Capítulo 21

DURANTE la noche Marie no logró conciliar el sueño. Inquieta, daba vueltas sobre la cama chirriante y escuchaba los ladridos de los perros.

A lo largo de la velada no se volvió a hablar de su empleo. Stella y Rose estuvieron conversando con ella como si nada hubiese pasado. Jeremy se despidió temprano dándole un beso en la mejilla a Marie. Pretextando dolores de cabeza, ella también se retiró pronto a su habitación. Cuando se dejó caer sobre la cama metálica, Marie levantó alegremente los brazos y después clavó la mirada en el techo estucado.

«¡Lo he conseguido! ¡Puedo volver a dar clases!».

Después de imaginar la reacción de Isbel ante esta noticia, volvió a levantarse y sacó su diario de la bolsa. ¿Era esta una buena noche para los recuerdos?

En el primer momento Marie pensó en volver a guardar el cuadernillo, pero después se preguntó de qué otro modo podría pasar las horas hasta la mañana. Hubiese querido ir a ver inmediatamente a Isbel, pero, aparte de que con toda seguridad no desearía ser molestado, ella tampoco quería despertar una impresión errónea en su mujer.

Como el sueño siguió negándose a acudir, Marie se levantó antes del alba y se dirigió al cuarto de baño. Tras lavarse rápidamente, fue a la cocina en busca de un vaso de leche. De todas formas no le apetecía un desayuno copioso. Todo lo que quería era correr a la escuela e informar a James Isbel. Cuando, horas antes, se cansó de anotar sus recuerdos, se puso a remendar su vestido y a cepillarlo. Seguro que causaría mejor impresión con uno de los bonitos vestidos de los almacenes, pero no podría comprárselo hasta que cobrase su primer sueldo.

Solo por un instante pensó en pedir prestado un vestido a Stella o Rose, pero inmediatamente desechó la idea. Seguramente accederían a su petición, pero en vista de su reacción ante el anuncio de Marie de querer trabajar, prefirió renunciar. «Cuando esté cubierta de polvo de tiza, ya no se notarán los remiendos de mi falda», pensó.

Tras su desayuno frugal, dejó una nota para Stella en la mesa de la cocina y se puso en marcha.

A estas horas en la ciudad reinaba todavía una gran calma. Al ver el sol, que se estaba levantando de su lecho brumoso de color rosa grisáceo, volvió a acordarse de Onawah. ¿Qué diría ella si supiera que se estaba cumpliendo el mayor deseo de Marie? Al mismo tiempo volvió a pensar en su promesa de llevar la escuela a los Cree para que pudiesen comunicarse mejor con los blancos. Eso resultaría aún más difícil que lo del empleo aquí. Mientras iba pensando, Marie se dio cuenta de que hacía tiempo que no soñaba con el lobo blanco. ¿Significaba eso que por el momento no la amenazaba ningún peligro?

Cuando llegó al edificio del colegio, todo estaba aún en calma, pero la ventana de un aula estaba abierta. Por lo visto, Isbel ya se encontraba ahí.

Marie respiró hondo para dominar su nerviosismo y, agarrándose la falda, subió por la escalera. Su temor a que la clase pudiese estar cerrada, se disipó al notar que el pomo de la puerta cedía sin resistencia.

Envuelta en olor a cera, avanzó por los tablones de madera que crujían bajo sus pasos, mientras desde lejos le llegaba el tic-tac de un reloj, sonidos todos ellos que en su primera visita no había registrado, pero en el silencio matutino resultaban claramente perceptibles, aunque no eran capaces de acallar los latidos de su corazón.

—¿Mr. Isbel? —exclamó al fin.

—¡Señorita Blumfeld! —La cabeza de Isbel asomó por la puerta. Tenía la mejilla manchada y, cuando salió del recinto, Marie vio que llevaba un mandil pardo sobre su ropa y que en la mano sostenía un recogedor del que se desprendió rápidamente—. ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó, limpiándose un poco cohibido las manos en el delantal antes de tenderle la derecha.

Todo el cuerpo de Marie temblaba cuando contestó:

—Quería darle mi respuesta a su ofrecimiento.

James Isbel se puso tenso. Seguramente interpretó erróneamente la extrema palidez de Marie, por lo que ella se apresuró a decir:

—Aceptaré el empleo que me ha ofrecido.

—¿En serio?

Cuando Marie asintió, tenía la sensación de que una pesada carga se desprendía de sus hombros.

—Sí, he hablado con mi prometido y no tiene nada que objetar.

No dijo que habían acordado que dejaría el empleo después de la boda.

—¡Es fantástico! —Isbel hizo un gesto algo torpe, después puso brevemente las manos en los hombros de ella—. ¡Bienvenida a mi colegio, apreciada colega!

Marie se sintió con ganas de lanzar un grito de alegría.

—Pero no puede presentarse ante mis alumnos con este atuendo.

Isbel señaló el vestido de Marie, lo que la hizo sonrojarse avergonzada.

—Lo lamento, pero no tengo otro. Durante el asalto perdí mi bolsa y dejé el traje de india en el campamento.

—Tampoco habría sido muy adecuado para dar clases —dijo Isbel riendo. Después se quitó el delantal—. Creo que podremos encontrar una solución. Venga conmigo.

Mientras la guiaba por el pasillo y pasaron ante otra clase, Marie se preguntó en qué estaría pensando. ¿Acaso tendrían aquí algo parecido a un uniforme para las maestras?

Esta cuestión dejó de tener interés cuando vio los bancos del aula que daba a la calle, unos bancos iluminados por la luz matinal. Dentro de unas horas se encontraría ante los niños y volvería al fin a dedicarse a su ocupación preferida.

—¡Venga, señorita Blumfeld! ¡No sea tímida!

Solo ahora Marie se dio cuenta de que se había quedado un poco atrás. Isbel se encontraba ya junto a la escalera.

—¿Cuántos alumnos hay en total en este colegio? —preguntó mientras bajaban por la docena de escalones que crujían bajo sus pies.

—Veintisiete niños de todas las edades. Quince tienen entre seis y diez años, doce entre trece y dieciséis. Los he repartido en dos aulas para que no se distraigan demasiado con la materia de estudio de los mayores o de los más jóvenes.

—¿Entonces usted va y viene de un aula a otra?

Isbel se echó a reír.

—Resulta un poco cómico imaginárselo, ¿verdad? A mí también me divierte, aunque en la otra clase suelen recibirme tirándome bolitas de papel. Pero ahora la tengo a usted para impedir que los muchachos me disparen.

El hecho de que los niños canadienses parecían no ser muy diferentes de los alemanes, hizo sonreír a Marie. Una vez arriba, se dirigieron a una puerta abierta tras la cual se oía el tintineo de platos.

—¡Allison, tesoro, tengo buenas noticias!

La mujer que apareció atendiendo su llamada llevaba un delantal a cuadros sobre la ancha falda gris que combinaba perfectamente con su blanca blusa de gobernanta. Llevaba el cabello oscuro trenzado y recogido en un moño. Al ver a Marie, sus ojos azules se iluminaron.

—Usted debe de ser la joven profesora de la que James me habló ayer con gran entusiasmo.

Marie se sonrojó ante el elogio. Después le tendió la mano a la mujer.

—Me llamo Marie Blumfeld.

—James me tradujo el significado de su apellido. Eso de «campo de flores» suena muy bonito. Yo soy Allison Isbel.

—Me alegra conocerla.

A Marie le llamó la atención el hecho de que no se hiciera presentar por su marido. Y también notó la mirada enamorada que James Isbel dirigió a su mujer. ¿Cuánto tiempo llevarían casados?

—Cuando regrese nuestro hijo se lo presentaré —dijo Allison entusiasmada—. Está estudiando muy lejos de aquí, en el oeste, en la universidad de Toronto. Desgraciadamente viene solo en vacaciones, pero seguro que usted se quedará bastante tiempo, ¿verdad?

—Claro que sí, Mrs. Isbel.

—Llámeme Allison. Siendo una colega de mi marido puede hacerlo.

Con su manera alegre y llena de autenticidad la esposa del maestro se ganó inmediatamente la simpatía de Marie.

—De acuerdo, pues, Allison, pero insisto en que usted me llame Marie.

—No me resultará difícil. —Allison Isbel dirigió una mirada radiante, primero a Marie y después a su marido—. Creo que a nuestro hijo, Marie la caerá muy bien.

—¿No estarás pensando en hacer de alcahueta? —contestó James. Después puso su brazo alrededor de ella y la besó en la sien—. Y si así fuese tengo que decepcionarte, pues la señorita Blumfeld ya está prometida con el reverendo Plummer.

—¡Oh! —De repente Allison parecía algo desconcertada. ¿Acaso pensaba ella que no sería capaz o que no quería encontrar esposa?, se preguntó Marie sorprendida—. ¿Y su prometido no tiene inconveniente en que usted trabaje en el colegio?

Marie negó con la cabeza.

—No, pues la boda ha sido aplazada por la muerte de su madre. Le parece correcto que yo me busque una ocupación.

Allison miró a James.

—Así puede uno equivocarse con las personas.

Antes de que Marie pudiera extrañarse ante este comentario, Isbel se apresuró a decir:

—Lamentablemente la señorita Blumfeld perdió todo lo que poseía en el asalto a la caravana, pero quiero que tenga un aspecto decente cuando se presente ante la clase para que las madres no tengan motivo de queja. Como veo que las dos tenéis aproximadamente la misma talla, quería pedirte que le prestes uno de tus vestidos.

La cordial sonrisa de Allison mitigó un poco el ardor que Marie sentía en las mejillas.

—Claro que sí. Incluso creo tener exactamente el vestido que necesita. Venga conmigo.

Marie siguió a la esposa del maestro a través del piso pequeño, pero amueblado con gusto. A Marie la impresionó especialmente un gran estante de libros que se alzaba tras un sólido escritorio de color oscuro. Una espesa y mullida alfombra amortiguó sus pasos hasta el dormitorio conjunto de Mr. y Mrs. Isbel. Sin necesidad de ponerse a buscar, Allison sacó del armario un vestido azul de tirantes y una blusa blanca. Ambas prendas parecían nuevas y apenas estrenadas.

—Creo que le quedará estupendamente. Me lo hice por un capricho, pero luego me di cuenta de que me hace parecer tremendamente pálida. Pero a usted con su piel delicada y su cabello rubio seguro que le sentará de maravilla.

Cuando Allison extendió el vestido sobre la colcha, Marie no pudo evitar acariciarlo, fascinada. La tela ligeramente brillante se deslizaba con agradable suavidad bajo las yemas de sus dedos.

—¿Qué le parece? —preguntó Allison que seguía observándola con una sonrisa.

—¡Es precioso! Casi demasiado elegante para una maestra.

—¡Tonterías! Yo soy la esposa de un maestro, y si no es demasiado elegante para mí, tampoco lo es para usted. El único motivo por el que no lo llevo es que no me favorece. Si quiere se lo regalo.

Marie se quedó sin respiración.

—No puedo aceptarlo, seguro que fue muy caro.

—La modista es una buena amiga mía, y el precio que pidió no nos ha dejado en la miseria. Considérelo un regalo de bienvenida. No imagina lo contenta que estoy de que, al fin, James tenga un poco de ayuda. Le entusiasma su profesión, pero a veces me gustaría tenerlo un poco más para mí.

—Lo entiendo. Y haré lo posible para que su marido pueda dedicarle más tiempo. —La voz de Marie temblaba de emoción.

—Se lo agradezco, querida. —Suavemente Allison puso la mano en el brazo de Marie—. Ahora la dejo sola para que pueda probárselo. Si no me equivoco, los niños llegarán dentro de una hora. Para entonces ya debería haber desayunado, pues el trabajo requiere mucha fuerza.

Dicho esto, salió a toda prisa de la habitación, cerrando tras sí la puerta.

Solo ahora Marie pudo echar un vistazo a su alrededor. El armario y la cama eran de madera sólida, de las paredes colgaban bordados enmarcados, unas labores de filigrana que seguramente serían obra de la misma Mrs. Isbel. También la colcha que cubría la cama estaba repleta de rosas bordadas.

Marie se desvistió rápidamente. Le daba un poco de vergüenza llevar debajo del nuevo vestido su desgastada ropa interior, pero eso cambiaría tan pronto cobrara su primer sueldo.

Mr. Isbel acertó en cuanto a sus medidas, pues el vestido le iba como hecho a medida pese al mal estado de su corsé, que se debía seguramente también a que durante el viaje y su estancia con los Cree había perdido algo de peso.

Cuando Marie se miró en el espejo, se quedó sin respiración. Desde el marco dorado la miraba una mujer completamente distinta. Solo el peinado recordaba a la antigua Marie Blumfeld. Incuso su cara parecía cambiada junto al blanco cremoso de la blusa, mucho más armonioso y bonito. ¿O acaso solo había olvidado su aspecto anterior?

—¿Va todo bien o necesita ayuda?

Marie se encogió y alisó rápidamente la falda con la mano.

—¡Todo va perfectamente. Iré enseguida!

A toda prisa recogió el viejo vestido del suelo, después fue a la puerta corriendo. Allison, que se encontraba ante ella, la miró primero sorprendida, después esbozó una sonrisa.

—He de admitir que he acertado. El vestido le queda todavía mejor de lo que esperaba. Mira, James, ¿qué te parece?

Cuando Isbel apareció en la puerta, puso cara de asombro.

—¿Te pasa algo, cariño? —preguntó Allison mirándole llena de expectación.

—Creo que hoy voy a tener que vigilar mucho el comportamiento de los chicos mayores para que no hagan tonterías.

Allison miró con una sonrisa a Marie, que retorcía nerviosa sus manos.

—Creo más bien que tendrás que proteger a la señorita Blumfeld de los padres. Se sentirán muy complacidos de que una dama tan guapa dé clases a sus hijos. Pero ahora deberíamos desayunar, pues dentro de media hora llegarán los primeros niños.

Media hora después Marie se encontraba tras su pupitre aferrando sus manos heladas a un libro de ciencias naturales que le había dado Isbel.

Su estómago se rebelaba. Hubiera querido prepararse, pero durante el desayuno Mr. Isbel dijo que por hoy sería suficiente que hablara un poco de sí misma y de su travesía hasta aquí.

Aunque no tenía problemas para hablar en inglés, se sintió de repente como si le faltaran todos los vocablos. Ni siquiera frente a los Cree se había puesto tan nerviosa. Cuando se oían las primeras voces de niños, su corazón empezó a latir con fuerza. Volvió a acordarse del día en que se puso por primera vez ante los alumnos en una clase. En aquella ocasión pensó que iba a desmayarse en plena lección.

Marie ignoraba si Isbel estaba advirtiendo a los niños junto a la puerta. En cualquier caso enmudecieron inmediatamente al entrar en el aula y la miraron con curiosidad.

Marie respiró hondo, sonrió y luego dijo en su mejor inglés:

—Buenos días, niños, soy la señorita Blumfeld, vuestra nueva maestra.