XVII

Aunque me había esperado algo por el estilo, me llevé un bofetón cuando entré en la habitación de Jaap a eso del mediodía. Tenía una venda alrededor de la cabeza rapada y ya no quedaba nada del oscuro cabello lacio que empezaba a plateársele por las sienes y que por el cuello le llegaba hasta el borde de la camisa.

Estaba sentado en la cama y parecía de buen humor.

—Esta mañana intenté apartarme el pelo. ¿Qué te parece?

Jaap tenía siempre la costumbre, como un tic nervioso, de pasarse la mano por el pelo y colocárselo tras las orejas.

—Tal vez sea como las personas que siguen sintiendo la pierna después de que se la amputen. ¿Va a volver a crecerte?

—¿En seis meses?

Jaap no estaba solo en la habitación; había tres hombres más. Dos de ellos no nos prestaban atención o, si nos la prestaban, lo disimulaban, pero un anciano nos miraba con desaprobación. Arrimé una silla a la cama de Jaap y bajé el volumen de mi voz, confiando en que él hiciera lo mismo:

—¿Qué tal andas?

—Bueno, no ando mal. Y no entiendo por qué, porque la operación solo salió bien en parte. Quizá sea porque ya no volveré a quedarme sin sentido de repente. Ayer estaba peor. Tal vez sea porque ya lo he pasado. Me abrieron una especie de escotilla en el cráneo; algún día te lo enseñaré. —Me señaló un ramo de flores que había en la mesilla junto a su cama y dijo—: Esta mañana temprano estuvo mi jefe. Los compañeros me desean una pronta recuperación. Algo de eso han escrito en la tarjeta. Era una visita obligada, pero ¿sabes quién estuvo también? Elzeline. La llamó mi madre, porque parece ser que todavía no han perdido el contacto.

De todas sus relaciones, la de Elzeline había sido la más seria. Sin embargo, se había ido al garete porque ella quería tener hijos, pero Jaap no.

—Se puso a llorar un montón y empeoró cuando le dije que, después de todo, tal vez no fuera tan malo que yo no quisiera tener hijos.

—Ese fue un comentario estúpido.

—No lo dije con mala intención, Jager. De veras.

—Si tú lo dices… ¿Y cuánto tiempo tienes que quedarte?

—Una semana aproximadamente. Para recuperarme de la operación y para ver cómo me sienta la radio y la quimio. Si no tengo reacciones extrañas, podré irme a casa. Luego tendré que pasarme por aquí todos los días durante seis semanas.

Miré un momento a mi alrededor y dije:

—¿Vas a quedarte en esta habitación?

—Sí, es el seguro que tenemos en la policía, Jager. Tendré que renunciar durante algún tiempo a mi intimidad. Tal vez haga nuevos amigos.

—¿Quieres que te consiga una habitación individual?

Hacía apenas dos años que me tuvieron que ingresar en un hospital después de haber recibido una paliza. Entonces le encargué a Jaap que me consiguiera una habitación individual. La diferencia la había pagado de mi bolsillo, una buena suma, pero cualquier cosa era mejor que tener que compartir el habitáculo con otras personas.

—La pagaré yo, míralo como un interés personal. No podemos tener conversaciones normales si los demás nos están escuchando, ¿no? Y para tus padres todo esto es ya bastante incómodo. Procura estar en casa dentro de una semana, porque de lo contrario vas a salirme muy caro.

Jaap refunfuñó sólo un poco en contra. Tuve más problemas para arreglarlo con el hospital. Los periódicos estaban llenos de noticias sobre los efectos del mercado en la sanidad, pero tuve que rellenar un buen número de papeles y me topé con la incomprensión y el escepticismo de rigor cuando manifesté mi intención de querer pagar la factura del hospital.

Al regresar, Jaap estaba durmiendo. Justo hace un momento había estado hablando bastante animado, pero sin esa palabrería ofrecía un triste espectáculo con la cabeza rapada y unas mejillas tan hundidas que parecía como si le hubieran extirpado algo más que un tumor. Apenas dos días antes habíamos estado sentados el uno frente al otro en el Pier 10. Ahora que le veía así, me preguntaba si entonces habíamos estado suficientemente relajados. Jaap probablemente sí, esa era su naturaleza después de todo. A mí me había resultado más difícil. Y eso mientras me hallaba imbuido de la transitoriedad de todo:

«Encuentra a la muerte antes de que la muerte te encuentre a ti». Se lo oía decir todavía a mi padre. Solo entonces podrás tener una vida apacible. No era que no lo comprendiera, al contrario más bien, pero me veía incapaz de familiarizarme con esa idea. Tenía miedo a la muerte. Contra toda lógica, tenía miedo de lo inevitable y me aferraba a algo que, tarde o temprano, inexorablemente iba a dejar de ser. Con una sensación de vergüenza, me di cuenta de que por un instante me sentía aliviado al estar aquí sano, junto a la cama de Jaap. Por el amor de Dios, ¿de qué andaba preocupándome si la vida, en cualquier momento, podía depararte un cambio de rumbo tan inesperado?