo de actores franceses nos estaba esperando para compartir la cena del domingo con nosotros.
26 de agosto, Pagsanjan
Estuve hablando con Christian Marquand. Me dijo: «¿Has visto el gran set? Es una construcción increíble. Es la mejor escultura que he visto en mi vida. Es en el exterior, se puede andar por todo su entorno, hay cielo y tierra. Está todo allí durante dos meses y luego desaparece. Es como si fuera una exposición pero, de alguna manera, mejor».
Quizá fuera su acento francés, que separaba la información de una manera distinta a la que estoy acostumbrada yeso me permitía captar mejor lo que decía. Toda mi vida he querido estar en el centro de la escena artística más actual, de lo relevante. Estar ahí cuando ocurre, y conocer y tener una auténtica amistad con los artistas, como cuando uno lee sobre alguien que solía jugar al ajedrez con Ducharnp, o que tomaba cervezas con Jackson Pollock, o cosas así. En algunas épocas he estado en el mundo artístico. He conocido a varios artistas, como Oldenburg, Christo, Andy Warhol, Poons, pero cuando ya eran famosos y prestigiosos. Después de que se consagraron. Y yo me sentía como la chica tímida e incómoda de siempre, como con toda la gente a la que no conozco bien. Siempre he buscado el centro de la escena artística. Cuando era estudiante viajé a París. Viví en Venice, California. Cuando buscaba el centro artístico a principios de los años setenta, pensaba que estaba en Nueva York. Vi morir el arte minimalista y nacer el arte conceptual. Estaba de acuerdo con el principio del arte conceptual con respecto a que el arte relevante de mediados de los setenta no era la realización de un objeto artístico intemporal, sino la creación de un acontecimiento en el tiempo y el espacio. Pero la mayoría de happenings de arte conceptual a los que fui eran tonterías aburridas. La danza contemporánea parecía algo más vivo. Seguía pensando que el arte «real» debía de estar creándose en algún otro lugar, quizás en Milán o en Documenta o en algún lugar exótico. Nunca tuve la sensación de que fuera en el lugar donde yo estaba. Sé que a Francis le ha ocurrido lo mismo: siente el deseo de formar parte del lugar donde ocurren las cosas. Siempre ha querido pertenecer a una maravillosa comunidad de artistas, en un momento del que la gente hablaría más tarde como de una época dorada. Intentó que sucediera en San Francisco. Soñaba con este grupo de poetas, cine astas y escritores que se reunirían a tomar café en North Beach para hablar de sus creaciones, y que sería bueno. Publicarían sus textos en la revista City, pondrían en escena sus obras en el Little Fax Theatre, realizarían sus películas experimentales en American Zoetrope. Sería ese fantástico centro de arte emocionante. Invirtió mucho dinero y energía intentando que floreciera. Cuando vio que no ocurría, se sintió furioso y frustrado y, quizá, muy triste. Arrojó sus Oscar por la ventana y se marchó a Filipinas.
Bueno, esta misma mañana me he dado cuenta de que lo tenemos .aquí. Aquí mismo, de entre todos los lugares, en Pagsanjan. No era capaz de vedo porque no es un café de North Beach, ni un estudio pintoresco de París, ni un loft neoyorquino. Es justo aquí, Aquí estamos los dos, justo donde habíamos soñado estar. Me puse a reír. Cuando uno deja de buscar algo, de pronto aparece. Ésta es la comunidad de artistas. Son Dean, Bob, Vittorio, Enrico, Joe, Marty y Alfredo. Cuando lo pienso, creo realmente que esta película es la obra de arte más relevante que se está llevando a cabo ahora. Llamamos sets a lo que Dean hace, pero es una etiqueta antigua. Probablemente está creando el acontecimiento escultórico más interesante del mundo actual. Vittorio es un artista visual de nivel internacional. Un poeta de la luz. Francis escribe, sólo que no lo hace en una buhardilla de atmósfera romántica; está inclinado sobre su máquina de escribir eléctrica aquí mismo, sudando, en Pagsanjan, de manera que no puede verlo. Francis es realmente el artista conceptual, el mejor artista conceptual que siempre he querido conocer. El artista más al día de 1976. Éste es aquel momento en que soñaba estar presente. Aplastamos mosquitos, comemos mangos, nada es como uno se lo imaginaría, pero apuesto a que es aquel punto en el tiempo que alguien llamará «el gran momento». Todavía me río.
27 de agosto, Pagsanjan
Esta mañana, cuando nos dirigíamos a la plantación francesa en el coche, Francis comentaba la escena de la mesa de ayer y lo que salió mal. Les había hecho representar a los actores la escena entera de una sola vez, una y otra vez, intentando lograr la sensación de estar sentados a la mesa como familia, discutiendo entre ellos. De pasar por la experiencia juntos para producir los momentos de realidad que no se obtienen cuando se filma a trozos, de dos frases en dos frases. Pero no funcionó. Francis se siente muy frustrado porque la técnica de crear una experiencia le ha dado siempre algunos momentos fantásticos pero, en cambio, esta vez no funcionó. Le daba vueltas y más vueltas en la cabeza: ¿por qué? Al final concluyó que quizá fuera porque son franceses, y las frases en inglés les representan una barrera, o porque algunos de ellos no son actores profesionales. Le da rabia que el set se hubiera pasado de presupuesto y ha intentado ahorrar dinero con el reparto. No ha parado de decir: «Al público le importa un carajo la autenticidad de las antigüedades que hay en el set, le importa la gente que sale en escena». Vittorio quería dividir la escena en pequeños fragmentos y filmar un par de frases cada vez hasta que el conjunto funcionara. Así es como lo hacen en Europa. Francis ha dicho que cuando Bobby de Niro trabajó con Bertolucci por primera vez, se volvía loco porque nunca consiguió desarrollar el personaje haciendo una escena entera; tenía que interpretarlo frase por frase. El método europeo consiste en empezar por el fotograma, y lograr hacer bien cada foto grama. Francis trabaja captando la emoción de la escena que se está interpretando y pidiéndole a la cámara que la capte. Esta mañana Francis intentará filmarla en pequeños fragmentos.
27 de agosto, set de la plantación francesa
Francis está enojado y se siente atrapado. El departamento de arte ha hecho su trabajo sin reparar en gastos. El resultado es extraordinario, pero es tan completo y detallado que no hay manera de que Francis pueda captarlo todo con la cámara. Vittorio es partidario de conseguir la composición más bella de claroscuro en cada fotograma. Una pintura visual extraordinaria, pero implica mucho tiempo organizar todos los elementos a la perfección, y el tiempo es dinero. La filmación avanza muy lentamente cuando cada escena se lleva hasta tal grado de perfección. Cuando la filmación es lenta, los actores se relajan y Francis pierde el impulso que mantiene en movimiento su energía creativa. Francis trabaja mejor cuando no tiene demasiado tiempo y confía sus decisiones a la intuición. Trabaja filmando las escenas enteras, utilizando la emoción que desarrollan y luego seleccionando fragmentos en la sala de edición. Si filmara las escenas enteras con el nivel de perfección que exige Vittorio, la producción le llevaría muchos más meses de los previstos y se pasaría de presupuesto por varios millones de dólares. Francis siente la presión de estar al límite en el aspecto financiero, con todas las fichas sobre la mesa. El trato que ha hecho es que, si la película se pasa de presupuesto, él tiene que cubrir los excesos personalmente. Si la película es un gran éxito, no pasa nada, pero si es sólo buena y se ha pasado mucho de presupuesto, podría acabar arruinado y debiendo millones. A veces pienso en este tema. Quizás haya una parte de mí que desee su fracaso. Regresar a un tipo de vida sencillo, y cosas así. Hubo un momento en el pasado que ese sentimiento era muy intenso, como si volver a una vida «sencilla» me pudiera sacar de donde estaba y hacerme sentir más feliz. Al menos ahora sé que eso no cambia demasiado las cosas. Se puede ser rico y desdichado, y también pobre y desdichado. Creo que las mujeres lo pasamos mal cuando nuestro marido va alcanzando el éxito y el poder, y deseamos volver a la época en que las cosas estaban más equilibradas. Se debe al hecho de que la relación cambia. El hombre triunfador acostumbra ser bueno en su profesión, y gustarle, y pasar mucho tiempo trabajando en ella … y cada vez menos tiempo con su esposa e hijos. Cuando conseguí dejar de sentirme víctima, empecé a divertirme mucho con Francis. Compartimos algunos momentos realmente interesantes, en vez de pasar mayor cantidad de tiempo divirtiéndonos a medias.
30 de agosto, set de la plantación francesa
Estoy sentada en una preciosa silla en el set de la plantación francesa. Son las ocho de la noche. La jornada debía haber acabado a las seis; todo el mundo está cansado y al límite de sus fuerzas. El trabajo se tiene que acabar para que los actores se puedan marchar a casa mañana. La toma era de la mesa a la hora de la cena. Luciano se ha quemado la mano al cambiar una bombita deprisa. Hay algo muy emocionante sobre el final de las escenas, y quizá cierta resistencia a tener que acabada. Miro alrededor del set, a todos los objetos que no han salido en ninguna toma. Que han sido alquilados para nada. Acaban de terminar la última toma. Los actores franceses se están comportando de manera muy emotiva y despidiéndose con besos. Hay una especie de camaradería en la atmósfera, como en la última representación de una obra de teatro. Durante los últimos cinco días, todas las veces se han sentado juntos a la mesa de la cena. Empezaron comiéndose la cena francesa con gusto; después de cinco días de servirles la misma comida, una y otra vez, bajo el calor de los focos, ya no podían más que picotear.
31 de agosto, set de la plantación francesa
Esta mañana estoy sentada en otra incómoda silla francesa. Francis está ensayando con Marty y Aurore. Hay tantos muebles en el set que Francis va golpeando todo tipo de cosas a medida que retrocede para observar la toma a través del visor. Hay sillas, mesas, plantas, objetos por todos los rincones, cuatro veces más de los que habría en una casa real. Resulta opresivo mirarlo todo; cada palmo de pared está repleto de fotos colgadas, cabezas de animales, pinturas, cornamentas, espejos, instrumentos musicales, algo en cada rincón. Todas las mesas son un revoltijo de estatuillas, libros, cigarreras, plantas, carameleras, abanicos, jarrones, fotos. Todos los muebles están tapizados con distintos estampados; hay también alfombras estampadas. Una creación de desorden instantáneo, como si una familia hubiera vivido en el mismo lugar durante cien años; desde aquí la visión es horrorosa y fantástica. En la película parecerá magnífico. La cámara sólo puede captar una parte de lo que hay. Hará que el encuadre fotografiado sea muy rico. La cámara no va a pasar por un solo centímetro cuadrado de pared desnuda. En realidad, en todo este caos hay algo que a Francis le gusta. Le despierta su sentido de familia reunida, viviendo en el mismo espacio a lo largo de cien años. Cuando él era niño, su familia se mudó unas treinta veces. Supongo que le gustaría que nuestra casa de San Francisco diera esta sensación , de permanencia. Siempre me está presionando para que acabe de amueblada. Creo que lo que quiere es que ponga todos los cachivaches en ella; todo lo que hemos ido acumulando a lo largo de los años, para que parezca que en ella ha vivido una familia de manera permanente, en vez de intermitentemente durante los últimos tres años, Yo intento deshacerme de las pequeñas cosas y rodearme de diseños de líneas puras y sencillas. Me gustaría sentirme, de alguna manera, totalmente en casa dentro de mí misma, ser capaz de estar en cualquier rincón del mundo y tener todo lo que necesito en una simple maleta. Quiero vivir exactamente donde estoy, y la verdad es que hay muchos días de cada año que no estoy en mi casa. Me gusta dejar el pasado en el pasado. Es algo que para mí ha terminado de verdad. Cuando no vivo en el presente, especulo sobre el futuro. Francis, en cambio, se alimenta muchísimo del pasado. Mira el presente a través del pasado. Somos tan opuestos. Cuanto más lo observo, más me maravillo de lo opuestos que somos. Pasé muchos años resistiéndome a ver las diferencias, enfadándome, demostrando que yo tenía razón y él se equivocaba. Pero ahora, cuanto más le veo como es, mi opuesto total. disfruto con asombro de la atracción que sienten los polos opuestos, y más lo quiero.