1º de mayo, Manila
Aquí hoy se celebra el Día de los Trabajadores. Nadie trabaja, excepto Francis y los editores. Están abajo, inclinados sobre la mesa de edición, revisando todo el metraje filmado hasta hoy. Hay material equivalente a unas diez horas, y ya llevan unas cuatro horas trabajando. El Día de los Trabajadores, el presidente Marcos hace algunas concesiones al movimiento sindical del país. El periódico de hoy dice que ha elevado el salario mínimo de Metro Manila a diez pesos al día (aproximadamente 1,25 dólares), y el del trabajo en el campo a siete pesos al día.
Estábamos almorzando al aire libre y Francis nos contaba estas historias fantásticas de cómo estuvieron a punto de despedirlo durante El Padrino I, todas las intrigas que ocurrieron durante la filmación y una historia sobre un mafioso de verdad que salía en la película. De pronto miré al suelo a través de la mesa de cristal: había millones de hormigas diminutas encaramadas a los pies de todos.
Los niños están abajo jugando al Monopoly. Juegan con la versión francesa; Park Place son los Champs Elysées. Roman va traduciendo las pequeñas cartas. Marc, mientras tanto, calcula los alquileres en francos con su calculadora. Así no es como jugábamos antes.
Aquí hay cucarachas grandes y marrones. No parecen hacer ningún daño, pero me molestan bastante. Anoche, cuando acompañé a Sofía al baño, había una muy grande que se paseaba por detrás del lavatorio, cerca de los cepillos de dientes.
2 de mayo, Baler
El camino que lleva del pueblecito de Baler hasta el set consiste en los dos surcos cavados en la arena por los camiones y los jeeps de producción. Cada mañana varios obreros ponen ramas de palmera en los sitios en peor estado para que los vehículos puedan circular mejor. Los surcos acaban en una laguna. Allí se han levantado algunas edificaciones de techo de paja y paredes de estera para albergar el material de vestuario, el departamento de maquillaje y las mesas largas donde se sirve el almuerzo. El set y el resto de material están al otro lado de la laguna. Una hilera de piraguas y pequeñas lanchas transportan a la gente de un lado al otro. Hoy han chocado dos botes llenos de gente que se dirigía a almorzar. Los que no pudimos subir a estos primeros botes nos reímos de los que cayeron al agua. A dos fotógrafos se les mojaron las cámaras y estaban bastante alterados. Parecía que el siguiente bote iba a tardar bastante, de manera que Doug y yo nos metimos al agua vestidos y caminamos hasta el otro lado. En el punto más profundo el agua me llegaba a las axilas; fue muy refrescante. Luego tuve la ropa mojada varias horas.
Esta tarde grabé mi primera entrevista. Era con Bobby (Robert) Duvall. Estaba bastante nerviosa, intentando mirar por la lente de la cámara y hablar con él a la vez. Quería que se dirigiera él mismo, ya que eso sería mejor a que contestara a una serie de preguntas preconcebidas. Su personaje es un arrogante coronel de la fuerza aérea al que le gusta acabar rápido las operaciones para irse a hacer surf con sus hombres. En el guión, sus helicópteros atacan una aldea costera y acompañan al barco de Willard hasta la desembocadura de un río, una zona muy buena para los surfistas.
Bobby habló de basar su personaje en un oficial de West Point al que había conocido: un tipo cuya vida sólo tenía sentido si había una guerra. También habló sobre los detalles de su vestuario, las espuelas de sus botas, la hebilla de su cinturón y su sombrero Stetson. Se quitó la camisa: estaba bronceado y fibroso. Tenía la barriga hundida. Luego se pasó las manos por la cabeza, con el pelo recién rapado al estilo militar.
3 de mayo, Manila
Ayer fue el primer día de filmación en el que Francis no parecía abatido ni atormentado. Es como si hubiera recuperado la ilusión. Hoy es domingo. Fuimos al barco casino que hay en el puerto. Es un sitio viejo y tiene algo de entrañable. La gente tenía montoncitos de pesos sobre la mesa, frente a ellos. Parecía dinero del Monopoly. Yo jugué con una máquina tragamonedas y perdí unos seis dólares. Al final tenía las manos negras de tanto manipular monedas de cincuenta centavos. Francis jugó a los dados y logró ganar unos tres mil pesos, pero luego los perdió y al final salió casi hecho. Martin jugó al bingo y perdió un poco de dinero; su esposa Jan tuvo varias rachas de suerte con las máquinas tragamonedas. Marc fue el único que ganó: unos 125 pesos, pero creo que estaba más contento por el hecho de haber podido entrar en un casino sin tener todavía los veintiuno. Llegamos a casa después de superar el tráfico dominguero. Vittorio, su mujer Tonia y sus hijos vinieron a casa a comer pasta y frittata. A la hora de la cena, Francis estaba feliz y relajado, hablando italiano y disfrutando con los niños. En la mesa estábamos Francis; los hijos de Vittorio, Francesca, Fabrizio y Giovanni; Reman, Gio, Sofía y Marc; Jan y Marty Sheen; Vittorio, Tonia y su hermana, Rita. Enrico vino al final. Comimos una ensalada típica norteamericana, con palta, queso roquefort, lechuga, aceite y vinagre, ajo y cebolla colorada. Fue un buen cambio. La máquina de espresso parecía funcionar mejor. Francis preparó el café y Francesca lo sirvió. Cuando le tocó servirme a mí, me dijo, con cuidado, en inglés: «You want?» [1]
4 de mayo, Manila
A primera hora de la mañana, estaba revisando mi metraje en la mesa de montaje cuando oí una vocecita desafinada en la escalera que cantaba Cumpleaños feliz. Era Sofía. Hoy cumplo cuarenta años. Me siento bastante bien. Me miré al espejo y es cierto que estoy delgada. Perdí peso: de cuarenta y siete a cuarenta y cuatro kilos. Me hizo recordar una historia espantosa que leí en una revista durante un vuelo, hace un par de años. Era sobre un joven mujeriego y sus aventuras con chicas lindas, a veces con varias al mismo tiempo. Uno de los encuentros que contaba tenía lugar en un yate, donde una mujer mayor y muy delgada lo arrinconaba y él se veía obligado a hacerle «varias cosas», con lo cual ella le quedó inmensamente agradecida. Uno de los comentarios que hacía era: «¡Dios mío, debía de tener cuarenta años!». De hecho, me siento más entera, activa y segura de mí misma que en ninguna otra
época que pueda recordar. Mis hijos son fantásticos, quiero a mi marido y me siento bien.
5 de mayo, Baler
Cuando volvíamos del aeropuerto, Doug y yo nos detuvimos en un arrozal para hacer algunas tomas de una familia que estaba plantando arroz. Quería obtener unas imágenes de lo que la compañía ve cada mañana cuando se dirige a la locación. Desde el camino hasta la toma general todo quedaba muy pintoresco, pero luego empezamos a caminar hacia la gente para tomar planos más detallados. Doug se hundió en el barro y la cámara se cayó conmigo. Era todo puro barro, con largos y estrechos promontorios que separaban los distintos arrozales. Anduvimos por los promontorios. El barro se me colaba entre los dedos de los pies y yo trataba de mantener el equilibrio, mientras despotricaba porque llevaba las sandalias norteamericanas de cuero de 25 dólares, en vez de las sandalias de goma de aquí, que cuestan 30 centavos. Al final conseguimos instalarnos. Las tomas eran de una familia metida en el agua pantanosa hasta más arriba de las rodillas. Iban clavando pequeños manojos de plantas de arroz en el agua a intervalos. Las partes de arriba de las cañas de arroz flotaban, formando ordenadas hileras de manchas verdes sobre el agua gris y lodosa. La gente se reía de nosotros, con el trípode plantado sobre el promontorio y las piernas cada vez más hundidas, mientras yo intentaba mantener el equilibrio y manejar la cámara sin caerme.
Llegamos a Baler cerca de las nueve y ya hacía un calor espantoso. Me compré otro sombrero de paja. Creo que me dejé el mío en el avión. Cuestan unos 20 centavos de dólar, y son muy bonitos, hechos a mano. La señora de la tienda ya me conoce y cuando me ve entrar se ríe, porque una vez le pedí que me mostrara el contenido de una caja en la que creí que había galletitas. Estaba en un exhibidor de vidrio en el que había loción para el pelo, botones, talco para bebe, etcétera, y sabía que no podía ser comida. Resultaron ser cartuchos para pistolas de aire comprimido, que era justo lo que Roman necesitaba para una pequeña pistola que le habían regalado para su cumpleaños. Me llevé toda la caja.
Hoy pasé por la oficina de producción. Lean estaba gritando furioso por la radio, porque la producción había contratado a 110 agentes de seguridad y esa mañana no había ni uno en la locación; sólo un hombre pequeñito con su familia, cociendo arroz sobre un fuego que habían encendido muy cerca de los depósitos de gasolina. Ayer, un alto oficial de la Fuerza Aérea filipina se pasó el día en el set, rodeado de una serie de señoritas con vestidos veraniegos, sentado en la silla del director como si estuviera en un espectáculo deportivo. Producción ha pagado una fortuna por el alquiler de los helicópteros y cada día les mandan a pilotos distintos que no entienden las indicaciones que se les dan, o que no han volado en los ensayos del día anterior. Entonces no vuelan correctamente y hacen perder miles y miles de dólares en tomas. En el metraje se nota claramente cuando un helicóptero es conducido por un piloto inexperto. Sencillamente, los pilotos de combate norteamericanos no volaban así.
La Fuerza Aérea filipina acaba de perder hace poco diez Huey que luchaban en el sur. Sólo les quedan diecinueve en todo el país y ahora los cuidan muchísimo.
Llegamos al set cerca de las diez y media. Era como si estuviéramos en una guerra de verdad. Había empezado la filmación, de manera que tuvimos que contemplada desde lejos. Unos ocho helicópteros volaban en círculo y aterrizaban entre las señales de humo, el fuego de tierra y las explosiones en el agua. Hileras de militares desembarcaban y corrían por la playa, agazapados, disparando y avanzando. Entre tomas nos subimos a una canoa que nos llevó cerca de la cámara principal. Vadeamos la costa con nuestro equipo y llegamos a la playa, lo bastante cerca de Bobby Duvall con su sombrero, mientras tomaba la playa. Estaba estupendo y él lo sabía; estaba muy animado e irradiaba energía. Todos lo percibíamos. Había un fotógrafo de Newsweek que no paraba de sacarme fotos cada vez que me ponía a filmar. Tenía la sensación de que me estaban utilizando: «La esposa de Francis Ford Coppola también hace películas». Tuve ganas de recoger mis cosas y marcharme, pero luego me acordé de que le he pedido a toda la gente de producción que no se vaya cuando los estoy filmando.
13:30 - Los decoradores del set están esparciendo bolsas de arena seca por la playa, para que no se vea tan húmeda. Durante la última toma, las explosiones en el agua mojaron todo. En la toma había humo verde, violeta y amarillo, cuerpos ensangrentados y helicópteros que aterrizaban, soldados sitiando la playa y explosiones en el agua. Ahora el departamento de vestuario está entregando a los actores principales ropa seca. Ya están casi listos para una nueva toma. Los helicópteros calientan los motores. El cielo luce tonos de gris y anaranjado y proyecta una luz muy especial. Todo el mundo está ilusionado y listo para esta toma. Hay tantas explosiones. Las de la laguna están a unos 150 metros de aquí, y cuando se desencadenan, la playa se ve sacudida por un intenso temblor, como un terremoto.
14:00 - Me siento bastante segura ahora que he cometido prácticamente todos los errores posibles con mi cámara principal, así que ya no tengo miedo de filmar una escena clave yo misma. Pero justo ahora estaba utilizando mi cámara de refuerzo. Los helicópteros estaban aterrizando y empezaban las explosiones. Me he puesto a filmar y lo único que podía ver era todo negro. No tenía ni idea de qué no funcionaba. Doug estaba en la playa, grabando sonidos. Al final me fui corriendo a buscado. Cuando finalmente pudo ayudarme, la escena ya estaba a punto de acabar. Me perdí todo porque un iris que yo no sabía ni que existía se cerró encima del diafragma.
6 de mayo, Baler
Ayer por la tarde, cerca de las tres, decidí hacer algunas tomas de David mientras opera la cámara Astrovision en el jet MU-2. Doug y yo fuimos hasta la pista de aterrizaje. El avión llevaba todo el día estacionado bajo el sol y cuando subimos fue como entrar en una sauna. Al cabo de unos minutos, estábamos empapados de sudor.
Despegamos y subimos por encima de las nubes. David empezó a buscar los aviones de combate filipinos F-5 para fotografiarlos mientras ensayaban para la toma de mañana, la del ataque con napalm. La cámara estaba montada sobre el vientre del avión. David la operaba por control remoto, mirando a través de una pantalla de vídeo dentro de la cabina. El copiloto tenía una radio de alta frecuencia pegada a su ventanilla e intentaba ponerse en contacto con los jets. El piloto y David iban mirando al exterior, a ambos lados, y gritaban por sus auriculares. La idea era alinear el MU-2 con los jets filipinos y volar lo más juntos posible en un ángulo en que la cámara pudiera fotografiarlos. David gritaba:
-¿Dónde están? ¿Dónde están?
Y desde la cabina contestaban:
-¡A la derecha, hora nueve!
Entonces los jets nos pasaban por la izquierda en una posición totalmente distinta, y David saltaba de su asiento, gritando y mirando a un lado y al otro. Empezamos a bajar en picada, el avión se quedó del revés y nos íbamos hundiendo, arriba y abajo; por un momento nos quedamos boca arriba con gravedad cero y flotamos unos centímetros por encima de nuestros asientos. Yo empecé a marearme. Miré a Doug: estaba blanco. Había dejado su cámara y me dijo:
-Dios mío, ¿tienes una bolsa de plástico?
Yo llevaba la que hacía de funda de mi pequeño grabador y se la di. Se puso a vomitar; la bolsa era demasiado pequeña y el vómito salpicó todo. Entonces le di la funda del brazo de una butaca. Seguimos dando tumbos y bajando y subiendo, persiguiendo a los F-S. No podía hacer nada para salir de allí; estaba atrapada. En medio de un charco de sudor, tenía la sensación de que mi cuerpo se estaba desmembrando y de que iba a vomitar o a tener un ataque de diarrea. Pensé en quitarme la blusa para vomitar en ella. Al final, sencillamente me rendí. La fuerza centrífuga era tan fuerte que prácticamente no podía mover los brazos. Simplemente me repetía: «Puedo soportado. Puedo soportado. Puedo soportado», como si fuera un mantra de supervivencia. De vez en cuando, abría los ojos y el suelo era como un muro verde, perpendicular a la ventana, con palmeras y chozas justo enfrente. Entonces desaparecía y aparecía arena yagua a un lado, como si fueran cambiando el empapelado. El avión rechinó y se tensó cuando el piloto lo empujó más allá del límite marcado en rojo, intentando mantenerse a la velocidad de los F-S. Finalmente nos equilibramos y empezamos a reducir la velocidad. Oí las ráfagas de los jets a lo lejos y el descenso de nuestro tren de aterrizaje. Cuando nos detuvimos en tierra y se abrió la puerta, salí a rastras y me recosté sobre la pista. Ayer a la medianoche todavía estaba mareada.
Hace tanto calor que empecé a sentirme débil. Me senté en una pequeña zona con sombra y vaya olvidarme de filmar durante un rato.
El sol se ha movido un poco y mi pie izquierdo se ha quedado fuera de la sombra. Es como si estuviera a punto de llenarse de ampollas.
Todos están esperando porque esta escena se empezó a filmar ayer por la mañana, cuando estaba nublado. Ahora hay un sol espléndido.
Los de efectos especiales están cargando gasolina para los fuegos de la línea del napalm. Un tipo detrás de mí está hablando de las tetas de la mujer de Terry.
7 de mayo, Baler
7:30 - En la locación de la playa. Alguien debe haberle dicho a este niño que no querían ver nada de basura en el seto Anda de un lado a otro, con un palo en la mano, hundiendo con diligencia los pequeños trozos de envoltorios de cigarrillos, vasos de papel, y demás, en la arena, para que no se vean. Cuando aterrice el primer helicóptero, las ráfagas de la hélice lo sacarán todo de nuevo a la superficie.
9:00 - La novia de Bobby Duvall estaba en la playa, llorando y diciendo que se iba a marchar. Recuerdo que durante la filmación de El Padrino II me pasaba todo el tiempo llorando. Ahora aquello me parece muy lejano, como un melodrama distante del pasado. Espero haber terminado ya con el papel de víctima, al menos en esta vida.
9:30 - Ayer murió el hijo de un extra. Están haciendo una colecta para él entre el reparto y el equipo de filmación. También ayer, la esposa de Alex tuvo una hija. La esposa de Mauro tuvo una hija hace un par de semanas. Y ha habido una boda entre dos personas que se conocieron duran te la filmación.
10:00 - A. D. Flowers está instalando los efectos especiales. Hoy parece cansado. Ayer a la noche tenía 39 de fiebre; el médico le dijo que había estado demasiado tiempo al sol. Tiene casi sesenta años y este rodaje es agotador. Casi todo el mundo ha perdido peso. Esta mañana, Josh buscaba un trozo de cuerda para que no se le cayeran los shorts. Yo misma he perdido tres o cuatro kilos. Con este calor sólo me apetece comer fruta. Sólo otras dos mujeres están regularmente en la filmación, y hay cientos de hombres. Los típicos norteamericanos fofos se están poniendo bronceados y musculosos. Las mujeres tienen un aspecto cansado.
10:30 - El viento manda los humos del combustible de la avioneta hacia nosotros. Es un olor nauseabundo. Todos andan apresurados porque los jets F-5 llegan a las once y sólo podrán hacer tres pasadas. En la tercera van a soltar las latas que parecen de napalm y efectos especiales va a provocar un enorme fuego entre las palmeras, con varios miles de litros de gasolina. Saldrá de unas trincheras cavadas en la playa. Las medidas de seguridad se han reforzado, pero un grupo de niños se coló en el set a primera hora de la mañana. Estos efectos tan espectaculares son muy peligrosos. En el ambiente se respira nerviosismo y expectación.
11 :30 - La detonación de napalm salió justo tras los jets, volando dentro del encuadre, a la perfección. Yo estaba a ochocientos metros, cerca de la ubicación de la segunda cámara. Sentí un fogonazo de calor fortísimo. Los extras vietnamitas al otro lado de la laguna debieron de notario muchísima. Los de efectos especiales estaban bastante satisfechos. En aproximadamente un minuto y medio han volado cuatro mil quinientos litros de gasolina.
12:15 - Bobby Duvall tiene que marcharse mañana por la noche para filmar otra película en Inglaterra. Todo el mundo está trabajando muy rápido porque hay mucho que hacer antes de su partida. Los italianos están trasladando las vías del travelling a una nueva posición. Su trabajo es como una escultura: están instalando dos tramos; uno largo, de la playa hasta la laguna, que cruza la arena unos doscientos metros. Ponen una base, un marco de madera que se sostiene junto con unas abrazaderas: luego añaden los rieles de aluminio y se nivelan con cuñas, y luego el carro portacámara se instala en los rieles y la cámara se monta encima.
A mis espaldas hay una discusión entre el doble y un asesor militar. La escena siguiente incluye la ejecución de un prisionero del Vietcong mediante un disparo en la cabeza. La pregunta es: ¿cómo tiene que caer? Lleva atadas a la espalda una ampolla de sangre con una cánula, de manera que es mejor que caiga de espaldas para tapada. Pero el asesor militar dice que un disparo de tan cerca con una pistola calibre 45 le destrozaría la cabeza y entonces da igual de qué lado cae.
8 de mayo, Baler
Doug, Larry y yo bajamos a la playa donde el equipo de filmación estaba embarcando en un helicóptero Huey para ir al set de hoy. La locación está en un lugar, varios kilómetros costa arriba, inaccesible por tierra. En el primer helicóptero no había sitio para nosotros. Cuando se elevó no teníamos dónde meternos. Nos agachamos sobre nuestro material y nos quedamos atrapados en una tormenta de arena punzante, provocada por el viento de las hélices. Subimos al siguiente con nuestra cámara, el pesado trípode y el equipo de sonido. Volamos a poca altura. Yo miraba hacia fuera, por las puertas abiertas, absorta en la visión de aquella costa tropical totalmente virgen. Empezamos a inclinarnos y descender. El Huey se posó en un arrecife de medio metro de profundidad. Todo el mundo saltó al agua. Y allí estábamos, en el mar, a medio kilómetro de la costa, levantando nuestro pesado material para que no se mojara. El helicóptero se elevó y las hélices salpicaron tanta agua que nos empapamos. Yo intenté apartarme y resbalé. Una sandalia de goma se me salió, y con el pie descalzo tuve que andar sobre el rugoso y escarpado arrecife. Finalmente nos limitamos a plantar el trípode en el agua y montamos la cámara encima. Había cosas que ver en todas direcciones. El set consistía en una plataforma de madera construida sobre un saliente de rocas a varios cientos de metros, sobre el arrecife. En la costa había una extraordinaria vegetación tropical que bordeaba una playa de arena blanca. Quizás era como Hawai hace cientos de años. Me asaltó cierta tristeza, como si por un momento me hubiera adentrado en el futuro y lo hubiera visto todo lleno de hoteles y barcos de turistas con el fondo transparente. Escuchamos el Huey que volvía, así que recogimos el trípode y empezamos a alejarnos hacia el set. Era difícil avanzar con aquel material tan pesado a cuestas, y el arrecife tan irregular. El set parecía mucho más lejos de lo que nos había parecido al principio. Cuando llegamos a las rocas, estaba agotada. Me senté encima de unas tablas y me quité los vaqueros empapados, alegrándome de haberme puesto el traje de baño debajo.
Ahora estoy aquí descansando, al calor del sol. La toma de hoy es una vista por encima del hombro de Bobby Duvall, con los surfers planeando sobre las olas entre las cortinas de agua que se levantan. Esta locación fue elegida porque es ideal para el surf, pero hoy el mar está totalmente calmo. No hay ni una ola. Los de efectos especiales instalaron explosivos en el arrecife. Están sentados cerca de mí y comentan cómo, después de hacer detonar unos cuantos, empezará a haber peces muertos y los tiburones se acercarán. Del agua sopla una brisa fresca. Desde aquí puedo escuchar a uno de los dobles hablar sobre su casa de Woodland Hills:
-Sólo tiene dos dormitorios, pero los armarios de la cocina son de roble macizo y los del baño son de madera de aliso.
Peter Kama le pregunta dónde encargó los armarios, porque él encargó armarios a medida para su casa y luego no encajaban bien.
9 de mayo, Manila
El equipo italiano encargó víveres de Roma por un valor de setecientos dólares. Llegaron ayer, y con los gastos de envío y aduana la factura subía a ocho mil dólares. Cuando se enteraron se pusieron furiosos, así que los de la oficina de producción lo mandaron todo a nuestra casa. Descargaron como cincuenta cajas frente a nuestra puerta principal, y ahora casi no podemos entrar y salir.
Es domingo y no para de venir gente; se quedan por aquí, se bañan en la piscina. Todas las noches hay gente que viene a hacer alguna cosa. Vienen los amigos del ama de llaves y de la niñera; el novio de la mucama; el chofer y el guardaespaldas merodean por la parte trasera. Empiezo a estar saturada de tanta gente. Son todos muy agradables, no tengo motivos para ser descortés ni para echar a nadie, pero me muero de ganas de estar a solas con Francis y los niños.
10 de mayo, Baler
Martin Sheen me estuvo contando de su adaptación a esta locación. Hasta el momento ya se ha cortado la cara y le han dado cuatro puntos; se desmayó mientras cruzaba la calle en Baler por el calor y se limitaron a hacerlo sentar en medio de la calzada, con los jeeps pasando a su lado. Cuando los dos botes chocaron en la laguna, su cámara nueva se estropeó. Me dijo que anoche había llovido muchísimo. Él en principio tapó los agujeros del mosquitero de su habitación con papel higiénico pero finalmente la quitó y cerró las ventanas. Acabó empapado, y la cama también. Cuando finalmente consiguió instalarse en otra cama, paró de llover y tuvo que levantarse a abrir las ventanas porque se había acumulado una humedad increíble. Entonces volvió a poner el mosquitero para que no entraran insectos. Lo único bueno fue que mientras llovía los perros pararon de ladrar. Los perros de Baler duermen durante el día, mientras hace calor, y se pasan casi toda la noche ladrando, y hacia las cuatro y media empiezan a cacarear los pollos. Marty me lo contaba todo con cierto humor. Otro actor estaría llamando a gritos a su agente, exigiendo una serie de condiciones mínimas de trabajo.
Mona me contó que ayer llegó de Los Ángeles el tigre que va a utilizarse en una escena. Llevaba treinta horas en una jaula y sus cuidadores estaban muy preocupados. Lo condujeron a los estudios y lo dejaron salir en la sala de vestuario. Se quedó tumbado, afectado por el largo viaje. Hacia la hora de comer levantó la cabeza y se devoró cuatro pollos y cinco kilos de carne. Por la tarde, lo llevaron al aeropuerto para meterlo en el DC-3 para ir a Baler, pero la jaula no pasaba por la puerta, de manera que lo sacaron y lo metieron en el avión como si fuera un pasajero más. Cuatro esposas italianas, recién llegadas de Roma, estaban ya en sus asientos. Tardaron una hora en calmarse. Luego el piloto se negó a subir. El avión ya llevaba mucho retraso. Estaba el grupo habitual de niños y mirones: en el pueblo no hay tele, así que la producción de la película parece que se ha convertido en el pasatiempo local.
11 de mayo, Baler
Esta mañana Dermis me contó la historia del traslado del tigre en el avión. Los pasajeros estaban en sus asientos cuando subieron la jaula del tigre al avión. Pusieron un pollo en la puerta de la jaula, pero cuando hicieron subir al tigre, en vez de agarrar el pollo y entrar en la jaula, saltó encima de ella y se puso a mirar a todos los pasajeros. Todos corrieron al compartimiento delantero y se encerraron en él. El piloto salió por su ventanilla y se sentó en el ala, negándose a volar.
A las dos de la tarde creo que pasé más calor que en toda mi vida. Moverse representaba un esfuerzo enorme. Estaba enfadada conmigo misma porque sencillamente era incapaz de bajar hasta la playa, hasta donde el helicóptero izaba a la lancha de patrulla del río. Cuando finalmente conseguí llegar hasta allí, me había perdido la toma. Mi cámara no había empezado a filmar a tiempo. Producción no pudo conseguir uno de los helicópteros Chinook grandes y han tenido que utilizar un Huey. Levantó la lancha con unos cables largos; pero pesaba demasiado. En vez de posada en el río, la dejaron caer en la laguna y se partió en dos.
12 de mayo, Baler
Esta mañana John me contó su versión de la historia del tigre en el avión. Me dijo que el piloto saltó desde la ventanilla de la cabina al suelo, que estaba a bastante distancia. Después de que lograron meter al tigre en su jaula, el piloto se negó a subir por la puerta normal de pasajeros y a tener que pasar junto a la jaula, de manera que tuvieron que traer una escalera para que subiera hasta el ala y, desde allí, entrara por la ventanilla de la cabina. Y no volvió a salir hasta que aterrizaron y el tigre estuvo fuera del avión.
Estoy sentada sobre un par de hojas grandes. El suelo sigue mojado; anoche debió de llover mucho. Estoy apoyada contra el tronco de un cocotero. Recuerdo vagamente que alguien dijo que si a uno le cae un coco en la cabeza, podía matarlo. Y, ahora que lo pienso, no he visto a nadie que se siente debajo de ellos. Estamos en un pequeño claro, rodeados por el denso follaje de la selva. Francis está sentado con los actores, ensayando. Debemos de estar cerca del agua porque hay un cangrejo ermitaño con una concha de caracol por aquí cerca. Ayer, una joven entrevistó a Francis en el set y le dijo:
-Ahora que ha conseguido tantas cosas y es conocido en todo el mundo, ¿hay algo que pueda representar un reto para usted?
Francis le contestó:
-Sólo intento superar el día de hoy.
Hablaba en serio. Ha estado increíblemente frustrado por todos los problemas de la producción. Todavía no están resueltos, pero con el nuevo personal de producción, otros son responsables de solucionarlos y Francis puede concentrarse en su propio trabajo. Mientras tenía la atención centrada en los helicópteros, y demás, los problemas eran enormes pero objetivos. En el último par de días ha trabajado codo a codo con los actores, concentrado en el texto y la dirección. En este caso, Francis tiene que enfrentarse a sí mismo. Trabaja de una manera que le permite generar algunos momentos increíbles, pero que es arriesgada e incómoda. Hoy está esperando hasta el último minuto para establecer el lugar de la cámara y los diálogos.
Ayer pasamos la noche en Baler. No estaba planeado, pero la filmación duró hasta muy tarde. El avión no puede despegar después de la puesta de sol oficial, las 18:08. Nos alojamos en la casa del juez, que producción ha alquilado para unos cuantos actores. Janet y Martin Sheen nos prepararon una selección de muestras en nuestro vestidor: había un frasco de vitaminas, un cepillo de dientes y pasta de dientes, champú, espuma de afeitar y una maquinita, desodorante, una botellita de aceite corporal, colonia, una foto del Papa y de la Virgen María, un libro de filosofía china, un condón marca Trojan, una camisa . limpia para cada uno y un paquete de alfileres de gancho.
Hace diez años, un tifón destruyó el generador que abastecía de electricidad a Baler y jamás fue restituido. Producción compró un generador nuevo que no es suficiente para toda la población. Salí a pasear. Las calles estaban a oscuras. Las casas que han sido alquiladas para el reparto y el equipo de filmación eran las únicas que estaban bien iluminadas. El resto de las casas y de las pequeñas tiendas estaban iluminadas con lámparas de queroseno y velas. Los rostros de la gente vacilaban de la luz a la sombra. Pasé junto al tigre, encerrado en una jaula hecha de barrotes de bambú atados. Estaba encima de un camión estacionado en el camino, cerca de la , oficina de producción. Había muchos niños a su alrededor, husmeando entre los barrotes.
Francis y yo fuimos a casa del equipo italiano a cenar. Yo me senté aliado de Vittorio. Empezó a contarme cómo había estado a punto de rechazar el trabajo en esta película, porque nunca había trabajado en una producción norteamericana y temía no ser lo bastante preciso y específico, no ser capaz de trabajar a la manera norteamericana. En un momento dado, Francis se unió a nuestra conversación. Había estado bebiendo bastante vino y hablando con otra persona. Entonces dijo:
-Vittorio, tengo que confesarte algo. Cada día tengo mucho miedo de que pienses que soy un imbécil. que no soy lo bastante específico, que estoy intentando encontrar mi camino, y el de la película.
Vittorio nos hablaba en inglés, y Francis le hablaba en italiano.
Un poco antes, Francis le había comentado a Martin Sheen lo mucho que temía que la gente de producción no tuviese ni idea de si la película sería buena o mala. Dijo:
-De hecho, si el equipo encuentra divertida una escena o alguien cree que unos fragmentos son buenos, cuidado; porque si algo funciona bien por sí mismo, eso suele significar que está demasiado acabado y que probablemente no funcionará bien en el conjunto de la película.
Le contó a Marty que, durante el rodaje de El Padrino I, un día estaba en el baño del estudio, sentado en el inodoro, y dos miembros del equipo entraron y se pusieron a comentar que la película era una mierda total y que el imbécil del director no sabía lo que hacía. Francis dijo que entonces levantó los pies para que no le reconocieran los zapatos. Ahora tiene la sensación de que todo el mundo en producción está mirando lo que hace y pensando: «Esto es una mierda total. ¿Y éste es el director de El Padrino? Pues a mí me parece que no sabe nada».
13 de mayo, Baler
Los sábados llevo a los niños al seto Roman se queda en el departamento de maquillaje. Dice que ahora es capaz de hacer una herida de bala tan bien como el ayudante de maquillaje.
Hoy la compañía está filmando en una zona de selva cercana a la aldea. A la hora del almuerzo, comimos en el patio del colegio. Había tantas moscas que las iba espantando con la mano izquierda mientras comía con la derecha. A los filipinos no parecían molestarles. En la mesa de al lado había una mujer que comía dos platos de arroz; las moscas parecían pasas en movimiento.
Las largas mesas de madera sin barnizar en las que comíamos eran de caoba maciza.
16 de mayo, Manila
Ayer fue el último día de filmación en Baler. La compañía estuvo trabajando junto al río, con todos los actores metidos en la lancha de patrulla, y no quedaba ninguna buena ubicación desde la cual pudiéramos filmar. Doug se subió a la torre de la segunda cámara y filmó una toma general. Luego decidimos ir al pueblo de pescadores. Había oído a gente hablar de él y lo había visto desde el helicóptero. Pensaba que estaba lejos, pero resultó estar a sólo cinco minutos de la oficina de producción. Fuimos en un jeep amarillo, todo pintado y con tres caballos amarillos en el capó. Por el camino hicimos un par de tomas de los pequeños puestos callejeros y de la gente asomada a las ventanas. Cuando llegamos a la playa, nos encontramos con el paisaje más bello de todo Baler. Un pueblecito de chozas de bambú y ramas de palmera rodeaba la desembocadura del río, donde sus aguas se encontraban con el mar. En la playa había hileras de gente tirando de los largos cabos de las redes que había en el agua. Eran personas morenas y sonrientes, y al tirar de las redes hacían una especie de paso de baile rítmico. Más arriba, en la arena, había un grupo de embarcaciones pintadas de colores claros, azul y naranja, violeta, verde y rojo. La gente debía de cambiar pescado por arroz. Había pequeños huertos, pollos y cerdos alrededor de sus casas, y cocoteros por todas partes. Parecía el paraíso. Como uno se imaginaría Tahití hace doscientos años. Prácticamente no había ningún signo de civilización occidental. Ni cables de teléfono o electricidad, ni estaciones de servicio, ni hoteles, ni restaurantes, ni anuncios de Coca-Cola. Ni rastro de la existencia del resto del mundo, excepto por algunos productos empaquetados en un puesto junto a la carretera y algunas palanganas de plástico desperdigadas junto a las casas. No hacía tanto calor como sólo a medio kilómetro tierra adentro; corría la brisa marina. Una barca transportaba a la gente de una orilla a otra del río; en la otra ribera había una franja de arena con chozas. Subir costaba 10 centavos (alrededor de un centavo de dólar). Ni siquiera había los típicos dos o tres expatriados o jóvenes viajeros extranjeros que uno espera encontrarse antes de la llegada de las cadenas de hoteles.
Intentamos filmar un poco de metraje, pero la gente nos rodeaba con una curiosidad tan inquieta que no podíamos situarnos a la distancia suficiente para enfocar la cámara. Algunos se plantaban delante de nosotros, rodeándose con los brazos y, con sus mejores sonrisas, nos pedían que los filmáramos. Al final dejamos la cámara en el jeep y nos limitamos a sentarnos en el risco. Había un grupo de niños, morenos y sonrientes, que jugaban con sus barquitos de madera tallados a mano en una pequeña ensenada. A nuestras espaldas, los cocoteros se inclinaban por encima de las chozas de paja. Parecía todo sacado de una película.
Mayo, Manila
En muchos aspectos, vivir en Manila es como retroceder en el tiempo. Por ejemplo, las plantas de plástico están muy de moda y, además, son caras. En cambio, las plantas de verdad son muy baratas. Se pueden encontrar palmeras grandes en macetas por unos cuatro dólares; de la clase que en Estados Unidos vale al menos cincuenta dólares. Los bonitos cestos hechos a mano se consideran baratijas para los turistas. Los filipinos prefieren los artículos de plástico. Sirven los helados en unos potes metálicos muy bonitos que luego tiran; los saquitos de té son de tela; la leche todavía se vende en botellas de vidrio retornables. La comida congelada parece estar sólo empezando a aparecer. Hace poco vi unos paquetes de arvejas congeladas en el supermercado: costaban 1,50 dólares, y, en cambio, las arvejas chinas frescas están a sólo 30 centavos el kilo. Un día compré un litro de jugo de uva de California; pensé que costaba cuatro pesos, pero luego resultó que eran cuarenta, lo que equivale a unos cinco dólares. El café instantáneo les parece muy elegante. Hace poco nos invitaron a cenar a casa de un general de la Fuerza Aérea. Después de servimos una cena muy elaborada, un sirviente nos trajo una bandeja de plata en la que había, junto con una jarrita de leche y una azucarera de plata, un frasco de café instantáneo Maxwell House. [2]
18 de mayo, Manila
Esta mañana sonó el despertador muy temprano. Mientras permanecía en la cama, despierta, oí una vocecita que me decía «Hoy no vayas». Había quedado con Doug y Larry para ir a Pagsanjan y filmar los progresos en la construcción del set allí arriba. Deliberé mentalmente: ¿debía obedecer a la vocecita o seguir adelante con mis planes? Al final decidí mandarlos a ellos sin mí y limitarme a comprobar, por una vez, si esta clase de información podía formar parte, de alguna manera, de este mundo. Pensé decirles a Doug y Larry que no me sentía bien, pero al final me armé de valor, titubeando de vergüenza, y les confesé la verdad. Se echaron a reír y me contestaron que, si no era conveniente que yo fuera, ¿por qué debería serlo que fueran ellos? Quizás la camioneta se caía por un acantilado o algo así. Era extraño, pero yo estaba muy segura de que ellos podían ir sin ningún problema. Finalmente recogieron el material y se marcharon sin mí. A media mañana subí a mi habitación para estar a solas e intentar comprender por qué me había quedado en casa. Parecía el día ideal para ir a Pagsanjan: Francis estaba pasando la semana en el set de Iba y los niños estaban en el colegio. No había ninguna razón lógica para no haber ido.
Al cabo de media hora Francis apareció en la puerta. La lancha de patrulla se había averiado y no podía filmar. Estaba enojado; se había marchado del set furibundo y había volado de regreso a casa. Les dijo que no pensaba volver hasta que encontraran una lancha decente que funcionara. Se recostó en el sofá y exteriorizó todo su agobio. Sé que se alegró de encontrarme en casa.
19 de mayo, Manila
Hoy es el primer día de lluvia torrencial. Hay un tifón frente a la costa. Nunca había visto llover con tanta fuerza; apenas se ven las palmeras del jardín. Cuando llamé a la oficina, me dijeron que Francis salió hace una hora y media. Está a sólo diez minutos de aquí y empiezo a preocuparme. Los niños y yo nos hemos comido casi un tercio del asado, esperando a que él llegara para la cena.
20 de mayo, Manila
La tormenta arrecia. Las habitaciones de la planta baja se inundaron y hay zonas en que la alfombra parece flotar. Los niños dicen que es como una cama de agua y saltan por encima. Pronto el agua empieza a salir por la puerta del dormitorio hacia las otras habitaciones. Llega gente de la oficina porque las calles están tan inundadas que no pueden ir a sus casas. Llegar hasta nuestra casa ya les ha llevado casi dos horas. Estamos todos en la cocina, abriendo botellas de vino de los italianos, cuando alguien repara en que las cajas de pasta están almacenadas abajo, en el agua. Larry y Dean se quitan los zapatos y empiezan a subir las cajas al piso de arriba. Francis llega finalmente. Ha estado atrapado en un cruce inundado durante la última hora y media. Se bajó a empujar el coche y está totalmente empapado. Los editores llevan todo el día en mi casa, preparando un rollo para hacer una proyección en Cannes. Llegaron a la conclusión de que no valía la pena intentar llegar a su casa; así que nos ponemos a contar cuántos somos para la cena. Catorce, y el pequeño asado alcanzaba para cuatro. Francis decide hacer pasta. Como está a dieta, siempre está a la caza de una buena excusa.
Sofía se pone un impermeable y corre de un lado al otro del patio trasero. Hay una parte totalmente encharcada y las , ranas que suelen saltar por el césped están todas nadando. Sofía las persigue, y de vez en cuando hasta logra cazar alguna. La tierra de los canteros de flores empieza a filtrarse hacia la piscina. Francis pone La Bohéme a todo volumen. Marc, Roman y Gio juegan una ruidosa partida de póquer. Los truenos y la lluvia son tan fuertes que tenemos que hablar a gritos. Al final logramos comer una cena estupenda. Cuando estamos a punto de llegar al postre hay un apagón. Comimos bananas flambé a la luz de las velas. Después de la cena, Francis y yo nos sentamos en el sofá. Hay tres velas y un grupo de gente a cada extremo de la larga mesa ovalada. Francis comenta lo fabulosos que son nuestros ojos, capaces de compensar la baja intensidad de luz y ver con una nitidez perfecta. Jamás se podría filmar con tan poca luz. Francis se maravilla de lo bien ubicada que está la gente en la mesa, como en un escenario. De vez en cuando alguien se levanta para ir a la cocina. Todos están tan perfectamente ubicados, inclinados un poco hacia adelante o ligeramente hacia atrás, atrapando la luz, proyectando sombras en la pared de atrás y siluetas delante. Francis dice que no habría logrado una distribución mejor si hubiera intentado hacer una puesta en escena. Al cabo de un rato nos vamos a la cama.
Creo que la lluvia amainó y todo el mundo decidió intentar llegar a sus casas. Empezaron a marcharse, llegaron hasta el camino principal pero tuvieron que regresar. Hacia las cuatro de la madrugada volvió la electricidad y, de pronto, empezó a sonar La Bohéme a todo volumen. La cafetera se puso a bufar, se iluminó toda la casa… Fui al piso de abajo a apagar aparatos; había gente durmiendo por todos los rincones.
21 de mayo, Iba
Esta mañana llegamos a Iba. Fue un vuelo de unos veinticinco minutos desde Manila. Durante las próximas seis semanas la locación estará ubicada aquí. Está en la costa pero no es tan bonito como Baler. O quizá no me parece porque hoy no hace buen tiempo; hay una luz gris y el viento levanta arena a través de la playa, hacia los camiones de equipamiento y la zona del comedor.
14:00 - Durante el almuerzo, el asistente de dirección pidió cuarenta voluntarios para ayudar porque se han roto las amarras de la lancha de la cámara y la lancha de patrulla está arrastrando el ancla. El tifón sigue avanzando hacia nosotros. La lluvia se intensifica y también el viento. Las láminas de plástico que habían puesto encima del techo de paja que cubre el comedor están empezando a dar latigazos; los sacos de arena no son suficientes para sujetarlas.
15:00 - El pronóstico meteorológico ha anunciado vientos de unos cien kilómetros por hora. Oigo a través de los walkie-talkies las instrucciones de atado todo. Ha empezado a llover en serio; no puedo ver a través del patio abierto donde están estacionados los camiones: hay una cortina gris de agua. El encargado de vestuario está hablando por la radio; las carpas donde guarda los trajes para unos ochocientos extras se están volando.
22 de mayo, Iba
Estoy sentada en uno de los salones del hotel. Francis está ensayando. Los sillones y sofás de madera tienen una capa de pintura dorada envejecida. Los tapizados son de plástico estampado con flores anaranjadas y las cortinas, verde palta. Hay dos grandes centros de flores artificiales, uno con girasoles de plástico y el otro con espigas de falso trigo pintado. Hay un piano blanco y varios ceniceros negros y uno de color turquesa. También hay una consola con un equipo de alta fidelidad y una mesita redonda con las patas en forma de V, de hierro envejecido. Tengo la sensación de haber visto un salón exactamente igual en otra parte. Quizás en algún libro de diseño de interiores de los años cincuenta. Era el salón de «antes». El de diseño danés moderno era el de «después».
Set del hospital de campaña, 16:00 - Estoy en una carpa, sentada en una mesa de operaciones. La lluvia viene y va. Ha refrescado, gracias a Dios. Desde aquí oigo cómo bombean el agua del río para inundar la zona que rodea las carpas. El camino ha desaparecido. Todos caminaron hasta aquí a través del barro. La mayoría de los nativos van descalzos. Me hundí en el barro y mis sandalias se quedaron ahí pegadas. Tuvo que ayudarme a salir un chico. Aquí en la carpa es la hora del té. El equipo italiano habla y toma café.
17:00 - El viento sopla cada vez más fuerte. Las cosas se deslizan solas por el suelo.
Cerca de mí hay un grupo de extras jóvenes. Hablan de sus cortes de pelo militares, de lo que les tardará en volver a crecer, sobre black-jack, sobre que les pagan 25 dólares al día y todavía no han tenido que hacer nada, excepto esperar. Hoy regresaron trescientos extras en ómnibus.
23 de mayo, Iba
Estoy en el helicóptero. Francis está verificando el exterior con el piloto, comprobándolo todo para asegurarse de que la tormenta de anoche no provocó daños. Es como ir sentado en un coche, con la diferencia de que la visibilidad es mejor. Están sacando los sacos de arena de los varaderos. Gray pasó por allí en coche y dijo que fue una suerte que nos quedáramos en Iba. Anoche, en el hotel de Olongapo no había agua ni electricidad y todo el mundo se metió en la piscina con pastillas de jabón. Varias personas pasaron la noche en la pileta; se había estropeado el aire acondicionado y las habitaciones eran como saunas llenas de mosquitos.
Bill Graham está aquí para hacer el papel de jefe de las conejitas de Playboy. Me describió la fabulosa suite del hotel Park Lane de Nueva York, en la que siempre se aloja, y me contó que en Londres siempre va al Savoy. Dice que se ha ganado el derecho de ser muy caprichoso con los sitios donde se aloja, que su personal lo sabe y que siempre le reservan las mejores habitaciones de los mejores hoteles. A causa del tifón, las últimas cuatro noches no ha tenido agua ni electricidad en ninguno de los hoteles donde se alojó. Bill me dice que va a llamar a su oficina y comenta la costumbre que tiene de estar siempre colgado del teléfono. Cuando los teléfonos no funcionaban en Manila, él seguía marcando números una y otra vez. En su oficina estaban convencidos de que lo echarían el primer día de filmación por desobediente. Estaban seguros de que sería incapaz de trabajar para nadie. Me pregunta el motivo por el cual Francis quiso que interpretara un papel, y me dice que estaba tan intrigado por el interés de Francis que decidió meterlo en su apretada agenda. Y que había tenido que hacer reprogramar todo un congreso en el que él era el orador principal.
Hoy es el segundo día de espera dentro de la carpa del hospital de campaña. Ya he tomado todas las fotos que deseaba. Dick White me ha dado todo un curso sobre el mantenimiento de helicópteros, los problemas en que hay que fijarse y las estadísticas de siniestros. Me contó la historia de un aterrizaje en una pequeña aldea hace unos meses, arriba en las montañas, un anochecer con mal tiempo. Descendió en el patio de una iglesia cerrada y abandonada. En la puerta todavía se leían los nombres de la gente que había hecho ofrendas un domingo de septiembre de 1974. Muchas de las ofrendas eran de tres centavos de dólar; seis centavos por persona era lo máximo. De pronto salieron unas cuantas personas del sótano de la iglesia, donde vivían, y se puso a hablar con ellos. Lo invitaron a comer y a dormir allí. Le dieron un poco de vino tinto de arroz, servido en un bol como de sopa y que aún contenía un poco de arroz. Tenía que sacar el arroz con la cuchara y luego beberse el vino. Se agarraron una buena borrachera pero al día siguiente no tuvieron resaca. Así que les compró tres botellas para llevárselas a casa. Esa gente guardaba las botellas enterradas en el suelo y las desenterraron para él.
Sigo pensando en todo lo que podría estar haciendo si estuviera en casa, en Manila. No estoy ayudando a Francis ni estoy filmando nada. Simplemente estoy esperando en esta especie de limbo. En esta carpa. Hay seis niños vietnamitas. Un puñado de materiales de utilería. Mesas de operaciones, cajas de cerveza americana, cartones de helado Foremost, material de maquillaje. Hay una mesa de televisión vacía y una mesa con té, café y refrescos. Hay tanques de aire comprimido. Algunos hombres traen somieres y los apilan. Hay botellas de suero. Un encargado de utilería norteamericano muy corpulento levantó a un filipino y finge que va a lanzarlo fuera, al barro. Están colocando unas mesas en el centro. Creo que están preparándose para servir el almuerzo aquí.
Una enfermera se está instalando en el otro extremo de la mesa a la que estoy sentada. Tiene ya una pequeña cola de hombres que necesitan atención: un corte en un dedo, una jaqueca, una astilla clavada, una erupción, y demás. Tengo tendencia a evitar mirar los problemas de los demás. Fuera, Dean se pelea con el nuevo utilero. Lo oigo decir:
-Bueno, pues entonces vete a tu casa.
Gray intenta hacer de árbitro. Creo que el utilero se marchó.
Joe Lombardi lleva el tractor como si fuera un cowboy, arrastrando el falso helicóptero por el camino, hacia el set.
Una de las patas del helicóptero se ha desprendido y ha herido a Joe en el pie. Todos se amontonan a su alrededor.
Los hombres del departamento de pintura han mezclado barro dentro de los cascos y están salpicando con él las paredes del hospital de campaña.
23 de mayo, Manila, al anochecer
A pesar de los avisos de tormenta, regresamos de Iba en el helicóptero. El piloto propuso iniciar el viaje y, si empeoraba la situación, aterrizar junto a la carretera y buscar a alguien que nos llevara hasta el hotel más próximo para pasar la noche. Volamos a muy poca altitud y teníamos la sensación de velocidad que no se tiene normalmente. El suelo parecía una pantalla en la que se proyectaban imágenes cambiantes del mar, la playa, casas, arrozales, colinas y montañas. Luego pasamos por una zona de estanques enormes y diques de contención. De vez en cuando se veía una zona más ancha en el dique, con una casa colocada sobre una pequeña parcela de tierra totalmente rodeada de agua; o una pequeña aldea de unas pocas hileras de casas, en una franja de tierra de cinco metros, con los botes como único medio de comunicación con el resto del mundo. Yo siempre creí que en estas zonas inundadas sólo había arrozales, pero el piloto me dijo que había piscifactorías, con unos cuarenta mil peces en cada estanque. También crían gambas y cangrejos. Durante todo el trayecto, la gente salía de sus cabañas y nos saludaba con la mano.
Cuando alcanzamos el puerto de Manila llovía a mares y había mucho viento. El helicóptero parecía volar de lado y desde él veíamos varios barcos destrozados por el temporal.
24 de mayo, Manila
Hace cinco días que llueve en Manila. En el patio de atrás hay más de un palmo de agua. Vino el casero y sacó la alfombra empapada, que realmente empezaba a apestar. Cecilia está intentando barrer el agua hacia la puerta lateral o por la rejilla que hay en el suelo del cuarto de baño.
Las bombas eléctricas que impulsan el agua hacia esta zona llevan cuatro días sin funcionar. Esta mañana me metí bajo la lluvia y llené un balde con agua de la piscina. Lo llevé al cuarto de baño para lavarme la cara y los dientes. Luego necesité dos baldes más para el inodoro.
Llevé a los niños a unas grandes tiendas para comprarles zapatillas. Tardamos casi tres horas. No fui capaz de comprender el funcionamiento hasta al cabo de un rato: primero uno toma una muestra de los zapatos que quiere y la lleva a un mostrador, donde debe esperar su turno hasta que una chica pide un par de su talle. Al cabo de unos quince minutos un chico trae los zapatos para que uno se los pruebe. Puesto que llegar hasta aquí lleva media hora, uno lo piensa dos veces antes de decir que no le van bien. Cuando uno dice que sí, una joven hace la factura por triplicado, con el viejo sistema de papel carbónico. Entonces toca un timbre y, al cabo de un rato, un muchacho aparece y se lleva el dinero y la factura a no sé dónde. Luego regresa con el cambio y un recibo de entrega. Uno lleva el recibo a otro mostrador y hace cola para que le entreguen su paquete. Los zapatos estaban todos en el entrepiso, pero el laberinto de mostradores para probarse, hacer la factura, envolver, etcétera, no estaba indicado con claridad. Resultó que mis botas de lluvia estaban en el departamento de señoras, las zapatillas de Sofía en el de niños, las de Roman en el de jóvenes y las de Gio en el de hombres, cada uno con su serie de mostradores. Llegó un momento en que me puse a mirar por el balcón y empecé a preguntarme cuánto tardarían y cuántos papeles carbónicos emplearían si me lanzaba al vacío y tenían que recogerme. Me senté en un banco y me eché a llorar como una tonta, pensando en Macy's [3] y en mi tarjeta de crédito.
25 de mayo, Manila
Está lloviendo realmente fuerte. Hay mucho viento y las palmeras azotan la casa. Parece una de esas tormentas tropicales que uno lee en los diarios, y de las cuales no recuerda que hayan mencionando su tremendo mido. Tenemos que hablamos a gritos.
Es fantástico sentir el frescor, pero ahora estamos totalmente empapados. Todo está blando y empezando a llenarse de moho.
El domingo por la noche, Francis, Bill Graham y el equipo italiano se marcharon en ómnibus hacia Iba. Los aviones no pueden despegar con este tiempo. Les llevó ocho horas hacer un trayecto que suele durar cuatro, y al final tuvieron que detenerse porque el camino estaba hecho un barrial. Ayer no pudieron filmar, con lo cual imagino que Francis estará de un humor de perros.
Estuve en la oficina. Aquello parecía un cuartel, con el personal de producción inclinado sobre los mapas y tratando de decidir qué hacer. No hay conexión telefónica con Iba. La compañía había contratado a un hombre para teclear los mensajes en código Morse, pero ahora eso tampoco funciona. Querían coordinar la llegada de unos camiones hasta el camino para trasladar a la gente desde allí en embarcaciones. El camino que llega hasta el set de Pagsanjan también está cerrado, y la lancha de patrulla nueva que iba en camión desde Baler hasta Iba está atrapada en algún pueblo de montaña. No hay comunicación posible entre ninguno de los puntos.
26 de mayo, Manila
Hoy es el octavo día seguido de lluvia. Acabo de prepararles a Sofía y a sus amigos un poco de plastilina en la cocina. Están cantando Jingle Bells y Sofía está haciendo un precioso Santa Claus, con su trineo y sus renos y unas bolas de nieve.
Llamaron desde la oficina para avisar que toda la compañía regresa a Manila. Los sets de Iba han quedado destrozados por la tormenta. Probablemente Francis vendrá a casa esta noche, si pueden encontrar la manera de traerlo. Están reservando pasajes para mandar a la gente a casa, a Los Ángeles, a Nueva York y a Roma. Se interrumpe la producción.
18:00 - Mona me acaba de llamar para decirme que no espere a Francis. Al final, mañana van a filmar. Un helicóptero logró llegar y se llevó a Francis y al equipo de camarógrafos al set de Iba. Francis quiere lluvia para la escena del hospital de campaña, de modo que ahora esperan que siga lloviendo hasta mañana. Mona me contó que el perito de la compañía aseguradora vendrá desde Singapur para evaluar los daños del tifón, pero de pronto tuvo que colgar porque debajo de su mesa había un ratón o una cucaracha tan grande que se podía cabalgar encima.
27 de mayo, Manila
Luciano es un corpulento romano con una gran melena. Parece un gladiador. El domingo estuvo en casa con su mujer. Acaban de adoptar un bebé filipino de dos días. Se sentó en la silla de Francis, con su hijo en brazos, realmente radiante. El bebé pesa menos de tres kilos; apenas llenaba la palma de la mano de Luciano. Le han puesto Fabrizio.
Maureen, la vecina de al lado, nos llevó a Sofía y a mí, con su hija pequeña Claire, a ver un grupo de danza de Mindanao. Actuaron en el pequeño salón de baile de un hotel. Nos sentamos en una mesa en primera fila. El programa empezó con unos bailes bastante atléticos, en los que usaban lanzas falsas. Los largos palos parecían casi rozamos las cabezas y a veces uno golpeaba la pared del diminuto escenario. Yo tenía la esperanza de ver telas espléndidas en sus trajes. Había muy pocas, pero la falda y el turbante más preciosos hechos a mano estaban combinados con una blusa de poliéster que parecía recién sacada del Woolworth's [4]
El espectáculo estaba patrocinado por la Asociación de Mujeres del American College de Manila. Era la primera vez que me encontraba en una sala repleta de mujeres occidentales desde que salimos de San Francisco. No podía cesar de mirar lo que las otras mujeres vestían, cómo se peinaban, qué tipo de zapatos calzaban. Luego me sorprendía a mí misma y me volvía a concentrar en los bailarines, pero mis ojos se desviaban una y otra vez para mirar a las otras mujeres.
28 de mayo, Manila
Acabo de prepararme un poco de crema de trigo. La primera cucharada me ha sorprendido, de lo caliente que estaba. Había olvidado el tiempo que hacía que no comía nada tan caliente. Aquí lo más normal es un mango frío.
El sabor de la crema de trigo me ha recordado cuando estaba embarazada y tenía náuseas. Fue lo único que comí durante cuatro meses. Hoy estoy mareada y me duele todo. Pensaría que es por el clima tropical o por algo exótico que comí, pero llevo cinco días aquí en Manila.
¡Dios! Acabo de pesarme y estoy en cuarenta y un kilos. No había pesado tan poco desde que tenía catorce años. Mi madre me escribió recientemente y me contó que había leído en alguna parte que los trópicos no son adecuados para las mujeres blancas.
Una de esas cucarachas gigantes acaba de aparecer por un extremo de la cama y se ha encaramado por la colcha. Esto agota mi paciencia. Apenas las tolero en la cocina y el baño. Janet Sheen me contó que una noche, en Iba, se despertó con una cucaracha en la cara.
29 de mayo, Manila
Acabo de darme cuenta de lo bien que estoy esta noche en casa, a solas. Sofía ha ido a pasar la noche a casa de los vecinos de aliado; Gio y Roman se han ido al cine con Marc y tomarán un taxi para volver, Les parece divertido correr a casa justo antes del toque de queda.
Francis está en Iba. Es el único que me preocupa. Está exhausto por todo y muy nervioso. Lleva unos cuantos días filmando con el barro hasta la cintura, empapado todo el día. Esta noche se reúne con el abogado y el personal de producción para evaluar lo que van a hacer tras el tifón. Mona fue hoy a Iba con el perito de la compañía de seguros y dijo que Francis quiere definitivamente interrumpir la producción durante unas semanas. Francis no se rinde con facilidad. Me pregunto qué planes tiene.
Esta mañana había un papelito al lado de la cafetera, con varios números anotados en tinta roja. Abajo decía que la producción lleva un retraso de seis semanas y que supera el presupuesto en dos millones de dólares.
Acabo de ver el nombre de Bob Dylan en la revista Time. Me recordó una noche que fue a nuestra casa de San Francisco y me sentí abochornada, aquí sentada, al otro lado del mundo y a un año de distancia. Acudió con Marlon Brando y otra gente después de un concierto organizado por Bill Graham. Francis preparó una olla enorme de espaguetis con aceite de oliva, ajo y bróculi. Yo estaba en la cocina, acabando de preparar los platos, y todo el mundo se fue sentando a la mesa. Bob estaba colgando su chaqueta, o algo así, y cuando llegó al comedor sólo quedaba un sitio libre, junto a los niños, en un extremo; así que se sentó allí, lejos de su mujer y de Marlon y Francis. Se quedó allí sentado con aire sombrío y, en la mitad de la cena, se levantó y se marchó. Yo intenté convencerme de que estaba cansado por el concierto y que probablemente no tendría hambre, pero tuve remordimientos por no haber sido una buena anfitriona. Nunca estoy cómoda con los grupos de gente que no conozco, y sin embargo me encuentro asiduamente en el epicentro de cenas espontáneas de diez o quince personas, muchas de ellas desconocidas. Supongo que el día que aprenda a relajarme y disfrutar, Francis decidirá convertirse en un ermitaño.
Había una mujer que me llamaba de vez en cuando y me preguntaba: «Ellie, dime, ¿quién estuvo cenando en la casa de ustedes la semana pasada?».
Un famoso al que no conozco es como una persona anónima a la que no conozco; me hace sentir tímida e incómoda, quizá todavía más que los anónimos.
Hoy me he pasado el día en cama, me sentía pésimo. Por la cabeza me han pasado cantidad de ideas aleatorias. Algo me hizo pensar en mi amiga Theo, que una vez me dijo que, en total, era la responsable de treinta y dos baños … contando la casa de Cleveland, la de Sun Valley, el rancho y la casa de San Francisco. Recuerdo que me reí, porque yo estaba en la casa de San Francisco y pensaba que seis baños eran muchos. Ahora creo que sumo veintisiete, si cuento nuestras casas de Los Ángeles, Nueva York, San Francisco y Napa, además de esta casa aquí en Manila.
30 de mayo, Manila
Francis regresó hoy. Bill Graham estaba con él. Me contó que pasaron por la misma zona de estanques que sobrevolamos la semana pasada. El tifón había derribado las pequeñas cabañas cerca de los diques y cientos de personas habían quedado atrapadas en los escombros. No parecía haber ninguna operación de salvamento oficial. Francis y Bill empezaron a hablar de todo lo que habían pasado durante los cinco últimos días. En Iba, el set del hospital de campaña había quedado totalmente destruido por el viento. La lancha de patrulla había sido arrastrada tierra adentro, a unos quince metros, hasta la primera hilera de carpas; la lancha se había incrustado contra la plataforma del helicóptero; el río había crecido muchísimo y se había llevado montones de provisiones que estaban cerca del muelle; el camión generador había sido cubierto por el agua y probablemente era irrecuperable; el riel del travelling estaba enterrado bajo un metro de barro. Todos colaboraron, acarreando sacos de arena y sacando barro, y el viernes y el sábado lograron filmar.
5 de junio, Manila
Hace una semana que me siento mal y tengo náuseas. Nunca he tenido náuseas y cansancio, excepto cuando estaba embarazada. Hoy he estado fantaseando sobre qué pasaría si estuviera embarazada. Pensé en cuántas horas he pasado cavilando sobre la posibilidad real de estar embarazada. Incluso hubo una época en mi vida en la que pensaba mucho por qué no quedaba embarazada. Me he preguntado cuánto tiempo promedio pasa una mujer pensando en este tema. Oí hablar de un médico que ha curado a algunos de producción que regresaron enfermos de Iba. Es filipino, y yo he estado yendo a un médico europeo. Le pedí que viniera a examinamos a Francis y a mí. Cuando llegó, a mí me ignoró por completo y en cambio hizo mucho aspaviento con Francis.
El punto básico de Su diagnóstico fue que estamos deshidratados y que nos falta sal. Dijo que las curas milagrosas que le había aplicado a la gente del equipo consistían en alimentación intravenosa. En cuanto se marchó, fui a la cocina y me comí dos rodajas de sandía, con mucha sal. Quizá sea todo psicológico, pero el caso es que me siento mejor.
8 de junio, aeropuerto de Manila
18:00 - Llevamos unos cuarenta y cinco minutos a bordo de un avión. Tomamos este vuelo con la esperanza de despegar hacia San Francisco. En seis o siete puntos entre la terminal y el avión había muchos policías con armas automáticas. El mes pasado ha habido dos secuestros de aviones por parte de los rebeldes, para atraer la atención sobre la guerra civil. Todavía no hemos despegado. Por altoparlante han anunciado que el retraso se debe a un problema de la fuente de energía externa. Estamos con las luces apagadas, excepto los indicadores de las salidas. El aire acondicionado también está apagado. La gente había subido al avión con cierto decoro; ahora están todos desabrochándose las camisas y abanicándose con los menús.
Regresamos a casa porque la producción se suspendió durante seis semanas. La compañía entera se traslada a Pagsanjan, a unas dos horas en coche desde Manila, por caminos asfaltados. Se va a concentrar todo en una única locación. Los sets que se destruyeron en Iba se van a reconstruir cerca de Pagsanjan. También dejamos nuestra casa de Manila. Robin se quedó para hacemos el traslado. Nos vamos a casa hasta que todo esté listo para reiniciar la filmación.
19:30 - Nos hicieron bajar del avión. Estoy sentada en una silla de plástico en la terminal del aeropuerto. Hay algo en esta sala de espera que podría ser de cualquier lugar del mundo. Una vez, en un vuelo a Río de Janeiro, llevaba toda la noche volando y de pronto me despertaron y me hicieron bajar en una terminal. No había nada particular en ella. Vi a muchos turistas japoneses y, de pronto, tuve miedo. Quizá me había equivocado de avión. Busqué pistas de en qué país me encontraba, en qué lugar del mundo estaba. Resultó ser Lima, Perú.
20:30 - Por altoparlante anuncian que el vuelo a Los Ángeles ha sido cancelado definitivamente. «Los pasajeros del vuelo 865 hacia Bangkok y Europa están embarcando ahora.» Todavía no han dicho nada sobre el vuelo 106 a Honolulu y San Francisco.
21:15 - Han anunciado nuestro vuelo. Partirá a las 22:15. El reloj de la pared marca las 14:30…
Estoy en ese punto en que empiezo a fijarme en las manchas de chicles aplastados en el suelo.
Comienzan a escocerme los ojos por el humo de cigarrillo que circula a través de las rejillas del aire acondicionado. Siempre digo que cada uno se fabrica su propia realidad, de manera que cuando me quedo atrapada así tendría que reconocer que yo lo he elegido. Pero en momentos así es cuando esta filosofía se me desmorona. Podría estar de mejor humor, supongo, pero acabamos de salir del hospital esta misma tarde. Francis y yo no nos encontrábamos bien, de manera que el médico nos mandó al hospital durante tres días. Nos hicieron muchas pruebas y nos alimentaron por vía intravenosa. El médico nos dijo que, por los resultados de los análisis, parecíamos haber pasado seis meses en un campo de concentración. Los dos estábamos deshidratados y con síntomas de desnutrición. Estuvimos en camas de hospital con suero y todo, hasta que Francis se puso tan nervioso que se levantó, les dijo que nos quitaran todos los sueros y nos largamos. La habitación parecía más bien de motel, toda alfombrada y música funcional. Estaba formada por una sala de estar y el dormitorio, separados por un biombo de acordeón. Teníamos dos camas individuales con dispositivos eléctricos, y Francis se pasaba los largos ratos de impaciencia jugueteando con los botones para elevar los pies, o la cabeza, o sencillamente elevar la cama hasta el máximo y luego hacerla descender. Ingresamos el lunes por la noche, y el martes por la mañana, cuando desperté, el guardaespaldas de Francis estaba sentado en el sofá, leyendo la guía de teléfonos. Tardé media hora en reunir el valor para pedirle que esperara fuera, en el pasillo.
Una enfermera pequeñita me dio un baño de esponja en la cama. Era muy discreta, y cada vez que acababa con una parte del cuerpo me la cubría, manteniendo en todo momento una actitud pudorosa frente al hombre que había en la cama adyacente. Empecé a fantasear sobre cuál sería su proceder cuando tuviera que asear a Francis. Cuando acabó con mi baño, me agradeció y desapareció. Entonces entró un enfermero para asear a Francis.
8 de junio
Hace unas veinticuatro horas que salimos de nuestra casa en Manila. Estamos volando el último tramo: Honolulu-San Francisco. Sofía tiene quince mantas y un montón de almohadas extendidas por los tres asientos a mi lado. Está jugando a las casitas con una niña de unos cuatro años, y empiezan a alborotarse. Roman tiene los auriculares puestos. Se ha aprendido de memoria el orden de la música en los diferentes canales estéreo. A la banda sonora de El Padrino en el canal 11 le sigue un cambio rápido al canal 3, justo a tiempo para que empiece a sonar la música de El golpe. Ahora Sofía ha dibujado una carita con un chicle pegado a un trozo de papel. Ha moldeado una boquita, dos ojos y una especie de serpiente que hace de pelo, y ahora está dibujando el cuerpo sobre el papel.
13 de junio, Napa
Nos despertamos aquí, en esta casita sin color. Cuando Francis abrió la puerta parecía igual que Dorothy abriendo la puerta del país de Oz. Hay un estanque reluciente con nenúfares, un islote con un sauce llorón y una rana grande y verde. Hay árboles en flor, setas tallados, arces japoneses con hojas de colores. Sofía salió corriendo por los pequeños senderos con su divertido pijama, como si fuera un duendecillo. A la derecha, los viñedos perfectamente cuidados se extienden hacia 10 alto de la colina hasta los eucaliptos y los robles gigantes, y detrás están los secuoyas. Es como el punto donde se encuentran el mundo real y el de los sueños. Me siento plena y en casa, y totalmente de acuerdo con el proverbial «hogar, dulce hogar». Manila me parece parte de una vida pasada.
Mediados de junio, Napa
Anoche abrimos una botella de vino de 1889 que Francis sacó de la parte más abarrotada de la bodega de la casa grande. El corcho estaba deshecho. Se encontraban aquí Bob Mondavi y Mike, y cada experto tenía una teoría diferente sobre cómo sacar el viejo tapón. Tardaron una media hora en sacarlo del todo. Buscaron algo para decantar el vino; sólo había un tarro grande de manteca de maní. El vino estaba todavía en buenas condiciones.
20 de junio, Napa
El sábado necesitaba desesperadamente estar a solas. Tenía ganas de llorar, pero no se me ocurría ningún motivo. Sólo deseaba marcharme, subir sola por la colina, pero tuve que estar vigilando a los niños mientras lavaban los platos y ordenaban. Es sorprendente lo desordenados que nos hemos vuelto todos, cómo nos hemos acostumbrado a dejar todo tirado por cualquier rincón. Vivir en esta casita representa un gran cambio respecto de tener a cuatro personas sirviéndolos en la gran casa de Manila, aunque prefiero estar aquí. Hacia el mediodía, cuando conseguimos que todo estuviera ordenado, y me disponía a salir, empezó a llegar gente. Eran amigos que venían a hacer un picnic. Me pregunté cómo decirles que quería estar a solas un rato. Finalmente reuní el valor suficiente y pedí permiso para ausentarme. Di un maravilloso paseo por un camino frondoso que iba hasta dos viejos depósitos de agua. Entre los árboles, se divisaba una vista panorámica del valle. Se veían las ordenadas hileras de viñedos y las colinas al otro lado. Estuve mucho tiempo allí sentada. Vi una liebre, varios pájaros carpinteros, un arrendajo azul. Los depósitos de agua estaban hechos con unos preciosos tablones descoloridos que habían sido rojos; eran del tipo de madera que se ve en las fotos de una cocina «campestre» en un departamento elegante neoyorquino. En algún lugar de mi mente me preguntaba todo el tiempo si mi familia e invitados se habrían enfadado conmigo.
21 de junio, Napa
Francis estaba leyendo un libro sobre la vida de Gengis Kan, haciendo comentarios en el grabador y murmurando cosas sobre Kurtz. Yo me fui con los niños al almacén de quesos. Compramos un excelente queso de cabra, un Cheddar de Borgoña, Camembert maduro, unos cuantos quesos blandos franceses de los que nunca había oído hablar y que estaban en la misma caja que el Boursin, y un poco de Gruyere. Cuando volvimos, Gio tomó unas hojas de parra y arreglamos los quesos encima de la tabla de cortar, entre las hojas. Entonces salimos fuera a organizar un picnic con fruta, pan y queso, sobre el césped, bajo el magnolio, que ahora está todo florido. Francis abrió una botella de Cabernet; los niños también tomaron vino.
24 de junio, Napa
Ayer Arlene y Mike vieron dos horas de metraje, y cuando llamaron para preguntamos si queríamos algo de la ciudad, Arlene dijo que la interpretación le había parecido poco definida. Francis quedó devastado; se siente totalmente derrotado. Ha invertido siete millones de dólares y varios meses de producción agotadora y ni siquiera fueron capaces de decirle «Has conseguido algo fantástico». Se quedó sumido en una auténtica depresión. Tal como yo lo veo, Francis tiene noventa horas de película, y no hay ningún fragmento que pueda dar la idea de cuáles son los quince minutos que él va a seleccionar. Lo que finalmente se ve en la pantalla no da ni la más remota pista sobre lo que quedó fuera. Para nadie tiene sentido ver un fragmento elegido al azar. Pero Francis se sintió desesperado y aterrorizado.
Hemos dormido fuera, en el césped. Era una noche hermosa, clara y llena de estrellas. Francis no paró de moverse y de dar vueltas, víctima de sus pesadillas. Nos despertamos al amanecer; había una luna nueva creciente que se levantaba por encima del horizonte, en medio de una luz rosada.
Francis me dijo que había soñado cómo terminar el guión, pero que ahora que estaba despierto no le parecía un final bueno. Ayer Francis habló con Brando por teléfono. Sabe que estará magnífico si le da un guión adecuado. Hemos estado hablando de todos los miedos que lo acucian, y casi todos parecen relacionados con el hecho de que el guión no está terminado. Ha estado leyendo, investigando, hablando, pensando, escribiendo y luchando con él cada día desde hace ya casi un año. Le sugerí que lo dictara todo, ahora mismo, de principio a fin, exteriorizando todo lo que tiene en la cabeza. Se conoce el material del derecho y del revés. Prácticamente se está mordiendo la cola.
Ahora se ha puesto a hacerla con el grabador. Ha empezado desde el principio y lo está narrando todo directamente. ¡Dios! Tengo esperanzas.
26 de junio, Napa
Francis me dijo que cuando habló con Brando, le preguntó por mí y por los niños. En realidad sólo nos hemos visto brevemente un par de veces. Las seis semanas que trabajó en El Padrino yo no acudí al set porque estaba embarazada. Tuve a Sofía en aquellos días. Fui a la fiesta el último día que él trabajaba; nos presentaron y yo llevaba al bebé en brazos. Debía de tener un par de semanas. Él la tomó en brazos y se maravilló con sus piececitos y le examinó sus largos dedos. Tuve la sensación de que se sentía totalmente cómodo con ella. No había expectativas, ni pretensiones ni bobadas, simplemente la niña. Francis también es así; le gustan los niños. Siempre habla con los niños y logra que jueguen con él. Ellos no tienen ideas preconcebidas sobre él o sobre sus películas. Y eso es un alivio.
Incluso yo misma lo experimento. Cuando vaya cobrar un cheque o utilizo mi tarjeta de crédito, a menudo la gente me pregunta si tengo algo que ver con Francis Ford Coppola. A veces les digo que estoy casada con él. Entonces se transforman ante mis ojos. Empiezan a sonreír nerviosamente y se olvidan de darme el recibo o mi paquete. Creo que tengo un aspecto bastante normal. Uso suéters y faldas y botas. Quizás esperan encontrarse a una conejita de Playboy; no lo sé. El año pasado, estaba comprando un coche Honda y el vendedor me hablaba con tono cortés y aburrido. Pero cuando hizo el contrato y vio mi nombre, se quedó azorado. Al final me pidió si podía hacerme una pregunta personal. Le dije que sí. Y entonces me preguntó, realmente preocupado, por qué no me compraba un Porsche o un Mercedes. Le dije que prácticamente sólo conduzco por San Francisco y que pensaba que el Honda era el coche más adecuado, pero mi respuesta no lo dejó satisfecho.