Capítulo 37

CONTRARIAMENTE a lo que Philipp temía, los hombres de Corrigan no les siguieron. Solo cuando estaban lejos de la ciudad, pararon en la espesura del bosque para montar su campamento.

Cuando contemplaban el chisporroteo de las llamas, Marie cobró consciencia de la suerte que habían tenido. Lo que sucedió en el límite de la ciudad habría podido acabar de otro modo.

En busca de protección, se acurrucó contra el hombro de Philipp. Su aroma y su calor tranquilizaban un poco sus sentidos y le quitaban el miedo. Posiblemente no era el hombre más fuerte de la tierra, pero cuando estaba cerca de él, se sentía tranquila y protegida.

—¿Adónde iremos ahora? —preguntó besándole la raya de su cabello—. Podríamos ir al Sur, a Estados Unidos.

—¿No te buscan allí?

—Sí, pero no creo que me reconozca nadie.

—¿Y si fuésemos más al norte?

—Allí hace aún más frío que aquí. Y hay todavía más lobos.

—Los lobos no me dan miedo.

—Es cierto. Casi me había olvidado de tu animal protector. Muy arriba en el norte hay muchos lobos blancos. Lobos polares.

Marie negó con la cabeza.

—No, no tengo mucho interés por ver más. Aquella loba me basta. ¿Sabías que los Cree me llamaban así a mí? Loba blanca.

—No me enteré cuando estuvimos con ellos.

—Es que entonces no utilizaron el nombre.

Marie enmudeció cuando una idea pasó de repente por su cabeza. Era como si la voz de su hermano le estuviera susurrando:

—Ya sabes a donde has de ir.

—Podríamos unirnos a los Cree.

—¿Para siempre? —preguntó Philipp sorprendido.

—¿Por qué no? —Marie esbozó una sonrisa soñadora—. Seguro que allí el Veranillo de San Martín ha de ser precioso.

—Pero el invierno será duro —objetó Philipp—. Al menos deberíamos levantar una cabaña en el bosque. Puede que los tipis de los Cree no estén nada mal, pero en invierno prefiero unas paredes sólidas y un buen fuego chisporroteando.

Tendremos tiempo suficiente para construirnos un hogar. —Marie se levantó y le tendió las manos—. Ahora acostémonos.

Cuando protegidos por los toldos de la tienda se encontraron sus labios, Marie tenía la sensación de que una vieja maldición desaparecía de su alma. Se desvaneció toda la falta de amor, y también todas las decepciones e incluso el luto. Todo había quedado desterrado en el desván de su corazón. Cuando ella y Philipp se dejaron caer desnudos sobre la manta, con sus cuerpos enlazados por la pasión y sus almas sumergidas una en la otra, no existía ningún peligro ni ninguna amenaza, solo existían ellos dos.

Más tarde, cuando, agotados, estaban tendidos uno al lado del otro, Marie sacó el cuadernillo de debajo del fardo de su ropa. Le resultaba desagradable la idea de que lo hubiesen podido leer Stella y Jeremy, pero quizá podía limpiarlo si contaba la historia anotada en él a alguien a quien amaba.

—¿Qué es esto? —preguntó Philipp sorprendido mientras le acariciaba los hombros y las mejillas—. No tendrás intención de darme ahora una clase, ¿verdad?

—No, seguro que no. Solo quiero que tú tengas todo lo mío. Realmente todo.

—¿No lo acabo de tener?

Jugueteando, le besó el lóbulo de la oreja.

—Has tenido mi cuerpo. Y mi alma. Pero eso de aquí es mi pasado y quiero que lo conozcas para que sepas la pieza que has cazado al estar conmigo.

Marie se inclinó sobre él y lo besó apasionadamente.

—¡Te quiero, Philipp Carter!

Onawah los examinó incrédula cuando entraron a caballo en el campamento y se detuvieron finalmente ante su tienda.

—¿Otra vez malas noticias? —preguntó escéptica, después de abrazar a Marie.

—No, esta vez hemos venido porque nos queremos quedar con vosotros.

La curandera enarcó sorprendida las cejas.

—¿Os queréis quedar? ¿Aquí?

—No tenemos otro lugar adonde ir —explicó Philipp—. Por eso queríamos pediros que nos acojáis. En la ciudad nos amenaza Corrigan. Y Marie ha roto su compromiso.

—¿Compromiso?

—Me he separado del hombre con quien tenía que casarme. —Marie tomó la mano de Philipp—. Porque ese es el hombre a quien quiero de verdad.

Una sonrisa distendió la expresión seria de Onawah. Les dijo algo en lengua Cree a los demás y, al oírlo, algunas mujeres estallaron en júbilo.

—Tenéis que hablar con el jefe. Os dará pieles para un tipi.

—Más bien queríamos pedir permiso para construir una cabaña en vuestros bosques —dijo Philipp.

—¿Por qué queréis encerrar vuestro aire entre paredes de madera?

Marie la miró esbozando una ancha sonrisa.

—Así de raros somos los blancos. Pero sería bonito si pudiésemos establecernos cerca de vosotros. A cambio yo os enseñaría mi idioma.

—Pero nos lo está enseñando Tahawah. Por cierto, tiene un niño en la barriga, poco después de la boda.

—En seguida iré a felicitarla. Pero puedo enseñaros más cosas si me lo permitís.

—Lo comentaremos mañana. Hoy vamos a celebrar primero que estáis aquí.

Con estas palabras Onawah arrastró a los dos a su tienda.

Pasaron tres meses hasta que finalizó la construcción de la cabaña. Afortunadamente este año se retrasó el invierno, de modo que no tuvieron que pasar a través de la nieve cuando venían al campamento de los Cree.

Philipp y Marie solían pasar los anocheceres sentados en la piel de oso, a menudo abrazándose apasionadamente. Ninguno de los dos podía imaginar una vida mejor que la que estaban viviendo en aquellos momentos.

Pero un día alguien llamó golpeando fuertemente la puerta. Cuando Philipp abrió, apareció la cara de Nahi, una prima de Tahawah que daría a luz dentro de dos meses.

—¡Vosotros venir! —exclamó la joven muy nerviosa—. ¡Jinetes!

Marie miró asustada a Philipp. ¿Serían los hombres de la ciudad? ¿Habría Corrigan formado al fin su tropa?

Antes de que pudiesen preguntar, la mujer se marchó corriendo.

Philipp, que pensaba lo mismo que ella, cogió su arma. Solo no conseguiría nada con el rifle, pero sabía que también los Cree tenían fusiles.

—Mejor que te quedes aquí —le dijo a Marie, que ya se estaba echando su piel de búfalo sobre los hombros—. Puede ser peligroso.

—Precisamente por eso es mejor que te acompañe —replicó Marie decidida—. Tal vez pueda apelar a su conciencia.

—Más bien los vas a provocar y conseguir que disparen —contestó Philipp con una sonrisa algo forzada—. Tienes talento para eso.

—Intentaré ser diplomática. Y si la cosa se pone realmente peligrosa volveré al bosque.

Philipp, que sabía que no lo haría, se dio por vencido.

—Bien, entonces ven. Pero te quedarás detrás de mí.

En vez de protestar, Marie le dio un beso; después abandonaron la cabaña a toda prisa.

Mientras se deslizaban entre los troncos de los árboles, aguzaban el oído atentos a cualquier ruido sospechoso o voces.

De repente Marie creyó ver un movimiento entre los árboles. Cuando miró a su lado vio que era algo de color blanco.

—¡La loba! —balbuceó sobresaltada.

Philipp, que no acababa de creer en los espíritus protectores de los indios, dijo, quitándole importancia:

—Que va a ser peligroso, eso ya te lo puedo decir yo. Aún estás a tiempo de volver.

—No, me quedo contigo —insistió Marie observando a la loba que, entretanto, se había sentado junto al tronco de un árbol. «Ya que estás aquí, ¡protégenos!», le dijo mentalmente.

Tampoco oyeron tiros al llegar al borde del bosque, pero ambos sabían que esta paz podía ser engañosa. Tal vez Corrigan y su gente intentaban primero ahuyentar a los Cree con palabras. Philipp aceleró un poco el paso porque quería estar en condiciones de disparar antes de que las balas del adversario pudiesen alcanzar a Marie.

De repente se detuvo.

—¿Qué sucede? —preguntó Marie cuyo corazón latía con fuerza. En vez de toda una banda de jinetes, Marie solo divisó dos caballos. ¿Serían de los tratantes de pieles?

—Vamos a comprobarlo —dijo Philipp que, como medida de precaución, mantenía su arma en la mano.

Llegados al campamento, avistaron primero a una multitud de Cree que, con pieles en los hombros, contemplaban a los recién llegados. Entonces vieron a los dos jinetes.

—¡No es posible! —Marie se tapó la boca con la mano—. ¡Allison! ¡James!

Los Isbel, que estaban enfrascados en una conversación con Onawah, se volvieron al oír su llamada.

—¡Marie! ¡Philipp! —Allison fue la primera en correr hacia ellos y en abrazarlos—. Hacía tanto que no dabais señales de vida que decidimos venir a ver cómo os ha ido.

—¡Y también tenemos novedades para vosotros! —añadió James Isbel antes de darles la mano.

—Entonces acompañadnos y veréis nuestro nuevo hogar —dijo Philipp mientras Marie saludaba con la mano a Onawah. Y se pusieron en marcha hacia la cabaña con los Isbel siguiéndoles.

Naturalmente, entretanto la loba blanca había desaparecido. «¿Será posible que no solo indique cosas malas?», se preguntó Marie, mientras iba señalando a Allison dónde debía poner el pie para no torcerse el tobillo.

—Es una vivienda muy acogedora —observó James mientras con la mano comprobaba la calidad de las vigas rústicas.

—Y sobre todo estamos calentitos —añadió Philipp—. Los Cree consideran que estamos locos, pero de vez en cuando vienen a contemplar nuestro extraño tipi.

Mientras Philipp echaba unos leños al fuego de la chimenea, Marie preparaba el té.

—Lo siento, no es un Earl Grey, sino un té hecho de hierbas que hemos recogido aquí en el bosque —explicó Marie—. Pero tiene un sabor excelente.

—Dijisteis algo de novedades. ¿Qué ha pasado entretanto en Selkirk?

Philipp se mostró inquieto.

Pero Isbel esbozó una ancha sonrisa.

—Son novedades que os interesarán. Ya se las he comunicado a esa Onawah. Es realmente una mujer fascinante.

—¿Y de qué se trata? —Marie apretaba nerviosamente entre las manos una de las toallas para secar platos que Allison le había dado unos meses antes—. ¿Es que Corrigan ya ha acabado de formar su ejército?

—Temo que Mr. Corrigan ya no podrá formar ningún ejército. Hace dos semanas una delegación gubernamental se presentó porque habían recibido un telegrama que informaba de desmanes contra los Cree. Resulta que el gobernador no es precisamente amigo de los Cree, pero tampoco lo es de Corrigan. Detuvieron al alcalde, aunque no por el ataque que planeaba contra los Cree sino por desfalco y prevaricación. Por lo visto ya había provocado disturbios en otros lugares.

—¡Qué suerte para nosotros!

Marie respiró aliviada aunque no estaba contenta. Le habría gustado más que hubiesen declarado responsable a Corrigan de la expulsión y el planeado asesinato de los Cree, pero seguro que no se habría encontrado ningún juez dispuesto a juzgarlo.

—Pese a todo, temo que traerán la línea de ferrocarril —observó Isbel—. La gente de la Canadian Pacific Railway ya está negociando con Mr. Bellamy, nuestro nuevo alcalde. No os preocupéis —añadió al ver que Marie fruncía el ceño—. Es cierto que Bellamy permitió que se honrara de aquella extraña manera a Corrigan en su casa, pero a diferencia de él, es una persona moderada que no busca una solución violenta.

—Espero realmente que sea capaz de conseguir que todo se desarrolle sin que se vierta sangre —añadió Allison Isbel—. Y tal vez vosotros podáis contribuir a que todo transcurra de forma pacífica sin que se emplee violencia ni de un lado ni de otro. Seguro que vuestra relación con los Cree resultará muy valiosa.

—Con mucho gusto haremos de intermediarios y nos alegraremos de poder ser útiles —contestó Philipp—. Pero los guerreros llevan las ganas de luchar en la sangre. Eso lo sabes tú tan bien como yo, James.

James asintió.

—Lo sé, pero no quiero perder la esperanza de que, al fin, los seres humanos sean capaces de conseguir algo sin tener que recurrir a las armas.

Mientras tomaban la infusión de hierbas y Philipp lograba ensartar al fin un muslo de ciervo en el espeto, comentaban cosas de la ciudad. Cuando se aludió a los antiguos alumnos de Marie, naturalmente Isbel formuló inmediatamente otra pregunta:

—¿Y estás segura de no querer volver? Tus clases eran muy buenas y se echan de menos en mi colegio.

—Eres muy amable, pero creo que mis metas están en otro lugar. —Marie dirigió una cariñosa mirada a Philipp—. Aquí nos hemos construido una casa e intentaremos compartir algunos de nuestros conocimientos con los Cree. Quizá llegue un día en que las relaciones que los blancos tenemos con los Cree sean menos complicadas.

—Es una meta muy noble, Marie —replicó Isbel con admiración en la voz—. Espero que tengas claro que eso no solo os traerá reconocimiento y amigos. Hay muchos blancos que no quieren que los indios tengan cultura, pues entonces se les podría ocurrir pedir que les devuelvan su territorio. Aunque hayan detenido a Corrigan, no se han producido grandes cambios en Selkirk.

—Pues con más motivo vamos a quedarnos aquí. —Philipp rodeó a Marie con el brazo—. Pero tú y tu mujer seréis siempre bienvenidos en nuestra casa si en algún momento volvéis a estar hartos de lo que ocurre en la ciudad.

Allison Isbel dijo con una sonrisa:

—Segurísimo que haremos uso de esta oferta.

Cuando al fin los Isbel se quedaron dormidos tras una cena de tortas de pan y carne de ciervo, Philipp y Marie se acurrucaron sobre su piel de oso ante la chimenea. Él le acariciaba suavemente los brazos y le besaba cariñosamente las sienes mientras ella disfrutaba del calor de su cuerpo y de su olor. Las llamas crepitantes envolvían sus cuerpos en una luz cálida.

—Ni siquiera has preguntado por ellos —susurró Philipp, pues no quería despertar a los Isbel.

Marie, que sabía a quién se refería, hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No quiero saber nada de ellos.

—¿Ni siquiera de Rose? Creía que era la mejor de todos ellos.

—Espero que se dé cuenta de que ya es hora de que se independice de la madre que tiene. Y de su primo. Le deseo de corazón que llegue a ser feliz con el hombre a quien adora y que se ahorre muchas penas.

A medida que iba hablando, Marie se dio cuenta de que sí le interesaba saber qué había sido de Rose. Pero no era nada de lo que tuviese que preocuparse este mismo día.

—Ahora que Corrigan ya no está, podríamos volver —dio a pensar Philipp.

—No me apetece —contestó Marie, dándose la vuelta entre sus brazos—. ¿En qué lugar se podría estar mejor que en este?

—Pero aquí no puedes ser realmente maestra. Sé que es tu pasión. Y ya has oído que Isbel volvería a darte trabajo en cualquier momento.

—Todavía no soy maestra aquí, pero esto puede cambiar. Y tal vez cambie también mi opinión referente a la vuelta a Selkirk. —Marie enmudeció y miró profundamente a los ojos de Philipp—: Pero una cosa es segura, Philipp Carter.

—¿Y de qué se trata?

—Que te llevaré conmigo, vaya a donde vaya. Y tanto si quieres como si no quieres.

—¿De verdad?

Philipp sonrió en silencio.

Cuando Marie asintió, sus labios se encontraron en un apasionado beso. «La loba blanca —se le pasó por la cabeza—, ha encontrado su lugar».