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West Orange, Nueva Jersey

Al final Koster tardó más de una hora en traducir las páginas. Sajan se sentó con Maggie, charlando acerca de Edison y el trabajo para el Servicio de Parques Nacionales. Cuando Koster hubo acabado de copiar en su cuaderno el texto y el esquema de Edison (con lapicero) volvió a meter la libreta de Theodore en la caja de plástico transparente. Esperó a que Maggie recogiera los materiales y saliera de la sala de visionado antes de volverse hacia Savita, que permanecía a su lado. Ella apenas podía contenerse.

—¿Qué es lo que dice? —le preguntó, echando mano al cuaderno.

Koster se lo quitó y empezó a leer:

—«El serbio loco ha venido a visitarme esta tarde y me ha enseñado una extraña ilustración…»

—¿«El serbio loco»?

—Se refiere a Nikola Tesla. Según parece Tesla trabajó para Edison durante una temporada.

—Ya sé quién es Tesla —repuso Sajan—. El que inventó la radio.

—Yo creía que había sido Marconi.

—Pues no, fue Tesla. ¿Qué más dice?

—La libreta de Theodore asegura que Tesla le enseñó a Edison un esquema basado en un dibujo que habían desarrollado Benjamin Franklin y otros antes que él. Dice que Tesla había realizado una ilustración propia, un cuarto esquema, extendiendo el diagrama del evangelio de Judas, Da Vinci y Franklin. La ilustración se le había presentado en un sueño. Tesla creía que se trataba de una plantilla para una especie de dispositivo eléctrico que generaba algo que llamaba la frecuencia fi, que, textualmente, «abriría una puerta y te pondría en contacto directo con la mónada».

—¿La mónada o demiurgo?

—¿Qué es eso? —le preguntó Koster.

—Una puerta hacia Dios —susurró ella.

—Eso es lo que dice. Pero Edison se lo arrebató a Tesla, argumentando que en aquella época Tesla trabajaba para él.

—¿Edison se lo robó?

—Se apropió de ello. ¿Qué fue lo que hizo Tesla exactamente, Savita? Me suena el nombre, pero… ¿Algo de sistemas eléctricos inalámbricos o algo por el estilo?

—Era un inventor serbio —explicó ella—, un genio eléctrico que antaño había trabajado para Edison en el continente y después vino a América. Cuando Tesla le propuso una manera de aumentar la eficacia de las dinamos de corriente directa, Edison le dijo: «Te daré cincuenta mil dólares… si lo consigues». Pero al cabo de un año, cuando Tesla tuvo éxito al fin, Edison se burló: «Tesla, no entiendes el sentido del humor de los norteamericanos». Lo engañó y se negó a pagarle.

»Lo cierto era que estaban destinados a ser rivales desde el principio. Edison había dedicado todas sus energías y el dinero de sus inversores a la corriente directa, mientras que Tesla había concebido un sistema de corriente alterna. Y personalmente los dos hombres eran muy distintos.

—¿Cómo?

—Edison era un hombre desgarbado, torpe y cargado de espaldas al que no le importaban lo más mínimo las apariencias. Tesla, en cambio, era puntilloso hasta rayar en la obsesión, como Howard Hughes. A Edison no le caía bien porque era un sabiondo ilustrado. Además, Tesla era un tanto petimetre y le gustaba mezclarse con la flor y nata de la sociedad neoyorquina. Hasta sus posturas científicas eran distintas. Tesla comentó en una ocasión que si Edison tuviera que encontrar una aguja en un pajar examinaría hasta la última brizna de paja, siguiendo un elaborado proceso de eliminación, aunque un poco de teoría y cálculo le ahorrasen el noventa por ciento del trabajo. Una famosa cita de Edison afirma: «No he fracasado. Solo he encontrado diez mil formas que no funcionan».

—¿Qué fue de Tesla después de que se enemistaran?

—Durante la depresión de 1886 no encontraba trabajo. Edison lo había puesto en una lista negra. Durante una temporada fue obrero en una de las cuadrillas callejeras de Nueva York, donde apenas ganaba lo suficiente para sobrevivir. Después de eso Westinghouse, que había inventado el freno de aire para los ferrocarriles, empezó a invertir en plantas eléctricas basadas en la corriente alterna. La patente de Tesla del motor de corriente alterna era justo lo que necesitaba y enseguida contrató al científico serbio como asesor a cambio de un generoso salario. Edison montó en cólera y diseñó una campaña de difamación; encargaba a sus agentes que secuestraran perros y gatos callejeros y los electrocutaba empleando la corriente alterna. Quería demostrarle al público lo peligrosa que era. Pero al final, hiciera lo que hiciera Edison, el sistema de corriente alterna de Tesla era superior.

Koster miró de nuevo la libreta, pasó una página y dijo:

—Según parece, Tesla le dijo a Edison que examinara de nuevo el efecto Edison. Este afirma que aparentemente dicho efecto, textualmente, «había impresionado a algunos miembros de la hermandad de cabezones del mundo savánico». —Koster hizo una pausa y enarcó una ceja—. ¿Qué es el efecto Edison?

Sajan le explicó que durante sus experimentos con bombillas, Edison había observado que, además de la corriente eléctrica que fluía a través del filamento, había otra carga que se transmitía a través del vacío, una corriente de electrones que se desprendían de la placa. El efecto Edison, como acabó conociéndose, no tenía aplicaciones comerciales aparentes, de modo que Edison acabó abandonándolo.

—Por supuesto —concluyó ella—, más adelante los pioneros de la radio, como Tesla, Deforest y Fleming, descubrieron que si se insertaban unos alambres adicionales en un tubo de vacío realizaba tres funciones útiles: amplificaba las señales, las rectificaba, convirtiendo la corriente alterna en corriente directa, y pasaba de encendido a apagado. Ese triodo convirtió la radio en una realidad.

—Que inventó Tesla, no Marconi —intervino Koster, tratando de mantenerse a la altura.

—Eso fue lo que dictaminó el Tribunal Supremo, ocho meses después de su muerte. Pobre Tesla. Pero los tubos de vacío no eran fiables ni baratos. Ese problema no se resolvió hasta William Shockley.

—¿Cómo?

—El estado sólido —repuso Sajan—. El transistor.

Koster la miró inexpresivamente.

Ella exhaló un suspiro.

—¿Por qué los electrones fluyen tan fácilmente a través del cobre y no del cristal? ¿Y qué es lo que tiene la silicona que hace que se encuentre en el término medio entre ambos? La respuesta se basa en la arquitectura del átomo. Niels Bohr, el físico danés, determinó que los electrones no orbitaban en todas partes. Bohr definió con precisión la distancia del núcleo a la que debía hallarse la órbita y el número de electrones que podía haber en ella en un momento determinado.

—Empiezas a hablar como mi madre, la profesora de física —comentó Koster.

—Basándose en esta teoría —continuó Sajan— se pueden distinguir los elementos que son buenos conductores. Los materiales como la plata, el cobre y el oro son los mejores, porque tienen un solo electrón en la órbita externa. Los mejores aislantes tienen ocho. Los semiconductores como la silicona tienen cuatro. Se encuentran en el medio. Y si se contaminan los semiconductores con impurezas como el arsénico o el boro se puede modificar su conductividad y su resistencia.

¿Me pareceré a ella cuando hablo de arquitectura?, se preguntó Koster. Ahora no le extrañaba que Sajan siempre le dijera que no se fuese por las ramas. Pero no se atrevía a interrumpir aquel soliloquio. Parecía que Sajan estaba experimentando una especie de subidón de adrenalina bosquejando los principios subyacentes de la industria en la que trabajaba. De modo que Koster se mordió el labio, asintiendo en los momentos apropiados.

—Cuando una tira semiconductora —prosiguió ella— se conecta a una fuente de energía, como una batería, por ejemplo, los electrones fluyen fácilmente del lado negativo al positivo. Pero en el sentido opuesto no. El instrumento que permite que la corriente se transmita en un solo sentido se llama rectificador.

—Como el rectificador de tubo de vacío de Fleming —aventuró Koster.

Sajan asintió.

—Exacto. William Shockley y otros investigadores desarrollaron un triodo semiconductor haciendo un bocadillo con tres regiones diferentes, análogas a los tres electrodos del triodo del tubo de vacío de Deforest. En otras palabras, todos los componentes eléctricos corrientes, como los diodos, los transistores, etcétera, pueden ser de silicona, si antes se la contamina con las impurezas apropiadas. Por supuesto, conectar todos estos componentes fue extremadamente engorroso. Hasta que en los años cincuenta Jack Kilby y otros científicos observaron que era posible realizar todas las funciones de un circuito con un solo componente, una lámina monolítica de silicona pura.

Koster no lo soportaba más.

—Mira —dijo—, no soy ingeniero eléctrico. ¿No puedes ir al grano? ¿Qué tiene que ver esto con el esquema de Edison?

—Querrás decir el esquema de Tesla.

—Lo que tú digas.

—¿Sabes? —comentó Sajan con una sonrisa—, a lo largo de mi carrera, cuando he solicitado algunas patentes, me ha extrañado encontrar el nombre de Tesla muchas veces, como si de alguna manera se hubiera adelantado a todos esos avances. Sus patentes 723.188 y 725.605 de 1903, por ejemplo, contienen los principios básicos del elemento del circuito del ADN, que se basa en la lógica booleana; más de medio siglo antes de que Shockley lo concibiera. En 1917 anticipó los rasgos principales del radar moderno, veinte años antes de que Emil Girardeau construyera e instalara los primeros sistemas de radares. Hasta inventó un llamado «rayo de la muerte» basándose en el rayo de partículas cargadas.

—¡Savita! —exclamó Koster—. ¿Lo estás haciendo a propósito? ¿Te estás riendo de mi…? Ya sabes, ¿de mi enfermedad?

—A mí no me parece que tengas el síndrome de Asperger ni que estés enfermo, Joseph —repuso ella—. Me parece que sencillamente empleas tus conocimientos, toda la información insignificante que tienes en la cabeza, como si fuera un escudo, para protegerte del momento. Como eso de contar.

—Responde a la pregunta, Savita —insistió Koster—. ¿Qué tiene que ver esto con el esquema de Tesla?

—Construir un circuito es como construir una frase. Hay ciertos componentes ordinarios: resistencias, condensadores, diodos y transistores. —Sajan le arrebató el cuaderno a Koster, abriéndolo por el esquema de Tesla. A continuación, sin previo aviso, lo arrancó de la libreta.

—¿Qué estás haciendo? —se estremeció Koster.

Sajan alargó la otra mano.

—¿Dónde está? —dijo.

—¿Dónde está qué?

—La impresión del archivo de los tres primeros esquemas, la que guardaste en la cámara. En París, ¿te acuerdas?

—¿Qué impresión?

—No me mientas, Joseph. Estoy segura de que hiciste una.

Koster enarcó una ceja. Luego metió la mano en la chaqueta, como si se dispusiera a desenfundar una pistola, y extrajo una hoja de papel doblada que Sajan le quitó de la mano de inmediato. La desdobló y la extendió sobre la mesa. Al cabo de un momento puso la hoja de papel que había arrancado del cuaderno de Koster, la página en la que estaba el esquema de Tesla, al lado de la otra y las juntó. Encajaban a la perfección.

—Tenías razón, Joseph. En París, quiero decir. Cuando se juntan todos los fragmentos, lo que se obtiene no es un mapa. Es un plano de una especie de circuito eléctrico. Un microchip, Joseph, en el corazón de una máquina más grande.

—¿Un microchip, basado en algo que tiene dos mil años de antigüedad? ¿Cómo es eso posible?

—No lo sé.

—¿Y cómo supieron Da Vinci y Franklin lo que tenían que añadir a la primera ilustración, la que estaba en el evangelio de Judas? Y Tesla. No tiene sentido. ¿Cómo obtuvieron esa misteriosa información, Savita? ¿De dónde la sacaron…? ¿De un sueño? ¿Del cielo?

—No lo sé, Joseph. Pero estos círculos y cuadrados —dijo ella, señalando el dibujo—, estos rectángulos y este patrón de líneas, representan componentes eléctricos. Series de condensadores y diodos, resistencias y transistores.

—¿No es un mapa que conduce al evangelio de Judas?

Sajan meneó la cabeza.

—El mapa está en el chip; ¿es que no lo entiendes? No creo que el evangelio de Judas sea realmente importante. Lo que digo es que si lo encontramos y resulta que es tan antiguo como creemos, es posible que el códice de Franklin cambie nuestra visión de la Biblia. Y también del cristianismo. Pero creo que para Franklin el descubrimiento del códice no era más que un medio para hacerse con el esquema de El Minya. El primer fragmento del mapa. Y después de eso, el fragmento de Da Vinci. Eso era lo que quería decir Franklin cuando afirmó que la máquina de Dios, la armonía fi, abría una puerta.

—Pero eso tampoco tiene sentido. ¡Una puerta directa a Dios! ¿Y cómo iban a haber diseñado semejante circuito…?

—Chip.

—¿En la época de Franklin o de Edison? Para realizar una hazaña como esa habrían hecho falta conocimientos de ingeniería eléctrica que no se tenían en el siglo XVIII, ni a principios del siglo XX, ¡ni mucho menos hace miles de años!

—Ya lo sé. Es tan descabellado como pensar que el arca de la Alianza era un condensador gigante. Pero acuérdate de que el laboratorio de Edison anticipó el desarrollo del circuito de estado sólido —observó Sajan—. Así como el sistema de lógica de George Boole anticipaba las premisas de la arquitectura informática un siglo antes de que fuera necesario. Ya sé que parece muy extraño. Pero hay demasiadas coincidencias para que se trate de una casualidad. —Le devolvió el cuaderno—. Es como si los hubiera guiado una mano divina. No me extraña que los caballeros trataran de matarnos en Filadelfia y también en Inglaterra. ¿Te imaginas que todo el mundo tuviera acceso a semejante dispositivo? ¿Harían falta pastores o sacerdotes, o Iglesia, ya puestos? Si tuviéramos un enlace directo con Dios en el salón de casa, no. La herejía protestante parecería un pecado venial en comparación. Por eso quieren destruirlo.

—O controlarlo.

—¿Qué es lo que dice Edison que hace la máquina de Dios? —preguntó ella.

—Genera la frecuencia fi, que abre una puerta…

—No. Me refiero a cómo funciona.

Koster cogió el cuaderno y examinó la traducción.

—No dice mucho. Afirma que Tesla creía que de algún modo la frecuencia fi «derrumbaría los muros de la catedral atómica y arrancaría los arbotantes de la materia, transmutando los fermiones en bosones y devolviéndonos al pléroma», sea lo que sea eso.

Savan se puso rígida en la silla.

—Pero eso es imposible —dijo—. Por definición.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué es imposible?

—Edison está hablando del principio de exclusión de Pauli. ¿Recuerdas que te he hablado de Niels Bohr, el físico danés que trazó el mapa de la arquitectura del átomo? En 1924, un físico austriaco llamado Wolfgang Pauli definió un principio que explicaba por qué un cuerpo ocupa un espacio determinado de una manera exclusiva y no permite que lo atraviese otro cuerpo. Según Pauli, dos fermiones idénticos no pueden ocupar el mismo estado cuántico simultáneamente. Los fermiones son partículas con una revolución semientera, al igual que los protones y los electrones. Dos electrones no pueden hallarse en la misma órbita alrededor del núcleo. Son exclusivos. Esto explica la solidez de la materia, que los objetos materiales choquen en lugar de atravesarse y que podamos estar sobre la tierra sin hundirnos. Los bosones, por otra parte, son supuestas partículas portadoras de fuerza, como los fotones y la luz. Se distinguen de los fermiones, las partículas de la materia, porque tienen una revolución entera.

—¿De modo que convertir los fermiones en bosones sería como convertir la materia ordinaria en luz?

—Por decirlo de alguna forma. Pero como ya te he dicho, eso es imposible. Invalidar el principio de exclusión de Pauli sería como invalidar la existencia de la propia materia, del plano físico. Aunque eso fuera técnicamente factible, somos seres corpóreos, de manera que si tratásemos de atravesar una puerta acabaríamos aplastados, implosionaríamos en una especie de singularidad. —Meneó la cabeza—. No, eso es imposible. Este mapa no lleva a ninguna parte. La búsqueda de Franklin. Y también la de Tesla. Parece que todo fue en vano. —Arrojó de nuevo la impresión sobre la mesa.

—¿Qué estás diciendo?

—Que la máquina de Dios no puede funcionar, Joseph. —Sajan se levantó, cogió el bolso, se lo metió debajo de un brazo y se dirigió de nuevo hacia la puerta.

—¿Savita? —dijo Koster.

Sajan miró por encima del hombro.

Koster alargó la mano.

—En ese caso supongo que ya no necesitarás el esquema de Tesla.

—Ay, lo siento —dijo ella. Arrojó sobre la mesa la página arrugada del cuaderno y este se desplegó como una rosa.