Capítulo 31

STELLA y Rose regresaron tarde del baile. Marie, que tenía la vista clavada en el techo de la habitación, oyó el golpear de las puertas y el sonido de pasos.

«¿Me sacarán de la cama para preguntar qué ocurrió? —se dijo—. ¿O estarán demasiado bebidas para eso?».

Tras la conversación, Philipp insistió en acompañarla a casa. En silencio caminaron por las tranquilas calles mientras el viento traía hasta ellos el lejano ruido del baile.

Ante la puerta él se despidió cortésmente deseándole una buena noche. Marie, en cambio, en el mismo momento en que le volvió la espalda, sintió el deseo de correr tras él y de pasar la noche en la escuela. Pero era imposible. De todas formas, tendría ya problemas por haberse ido de la sala de baile sin avisar a nadie.

Como finalmente se dejó de oír el ruido de los pasos y se hizo el silencio, Marie cerró los ojos. Las palabras de Philipp retumbaban como truenos en su cabeza. «¿Cuándo llegará el momento para mí? —pensó acongojada—. No es así como imaginé el inicio de mi nueva vida».

Al día siguiente se levantó muy temprano pese a lo corto de la noche. Solo cuando se vistió tras el lavado matutino, se acordó de que era domingo. Decepcionada volvió a quitarse el vestido que solía llevar para ir al colegio y se puso el que se había comprado con su primer sueldo. Después de arreglarse el peinado, bajó a la cocina. Quizás un buen desayuno apaciguaría un poco a Stella.

Poco después de que Marie pusiera el agua a calentar, apareció Stella en la cocina. Marie se volvió sobresaltada mientras le daba los buenos días.

—Ayer desapareciste por las buenas y sin avisar. ¿Hubo algún motivo?

—No me encontraba bien.

Marie se volvió nuevamente hacia el caldero, pero el agua aún no hervía.

—Habrías podido ir en nuestro carruaje.

—No quería estropearos la fiesta.

—No lo habrías hecho —replicó Stella. Después dirigió una mirada examinadora a Marie—. ¿Está todo bien entre tú y Jeremy?

¡Como si hubiese algo que pudiese no estar bien! Marie ocultó sus pensamientos tras un fuerte ajetreo que la hizo dirigirse a toda prisa al estante en el que estaba el jarrón con la harina para el porridge.

—Todo está perfecto —mintió—. Ayer estuvo muy atento.

—Tal vez deberíais pasar más tiempo juntos —dijo Stella tras una breve reflexión—. ¿Cómo vais a convertiros en pareja si uno está aquí y el otro allí?

Si Stella se hubiese mostrado tan comprensiva hace unas semanas, Marie le habría dado la razón entusiasmada. Pero ahora no sabía si le apetecía aún conocer mejor a Jeremy. La exhibición de su entusiasmo por Mr. Corrigan ya le dijo a Marie demasiado sobre él.

—Jeremy vendrá hoy tras la misa. Quizás os convendría salir un poco al campo.

—No sé —contestó Marie frunciendo el ceño mientras se esforzaba por encontrar una excusa. Lo que no quería de ninguna manera era pasar la tarde a solas con Jeremy, un hombre al que no conocía en absoluto y a quien temía ahora llegar a conocer—. Aún no me encuentro bien y me duele la cabeza. Quizá sea mejor que me acueste tras la comida.

—Estás todavía muy pálida —dijo Rose que, por lo visto, pasó una magnífica noche en el baile.

—Preguntaré a Jeremy si le apetece hacer algo el próximo fin de semana.

La misa, y la comida después, fueron un auténtico suplicio. Jeremy la trató con la misma frialdad de antes, tal vez incluso con una frialdad aún mayor. Por lo visto, con su desaparición Marie le había puesto en evidencia ante sus nuevos amigos.

«¿Y qué habría pasado si me hubiese desmayado?», pensó Marie. Además al final la velada terminó con un giro agradable. La conversación con Philipp valió el que ahora aguantase el mal humor de Jeremy.

Como él no mostró interés por mantener una conversación con ella, Marie, como le había anunciado a Stella, se retiró tras la comida a su habitación y se echó sobre la cama. Sacó el cuadernillo que estaba ya casi lleno. Para lo que aún tenía que confiarle, tendría que escribir en letra más menuda.

Antes de que pudiese poner manos a la obra, alguien llamó a su puerta.

¿Sería Jeremy? ¿Venía a ver cómo estaba?

Sobresaltada, volvió a guardar el cuadernillo bajo el colchón y adoptó una postura conveniente antes de pedir al visitante que entrase.

—¿Te molesta que te haga un poco de compañía?

Rose le dirigió una mirada expectante. Era la única en la casa cuyo comportamiento frente a ella no había cambiado desde el baile.

—No, entra.

Rose entró de puntillas y cerró cuidadosamente la puerta.

—Siéntate a mi lado. —Marie señaló el borde de la cama cuando Rose se disponía a buscar una silla.

Azorada, Rose se sentó sobre la colcha y permaneció callada con la mirada baja.

«¿La habrá enviado Stella para que me vigile? —pensó Marie desconfiada—. ¿O porque quería despotricar sobre mí con Jeremy sin ser molestada?». Avergonzada reprimió estos pensamientos. ¿Por qué era tan desconfiada con los demás? Al fin y al cabo, no todos tenían algo que ocultar, y no todos querían hacerle únicamente daño a ella.

—Lamento que para ti el baile no haya resultado agradable —comenzó Rose susurrando—. Tengo mala conciencia, pues para mí sí lo fue.

—Entonces, dime, ¿qué pasó tras el discurso de Jeremy?

—¡Creo tener un admirador! —soltó Rose—. Uno de los hombres me sacó constantemente a bailar.

Marie sonrió ante la idea de que alguien del círculo de los Bellamy pudiese enamorarse de la prima de un reverendo. «No todos los seres humanos son malos», se reprendió al instante.

Rose no pareció haberse dado cuenta de este pensamiento de Marie. Sus ojos brillaban como si realmente la flecha del amor le hubiese penetrado con fuerza.

—¿Era ese chico de los Hanson el que se interesa por ti?

Rose negó divertida con la cabeza.

—No, se llama Chester Beauregard. Es de una familia acaudalada y acaba de mudarse a Selkirk.

—Parece haber conquistado realmente tu corazón.

—Sí, lo ha hecho. —Con un gesto teatral, Rose se puso las manos en el pecho—. Tiene el cabello castaño y los ojos de color marrón. Sí, tiene el aspecto de los franceses que viven en el oeste. Y tiene unos modales impecables.

—Me alegro por ti. —Marie le tomó la mano—. Pero ten mucho cuidado, Rose, ¿me lo prometes?

—Pero ¿por qué? —preguntó Rose sorprendida.

—No todos los hombres son honrados. Los hay que solo quieren seducir a una chica guapa y después ponen pies en polvorosa.

—¡Pero Chester no es así!

—Ni yo lo he afirmado. Seguro que es un joven muy honorable y si tiene intención de casarse contigo, no deberías hacerte rogar demasiado.

—¡No lo haré! —replicó Rose, y efectivamente eso fue todo lo que quiso comunicarle a Marie—. Pero has de prometerme que no le dirás nada a mi madre.

Marie asintió.

—¡Sé guardar un secreto!

—Bien.

Rose se levantó con una sonrisa pensativa y regresó a su habitación, seguramente para soñar con su Chester.

Marie cerró los ojos, pero no fue en Jeremy en quien pensó. Sus pensamientos se encaminaron a la escuela, a la pequeña habitación en la que Philipp estaría ocupado en cualquier cosa y tal vez le dedicase también a ella algún pequeño pensamiento.