West Wycombe, Inglaterra
El Jaguar XK Cupé negro iba ronroneando por una sinuosa carretera comarcal, tomando velozmente las curvas en dirección a West Wycombe, Buckinghamshire. En el interior del vehículo, Koster comprobó de nuevo el cinturón de seguridad. Se sentía incómodo sentándose en el otro lado del coche. No le parecía natural. Además, le dolía el cuello cada vez que el Jaguar doblaba un recodo.
—¿Por qué no levantas un poco el pie del acelerador? —sugirió, aferrándose las rodillas con las manos—. No puedo creer que me hayas convencido para que te acompañara.
Sajan sonrió. Llevaba gafas oscuras y una bufanda Hermès decorada con conchas azules y blancas.
—Por favor —contestó—. No habría podido mantenerte apartado aunque lo hubiese intentado. —Y se rió. Cogió el mapa que tenía en el regazo y se puso a estudiarlo, volviendo la vista a la carretera cada pocos segundos.
—Déjame a mí —se ofreció Koster, arrebatándole el mapa—. Deberíamos llegar a la abadía de Medmenhan dentro de poco. —Se encontraban entre Henley y Marlow, siguiendo el curso de un hermoso trecho del Támesis. Entonces se toparon de repente con ella—. Ahí está la abadía, justo después de esa señal. Ahí arriba, a la izquierda. —Koster la señaló.
Sajan se detuvo en el arcén. Koster se apeó un instante pero por mucho que lo intentara no veía bien el edificio. La abadía se hallaba en la misma orilla del río y los muros eran demasiado altos, de modo que regresó al coche.
—Podemos cruzar el río y retroceder para verla bien —propuso Sajan, mientras Koster se sentaba de nuevo junto a ella y daba un portazo.
—¿Para qué molestarse? Lo que nos interesa son las cavernas.
—¿Estás seguro?
Koster bajó la ventanilla. El río rebosaba de vida salvaje. Se veían somormujos en el agua, chapoteando junto a los juncos, y cometas que volaban en lo alto.
—Según lo que he leído, la abadía fue fundada en 1145, pero sir Francis Dashwood compró la finca a mediados del siglo XVIII y empezó a usarla como club privado para sus amigos. Por supuesto, no se hacían llamar Fuego Infernal. Se referían a sí mismos como la Orden o la Hermandad de los Frailes de San Francisco de Wycombe. Su historia no está documentada; se compone sobre todo de relatos hostiles de la época, uno de los cuales es claramente ficticio, y de los indicios que se han hallado en poemas y cartas, como el poema de Whitehead que encontré en Google y que cita el primer fragmento del mapa. «Eran veintidós en la época de Dashwood». Whitehead era el secretario y tesorero. En aquella época había muchas sociedades decadentes, pero la del Fuego Infernal era única. Sus rituales incluían elementos de un insólito renacimiento pagano, que combinaba la decadencia priápica con los misterios eleusinos.
—¿Decadencia priápica?
—Ritos de fertilidad. Orgías. Pero lo más importante es que los miembros de la hermandad pertenecían a la élite gobernante. Dashwood era tremendamente rico. Pero al contrario que muchos de sus camaradas, era el hijo de un empresario de clase media que se había casado con una aristócrata, de modo que defendía los valores de la burguesía ascendente.
—No me extraña que se hiciera amigo de Franklin —comentó Sajan—. Estaban cortados por el mismo patrón.
—Y además era el director general de Correos, de modo que era el jefe de Franklin en Gran Bretaña.
Sajan contempló los altos muros de la abadía a través de la ventanilla.
—¿Seguro que no quieres entrar?
Koster meneó la cabeza.
—Los informes son contradictorios —contestó—. Algunos afirman que la primera sede de la orden del Fuego Infernal era una habitación de la casa de Dashwood en West Wycombe, decorada como un templo masónico, y que después se trasladó a las cavernas que había excavado en los jardines. Según algunos relatos, Dashwood compró la abadía de Medmenhan en 1751 o 1752 y la convirtió en la base de operaciones de la sociedad. Otros aseguran que fue al revés, que la sociedad empezó en la abadía y se instaló en las cavernas tras un incendio. No está claro. Pero en todo caso, según la leyenda, celebraba misas negras y contrataba a prostitutas que se disfrazaban de monjas.
—Eso también explica el interés de Franklin. ¿No se relacionaba con mujeres «de mala reputación»?
—Algunos creen que William era hijo de una prostituta. Pero nadie está seguro. Según parece, en un momento dado, entre los miembros de la sociedad estaban el príncipe de Gales, el hijo del arzobispo de Canterbury, el primer ministro, los condes de Bute y Sandwich, John Wilkes y el propio Franklin. Wilkes era un diputado radical del Parlamento, el alcalde de Londres y el representante británico de los Hijos de la Libertad, un grupo que participó activamente en ciertos sucesos importantes que desembocaron en la revolución americana, aunque sigue siendo un misterio el papel exacto que desempeñaron. Como ya te he dicho, en la hermandad no había archivos escritos. El secretario y tesorero Whitehead quemó los documentos que había conservado justo antes de morir.
Koster miró por encima del hombro. La carretera estaba despejada al fin.
—Vayamos a West Wycombe —dijo—. Lo que buscamos, si es que todavía existe, debería estar allí… en las cavernas. Al menos, así es como yo interpreto el poema de Whitehead. Además, le he pedido a Lyman que se reúna allí con nosotros.