40

West Wycombe, Inglaterra

Koster recobró el conocimiento en el suelo de la caverna. Estaba solo en las tinieblas. El hombre de las gafas y el pasamontañas se había marchado.

Se llevó una mano a la cabeza de mala gana. El dolor era insoportable. Koster se mordió el labio, resollando. Tenía un chichón del tamaño de un huevo en la parte de atrás del cráneo. Cuando se frotó los dedos comprobó que estaban pegajosos a causa de la sangre. Aturdido, aspiró una bocanada de aire y se puso en pie trabajosamente. Sintió que le explotaba la cabeza cuando la sangre bombeó hasta la herida. Entonces oyó la tenue detonación de unos disparos.

¡Savita! Koster se hincó de rodillas y buscó frenéticamente a tientas la linterna. Se arrastró de un lado a otro pero no consiguió encontrarla. Había desaparecido. ¡Desaparecido! Koster titubeó. Se metió la mano en la chaqueta, inspeccionando un bolsillo tras otro, aunque de alguna manera sabía que era en vano. El segundo fragmento del mapa. También había desaparecido. Pero ¿qué esperaba? Tenía suerte de estar vivo. Entonces se acordó de la cámara. Se la había dado a Lyman, y si este estaba bien… Koster se levantó. Lo asaltó una inesperada y violenta oleada de ira.

Fue corriendo a través de las tinieblas, siguiendo el sonido de los disparos, con una mano en el muro. El pasillo se doblaba a la derecha. Más adelante distinguía el contorno de una puerta. La caverna de Franklin. Koster aflojó el paso y se dirigió lentamente hacia la abertura. Dentro había luces encendidas.

Sajan estaba al fondo de la caverna, junto a la boca de un túnel, empuñando una pistola con una mano y una linterna con la otra. Koster fue corriendo hacia ella. Sajan se dio la vuelta, blandiendo la pistola.

—Soy yo —exclamó Koster—. No dispares. —Levantó las manos—. Gracias a Dios que estás bien.

Sajan se llevó un dedo a los labios, se volvió de nuevo hacia el túnel y le indicó que la siguiera.

—¿Dónde está Lyman? —susurró Koster—. ¿Está bien?

Sajan asintió.

—Ha vuelto para intentar encender las…

Las luces se encendieron bruscamente.

—Las luces —concluyó. Sonrió—. Supongo que ha encontrado el interruptor.

—¿Qué está pasando?

—Ha atrapado a un hombre en la caverna de los Niños. Parece que los demás se han ido. Se han retirado hace unos diez o quince minutos. Pensábamos que te habíamos perdido. —De pronto alargó una mano y le puso los dedos en el brazo—. No vuelvas a hacerme eso.

—¿Hacerte el qué?

—Desaparecer y dejarme así.

—Creía que estabas… —Se tocó la parte de atrás de la cabeza y torció el gesto—. No tenía muchas opciones.

—Ay, pobrecito —suspiró Sajan—. ¿Te duele?

—Solo cuando estoy consciente.

En ese preciso momento oyeron algo detrás de ellos y se volvieron hacia la entrada de la caverna. Lyman apareció en la boca del túnel. Sajan bajó la pistola.

—Joseph, me alegro de que estés bien —exclamó Lyman—. No te había visto en el pasadizo y creía… Bueno, creía que… —Fue hacia ellos.

—Estoy bien. ¿Los has ahuyentado?

Lyman asintió.

—Excepto a este. Pero hicieron una parada en la tetería de camino a las cavernas.

—¿Qué quieres decir?

—Me temo que la camarera está muerta. Estrangulada. —Koster resopló—. ¿Qué se propone nuestro amigo?

—No te preocupes —contestó Sajan con tono sombrío—. No va a ir a ninguna parte. Cuando llegue la policía…

—No va a venir nadie —la atajó Lyman.

—¿Qué? ¿Cómo que no va a venir nadie?

—No he llamado a la policía.

—¿Por qué no? —le preguntó Koster.

—Dame la pistola —le dijo Lyman a Sajan, alargando la mano.

Ella frunció el ceño y se la entregó.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a entrar.

—Si está atrapado, ¿no deberíamos esperar a que salga? —aventuró Koster.

Pero Lyman ya se había internado en las profundas sombras del pasillo, encendiendo la linterna. Sajan y Koster fueron tras él. Lyman se dirigió sigilosamente al borde de la puerta y vociferó:

—¡Ríndete, tío! Estás atrapado. Esta es la única salida.

Por un momento no oyeron nada. Después alguien se rió. Era una carcajada quebradiza y falsa.

—¿Eso crees? —preguntó la voz.

Lyman hincó una rodilla en el suelo y levantó el arma.

Hubo un imperceptible chasquido, como el sonido de una rama al romperse. Koster sintió que le daba un vuelco el corazón. El desconocido saldría en tromba de la caverna en cualquier momento. Estaba seguro de ello. A continuación se produjo una detonación débil y casi inaudible, como el disparo de una pistola de aire, y Lyman se arrojó al suelo dando vueltas, apuntando con la pistola al interior de la caverna.