TAMBALEÁNDOSE y sintiéndose aturdida, Marie regresó a casa de Stella. Solo de pasada percibía las pulsaciones de la mano. Mucho más intenso era el fuego que sentía en su alma. ¡Había besado a Philipp! No había sido un beso áspero y lleno de deseo, sino un beso pasional y lleno de cariño. Un beso que, en secreto, había anhelado ya cuando Philipp estaba tumbado en la camilla ante ella en la consulta del doctor Duval.
Una voz masculina, que le resultaba familiar la devolvió a la realidad. A Marie se le heló la sangre en las venas.
—Nuestra parte de la línea del ferrocarril llevará de Selkirk a Saskatoon, pasando por Brandon.
Un dedo se deslizó sobre un mapa.
—Pero es territorio indio —contestó el segundo hombre en quien Marie reconoció a Jeremy. ¿De qué tenían que hablar él y Corrigan?
—Soy consciente de ello. Y también sé que tendremos que eliminar ese problema antes de que se pueda empezar con la construcción.
—¿Eliminar el problema? —Marie jadeó asustada y se tapó la boca con la mano.
—Dentro de tres semanas llegarán unos representantes de la Canadian Pacific que quieren informarse sobre la situación. Si se encuentran con unas condiciones ideales, seguramente firmarán enseguida un contrato con nosotros. En caso contrario, la línea pasará lejos de Selkirk, y eso sería la sentencia de muerte para nuestro municipio.
Jeremy suspiró. Después, por lo visto, se puso a reflexionar.
—¿Y cómo piensa arreglar el asunto con los indios? ¿No cree que podrán surgir problemas con el Gobierno? Al fin y al cabo les asignó el territorio a los Cree.
—El Gobierno está muy lejos y al gobernador le importa un bledo lo que hagamos aquí. El progreso es imparable, Plummer, y aquí nosotros podemos escribir la historia.
—Sin embargo, no acabo de entender para qué necesita mi ayuda.
—Usted comprometerá desde el púlpito a la gente de aquí con el progreso. Tengo entendido que la mayoría de los habitantes mayores de la ciudad están de mi parte, pero necesito también el acuerdo de los jóvenes. Influya en ellos, explíqueles que lo que hacemos aquí complace a Dios. Necesitamos esta línea de ferrocarril. ¡Sin ella en pocos meses la gente de aquí lo pasará muy mal y el trabajo de años se habrá arruinado!
—Está bien. ¡Haré todo lo que me sea posible!
—¡Estupendo! —Corrigan dio unas palmadas—. Sabía que con usted sí se puede hablar. Por desgracia no puedo decir lo mismo de su prometida. Tal vez convendría que la metiera un poco en cintura.
—¿Qué quiere decir con esto? —preguntó Jeremy sorprendido.
—Pese a mi bien intencionado consejo sigue difundiendo en el colegio que los indios son seres humanos como usted y yo. Parece que usted se ha encaprichado de una fémina bastante cabezota.
—Pero señor, ella…
—Y además ¿por qué permite que ella trabaje? ¡Usted es su prometido y puede prohibírselo!
—Quería financiar su ajuar por sus propios medios.
—Tendría que haberse casado con ella en el acto y sin ajuar. Entonces las cosas no habrían llegado hasta donde han llegado.
—Como usted sabe, hace poco que murió mi madre. ¿Qué impresión hubiese causado yo si en tales circunstancias me decido a celebrar alegremente mi boda?
—Bien, pero podrá hacerlo en breve. Después de tres meses seguro que su madre no tendrá inconveniente en que se case. A no ser que ya no quiera a la novia.
—¿Sabe qué ingente cantidad de dinero me ha costado hacerla traer aquí? —dijo Jeremy, dándose importancia.
Marie cerró los puños. ¿Acaso solo seguía adelante con los planes de boda porque ella le había costado dinero?
—Debería haber elegido a una mujer de la región —prosiguió Corrigan—. Seguro que mi gente le habría proporcionado una novia con la que sería más fácil entenderse.
Jeremy no contestó. Marie no sabía qué era peor: el que solo quisiera casarse con ella por lo que le había costado o que no contestara a la descarada propuesta de Corrigan.
—Además, uno de mis hombres la vio con aquel vagabundo. ¿Cómo era su nombre? —Tras una pausa efectista, Corrigan añadió—: Ah sí, Carter. Es una lástima que la paliza que le dio uno de mis hombres no haya servido de nada. Por lo visto, su prometida le ayudó y le ha conseguido un empleo en el colegio.
Marie se mordió la mano para no gemir. ¿Acaso aquel maldito alcalde estaba enterado de todo?
En vez de defenderla y de señalarle la puerta al alcalde, Jeremy se limitó a decir:
—Hablaré con ella. Después ya no interferirá en su camino. Se lo prometo.
—Bien. Habría sido una pena que hubiese tenido que tomar el mismo camino que los Cree.
—¿Y qué es lo que planea con relación a los Cree?
—Simplemente me encargaré de que ninguno de ellos siga causando problemas. Déjelo de mi cuenta.
Marie oyó el ruido de unas sillas en el suelo y se alejó de la pared de la casa. Su corazón latía más fuerte que todos los sonidos a su alrededor. ¿Qué debía hacer? ¿Entrar como si nada hubiese pasado?
De repente tuvo otra idea. ¡Tenía que advertir a Onawah! Si Corrigan planeaba realmente tomar medidas contra los Cree, ellos debían saber lo que se les avecinaba.
Pero ¿cuándo podría hacerlo? ¿Y cómo? ¿Debía representar durante un día más el papel de la novia que nada sospechaba? ¿Transformaría Jeremy esta misma noche en hechos la exigencia de Corrigan?
La fuerte lucha interna de Marie se vio interrumpida por el batir de una puerta. ¡Corrigan estaba saliendo de la casa!
Rápidamente dio la vuelta a la esquina, corrió hacia la casa vecina y se escondió tras ella. No hizo caso a los furiosos ladridos del perro del vecino y se asomó cuidadosamente tras la esquina.
Jeremy salió junto con Corrigan de la puerta que Marie podía ver perfectamente desde su escondrijo. Los dos se dieron la mano. Después el alcalde se marchó visiblemente satisfecho.
Marie se apoyó en la pared tras ella. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No le importaba que Jeremy no la quisiera. Al fin y al cabo tampoco ella sentía amor por él. Pero que se mostrase tan dispuesto a ayudar al alcalde a expulsar a unos seres humanos y, tal vez, incluso a matarlos, eso era demasiado para ella.
Tras mirar durante un rato al vacío, tomó una decisión. Ignorando las miradas de los pocos transeúntes en la calle mayor de Selkirk, corrió por la acera, recogiéndose la falda. Le parecía oír ya la voz acusadora de Stella, pero esta vez su decisión era firme: no haría lo que se esperaba de ella sino lo que le exigía su conciencia.
Llegó al colegio completamente sin aliento. Abrió la puerta con manos temblorosas y de puntillas se dirigió a la habitación de Philipp. En el piso superior oía a Mrs. Isbel trajinar en la cocina y por un instante pensó en la posibilidad de hacerla partícipe de sus intenciones. Pero antes de llegar a la escalera, desechó la idea. El único capaz de entenderla realmente era Carter, nadie más.
Se detuvo ante la puerta de Philipp y llamó con la mayor suavidad posible. Carter la miró desconcertado cuando ella abrió.
—Marie, ¿qué haces aquí?
—Philipp, necesito tu ayuda.
—¿Te ha vuelto a atacar alguien?
Marie negó con la cabeza.
—Cuando iba a entrar en casa, Corrigan estaba con Jeremy. Hablaron de los planes del ferrocarril. Jeremy está dispuesto a convertirse en la herramienta dócil de Corrigan.
—Casi no esperaba otra cosa, después de todo lo que me contaste de él.
—Tenemos que advertir a Onawah y a los Cree. Han de saber lo que planea Corrigan.
—Pero no entenderán gran cosa.
—Quizá no sepan lo que comporta la construcción del ferrocarril. Pero Corrigan planea expulsarlos sin la menor consideración. Habrá muertos, Philipp. Será igual de terrible que aquello por lo que tuviste que pasar tú.
Philipp la estrechó entre sus brazos y le acarició tranquilizador la espalda.
—No te precipites. Dudo que el Gobierno envíe al ejército por la construcción del ferrocarril. Seguro que habrá contratos, pues los indios ya viven aquí en reservas.
—¡No es el Gobierno! —replicó Marie—. Corrigan opina que lo que sucede aquí no interesa al Gobierno. Quiere proceder contra los Cree conjuntamente con la compañía del ferrocarril. Al menos tenemos que advertirles.
Philipp suspiró.
—Siempre ocurre lo mismo con los seres humanos. —La siguió abrazando y luego la miró—. ¿Sabes que habrá consecuencias si ahora partimos a caballo?
Marie asintió. Jeremy y Stella reventarían de rabia y de su compromiso podría seguramente olvidarse. Pero su conciencia le decía que estaba haciendo lo correcto. ¡Además estaba más que harta de la sociedad hipócrita de Selkirk!
—¡Salgamos a caballo!
—¿Y tu prometido?
—Corrigan le ha propuesto buscarle otra novia. Una que sea más dócil que yo. Jeremy solo sigue aferrándose a mí porque le he costado dinero.
Philipp asintió. Después se dirigió a la puerta.
—Necesitas un caballo. Quédate aquí hasta que vuelva de la cuadra donde alquilan caballos.
Una idea repentina pasó por la mente de Marie.
—¡Philipp, espera!
Carter se volvió y le dirigió una mirada sorprendida.
—Ya que te marchas, ¿sería posible que pusieras un telegrama?
—¿Un telegrama? ¿Para quién?
—Para el gobernador. Corrigan opina que el Gobierno no se interesa por lo que sucede aquí. Pero el Gobierno les ha dado el territorio a los Cree. Por lo tanto no puede tolerar así, por las buenas, semejante intromisión.
Philipp asintió con la cabeza.
—¡En seguida volveré!