Capítulo 26

A la mañana siguiente, Carter la recibió en la puerta del colegio, con la cara recién lavada y vistiendo una chaqueta nueva que, sin duda, le dio Isbel.

—Oh, Miss Blumfeld. No pensé que tan temprano…

¿Realmente pretendió partir sin despedirse? Marie se sintió decepcionada, pero se obligó a sonreír.

—Vengo siempre muy pronto a la escuela, Mr. Carter. Tengo que prepararme antes de las clases, y en casa de la tía de mi prometido no tengo la calma necesaria.

Carter esbozó una amplia sonrisa.

—Parece ser una buena bruja, la señora.

Marie contempló azorada el dobladillo de su falda.

—No le gusta demasiado que yo trabaje.

—Sí, una mujer ha de estar tras los fogones, ¿verdad? Yo pienso que tendría que haber más mujeres que trabajen. Así aumentan las posibilidades de ser salvado por una de ellas de los ataques de un matón enfurecido.

—¿Y adónde piensa ir ahora?

—No lo sé, a cualquier parte. Quizás exista cerca algún puesto comercial en el que necesiten un ayudante.

—Por cierto, ¿por qué se ha separado de Mr. Jennings? ¿Por alguna divergencia de opiniones?

—No, yo… —Se interrumpió y se puso a juguetear nerviosamente con un botón de su chaqueta—. Pensé que había llegado el momento de empezar algo nuevo.

—¿Y para eso viene precisamente aquí?

—Era la ciudad más grande de la zona. No le irá mal a una ciudad si sus habitantes se pueden permitir hacer venir a mujeres de ultramar, ¿verdad?

—Usted olvida que solo es un habitante el que ha hecho venir a una mujer por mar.

Carter se encogió de hombros.

—¿Qué diferencia hay?

—¿Mr. Carter? —James Isbel se acercó por el pasillo con largas zancadas—. ¿No pretenderá marcharse ya, verdad?

—Sí, esa era mi intención. Seguro que usted no querrá que sus niños se asusten cuando vean a un vagabundo como yo.

—Me estuve preguntando si usted necesita algún empleo —dijo Isbel sin hacer caso a la respuesta de Carter. Después cruzó las manos ante el pecho—. Usted tiene aspecto de un hombre que sabe trabajar. Y como ya no acompaña a los tratantes de pieles, supongo que su intención es buscar otro trabajo.

Carter dirigió una mirada sorprendida a Marie, pero también a ella la sorprendió la oferta de Isbel.

—Me gustaría ofrecerle un empleo como conserje. Hasta ahora la señorita Blumfeld y yo nos teníamos que ocupar nosotros mismos de mantener todo en orden, pero próximamente va a incrementarse el número de alumnos, de modo que un conserje sería de gran ayuda.

Mientras Isbel le miraba esperando su respuesta, Philipp se rascaba desconcertado la cabeza.

—¿Por qué piensa precisamente en mí para este puesto? La señorita Blumfeld me trajo aquí. Yo estaba cubierto de sangre y completamente obnubilado y ella pidió asilo para una noche. Usted no sabe si no fui yo quien empezó la pelea ni si hay otras cosas que pesan sobre mi conciencia.

James Isbel sonrió dulcemente.

—Eso es precisamente lo que me induce a cogerle confianza.

—¿Cómo?

—Cualquier tunante hubiese aceptado mi oferta sin pensárselo, pero usted me previene prácticamente contra usted mismo. Este es un lugar seguro. El sueldo no es nada del otro mundo, pero a cambio podrá vivir en la escuela. Cualquiera con el agua hasta el cuello aceptaría inmediatamente.

—¿Y quién dice que yo no lo haría? Lo único es que me sorprende su confianza en el mundo.

Isbel esbozó una sonrisa enigmática.

—He tratado a mucha gente, Mr. Carter. Yo también tengo mis defectos, pero creo ser capaz de darme cuenta del carácter de una persona. Y bajo su superficie hay un fondo bueno. ¿No es cierto, señorita Blumfeld?

Marie se sonrojó.

—Ejem, yo solo puedo confirmar que Mr. Carter es buena persona. En el camino hacia aquí me cuidó perfectamente.

Philipp le dedicó una ancha sonrisa.

—Pues bien, si todo el mundo confirma que soy un tipo encantador, acepto la oferta.

—De acuerdo, Mr. Carter. De momento puede acomodarse en el cuarto pequeño. Seguro que en algún lugar tendrá su caballo y quizás un saco de dormir.

—Sí, señor.

—Entonces vaya a buscarlo todo. Después le pagaré un pequeño anticipo sobre su sueldo. Así podrá comprar lo que necesite.

—Realmente no es necesario…

Isbel no admitió ninguna objeción.

—Sí, es necesario, Mr. Carter. Como no quiero que nuestros niños se asusten al verle, espero que se presente al trabajo aseado y arreglado. Sus comidas las dispondrá mi mujer en el primer piso. Ahora bien, tampoco debería presentarse ante ella con su aspecto actual.

Tras esas palabras se volvió y subió por la escalera. Philipp y Marie permanecieron en el pasillo como tocados por un rayo.

—¿Cómo podré agradecérselo? —preguntó Philipp, mientras, algo confuso, iba girando su sombrero entre las manos.

—¿Agradecerlo? ¿A mí? —Marie negó con la cabeza—. La idea fue únicamente de Mr. Isbel.

—Pero si usted no me hubiese traído a la escuela, difícilmente podría haberme hecho esta oferta. Y además usted me ha elogiado.

—Eso fue…

El que Philipp negara con la cabeza, la hizo callarse.

—Le doy las gracias de todo corazón. Si hay algo que pueda hacer por usted…

Suavemente, Marie le tapó la boca con la mano. Sus miradas se cruzaron por un instante. Entonces ella, alarmada por su propia audacia, la volvió a retirar y dijo:

—Usted hizo tanto por mí durante el viaje… No quiero ponerme los laureles de haberle conseguido un empleo. Haga bien su trabajo, entonces nos veremos todos los días y podrá contarme más cosas de su vida.

Con una sonrisa se retiró a su clase y tuvo que apoyarse un instante en la pared. ¿Le había tocado realmente? ¿Y le había hecho callar? Los dedos que habían tocado su piel parecían arder. Cerró los ojos y le oyó dirigirse a la puerta.

Marie no sabía cuándo volvería, pero cuando abandonó el aula para tocar la campana del colegio, ahí estaba él. Su aspecto había cambiado completamente. Se había hecho cortar el cabello negro igual que la barba. En vez de la ropa desgastada llevaba unos gruesos pantalones de trabajo y bajo el chaleco oscuro una camisa impecable.

—¿Le parece que así estoy aceptable?

Obviamente su timidez había desaparecido, pues le guiñó abiertamente un ojo.

Marie ladeó la cabeza y lo examinó irónicamente.

—Creo que sí —dijo ella entonces, devolviéndole el guiño—. Pero ahora debería apartarse, pues cuando toco la campana bastan unos momentos para que se organice un auténtico caos en el pasillo.