Capítulo 28

—LEVANTE un poco más los brazos y no respire, por favor —ordenó la modista mientras rodeaba la cintura de Marie con su cinta métrica.

Mientras Marie contenía la respiración, echó una mirada furtiva a Rose que ya había pasado por el mismo procedimiento y parecía algo desconcertada ante la gran variedad de tentadoras muestras de tela. Naturalmente Stella había explicado a las dos que solo debían elegir telas oscuras y tener en cuenta el precio. Stella rechazó enérgicamente la advertencia de Marie de que quería pagar la tela de su propio bolsillo.

Al principio Marie había tenido sus dudas en cuanto a la pericia de Mrs. Nichols, pero cuando vio con qué habilidad se desenvolvía ella y sus ayudantes, aumentó su confianza en que no tendría que avergonzarse en el baile.

—Ya puede bajar los brazos.

Aliviada, Marie dejó caer los brazos y movió los dedos para acabar con el molesto cosquilleo. ¿Cuánto tiempo más tendría que permanecer aquí de pie? Empezaba a tener la sensación de que Mrs. Nichols había tomado la medida a cada pulgada de su cuerpo.

En cualquier caso Mrs. Nichols aún no daba señal de finalizar. Hacía continuas anotaciones en su libreta y luego daba instrucciones a las empleadas. Un instante después, la cinta métrica volvía a ceñir la cintura de Marie.

—¡Y ahora espire! No querrá ahogarse en su corsé ¿verdad?

Marie negó con la cabeza. ¿Cuánto tiempo haría que no se ponía corsé? El que tenía en su época del instituto lo cambió por otro más sencillo, porque las varillas de acero le resultaban incómodas. Gracias a su estrecha cintura no se notaba que no iba ceñida.

Cuando pudo al fin descender de la pequeña tarima, la modista sacó de una cesta un cuaderno de muestras y se lo tendió.

—¿Y qué tela le gusta más, querida?

Al formular esta pregunta, Mrs. Nichols parecía una abuela bondadosa que quiere hacerle un bonito regalo a su nieta.

Marie hojeaba las muestras de tela. Se detuvo al llegar a una tela azul de tafetán con rosas tejidas encima. «Es perfecta», pensó. No era ni demasiado clara ni excesivamente cara, como indicaba la etiqueta con el precio, discretamente colocada.

¿Qué le parecería a Jeremy? Al hacerse esta pregunta, se sorprendió preguntándose también si la tela gustaría a Philipp. Sin poderlo evitar, se vio inmersa en un ensueño en el que, enfundada en este traje, se cruzó con Philipp en la calle, y él se la quedó mirando boquiabierto.

—¿Se ha decidido por esta tela? —la arrancó Mrs. Nichols de su ensoñación—. Tiene usted aspecto de haberse enamorado.

—¿Enamorado, de quién? —preguntó Marie desconcertada hasta que se dio cuenta de que la modista se refería a la tela—. Ah sí, esta es maravillosa.

—Y encaja estupendamente con sus ojos. —La mujer la miró detenidamente. Después añadió—: No quiero hablar de más, pero con un vestido hecho de esta tela romperá usted muchos corazones.

—Con este vestido solo quiero gustar a uno, a mi prometido —contestó Marie con diplomacia, aunque tenía la sensación de que Mrs. Nichols ya sabía la verdad. Que, en realidad, ella albergaba la absurda esperanza de cruzarse con Philipp camino de la sala de baile para que pudiese verla así.

—Es muy loable —dijo la modista. Después señaló a Rose, que aún no se decidía—. Tal vez pueda ayudar un poco a su prima. Parece que elegir le cuesta más que a usted.

Marie contestó afirmativamente a Mrs. Nichols con un movimiento de cabeza. Después se sentó junto a Rose en el sofá.

—Es una elección difícil, ¿verdad?

—¡Uf! —suspiró Rose mientras, algo malhumorada, pasaba la mano por una sencilla tela negra de algodón.

—¿No es cierto que te gusta? —preguntó Marie escéptica.

—No, pero le gustaría a mi madre.

En este momento Rose le daba a Marie realmente pena.

—Deberías escoger algo que te guste a ti. Mira, yo me quedo esta.

Abrió el libro de muestras por la página del tafetán azul marino. Rose exclamó jadeante:

—¡Pero no es de color negro!

—Claro que no. Pero yo no soy viuda, ¿verdad? Y tú tampoco lo eres. Con un tono oscuro como este no atentamos contra el honor de la madre de Jeremy y, sin embargo, tendremos aspecto de jóvenes. —Marie decidió jugar la carta triunfal—. Además quiero gustarle a Jeremy con este vestido y conseguir que pase más tiempo conmigo.

Cuando Marie le guiñó el ojo, Rose se ruborizó.

—Vamos a ver, si quieres que un hombre te haga la corte, tendrías que elegir algo diferente a esto.

—¿Y qué?

Rose parecía realmente desconcertada.

Marie se acordó del vestido de color ciruela del escaparate. Pasó las páginas y no tardó en encontrar una tela parecida. Se la mostró a Rose.

—Esta daría a tu cutis un aspecto delicado y blanco y encajaría a la perfección con tu pelo negro. Además, a la luz de las velas parecerá negra, ya que quieres que sea de este color.

—Pero eso es…

No se acordó del nombre del color.

—Nosotros lo llamamos azul ciruela. Azul como las ciruelas. Estoy segura de que muchos hombres se volverán para mirarte si lo combinas con el peinado adecuado.

Rose la miraba como si esperara que en cualquier momento cayera un rayo del cielo y matara a las dos por su osadía. Pero nada sucedió. Y una hora después Mrs. Nichols abandonó la casa llevándose el pedido del tafetán azul, del de color ciruela y de otro tafetán negro para Stella.

Aquel día por la tarde, Philipp no se presentó a la hora del té. Isbel le manifestó a Marie que le había enviado al carpintero para que encargase cuatro nuevos bancos escolares.

—¿Van a venir nuevos alumnos? —preguntó Marie sorprendida mientras colocaba en su plato uno de los scones de Allison, que tenían fama en toda la ciudad. En casa de los Isbel, la hora del té era siempre un espacio de tiempo en el que se conversaba distendidamente. No como en casa de Stella que, pese a toda la amabilidad recuperada, seguía pareciendo algo rígida.

—Sí, se han dado de alta seis nuevos alumnos. Recientemente dos nuevas familias se han trasladado a vivir a nuestra ciudad, con cinco y ocho hijos respectivamente. En los próximos años nos darán bastante trabajo.

—¡Esto es fantástico!

Marie mordisqueó alegremente su scone. El aroma a mantequilla y las pasas la hacían derretirse.

—Y lo bueno es que una familia procede de Alemania. Tan pronto se hayan acomodado, les haré saber que aquí tienen una compatriota. Estaría bien que usted les ayudase un poco a aclimatarse.

—¡Lo haré con mucho gusto!

Marie no esperaba encontrar aquí a compatriotas suyos, pero ahora su corazón latía alegremente ante la posibilidad de poder volver a hablar en su propio idioma, con frases largas y no con expresiones breves como las que enseñaba en clase.

—¡Yo también tengo una buena noticia! —empezó a decir, después de probar un trago del delicioso té—. Jeremy y yo hemos sido invitados al baile de los Bellamy. Naturalmente, Auntie y Rose también. ¿No es magnífico? Jamás he asistido a un baile.

Los Isbel parecieron sinceramente sorprendidos, algo que Marie, en realidad, no acabó de entender. En su fuero interno incluso esperaba que el matrimonio hubiese sido invitado también.

—¿Acaso ustedes no irán?

Allison negó con la cabeza.

—No, y creo que ese es el caso de la mayoría de los habitantes de la ciudad. Créame, los Bellamy solo invitan a gente que les resulta útil —explicó Allison mientras le servía una taza de té a Marie—. Raramente han invitado a gente corriente y si lo han hecho en alguna ocasión, siempre querían algo de ellos a cambio.

De repente los excelentes scones pesaban como piedras en el estómago de Marie. Descartaba que Allison sintiese celos. Aunque era más brillante que muchas mujeres de la ciudad, no intentaba mantener contacto con la gente influyente. Tampoco James era dado a hacerlo.

Y como Allison jamás le había mentido, habría algo de verdad en sus palabras. ¿Pero qué querían los Bellamy de ellos? Ciertamente Jeremy era el reverendo de la ciudad, pero no tenía dinero ni otra cosa que ofrecer que su apoyo espiritual.

—¡Deja de asustar a Marie! —pidió James cogiendo otro scone—. No ocurre todos los días que aquí uno es invitado a un baile. Diviértase, coma bien y háganos saber qué tienen estas diabólicas orgías que celebran los Bellamy como para que todo el mundo se vuelva loco por asistir.

Marie sonrió insegura.

—Quizá lo que quieran es conocerme —dijo expresando lo que estaba pensando—. Al fin y al cabo seré pronto la esposa de su reverendo. Además doy clases a los niños de la ciudad.

—No a los de los Bellamy —replicó James suspirando—. ¡Cuánto dinero aportarían a nuestro colegio!

—No debes decir eso —le advirtió Allison cuando volvió a sentarse a la mesa—. No es por el dinero por lo que das clases a los niños. ¡A cuántos padres los hemos eximido del pago de la matrícula o se la hemos reducido!

James asintió.

—Tienes razón, querida, a unos cuantos.

—¿Así que los Bellamy tienen hijos?

El papel de cartas la había hecho pensar en un matrimonio mayor.

—Claro que sí, un hijo y una hija —contestó James—. Naturalmente ambos tienen profesores particulares y se prevé que algún día estudien en una universidad famosa.

—¡Como si no pudieran hacerlo en una escuela como la nuestra! —dijo Allison alterada.

De repente resonaron unos pasos en la escalera. ¡Philipp había vuelto! El corazón de Marie dio un salto de alegría, como cada vez que le veía. Pero en vista de lo que Allison acababa de comunicarle, sería mejor no decirle nada de la invitación. Podría llegar a pensar que a partir de ahora esta invitación se le subiría a la cabeza hasta el punto de que ya no quisiera hablar con él.

Cuando Carter entró, enseguida se cruzaron sus miradas, y él le devolvió la sonrisa. Por un instante Marie tuvo la sensación de que estaban solos en la habitación.

—Bien, Mr. Carter, ¿qué ha conseguido? —ahuyentó la voz de Isbel esta ilusión.

—Los bancos estarán listos dentro de una semana y serán tal como usted los desea —contestó Philipp, capaz por fin de apartar la mirada de Marie—. Tardé un tiempo en explicárselo todo al carpintero, pero parece entender su oficio.

—No esperaba otra cosa. Siéntese, quedan algunas galletas para usted.

Mientras se desprendía de su chaqueta, la mirada de Carter volvió a dirigirse una y otra vez a Marie. Ella intentó conservar la calma, pero, como atraída por un imán, no podía dejar de mirarle y, al ver su sonrisa, se ruborizó.

«¿Qué me está pasando? —se preguntó—. Me estoy comportando peor que cuando…».

De repente, el reloj en el salón de los Isbel dio las seis. Marie se sobresaltó. Estuvo a punto de olvidar que hoy tenía una cita y, si no acudía, podría traerle problemas.

—Lo siento, tengo que marcharme. Hoy es la última prueba.

Philipp la miró compasivo.

—¿Prueba de qué?

—De mi vestido. Stella ha citado a la modista para las cinco. Seguramente ya habrá terminado con Rose.

—Nuestra señorita Blumfeld ha sido invitada por los Bellamy —dijo James Isbel, revelando el secreto de Marie a quien guiñó el ojo—. Para una fiesta como esa realmente se necesita ropa nueva si uno no quiere ser tenido por alguien del servicio.

Philipp, que acogió la broma con una sonrisa, no pareció muy impresionado.

—¿Realmente? ¿Qué hay de extraordinario en un baile?

—Parece ser que este es algo así como el baile del año —replicó Marie aturdida—. Rose temía que su madre declinase la invitación, pero ahora Stella está más ilusionada que ella. Si la modista se marcha sin que me haya probado el vestido, todas estarán ofendidísimas.

—No lo creo, ¿quién puede enfadarse con usted?

Los guiños de Philipp la traspasaron como un relámpago.

Ahora sentía no haberse marchado antes. De haberlo hecho, ahora no lamentaría tener que marcharse y no poder disfrutar más de la compañía de Philipp. Seguro que aún le quedaba por contar algo interesante sobre la carpintería.

—¡Entonces hasta mañana, señorita Blumfeld! —se despidió alegremente de ella.

Solo ahora Marie volvió a darse cuenta de la presencia de los Isbel. Allison le sonreía con picardía. ¿Se había dado cuenta de su desconcierto?

—Sí, y mañana nos contará cómo fue esta prueba y cómo es su vestido. Seguro que vestida así aparecerá en nuestro pequeño periódico.

Marie negó azorada con la cabeza.

—No lo deseo para nada. Estaré contenta cuando todo haya pasado.

Volvió a sonreír al grupo y se dirigió a la puerta.

Durante el camino de regreso, Marie solo podía pensar en una cosa: en la mirada triste de Philipp Carter cuando ella anunció que tenía que marcharse. ¿Realmente le importaba que se quedara? Por un instante estuvo tentada de maldecir todo lo relacionado con el baile, pues le había hecho perder una hora agradable. Pero se llamó al orden. ¡Sigues prometida con Jeremy, Marie! No tienes derecho a coquetear con ningún otro hombre.

Cuando media hora más tarde entró en el salón de Stella, Rose se estaba contemplando en el espejo. El vestido color ciruela guarnecido con una delicada puntilla negra, que se deslizaba vaporosamente sobre un ancho miriñaque, le sentaba realmente bien. Lo que no encajaba con el vestido era su peinado, pero Marie sabía que Stella ya había avisado a Mrs. Giles, una señora del círculo de la parroquia que se ocuparía de ondularle el cabello.

Mientras una de las ayudantes de Mrs. Nichols guardaba cuidadosamente un vestido negro de tafetán en una cesta alargada, otra estaba alisando un vestido azul que acababa de ser colocado sobre el maniquí.

Marie se quedó sin respiración. ¡Nunca antes había visto un vestido como aquel! Siguiendo sus indicaciones, Mrs. Nichols había renunciado a un ancho miriñaque y lo había confeccionado más bien a la moda londinense, que resaltaba magníficamente la esbelta figura de Marie.

—¡Ah, por fin has venido! —exclamó Stella atareada con los botones de su vestido. Por lo visto la prueba había durado algo más de lo previsto—. Ya te puedes ir quitando tu vestido, enseguida Mrs. Nichols se ocupará de ti.